Capítulo 4

– Necesito a la diosa de la cámara -Brian se puso la chaqueta, abrió el cajón del escritorio en busca de una corbata. Le gustaba dar una imagen respetable en directo, pero las noticias no siempre surgían cuando se estaba bien vestido. Salió del despacho, atravesó el departamento de redacción y encontró a Taneesha en la sala de montaje-. Venga, tenemos que irnos.

– Tengo que tener esta pieza editada a mediodía -dijo ella, levantando la mirada del monitor-. Quieren ponerla en el telediario de las seis.

– Esto es más importante -dijo él-. Jerry puede terminarla por ti. ¿Puedes, verdad? -añadió dirigiéndose a este.

Jerry asintió con la cabeza y Taneesha se levantó.

– ¿Qué pasa? -preguntó mientras seguía a Brian.

Un juez acaba de dictar una orden de requerimiento contra el proyecto portuario de Patterson. Alega irregularidades en la financiación y ha ordenado que se abra una investigación. Dave me va a conseguir una transcripción del informe judicial. Tenemos que preguntarle a Patterson qué piensa. Grabar su reacción.

– Quinn, el director de informativos y la junta directiva del canal te han pedido que te olvides de Patterson. Si le plantamos una cámara en la cara, se nos va a volver en contra. Nos acusará de hostigamiento si no tienes cuidado.

– Asumo toda la responsabilidad -dijo él-. Vamos en la furgoneta de Bob. Tienes que conseguirme una buena imagen. Te digo que tenemos una historia.

Taneesha aceptó a regañadientes, aceleró el paso mientras iban al aparcamiento. Tal como había prometido, Bob los estaba esperando con el motor en marcha. Taneesha era la mejor cámara del canal y, para Brian, Bob era el mejor conductor. Sabía hacerse hueco entre los coches, sorteando los atascos para llegar de los estudios al distrito financiero en diez minutos. Aparcó en una zona donde estaba prohibido estacionar, frente a las oficinas de Patterson.

– Bueno, ¿cómo vamos a hacerlo?

– Patterson tiene una reunión con sus inversores esta tarde en su club. Está previsto que su chofer lo recoja aquí dentro de unos minutos – Brian apuntó hacia un Lincoln aparcado frente a ellos-. Ese es su coche. Así que supongo que tiene que pasar por aquí.

– ¿Cómo te has enterado de la reunión? – preguntó Taneesha mientras agarraba la cámara. Comprobó la batería y se la cargó al hombro.

– El dueño de la empresa que le alquila los coches a Patterson es un viejo amigo del instituto. Una vez robamos un televisor juntos.

– ¿Robaste un televisor? -preguntó asombrada ella.

– Estaba a mano en un camión de reparto con las puertas abiertas. De pequeño tenía muy malos impulsos.

– No creas que has cambiado tanto -murmuró Taneesha mientras Brian miraba hacia la entrada de las oficinas.

– Verá nuestra furgoneta cuando salga. Si se da la vuelta y sale corriendo, grábalo también. El hecho de que no quiera dirigirse a los medios de comunicación será significativo de por sí – dijo justo antes de que se abrieran las puertas-. Ahí está, prepárate.

Pero, cuando ya iba a salir de la furgoneta, reparó en una mujer que salía del edificio tras Patterson. Lily. Brian se quedó helado, incapaz de moverse durante unos segundos.

– ¡Quinn! -susurró Taneesha.

– ¿Qué?

– Si no sales ahora mismo, no tendré tiempo de enfocarlo. ¡Venga! -lo apremió. Brian abrió la puerta de la furgoneta, se apeó, agarró el micrófono y lo encendió. Taneesha lo siguió con la cámara-. Lo tengo. Adelante.

Brian clavó los ojos en Patterson, por miedo a mirar siquiera a Lily. Era la peor distracción que podía imaginarse, con su traje de negocios convencional y el moño remilgado tras la nuca. Pensó en quitarle las horquillas y… Dios, tenía que concentrarse.

– Señor Patterson -lo atajo-. El juez Ramírez ha dictado orden de requerimiento contra el proyecto portuario. ¿Alguna declaración?

– Sin comentarios -gruñó Patterson, mirando directamente a la cámara.

– Afirma que una comisión de expertos independientes ha descubierto irregularidades económicas. ¿Le importa explicar a qué se refiere?

– Sin comentarios -repitió él, acelerando el paso.

– ¿Cuanto dinero aportó su empresa a la última campaña del senador Jerry Morgan?, ¿esperaba favores a cambio?

Patterson se metió en el coche y cerró de un portazo.

– El señor Patterson tiene una reunión, pero responderé encantada a cualquier pregunta que tenga -intervino Lily. Aunque sonreía, sus ojos delataban que estaba enojada-. Las aportaciones del señor Patterson a la campaña de Jerry Morgan son de dominio público. En cuanto al requerimiento, confiamos en responder satisfactoriamente a cualquier pregunta del tribunal. El proyecto portuario ofrecerá trabajo a centenares de personas y el señor Patterson considera que ayudará a los ciudadanos de Boston en estos tiempos de dificultades económicas. Si tiene más preguntas, no dude en llamarme para concertar una entrevista, gracias.

– ¿Su nombre, por favor? -preguntó Brian.

– Lily Gallagher. G-a-1-l-a-g-h-e-r. Lily, con una ele -precisó con sarcasmo.

Luego se dio la vuelta y echó a andar hacia las oficinas. Brian la siguió con la mirada, atento al contoneo seductor de sus caderas y al movimiento del trasero.

– Me estoy helando -dijo Tanecsha, girándose hacia la furgoneta-. Ha sido una pérdida de tiempo. Un comentario de la dama de hielo y punto.

¿La dama de hielo? La descripción no podía estar más alejada de la realidad, pensó Brian. Pero no estaba dispuesto a decirle a su compañera que Lily era capaz de generar más calor que ninguna otra mujer a la que hubiera tocado. Le bastaba oler su cabello o el sonido de su voz para hacer que la deseara.

– Fin de la grabación -murmuró al tiempo que le entregaba el micrófono a Taneesha-. Te veo a la vuelta en los estudios -añadió justo antes de correr hacia la entrada.

– ¿Adonde vas? -gritó ella.

– Quiero hacer un par de preguntas más – Brian se despidió con un movimiento de la mano y no dejó de correr hasta alcanzar a Lily en el ascensor-. Hola, Lily. Lily, ¿verdad? Lily G a 11 a g h e r -repitió con ironía.

– No… no tengo nada más que decirte – contestó ella, cruzando los brazos sobre el pecho.

– Te dije que no me echaría atrás -le recordó Brian-. La gente está empezando a hablar de Patterson. Es cuestión de tiempo, Lily. No puedes salvar a este tipo.

– Voy a hacer mi trabajo -respondió con más firmeza que antes.

– Y yo el mío -Brian le agarró un brazo-. ¿Has comido ya? Conozco una marisquería estupenda a dos pasos de aquí. Venga, te encantará.

Lily miró los dedos de Brian. Luego, de pronto, se soltó.

– ¡No! No voy a comer contigo. No pienso ir a ningún lado contigo. Tú y yo no vamos a vernos salvo cuando me dirija a los medios en representación de los intereses de Patterson.

Pulsó el botón del ascensor con reiteración, como si estuviese desesperada por separarse de Brian, pero las puertas seguían sin abrirse. Segundos después, apareció un técnico de mantenimiento con una caja de herramientas.

– Está estropeado -anuncio-. Algún idiota le ha dado al botón de parada y ahora no arranca. Pueden esperar al otro o subir por las escaleras.

– Me han contratado para hacer un trabajo y voy a hacerlo -insistió Lily mientras empujaba la puerta que daba acceso a las escaleras.

– ¿No tienes ningún reparo ético en defenderlo? -Brian la siguió al trote.

– ¿De qué estamos hablando?, ¿de un pedazo de tierra con vistas al agua? -replicó Lily tras llegar al primer descansillo-. No estamos hablando de guerras, enfermedades o hambruna. Hablamos de un centro comercial, unos restaurantes y unos chalés. Creo que eres tú quien debería ver las cosas en perspectiva. ¿Por qué no investigas a un narcotraficante o a un asesino?

Brian la miró intensamente. Estaba harto de hablar de trabajo. Había cosas mucho más interesantes de las que hablar con Lily.

– Ahora mismo estás pensando en besarme, no digas que no -la desafió.

– ¿Qué? -preguntó sorprendida ella.

– Ya me has oído -Brian miró el hueco de las escaleras y frunció el ceño-. ¿Se puede saber qué hacemos aquí? El despacho de Patterson está en la planta veinte.

– Estoy en forma -Lily subió al trote otro tramo de escaleras y Brian maldijo en voz baja. Aunque estaba entrenado, veinte pisos eran muchos pisos. Después de perseguirla tanto tiempo, quizá no le quedaran energías para besarla. Por fin, se quitó la chaqueta de mala gana, la dejó en el suelo y continuó subiendo.

– No pasa nada por que lo reconozcas -le dijo.

– ¿El qué?

– Que te gusto. A mí no me da miedo admitir que me gustas.

Lily se paró en el siguiente rellano. Muy despacio, se dio la vuelta, empezó a bajar escalones. Pero, cuando estaba ya frente a él, se tropezó y perdió el equilibrio. Brian la sujetó a tiempo entre sus brazos, amortiguando el peso de su cuerpo contra el torso. Luego la miró, sonrió y esperó a que se rindiera y le ofreciese los labios para besarla. Cinco segundos después, seguía esperando.

¿Ahora quién es el que está pensando en besar a quién? -contestó ella con una sonrisa débil-. Esto es la guerra. Y al enemigo ni agua.

– No tiene por qué ser la guerra -dijo Brian, echándose hacia adelante para rozar sus labios. Espero un momento, convencido de que se apartaría, pero no lo hizo. Cuando rodeó el perímetro de su boca con la lengua, Lily dudó, pero terminó abriéndola para darle la bienvenida.

Brian la agarró por la cintura, la apoyó contra la pared y le sujetó la cara entre las manos. El beso creció en intensidad mientras Lily deslizaba las manos por el torso de él. Besar a Lily siempre era una aventura. Nunca estaba seguro de cómo respondería, pero, cuando accedía a corresponderle, era como si un volcán de deseo explotara en su interior de inmediato.

Introdujo las manos bajo su chaqueta, le rodeó la cintura y la apretó hasta que las caderas contactaron. Les estorbaba la ropa, así que Brian le sacó la blusa de la cinturilla al tiempo que ella luchaba con los botones de su camisa.

¿Por qué la deseaba tanto? Había estado con muchas mujeres, pero Lily era distinta. Cada vez que estaba cerca de ella, incluso sin estarlo, necesitaba tocarla, besarla… asegurarse de que de veras estaba ahí. ¿Sería la emoción de la persecución?, ¿el hecho de que le estuviese poniendo las cosas difíciles? Brian era inexorable hasta conseguir conquistar a las mujeres, pero una vez que lo conseguía no tardaba en aburrirse.

De pronto, recordó la primera noche que habían pasado juntos, el momento en que la había salvado de una velada aburrida con un plomo de hombre. Quizá Sean hiciera bien en advertirlo. Sus hermanos ya habían sido víctimas de la maldición de los Quinn. Pero Brian pensaba que, si no creía en ella, esta no podría afectarle.

Oyeron el chirrido de una puerta sobre sus cabezas y Lily se quedó petrificada. Brian se retiró despacio y miró a los ojos desorbitados de ella.

– Te juro que es la última vez que dejo que me beses -dijo Lily cuando logró reaccionar. Luego se remetió la blusa a toda velocidad y siguió subiendo.

Brian no la siguió. Se apoyó contra la pared y se mesó el pelo. Quizá debería alejarse de ella. Al fin y al cabo, no parecía capaz de mantener el control cuando estaban cerca. Lo que era un problema, pues podía llevarlo a hacer alguna tontería… como enamorarse. Y la historia más reciente demostraba que, cuando un Quinn se enamoraba, no había marcha atrás.


– Necesitamos una estrategia -dijo Lily en la sala de conferencias-. Brian Quinn no va a quedarse de brazos cruzados.

Lily recordó el beso que habían compartido en las escaleras y comprendió que debería estar planteándose su innegable deseo hacia Brian, más que los problemas de Patterson.

Hasta ese beso, había conseguido engañarse, creyendo que seguía controlando lo que sentía por él. Pero había bastado el simple roce de sus labios para hacerle tomar conciencia de que Brian ejercía un poder extraño sobre ella, el poder de volverla una mujer obsesionada con el sexo. Tendría que esquivarlo, era la única solución que se le ocurría.

– Tendré que esquivarlo -repitió. Luego miró a los miembros del departamento de relaciones públicas de Patterson y se obligó a sonreír-. Necesito que enviéis mensajes positivos a los medios de comunicación. Tenemos que conseguir que el público le dé la espalda a Quinn. Tenemos que conseguir que vean el proyecto portuario como algo positivo para Boston.

– Pero es uno de los periodistas más populares -dijo Derrick Simpson-. Sus índices de audiencia están por las nubes desde hace un año, sobre todo entre las mujeres.

Lily suspiró. Sí, tenía un trabajo complicado por delante y no cabía duda de que a las mujeres de Boston les resultaba tan irresistible como a ella misma. Pero tenía que haber alguna forma de frenar a Brian Quinn. Bastaría con un par de rumores desafortunados para que los inversores retiraran su confianza en Patterson.

– Tenemos que desviar la atención -dijo Lily-. Necesitamos un escándalo mayor. Algún ministro aceptando un soborno o un famoso que se acueste con su hermanastra. Podríamos… podríamos dejar pistas falsas. Que Brian Quinn no sepa qué fuentes creer y cuáles descartar.

– Buena idea -dijo John Kostryki-. Dejaremos pistas falsas. Si se confía y no comprueba las fuentes, destruirá su reputación en esta ciudad.

Lily dudó. No debería tener reparos en pegar a Brian Quinn donde más le dolía: en su reputación. Pero tampoco quería destruirlo.

– Es una posibilidad -murmuró.

– Podríamos sorprenderlo en una situación comprometida -sugirió Allison Petrie.

– Tengo entendido que le gustan mucho las mujeres -añadió Margaret-. Si lo pillamos con la clase equivocada de mujer, podríamos hacer que se calmara.

La idea le resultó despreciable. Por no hablar del ataque de celos que le entraba sólo de pensar en Brian con otra mujer.

– Son opciones, son opciones -comentó ella.

– Tiene antecedentes -apuntó Derrick.

– ¿De escándalos con mujeres?

– Penales -precisó Derrick-. Antecedentes penales.

– ¿Brian Quinn está fichado? -preguntó asombrada Lily-. ¿Cómo lo sabes?

– El señor Patterson contrató a un detective para que lo investigara.

– He leído el informe. Pero no recuerdo nada de eso.

– Esta es la última actualización del detective -Margaret le acercó una carpeta-. Ha llegado esta mañana. Al parecer, Quinn ha tenido unos cuantos encuentros con la policía. Da la impresión de que la única razón por la que no está en la cárcel es porque su hermano es policía.

¿Sabías que Quinn tuvo la desfachatez de colarse en la fiesta de recaudación de fondos que ofreció Richard Patterson el fin de semana pasado? -intervino Allison-. Lo vieron unas cuantas personas.

– A partir de ahora, quiero ser la primera persona en ver los informes del investigador – dijo Lily tras agarrar la carpeta-. Margaret, asegúrate de que me la hagan llegar según se reciba. Nos vemos mañana por la mañana otra vez. A ver si se nos ocurren más opciones. Necesito tiempo para leer esto -añadió, dando por zanjada la reunión,

Salió de la sala de conferencias y, antes de entrar en su despacho, fue a la mesa de su ayudante Mary y recogió los mensajes que le habían dejado. Había dos de Brian, uno desde el teléfono del canal y otro desde su móvil.

– Bajo a comer algo -te comunicó mientras metía el informe del investigador en el bolso-. Y puede que luego me dé un paseo por el parque. Si vuelve a llamar Brian Quinn, dile que no tengo nada que decirle… No, mejor que le agradecería que deje de llamarme. No, espera, no le digas eso. No digas nada. Tómale el recado nada más.

Mientras caminaba hacia el ascensor, apenas podía contener la curiosidad. El informe, al igual que el anterior, era muy claro y detallado. Pero este se centraba en la vida privada de Brian más que en su carrera profesional.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Lily se unió al grupo de trabajadores que bajaban en la hora de la comida. Una vez fuera del edificio, se confundió entre la masa anónima de peatones que abarrotaban la acera. De pronto, sintió el peso abrumador de la soledad, tan asfixiante como el aire caliente y húmedo de la ciudad.

Desde que estaba en Boston, no había dejado de sentirse como una extranjera. No tenía amigos, nadie en quien pudiera confiar, a quien contarle sus problemas. Nada más conocía a Brian Quinn y había decidido expulsarlo de su vida para siempre.

Lily suspiró y se encaminó hacia el parque de la plaza de Correos, un pequeño oasis en medio de tantos rascacielos. Una vez allí,,se dirigió a la fuente de cristal y encontró un hueco de césped cerca, desde donde se oía el sonido relajante del agua.

Se puso la carpeta en el regazo y agarró el informe, pasando la vista a toda velocidad por encima hasta encontrar la alusión a la fiesta de recaudación de fondos.

– Según varios invitados -leyó en voz alta-, Brian Quinn estuvo presente en la fiesta de recaudación patrocinada por Richard Patterson, celebrada en el hotel Copley Plaza el sábado 14 de junio. Entró sin invitación y fue visto en compañía de una mujer pelirroja de identidad desconocida, con la que estuvo bailando hasta el final de la fiesta.

Lily respiró profundo. No había referencia alguna a lo que Brian había hecho después de bailar con ella, a nada de lo que había ocurrido en la limusina. Aliviada, Lily regresó al principio del informe y empezó a leer con más detenimiento. El detective había descrito pormenorizadamente la historia de una infancia bastante dura.

Lily leyó sobre los viajes de pesca del padre de Brian, sobre el abandono de su madre, sobre las dificultades para llegar a fin de mes en la casa de la calle Kilgore en Southie, sobre cómo el hermano mayor había cuidado de los menores antes de hacerse policía. Otro hermano había entrado en el cuerpo de bomberos.

– Conor y Dylan. Brendan, escritor. Sean… detective privado -Lily frunció el ceño. Y el hermano menor, Liam, era fotógrafo. También había una hermana, pero Lily se saltó los detalles de lo que parecía una historia compleja.

Hasta ese punto, no había encontrado nada que pudiera utilizar en su contra. No era delito haber tenido una infancia dura, con un padre apenas presente en casa y una madre que había abandonado a la familia cuando Brian tenía sólo tres años. Pero, al llegar al siguiente párrafo, redobló su atención:

– Brian Quinn cometió diversos delitos siendo menor de edad, entre los que cabe destacar hurtos en tiendas, vandalismo y pequeños robos. Existen pruebas del robo de un coche cuando tenía quince años, pero su hermano mayor, Conor, recién incorporado a la policía, convenció al propietario para que retirase los cargos.

Había robado un coche. Lily no creía que sus jefes en televisión conocieran aquel incidente. Pero, ¿estaba dispuesta a sacar a la luz su pasado? Aunque ya se había visto obligada a jugar sucio en alguna ocasión, nunca había hecho daño a nadie a propósito. Y divulgar esa información podría perjudicar seriamente la carrera de Brian.

– Y eso que, con la suerte que tengo, igual le dobla los índices de popularidad -murmuró.

Lily se tumbó sobre el césped y se cubrió la cara con el informe, protegiéndose del sol. Necesitaba relajarse, olvidarse de cualquier preocupación durante un rato. El murmullo del agua resultaba relajante. Pero las imágenes que acudían a su cabeza no eran de cascadas bucólicas y árboles mecidos por el viento. Más bien, veía cuerpos desnudos, ropas arrugadas, lugares turísticos a través de las ventanas tintadas de una limusina. Esa vez se permitió recrearse en el recuerdo.

– ¡Qué sorpresa!

La voz parecía salida de la nada y, al principio, Lily pensó que formaba parte de su ensoñación. Pero luego se dio cuenta de que se había quedado dormida en el parque. Se quitó el informe de la cara y vio una figura formidable de pie ante ella. Aunque el sol le impedía verle la cara, no le cupo duda de quién era. Lily se incorporó y echó el informe a un lado.

Lo miró. Brian deslizaba los ojos por su cuerpo. Llevaba un traje de negocios, no podía decirse que fuese una indumentaria atractiva. Pero entonces se dio cuenta de que tenía la blusa abierta y la falda subida hasta los muslos.

¿Puedo sentarme? -preguntó Brian mientras ella se cerraba la blusa y estiraba la falda.

Lily trató de no hacer caso a la violencia con que le latía el corazón, ¿Por qué tenía que ser tan encantador? Aun vestida con aquel traje de trabajo, Brian la hacía sentirse la mujer más sexy del planeta.

– No, pero puedes seguir ahí de pie. Me he olvidado la crema protectora y me das sombra.

– Siempre soñé con ser árbol de mayor – bromeó él mientras se sentaba y ponía una bolsa sobre el regazo de Lily.

– ¿Qué es esto?

– La comida. Llamé a tu despacho y tu ayudante me dijo que estarías en el parque.

– ¿Te dijo dónde encontrarme? -preguntó estupefacta.

– Nada más decirle que era un viejo amigo de la universidad, que había venido a Boston en viaje de negocios. También le dije que tenía una voz muy bonita y que Marie era mi nombre favorito. Qué quieres, he desarrollado cierta habilidad como periodista de investigación.

– No me puedo creer que te lo haya dicho -insistió Lily. Apartó la bolsa y se levantó, ocultando el informe bajo un brazo, antes de que Brian pudiera verlo-. Tengo que irme -añadió camino de la acera- Luego se giró y lo encontró sonriendo.

Pero la sonrisa desapareció de inmediato. Brian se puso de pie y me hacia ella.

– Cuidado con…

Lily metió el pie entre los radios de una bicicleta tirada sobre el césped- Perdió el equilibrio. Nada podría evitar el golpe… hasta que una mano firme la sujetó por un hombro. Cuando levantó la cabeza, Brian estaba a su lado.

– Ten cuidado -dijo al tiempo que le pasaba una mano por la espalda-. Venga, come conmigo -añadió justo antes de retroceder para recoger la bolsa del césped,

– No vas a aceptar un no por respuesta, ¿verdad?

– Soy un chico simpático, A las mujeres les cuesta oponerme resistencia -Brian se sentó y dio un golpecito en el césped a su izquierda-, No sabía qué te apetecería. Como el otro día pediste una ensalada, he pensado que debías de ser una de esas mujeres que comen como los gorriones.

– Justo. Has dado en el clavo -respondió con ironía ella, pensando en los suculentos postres que se tomaba a menudo-. Entonces, ¿qué?, ¿me has traído una ensalada? -añadió mientras abría la bolsa.

– No, te he traído un sándwich- Y una cerveza -dijo Brian al tiempo que sacaba un paquetito triangular y una botella. Lily desenvolvió el sándwich-. Ya verás, está buenísimo: tiene varios tipos de carne y queso. En Boston, hacemos unos sándwiches riquísimos.

– Alta cocina -bromeó ella-. Nada que ver con las vulgares pizzas de Chicago.

– Pensaba que, ya que estás aquí, te gustaría conocer algo de la ciudad -respondió Brian encogiéndose de hombros.

¿Y qué otros platos debo degustar según tu experta opinión? -preguntó Lily antes de dar un sorbo de cerveza. Brian le acercó una servilleta para que se secara los labios.

– Tenemos nuestras famosas judías Boston. A mí me gustan con pescado. Y luego la llamada cena de hervidos, plato tradicional irlandés. Como resulta que soy cien por cien irlandés, me alimenté a base de hervidos.

– ¿De veras?

– La verdad es que no -contestó Brian tras una pequeña pausa-. De pequeño no comíamos muy bien. Lo más parecido a una cena de hervidos era nuestra sopa de agua de salchichas.

Lily ya estaba al corriente de las precariedades que había sufrido de pequeño. Pero era distinto oírselo contar de su boca. Notaba que le costaba abrirse. A pesar de su encanto y de que había triunfado profesionalmente, no parecía que a Brian le gustara mostrarse vulnerable, menos con ella.

– ¿Qué es eso?

– Mi familia no tenía mucho dinero, así que nos las arreglábamos para estirar el presupuesto -Brian sonrió-. Cuando podíamos comprar salchichas para hacer perritos calientes, las hervíamos para la cena y reservábamos el agua. Así, al día siguiente, mí hermano Conor le echaba zanahorias, patatas, apio y tomate para hacer una sopa. No era un gran cocinero, pero al final nos acabó gustando la sopa de agua de salchichas.

– ¿Cocinaba tu hermano?

– Mi padre estaba trabajando y mi madre no estaba en casa. Se fue cuando tenía tres años – Brian dudó, como si no estuviera seguro de querer seguir hablando-.Mi familia vino a Estados Unidos desde Irlanda cuando yo no era más que un bebé. Nací allí, pero no recuerdo nada. ¿Y tus padres?

Había desviado el foco de atención con habilidad, pero a Lily no le importó. Al menos podía ofrecerle algo a cambio de su sinceridad.

– Viven en Wisconsin -contestó-. Crecí en una ciudad pequeña de la zona.

– ¿Vienes de una ciudad pequeña? -Brian parpadeó sorprendido-. ¿Cómo acabaste en Chicago?

– Me fui allí al terminar el instituto. Durante la universidad, conseguí unas prácticas en DeLay Scoville. Les gustó cómo trabajaba y me contrataron cuando me licencié.

– ¿Y Boston?, ¿cómo has terminado aquí… conmigo?

– Un empresario de Chicago se puso en contacto con DeLay Scoville para que nos ocupáramos de sus relaciones públicas -Lily le siguió el juego-. Tenía que solucionar un pequeño escándalo y me encargó que me asegurara de que los medios de comunicación le dieran el menor bombo posible.

– Así que podría decirse que has venido a Boston por mí -dijo Brian. Estiró una mano hacia la boca de Lily. Después de acariciarle un labio, se llevó el dedo a la boca-. Tenías un poco de mostaza.

¿Nunca te rindes? -preguntó ella, ruborizada.

– En mi trabajo, la tenacidad es una virtud – Brian la miró a los ojos y Lily tuvo la certeza de que estaba a punto de besarla. Ya había decidido que no se resistiría. Era inútil. Pero Brian bajó la cabeza y terminó sacando otro sándwich de la bolsa-. Si de verdad quieres cenar bien, conozco un par de restaurantes exquisitos.

– Nada de citas.

– ¿Por qué? -Brian suspiró-. Yo no tengo nada que ocultarte. Y me da igual lo que tú me quieras ocultar. Somos una pareja perfecta.

– No, no lo somos.

– Pues lo de la limusina fue perfecto -contestó él.

– No deberías basar nada en aquella noche -repuso Lily-. Eso no fue más que sexo – añadió con más convicción de la que en realidad sentía. Y, en cualquier caso, aunque sólo hubiese sido sexo, había sido increíble. La clase de experiencia con la que cualquier mujer soñaría.

– Así que sólo me estabas utilizando, ¿no? Te habría servido cualquier otro tipo. Vamos, que si no hubiese aparecido yo, habrías invitado al vendedor ese de seguros.

– ¡No! -exclamó ella con vehemencia.

– ¿Qué más te daba? Si no era más que sexo-la provocó.

– También… me sentía atraída -reconoció Lily-. Un poco atraída. Y me pareciste muy interesante. Inteligente, ingenioso. Y eres guapo, aunque estoy segura de que ya eres consciente de eso. Supuse que era recíproco. De lo contrario, tú tampoco habrías venido conmigo -añadió y le dio un mordisco al sándwich.

Brian estiró las piernas y consideró la respuesta. Luego le lanzó una sonrisa traviesa:

– No, para mí no fue más que sexo.

– ¿Serás bobo? -Lily agarró la bolsa y le pegó con ella en el pecho.

– No, en serio. La primera vez que te vi, con aquel vestido dorado, pensé: tengo que conocer a esta chica. Eras la más guapa de la fiesta. Luego, cuando el otro tipo se sentó contigo, creí que ya estabas ocupada. Pero entonces me miraste y comprendí que necesitabas que te rescatase. Así que intervine y el resto… ya lo sabes – Brian hizo una pausa-. Me gustaba cómo te caía el pelo por la nuca, me gustaba tu perfume, el sonido de tu voz. Y me gustaba sentirte entre mis brazos mientras bailábamos.

Lily se quedó un buen rato mirándolo antes de contestar:

– Es muy bonito esto que dices… pero sospecho que les dices cosas bonitas a muchas mujeres.

– Muchas no se lo merecen como tú -replicó él.

Lily soltó el sándwich y se limpió con la servilleta.

– ¿Te has parado a pensar lo difícil que sería salir juntos? En primer lugar, no empezamos como se empieza normalmente. Y no estamos de acuerdo en algunas cosas importantes. Nos pasaríamos el tiempo discutiendo.

¿Cómo vamos a saberlo si no lo intentamos? -preguntó Brian y Lily suspiró.

– ¿Y si te digo que me lo pensaré antes de tomar una decisión?

– Supongo que tendré que contentarme. Al menos estamos avanzando -Brian sonrió. Se giró hasta estar tumbado sobre el vientre y puso su sándwich delante de él-. ¿Qué es esto?

Se le detuvo el corazón. Brian tenía en las manos el informe del detective privado. Aunque en un principio hizo ademán de darle la carpeta a Lily, de pronto vio su nombre en la portada, escrito en letras mayúsculas.

– Dámelo -le exigió ella, lanzándose hacia la carpeta.

Pero Brian reaccionó con buenos reflejos. Se puso de pie y se apartó de ella. Empezó a leer mientras caminaba y no paró hasta estar junto a la fuente. Lily no sabía qué hacer. Quizá debiera advertir a Brian de hasta dónde estaba dispuesto a llegar Patterson para proteger sus intereses. Aunque no le hubiera arrebatado el expediente, se habría planteado la posibilidad de avisarlo… por cortesía.

Se levantó y fue hacia él. Pero antes de que pudiera explicarse, Brian la fulminó con la mirada.

– ¿Has pedido que me investiguen? -dijo y soltó una risotada amarga-. No puedo creérmelo. Es mi vida completa. O pensabas utilizarlo en mi contra o te preocupaba un poco con quién te habías acostado.

– No he sido yo -dijo Lily-. Fue Patterson quien encargó que te investigaran. Quería tener algo que utilizar en tu contra.

– Esto pasó cuando era un chaval -murmuró Brian-. En fin, ya veo que la sopa de agua de salchichas no es tan interesante como mis antecedentes. La sopa no es un buen arma. Pero piensa un momento en cómo reaccionará la prensa: mi padre no estaba en casa y, cuando estaba, estaba borracho. Mi madre huyó de casa y no volvió. Vivíamos en una casa con goteras en Southie y nos cortaban la luz y la calefacción cuando no podíamos pagar las facturas. A veces robábamos en el mercado para comer. Y lo único que nos preocupaba era conseguir que los trabajadores sociales no nos separasen. Tuvimos una infancia conmovedora. La gente se compadecerá de mí.

– No voy a utilizarlo -dijo Lily.

– Haz lo que quieras -contestó él-, Por mí no te cortes. No hay reglas -agregó y se dio media vuelta.

Lily lo vio alejarse con el informe todavía en la mano.

– Necesito el informe. No puedes llevártelo. Brian se paró, se giró despacio. Regresó hasta Lily con un gesto de rabia contenida.

– Necesitas el informe -repitió mientras se lo lanzaba por encima del hombro. Lily oyó el ruido de la carpeta al caer en el agua y cerró los ojos-. Ahí tienes tu maldito informe.

Lily se giró hacia la fuente y encontró la carpeta empapada. Cuando se dio la vuelta, Brian ya estaba casi en la calle.

¡Creía que no te importaba lo que te ocultase! -gritó.

¿Por qué tenían que acabar enfrentados cada vez que se veían? Aunque quizá fuera mejor, pensó mientras se descalzaba y subía al borde de la fuente. Si la odiaba, se mantendría alejado. Y si se mantenía alejado, no le entrarían ganas de… Lily sacudió la cabeza. Se negaba a abandonarse en una nueva recreación de lo que habían compartido.

Por fin, se metió en la fuente. Respiró profundo y se puso bajo el chorro para alcanzar la carpeta. Luego, salió por el extremo opuesto.

El pelo le chorreaba, se había empapado el traje. Lily maldijo en voz baja, se apartó el cabello de los ojos, recogió los zapatos y volvió al césped. Brian había dejado los sándwiches y las cervezas junto a la bolsa. Se tumbó, decidió terminar de comer. Tenía que secarse antes de volver a trabajar.

Agarró su sándwich y le pegó un buen mordisco.

– Y querrá que salgamos juntos -murmuró-. Cuando no podemos pasar quince minutos sin que me saque de quicio.

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