CAPÍTULO 19

Brady estaba furioso con Sheba.

– No quiero que metas las narices en esto.

– Sólo quiero que te tranquilices un poco. Vamos dentro.

Él subió las escaleras y abrió de un tirón la puerta metálica. Estaba demasiado alterado para prestar atención a los lujosos muebles que hacían de la RV de Sheba la caravana más ostentosa del circo.

– ¡Es una ladrona! ¡Mi hija es una puta ladrona! Permitió que se culpase a Daisy. -Apartó a un lado un juego de pesas y se dejó caer sobre el sofá, donde se pasó la mano por el pelo.

Sheba cogió una botella de Jack Daniel's del armario de la cocina y llenó dos vasos. Ninguno de los dos era bebedor y Brady se sorprendió cuando ella vació el contenido de uno de los vasos antes de pasarle el otro. Cuando se acercó a él la bata se le ciñó a las caderas, haciendo que Brady se olvidara de su enfado, aunque sólo fuera por un momento.

Sheba tenía la habilidad de nublarle la mente. No era algo que le gustara y había luchado contra ello desde el principio. Era engreída, terca y lo volvía loco. Era de esas mujeres que tenían que estar al mando en cualquier situación, un control que él nunca cedería a una mujer por mucho que lo atrajera. Y no había ninguna duda de que Sheba Quest lo atraía. Era la mujer más excitante que había conocido nunca. Y la que más lo irritaba.

Sheba le dio el vaso de whisky y se sentó a su lado. Al hacerlo se le abrió la bata dejando al descubierto un muslo. Era vigoroso y esbelto y Brady sabía, tras haberla observado trabajar con los trapecistas, lo tonificado que estaba. En la RV se encontraba todo el equipo que ella utilizaba para mantenerse en forma. Había instalado una barra de ejercicios sobre la puerta del dormitorio. En la esquina había un banco de entrenamiento con un surtido de pesas de mano.

Sheba se reclinó sobre los almohadones del sofá y cerró los ojos. Arrugó la cara, casi como si fuera a echarse a llorar, algo que nunca le había visto hacer.

– ¿Sheba? -Ella abrió los ojos. -¿Qué te pasa?

La mujer apoyó un tobillo en la rodilla opuesta adoptando una postura típicamente masculina. Era tan descarada que Brady no entendía cómo podía parecer a la vez tan femenina.

Vislumbró un retazo de seda púrpura entre las piernas de Sheba y encontró un blanco para su furia.

– ¡Por qué no te sientas como una señora en vez de como una vulgar mujerzuela!

– No soy tu hija, Brady. Me sentaré como me dé la gana.

Brady nunca le había pegado a una mujer en su vida, pero en ese momento supo que le estallaría la cabeza si no la provocaba. Con un movimiento tan rápido que ella no lo vio llegar, la agarró de la bata y la puso en pie de golpe.

– Te la estás buscando, nena.

– Por desgracia, tú no eres lo suficiente hombre para darme lo que quiero.

Brady no pudo recordar ninguna otra ocasión en la que se sintiera tan furioso y Sheba se convirtió en el blanco de todas las emociones que estaban a punto de explotar en su interior.

– ¿Me estás provocando, Sheba? ¿Es que no tienes a mano a nadie mejor que yo? Soy el hijo de un carnicero de Brooklyn, ¿recuerdas?

– Lo que eres, es un bastardo deslenguado. Lo insultaba a propósito. Era como si ella misma quisiera que la lastimara, y el estaba dispuesto a complacerla. Le abrió la bata y se la arrancó de un tirón.

Sheba se quedó desnuda salvo por unas provocativas bragas de seda color púrpura. Tenía los pechos grandes y los pezones oscuros del tamaño de una moneda de medio dólar. Ya no tenía el vientre plano y sus caderas eran más redondeadas de lo que deberían ser. Era voluptuosa y madura en toda la extensión de la palabra, y Brady nunca había deseado tanto a una mujer.

Ella no hizo ningún intento por cubrirse, sino que le sostuvo la mirada con un descaro tal que le dejó sin aliento. Sheba arqueó la espalda y colocó la pierna izquierda delante de la derecha con un movimiento elegante. Luego plantó la mano sobre la cadera. Sus pechos se balancearon ante Brady y éste perdió el control. -Que te jodan. Ella siguió provocándole.

– Eso intento, Brady. Eso intento.

Intentó cogerla, pero olvidó lo veloz que era. Sheba se alejó con rapidez, con el pelo rojo flotando a su espalda y los pechos rebotando. Brady se abalanzó tras ella, pero se le volvió a escurrir entre los dedos. Sheba se rio, pero no fue un sonido agradable.

– ¿Estas mayor para esto, Brady?

Iba a domesticarla, no importaba lo que tuviera que hacer. Impondría su voluntad sobre esa mujer.

– No tienes ni la más mínima oportunidad -se burló él.

– Ya veremos. -Sheba le arrojó una de las pesas, que cayó rodando al suelo como si fuera un bolo.

A pesar de la sorpresa, él la esquivó con facilidad. Vio un destello de desafío en los ojos de Sheba y cómo le brillaban los pechos por el sudor. El juego había comenzado.

Brady hizo una finta a la izquierda y luego se volvió a la derecha. Por un momento, la tomó por sorpresa, pero cuando él le rozó el brazo con los dedos, ella dio un salto y se colgó de la barra de ejercicios que había en el dintel de la puerta.

Con un grito triunfal, Sheba comenzó a balancearse, hacia delante y atrás. Arqueó la espalda y encogió las piernas, usándolas para golpearlo. Sus pechos se movían como una invitación y aquellas diminutas bragas púrpuras se deslizaron a un lado, revelando el vello rojizo que cubrían. Brady nunca había visto nada más hermoso que Sheba Cardoza Quest, la reina de la pista central, actuando para él en esa representación privada.

Aquello sólo tenía una salida posible. Brady se quitó la camiseta y los zapatos. Ella siguió meciéndose mientras observaba cómo él se quitaba los pantalones cortos. A Brady no le gustaba llevar ropa interior y estaba desnudo debajo de ellos.

Los ojos de la mujer escrutaron cada centímetro de su cuerpo; Brady sabía que ella apreciaba lo que veía.

Cuando se acercó, Sheba le dio una patada, pero él la sujetó por los tobillos.

– Bueno, a ver qué tenemos aquí. Le separó lentamente las piernas formando un arco. -Eres un demonio, Brady Pepper.

– Ya deberías saberlo. -Le recorrió las corvas con los labios y siguió explorando, ascendiendo por el músculo del interior del muslo. Cuando alcanzó el retazo de seda púrpura, se detuvo un momento para mirarla a los ojos, luego inclinó la cabeza y la mordisqueó a través de la delicada tela.

Ella gimió y apoyó los muslos en sus hombros. Él aferró las nalgas de Sheba con las palmas de las manos y continuó con su húmeda caricia. Sheba cambió de posición y se soltó de la barra. Brady profundizó la presión de su boca mientras ella cabalgaba sobre sus hombros y se apretaba contra él.

La mujer echó la cabeza hacia atrás mientras la llevaba por el pasillo hacia la enorme cama de la parte trasera. Se dejaron caer sobre ella. Sheba perdió el control cuando Brady le quitó las bragas y hundió los dedos en su interior mientras se recreaba en sus pechos.

Sheba se retorció para colocarse encima y montarle, pero él se lo impidió.

– Aquí mando yo.

– ¿De verdad crees eso?

– Por supuesto que lo creo. -La puso boca abajo, luego la colocó de rodillas para poder penetrarla desde atrás, pero se dio cuenta de que no podía tomarla de ese modo. No quería negarse a sí mismo el placer de observar la arrogante cara de Sheba cuando se hundiera en ella.

Antes de que pudiera hacer nada, ella emitió un gruñido que se convirtió en un gemido. Con un poderoso movimiento, Sheba se volvió y pasó la pierna por encima de la cabeza de Brady para quedarse boca arriba. Él pudo sentir un deseo tan poderoso como el suyo.

El pecho de Sheba subía y bajaba agitadamente.

– No vas a doblegarme.

– Quizá no quiera.

Aquellas palabras los tomaron a los dos por sorpresa y, por un momento, no dijeron nada más.

Sheba se humedeció los labios.

– Bien. Porque no podrías hacerlo. -Extendió las manos hacia él y agarró los poderosos brazos de Brady para atraerlo hacia ella. Eso lo colocó en la posición dominante pero, como era ella quien lo había dispuesto así, él no se sintió tan dominante como quería y la castigó con un envite profundo y duro.

Sheba respondió alzando las caderas para recibirlo y su gutural susurro resonó en los oídos de Brady.

– Ya puedes tomártelo con calma, bastardo, o te mataré.

Él se rio.

– Eres desquiciante, Sheba Quest. Realmente desquiciante.

Ella cerró el puño y lo golpeó en la espalda. Se desató una batalla por el poder y, por un mudo acuerdo, se decidió que el primero que alcanzara el éxtasis sería el perdedor. Una trapecista y un equilibrista; la flexibilidad de sus cuerpos otorgaba infinitas posibilidades a su manera de hacer el amor. Celebraban la necesidad de conquistar, pero cada castigo erótico que se infligían el uno al otro también se lo infligían a sí mismos. Esto los obligó a utilizar sus afiladas lenguas como armas de batalla. Ella dijo:

– Sólo me acuesto contigo para que no lastimes a Heather.

– Ha sido lo único que se me ha ocurrido para que te tranquilizaras.

– Mentirosa. Necesitabas un semental. Todos saben cuánto necesita a sus sementales la pequeña Sheba.

– No eres un semental. Sólo un caso de caridad.

– ¿Es Alex el único al que quieres como semental? Lástima que él no te quiera a ti.

– Te odio.

Y así siguieron, hiriéndose y castigándose hasta que, de repente, dejaron de decirse aquellas crueles palabras. Se unieron, escalando juntos hasta la cima y, en un momento arrebatador, se olvidaron de todo.

Después Sheba intentó salir apresuradamente de la cama, pero Brady no la dejó.

– Quédate aquí, nena. Sólo un momento.

Por una vez, la dueña del circo contuvo su afilada lengua y se giró en los brazos de Brady. Los mechones de su pelo rojizo se esparcieron como cintas relucientes sobre el pecho masculino.

– Daisy será ahora una heroína. -Brady sintió cómo se estremecía al decirlo.

– Se lo merece.

– La odio. Le odio.

– No tiene nada que ver contigo.

– ¡No es verdad! No sabes nada. Las cosas iban bien cuando todos pensaban que Daisy era una ladrona. Pero ahora no. Ahora Alex pensará que ha ganado.

– Olvídalo, nena. Simplemente olvídalo.

– No me das miedo -le dijo desafiante.

– Lo sé. Lo sé.

– No me da miedo nada.

Él la besó en la sien pero no la llamó mentirosa. Sabía que Sheba tenía miedo. Por alguna razón, la reina de la pista central ya no se reconocía a sí misma y eso la asustaba muchísimo.


Alex se quedó mirando el oscuro escaparate de la tienda de postales de Hallmark. Tres puertas más abajo brillaban las luces de una pequeña pizzería mientras, junto a ellos, parpadeaba el letrero de neón de una tintorería cerrada. Hacía mucho tiempo que había dejado de pensar en el robo de Daisy, pero lo cierto era que nunca había creído que fuera inocente. Tenía que asumir la terrible injusticia que había cometido con ella.

¿Por qué no la había creído? Siempre se había enorgullecido de ser imparcial, pero había estado tan seguro de que la desesperación de Daisy la había conducido a robar el dinero que no le había ofrecido el beneficio de la duda. Debería haber sabido que el fuerte código moral de su esposa jamás le permitiría robar.

Ella se removió inquieta a su lado.

– ¿Podemos irnos ya?

Daisy no había querido acompañarlo a dar un paseo nocturno por la alameda desierta, cerca de donde se había instalado el recinto del circo, pero Alex no estaba preparado para volver a los estrechos confines de la caravana y había insistido en ello. Dio la espalda al despliegue de postales y figuras de ángeles y sintió la tensión y la mirada preocupada de Daisy.

Los rizos negros enmarcaban las mejillas de su esposa y su boca parecía tierna y delicada. Sintió temor ante aquella dulce cabeza hueca que poseía una voluntad tan firme como la suya. Le rozó la mejilla con el pulgar.

– ¿Por qué no me contaste que lo hizo Heather? -Podemos hablar de eso más tarde -dijo Daisy mirando impacientemente hacia la carretera y alejándose de él de nuevo.

– ¡Espera! -la cogió suavemente por los hombros y ella se removió como un niño impaciente.

– ¡Suéltame! Nunca deberías haber dejado que Brady se la llevara así. ¿Has visto lo enfadado que estaba? Si le hace daño…

– Espero que le caliente el trasero.

– ¿Cómo puedes decir eso? Sólo tiene dieciséis años y ha sido un verano horrible para ella.

– Tampoco ha sido demasiado bueno para ti. ¿Cómo puedes defenderla después de lo que te hizo?

– Eso no importa. La experiencia me curtió, algo que ciertamente necesitaba. ¿Por qué has dejado que se la llevara estando tan enfadado? Prácticamente le has dado permiso para que le dé una zurra. No esperaba eso de ti, Alex, de verdad. ¡Ahora!, por favor, te lo ruego. Volvamos y deja que me asegure de que está bien.

«Te lo ruego.» Daisy repetía eso todo el tiempo. Las mismas palabras que habían envenenado el espíritu de Sheba Quest dos años antes, cuando le había implorado que la amase, salían de la boca de Daisy continuamente. Por la mañana, con el cepillo de dientes en la boca le gritaba: «¡Café! ¡Por favor, te lo ruego!» La noche anterior le había susurrado suave y tímidamente al oído: «Hazme el amor, Alex. Te lo ruego.» Como si tuviese que rogárselo.

Pero implorar no amenazaba el orgullo de Daisy. Era sólo su manera de expresarse y, si en algún momento fuera lo suficientemente tonto para sugerirle que suplicar podía ser humillante, Daisy le lanzaría esa mirada compasiva que él había llegado a conocer tan bien y le diría que dejara de ser tan estirado.

Alex le acarició el labio inferior con el índice.

– ¿Te haces una idea de lo mucho que lo siento?

Daisy se removió con impaciencia bajo el roce de su mano.

– ¡Ya te he perdonado! ¡Ahora, vámonos!

Alex quiso besarla y sacudirla al mismo tiempo.

– ¿No lo entiendes? Por culpa de Heather todo el circo pensó que eras una ladrona. Ni siquiera yo te creí.

– Eso es porque eres pesimista por naturaleza. Ahora, basta ya, Alex. Entiendo que te remuerda la conciencia, pero tendrás que dejarlo para otro momento. Si Brady…

– No hará nada. Está cabreado, pero no le pondrá un dedo encima.

– ¿Cómo puedes estar seguro?

– Brady grita mucho, pero no es violento, en especial con su hija.

– Siempre hay una primera vez.

– Le oí hablando con Sheba un poco antes de que saliéramos. Ella protegerá a Heather como una leona a sus cachorros.

– Que Heather vaya a ser protegida por Lizzie Borden no me tranquiliza -dijo Daisy mencionando a una famosa parricida.

– Sheba no es cruel con todo el mundo.

– Me odia.

– Habría odiado a cualquiera que se hubiera casado conmigo.

– Tal vez. Pero no de la manera que me odia a mí. Al principio no era tan malo, pero ahora…

– Era más fácil cuando te odiaba todo el mundo. -Le frotó el hombro. -Siento que te hayas visto envuelta en esta batalla que tiene Sheba con su orgullo. Siempre ha poseído talento, incluso de niña, y por ese motivo han sido demasiado indulgentes con ella. Su padre la hacía trabajar duro, pero también alimentó su ego, y Sheba creció pensando que era perfecta. No puede aceptar que tiene debilidades como todo el mundo, así que siempre les echa la culpa de todo a los demás.

– Supongo que no es fácil enfrentarse a tus propios defectos.

– Oh, no. No comiences a sentir pena por ella. No bajes la guardia, ¿me oyes?

– Pero yo no le he hecho nada.

– Te has casado conmigo.

Daisy frunció el ceño.

– ¿Qué fue lo que sucedió entre vosotros?

– Ella creía que estaba enamorada de mí. Pero no lo estaba, sólo amaba mi linaje, aunque todavía no se ha dado cuenta. Tuvimos una escena muy desagradable y perdió los nervios. Cualquier otra mujer lo habría olvidado, pero Sheba no. Es demasiado arrogante para pensar que es culpa suya, por lo tanto la culpa es mía. Nuestro matrimonio fue un enorme golpe para su orgullo, pero mientras estuviste en desgracia, resultó llevadero para ella. No sé cómo reaccionará ahora.

– Mal, supongo.

– Sheba y yo nos conocemos bastante bien. Podía vivir con el pasado mientras me veía como un ser desgraciado, pero ahora no. Querrá castigarme por ser feliz y sólo tengo una debilidad. -La miró.

– ¿Yo? ¿Yo soy tu debilidad?

– Si te hace daño a ti, me lo hace a mí. Por eso quiero que tengas cuidado.

– Me parece una pérdida de tiempo malgastar toda esa energía intentando convencer a todo el mundo de que uno es mejor que nadie. No puedo comprenderlo.

– Claro que no puedes. Te encanta señalar tus defectos a todo aquel que quiera escucharte.

Daisy debió encontrar divertida la exasperación de Alex porque sonrió.

– De cualquier manera acabarían descubriéndolos por sí solos en cuanto pasaran el tiempo suficiente conmigo. Sólo les evito el esfuerzo.

– Lo único que descubrirían es que eres una de las personas más decentes que conozco.

Una expresión muy parecida a la culpa asomó en el rostro de Daisy, aunque Alex no podía imaginar de que se sentía culpable. De repente, la joven volvió a mostrar su preocupación.

– ¿Estás seguro de que a Heather no le pasará nada?

– No he dicho eso. Te aseguro que Brady la castigará.

– Dado que soy la persona agraviada, debería decidir yo el castigo.

– Brady no lo verá de ese modo, y Sheba tampoco.

– ¡Sheba! ¡Qué hipócrita! Le encantaba creer que yo era una ladrona. ¿Cómo puede castigar a Heather por concederle su más anhelado deseo?

– Sheba estaba encantada porque pensaba que era verdad. Pero tiene un fuerte sentido de la justicia. Las gentes del circo llevan una vida itinerante y no hay nada que odien más que a un ladrón. Cuando Heather cometió el robo y mintió, violó todo en lo que Sheba cree.

– Aun así, creo que es una hipócrita y no harás que cambie de idea. Si no haces algo con respecto a Brady, lo haré yo.

– No, tú no harás nada.

Daisy abrió la boca para discutir con él, pero antes de que pudiera emitir una palabra, Alex se inclinó y la besó. La joven resistió dos segundos intentando demostrar que no era una chica fácil, pero enseguida se rindió.

Santo Dios, a Alex le encantaba besarla, le encantaba sentir cómo se fusionaba con él, la presión suave de sus pechos. ¿Qué había hecho para merecer a esa mujer? Era su ángel personal.

Lo atravesó una oleada de frustración porque ella no exigía la venganza que merecía. Pero vengarse no formaba parte de la naturaleza de Daisy, por eso era tan vulnerable.

Se apartó ligeramente para hablar y tuvo que obligarse a decir aquellas palabras tan inusuales en él.

– Lo siento, cariño. Siento no haberte creído.

– No importa -repuso ella.

Alex supo lo que ella quería decir y sintió como si su corazón explotara.

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