– Se ha ido.
Brian se sentó en el brazo del sofá del apartamento de Sean y Liam. Todavía no se lo creía. Todo había sido tan rápido, que aún no había tenido tiempo para reaccionar.
– ¿Le has dejado un mensaje? -preguntó Liam.
Su hermano pequeño estaba tumbado en el sofá, con una cerveza en la mano y una bolsa de patatas fritas sobre el vientre. Sean ocupaba una silla v tenía los pies apoyados sobre la mesa de café. Aunque Ellie no solía separarse de Liam, esa noche había ido a un seminario en Hatford y había dejado a los tres hermanos solos de nuevo.
– No está aquí -explicó Brian-. Se ha ido. Ha desaparecido.
– Creo que yo también me marcharía -dijo Liam, apuntando hacia el ejemplar del Herald que Sean había dejado en la mesa-. No es una foto muy favorecedora que digamos. ¿Qué clase de objetivo estaba usando ese fotógrafo? Parece que tiene un trasero más grande que el estadio de béisbol de Fenway.
– Cállate, tiene un trasero bien bonito.
– Solo digo que el objetivo lo hace parecer más grande. Y las sombras realzan…
– Cierra la boca -Sean le lanzó una almohada a Liam-. ¿No ves que nuestro hermano está disgustado? ¿Qué vas a hacer? -le preguntó a Brian.
– Creía que ya lo tenía decidido -murmuró este-. Había pensado abandonar el reportaje. Bueno, no exactamente. Cederle mis notas a un periodista nuevo de redacción. Quería decírselo a Lily y, cuando la llamé al despacho, la recepcionista me informó de que ya no trabajaba ahí. Luego llamé al hotel y también se había ido.
– Esa suerte que tienes -dijo Sean-. Parece que te has librado de la maldición de los Quinn.
– No lo creo. Estoy enamorado de ella – Brian cerró los ojos-. Sé que sólo hace un mes que la conozco, pero tengo claro que la quiero en mi vida.
– Entonces ve por ella -dijo Liam.
– No sé dónde está. Sé que vive en Chicago, pero no conseguiría su teléfono mirando la guía y no recuerdo el nombre de la empresa donde trabaja. Y Patterson no me lo va a facilitar -Brian miró a Sean-. ¿Podías echarme una mano?
– ¿Estás loco? Rompe con ella de una vez por todas.
– ¿Te niegas a ayudarme? -Brian soltó una retahíla de palabrotas-. Está bien, te pagaré.
– Si te casas con ella, seré el único que seguirá soltero -dijo Sean-. No quiero ser el único.
– Pues búscate a una mujer -sugirió Liam.
– Ni hablar -Sean se negó.
– No tenía previsto enamorarme de ella – continuó Brian. Se levantó y se puso a dar vueltas por el salón-. Pero ha pasado. Ha pasado y se lo he dicho. Pero me parece que no me cree. Lily piensa que sólo es sexo.
– ¿Buen sexo? -pregunto Liam.
– Increíble -aseguró Brian-. Mejor que increíble. Basta con que la roce y, ¡bum!, ya estamos arrancándonos la ropa. Me hace perder el control. Estoy pensando en ella todo el día y no puedo dormir porque no me la quito de la cabeza. Pero no es solo sexo. Es…
– Basta, por favor -Sean se levantó-. Está bien. Vamos, Liam. Si lo oigo lloriquear un segundo más, creo que acabaré pegándole un puñetazo.
– ¿Adónde vamos?
– A encontrar a la mujer de Brian. Conozco a una de las mujeres de la limpieza del hotel Eliot. Puede que nos dé alguna pista.
– Genial -Brian los acompañó a la puerta-. Perfecto. Tengo un plan. Ahora tengo que ir a la tele. Pero nos vemos después en el pub y me contáis lo que hayáis averiguado.
Sus hermanos asintieron con la cabeza y se marcharon, dejando a Brian solo en el apartamento. Suspiró. Tenía que funcionar: conseguiría la dirección de Lily. se iría a Chicago y la convencería de que estaban hechos el uno para el otro.
Quedaba por resolver la cuestión de dónde vivirían. Su trabajo estaba en Boston. Y la oferta del Globe le resultaba tentadora. Pero también había periódicos y canales de televisión importantes en Chicago.
– ¿Qué estoy haciendo? -se pregunto Brian-. Ni siquiera sé lo que siente por mí. Primero tengo que saber que me quiere.
Salió del apartamento y se metió en el coche esperanzado. Amaba a Lily Gallagher y, si sus hermanos habían conseguido casarse, él también lo lograría. Un increíble Quinn no se rendía nunca.
Lily hizo las maletas y se marchó del hotel Eliot en cuestión de minutos. No se había molestado ni en doblar la ropa con cuidado, sabedora de que no tendría que ponérsela para ir al trabajo en una temporada. Se había limitado a meterla en las bolsas y había cerrado la cremallera como había podido.
El viaje al aeropuerto había transcurrido sin imprevistos y. aunque no había llamado para reservar billete, consiguió una plaza para el vuelo de las siete y media de la tarde, facturó el equipaje y buscó el bar más próximo a la puerta de embarque.
Desde entonces habían pasado casi ocho horas. Primero habían abierto las puertas del avión con una hora de retraso y luego, una vez dentro, habían tenido que salir por un problema mecánico. Las azafatas habían asegurado a los pasajeros que despegarían esa noche, pero no se habían comprometido a dar una hora.
– ¿Quiere algo? -le preguntó el camarero.
– ¿Podrías ponerme más cacahuetes? El camarero sonrió, le llenó el plato y le puso un refresco.
– Invita la casa.
– Gracias -Lily suspiró-. ¿Cuánto tiempo más pueden tenernos aquí?
– Todo el que quieran -contestó el camarero-. Para el negocio es estupendo.
Luego se fue a atender a otro cliente. Lily miro el televisor. El volumen estaba bajo, pero intentó seguir una serie de policías. Cuando llegaron los anuncios, retiró la mirada. Pero algo la hizo volver la vista hacia la pantalla.
Se quedó sin respiración al ver un avance informativo. Presentado por Brian Quinn. Lily no pudo apartar los ojos de aquel hombre tan guapo del que se había enamorado. Y, de pronto, volvieron los anuncios. Lily miró el reloj. Eran casi las diez y el telediario no empezaría hasta las once. Probablemente no estaría en el bar para las noticias.
Lily pestañeó para evitar que se le saltaran las lágrimas. No quería creer que aquella sería la última vez que lo vería. Todo había sido muy rápido. La gente no se enamoraba en un mes después de una aventura de una noche.
Pero al recordar los instantes que había compartido con Brian Quinn, advirtió que nunca le había mentido. Nunca la había herido, insultado ni engañado. Había respetado su trabajo y, a pesar de estar en contra, no la había juzgado. Y cada vez que la había tocado le había descubierto placeres que jamás había sentido antes.
Lily exhaló un suspiro. ¿Por qué lo abandonaba? En el fondo de su corazón, Lily sabía que sentía algo por Brian Quinn. Algo profundo, tal vez amor. Cerró los ojos y, cuando los abrió de nuevo, Lily tuvo claro lo que debía hacer.
Agarró el bolso, puso unas monedas en la barra y se levantó.
– Gracias -le dijo.
Luego echó a correr al mostrador de la compañía aérea e informó de que se quedaba en Boston. Dado que ya había facturado y no quería esperar a que sacaran las maletas, acordó ir a recogerlas al día siguiente por la mañana. Ni siquiera estaba segura de dónde pasaría la noche, pero en esos momentos apenas le importaba.
El pub tenía movimiento, pero no estaba abarrotado. Lily miró los clientes de las mesas hasta que localizó a Brian en un extremo de la barra. El corazón le dio un vuelco. Hasta que se dio cuenta de que no era él, sino su hermano gemelo, Sean.
– Hola -lo saludó con una sonrisa tímida tras acercarse a él.
– Hola.
– No me conoces. Soy Lily Gallagher. Estoy buscando a Brian.
– Es ella -le dijo Sean al hombre que estaba sentado en el taburete de al lado.
– Soy Liam. el hermano pequeño de Brian -se presentó este, sonriente, ofreciéndole una mano-. Encantado de conocerte. Brian nos ha hablado mucho de ti.
– ¿Si?
– Bueno, Te ha mencionado un par de veces -dijo Liam-. Y hemos visto la foto del Herald. Soy fotógrafo. Estoy seguro de que habría buscado un ángulo más atractivo.
Lily maldijo para sus adentros. Notó que las mejillas se le enrojecían.
– Esperaba encontrar a Brian aquí -comentó.
– Vendrá.
– Ha quedado con nosotros -añadió Sean. Lily asintió con la cabeza, incómoda ante el atento escrutinio de los hermanos.
– ¿Te apetece echar una partida de dardos mientras esperamos?-le preguntó Liam.
– Creo que nunca he jugado a los dardos – Lyly asintió con la cabeza-. No creo que se me diera bien.
– Venga -Liam la agarro por un brazo-. Eres una chica, te dejaremos ganar un poco. Será divertido.
Pasaron la mesa de billar y llegaron a una zona con dos dianas al fondo. Sean tomó los dardos y le dio los amarillos a Lily.
– Es increíble cómo os parecéis -comentó esta tras darle las gracias.
Pero, al mismo tiempo, también había diferencias evidentes. Mientras que Brian era sociable, Sean padecía de una timidez patológica.
– Sujétalo así -Liam le indicó cómo sostener el dardo-. Luego echa el brazo con suavidad hacia atrás e impúlsalo hacia adelante. Venga, inténtalo -añadió tras hacer él el movimiento un par de veces.
Lyly se fijó en la diana, trató de repetir lo que Liam le había enseñado. Pero el dardo acabó pegando contra la pared, a varios metros del objetivo, y se cayó al suelo.
– Ha sido un gran lanzamiento -bromeó él-. Pero todavía puedes mejorarlo. Inténtalo otra vez.
Lanzó otros tres dardos y los tres acabaron rebotando contra la pared y cayendo al suelo.
– Puede que lo tuyo sea el billar -dijo Liam.
– No tienes por qué entretenerme. Puedo tomarme algo tranquilamente.
– Sean, pídele una Guinness a Lyly-Liam apuntó hacia una mesa-. ¿Nos sentamos aquí? Lily tomó asiento y sonrió.
– Si te apetece jugar a los dardos, juega.
– No, mejor me quedo. Si decides marcharte y no estoy aquí para impedírtelo, Brian me estrangularía -dijo Liam al tiempo que Sean les servía sendas Guinness. Luego regresó a la barra-. Creía que te habías ido de Boston.
– Iba a hacerlo, pero tenía un par de cosas que decirle y quería decirlas antes de volverme a Chicago.
– Le gustas mucho -comentó Liam-. Así que, si lo vas a dejar plantado, quizá sea mejor que te vayas sin más.
– No he venido a hacerle daño. Pero tenemos que hablar.
– Bueno -Liam apuntó con la barbilla hacia la puerta-. Parece que no vas a tener que esperar más.
Lyly se giró y vio entrar a Brian. Se levantó de inmediato y se apartó el pelo de los ojos. Al principio no la vio, pero luego la miró con tanta intensidad, que se quedó hipnotizada. Se acercaron lentamente. Lily sabía que la mayoría de los clientes estaban observándolos, pero le dio igual.
No estaba segura de que le diría, pero Brian se encargo de solucionarlo. Le agarró la cara entre las manos y devoró su boca como si fuese un vaso de agua en medio del desierto. El corazón se le disparó, apenas podía respirar. Pero supo que había tomado la decisión correcta. Brian la quería. Había volcado todo su amor en aquel beso.
Cuando se separaron, los clientes rompieron a aplaudir, silbar y vitorear.
– Tenemos un público estupendo -dijo él, sonriente, al tiempo que la abrazaba.
– Espero que esto no acabe también en la portada del Herald de mañana.
– No saldrá, te lo prometo -Brian le agarró una mano y tiró de ella hacia la salida. Una vez en la calle, la estrechó entre los brazos y volvió a besarla, esa vez con más delicadeza-. Has vuelto -murmuró, haciéndole una caricia en el cuello con la nariz.
– No he llegado a irme -dijo ella-. Estaba en el aeropuerto y comprendí que no podía irme.
– ¿Por qué no?
– Tenía que hablar contigo. Tenía que estar segura.
– ¿De qué?
– La otra noche, en el ascensor, me dijiste que te estabas enamorando de mí. Y luego, en la furgoneta, dijiste que querías casarte conmigo. Si me hubiera marchado, siempre me habría quedado la duda.
– En realidad no dije que quería casarme contigo -Brian sonrió mientras le pasaba el pulgar sobre el labio inferior.
– Pero…
– Dije que tendría que casarme contigo.
– Ah -Lily sintió que el alma se le caía a los pies. No habría final feliz. Abatida, se dio la vuelta y echó a andar.
– Te quiero, Lily -dijo él. Esta frenó y, muy despacio, se giró hacia Brian.
– ¿Sí?
– Y voy a pedirte que te cases conmigo… en cuanto esté seguro de que aceptas.
– ¿Sí?
– Sé que no hemos tenido una relación convencional -Brian se encogió de hombros-. Pero te prometo que, si me dejas, te haré feliz el resto de la vida. Puede que no hagamos todo bien o en el orden debido, pero creo que es parte del encanto de nuestra relación. Nunca sabemos qué va a pasar a continuación.
– No tengo trabajo -dijo Lily-. Voy a dimitir.
– Estupendo. Yo también estaba pensando en dimitir.
– ¿Sí?
– Creo que tengo que empezar con algo que no se apoye tanto en mi imagen. El Globe me ha ofrecido un puesto como periodista. Ganaré bastante menos, pero sé que merecerá la pena. Si te quedas conmigo, merecerá la pena. ¿Puedes vivir en Boston? Porque, si no puedes, nos vamos los dos a Chicago.
Lily sonrió. El corazón se le salía del pecho. Brian la amaba y quería que formase parte de su vida… para siempre. Tenía ganas de ponerse a dar saltos y gritar, pero se limitó a lanzarse contra su pecho de nuevo.
– Iré donde tú vayas. Y si nos quedamos en Boston, seremos felices aquí.
– No sabes cuánto he intentado esquivar la maldición de los Quinn. Pero me he dado cuenta de que no es ninguna maldición -Brian la agarró por la cintura-. Es como hacer realidad tu mayor deseo.
Lily lo abrazó con fuerza. Luego se dio cuenta de que una multitud de curiosos los miraban desde las ventanas del pub. Les sonrió, levantó un pulgar hacia arriba y todos empezaron a aplaudir de nuevo, armando un escándalo que se oyó a través de las ventanas.
Brian se giró a saludarlos también. Luego agarró la mano de Lily y la condujo hacia el coche.
– ¿Adonde vamos? -preguntó ella.
– A casa… a la cama. Ya va siendo hora de que empecemos a hacer las cosas como es debido.
– El caso es que a mí me gusta cómo las estamos haciendo hasta ahora. Hace una noche estupenda… Y nunca he hecho el amor al aire libre. ¿Se te ocurre algún sitio de Boston donde podamos intentarlo?
Brian gruñó y la besó con fuerza. Luego sonrió.
– Creo que me voy a acostumbrar muy rápido a tenerte al lado todo el tiempo.