Se merecen una buena zurra. Y si no se la das tú, lo haré yo.
Erin contó hasta diez y pensó rápidamente, decidiendo emplear la estrategia que Shanni le había sugerido durante su conversación.
Si les pones la mano encima…haré públicos los poemas que os escribíais Bradley Moore y tú cuando estabais en el instituto- dijo en voz baja.
Matt la miró asombrado y Charlotte retrocedió dando un gritito sofocado, mientras Erin abrazaba protectoramente a los dos niños.
¿Y ahora qué?, pensó rápidamente Erin. Los niños que estaban muy pálidos, sabían exactamente lo que habían hecho y miraron a Erin con gesto insolente.
Pero ella insistió unas ganas enormes de abrazarlos.
– ¿Qué demo…?- exclamó Charlotte. Nunca…
– utilizabas de intermediado a Rob McDonald- dijo Erin, consiguiendo sonreír. Y puede que Rob sea ahora sargento de policía, pero cuando tenía quince años, no era muy respetuoso.
Él copió los poemas y Shanni los encontró hace dos semanas cuando estaba limpiando la granja de sus padres.
– Eso es ridículo- consiguió decir Charlotte, totalmente vencida.
– ¡Sí!.
– ¿Te escribías poemas…con Bradley?- preguntó Matt.
Erin tuvo que contener una carcajada.
– ¿Sabéis dónde está Cecil ahora?-preguntó Erin a los chicos, más triste que enfadada. Está en el río, lleno de barro- continuó. Así que todo el trabajo que habéis hecho esta mañana con Matt no ha servido para nada.
– No nos importa- replicó William.
– Así Matt no podrá llevar a Cecil al concurso…-añadió Henry, un poco asustado, pero también desafiante…con ella.
Y ahí estaba la clave. Lo habían hecho porque querían que Matt se quedara con ellos.
Erin sabía que debía castigar a los niños, pero, ¿Cómo?. Además, no le apetecía hacerlo delante de Charlotte. La mujer parecía a punto de estallar. Quizá la amenaza de Erin no había sido tan buena idea.
– Será mejor que os vayáis a vuestra habitación-dijo, tratando de olvidarse de la rabia de Charlotte y pensar con claridad. Oh, Matt, lo siento mucho.
– No tienes por qué disculparte.
Matt seguía serio, pero en sus ojos había un destello de comprensión. Después de que los niños hubieran expuesto sus motivos, los entendía y casi le hacía gracia. Entendía por qué los niños no querían que se fuera. El no había pensado que fuera importante ausentarse dos días. Se quedarían con Erin mientras él se iba. Pero si lo pensaba desde el punto de vista de los niños, la cosa cambiaba.
Por otra parte, no sabía qué hacer. Si se quedaba en casa, ellos se saldrían con la suya. También se podía quedar trabajando hasta media noche para preparar de nuevo al animal y luego marcharse, dejando a los niños enfadados por su ausencia. Pero entonces Erin se sentiría culpable y los niños se sentirían también mal.
– Es una verdadera pena- dijo Matt, mirando a los gemelos, en vez de a Erin.
Ella les seguía teniendo agarrados de la mano y los sacudió para que lo miraran.
– No me puedo creer que hayáis hecho esto. Justo cuando había hecho las reservas.
– ¿Las reservas?
– Sí, para pasar la noche en Lassendale. Como me habíais ayudado con Cecil y como él necesita que se le cepille durante el concurso, había pensado que teníais que venir conmigo. Así que había reservado habitación para que fuéramos todos.
Erin lo miró con los ojos abiertos de par en par. ¿Sería cierto?
No, no lo era, pensó Erin. Pero era una gran idea. Los niños se pusieron muy serios.
– ¿Nos ibas a llevar contigo?- le susurró Henry a Matt.
– Sí, pero ahora da igual. El toro está asqueroso.
– No será cierto…-exclamó Charlotte.
– Calla, Charlotte- le ordenó Matt.
Con que Bradley Moore, ¿eh?, pensó Matt. Brad era un hombre soltero que vivía en una granja cercana. Estaba loco y tenía el cerebro de un mosquito. Pero Matt no quería pensar en ello en ese momento.
– Así que creo que no vamos a ir ninguno.
Erin lo miró sorprendida. A ella no se le hubiera ocurrido un castigo mejor. Incluso ella sintió una punzada de tristeza y tuvo que recordarse que solo era un truco para castigar a los niños.
– ¿Y si lo limpiamos otra vez?- preguntó Henry.-Podemos hacerlo
Matt miró su reloj. Eran las cuatro y media.
– Tengo muchas cosas que hacer.
– Si está solo, podemos agarrarlo nosotros- sugirió William. Si nos das una cuerda…
– Y podemos lavarlo. Ya sabemos.
– Te hemos ayudado antes y ahora sabemos hacerlo solos.
Erin trató de no reírse. ¿Qué iba a pasar?. ¿Qué podía hacer Matt?
– Yo no tengo tiempo de vigilaros. Pero si Erin quiere ir con vosotros y queréis intentarlo…
– No podrán hacerlo- protestó Charlotte.
Pero Matt sonrió.
– Pueden intentarlo. NO querría perderme el concurso. Cecil es un buen animal, pero no puede ganar si no va.
– ¿Podemos intentarlo entonces?- preguntaron los gemelos, mirando a Erin.
– ¿Has reservado de verdad habitaciones?- preguntó Erin.
Porque si permitía que los niños hicieran un esfuerzo así, no quería que luego Matt los dejara sin ir.
– Sí, de verdad- contestó Matt.
Cuando ambos se miraron, algo ocurrió entre ambos. Algo que no tenía nada que ver con aquel concurso.
– ¿A qué estamos esperando?-dijo finalmente Erin. ¡Vamos, chicos!
Y cuatro horas después, Cecil estaba de nuevo reluciente. Después de cepillarlo concienzudamente, los tres estaban agotados. Y Cecil también, imaginaba Erin, después de haber aguantado aquello dos veces en un solo día.
Los niños habían trabajado hasta la extenuación para dejarlo impecable. Se pararon un rato a cenar y luego continuaron hasta que terminaron. A las ocho, estaban dándole los últimos retoques, justo cuando llegó Matt.
Se había mantenido toda la tarde alejado de ellos, aunque le había costado mucho hacerlo. Y en ese momento, al entrar en el cobertizo y ver a los tres orgullosos y al toro reluciente, decidió que había merecido la pena.
– ¿Qué te parece?- preguntó Erin con evidente ansiedad.
Matt se dio cuenta de que ella no terminaba de creerse que él fuera a mantener su palabra.
Pensaba que pondría una excusa o que diría que no estaba bien. Pero Matt era un hobmre de palabra, así que después de que Charlotte se hubiera ido, una hora antes, había hecho algunas llamadas y todo estaba arreglado. Excepto el mal humor de Charlotte, pensó. Esta se había ido dando un portazo y Matt sospechaba que se le avecinaban bastantes problemas.
Erin se había pasado con su amenaza. Aunque Matt sabía que Charlotte hab´ria sido capaz de pegar a los niños. Porque ella no entendía que pegar a los niños, cuando habían sufrido tanto en el pasado, habría sido como tirar a la basura todo el trabajo de Erin.
Así que Matt no podía culpar a Erin por lo que había hecho. ¿Y cómo iba a culparla?. Toda mojada y llena de barro, estaba más atractiva que nunca.
– ¿Qué te parece?- pregunto de nuevo.
– Creo que Cecil nunca ha estado tan limpio. Buen trabajo- afirmó, sonriendo a los tres.
– ¿Eso quiere decir que podemos ira al concurso?-le preguntó Henry.
Matt asintió.
– Caro, os lo prometí, ¿no?
William y Henry se miraron y Erin se dio cuenta de que Matt había ganado otro punto con ellos. Allí tenían a un adulto que mantenía su palabra y no habían conocido a muchos que lo hicieran. A sus ojos, Matt se estaba convirtiendo en un héroe.
¿Y para Erin?.
Acarició el lomo de Cecil. Prefería distraerse, antes que pensar en Matt. Era difícil, pero necesario. Matt estaba comprometido con Charlotte, y aunque no lo hubiera estado, para ella seguiría siendo inaccesible. Aunque su corazón estuviera empezando a pensar de otra manera.
Debía ser por el modo en que le sonreía, se dijo. Y por el modo en que la hacía sonreír a ella. Su amabilidad y su forma de tratar a los niños…
– Yo…pagaré nuestra habitación- dijo de pronto, tratando de dejar de pensar en él.
– No. Los niños han trabajado mucho y será su sueldo.
– Pero-…
– Nada de peros. Ahora, dadme las gracias y marchaos a dormir.
Erin sonrió.
– Dadle las gracias- les dijo Erin a los niños.
Estos se echaron a reír y Erin se quedó mirando sus caritas agotadas, pero felices. Entonces le entraron ganas de besar al hombre responsable de esa felicidad.
Estuvo a punto de hacerlo, pero recordaba demasiado bien lo que había pasado la última vez que le había dado un beso. Y con una vez había sido suficiente.
Una segunda podía ser desastrosa.
Así que a las nueve de la mañana siguiente, Erin iba en un coche, detrás del remolque que llevaba a Cecil. Tenían que ir en coches separados, ya que en la camioneta no cabían los cinco y el coche de Erin no era lo suficientemente potente como para arrastrar el remolque.
El BMW de Charlotte podría haber servido, ero Matt tuvo la suficiente inteligencia como par no sugerirle que los llevara. Charlotte ya estaba suficientemente enfadada y llevar a los gemelos sentados en su carrocería de piel habría sido el remate. Ella tampoco lo había sugerido, aunque Matt sabía que no le gustaba ir en la camioneta.
De ese modo, pensó Charlotte, iría sola con Matt, mientras Erin los seguía en su coche.
Pero a ella no le importaba en absoluto, pensó Erin mientras veía cómo la camioneta tomaba la primera curva. Iban muy rápido, pero le daba igual.
Oyó a los niños atrás, encendió la radio y se puso a cantar una melodía a pleno pulmón.
Los niños estaban locos de contentos de poder ir a la feria de Lassendale. Y ella también. Y ni siquiera Charlotte podía estropear su felicidad. Era difícil decir quién estaba más impresionado, si los niños o Erin.
La feria es un paraíso agrícola. Duraba dos semanas ya había concursos de todo tipo, aunque Matt hubiera ido solo a pasar dos días.
Matt, como participante, tenía pases y le había dado uno a Erin antes de salir. Así que ella aparcó su coche al pie de la montaña que dominaba Lassendale y luego se sumergió entre el gentío con sus dos pequeños acompañantes.
Aquel evento tenía sus orígenes en el siglo XIX y en esos momentos era la feria más grande de toda Australia y se desarrollaba en uno de los parajes más bellos. Sobre el murmullo de la gente, se oía el sonido susurrante del mar lejano.
Erin miró a su alrededor, casi nerviosa por la belleza que la rodeaba.¡Era precioso!.
– No tenemos ninguna prisa- les dijo a los niños. Podemos ver todo con tranquilidad.
Había muchas cosas con las que los niños podían disfrutar: máquinas extrañas, carreras de fantasmas y payasos a los que podías intentar meter pelotas en la boca…
Matt y Charlotte ya habrían llegado con Cecil. El concurso sería una hora después, así que Erin podía entretener a los niños y luego buscar a Matt relajadamente.
Pero…
– Tenemos que ver a Cecil ahora mismo- dijeron los chicos, agarrándola de la mano y iterando de ella.
¿Y si Matt necesita que lo ayudemos?. Cecil tiene que estar impecable. ¿Y si se tira al suelo y se ensucia todo?. Además, queremos ver al jurado. Rápido, Erin.
Esta sonrió. Los niños se sentían totalmente responsables del toro. Ojalá ganara el concurso.
Pero daba igual, si el jurado decidía que el toro no era magnífico, los niños los llamarían idiotas y darían su propio veredicto. A sus ojos, Cecil era el mejor.
Igual que Matt.
No tuvieron que insistir mucho para convencerla y en seguida se encontraron caminando en dirección al pabellón del ganado. Incluso sabiendo que allí estaría también Charlotte…
Cecil tenía un aspecto estupendo.
– Ha nacido para ser un campeón- dijo Matt con orgullo.¿Veis como levanta la cabeza?. Eso no lo hace nunca en casa. Sabe que lo estamos mirando y le gusta pavonearse.
– ¡Por el amor de Dios!- exclamó Charlotte.
Esta había llegado harta de la camioneta de Matt y llevaban, además, una hora sin moverse de allí mientras Matt cepillaba a su preciosos toro. Ella quería salir a ver los caballos, pero no iba porque sabia que de un momento a otro llegarían Erin y los niños y su sexto sentido le aconsejaba quedarse al lado de Matt.
– Hablas con él de una manera…¡pero si parece que hasta crees que es inteligente!
– ¿Estás diciendo que no lo es?.
Pero Charlotte no sonrió. NO estaba de humor.
– Sé que vale una fortuna, pero es solo un toro, Matt.
En ese momento llegaron Erin y los gemelos.
Charlotte, al ver que los niños se acercaban al toro, fue hacia ellos.
– Niños, dejadlo en paz. Matt tiene que llevarlo ya.
– Nosotros también queremos ir.
– Tendremos que esperar una hora o así hasta que los jueces den el veredicto.
– Esperaremos- dijo Henry.
Matt y Erin se miraron extrañados. ¿Estarían planeando algo?. Matt arqueó una ceja, interrogado en silencio a Erin y esta le hizo un gesto, asegurándole que los niños se iban a portar estupendamente.
Y así fue.
Nadie podía acercarse al toro durante el concurso. Solamente sus propietarios podían acompañarlos mientras el jurado inspeccionaba cada animal con gran meticulosidad.
La mayoría de los amigos y familiares se iba a dar una vuelta, pero los niños permanecieron observando todo desde la valla que separaba al público del jurado.
Estaban demasiado lejos para saber lo que ocurría, pero miraban en silencio, como si ellos también estuvieran siendo observados por el jurado. Y así era, en parte, porque ellos habían colaborado para que Cecil tuviera tan buen aspecto.
Cuando los jueces colocaron la cinta azul alrededor del cuello de Cecil, Erin tuvo que hacer un gran esfuerzo para no echarse a llorar.
William sí que lloró, abrazado a ella, mientras que Henry permanecía en pie, silencioso.
– Hemos hecho un buen trabajo- dijo Erin, abrazando a William. Nosotros Y Cecil
Entonces Erin levantó la vista y vio a Matt, alejándose del jurado con Cecil. Matt había sito todo el tiempo consciente de que ellos estaban allí y era evidente lo mucho que le había alegrado el premio, y no solo por la cantidad de dinero que este suponía.
Él sabía lo mucho que los niños deseaban que ganara. Y quería la cinta para ellos y para Erin.
Matt miró a Erin y recordó el gran esfuerzo que habían hecho para llegar con Cecil hasta allí. Pero pensó que había merecido la pena. Erin estaba allí, con un gemelo a cada lado ylos ojos brillantes de felicidad.
Llevaba puesta la ropa que le había comparado Charlotte, unos vaqueros y una camisa de cuadros, y su pelo, normalmente suelto, se lo había recogido en una coleta. No llevaba maquillaje, pero su cara resplandecía de felicidad y él deseaba abrazarla…
Pero no lo hizo. Se conformó con abrazar a los niños y meterlos dentro del recinto mientras Cecil los miraba con aprobación bovina.
– Esto merece ser celebrado- se metió la mano en el bolsillo y sacó un billete que dio a Erin. Compraremos Coca-cola, patatas fritas, algodón dulce y daremos un paseo por El túnel de la muerte.
– Muchas gracias, Matt, pero,¿Podemos hacerlo justo en el orden inverso?-preguntó Erin.
– Claro. Luego los adultos brindaremos con champán- respondió, con una sonrisa que derritió el corazón de Erin.
Pero solo lo hacia por amabilidad, se dijo “No sigas por ahí”, se ordenó a sí misma. “Deja de imaginar cosas”.
– No queremos celebrarlo solos. ¿Por qué no vienes con nosotros?- le sugirió Henry, mirando a su hermano para sentirse más seguro.
– No puedo dejar a Cecil solo.
– Os diré lo que vamos a hacer- dijo Erin. ¿Por qué no vamos y compramos todo lo que queramos y venimos a compartirlo con Matt?
– Gracias, Erin- dijo Matt
– Será un placer- contestó Erin con los ojos brillantes. ¿Quieres que te compremos algo en especial?
– Me tomaría una cerveza.
– Volveremos en seguida- contestó Erin.
Y se marcharon, dejándole con Cecil.
– Es una chica estupenda- le dijo Matt a Cecil, que puso su cabezota contra el pecho de Matt y se frotó contra él como recordándole sus obligaciones.
– Tienes razón, yo ya estoy comprometido con otra mujer.
Charlotte se había ido a ver los caballos y Matt deseó que volviera para enseñarle la cinta de Cecil y compartir con ella su alegría.
O quizá no lo deseara tanto.
Tal vez lo único que le importaba fuera que Erin estuviera a punto de volver para celebrarlo con él.
– ¿Dónde vas a dormir?
Aquello se había convertido en una fiesta. Los gemelos seguían comiendo y Erin había tenido la sensatez de no llevarle solo una cerveza, sino media docena.
Estaban todos festejándolo alrededor del establo de Cecil-
Todos menos Charlotte. Ella no estaba allí, lo que era normal, pensó Matt mientras hablaba con Henry. Por eso la había elegido como esposa. Ella era muy independiente y le dejaría llevar también a él su propia vida…
Aunque era agradable estar rodeado por los niños…y por Erin.
¿Dónde vas a dormir?- le preguntó Henry. Erin dice que nosotros nos quedaremos en un hotel, pero tú no.
– Yo me tengo que quedar aquí.
– ¿Dónde?
– Matt dormirá sobre está paja calentita, al lado de Cecil y de toda esta gente estupenda y sus animales. Mientras, nosotros nos iremos a dormir en una cómoda cama de hotel.
– Nosotros queremos dormir aquí con él- dijo Henry.
– Eso- añadió William.
Erin pensó que sería divertido. Sería mejor que irse al hotel, acostar a los niños y pasar la velada con Charlotte.
– Matt nos ha reservado una habitación en un hotel muy bonito. ¡Tienen piscina y todo!
– Yo prefiero quedarme aquí. No queremos bañarnos en ninguna piscina. El río de Matt nos gusta más.
– Sí, pero no tenemos sacos, y estoy seguro de que Matt ha pagado ya la habitación.
Pero sabía que no iba a poder convencerlos. Además, ella opinaba lo mismo que los niños, aunque también sabía que quedarse a dormir con Matt allí, en el pabellón del ganado, era bastante insensato.
Por otra parte, parecía que las malas noticias viajaban a toda velocidad en las comunidades rurales.
Porque a pesar de que estaban a cientos de Kilómetros de Bay Beach, la mayoría de la gente que estaba allí sabía exactamente quienes eran Erin y los niños y estaban al tanto de lo del incendio. Así que todo el mundo era de lo más amable con ellos.
Un vaquero se acercó a Erin.
– Así que perdieron sus sacos de dormir en ese incendio,¿verdad?
Cuando ella asintió, el hombre se volvió hacia otros vaqueros que iban con él.
– Ya lo habéis oído chicos. Los chicos y esta dama quieren quedarse aquí, así que vamos a hacer una colecta para comprar todo lo que les haga falta- el hombre se quitó el sombrero y metió un billete de veinte dólares.
Lo pasó hacia el resto.
– Luego mi Bert irá al centro a comprar lo que haga falta. En cuanto a la habitación que había reservado Matt, la puede utilizar alguna familia de las que iban a quedarse aquí.
La generosidad de aquellos hombres emocionó a Erin. Y antes de que se diera cuenta, el sombrero estaba lleno de dinero.
Bert regresó media hora después con alfombrillas, sacos de dormir, mosquiteras y almohadas.
También en ese momento regresó Charlotte, que para sorpresa de Erin, estaba encantada con que se fueran a quedar a dormir allí.
– Es estupendo- le dijo a un asombrado Matt, entrelazando posesivamente su brazo con el de él. Como Erin se quedará cuidando al toro, tú podrás venirte conmigo al hotel.
Erin, a pesar de que sabía perfectamente que estaban comprometidos, se puso enferma solo de pensar que iban a pasar la noche juntos.
Y a los gemelos también parecía que les había sentado bastante mal.
– Matt va dormir con nosotros- dijo William.
Y Henry se quedó mirando a Charlotte como si fuera el ser más despreciable que hubiera visto nunca.
– William,. Matt puede irse a dormir con Charlotte si quiere- dijo Erin, a pesar de que estaba de acuerdo con los niños.
– Por supuesto que puede- aseguró Charlotte.
Pero Matt no parecía pensar lo mismo. Él ya sabía de lo que eran capaces los gemelos cuando se enfadaban. Y además, él no podía dejar a Erin cuidando de los niños y de Cecil.
– Yo voy a quedarme a dormir aquí también- le dijo a Charlotte, cuyo rostro se ensombreció de inmediato.
– ¿Qué pasa, que no confías en que pueda cuidar a Cecil?-bromeó Erin.
– Tú ya tienes bastante cuidando de los chicos.
_Lo normal es que tenga que cuidar de cinco pequeños- dijo ella, mirándolo de un modo que habría hipnotizado a cualquier hombre.
– Erin…
– Cariño, no seas estúpido- le dijo Charlotte, todavía agarrada al brazo de él. Matt tuvo que hacer un gran esfuerzo par ano quitársela de encima. Ven conmigo al hotel.
– ¿Es que no sabes lo mucho que vale este toro?-le dijo, utilizando el único argumento que podía entender ella. El dinero.
– Pero Matt…
Erin decidió mediar entre ellos.
– Matt, ¿qué te parece si llevas a Charlotte a cenar mientras nosotros cuidamos de Cecil?. Luego puedes volver y pasarás aquí la noche. Te prometo que hasta entonces, no nos separaremos de tu toro ni un momento. ¿Verdad, chicos?.
– Sí,-dijo William.
– Si de verdad tiene que irse ahora con ella…-añadió Henry.
– Claro que tiene que irse con ella. ¿no es así, Matt?.
El asintió.