Al cabo de dos días Marcus Bishop descolgó el auricular a la tercera señal. Dijo su nombre con tono somnoliento y esperó. Un segundo después se irguió.
– Joder, Stewart, ¿qué hora es? ¡Son las cinco! ¿No querías que fuese a las once? De acuerdo. Tengo que dejar las cosas preparadas para Murphy. No, no, no comeré ni beberé nada. Stewart, no me digas que no me preocupe. Ya estoy sudando. Hasta luego.
Colgó.
– Venga, Murphy, vamos a ver a Morgan para preguntarle si puede cuidar de ti hasta que pueda caminar o… Bien, seamos positivos. Coge tu correa, el cepillo y todos los trastos que quieras llevar. Ponlos en la cesta de delante de la puerta. Vamos.
Silbó y cantó. De haber sido posible hubiera bailado una giga. No se molestó en ducharse -en el hospital se ocuparían de eso. -Aunque así se afeitó. Después de todo iba a ver a Morgan. Incluso podía ocurrir que le diera un beso de buena suerte. Uno de esos besos para-quedarse-sin-calcetines.
Observó el despliegue de cosas que Murphy había llevado delante de la puerta. La cesta de plástico estaba a rebosar. Marcus se inclinó y hurgó entre el contenido. Su correa, su cepillo, sus vitaminas, sus juguetes preferidos, su manta, su cojín, unos viejos calzoncillos y una prenda de Marcey con la que le gustaba dormir, además de la bolsa de malla con el champú y los polvos anti-pulgas.
– Puede que cuando vea todo esto nos dé una patada en el trasero. ¿Estás seguro de que quieres todos estos trastos?
Murphy retrocedió y soltó los tres ladridos que Marcus consideraba como una afirmación. Ladró una y otra vez, saltando y correteando para que Marcus lo siguiera. En el fregadero Murphy alzó la pata indicando la puerta de la secadora. Marcus la abrió y observó al perro sacar la toalla amarilla y llevarla a la entrada.
– Vaya por Dios. De acuerdo, ponía con el montón de cosas. Seguro que esto facilitará las cosas.
Diez minutos más tarde iban por la autopista. A los cuarenta minutos, con tráfico muy escaso, Marcus localizó el complejo de apartamentos en que vivía Morgan. Tardó diez minutos en encontrar la entrada del apartamento. Gracias a Dios disponía de rampa y puerta especial para minusválidos. En el interior del vestíbulo estudió la fila de buzones y del portero automático. Presionó el botón y mantuvo el dedo apretado. Al escuchar su voz sonrió.
– Estoy en el vestíbulo y necesito que bajes ahora, no hace falta que te arregles. Recuerda, te he visto en peores circunstancias.
Ella bajó a toda prisa.
– ¿Qué pasa? -dijo ella al salir del ascensor.
– Nada y todo. ¿Puedes cuidar a Murphy? Hace una hora me llamó mi cirujano y quiere operarme esta misma tarde. La persona que tenían que operar ha pillado gripe. Tengo todo lo que Murphy necesita. ¿Puedes hacerlo?
– Claro que sí. ¿Todo esto es suyo?
– Lo creas o no, él mismo lo ha preparado. Estaba impaciente por venir. No sabes cómo te lo agradezco, el chico que suele cuidar de él cuando yo no puedo está trabajando en Perú. Si lo llevara a una perrera sé que no dormiría.
– No es problema. Buena suerte. ¿Puedo hacer algo más por ti?
– Rezar. Bueno, gracias otra vez. Le gusta la comida de verdad. Cuando mires lo que hay verás que no hay comida de perro.
– De acuerdo.
– ¿Cómo llamas a esto que llevas? -preguntó Marcus.
– Es mi albornoz. Era de mi abuelo. Es viejo y suave como la seda. Es como un viejo amigo. Aún mejor, es muy caliente. Y esto, aunque parezcan calentadores de lana, son unos calzoncillos largos. Y lo que llevo en el pelo son rulos. Así soy -dijo Mo.
– Sólo era curiosidad. Apuesto a que cuando te maquillas estás sensacional. ¿Sueles maquillarte?
A Mo le afloraron las inseguridades y el rubor le subió. No quiso decirlo, no creyó que lo diría hasta que vio la expresión de Marcus:
– ¿Por qué? ¿Marcey se maquillaba mucho? Bueno, siento decepcionarte, pero yo me maquillo poco. No puedo permitirme los caros potingues que ella llevaba. Lo que ves es lo que soy. En otras palabras, tómalo o déjalo y nunca más vuelvas a compararme con tu mujer o tu novia. -Dio media vuelta con la cesta de Murphy y éste la siguió.
– ¡Espera! ¿Qué mujer? ¿Qué novia? ¿De qué caros potingues estás hablando? Marcey era mi hermana. Creí que te lo había dicho.
– Pues no, no me lo dijiste -repuso Mo por encima del hombro, y sonrió de oreja a oreja. Ah, la vida era maravillosa. -Buena suerte -dijo mientras se cerraba la puerta del ascensor.
Una vez en el apartamento, Mo se sentó en el suelo de la sala junto al perro de pelo sedoso.
– Veamos qué tenemos aquí -dijo examinando la cesta. -Hummm, veo que la limpieza nos ocupará mucho tiempo. Tenemos un pequeño problema. De hecho, un problema muy, muy grande. En este complejo de apartamentos está prohibido tener animales domésticos. Oh, has traído la toalla amarilla. Es muy amable de tu parte, Murphy -dijo y lo acarició. -Colgué la cinta roja en mi cama. -Hablaba con el perro como si fuera una persona capaz de responderle. -Bien, no es un problema sencillo. Tendremos que dormir en la oficina. Puedo comprar un saco de dormir y llevar tu equipaje allí. Hay una cocina y un baño. Quizá mi padre pueda venir a instalar una ducha. Pero quizá no sea necesario. Siempre puedo ducharme aquí. Podemos cocinar en la oficina o comer fuera. Te he echado de menos. He pensado mucho en ti y en Marcus. Creí que nunca más volvería a saber de vosotros. Pensaba que él estaba casado. ¿Puedes creerlo?
»De acuerdo, voy a ducharme, prepararé café y luego iremos a la oficina. Estoy segura de que no tiene nada que ver con la de Marcus. Es una oficina personal, si sabes a qué me refiero. Es agradable tener a alguien con quien hablar. Me gustaría que pudieras responder.
Mo entró en la cocina para inspeccionar la nevera. Restos de comida china que debería haber tirado hacía una semana, restos de comida italiana que debería haber tirado hacía dos semanas, y el bistec a la pimienta que la noche anterior se había preparado ella misma. Lo calentó en el microondas y se lo ofreció a Murphy, que lo devoró en pocos segundos.
– Supongo que con esto aguantarás hasta la tarde.
Vestida con un traje de mujer de negocios, Mo cogió su maletín. La correa y los enseres de Murphy fueron a parar a una bolsa. En el último momento buscó un bol para el agua en el armario.
– Supongo que también tendremos que llevar tu cama y tu manta.
Después de otros dos viajes, lo único que le quedaba era llamar a su madre.
– Mo, ¿qué ocurre?
– Mamá, necesito que me ayudes. Si papá no está inundado de trabajo, ¿crees que podrá pasar por aquí?
– Le contó los últimos acontecimientos. -Yo no puedo vivir en la oficina, por la calefacción y todo eso. ¿Crees que puedo encontrar una casa que sirva también de oficina? El local podría subarrendarlo, pero ahora no tengo tiempo para ocuparme de ello. Tengo mucho trabajo, mamá. Todo ha sido repentino. Casi parece como el día de la inauguración, que todos los que necesitaban un arquitecto me escogían a mí. No me quejo. ¿Puedes ayudarme?
– Por supuesto. Esta semana papá no tiene nada que hacer. Es por la jubilación. No quiere viajar, no quiere cuidar del jardín, no sabe lo que quiere. Anoche mismo hablaba de hacer el curso de cocina de Julia Child. Nos prepararemos y saldremos dentro de una hora. -Su tono bajó. -Deberías ver el brillo de sus ojos… ya está preparado. Te veremos enseguida.
En cuanto llegaron a la oficina, Murphy se instaló en pocos segundos. Se apropió de un recuadro bañado de sol delante de la ventana. Junto a él tenía su pelota roja, un gato de goma que maullaba y su lata de caramelos de plástico. Se dedicó a lamer un hueso de caldo casi tan grande como él.
Mo trabajó sin interrupción hasta que a las doce y diez llegaron sus padres. Murphy los miró con recelo hasta que vio la entusiasta bienvenida que les daba Mo, momento en que se unió a ella, lamiendo la mano de la madre y ofreciendo la pata al padre.
– Esto es lo que yo llamo un caballero. Me siento más tranquilo sabiendo que estás acompañada por este perro en lugar de tan sola -dijo su padre.
– Sólo es temporal, papá. Marcus vendrá a buscarlo en cuanto… bueno, no lo sé exactamente. Papá, tengo mucho trabajo. Incluso tengo un problema con esto- echa una mirada y dame tu opinión. El cliente vendrá a las cuatro y estoy ofuscada. El sistema de calefacción no funcionará de la manera en que quiere instalarlo. Tengo que quitar paredes, mover ventanas… y no querrá pagar los cambios.
– Ahora mismo. Tu madre y yo hemos decidido que yo me quedaré a ayudarte. Ella ha quedado de verse con una agente inmobiliaria a las doce y media. Le telefoneamos y lo hemos arreglado todo. Le hemos dicho exactamente lo que necesitas, así que no hará perder el tiempo a tu madre con cosas inadecuadas. Conociendo a tu madre, estoy seguro de que encontrará el lugar perfecto antes de las cinco de la tarde. ¿Por qué no vas a verlo con ella mientras hecho un vistazo a estos planos?
– Mo, creo que deberías contratarle -bromeó su madre. -Seguramente trabajará gratis. Un par de días a la semana le irían de maravilla. Yo podría quedarme aquí y cocinar para ti o pasear el perro. Sería un placer para nosotros, Mo, si te parece que funcionará y no piensas que nos entrometemos en tu vida.
– Me encantaría, mamá. Murphy no es mi perro, pero me gustaría que lo fuera. Me salvó la vida.
– Háblame de Marcus Bishop, y no me digas que no hay nada que decir. Veo cierto brillo en tus ojos, y no precisamente a causa del perro.
– Más tarde, ¿de acuerdo? Creo que es hora de ver a la agente inmobiliaria. Mamá, ve por ello. Recuerda, necesito un lugar cuanto antes. De lo contrario tendré que dormir en un saco en la oficina. Si pierdo el apartamento por tener un perro no creo que me devuelvan la fianza, y era considerable. Si encuentras algo sería perfecto Porque mi contrato actual vence en mayo. No sabría como pagártelo. Te lo agradezco, mamá.
– Para eso están los padres, cariño. Hasta luego. John… ¿me oyes?
– Ummm.
Mo guiñó el ojo a su madre.
Padre e hija trabajaron sin pausa, deteniéndose lo para comerse la pizza que encargaron. Cuando el cliente de Mo cruzó la puerta a las cuatro en punto, presentó a su padre como su socio John Ames.
– Ahora, señor Caruthers, verá la conclusión a que hemos llegado Mo y yo. Tiene todo lo que quería, con el sistema de calefacción incluido. ¿Ve esta pared? Lo que hemos hecho ha sido…
Sabiendo que su cliente estaba en buenas manos, Mo fue a la cocina a preparar café. En el último momento añadió galletas en la bandeja. Cuando entró en el despacho con la bandeja en la mano, su padre estaba dando la mano al cliente con una sonrisa.
– Al señor Caruthers le ha gustado tu idea. Tiene lo que quería más el atrio. Está dispuesto a asumir los gastos extras.
– Señor Caruthers, dentro de unas semanas me mudo otra vez. Como he decidido asociarme necesito más espacio. Le informaré de mi nueva dirección y número de teléfono. Si se entera de alguien interesado en subarrendar un local, llámeme.
Menos de diez minutos después de que Caruthers se fuera, Helen Ames irrumpió por la puerta acompañada de la agente inmobiliaria.
– ¡Ya lo tengo! ¡El lugar perfecto! Un agente de seguros que tenía la oficina en su casa quiere alquilarla. Está vacía. Puedes mudarte esta noche o mañana. Tiene luz y gas a su nombre, con lo que él se hará cargo de las facturas. Es parte del contrato. Es maravilloso, Mo, incluso hay un pequeño jardín vallado para Murphy. Me he tomado la libertad de apalabrar tu mudanza. La señorita Oliver tiene un cliente que tiene su propio camión. Hemos quedado que se ocupará del traslado de tus muebles. Lo único que tenemos que hacer es empaquetar los objetos personales, y si nos ayudas, tu padre y yo podemos ocuparnos. Esta misma noche ya puedes estar instalada. La casa está en condiciones habitables, así es como lo dicen los agentes inmobiliarios. La señorita Oliver está de acuerdo en ocuparse de subarrendar este lugar. Mañana su jefe se muda de oficina. Como mucho, Mo, sólo perderás medio día de trabajo. El jardín es muy bonito, con una magnífica glicina que te encantará. El agente de seguros que era el dueño se alegra de alquilarlo a alguien como nosotros. Es un contrato de tres años con opción a compra. La madre de su mujer vive en Florida, y esta última quiere ir allí porque por lo visto no está muy bien de salud. Me encanta cuando las cosas salen bien para todas las partes. Después de que le contara la historia de Murphy no ha puesto ningún reparo por el perro.