8

Charlotte pareció contentarse con cenar con él.

La feria de ganado era el acontecimiento más importante del año en Lassendale, así que el restaurante del hotel donde iba a hospedarse Charlotte el personal se esforzaba para impresionar a la clientela.

El Maitre les dio una de la mejores mesas y luego les tomó nota.

Matt pidió un aperitivo, que consistía en un suflé hecho con queso de cabra.

De primer plato, comieron gambas con salsa picante y, de segundo, tomaron carne.

Al ver la carne, Matt se acordó de Cecil y de Erin y los ámelos, que se había qudado cuidándolo.

Durante toda la cena, apenas había podido concentrarse en la conversación de Charlotte.

– Si te parece, nos saltaremos el postre- dijo entonces Matt. Estoy algo preocupado por Cecil.

En realidad, lo que le parecía mal era estar allí, disfrutando de una cena excelente, mientras Erin estaba cuidando del toro.

– ¡Por el amor de dios!- exclamó Charlotte, divertida.

Cuando ella le agarró la mano, él se encogió ante el contacto de ella. Lo que empezaba a ser preocupante, ya que aquella era la mujer con la que iba a casarse.

– Cariño, epro si Erin está acostumbrada a tratar con animales. TE recuerdo que ya desde pequeña cuidaba de la granja de su padre.

Charlotte siguió hablando y él, mientras tanto, recordó una fuerte sequía que había habido en la región cuando él era un adolescente. Aquella sequía dejó la zona sin apenas pastos y, aunque eso no había supuesto ningún problema para las ricas granjas de su familia o la de Charlotte, había dejado otras en muy mala situación. Como la de los Douglas.

Jack, el padre de Erin, se había resignado a su mala suerte después de la muerte de su mujer, y había sido Erin quien había tenido que sacar adelante a sus siete hermanos.

Lo que la había obligado a dejar los estudios e ir en busca de pastos donde alimentar a los pocos animales que tenían. Así había conseguido salvar la granja de su padre.

También recordaba bien lo mucho que se había enfadado su madre, cuando su padre le había llevado unas cuantas balas de heno a Erin para que pudiera descansar durante un tiempo.

– Si la sequía dura mucho más, acabaremos necesitando ese heno- le había dicho. No puedes apiadarte de todas las pobretonas del distrito…

Entonces Matt se fijó en el rostro encendido de Charlotte y se dio cuenta de que ella seguramente habría opinado igual que su madre.

– Me voy al pabellón- dijo decidido.

– Matt, no seas tonto. Me apetece tomar un postre y luego hay un baile.

– Pero yo tengo ciertas obligaciones- aseguró él.

Justo en ese momento, entró en el restaurante alguien a quien conocía. Bradley Moore. Por supuesto, Bradley iba a los sitios más lujosos y siempre andaba buscando a alguien con quien poder charlar de sus caballos. Entonces se le ocurrió que podía dejar a Charlotte con él.

– Hola, Bradley- le saludó.

¡Matt!

– Bradley, tengo que volver a cuidar de mi toro.¿Por qué no te ocupas de que Charlotte se divierta?.

– Por supuesto- dijo Bradley, encantado.

– Pues entonces os dejo. ¿Vendrás mañana a ver a Cecil en el desfile, Charlottte?

– Quizá- dijo ella, evidentemente enfadada. Dependerá de lo que a Bradley le apetezca hacer.

– Muy bien- dijo Matt, marchándose.

Cuando volvió al pabellón, vio que los vaqueros habían hecho una barbacoa.

– Toma, Matt McKay- le dijo una mujer, dándole un trozo de pastel.

Como no había tomado postre en el hotel, Matt tomó el plato encantado.

– Mira tu familia. Están allí, bailando.

¿Su familia?, pensó Matt. Lo cierto era que oír aquello le agradó.

Cuando se volvió hacia donde provenía la música, vio que un vaquero estaba tocando el violín y otro el arpa de boca. Luego se fijó en que Erin y los gemelos estaban bailando muy animados. Erin se había puesto el vestido que había comprado con Shanni y los vaqueros la sacaban a bailar sin parar. Estaba preciosa.

Sus increíbles ojos azules le brillaban de felicidad y tenía las mejillas encendidas.

Mientras Matt se terminaba el pastel, la contempló extasiado, y le entraron ganas de salir a bailar él también. Pero tenía que encontrar una mujer par poder participar en el baile, ya que solo se admitían parejas.

Así que agarro a la mujer que le había dado la tarta y la arrastró hasta el baile, antes de que ella pudiera protestar.

– Mira, William, ahí está Matt- le dijo Henry a su hermano.

Erin, que estaba junto a ellos, oyó lo que decía el pequeño.

– ¡Matt- lo llamó!

El se fió entonces en que la pareja de ella era un enorme vaquero a quien no conocía, pero que no le gustó a primera vista.

– ¿Dónde está Charlotte?- le gritó Erin.

– La he dejado con Bradley.

Ella soltó una de sus deliciosas carcajadas y el vaquero que estaba bailando con ella la atrajo hacia sí, perdiendo a Matt de vista.

Y no volvió a hablar con ella hasta cinco minutos después, cuando la gente se dispuso en dos hileras y las parejas se iban cruzando en el centro.

– Debes fiarte mucho de ella- le dijo Erin a Matt cuando les tocó cruzarse.

– ¿Y por qué no iba a fiarme?

– Bueno, con el dinero que tienes en el banco, es cierto que o debes preocuparte.-bromeó ella.

Luego Erin volvió al lado de su pareja y Matt se fió en que el vaquero lo estaba mirando fijamente.

Pero no había motivo para ponerse de mal humor solo porque Erin estuviera bailando con otro hombre, se dijo Matt. Así que decidió pasárselo bien y estuvo bailando con varias mujeres hasta que pudo bailar de nuevo con Erin.

Para entonces, los gemelos ya se habían cansado del baile y se habían ido a jugar con otros niños.

De pronto, los músicos empezaron a tocar canciones lentas y Matt se dijo que lo más prudente sería parar, pero Erin parecía muy a gusto. Así que siguieron bailando muy apretados hasta que la música cesó. Entonces, ambos se quedaron mirándose fijamente, todavía agarrados.

Justo en ese momento, regresaron los gemelos.

– Ya es hora de irse a la cama- dijo William.

Seguramente, aquella había sido la primera vez en toda su vida que el niño pedía que lo acostaran voluntariamente. Era evidente que les hacía mucha ilusión dormir en sacos sobre la paja de los corrales.

Finalmente, los dos adultos se soltaron.

– Pues vamos- dijo Matt.

– ¿Cabremos todos con Cecil?- preguntó William.

– Claro, solo tendremos que convencer a Cecil para que nos haga sitio- comentó Erin.

Matt se fijó en que el animal estaba echado justo en mitad del corral.

– Podemos dormir tú con un gemelo a un lado de Cecil y yo con el otro gemelo al otro lado- propuso Matt.

– Pero es que queremos dormir todos juntos- protestó William.

– Y vamos a dormir juntos- contestó Matt- Lo único que en vez de por una almohada, estaremos separados por Cecil.

– Es que Cecil es muy grande y no nos dejará dormir a los dos abrazados a Tigger- dijo Henry.

– No os preocupéis- intervino Erin. Dormiréis juntos. Ahora, poneos el pijama y meteos a los sacos… ¡Venga!

– ¿Y vosotros dónde dormiréis?- preguntó William.

– Matt y yo dormiremos al otro lado- aclaró ella. Uno mirando hacia arriba y el otro mirando hacia abajo para ocupar menos espacio. Así dormía yo con mis hermanos cuando éramos pequeños. Solo que…

Erin se quedó mirándole los pies a Matt e hizo una mueca.

– ¿Qué pasa?- preguntó Matt.

– Que después de andar todo el día junto al ganado y haber estado bailando ahora…será mejor que no te quites las botas. Si hay algo que no soporto, es dormir junto a alguien que le huelen los pies.

Pero ese no fue el mayor problema, sino la falta de espacio. Además, como él le había dejado a ella el lado de la valla, a él le tocaba dormir pegado a Cecil.

Sin embargo, al otro lado, los gemelos tenían espacio más que de sobra. Ambos se habían quedado dormidos, abrazados a Tigger.

Erin trató de dormirse, a pesar de que era consciente de los cerca que estaba Matt.

De pronto, él la llamó.

– ¿Erin?-

– ¿Sí?

Casi todo el mundo se había acostado ya y el pabellón estaba en silencio.

– Cecil está rumiando.

– Bueno, es normal. Es un toro, ¿no?

– Pero es que lo está haciendo al lado de mi oído.

– Pues entonces quítale la comida.

– Es que no está rumiando su comida- aseguró Matt con cierta desesperación. Me parece que está rumiando lo que comió ayer. O por el olor, quizá sea lo de antes de ayer.

– ¿Estás insinuando que a nuestro campeón le huele en aliento?

– Me temo que sí- dijo él en voz demasiado alta, de manera que le chistaron al menos desde seis establos distintos. Y encima me está lamiendo la cara.

– Eso es que te quiere mucho.

– Estupendo.

– ¿Quieres que nos cambiemos de sitio y que me ponga yo junto a Cecil?

– Lo único que pasará entonces será que se echará sobre tus pies para seguir lamiéndome la cara.

– ¿y entonces?

– Pues que voy a darme la vuelta.

Y así lo hizo. Se dio la vuelta y bajó hasta ponerse al mismo nivel que ella. Como además son había espacio para poner dos almohadas, tuvieron que compartir la que estaba usando Erin.

Pero entonces Matt pensó que quizá no hubiera sido tan buena idea. Porque la intimidad que había ido creciendo entre ellos durante la noche se hizo más intensa que nunca.

Ella también debió sentir aquella intimidad, porque, de pronto, subió la cremallera de su saco hasta la barbilla.

– Oye, no creas que estoy tratando de seducirte- bromeó Matt al darse cuenta del gesto de ella, y tratando de quitarle importancia a la situación.

Pero eso sí, si tuviera que elegir entre que me besara Cecil y que lo hicieras tú…

– ¿Prefieres que te beso yo?- al igual que Matt, Erin trató de tomárselo a broma.

Pero cuando, riéndose, se dio la vuelta y se puso de frente a él, descubrió que había cometido un error. La distancia entre ellos era mínima.

Y Matt no podía dejar de mirar los labios de ella.

– Matt, te agradezco mucho todo lo que estás haciendo por los chicos- comentó Erin.

– Espero que Cecil no lo estropee, aplastándolos al darse la vuelta.

Ambos se echaron a reír y Matt no pudo evitar pensar en lo a gusto que estaba con Erin. Mucho más a gusto que con Charlotte. Aunque aquello era ridículo, ya que él solo aspiraba a llevar una vida sencilla y ordenada. Por eso Charlotte era la esposa ideal para él. El trabajaría en la granja mientras ella llevaba la casa y organizaba su vida social.

Eso era a lo que estaba acostumbrado desde pequeño. Así habían vivido sus padres. Y así deseaba vivir él.

Hasta que conoció a aquella mujer que estaba tumbada a su lado. Pero sabía que Erin le causaría problemas. Porque nunca se separaría de los gemelos.

Con Erin, además, la casa y la granja dejarían de ser mundos separados. Al lado de aquella mujer, tendría que acostumbrarse a ver niños y animales juntos por todas partes.

Aunque al ver la preciosas nariz que estaba a pocos centímetros de la suya, solo podía pensar en lo mucho que le apetecía besarla.

– ¿Vas a dejar de mirarme de una vez como si estuvieras hipnotizado?- preguntó ella, burlándose.

¿Sabría ella lo que estaba pensando?

– Matt McKay, eres un hombre muy guapo, pero te recuerdo que estás comprometido. Así que tomaré tu modo de mirarme como un cumplido, pero lo único que quiero de ti es que me dejes suficiente espacio para seguir durmiendo.

– Oye, que yo tampoco quiero que ocurra nada.

– Muy bien. Pues a dormir- dijo ella, dándose la vuelta.

Él también se dio la vuelta, pero en seguida se dio cuenta de que estaba a un palmo del trasero de Cecil.

Y por si fuera poco, el trasero de ella estaba tocándolo el de él. Así que lo de dormirse iba a ser tarea imposible.

¿Y Erin?. Ella tampoco conseguía conciliar el sueño, teniéndolo a él tan cerca-.

“¡Pero si a mí no me gusta Matt”, se dijo.

Pero lo cierto era que nunca había dormido al lado de un hombre tan increíble como él. Lo que tampoco era decir mucho. Porque los hombres no solían acercarse demasiado a ella, ya que sabían lo mucho que le gustaban los niños. Comprometerse con ella, supondría estar siempre rodeados de chavales.

Pero en cualquier caso, Matt era un hombre maravilloso. Y encantador. Tan encantador, que se daría la vuelta y le…

“¡Basta!”, si dijo. “A dormir”.

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