Lily estaba sentada en una esquina del ascensor, con las piernas estiradas, cruzadas a la altura de los tobillos. Miró a Brian, que se había acomodado en la otra esquina y tenía los ojos clavados en sus piernas. Alzó la vista y se dio cuenta de que lo había sorprendido mirándola.
– Tienes unas piernas muy bonitas -dijo. Lily tiró de la falda, bajándolas justo hasta las rodillas.
– ¿Cuánto tiempo van a tardar en sacarnos? -murmuró.
– Sólo llevamos quince minutos -contestó Brian al tiempo que miraba la hora-. Pero espero que no tarden mucho. Más vale. Tengo que llegar a los estudios de televisión.
– Puede que el destino esté intercediendo… para que no divulgues ese reportaje.
– O puede que el ascensor necesite una revisión técnica.
No debería estar hablando con él, pensó Lily. Después de todo lo que le había dicho afuera, era un poco hipócrita actuar como si nada hubiera pasado sólo por el hecho de estar atrapados. Había puesto fin a la relación y le iba a tocar volver a hacerlo.
– Tengo hambre -murmuró-. No he cenado.
Brian sacó del bolsillo una caja de caramelos de menta.
– Esto es todo lo que tengo.
– ¿Crees que nos tendrán encerrados mucho tiempo? -volvió a preguntar Lily.
– El vigilante de seguridad ha dicho que el técnico tardará una hora en venir. Podíamos aprovechar el tiempo -Brian sonrió-. ¿Jugamos a las preguntas de nuevo?
– De acuerdo -se resignó Lily-. Dos cada uno.
– Empiezas tú.
– ¿De verdad vas a lanzar el reportaje esta noche o sólo me lo has dicho para ver como reaccionaba?
– Voy a lanzarlo… si consigo salir a tiempo. Me toca. ¿De verdad vas a acabar con lo nuestro o sólo me lo has dicho para ver cómo reaccionaba?
– Hablaba en serio -contestó Lily. Luego se quedó un rato pensando antes de formular la siguiente pregunta-. ¿Te arrepientes de algo?
– De algunas cosas, sí -Brian asintió con la cabeza.
– No me vale. Tienes que decir de qué cosas.
– Me arrepiento de no haberte hecho el amor nunca como de verdad quería -contesto-. ¿Y tú?, ¿te arrepientes de algo?
Lily dudó. Estaban diciendo la verdad. ¿Por que no ser sincera?
– Estaba pensando que nunca te he visto… desnudo -respondió.
– Eso tiene remedio -Brian empezó a desabrocharse la camisa y Lily comprendió que la sinceridad no había sido la opción más prudente.
– Ni se te ocurra.
– ¿Por que no? Ya que estamos encerrados, por lo menos pongámonos cómodos -Brian se quitó los zapatos y los calcetines. Lily pensó que la estaba provocando, que se detendría ahí. Pero luego siguió desabrochándose la camisa.
Se la abrió, dejando al descubierto sus pectorales, cubiertos por una mata de vello que bajaba desde la clavícula hasta más allá de la cintura. Lyly sintió un picor en los dedos, ansiosa por tocarlo. Aunque el corazón se le había acelerado, trató de aparentar calma, como si estuviese acostumbrada a ver hombres desnudos.
Brian se levantó, empezó a desabrocharse el cinturón. Cuando terminó, lo agitó con un brazo y se lo lanzó a la cara.
– Así me gusta -dijo Lily-. Ahora mira a la cámara.
– ¿Que cámara?
– La de seguridad -Lily apuntó hacia el cristal que había sobre el panel de botones-. Pueden ver todo lo que haces.
Brian sacó una navaja multiusos del bolsillo, desatornilló la cámara. Luego la metió dentro de un calcetín.
– Estamos a solas -dijo Brian un instante antes de que sonara el teléfono.
– Así que a solas -Lily rió.
– Sí, está aquí -dijo él tras contestar. Luego le pasó el móvil a Lily-. Es el vigilante.
– Señorita Gallagher, ¿está bien? La cámara de seguridad no funciona.
– Estoy bien -contestó ella. Los ojos se desorbitaron al ver que Brian se despojaba de la camisa y la tiraba al suelo-. Pero sáquenos pronto.
– Tardaremos un par de horas -contestó vigilante-. ¿Seguro que está bien? Si hace falta llamo a los bomberos. Podrían forzar la puerta y…
– No, no hace falta -interrumpió Lily, pensando de repente que quizá le apetecía quedarse. Colgó y le devolvió el móvil a Brian-. Tenemos dos horas por delante.
– En dos horas podemos hacer muchas cosas -Brian estiró una mano-. Venga. No pienso quitarme la ropa. Podemos bailar. Hay música -dijo al tiempo que la ayudaba a levantarse-. Empezamos bailando, ¿recuerdas?
Claro que se acordaba. Se acordaba perfectamente de lo bien que se había sentido entre sus brazos aquella primera vez, de cómo el baile había sido el preludio del acto de seducción más atrevido de su vida. Brian la apretó contra el pecho y, nada más hacerlo, Lily supo que había cometido un error. Se quedó sin respiración y, de pronto, la cabeza le daba vueltas y las piernas se le habían aflojado.
Apoyó una mano sobre su hombro y se movieron al compás del hilo musical del ascensor. Aunque solo hacía tres semanas que se conocían, había momentos en que tenía la sensación de que lo conocía desde siempre. Se sentía cómoda en sus brazos, como si aquel lugar le perteneciera. Lily dejó caer la cabeza sobre su hombro. Si pudieran quedarse allí eternamente, solos en el ascensor, todo estaría bien.
La música no terminaba nunca, de modo que siguieron bailando. Brian fue deslizando las manos por su cuerpo, despertando algo nuevo con cada caricia. Era inútil luchar contra el deseo. Tenían dos horas por delante. Si no se entregaba en ese momento, acabaría sucumbiendo luego.
Pero esa vez dejaría que Brian marcase el ritmo. Quería que fuese él quien llevara la iniciativa y estaba segura de que, si lo hacía, le regalaría una noche inolvidable… aunque fuese en un ascensor.
Mientras bailaban, Brian le quitó con cuidado la chaqueta y la tiró al suelo junto a su camisa. La balada que sonaba no era lo más apropiado para un espectáculo de striptease, pero los encuentros íntimos con Lily nunca habían sido convencionales. Prenda a prenda, terminaron de desnudarse, tomándose tiempo para explorar cada centímetro de piel recién expuesta.
Lily se sintió vulnerable cuando le quitó las bragas. Hasta entonces, habían llegado al sexo impulsados por el deseo. Pero esa vez era distinta: aunque quería la pasión, también anhelaba el contacto, la proximidad, tocarle el alma a ser posible.
Brian la apretó contra el pecho y la besó.
– No puedo creerme que estemos haciendo esto -murmuró ella sin aliento.
– ¿Bailar desnudos en un ascensor? Tampoco es tan extraño -la pinchó Brian.
– ¿Lo habías hecho antes?
– No -reconoció el-. Ni había hecho el amor en una limusina nunca. Ni visto un espectáculo de fuegos artificiales desde un tejado. Ni bebido champán del ombligo de una mujer.
– Eso no lo hemos hecho.
– Entonces supongo que queda pendiente para más adelante.
Lily suspiró. ¿Por qué tenía que ser tan romántico?, ¿por qué no podía ser reservado, egocéntrico y distraído como cualquier otro hombre? No había ido a Boston en busca del hombre perfecto. Sólo había querido una aventura de una noche. Y ahí estaba Brian, haciéndola sentir todas esas cosas que no quería sentir, haciéndola creer en el amor.
Le puso una mano debajo de la barbilla y le levantó la cara para que lo mirase a los ojos. Y volvió a besarla, con dulzura al principio, luego con más convicción. Un instante después, la chispa del deseo había estallado y se estaban devorando los labios fogosamente. Siempre había sido así entre ellos: primero, delicadeza, luego pasión desbordada.
Lily gimió mientras Brian trazaba un reguero de besos del cuello a sus pechos. Le lamió un pezón hasta tenerlo erecto y fue a por el otro pecho, Lyly echó la cabeza hacia atrás y disfrutó del temblor que estremecía su cuerpo. Pero Brian no se detuvo en los senos. Bajo hacia la cintura, y todavía siguió descendiendo para hacerle el amor con la lengua.
Lily sintió una sacudida y, por un momento, las rodillas se le aflojaron. No podía pensar, no podía hablar, no podía seguir de pie, pero era consciente de todas las sensaciones que la invadían. Brian siempre había sabido darle placer.
Pero esa vez estaba yendo despacio, acercándola al abismo poco a poco. Lily jadeaba con dificultad, apoyada contra la puerta fría y metálica del ascensor. Abrió los ojos y lo vio sacar un preservativo de la cartera.
Aunque no hubiese podido protegerse, Lily habría sido incapaz de resistirse. En aquel instante necesitaba sentirlo dentro, necesitaba el calor, la erección, la capitulación definitiva. Necesitaba asegurarse de que lo que sentía era de verdad. Brian le entregó el preservativo tras sacarlo del paquete y la dejó que lo enfundara. Mientras lo desenrollaba a lo largo del miembro, Brian cerró los ojos y suspiró.
Cuando volvió a abrirlos, Lily observó una mirada en sus ojos que la volvió a estremecer.
Brian la deseaba y nada se interpondría en su camino. La levantó en brazos, poniéndole las piernas alrededor de la cintura, y luego la empujó contra una pared del ascensor.
– No tienes que pedir permiso -murmuró ella al ver que Brian esperaba unos segundos-. Lo deseo tanto como tú.
Palpó su húmeda entrada y luego, muy despacio, la penetró. La sensación de tenerlo dentro era más de lo que podía soportar. Ni siquiera en la limusina había sentido un placer tan intenso. Lily gruñó y se movió hasta que le tocó el punto más erógeno.
Brian se movía a un ritmo lento, pero Lily estaba tan cerca del precipicio que con cada arremetida corría el riesgo de caer. Murmuró su nombre, pero no supo si Brian la había oído. Le acarició el pelo, volvió a buscar sus labios. Lo besó con desesperación y, entonces, de repente, sintió una tensión entre las piernas que la convulsionó de pies a cabeza. Una marea de placer la inundó y, un segundo después, Brian se unió a ella, empujando una última vez con las fuerzas que le quedaban.
No entendía cómo podía seguir de pie, sujetándola, pero todavía alcanzó a besarla de nuevo antes de posarla en el suelo. Luego, mirándola a los ojos, dijo:
– Estoy enamorado de ti.
– No digas eso -Lily le puso un dedo en los labios.
– Tengo que hacerlo. Es lo único que sé con seguridad ahora mismo. Eso y que no quiero que esto acabe. No espero que tú sientas lo mismo, pero quería que lo supieras.
Se quedaron en silencio y, por un momento, le entraron ganas de confesar que le correspondía. ¡Seria tan fácil decirle que lo quería! Pero ya había pronunciado antes esas palabras y al final se le habían vuelto en contra y había salido herida.
– Todo tiene que terminar en algún momento -murmuró Lily.
Fue el momento de dejarse caer al suelo del ascensor y sentarse sobra las prendas desperdigadas. Lily se acurrucó contra el cuerpo desnudo de Brian, el cual le acarició un brazo en un gesto conmovedoramente posesivo. Después agarró su camisa y la cubrió para que no se resfriara.
Permanecieron en silencio, ensimismados en sus pensamientos. Lily no sabía qué decirle. Estaba confundida. Quizá sí que lo amaba y no se había dado cuenta. O quizá quería amarlo, pero va no era capaz de confiar. O podía ser que sólo fuera sexo y nada más.
¿Cómo podía estar segura de si lo quería?.¿Había hablado Brian en serio o había sido una reacción a lo que acababan de compartir? La cabeza no paraba de darle vueltas. Lily cerró los ojos en busca de alguna respuesta, de cualquier respuesta.
De pronto, el ascensor se movió, dio un tirón y se puso en marcha. Miro hacia las luces que había encima de las puertas y advirtió que estaban bajando. Pegó un gritito y corrió a recoger la ropa. Brian le acercó la blusa y la falda, pero Lily tuvo que guardarse la ropa interior en el bolso.
Entonces, horror, el ascensor se paró y se abrió en el vestíbulo. Se encontraron cara a cara frente al técnico de mantenimiento, que los miró con la mandíbula desencajada.
– Están bien, Barney -le gritó a un compañero.
Brian, totalmente desnudo todavía, sonrió y se giró un poco para cubrir el cuerpo de Lily.
– Estamos mejor solos -dijo al tiempo que pulsaba el botón de cerrar las puertas.
– Bueno, al final llegarás a tiempo para lanzar el reportaje esta noche -dijo ella mientras se abotonaba la blusa a todo correr-. Si te das prisa, llegarás a la tele con tiempo de sobra.
– No.
– Pero creía que…
– Sólo lo dije para ver cómo reaccionabas. Todavía no estoy preparado -dijo y volvió a besarla-. Recuerda lo que te he dicho, Lily. Piensa en ello. Estaríamos muy bien juntos.
Un aluvión de periodistas se había reunido junto a la obra. Brian reconoció furgonetas de otros tres canales de Boston y miró por la ventana mientras sus colegas charlaban entre sí. Era el día señalado para poner la primera piedra del proyecto portuario. Aunque no era un hecho tan destacado, las redacciones andaban escasas de noticias y habían decidido darle cobertura a aquel acto simbólico.
Habían pasado tres días desde la última vez que había visto a Lily, la tarde que se habían quedado atrapados en el ascensor. Después de lo que había ocurrido, estaba más seguro que nunca de que estaban hechos el uno para el otro. Pero convencer a Lily parecía imposible.
Maldijo a los hombres que la habían vuelto tan desconfiada. Aunque nunca le había hablado de su pasado, era evidente que le habían hecho daño, y más de una vez. Por otra parte, él ya le había confesado lo que sentía, de modo que todo estaba en manos de Lily.
– ¿A qué hora se supone que empieza? – preguntó Brian.
– A las tres en punto -contestó Taneesha-. ¿Por qué estamos aquí? Creía que ya tenías montado el reportaje.
– No estoy satisfecho del todo -contestó él-. Falta algo.
– ¡Anda! -exclamó Bob al volante-. ¿Y esto?
Brian miro por la ventana y vio una cola de vehículos entrar en la zona de la obra. Cuando se pararon, bajaron cinco o seis personas de cada coche, cada una con una bolsa de basura y una pancarta.
– Una manifestación -Brian sonrió-. Igual merece la pena cubrirla.
– ¿Quiénes son? -preguntó Taneesha-. ¿Qué hacen con las bolsas?
– Son pescadores y trabajadores del muelle -Brian reconoció una mata de pelo canosa-. ¡Si está mi padre! Preparaos, puede ser interesante -añadió al tiempo que salía de la furgoneta.
Brian se abrió hueco entre las pancartas de los manifestantes, todas con mensajes de rechazo al proyecto de Patterson. Alcanzó a su padre justo cuando Seamus Quinn estaba arengando a un grupo de trabajadores del muelle.
– ¡Papá!
– ¡Hola, chaval! ¿Has venido para sacarnos en la tele? Asegúrate de sacar mi perfil bueno – dijo Seamus, sonriente. Luego agarró el brazo de un hombre-. Deberías hablar con Eddie. Trabajó en un barco pesquero por aquí. el Maggie Belle. Un viejo amigo.
– ¿Qué hay en las bolsas de basura? -preguntó Brian tras intercambiar saludos con Eddie.
– No te preocupes.
– No hagas ninguna tontería, ¿de acuerdo? – le advirtió su hijo-. No tengo tiempo para ir a la comisaría a sacarte de la cárcel.
La multitud empezó a gritar y Brian se giró hacia dos limusinas negras que iban levantando polvo por la carretera. Los periodistas se apiñaron para recoger la salida de Richard Patterson. Pero Brian esperaba a otra persona. Lily se apeó de la segunda limusina y frunció el ceño ante el bullicio de los manifestantes y periodistas.
Brian sintió una ligera presión el pecho. No le gustaba como empezaban las cosas. Los manifestantes parecían un poco exaltados y los periodistas estaban más interesados en ellos que en Patterson. Trató de entablar contacto visual con Lily. pero esta se había pegado a su jefe y le susurraba algo al oído. Luego se dirigieron a la pequeña plataforma que habían instalado en el embarcadero.
– ¡Arriba el puerto! -empegó a corear la multitud-. ¡Abajo el proyecto Wellston!
Lily se obligó a sonreír mientras se situaba frente al micrófono. Pero, al ir a presentar a Patterson, se desencadenó la batalla. Algo voló sobre la multitud y cayó en la plataforma. En seguida, empezaron a lanzarse más objetos contra Patterson. Sólo entonces advirtió Brian que le estaban tirando peces muertos y, a juzgar por el olor, podridos desde hacía unos días.
– Vuelve a la furgoneta -le gritó a Bob-. Taneesha, sigue grabando.
Brian se abrió paso entre los manifestantes mientras estos invadían la plataforma. Los periodistas se retrasaron por miedo a recibir el golpe de algún pescado. Richard Patterson ya había desaparecido tras un muro de guardaespaldas, pero había dejado a Lily sola, para que se defendiera como pudiese.
– Ven -le dijo cuando llegó a ella. que todavía intentaba aplacar los ánimos de la multitud-. Tienes que salir de aquí.
– ¡No!
Brian maldijo, se agachó y la levantó en brazos. Sin darle tiempo para reaccionar, enfiló hacia la furgoneta, donde Bob los esperaba con la puerta abierta.
– ¡Bájame! -exigió Lily, pataleando-. ¡Puedo controlar la situación!
– Ni loca -contestó Brian.
– ¡Brian, suéltala! -gritó Seamus antes de que alcanzaran la furgoneta-. No te hagas el héroe. Ya sabes lo que pasa.
Brian no hizo caso a su padre ni al pescado que le golpeó en un hombro. Otro pescado aterrizó un segundo sobre la cabeza de Lily.
– ¿Se puede saber qué haces? -exclamó ella una vez dentro de la furgoneta.
– Salvarte el pellejo.
– No pienso dejar que me intimiden -replicó Lily-. Si de verdad quieres ayudarme, ¿por qué no has llamado a la policía para que dispersen la manifestación?
– No había tiempo.
– Seguro que te lo estás pasando bomba – contestó ella-. Para ti será un notición.
– ¿Crees que quería rescatarte? -preguntó Brian irritado-. Antes me pondría un ancla en el cuello y me tiraría al fondo del mar. Ahora tengo que casarme contigo.
– ¿Qué? -preguntó anonadada Lily.
– La maldición -Brian se mesó el cabello-. Te he salvado la vida, se acabó. Ya no hay marcha atrás.
– No digas tonterías. No me has salvado la vida. Nadie se muere porque le caiga un pescado podrido.
– Bueno, pero te he salvado de una situación peligrosa. Más de una vez. Cinco o seis si llevo bien la cuenta.
– ¿Y por eso tengo que casarme contigo? Estás loco.
– No depende de ti ni de mí -contestó él-. Es la maldición de los Quinn. Ya está decidido.
– Eh… -Bob carraspeo-. ¿Queréis que os deje solos?
– Aunque no me parece tan mala idea – continuó Brian sin hacer caso al conductor-. No negarás que hay algo entre nosotros. Y algo más que una mera atracción sexual.
– Te equivocas. Y sabes que estás equivocado -Lily negó con la cabeza-. A ti lo que te gusta es la conquista. Vas detrás de mí igual que vas detrás de una noticia. Pero una vez me conquistes, te fijarás en otra mujer, cualquier mujer más guapa o más interesante, alguien que consiga retener tu atención más tiempo que yo.
– No es verdad.
– Si, definitivamente, os dejos solos -Bob abrió la furgoneta.
– ¡No! -gritó Lily-. Soy yo la que se va – añadió justo antes de escabullirse y saltar fuera para echar a correr entre los manifestantes hacia la segunda limusina.
Brian la miró, dispuesto a acudir en su ayuda si alguien intentaba detenerla. Pero los manifestantes parecían darse por contentos con haber saboteado el acto y se limitaron a lanzarle insultos. Nada más entrar en la limusina, el conductor arrancó, pisando a fondo el acelerador.
– ¿Acallas de pedirle que se case contigo? – preguntó Bob.
– No -contestó Brian.
– ¿Estás seguro?
– Le he dicho que me iba a casar con ella – matizó-. No se lo he pedido. Hay una diferencia.
– Ha sido un desastre -dijo Lily-. Pescados podridos por todas partes. Ha salido en todos los medios. Y en la página nueve del Herald había uno foto de mi trasero.
Lily agarró el periódico mientras paseaba arriba y abajo por el despacho. Tras el espantoso acto del día anterior, había tenido que improvisar para lavar la imagen corporativa. Había emitido un comunicado a la prensa en el que destacaba la firme convicción de Patterson sobre el derecho de los pescadores a manifestarse, aunque continuaba decidido a seguir adelante con el proyecto Wellston. Había respondido las preguntas de numerosos periodistas y había analizado el tratamiento que los medios de comunicación habían dado a lo que había sucedido.
– No será tan horrible -contestó Emma-. Siempre tiendes a exagerar cuando estás disgustada.
– Me levantó en brazos y me sacó de la plataforma -murmuró Lily.
– ¿Patterson?
– No, Brian Quinn. Fue… humillante. El Herald sacó una foto y ha salido en todas partes. Dos canales grabaron la escena y la van a poner… y no sólo en informativos. En programas de humor -rezongó Lily-. Pero eso no es lo peor.
– ¿Todavía hay algo peor?
– Creo que quizá me ha pedido que me case con él. No estoy segura. O sea, no fue una declaración convencional. Me plantó en la furgoneta y me dijo que teníamos que casarnos.
– A ese tío le falta un tornillo. Primero te agarra como un cavernícola y luego te pide que te cases con el. Lily, ¿me puedes explicar qué ves en un hombre así?
– En realidad no es así -contestó Lily-. Normalmente es muy dulce y considerado. Pero también es peligroso. Y divertido… Y es inteligente, muy inteligente.
– Suena a que estás enamorada.
– Lo que estoy es confundida… y puede que un poco enamorada.
– ¿Sólo un poco?
– Sí -reconoció Lily-. O quizá esté enamorada de la idea de estar enamorada. Ha sido una relación tan intensa. No creía que pudiese ser tan apasionada. Pero mi parte racional me dice que eso se apagará con el tiempo y entonces descubriré que no estoy enamorada. O puede que no se apague, pero sea él el que descubra que no esta…
– No le des tantas vueltas -atajó Emma-. ¿Estas o no estás enamorada?
– Ya he escrito mi carta de dimisión -dijo Lyly, obviando la pregunta de su amiga-. Aquí ya no me respetarán. Me he convertido en una diana para hacer chistes.
– Lily, no te precipites. No reacciones impulsivamente. ¿No es lo que siempre les dices a tus clientes? Tómate algo de tiempo, espera a ver cómo se desarrollan las cosas. Quizá no sea tan terrible como piensas.
– Te aseguro que la fotografía de mi trasero es espantosa -contestó Lily tras mirar el periódico un segundo-. Si quieres venir a Boston, creo que puedo convencer a Patterson para que siga contando con DeLay Scoville. Y, de ese modo, quizá salve mi trabajo en la agencia. Si no, tendré que abrir la prestigiosa empresa de Relaciones Públicas Gallagher y llevaré una dieta de sándwiches de crema de cacahuete.
Golpearon con suavidad a la puerta y Marie asomo la cabeza.
– El señor Patterson quiere hablar contigo – susurró preocupada la ayudante.
– Gracias, Marie -Lily animó a la chica con una sonrisa. Luego devolvió la atención a Emma-. Tengo que colgar. Reunión con el jefe. Deséame suerte.
– No la necesitas. Ya verás cómo todo sale bien.
Lily se despidió. Luego se levantó y echo un último vistazo al despacho. Ya había reunido los pocos objetos personales que había llevado y los había metido en una bolsa, por si acaso. Pero, mientras salía del despacho, se sentía curiosamente tranquila.
Era como,si todo formase parte de un plan cósmico. Según Brian, habían estado destinados a estar juntos desde que sus vidas se habían cruzado. Pero no era más que una fantasía. Era demasiado sincera como para engañarse.
– Señorita Gallagher, ¿va todo bien? -le preguntó Marie.
– No creo. Pero no te preocupes. No es culpa tuya.
Lily fue al ascensor y esperó a que llegara. Pero nada más entrar, comprendió que debía haber subido por las escaleras. No pudo evitar recordar el rato que había pasado atrapada allí dentro con Brian. ¿Cómo podía haber accedido a hacer el amor en un ascensor?
Pero, cuando las puertas se abrieron, pareció como si se hubiera quedado paralizada. Se acordó de lo que Brian le había dicho. Todavía no podía creérselo. ¿De verdad la quería o sólo se había declarado llevado por la pasión del momento?
Salió por fin y la señora Wilburn la recibió con frialdad, sin molestarse en ofrecerle un café ni sonreír. La cara de Patterson tampoco era amigable. Nunca la habían despedido antes, pero toda vez que había aceptado su destino, se sentía tranquila.
– Señorita Gallagher, siéntese, por favor.
– Prefiero quedarme de pie -contestó ella-. Dígame.
– Está bien -Patterson asintió con la cabeza.- No vamos a seguir necesitando sus servicios. Después de la fotografía del periódico, no creo que la puedan seguir tomando en serio. Y tengo la sensación de que su relación con Brian Quinn no está jugando a mi favor. He llamado a su jefe y le he dicho que puede quedarse con la mitad del cheque por los adelantos. Me ha pedido que le diga que espera verla mañana por la mañana en su despacho.
– Señor Patterson, sé que no he sido muy eficiente, pero DeLay Scoville puede ayudarlo de todos modos. Tenemos una plantilla muy cualificada. Si nos da la oportunidad, puedo recomendarle a otra asesora especializada en relaciones públicas.
– No hace falta. Ya me he puesto en contacto con una empresa de Nueva York.
Ante eso. Lily comprendió que sería inútil seguir discutiendo. Patterson ya había tomado una decisión.
– De acuerdo. Recogeré mis cosas. Pero me gustaría poder decirle a Marie que sigue trabajando aquí.
– Puede hacerlo -dijo él.
– Gracias -Lily se giro, salió y bajó las escaleras hacia su despacho. Hizo una pausa en el rellano y tomó aire-. No ha ido tan mal. Supongo que a todos nos despiden alguna vez en la vida.
Ya sólo le quedaba averiguar si podría conservar el trabajo en la agencia. De no ser así, se le abría un mundo nuevo de posibilidades.