Matt llegó a casa a eso de las tres y no vio a nadie. Ni a los niños, ni a Erin.
Fue al salón y a los dormitorios, pero no había nadie. Sin embargo, el coche de Erin seguía donde lo había estacionado la noche anterior.
Finalmente, entró de nuevo en la casa y esa vez Sadie, su collie, decidió unirse a él. Al pasar por el cuarto de la lavadora, Sadie gimió y levantó una pata. Matt abrió la puerta y allí estaban los tres, sentados en el suelo, con la nariz pegada a la secadora.
¿No funciona la televisión?.
Desde luego era un trío particular. La ropa que les habían dado no les favorecía lo más mínimo, pensó. No les sentaba bien nada de lo que llevaban.
¡Pero Erin estaba estupenda de todos modos!.
Apartando la vista de ella con un esfuerzo sobrehumano, se ordenó a sí mismo concentrarse en los niños.
Ellos llevan unos pantalones de chándal que les quedaban grandes y unas camisetas demasiado estrechas. Sus ojos de color verde brillaban de manera especial y la sorpresa se dibujaba en sus rostros infantiles. Matt no pudo evitar sentir un gran cariño hacia ellos.
¡Eran adorables!.
Y ella también era adorable, pensó, volviéndose hacia Erin, que llevaba un vestido de color azul con lunares rosas, sujeto en la cintura con un cinturón de plástico. La prenda parecía de alguien de sesenta años y le quedaba enorme. ¿Cómo conseguiría Erin estar guapa con aquello?.
– Te puedes reír, pero atente a las consecuencias-dijo Erin, leyéndole el pensamiento.
Matt deseó que ella no pudiera adivinar todo lo que estaba pensando.
– ¿Por qué iba a hacerlo?.
– Porque es el único vestido que me vale, pero debe ser de la señora Beverly Borridge, que tiene unos pechos…
Los ojos de Matt se posaron inmediatamente sobre la zona mencionada y Erin se sonrojó, cruzándose de brazos y volviéndose hacia la secadora.
– Enormes- concluyó.
Matt no pudo evitarlo y sonrió, que fue exactamente lo que no tenía que haber hecho. Porque ella se volvió y, al ver su sonrisa, reaccionó como cuando estaba en la escuela. Nade se podía meter con Erin Douglas sin sufrir sus represalias.
Al lado de Erin había una toalla empapada. Justo lo que necesitaba. Erin hizo una mueca, agarró la toalla y la lanzó con una gran puntería, alcanzando a Matt en la cara.
Pero Matt seguía sin saber lo que estaban haciendo, así que se quitó la toalla, que se había quedado colgada de un hombro, y fue hacia la secadora. Una vez más, los tres le estaban dando la espalda mientras contemplaban la máquina.
Lo único que podía hacer era mirar por sí mismo. Se agachó y entonces miró al cristal.
– ¿Qué programa hay?. ¿Está divertido?.
Los gemelos no le hicieron ni caso. Lo miraron brevemente y volvieron a centrar su atención en la secadora. Su ansiedad era palpable y miraban al cristal como si su vida dependiera de ellos. Entonces Matt vio unas gafas dentro de la secadora.
Y de repente todo quedó claro.
– ¡Tigger!- exclamó, sorprendido.
– Por supuesto que es Tigger- dijo Erin mientras continuaba mirando el crista. Llamé a la tienda para que me detallaran las instrucciones de lavado. Espero que no te importe que haya usado tu teléfono.
Dijeron que no se secaría solo, aunque lo pusiéramos al sol, porque se le había metido el agua dentro. Me aconsejaron que lo lavara con agua y jabón, y ya te imaginas cuánto hemos tardado en hacerlo.
Luego le extrajimos el agua que pudimos con una toalla y lo colgamos al sol un rato para que no encogiera. Y ahora, acabamos de meterlo en la secadora. Pero…
– ¿Pero?.
– Pero los niños siguen un poco nerviosos. Así que nos sentamos fuera al sol con él y ahora estamos mirando cómo se seca.
– Entiendo.
Todo aquello era un poco absurdo y Matt tuvo que hacer un gran esfuerzo para no echarse a reír. Luego vio que a la secadora le faltaban todavía veinte minutos para acabar.
– ¿Cuánto tiempo lleváis aquí?.
– Hora y media. Ya debe estar a punto. Erin estaba en medio de los gemelos y les tenía abrazados a los dos. Se comportaba como si tuviera todo el tiempo del mundo y Tigger fuera su problema más urgente.
– No le gusta estar ahí dentro- susurró Henry.
Los ojos de Tigger pasaron por el cristal en ese momento y Matt tuvo que pellizcarse para asegurarse de que no estaba soñando.¡Maldita fuera!. Aquel juguete era solo un tigre de trapo, pero Henry estaba sufriendo muchísimo por él.
Y todavía quedaban veinte minutos…
– He comprado unos helados- dijo Matt, ilusionado.
Pero nadie se movió.
– ¿os los traigo?
– Sería estupendo- contestó Erin sin dejar de mirar el cristal.
Si Alguien le hubiera dicho a Matt que se iba a pasar veinte minutos viendo cómo un animal de trapo daba vueltas en una secadora y que casi iba a disfrutar con ello, no se lo habría creído. Pero eso fue lo que sucedió a continuación.
Después de darle un helado de chocolate a cada niño y otro a Erin, empezó a comerse el suyo. Debería haber comprado palomitas, pero no sabía que iba a asistir a una sesión de cine
Porque aquello era lo más parecido a ver una película que había hecho nunca. Nadie dijo nada y todos se concentraron en Tigger, como si observándolo pudieran meterse dentro de él.
Eran unos niños increíbles, pensó Matt, empezando a entender por qué Erin luchaba tanto por ellos. Una vez que te ganabas su amistad, la conservabas para toda la vida. Se tomaron el helado sin apenas disfrutarlo, porque sabían que Tigger estaba sufriendo.
Justo cuando acababan sus helados, sonó la alarma de la secadora. Tigger dio unas cuantas vueltas más y se detuvo. Erin abrió la puerta.
– Puede que queme- les advirtió Erin.
Pero los niños habían esperado demasiado tiempo y se arrojaron sobre él.
– Está perfecto- aseguró William.
No lo estaba, opinó Matt, mirando al muñeco que durante tantos años había sido su única compañía. Le faltaban trozos de tela, un trozo de oreja, los ojos los tenía muy sucios y de la tripa empezaba a salírsele el material del interior.
– absolutamente perfecto- dijo Erin, sonriendo de oreja a oreja. Gracias a Dios que el señor McKay lo salvó. Esta tarde le coseré un poco la tripa. Mientras tanto…
– ¿Podemos ver la granja ahora que Tigger está bien?- preguntó Henry, mirando a los adultos.
– ¡Sí, por favor!- suplicó William.
Matt los miró a los ojos, dándose cuenta de que no podría negarles nada.
Además, Erin también lo estaba mirando.
– ¿No habéis estado fuera todavía?.
– Aparte de cuando hemos tendido a Tigger para secarlo un poco, no-contestó Erin, mirándolo como si fuera un poco estúpido por hacer aquella pregunta. Pera ahora Tigger está mejor y podemos hacer una pequeña excursión. ¿Te parece bien, señor McKay?.
– Me parece bien.
Por supuesto que sí. De hecho, estaba encantado de que no hubieran visto nada sin él. Le apetecía mucho enseñarle él mismo la granja a aquella mujer.
Y también a los gemelos, añadió para sí.
– ¿Qué has hecho con Charlotte?.
Iban caminando hacia el almacén. Los niños iban delante, muy contentos, con Tigger sobre la cabeza de Henry.
– Se ha ido a su casa a prepararme la cena.
– Entiendo.
– Ayer había quedado en ir a su casa a cenar- le explicó Matt, un poco incómodo.
Y después de que Charlotte lo acompañara al centro aquella mañana, se había sentido obligado a aceptar la invitación.
También estaba el asunto de la caja de terciopelo…
Decidiera lo que decidiera sobre la caja, lo cierto era que estaba alojando allí a Erin y a los niños simplemente porque no tenían otro sitio donde ir. Solo pro eso.
– Tom Burrows va a venir a verte- añadió.
– ¿Tom?.
– fui a verlo- le explicó Matt. Tiene muchas cosas que hacer, ya sabes, pero dijo que traería una pizza a eso de las seis para que cenarais. Me comentó que tenía que hablar contigo relajadamente. Según parece, ha hablado con el seguro y quiere…¡Oh!.
La puerta del almacén estaba abierta. Los gemelos se habían colado dentro y se habían subido a un tractor antes de que ellos pudieran hacer nada. Matt se tocó el bolsillo para ver si tenía las llaves y, al notarlas, dio un suspiro de alivio.
Aunque…
– No, no podrán arrancarlo sin laves. No son tan malos como la gente dice- aseguró ella. Solo son dos niños activos y que les gusta preguntar. No han tenido la vigilancia necesaria en el pasado y necesitan mantenerse ocupados.
– ¿Entonces mi tractor sobrevivirá?
– No he dicho eso y será mejor que tengas controladas las llaves.
– Sí, señorita- dijo Matt, sonriendo.
La miró y notó que se apoderaba de él una sensación extraña. Y eso que Erin estaba ridícula con aquel vestido, pensó mientras la sensación se alojaba en su pecho. Estaba además despeinada. Pero bajo aquel vestido y aquel peinado, estaba muy guapa…
– ¿Qué estabas diciendo de Tom Burrows?
– ¿Qué?- preguntó, tratando de volver a la realidad.
¡Ah, sí!. Le dije que podíais quedaron aquí el tiempo que necesitéis. Como si queréis quedaros hasta que reconstruyan el hogar.
Erin se detuvo y lo miró sorprendida.¿Sabría Matt lo que significaba aquello?
– Matt, eres muy amable, pero, ¿lo has pensado bien?. La reconstrucción puede durar seis meses.
– No importa. Aquí hay mucho sitio y vosotros necesitáis un techo bajo el que vivir.
– Seguro que el orfanato podría alojar a los gemelos en algún otro centro en Sydney- sugirió Erin, no muy segura.
– Pero tú no quieres que eso suceda, ¿a que no?
– No.
Erin dio un suspiro y miró a los niños, que seguían en el tractor.
Era evidente que ella solo pensaba en los niños y eso era algo nuevo para Matt. Él, un hombre guapo y disponible, estaba acostumbrado a que las mujeres se fijaran en él, pero Erin solo tenía ojos para los niños.
– Son bastante inseguros y una ciudad grande los asustaría- comentó Erin.
– Y tú les echarías de menos, ¿verdad?- preguntó Matt, mirándola directamente a los ojos.
Erin dio un suspiro.
– Solo están conmigo por temporadas, entre adopción y adopción. No puedo…no debo encariñarme demasiado con ellos, porque quizá Tom haga un nuevo intento de darlos a otra pareja en el futuro.
La idea tenía que haber complacido a Matt, pero algo por dentro le decía que podía ser diversito tener en su casa durante una temporada a aquella mujer y a los niños.
De repente, se le ocurrió que su vida ya no sería divertida sin ellos.
Por supuesto que había llevado una vida estupenda, se dijo, sorprendido por aquel pensamiento. Tenía una de la mejores granjas de la zona, su ganado era exportado todo el mundo y tenía más dinero del que necesitaba.
Y tenía a Charlotte.
Pero…
Pero ¿qué?. No podía decirlo, pero solo podía pensar en lo que le estaba sucediendo en ese momento.
William estaba en el asiento del conductor del tractor y Henry a su lado. Tigger estaba apoyado en la ventanilla. Habían apretado todos los botones sin ningún resultado y Henry estaba tirando en ese momento de la palanca de cambios.
– Tengo que ir a ver el ganado- les gritó. Voy a ir en el tractor. ¿Queréis venir conmigo?-
Los niños lo miraron con los ojos muy abiertos.
– ¿Te parece bien?- le preguntó a Erin.
– Claro que sí, respondió ella, evidentemente complacida. Pero solo si puedo ir yo también.
– ¿Tú?.
– Es un tractor grande y cabemos todos.
– Pero no hace falta que vengas. Yo cuidaré de ellos.
– Ya lo sé.
– Entonces…
– ¿Entonces qué?. ¿Por qué no puedo ir yo?- preguntó, colocándose en jarras.
– ¿Quieres venir?.
– Claro que quiero ir. ¡Me parece estupendo!
Matt se quedó pensativo. Se acordó de su madre, o de Charlotte, y pensó si alguna vez le habían pedido que las subiera en el tractor. Desde luego, él no recordaba que lo hubieran hecho.
– Sí puedes, pero pensaba que no querrías.
– ¿Por qué iba a quererme quedar en tierra?- preguntó, sorprendida. Me parece divertidísimo.
Se subió a la cabina del tractor y sonrió desde arriba, con un gemelo a cada lado.”Un trío de conspiradores dispuesto a la aventura”, pensó Matt. “Cuatro, si se contaba a Tigger”.
– ¿Me dejas ponerme al volante?- preguntó Erin.
Todos condujeron un rato.
Matt tuvo que darles un gran paseo por toda la granja, ya que no les bastaba con estar unos segundos cada uno. El tractor era enorme. Matt normalmente lo usaba para transportar las herramientas para cosechar, no para pasear a gente.
Los tres estaban tan felices, que no hubiera sabido decir quién disfrutaba más, si los gemelos o Erin.
Los gemelos fueron los primeros en conducir, claro. Matt se pudo detrás de ellos, controlando todos sus movimientos. Luego Erin tomó el volante y él tuvo que pasar los brazos por sus hombros, como había tenido que hacer con los gemelos. Pero le resutó…diferente.
Era el vestido, se dijo Matt, con una ligera sensación de mareo. Nunca había estado tan cerca de una mujer que llevara un vestido con esa tela.
Pero aquella tela tan vasta no era precisamente sexy. Así que, ¿por qué se sentiría así?.
“Concéntrate en el ganado”.
El ganado del pasto del fondo estaba bien. Dieron tres vueltas para asegurarse de ello. También echaron un vistazo a la vaca que acababa de tener un ternero. Y luego, de mala gana, Erin giró el volante para volver.
¡Estaba pasándoselo tan bien!. El paseo había sido estupendo. Hacía un día precioso y ellos habían estado metidos en casa por lo de Tigger toda la mañana y parte de la tarde. Los gemelos estaban radiantes y ella no quería llevarlos de nuevo hacia las alfombras tapadas con plásticos.
– Tal vez puedas volver tú solo en el tractor mientras nosotros vamos caminado- le sugirió a Matt.
Pero él negó con la cabeza.
– No, a menos que deis un rodeo enorme, porque la zona de aquí a la casa va a ser segada la semana que viene y no quiero que la piséis. Hay demasiados Joe Blackes.
– ¿Joe Blackes?- dijeron los gemelos fascinados.
Habían ido todo el camino escuchando fascinados cada palabra que Matt había dicho. El era para ellos casi un Dios, no solo por haberles salvado la noche anterior, sino también por haber salvado a Tigger.
– Serpientes- contestó Matt y ellos se estremecieron. Hay muchas por aquí.
Los gemelos se acurrucaron instintivamente contra Erin y miraron hacia el suelo. Pero se dijeron que estaban a salvo, siempre que no se movieran del tractor.
– No es peligros caminar después de la siega-añadió Matt. Pero sí que lo es estando tan alto el heno.
– Pero no queremos volver todavía- dijeron los niños al unísono.
Matt sonrió. Y de repente, tampoco él quiso que se terminara tan pronto el día. Faltaba todavía una hora o dos para que Tom llegara y él se fuera a casa de Charlotte.
– Os voy a decir qué haremos: vamos a ir al río a bañarnos. Henry, te toca a ti conducir. Erin, déjale. ¡Es el turno de Henry!
Matt pensó que Erin era una niña también y sonrió. Erin hizo un gesto cómico y dejó su sitio a Henry.
– ¡Vaya suerte!.¿Has dicho un baño?- preguntó mirando a Matt.
– Ya sé que no hemos traído los trajes de baño y que llevamos una ropa muy elegante- afirmó Matt, haciéndoles reír. Pero esta zona del río es la más segura en muchas millas. ¿Queréis ir?
Una vez más, Matt recordó a su madre y a Charlotte…y luego las olvidó pro completo cuando la cara de Erin se iluminó por completo.
– No creo que haya nada que me pudiera apetecer más- replicó Erin. Gracias, Matt. Es una idea estupenda.
Y efectivamente lo fue.
– ¿Quieres decir que podemos meternos vestidos?- quisieron saber los gemelos, cuando el tractor se detuvo a la orilla del río.
En esa parte, la zona verde acababa y comenzaba una superficie suave de arena dorada que llegaba hasta el borde del agua. El río fluía suavemente, ya que el mar estaba muy cerca. Erin pensó que incluso allí se notarían las mareas. El agua era tan transparente, que parecía de cristal.-Bueno, supongo que estaríais más cómodos si os quitarais la ropa y os quedarais solo con las zapatillas.
– ¿Tú vas a hacerlo?.
Matt miró a Erin y ella lo miró a su vez.¡Demonios!. Matt se dio cuenta de que Erin había intuido que él solía bañarse allí desnudo y la idea le hizo sonrojarse.
– Creo que yo me dejaré los pantalones puestos.
– Entonces nosotros también nos dejaremos los pantalones- contestaron los chicos.
– Me parece bien.
Erin se miró el vestido. No había encontrado ningún sujetador en la bolsa de ropa y el suyo estaba secándose, así que no llevaba nada debajo del vestido. Y solo Dios sabía lo que aquella tela dejaría ver una vez se mojara.
Pero nada iba impedirle bañarse en aquel lugar paradisíaco.
– ¿A qué estamos esperando?- preguntó, riendo y encogiéndose de hombros. Vamos, niños. El último comerá un trozo menos de pizza.
Para sorpresa de Matt, los niños nadaban como peces y Erin era como un delfín que hacía círculos alrededor de ellos.
– Me encanta nadar- le confesó a Matt, sacando la cabeza del agua. Solo la cabeza porque sus temores sobre el vestido se confirmaron nada más meterse en el agua.
Los gemelos estaban haciendo en ese momento una competición para ver quién podía aguantar más debajo del agua.
Sus pies golpeaban la superficie al desaparecer. Era un juego que podía durar horas.
Matt se quedó cerca de ellos hasta asegurarse de que no había peligro y luego se alejó nadando para cubrir las dos millas que solía hacer a menudo. Sería una liberación poder escapar por un rato de aquella mujer y sus responsabilidades.
¡Y de su ropa transparente!.
En cuanto a Erin, quizá le habría gustado irse a nadar con él, Matt lo sabía, pero no lo hizo, sino que se quedó cuidando de los niños. El la vio desde la distancia y se dio cuenta de cada vez le gustaba más aquella mujer.
Había una vieja barca atracada en un muelle pequeño, a unos metros de donde estaban ellos. Los niños la miraron fascinados y Erin vio esa fascinación, pero también se dio cuenta del peligro.
– No podéis ir allí. Si lo hacéis, volveremos a la casa inmediatamente- les aseguró al ver que la miraban con anhelo.
– Una noche os llevaré a pescar. Para eso es- les gritó Matt.
– ¿Cuándo?- los gemelos eran muy directos y Matt sen sonrió.
El también había sido así a los siete años.
– Cuando la luna esté bien. No se puede pescar con luna llena.
– Así que de momento está prohibido ir- dijo Erin, mirando fijamente a los niños. Prometedme que no vais a ir.
– ¿Por qué?- le preguntaron a Erin.
Matt sonrió de nuevo.
– Porque es peligroso ir sin un adulto. La marea podría arrastraros hacia el mar.
– Pero…
– Nada de peros. Mientras estéis conmigo, tenéis que obedecer mis reglas- concluyo Erin.
Ellos la miraron unos segundos sin decir nada y finalmente se dieron por vencidos.
– De acuerdo, te lo prometemos- dijo William.
¿Henry?
– Yo también lo prometo.
Y Matt se dio cuenta de que era una promesa sincera por parte de los dos.
¿Traviesos?. Sí, eran traviesos, pero en el fondo tenían buen corazón. Solo era cuestión de estar todo el tiempo encima de ellos.
Finalmente, Matt volvió. Cuando llegó al lado de Erin, ella acababa de salir a la superficie. Estaban muy cerca el uno del otro y de repente todo se volvió muy intenso…
Pero, ¿qué estaba ocurriendo entre ellos exactamente?
Matt no habría podido contestar. NO podía describir lo que ella le hacía sentir.
Solo sabía que Erin le resultaba muy guapa, aun sin nada de maquillaje y con sus rizos rubios cayéndole sobre la cara y los hombros. Los ojos le brillaban de felicidad.
y lo más increíble era que Aquella Mujer había perdido todas sus pertenencias la noche anterior.
Luego pensó que quizá ella guardara sus cosas en otra parte. Sin embargo, cuando se lo preguntó, el rostro de Erin se ensombreció.
– No. Llevo viviendo en el hogar varios años. Creo que todo lo que tenía en el mundo se ha quemado- pero de repente su cara volvió a iluminarse y el dolor desapareció. Pero solo eran cosas. Ya te lo he dicho. Y las cosas pueden ser reemplazadas. Tengo a los niños y a Tigger. ¿Qué otra cosa se puede pedir?
Aquella mujer no se quejaría si se manchaba la alfombra.
Matt pensó en sí mismo. ¿Qué sentiría si su casa, llena de cosas bellas, fuera destruida?
Probablemente sería terrible para él, decidió, pensando en los cuadros que su madre había coleccionado a lo largo de su vida.
– Oye, me estás mirando como si hubiera venido de Marte- comentó, riendo, Erin.
Y era cierto que provenía de un mundo muy diferente a él.
Los niños se habían ido buceando hacia la orilla y Erin se volvió hacia ellos. Había aprendido que nunca podía dejar de vigilarlos. Ni un solo momento
Los gemelos habían ido directamente hacia la única amenaza que se veía a su alrededor: dos trozos alargados de madera que había en la orilla.
– ¡Con esto nos podemos hacer una espada!- gritó Henry, levantando el trozo de madera.
William fue igual de rápido y Erin se alejó de Matt y llegó a la orilla en seguida.
.-No- les ordenó.
Pero ellos hicieron como que no la había oído y comenzaron la pelea. Eran Robin Hood y el sheriff de Nottingham.
– ¡He dicho que no!-repitió Erin.
Ya había salido del agua y se acercó a ellos. Pero no del todo, ya que las espadas se agitaban salvajemente en el aire.
– William, Henry. Dejad esos palos ahora mismo o nos vamos a casa. Y os llevo por donde las serpientes. Elegid.
Los niños se detuvieron y miraron a Erin pensativos.
– Sabéis que lo digo en serio- insistió Erin, como si le diera igual lo que eligieran.
Los niños se volvieron y la miraron. Luego miraron a Matt, que había nadado hasta la orilla y observaba la discusión a cierta distancia.
Podía haber intervenido, pero aquello era territorio de Erin. Ella era la experta en educación infantil y les estaba hablando con tal firmeza, que estaba seguro de que cumpliría su palabra.
– Pero es que queremos pelear- dijo Henry.
– Y uno ganará y el otro resultará herido. Esos palos pesan mucho y os podéis hacer mucho daño. Y me has oído, Henry, deja el palo en el suelo.
Henry se volvió hacia William. Ambos se miraron y Matt se dio cuenta de que se estaban preguntado el uno al otro qué hacían.
Y finalmente Erin ganó.
Pero sucedió algo. Los niños, como si se hubieran puesto de acuerdo, se volvieron y tiraron los palos hacia la pradera, lo más lejos que pudieron. Pero Sadie eligió justo ese momento para salir detrás del tractor.
La vieja perra no había ido con ellos, pero debía haber visto que se marchaban desde la casa. Había seguido la orilla del río hasta encontrarlos, pero la pobre apareció en el momento menos adecuado.
El palo de William le dio en una pata. El animal gimió y cayó al suelo. Trató de levantarse, pero se quedó tumbada. Matt salió corriendo como si le hubieran disparado.
Erin miró a los gemelos y luego corrió tras Matt, con el corazón encogido.
Era siempre así con los gemelos, pensó. Por eso ninguna familia se los quería quedar. El desastre los perseguía como el sol sigue a la lluvia.
– ¿Está herida?.
Matt estaba arrodillado sobre la perra, con el cuerpo tenso, y Erin solo podía ver su rabo negro y blanco, inmóvil. Rodeó a Matt intentando ver mejor y le dio un vuelco el corazón cuando vio que Sadie levantaba la cabeza y miraba a su dueño lastimosamente.
Afortunadamente, parecía que solo había sido la pata. Erin tenía miedo de haber visto mal y que el palo le hubiera dado en la cabeza.
En cualquier caso, la pata de la perra tenía mal aspecto. Le sangraba en donde le había dado el palo y Matt se había quedado muy pálido.
Les echaría de allí esa misma noche, pensó Erin, observando la expresión de dolor de la perra. Y se lo tendrían merecido.
– Matt, lo siento mucho.
– Yo también, pero no eres tú quien se tiene que disculpar- contestó Matt, que sujetaba con una mano la cabeza del animal mientras que con la otra agarraba la pata herida. Quizá no haya sido tan grave. Creo que no hay rotura y parece que puede levantarse.
Cuando Matt soltó la pata del animal, con mucho cuidado, Sadie la levantó, como para mostrársela y decirle que la tenía herida.
– Es un poco hipocondríaca- le dijo Matt a Erin en voz baja para que los gemelos no pudieran oírlo. Pero ha sido un buen golpe. Habría que llevarla al veterinario.
– Yo pagaré la factura- le ofreció Erin, a pesar de que su salario no iba a ser suficiente para pagar todo lo que iba a tenerse que comprar en los meses siguientes.
Pero había sido por su culpa, pensó con amargura. Tenía que haber sido más rápida.
Se había distraído con Matt…
– No, Erin. Ya te lo he dicho antes. No eres tú quien tiene que disculparse- Matt abrazó a su perra y la miró.
Erin parecía tan destrozada, que él no podía soportarlo. Ya había sufrido bastante a causa de esos dos muchachos.
Erin era encantadora. Y estaba guapísima. Allí de pie, con su vestido viejo, que se había vuelto completamente transparente por el agua, parecía…
Parecía que estaba desnuda.
Quizá era mejor que se concentrara en su pero y en los gemelos…
Como Erin estaba tan mal, era hora de que él contribuyera a vigilar a esos chicos.
Lo que tenían que aprender era a pensar en las consecuencias de sus actos.
Los niños estaban uno al lado del otro, con la cara pálida. Matt los miró y se dio cuenta de que esos niños había sufrido mucho en el pasado. Estaba seguro de que el hecho de estar en un orfanato que nadie quisiera quedarse con ellos les estaba haciendo mucho daño. Por elo en ese momento estaban tan abatidos.
¿Qué era lo que había dicho Erin?. Sí, que siempre creían que iban a ser rechazados.
Y era lo que esperaban en ese momento. Esperaban una buena regañina y que Matt los echara de su casa. Y al mirar a Erin vio que ella esperaba lo mismo
– Venid aquí- les dijo a los niños. Estos no se movieron. Henry, William, he dicho que vengáis, Ahora mismo.
Se acercaron despacio y muy juntos.
Erin los miró muy nerviosa.
Era como la madre del gallinero, pensó Matt. Estaba claro que nunca permitiría que nadie les pusiera la mano encima. Y por otra parte, él sabía que enfrentarse a Erin no era tarea fácil.
No iba a pegarles, pero los niños tenían que enfrentarse a lo que había hecho.
– Le habéis hecho daño a Sadie- dijo, esperando a ver qué contestaban.
Pero no dijeron nada. Miraron a Sadie y lo que Matt había sentido al verlos delante de la secadora se REPITIÓ. Esos chicos no eran malos. Tenían un buen corazón.
Por eso no les iba a regañar, ni a echar de su casa.
– Lo…lo sentimos mucho- susurró Henry con los ojos húmedos.
Por su mejilla resbaló una lágrima. Solo una. Esos chicos habían aprendido a no mostrar sus sentimientos a los demás y en ese momento tampoco lo harían.
– El que lo sintáis no ayudará a Sadie- replicó Matt. Tenéis que hacer algo que la ayude.
– ¿El que?- preguntó Henry.
Mientras tanto, William estaba temblando y Matt tuvo que contenerse para no abrazarlo.
Erin, sin embargo, estaba logrando mantenerse al margen.
– Tenemos que llevar a Sadie al veterinario para aseguramos de que no se ha roto la pata, pero antes tenemos que llevarla a casa. Eso significa que tenemos que apretarnos en el tractor. Los dos iréis atrás y llevaréis encima a Sadie. Vais a ir incómodos, pero no se puede hacer otra cosa. Erin, ¿Puedes ir en el escalón?.
– Claro.
– Pues entonces vamos