Lily estaba sentada en su despacho de Inversiones Patterson, mirando el horizonte por la ventana. Se levantó de la mesa y se fijó en tráfico que congestionaba las calles abajo. Aunque Boston era una ciudad bonita, no era Chicago. Suspiró. Sólo llevaba fuera de casa tres días y ya sentía nostalgia.
Tras romper con Daniel, había tomado algunas decisiones importantes. Había visto una casa vieja en Chicago y, sin pensárselo dos veces, se la había comprado. Había sido un primer paso hacia la independencia. Desde que había salido de la residencia de estudiantes en la universidad, había vivido de alquiler, a la espera de que el hombre ideal apareciera, se casaran y compraran una casa juntos.
Pero, de pronto, tenía una hipoteca que pagar ella sola y una casa vieja que necesitaba un tejado nuevo. Conseguir un ascenso de puesto y un aumento de sueldo la ayudarían a pagar las facturas. Si hacía un buen trabajo con Richard Patterson, Don DeLay tendría que reconocerle su valía.
La casa no había sido el único cambio. Una vez más, pensó en Brian Quinn. Su pequeña aventura también había formado parte del plan… Lina parte de la que cada vez se arrepentía más.
Se apartó de la ventana. ¿Por qué no podía quitarse a Brian Quinn de la cabeza? Sí, había sido una noche de sexo del bueno, de acuerdo. Increíble incluso. Pero tenía que creer que lo realmente especial había sido la espontaneidad con que había actuado. No estaba acostumbrada a hacer el amor en el asiento trasero de una limusina.
Después de lo que había pasado, se había quedado satisfecha con el resultado. Había obtenido justo lo que quería… en un principio. Pero luego no había dejado de rememorar aquel acto apasionado. En ningún momento había imaginado que tendría tantas ganas de volver a verlo.
Se sobresaltó al oír que llamaban a la puerta. Lily respiró profundamente. Estaba muy tensa. ¿Sería un efecto secundario de aquel arrebato lascivo?
– ¿Sí?
– El señor Patterson quiere verla, señorita Gallagher -la informó Marie, la ayudante que le habían asignado, tras asomar la cabeza por la puerta-. En su despacho.
– Gracias, Marie.
Lily se alisó la falda, sujetó el cuaderno entre el brazo y el costado, salió de su despacho y recorrió el pasillo hasta el ascensor. Una vez dentro, se apoyó contra la pared y miro cómo iban cambiando los números de las plantas. Así era como las mujeres normales se volvían desvergonzadas, musitó. Sólo podía pensar en sexo, sexo y más sexo. Si hubiese habido algún hombre atractivo en el ascensor, a saber qué habría ocurrido.
– Necesito un hobby -dijo-. Algo para distraerme. Cerámica o kickboxing. Podría apuntarme a clases de canto. Siempre he querido aprender a cantar… Y no estaría mal si dejara de hablar conmigo misma -añadió al ver la cámara de seguridad situada en una esquina del ascensor.
Las puertas se abrieron y Lily avanzó a paso ligero hasta el final del pasillo. La secretaria de Richard Patterson se levantó al verla llegar.
– Hola, señorita Gallagher. ¿Quiere que le traiga algo?
– Un café si es tan amable, señora Wilburn -contestó Lily-. Con leche, una cucharada de azúcar -precisó antes de llamar a la puerta, empujarla y entrar.
Richard Patterson la recibió tras una mesa imponente, impecablemente organizada. Apuntó hacia una silla.
– Buenos días, Lily. Supongo que la señora Wilburn te ayudó ayer a instalarte.
– Sí. Tengo despacho, una ayudante y he conocido a algunos de sus hombres de confianza -Lily hizo una pausa-. Parece que el departamento de relaciones públicas lo está haciendo muy bien. Así que sigo sin entender para qué me necesita
Patterson se apoyó contra el asiento y se cruzó de brazos.
– Hay una operación en marcha que puede generar un poco de revuelo y necesito a alguien con experiencia para manejar la situación cuando estalle. Alguien de fuera, objetivo, para que nos guíe.
– ¿Qué clase de operación? -preguntó Lily, advirtiendo la tensión del rostro de Patterson.
– Estoy trabajando en un proyecto de desarrollo en el puerto.
– El proyecto Wellston -dijo ella.
– Como sabes, sacar adelante un proyecto inmobiliario de esta magnitud puede resultar casi imposible. Hay un sinfín de trámites y papeleos y, si no llevo el asunto de forma expeditiva, se puede generar cierta inseguridad entre los inversores y perdería el proyecto. Estaba a punto de renunciar a él cuando se me ocurrió una forma de llevarlo a cabo.
– ;Y? -preguntó Lily, disimulando el malestar que empezaba a sentir-. ¿O quizá debería no preguntar?
– Creo que es mejor que lo sepas todo. Digamos que, si infrinjo la ley o no, depende de la interpretación que se haga de dichas leyes. Tuvimos que hacer algunas cosas que no eran totalmente éticas. Y algunos medios de comunicación están detrás de mí desde que conseguí el contrato para mi primer centro comercial. Si los detalles de esta operación salen a la luz, mis inversores se retirarán y acabaré en la ruina. Inversiones Patterson quebrará y dejará sin trabajo a centenares de personas. Vi cómo llevaste el caso de soborno para la adjudicación aquella de Chicago. ¿Puedes hacer lo mismo con nosotros?
Lily maldijo para sus adentros. Aunque era experta en crisis con los medios de comunicación, siempre era mucho más fácil cuando el cliente no había infringido la ley. Un escándalo sexual era un juego de niños en comparación con un posible juicio y condenas de cárcel. Si podía elegir entre moralidad y legalidad, los problemas morales eran mucho más manejables.
– Debes saber tres cosas -dijo Lily-. Primero, no violaré ninguna ley por ti. Segundo, no voy a mentir por ti. Puede que sea ambigua con la verdad, puede que me niegue a responder a algunas preguntas, pero no mentiré.
– ¿Y tercero?
– Si acepto el trabajo, tendrás que seguir mi consejo. Harás exactamente lo que te asesore. No estoy segura de que pueda evitar que se desencadene un desastre, pero sí puedo poner todo mi empeño en hacer que sus problemas parezcan menos… noticiables.
– De acuerdo -Patterson agarró un expediente del centro de la mesa-. El primer tipo al que tienes que neutralizar es Brian Quinn.
– ¿Brian Quinn? -Lily se quedó atónita-. ¿De que lo conoce?
– Lleva seis meses metiendo las narices en mis negocios. Es un buen periodista de investigación y cree que, si me saca algún trapo sucio, conseguirá un reportaje que dispare la audiencia de su canal. Hay que frenarlo como sea – explicó Patterson. Lily agarro el expediente, lo hojeó-. He contratado a un detective privado para que lo investigue. Encontrarás mucha información. Tiene fama de mujeriego. Su padre lleva un pub en Southie. Quizá podamos utilizarlo como arma, crearle algún problema si le falta alguna licencia. El año pasado acusaron al padre de asesinato.
– ¿Asesinato!
– Está todo en el expediente. El detective lleva siguiéndolo un mes. Debería enviarme otro informe uno de estos días. Está escarbando en su pasado. Ya he pedido que te manden algunos artículos y cintas de sus reportajes. Familiarízate con él, quiero encontrar estrategias para contrarrestarlo. No necesitas pedir mi aprobación para nada. Sólo asegúrate de llevar a cabo el encargo -Patterson se levantó, poniendo fin a la reunión.
– En seguida me pongo con ello -dijo Lily mientras se ponía de pie.
Salió del despacho al tiempo que la señora Wilburn entraba con su café. Lily se encogió de hombros, pidiéndole disculpas, y siguió andando. Cuando llegó a su despacho, cerró la puerta y respiró profundamente. La cabeza le daba vueltas y sentía un nudo en el pecho y el estómago.
El informe del expediente se extendía hasta llenar diez páginas. Lily le echó un vistazo, asombrada por lo detallado que era. Volvió a la primera página y se fijó en la fecha. Databa de dos semanas antes de su encuentro con Brian Quinn en la limusina.
Maldijo para sus adentros. Pero el detective había seguido vigilando los movimientos de Brian Quinn después de aquel informe. En ese momento, podía estar redactando un informe sobre su cita. No le habría costado encontrar el nombre de ella en la lista de invitados. Lily frunció el ceño. Pero Brian decía que se había colado. Dadas las circunstancias, Lily no pudo evitar pensar que había ido a la fiesta para sacar algo de información sobre Richard Patterson.
– No tiene vergüenza.
De pronto, se quedó pensativa. ¿Habría sabido desde el principio quién era ella? Lily sacudió la cabeza. Habría tenido que ser el mejor periodista de investigación del mundo para saber que había ido a la ciudad, no digamos para saber la razón por la que estaba allí.
Lily agarró el listín telefónico, lo abrió. Tenía muchas preguntas sin respuesta y estaba segura de que no la iban a dejar descansar. Cuando encontró el número y la dirección del canal WBTN, la apuntó en un papel. Luego respiró hondo, Tendría que ir con mucho cuidado. No podía plantarse en los estudios de televisión y hacerle frente directamente. Tenía que conseguir llevarlo a un terreno neutral.
– Podía llamarlo y pedirle una cita -murmuró mientras descolgaba el auricular. Pero eso suponía reconocer que sentía por él algo más que el capricho pasajero de una noche-. No, tiene que haber otra forma.
Lily había diseñado estrategias para clientes multimillonarios. Tendría que ser capaz de encontrar la manera de abordar a Brian Quinn. Pero, ¿por qué quería verlo en realidad? ¿Para averiguar lo que sabía sobre los tejemanejes de Richard Patterson?, ¿o para convencerlo para que no siguiera adelante con esa historia? Gruñó. La razón por la que necesitaba verlo tal vez fuese más personal que profesional.
Se le ocurrió una idea y marcó el número del canal.
– Me gustaría hablar con Brian Quinn -dijo cuando descolgó la recepcionista, tratando de forzar la voz para que sonase más profunda, mayor.
– Un momento, le pongo.
Se oyó el pitido de otro teléfono y contesto una mujer.
– Sala de prensa -dijo.
– Con Brian Quinn, por favor.
– ¿Le importa decirme de qué se trata?
– Quiero hablar con él sobre Richard Patterson -dijo Lily-. Tengo cierta información que podría interesarle -añadió y la dejaron a la espera unos segundos.
– Brian Quinn.
El corazón se le aceleró al oír su voz, tan suave y profunda.
– ¿Señor Quinn?
– ¿Quién habla?
– Mi nombre es lo de menos. Tengo algo que le puede interesar… sobre Richard Patterson. ¿Podemos quedar en algún sitio?
– De acuerdo -contestó él tras pensárselo unos segundos-. Hay un local en Southie. El Pub de Quinn.
– ¿Pub de Quinn?
– Es de mi padre. Allí podremos hablar. Confíe en mí. ¿Como la reconoceré?
– Yo lo reconoceré a usted. Hoy a las tres de la tarde -dijo Lily-. No falte -añadió y colgó acto seguido. Respiró profundo. El pub de su padre seguía sin ser terreno neutral, pero, si hubiese protestado demasiado, Brian podría haber sospechado algo. El Pub de Quinn era un lugar tan bueno como cualquier otro para hacerle frente.
Pero, ¿qué le diría? Lily se frotó la cabeza, tratando de borrar la confusión que ofuscaba su cerebro. Fuera lo que fuera, tendría que asegurarse de dejarle claro cuál era su posición. No iba a meterse en el asiento trasero del coche más cercano y repetir lo que habían compartido en la limusina la otra noche. Sería educada y le recomendaría que se mantuviera alejado de Richard Patterson. No prestaría atención a su increíble cuerpo ni a su sonrisa, ni al modo en que la miraba, como si sólo quisiera arrancarle la ropa y devorarla.
– Puedo hacerlo -murmuró Lily-. No sólo es un trabajo. Es una aventura.
Brian aparcó frente al pub a las tres menos cinco. Salió del coche y miró de un lado a otro de la calle por si su contacto lo esperaba afuera.
Sabía que era una mujer, nada más.
Como periodista de investigación, había pasado muchísimas horas localizando personas que podían estar dispuestas a confesarlo todo, convenciendo a ex secretarias, vecinos cotillas y hasta parientes para que delataran a quienes consideraban culpables de algún tipo de irregularidad. Sospechaba que esa mujer sería una empleada, una ex novia si tenía suerte.
Subió las escaleras de dos en dos y empujó la puerta. Por suerte, el pub estaba casi vacío. Un par de clientes habituales jugaba a las cartas con Seamus en un extremo de la barra. Y una pareja comía en una de las mesas. Aunque el pub funcionaba muy bien, ya había pasado la hora punta de comer y quedaba mucho para la hora feliz.
– Hola, papá -lo saludó Brian. Seamus soltó las cartas, pero su hijo levantó una mano-. Ya me sirvo yo.
Pasó al otro lado de la barra, sacó una botella de agua de la nevera y luego se sentó a esperar en una banqueta. Ni siquiera tenía la certeza de que la mujer fuese a aparecer. Muchos de sus contactos acababan dando marcha atrás en el último momento, preocupados por su seguridad si llegaban a hacer algún comentario. Pero Brian había aprendido a tener paciencia. Una buena historia solía llevar su tiempo.
Brian se giró al oír que se abría la puerta, pero era su hermano Sean. Este lo saludó con la cabeza y se sentó en un taburete a su lado.
– Hola, Brian.
– Sean -murmuró aquel.
– Esperaba encontrarte aquí -Sean se llevó una mano al bolsillo y sacó un trozo de papel. Se lo entregó a Brian-. Ahí tienes.
– ¿Qué es esto?
– Lily Gallagher. Se aloja en el hotel Eliot. Habitación 312.
– No te he pedido que la encontraras -dijo Brian y le devolvió el papel.
– No hacía falta. Ya que vais a casaros, pensé que querrías saber dónde estaba.
– Maldita sea, no voy a casarme con ella – Brian se puso de pie.
– Eso dices, pero yo lo tengo claro -Sean se encogió de hombros. Agarró el papel, pero, en el último segundo, Brian se lo arrebató. Sonrió-. Lo sabía.
– ¿Has venido por alguna razón o sólo para atormentarme?
Sean metió la mano en otro bolsillo de la chaqueta y sacó un fajo de papeles:
– Una lista con los nombres de las personas que han dejado de trabajar para Patterson en el último año. Me lo pediste hace unas semanas, ¿recuerdas?
– ¡Vaya! No pensé que pudieras conseguirlo tan rápidamente -dijo Brian, olvidada la irritación de instantes antes.
– Hay diecisiete nombres. Secretarias, subdirectores de departamento y un tipo de contabilidad.
– Gracias, hermano. Te debo una.
– Te mandaré la factura -clip Sean sonriente mientras se levantaba-. Tengo que irme. Nos vemos.
Brian miró a su hermano caminar hacía la puerta. La abrió, se paró y vaciló, amagando hacia la izquierda y la derecha, para esquivar a un cliente que entraba. Por fin se esquivaron y la mujer se quedó mirando a Sean boquiabierta.
– ¿Lily? -preguntó Brian, desconcertado. Se levantó de la silla, parpadeó convencido de que estaba teniendo una alucinación. Pero era ella. Lily Gallagher estaba en el Pub de Quinn. ¿Qué diablos hacía allí? ¿Le había hablado del pub?, ¿había ido a buscarlo?
Suspiró. Estaba preciosa. Con el pelo castaño hacia atrás, recogido en un moño detrás de la nuca. Llevaba un traje de negocios conservador que ocultaba sus formas, pero volvió a dejarlo sin respiración, como la primera vez que la había visto con aquel vestido dorado.
Lily cerró la boca al verlo. Luego frunció el ceño y miró de nuevo hacia la puerta.
– Mi hermano gemelo, Sean -explicó Brian mientras se acercaba a ella-. La gente dice que nos parecemos, pero yo no lo veo. ¿Qué haces aquí? No esperaba volver a verte.
Lily cruzó los brazos y miró a cualquier parte menos los ojos de Brian.
– Teníamos una cita. A las tres en punto.
– ¿Eres mi contacto? -Brian frunció el ceño-. ¿Cómo es posible?
– Trabajo para Richard Patterson -dijo ella con calma, casi con frialdad.
– Me tomas el pelo, ¿no?
– Soy asesora en relaciones públicas. Y me ha contratado para protegerlo de gente como tú.
No pudo evitar soltar una risotada. Tal como lo decía, parecía que fuese un delincuente.
– ¿Gente como yo?
– Periodistas. Así que aléjate de él o lo lamentarás -le advirtió. De pronto, pareció enfurecer-. Todo esto es por tu culpa. Si no hubieses puesto esas estúpidas reglas cuando nos conocimos, nada de esto habría pasado. Habríamos sabido quiénes éramos y habríamos podido evitar… nunca habríamos dado esa vuelta turística por Boston.
– Trabajas para Richard Patterson -dijo Brian-. ¿Y qué? Lo único que me haría arrepentirme de lo que pasó en la limusina es que me dijeras que eres la mujer de Richard Patterson.
– Tengo que irme -contestó ella-. Solo quería decirte que voy a hacer todo lo posible por proteger sus intereses. Es mi trabajo y soy muy buena -añadió, se dio media vuelta y enfiló hacia la puerta.
Pero Brian no estaba dispuesto a dejarla irse. La alcanzó en un par de zancadas y le agarró la mano. Nada más tocarla, notó que no se sentía tan fuerte como aparentaba.
– Un momento -Brian la detuvo-. No puedes irte así. Tenemos que hablar.
– No… no tenemos nada de que hablar – dijo ella tras tragar saliva. Luego se soltó la mano-. Tú sabes mi posición y yo sé la tuya. Es todo lo que hace falta… saber -finalizo con voz temblorosa, afectada por la mirada intensa de Brian.
– Actúas como si no hubiera nada más entre nosotros. Y sabes que no es verdad.
– No hay nada entre nosotros -contestó Lily.
Después abrió la puerta y bajó los escalones.
Por un momento, Brian pensó en dejarla ir. Pero se negaba a aceptar que aquella pudiese ser la última vez que se verían. Echó una carrerita y se situó delante de ella, bloqueándole el paso.
– Así que sólo me utilizaste para pasar un buen rato -le dijo-. No pensé que fueras tan calculadora.
– Yo no te he utili… -Lily cerró la boca, pero sus ojos reflejaban el torbellino de emociones confusas que estaba conteniendo: rabia, frustración, dudas e inseguridad. Y, por detrás de todo, una atracción innegable.
– Sé que sentiste algo, Lily -dijo él suavizando la voz al tiempo que le agarraba la mano de nuevo-. Yo estaba contigo. Puede que al principio sólo fuese sexo, pero al final fue algo más.
Era agradable volver a tocarla, pensó Brian.
De hecho, le estaba costando horrores no estrecharla entre los brazos y acabar con esa estúpida discusión con un beso.
– No mezcles las cosas -dijo ella con un ligero quiebro en la voz-. Lo de esa noche fue un error y esto es un tema aparte.
– Bueno, entonces acordemos que los dos vamos a hacer nuestro trabajo lo mejor que podamos. Yo seguiré detrás de Patterson y tú intentarás impedírmelo. Por mí no hay problema. Que gane el mejor.
– Fue sexo -murmuró Lily.
– Eso quisieras. Intentas convencerte de que sólo me utilizaste, sólo querías pasar un rato agradable y marcharte. Pero no me vas a engañar. Te vi, Lily. Te sentí. Y ahora mismo, mientras me miras, te estás preguntando qué podrías hacer para que volviera a ocurrir.
– ¡Basta! -gritó Lily-, ¡Me voy!, ¡me voy ahora mismo y no quiero volver a verte!
Fue a cruzar la calle, pero estaba tan enojada, que no se fijó en el tráfico. Brian la sujetó justo antes de poner el pie en la calzada. Le dio un tirón hacia atrás y un coche le pasó casi rozando.
– Lily, cuidado. No puedes lanzarte a la calle…
– ¡Suéltame!
Frustrado, le agarró el otro brazo, la aplastó contra el pecho y la besó con fuerza. Al principio se resistió, pero cuando Brian redujo la presión, Lily se aflojó. Un gemido débil escapó de sus labios, plantó las manos en su torso y las entrelazó detrás del cuello. Brian había olvidado lo embriagadora que era, cuánto le costaba pensar en cuanto sus lenguas entraban en contacto.
Había besado a muchas mujeres y se consideraba muy diestro. Pero, con Lily, besar era algo más que el primer paso de la seducción. Había una especie de comunicación silenciosa, la oportunidad de compartir algo íntimo que nunca había compartido con ninguna mujer.
Tras besarla a conciencia, se retiró y esperó a la reacción de Lily. No tuvo que esperar mucho. Sus mejillas estaban encendidas de deseo y le estaba clavando la mirada en la boca, con los labios hinchados por el beso.
– Puedes pasarte el día entero besándome y no conseguirás que cambie de opinión.
Brian rió. Sus palabras no sonaron tanto a amenaza como a invitación.
– Por ahí vamos mejor. ¿Quieres que empiece a besarte aquí mismo o buscamos un sitio más cómodo? -contestó y ella enarcó una ceja irritada.
– Debes de ser el hombre más creído y egoísta que he conocido en la vida.
– Pero tampoco has conocido a ningún hombre que te bese como yo.
Lily apretó los dientes, se dio la vuelta y cruzó la calle hacia un taxi. Brian la siguió con la mirada, negó con la cabeza y se dirigió hacia su coche. Tras despedirse de ella la primera noche en la limusina, había creído que no volvería a verla. Pero esa vez tenía la certeza de que, antes o después, volverían a encontrarse. Y, cuando eso ocurriera, estaba seguro de que sería una experiencia interesante.
Lily soltó el maletín sobre el sofá y se descalzó. Eran cerca de las siete y se había pasado el día en el despacho, repasando todos los artículos que se habían publicado sobre Richard Patterson en el último año. Había echado un vistazo a numerosas revistas de negocios hasta hacerse una idea de qué periódicos estaban de su parte y dónde tenía enemigos. Se había reunido con el equipo de abogados para que la asesoraran en ese terreno. Y había diseñado una estrategia para controlar cualquier escándalo que pudiera explotar.
Estaba segura de que Brian Quinn iba a ir por ellos con todas sus fuerzas. Por lo que había podido ver, era tenaz y paciente cuando estaba detrás de una historia jugosa. Y, en el fondo, no podía culparlo. Desde que había comenzado a ejercer como relaciones públicas, ella era la primera que había puesto sus cinco sentidos en alcanzar sus objetivos.
Y nunca había dudado de su capacidad. Pero, de repente, se preguntaba si no se habría tirado donde más cubría sin chaleco salvavidas. Si los negocios de Richard Patterson resultaban tan turbios como se temía, le costaría impedir que le explotara algún escándalo. Y un cliente insatisfecho podía ser muy peligroso. Además, tenía que enfrentarse a un periodista perseverante que tenía la capacidad de arrebatarle el juicio con un simple beso.
– Limítate a hacer tu trabajo -se dijo mientras se desplomaba sobre el sofá. Se echó la mano a la nuca y se quitó la horquilla del moño para que el cabello le cayera suelto con libertad.
Brian ya había sacado por televisión las protestas contra el proyecto Wellston en el puerto y era obvio que tenía a Patterson entre ceja y ceja. Quinn era más peligroso que los grupos locales que se oponían al proyecto. Podía llegar a miles de telespectadores en una sola noche e influir en las decisiones de las personas con poder.
Se sentía casi impotente. Le había mostrado su debilidad la tarde del pub y, si era buen periodista, la explotaría en su beneficio a la menor oportunidad. Gruñó y se frotó las sienes, tratando de despejar la cabeza. Con ese encargo, más que con ningún otro, tenía que desconectar al salir del despacho y disfrutar del tiempo libre.
Pero una cosa era decirlo y otra distinta conseguirlo. En Boston no tenía amigos, de modo que no le quedaba más remedio que pasarse día y noche pensando en el trabajo. Ya había roto la promesa de ponerse a dieta. Lily agarró las chocolatinas que había comprado en una máquina expendedora y se metió una en la boca. Empezaría el régimen al día siguiente.
Llamaron a la puerta y se levantó como un resorte. Todavía no había pedido la cena. ¿Quien sería? Al abrir la puerta se encontró con Brian Quinn. Llevaba un ramo de flores y una sonrisa luminosa embellecía su cara. El corazón le dio un vuelco.
– Hola -lo saludó él, mirándola a los labios.
Lily hizo ademán de cerrar, pero Brian empujó la puerta con suavidad.
– ¿Qué haces aquí? -pregunto ella-. ¿Cómo has averiguado dónde me alojo?
– Soy Brian Quinn, periodista de investigación -bromeó este-. Tengo muchas fuentes fiables.
– No quiero hablar contigo. No tenemos nada que decirnos.
– De acuerdo, entonces no hablaremos. Vamos.
– ¿Adonde?
– A cenar. Eres nueva en Boston. Conozco los mejores restaurantes y puedo entrar sin necesidad de hacer reserva. Te invito a que me acompañes a cenar. No tienes que decir una sola palabra. No hablaremos de trabajo, no hablaremos de sexo, no hablaremos de nada. Sólo comeremos.
– ¡No voy a salir contigo! -gritó Lily.
– ¿Quién ha dicho que esto sea una cita?
– ¿Es que no hablo suficientemente claro? – Lily esbozó una sonrisa sarcástica-. ¿Eres Brian Quinn, periodista de investigación, o Brian Quinn, mulo con incapacidad auditiva?
– No creo que el hecho de que estemos trabajando en bandos opuestos tenga nada que ver con que comamos juntos. Sé separar el trabajo de mi vida privada. ¿Tú no?
– Por supuesto -mintió Lily, volviendo hacia el sofá-. Pero no me apetece en estos momentos.
– Ni siquiera lo has intentado -Brian la siguió dentro-. Soy un hombre agradable, buen conversador. También soy ingenioso y guapo. Y modesto. Cena conmigo. Si te aburres, puedes volver al hotel. Al fin y al cabo, tienes que cenar, ¿no?
– Estoy cansada. Iba a llamar al servicio de habitaciones.
Brian se encogió de hombros, se sentó en el sofá, estiró los brazos sobre el respaldo y cruzó una pierna sobre la rodilla contraria.
– Tampoco es mala idea. ¿Me dejas ver el menú?
– Si no te levantas del sofá y te marchas de mi habitación ahora mismo, llamaré a seguridad para que te echen -le advirtió Lily con los brazos en jarra-. Pero antes avisaré a los medios de comunicación para que vengan y graben cómo te expulsan. Y quizá hasta añada algo sobre tu debilidad por los látigos, la ropa interior de cuero y los tacones altos. ¿Verdad que es odioso que los periodistas se conviertan en el centro de la noticia?
– Llevas tres días en la ciudad -Brian sonrió-. Todavía no tienes contactos. No conoces a nadie, así que no vendrá ningún medio. Bueno, ¿qué?, ¿dónde está el menú? A mí con una hamburguesa me vale. ¿A ti qué te apetece?
¡Le reventaba que siempre estuviera un paso por delante de ella! Si debía tomarlo como una indicación de cómo iba a controlar la situación, más valía que se montara en el primer avión de vuelta a Chicago. Suspiró, se pasó la mano por el pelo.
– No te vas a marchar, ¿verdad?
– No -contestó él. Lily se acercó a la mesa, agarró el menú y se lo lanzó. Brian lo agarró al vuelo-. Bueno, ¿qué tal te ha ido el día? -preguntó mientras ojeaba la carta.
– No pensarás de verdad que voy a contestar a eso, ¿no?
– Sólo intentaba darte conversación.
– Pues te seré sincera. Ha sido un día ajetreado. He estado mirando el seguimiento de los medios de comunicación a Richard Patterson. Juegas fuerte. Tu reportaje sobre el proyecto Wellston era implacable. Y no te has molestado en contrastar todos los datos -Lily reposó las manos sobre el regazo, lo miró y trató de convencerse de que no era tan guapo como recordaba-. ¿Sabes? Todavía me quedan dos preguntas.
– Eso era el sábado por la noche -contestó él.
– No recuerdo que pusiéramos un límite de tiempo, ¿no? Así que pregunta número cuatro: ¿qué tienes que puedas utilizar contra Richard Patterson?
– No pienso contestar.
– Tienes que hacerlo. Y ser sincero, ¿recuerdas? Ese era el trato -Lily no pudo evitar sonreír. Por fin tenía la sartén por el mango. Al menos, momentáneamente.
Permaneció callado unos segundos antes de responder.
– Pidamos la cena primero. Luego te cuento. ¿Qué vas a querer tú?
– Una ensalada César y una copa de vino tinto -contestó Lily tras examinar el menú-. Por cierto, Richard Patterson me cubre los gastos de alojamiento y manutención. No sé si te causa algún dilema ético, pero te aviso por si acaso. Estás comiendo a su costa.
– Pagaré yo -Brian agarró el auricular y llamó al servicio de habitaciones-. Sí, queremos dos filetes a la plancha con patatas asadas, crema de plátano de postre y una botella de su mejor champán. Ah, y un cóctel de gambas y unas ostras -añadió antes de facilitar el número de su tarjeta de crédito.
– Quería una ensalada -dijo Lily.
– Lástima. Pago yo, así que tendrás que comer lo que he pedido.
– No hay quien te aguante.
– Y todavía no me conoces -contestó Brian-. Bien, querías saber qué cosas tengo contra Patterson. Sé que la adjudicación del proyecto Wellston no ha sido transparente. Sobornos, primas en negro, enchufes. Ese proyecto es muy apetitoso. Tres contratistas han intentado conseguirlo durante años y no han podido. De pronto llega Patterson y se lo lleva. Huele mal.
– ¿Qué pruebas tienes?
– Ninguna… todavía. Pero las hay. Solo tengo que encontrarlas. Ahora, cambiemos de tema.
– Siguiente pregunta -dijo Lily-. ¿Qué…?
– No -interrumpió Brian-. Ya te he dicho qué puedo utilizar contra Patterson y qué pruebas tengo. Dos preguntas, dos respuestas.
Frustrada, Lily se levantó y fue hacia el dormitorio.
– Voy a cambiarme. Cuando vuelva, será un placer si te he perdido de vista.
Lily entro en la habitación, cerró la puerta y se apoyó contra ella un segundo para tomar aire. No podía negar que estaba entusiasmada por volver a ver a Brian. Aunque su presencia la distrajera, tenía un encanto especial que la desarmaba. El pelo negro que le caía de vez en cuando sobre la cara. Esos ojos entre verdes y dorados. Y el cuerpo. Definitivamente, tenía un cuerpo increíble.
Si no fuese una idea absurda, habría considerado la posibilidad de prolongar su relación algo más de tiempo. Suspiró. Luego fue al armario, sacó una camiseta y unos vaqueros. Se quitó la chaqueta y la falda, y se fue desabrochando la blusa camino del baño.
Una vez dentro, abrió el grifo y se lavó la cara. Después se quitó las medias antes de volver al dormitorio.
– Había olvidado lo bonita que eres. Se quedó sin respiración al ver a Brian en el umbral. Se quedaron mirándose unos segundos, marcados por los golpes que le daba el corazón. Le daba miedo moverse, respirar. Hasta que, por fin, emitió un gemido delicado y fue como una rendición. Acto seguido, se acercaron. Brian la agarró con ambos brazos, ella se dejó caer contra su cuerpo, sus bocas se encontraron en un beso desesperado. Brian pasó las manos con desesperación de arriba abajo, por la espalda, sobre el sostén negro, bajo la camisa, alrededor de las caderas.
Aunque sabía que debía oponerle resistencia, Lily no consiguió intentarlo siquiera. Le encantaba el sabor de su boca, sentir sus manos tocándola. La sangre corría por sus venas como un torrente desbocado, despertando cada nervio, hasta que la caricia más sencilla provocaba una oleada de placer en su interior.
La agarró por el trasero y la levantó. Lily le rodeó la cintura con las piernas. Sin dejar de besarse, Brian avanzó hacia la cama, pero se paró a medio camino para apretarla contra una pared. Chocaron cadera contra cadera. Lily se arqueó hacia él, recordando la deliciosa sensación de tenerlo dentro, el momento enloquecedor de la liberación final.
Le abrió la camisa, ansiosa por palparle el torso desnudo y él le bajó la blusa de los hombros, que pasó a explorar con la boca.
– ¡Dios!, ¿qué me estás haciendo? -murmuró Brian. Entonces, tan rápidamente como había empezado, frenó. Posó los labios sobre los hombros de Lily mientras recuperaba el aliento-. ¿Vamos a volver a hacerlo?
– Sí -dijo ella un instante antes de agarrarle la cara y besarlo de nuevo.
– Sí -repitió Brian. devorándola sin más reservas. De pronto, se retiro-. No.
– ¿No?
Lentamente, la devolvió al suelo. Luego le ajustó como pudo la ropa hasta poder abrocharle los botones de arriba.
– Aunque nada me gustaría más que pasar la noche en la cama contigo, creo que tenemos que aprender a controlarnos -Brian soltó una risa de incredulidad-. No puedo creer que yo esté diciendo esto. Estoy a punto de arrancarte esa blusa de un tirón… Será mejor que me vaya. Nos… vemos. Cenamos otro día. En un restaurante. Abarrotado y con mucha luz -añadió. Luego le dio un beso, se alisó la ropa y salió del cuarto.
Lily oyó cerrarse la puerta de la suite, se recostó contra la pared y esperó a que el corazón volviese a latirle a un ritmo normal. Se llevó las manos a los labios y suspiró. Todavía podía saborearlo, olerlo, sentir su cuerpo contra el de ella. No había sido un sueño, había estado ahí y habían estado a punto de volver a perder el control.
No supo cuánto tiempo permaneció allí, esperando a recuperar el resuello. Tenía los ojos cerrados cuando oyó que llamaban a la puerta. Por un momento, pensó en no contestar, convencida de que, si volvía a dejarlo pasar, acabarían en la cama. Pero luego comprendió que lo deseaba… más allá de toda lógica.
Corrió hacia la puerta, abrió. Pero sólo era el camarero del servicio de habitaciones.
– Buenas noches, señorita Gallagher. Traigo su cena.
Lily se echó a un lado mientras el hombre metía el carrito en el salón. Cuando consiguió superar la decepción, el camarero ya había servido la comida y estaba saliendo. Luego, una vez a solas, probó la crema de plátano.
Por ahí habían empezado los problemas. Siempre quería el postre antes que los entrantes y la comida. Con Brian, se había centrado en obtener una gratificación inmediata, convencida de que sólo quería sexo con él. Pero en esos momentos se preguntaba qué habría ocurrido si hubiese hecho las cosas siguiendo el orden correcto.
Se llevó la cuchara a la boca y dejó que la crema de plátano se le derritiera en la lengua.
– Esto es mucho mejor que el sexo -murmuró-. Sólo necesito tomar más postres. Y conseguiré que desaparezcan estos sentimientos disparatados.