Quedaba mucho día y Lily se sentía agotada. Estaba sentada en el despacho, descalza, mirando por la ventana un cielo tristón. Un relámpago anunció la proximidad de una tormenta de verano. Si estuviese en casa en esos momentos, habría llamado por teléfono para avisar de que estaba enferma. se habría acurrucado en la cama y se habría dado una fiesta de autocompadecimiento.
Recordó la noche del viernes y después, la semana que había pasado con Brian Quinn. Al enterarse de quién era, había tomado conciencia de lo peligroso que era seguir viéndolo. Pero, por más que lo había intentado, no había conseguido resistirse. Era demasiado dulce, atractivo, encantador, y la hacía sentirse la única mujer sobre la tierra,
Pero las cosas habían cambiado. Desde que se habían cruzado con la señora Wilburn, ya no podía pensar en Brian como un hombre al que deseaba. Volvía a ser el enemigo… responsable de arruinar su prestigio profesional. Tenía que estar preparada para ello.
De ese modo. por lo menos, se acallarían las confusiones. Sabría de verdad que quería de Brian. Hasta lo había presionado, contándole que seguían con el proyecto, para que informase al respecto. Quizá no hubiese sido un movimiento inteligente desde el punto de vista laboral, pero estaba harta de tener la amenaza del reportaje sobrevolando. A veces era mejor afrontar un problema de cara que tratar de imaginar cómo solucionarlo si llegaba a darse.
– Es lo mejor -se dijo mientras se frotaba una sien. Luego descolgó el auricular y marcó un número familiar.
– Relaciones Públicas DeLay Scoville -dijo la recepcionista.
– Con Emma Carsten, por favor -Lily forzó la voz para que la mujer no la reconociese. Esperó a que su amiga respondiese-. Hola Em. ¿Qué se cuece en Chicago?
– ¡Lily!. ¡que alegría! Estaba esperando que me llamaras. He ido a tu casa, he regado las plantas y he recogido el correo. Todo está bien, aunque alguien te ha robado los geranios que tenías a la entrada. ¿Qué quieres que haga con el correo? Tienes una tarjeta de tu madre.
– No sé -dijo Lily-. Guárdalo todo de momento.
– De acuerdo -Emma se quedó callada unos segundos-. ¿Te pasa algo, Lily? Te noto mal.
Se mordió el labio inferior. En otras circunstancias, no habría dudado en sincerarse con Emma. Pero estaba enredada en un lío que afectaba al trabajo y quizá no fuese la persona más indicada. Después de todo. Emma era una empleada leal de DeLay Scoville y quizá no fuese la observadora más objetiva.
– No se. Empiezo a pensar que no debería haber aceptado este trabajo.
– ¿Estás loca?, ¿cómo ibas a negarte? DeLay esta entusiasmado desde que vio el cheque por los adelantos de los honorarios. No deja de hablar de lo increíble que eres y el futuro tan brillante que tienes. Como te descuides, te pone una placa con tu nombre en el vestíbulo.
– Pero no estoy segura de poder con esto, Em.
– ¿Tan mal están las cosas? ¿Qué ha hecho Patterson? No le habrá encargado a nadie un abrigo de cemento, ¿no?
– ¡No! -exclamó Lily-. No es un mafioso. Al menos no lo creo. Ni siquiera es por él… Oye, si me surgiera una emergencia familiar, quizá pudiera convencer a DeLay para que me releves. Boston te encantaría.
– Lily, ¿qué es lo que pasa? Puedes contármelo.
Aunque ya sí estaba dispuesta a hablar, no estaba segura de cómo explicarle lo que le había pasado. Había salido de Chicago decidida a dar un giro a su vida, a dejar de soñar con el amor perfecto y evitar hombres que no estuvieran disponibles. Pero había tenido una aventura de una noche con un hombre perfecto y disponible. Ese había sido su error.
Era una situación complicada. Brian y ella se parecían demasiado, los dos tenían empuje y decisión en el terreno laboral. Aunque se compenetraban de maravilla en la cama, la pasión no bastaba para construir una relación duradera. Y luego estaba el montón de mujeres con las que había estado Brian.
– Es que… no sé. Quizá tengo nostalgia.
– ¿Y por qué no te vienes? Te pasas el próximo fin de semana aquí y vuelves a Boston el domingo por la noche. Y me hachas una mano.
– ¿Con el trabajo?
– No, estoy lijando el suelo de casa y es una pesadilla. Llevo una semana cubierta de polvo.
– Creo que sí. Me vendrá bien acercarme – contestó Lily. Luego se quedó callada unos segundos-. He… he conocido a un hombre. Brian Quinn. Es periodista. Periodista de investigación para un canal de televisión.
– ¿Y?
– Y nada. Solo estoy un poco confundida.
– Espera. No me digas esto; está trabajando en una historia sobre Patterson. ¿verdad? – Emma gruñó-. No sé cómo te las arreglas para enamorarte del peor hombre posible.
Lily se revolvió en la silla. No podía explicarle su atracción hacia Brian Quinn por teléfono. Emma necesitaba verlo para comprender a qué se enfrentaba.
– No sabía quién era cuando lo conocí. Debería haber cortado nada más descubrirlo. Sabía que no tenía futuro, pero… tiene algo. Y sentía curiosidad por saber cuánto podía durar -Lily trago saliva-. Y ahora me temo que quizá tenga que dejar el encargo. Tengo un conflicto de intereses muy serio.
– ¿A que le refieres con cuánto podía durar?, ¿el qué? ¿Estáis saliendo?, ¿os habéis acostado?
– Más o menos.
– Tal como lo veo, tienes dos opciones – dijo Emma-. Una, olvidarte del tipo, centrarte en el trabajo, venir aquí y que DeLay te ponga en un altar. O dos, llamar a DeLay, decirle que lo dejas, ver como te despide, perder la casa, el coche y renunciar a volver a comprarte unos zapatos de marca. ¿Qué eliges?
Desde esa perspectiva, la decisión debería ser muy sencilla, pensó Lily.
– Hay otra opción -dijo sin embargo-. Richard Patterson descubre que estoy saliendo con Brian Quinn, me despide, DeLay me vuelve a despedir y salto por un puente.
– ¿Y si te entra vértigo?
– Si me despiden -continuo Lily-, siempre podríamos crear nuestra propia empresa, como tantas veces liemos hablado. ¿No sería genial? Relaciones Públicas Carsten Gallagher. Hasta dejaré que tu apellido vaya primero.
– No te molestes en venir el fin de semana, iré yo a visitarte. Iremos de compras, comeremos juntas y aclararemos las cosas -propuso Emma al tiempo que llamaban al despacho de Lily.
– Tengo que irme, te llamo esta noche y hablamos. Adiós, Em -se despidió. Colgó, respiró profundamente y se preparó para recibir a Richard Patterson-. Adelante.
– Han traído algo para usted -dijo en cambio Marie tras abrir la puerta.
– ¿El informe que pedí? -preguntó Lily. Cuando Marie regresó, apareció con un enorme ramillete de preciosas flores rosas.
– Es muy bonito. Hay una tarjeta. ¿Quiere que se la lea?
– No, sé de quién son.
Lily se levantó, agarró el ramo y puso las flores en un jarrón situado en el medio del escritorio.
– Sí que son bonitas -comentó mientras sacaba la tarjeta del sobre. Tal como esperaba, era un detalle de Brian. La echaba de menos y la invitaba a cenar esa noche. Lily sonrió, se sentó. No habían hablado desde la noche de los fuegos artificiales. Se había propuesto no pensar en Brian Quinn en todo el fin de semana y casi había llegado a convencerse de que, pasara lo que pasara, podría con ello… sola.
¡Si al menos supiera lo que sentía por Brian! De ese modo, quizá fuese más fácil imaginarse un futuro a su lado. Pero su historial con los hombres la hacía desconfiar de sus sentimientos. Porque sí, era obvio que se sentían atraídos. ¡Pero no era amor!
– La secretaria del señor Patterson acaba de llamar -añadió Marie-. Quiere verla lo antes posible.
– De acuerdo, gracias -Lily sintió un nudo en el estómago-. Dígale que voy en seguida.
La señora Wilburn era una empleada leal. Era lógico que no ocultara algo así, Patterson la despediría, DeLay la despediría… El corazón le martilleaba contra el pecho. Nunca la habían despedido. No sabía qué esperar.
Lily corrió al ascensor, pero luego reparó en el cartel de averiado. Mientras subía las escaleras, se preguntó si debía tomar la iniciativa. Si dimitía nada más entrar, al menos no la echarían. No tendría un borrón en el currículo.
– La está esperando -dijo la secretaria de Patterson cuando la vio-. Puedes entrar.
Lily llamó a la puerta y pasó, preparada para lo peor. Pero Richard la recibió con una sonrisa de oreja a oreja.
– Buenos días -saludó Lily, devolviéndole la sonrisa con cautela,
– Siéntate -dijo Richard-. Sólo quería felicitarte por el trabajo tan estupendo que estás haciendo,
– Gracias -contestó ella, totalmente atónita.
– La señora Wilburn me ha contado que te vio con Brian Quinn el viernes por la noche. Se extrañó mucho, pero yo siempre he creído en eso de mantén cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos. Me alegra que esté dispuesta a hacer lo que sea para tenerlo vigilado,
– Por… por supuesto.
– Bien, no me importan los detalles, pero el hecho de que te prestes a… llegar,a esos extremos es admirable -finalizó Patterson tras carraspear-. Un plan magnífico. Adelante, haz lo que tengas que hacer.
– De acuerdo -Lily se dio la vuelta y salió del despacho. Le temblaban las piernas-. Genial. Ni pierdo el trabajo ni cree que lo traiciono. Cree que soy una zorra -murmuró cuando se hubo alejado de la señora Wilburn,
Bueno, al menos tenía permiso para disfrutar de una o dos noches más de sexo tórrido con Brian Quinn. La cuestión era, ¿por qué, de repente, parecía ser lo último que quería hacer?
Brian entró en el comedor y miró a los clientes que ya estaban sentados. Era un lugar frecuentado por miembros de los medios de comunicación. Ofrecía comidas, tazas gigantescas de café y las noticias de la CNN veinticuatro horas al día. Había muchos sitios libres en la barra, así que,se sentó en un taburete, confiado en que Sean y él podrían encontrar mesa cuando su hermano llegase.
Pidió una Coca-Cola. Luego sacó del bolsillo el móvil y marcó el teléfono de Lily en el trabajo. Pero, antes del primer pitido, colgó. Necesitaba que Lily arreglase sus problemas laborales por su cuenta. El viernes por la noche se había quedado preocupado por ella al verla tan afectada, convencida de que el hecho de que la secretaria de Patterson los hubiese sorprendido supondría el final de su carrera.
Brian agarró la carta y le echó un vistazo. No quería hacer daño a Lily, pero era obvio que la relación entre ambos resultaba conflictiva. La semana anterior habían pasado juntos cada segundo libre. No le había costado comprender que lo que sentía por ella era mucho más profundo que una simple atracción física.
Y aunque nunca se había enamorado, se estaba acercando peligrosamente. Esperaba con ilusión el momento de volver a verla y se sentía inquieto cuando Lily no estaba cerca. Le encantaba su voz, cómo se le iluminaba la cara al sonreír.
Brian cerro los ojos y respiró profundamente antes de abrirlos y devolver la atención al menú. La llamaría después del trabajo. Con suerte, habría superado el disgusto de haberse cruzado con la señora Wilburn.
– O quizá la han echado y está buscando a alguien a quien echarle la culpa -murmuró.
– ¿Brian Quinn?
El hombre que lo abordo se sentó al lado. Brian disimuló un suspiro. Sólo quería comer tranquilamente, pero desde que salía en televisión le costaba pasar inadvertido. Se echó la mano al bolsillo para sacar un bolígrafo. Ojalá se conformase con un autógrafo.
– Sí, soy yo -contestó sonriente.
– Vi el reportaje que hiciste sobre el inspector de edificios que aceptaba sobornos. Un gran trabajo -el hombre le tendió una mano-. Jim Trent. Dirijo el suplemento local del Globe.
– Encantado. Me encanta ese periódico – Brian trató de ocultar su sorpresa-. Antes trabajaba allí.
– ¿De veras?
– Sí, cuando iba al instituto y luego en la universidad. Cargaba los camiones de prensa. Pero de eso hace más de diez años. Entonces no estabas tú. El director local era Marcus Reynolds. Era muy bueno, pero tú lo estás haciendo mejor todavía.
– Es posible. Pero me estás poniendo las cosas difíciles. Este último año nos has pisado casi todas las historias. Deberíamos habernos adelantado nosotros.
– Es mi trabajo -dijo Brian.
– Das bien en cámara, pero, ¿qué tal escribes?
– ¿Qué me estás preguntando?
– ¿Sabes escribir o sólo eres un rostro con gancho?
– Trabajé en un par de periódicos, en Connecticut y Vermont, antes de entrar en WTBN. Creo que lo hacía bien. Y sigo escribiéndome mis textos. ¿Por qué?, ¿me estás ofreciendo un trabajo?
– Tengo una vacante para un periodista de investigación -dijo Trent-. ¿Te interesa? Tendrías que empezar desde abajo.
Brian no quería parecer demasiado interesado, pero apenas podía contener el entusiasmo. El Globe era uno de los mejores periódicos del país, junto con el New York Times y el Washington Post. Empezaría desde abajo otra vez, pero tendría ocasión de demostrar su valía, en vez de apoyar su éxito en una cara bonita.
– Me interesa. Pero, de momento, esto tiene que quedar entre nosotros.
– ¿Cuándo terminas tu contrato con televisión?
– Medio año -dijo Brian-. Pero ya están empezando a renegociarlo. A mi agente no le va a hacer gracia. Un puesto en un periódico no cubre su comisión.
– Estaré en contacto. O me llamas -Jim le estrechó la mano-. Antes de marcharme, ¿no te importaría decirme en que estás trabajando ahora?
– Si te cuento todos mis secretos, no querrás contratarme.
– Conozco tus secretos. Leí el Herald-dijo Jim. Luego se dio la vuelta, fue hacia la puerta y salió justo cuando entraba Sean.
– Invitas tú -dijo este tras unirse a su hermano y soltar un sobre encima de la barra.
– ¿Por que iba a hacerlo?
– Échale un vistazo -contesto Sean apuntando hacia el sobre.
– ¿Que es esto?
– Querías tener algo para utilizarlo contra Patterson, para devolverle el artículo del Herald. Pues aquí tienes. Fresco y jugoso.
Brian abrió el sobre y sacó un taco de fotografías. Al principio no estaba seguro de qué mirar… hasta que reconoció la cara de Richard Patterson… y su cuerpo… ¡y su trasero al aire! Brian guardó las fotos en el sobre.
– ¿De donde has sacado esto?
– No has llegado a las buenas -Sean agarró las fotos y las pasó hasta llegar a una en concreto en la que aparecían Patterson y una mujer desnudos.
– De acuerdo, Patterson y su esposa van por la casa en porretas -dijo Brian-. No tiene nada de malo.
– No es su esposa -dijo Sean-. Y están en un motel de tres al cuarto. El televisor es de los de echar monedas a cambio de pornografía.
– ¿Quién es ella?
– No sé -dijo Sean-. Esperaba queme lo dijeras tú. La seguí a su casa la otra tarde. Quedan a menudo de cinco a siete. El sale por la puerta trasera de la oficina y se va en un coche de la empresa. Ella lleva un Mercedes negro y vive en la misma casa que Dick Creighton.
– ¿Creighton? -Brian contuvo la respiración-. Louise Creighton es la directora de urbanismo. Es la que tiene la última palabra sobre las adjudicaciones de cualquier construcción de Boston. Es ella. Es Louise Creighton -repitió tras mirar a la foto de nuevo y reconocerla.
– Él le compra joyas -dijo Sean-. Caras. La semana pasada le regaló unos pendientes de diamantes.
– ¡Santo cielo, Sean! Es increíble. ¿Sabes lo que esto significa? Tengo la clave. Ya sé cómo consigue Patterson los contratos. Dios, este podría ser el escándalo del año. ¡Y tengo fotos!
– Bueno, ¿comemos o no? -preguntó Sean-. Me muero de hambre.
Brian sacó la cartera y se dirigió a la camarera que atendía tras la barra.
– Pásala -dijo, ofreciéndole la tarjeta de crédito-. Pago la comida de mi hermano. Ponle lo que pida. Es más, ponle cinco veces lo que pida. Y suma una propina para ti.
Brian agarró el sobre, salió a la calle a toda prisa y paró un taxi. Le indicó al conductor que fuese a las oficinas de Patterson. Por segunda vez en diez minutos, Brian marcó el teléfono de Lily y preguntó por ella cuando contestaron en recepción. Al oír su voz, no pudo evitar sonreír.
– Hola, soy yo. ¿Cómo estás?
– Sorprendentemente bien -dijo Lily-. Sigo teniendo trabajo.
– Tengo que verte. ¿Comemos?
– No puedo, Brian -Lily dudó-. Creo que no deberíamos seguir viéndonos. Tengo que centrarme en el trabajo.
– Es importante. Necesito hablar contigo. Te prometo que será una conversación estrictamente laboral.
– De acuerdo.
– Llegaré en cinco minutos. Espérame fuera -Brian tuvo que reprimir el impulso de decirle lo que sentía. Pero, ¿qué iba a decirle?, ¿que creía que se estaba enamorando de ella? ¿Cómo diablos podía estar seguro?-. Te veo ahora mismo.
Brian pulsó el botón de fin de llamada, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Quizá no debiera preocuparse. Teniendo en cuenta lo que les había pasado al resto de los hermanos Quinn, la decisión podía no estar en sus manos. Si la maldición había vuelto a golpear, se daría cuenta antes o después.
Claro que sólo lo estaba viendo desde un punto de vista. Lily tenía su vida en Chicago y, por el momento, conservaba su trabajo. La maldición podía hacer que se enamorara de Lily, pero no que esta sintiera lo mismo.
– Es demasiado pronto -murmuró-. O puede que demasiado tarde.
El taxi paró unos minutos después y Brian le pidió que esperase. Salió del coche, vio a Lily, la saludó. Cuando llegó junto a Brian, este le abrió la puerta. Luego, una vez dentro. Brian le indicó al conductor que los llevara a la laguna Storrow. Y, por fin, pasó un brazo sobre los hombros de Lily y le dio un beso.
– Llevaba pensando en esto toda la mañana -susurró él.
– Me habías prometido que no…
– Bueno, ¿qué ha pasado? -atajó Brian-. Entiendo que la señora Wilburn no ha abierto la boca.
– No. Se lo contó a Patterson y me llamó a su despacho. Piensa que estaba utilizando mis armas de mujer para… distraer tu interés. Ya sabes, vender mi cuerpo a cambio de tu silencio.
– ¿Eso te ha dicho?
– No con esas palabras, pero lo dio a entender. Y me felicitó por ello. Así que supongo que tenemos luz verde. Si es por él, podríamos reservar una habitación de hotel ahora mismo -Lily soltó una risotada-. Bueno, ¿de qué querías hablarme?
– Ahora mismo de nada. Ahora sólo quiero besarte. Ya hablaremos luego -Brian paseó el pulgar por el labio inferior de Lily-. ¿Tú quieres besarme? -le preguntó, acercando la boca a la de ella.
Lily separó los labios, pero Brian tuvo la sensación de que se estaba reservando. La había besado suficientes veces para intuir sus sentimientos. Y ese beso no sabia a felicidad. Brian se retiró, le agarró una mano y entrelazó los dedos.
El taxi los dejó cerca de la laguna y ambos pasearon por el césped, todavía de la mano; con la que le quedaba libre, él sujetaba el sobre con las fotografías. La laguna era uno de los sitios más bonitas del río Charles.
– Cada día me enseñas un lugar más bonito que el anterior -comentó ella.
– Sentémonos -dijo Brian apuntando hacia un banco.
Lily tomó asiento en un extremo, alejada, para que no pudiera tocarla. Brian respiró hondo. No estaba seguro de, si estaba haciendo lo correcto, pero no tardaría en averiguarlo. Le entregó el sobre y la miró mientras lo abría. A medida que pasaba de una foto a otra, los ojos se le iban agrandando,
– ¿De dónde las has sacado?
– Eso no importa.
– ¿Vas a utilizarlas?
– Esa mujer es la directora de urbanismo. Es el eslabón que me faltaba. Sólo es cuestión de tiempo. Lo acusaran de soborno a un funcionario público y acabará en la cárcel. He pensado que le gustaría saberlo.
– ¿Por qué?
– No sé. Para que estés preparada -dijo Brian-. Esto se va a poner feo, Lily, sólo quiero que nosotros nos quedemos al margen.
– No puedo… -Lily volvió a mirar las fotografías-, No puedo ponerle un lacito a esto para intentar adornarlo. Esto no tiene remedio… Tengo que irme -añadió al tiempo que se ponía de pie.
– Lily, vamos a hablarlo. Entiéndelo: ese hombre está infringiendo la ley. Tengo que informar. Si fueran sospechas sin fundamento. quizá podría olvidarme; pero dentro de unos días tendré todas las pruebas que necesito.
– Haz lo que quieras -dijo Lily-. Se acabó -agregó justo antes de echar a andar.
– ¿Que quieres decir con se acabó? -Brian le dio alcance unos metros después.
– Que me vuelvo a Chicago. Que manden a otro para arreglar este lío.
– No puedes marcharte -Brian la detuvo agarrándole una mano.
– Sí puedo. Dimitiré. En realidad es muy sencillo. Mi jefe enviará a otra persona y asunto solucionado. De ese modo, tú podrás seguir con tu reportaje y recoger los premios,
– No -contestó enfurecido Brian. Lily no era de las que se rendían. Pero parecía agotada, como si las fotografías la hubieran dejado sin energías.
– Es lo mejor -dijo-. En serio. Sabíamos desde el principio que estábamos en bandos opuestos, Y no veo la forma de que los dos salgamos de esta con la integridad intacta. Debería haberme mantenido alejada de ti. Debería haber sido más fuerte. Pero siempre es igual. Siempre elijo al hombre equivocado. Parece adecuado, pero, antes o después, descubro que es una relación imposible. Se acabó. Es lo mejor. No insistas, por favor -añadió soltándose la mano.
Brian la siguió con la mirada. Quiso seguirla, encontrar alguna forma de arreglar las cosas. Pero, aunque el corazón se lo pidiese a gritos, la cabeza le decía que no harían sino dar vueltas y más vueltas para llegar a la misma conclusión.
– Hasta aquí la maldición familiar -murmuró.
El edificio de Inversiones Patterson estaba tranquilo, las luces de los despachos apagadas en su mayoría, el sonido de las tareas del personal de limpieza se colaba por la puerta abierta de la oficina de Lily. Eran casi las siete, pero había estado todo el día preparando los detalles para el anuncio oficial del proyecto portuario ante los medios de comunicación el viernes por la tarde. Ya sólo le quedaba esperar… y tener suerte.
Lily sacó del cajón del escritorio un paquete de chocolatinas. Se metió unas cuantas en la boca para calmar la ansiedad. Días atrás, sólo estaba ansiosa por volver a ver a Brian Quinn. Pero había vuelto a los dulces.
– Pesaré quinientos kilos, pero al menos no me partirán el corazón -murmuro.
Se había pasado la semana entera esperando que Brian Quinn divulgara la noticia contra Richard Patterson. Era como esperar un terremoto. Sabía que llegaría antes o después, pero no estaba segura de lo violento que sería hasta que sucediera. Lily había preparado diversos planes para defender a Patterson según sallase la noticia.
Había hecho bien cortando con Brian. No había respondido a sus mensajes en el contestador y había evitado verlo. En no mucho tiempo, se habría olvidado de él. Lily negó con la cabeza. Sabía que se engañaba, pero, en esos momentos, necesitaba creer que era posible.
El teléfono sonó y dudó antes de responder. No le había dado el número a Brian. pero sí a Emma. Sí, quizá pudiera pedirle consejo a su mejor amiga.
– Lily Gallagher -respondió por fin.
– Señorita Gallagher, le hablo de Seguridad. Hay un caballero que quiere verla -dijo el agente. Después bajó la voz-. Es Brian Quinn, el de las noticias.
– Dígale que no estoy.
– Me temo que es imposible. Está justo aquí.
– En seguida bajo -dijo Lily. Luego colgó, se levanto y se alisó la falda. Mientras caminaba hacia el ascensor, pensó en qué le diría. Había roto muchas veces, pero siempre la habían dejado a ella. Quizá funcionase un ultimátum: el reportaje o ella. Sabía que escogería el reportaje y todo habría terminado-. Parece demasiado sencillo, pero a veces lo más fácil es lo mejor.
Pulsó el botón del ascensor y entró. Mientras bajaba, se repitió que debía ser fuerte. Pero nada más verlo en el vestíbulo empezaron a flaquearle las fuerzas.
Llevaba una camisa impecablemente planchada y unos pantalones plisados, su indumentaria habitual de trabajo, menos la chaqueta y la corbata. Para ser sincera, lo cierto era que estaba increíble se pusiera lo que se pusiera. Frunció el ceño. A pesar de los momentos tan íntimos que habían compartido, en realidad no lo había visto nunca desnudo por completo. El corazón se le aceleró sólo de pensar en desvestirlo. Sería una vista tan hermosa…
Se acercaron despacio y no supo descifrar la expresión de su rostro. Brian no parecía enfadado, pero tampoco parecía alegrarse de verla.
– Hola -murmuró ella.
Brian le agarró una mano y la metió en el ascensor para librarse de la mirada curiosa del vigilante de seguridad.
– ¿Se puede saber qué pasa, Lily?
– No se a qué te refieres.
– Te llamo al hotel y no contestas. Te dejo mensajes en la oficina y no respondes. ¿Qué pasa? Si quieres cortar conmigo, al menos dímelo a la cara. No me hagas imaginármelo.
– Hemos pasado unos días maravillosos, pero…
– No voy a publicar esas fotos -atajó Brian-. Ni siquiera voy a informar de la aventura con Creighton.
– ¿No?
– ¿Qué quieres de mí, Lily? O vamos adelante con esta historia o no. De ti depende. Personalmente, creo que estamos muy bien juntos. Nunca he conocido a una mujer como tú.
– Sabes que tendrá que terminar en algún momento -murmuró ella-. Si no es por este reportaje, será por otra cosa.
– Puede. Pero puede que no. No lo sabremos si no lo intentamos. Y yo quiero intentarlo.
Lily lo miró. sorprendida por la confesión de Brian. Había dado por sentado que se estaba tomando la relación como algo mucho menos serio que ella. El instinto le aconsejaba batirse en retirada. Si seguía adelante con el reportaje contra Patterson, tendrían que enfrentarse en directo, cámaras de televisión por medio, en una discusión sin barreras. Y si no seguía adelante, podía dar por terminado su trabajo y regresaría a Chicago a la semana siguiente.
– ¿Y si te pido que te olvides de este reportaje? -pregunto Lily-. ¿Lo harías?
Brian abrió la boca para contestar, la cerró sin decir palabra. Consideró la respuesta unos segundos antes de decir:
– Creía que habíamos quedado en separar lo personal de lo laboral.
– Eso dijimos. Pero no puedo separar las cosas en compartimentos diferentes. El trabajo forma parte de mi vida y, si tú estás en mi vida, estás también en mi trabajo Y si no estás, no estás -contestó Lily. Al ver que Brian no se decía, añadió-. No me llames. Se acabó. Lo he pasado muy bien contigo, pero, desde el principio, yo no buscaba algo… serio.
– Me niego -Brian se pasó una mano por el pelo-. No, me niego a tener esta conversación ahora. No deberíamos tomar una decisión tan precipitadamente. Es demasiado pronto.
– Tengo que irme -dijo Lily-. Todavía tengo trabajo pendiente y tú tendrás que ir a los estudios de televisión esta noche -añadió y estiró el brazo para tocarlo una última vez.
– Voy a dar la noticia esta noche -anunció.
– ¿Que? Pero acabas de decir…
– Hemos montado el reportaje por la tarde. Hemos pillado a Patterson y a la directora de urbanismo saliendo de un motel juntos. Venía a decírtelo. Espero que estés preparada.
– Lo estaré -contestó Lily, alzando la barbilla.
Luego se dio la vuelta y regresó al ascensor. Punto final, pensó mientras pulsaba el bolón de llamada. Lily se trago un sollozo. Nada más abrirse las puertas, entró, rezando para que se cerraran pronto. Brian la miró un instante y, en el último segundo, se coló también en el ascensor.
– ¿Qué haces? -preguntó Lily.
– Todavía no hemos terminado.
Brian pulsó el botón de la planta veinte y el ascensor empezó a subir. Pero Lily apretó el botón de la planta baja de nuevo.
– No quiero discutir -dijo ella.
– Quizá deberíamos hacerlo -replico Brian justo antes de oírse un extraño ruido.
– ¿Que ha sido eso? -pregunto Lily cuando, de repente, se paró el ascensor.
Brian pulsó el botón de la planta veinte de nuevo, pero el ascensor no se movió ni se abrieron las puertas.
– Creo que estamos encerrados.
– ¡No! -Lily pulsó los botones de todas las plantas-. No es posible.
– Creo que sí -Brian saco el móvil-. ¿Llamas tú o llamo yo? Aunque quizá sería mejor que no llamáramos. Puede que el destino esté intercediendo. Y a mí no me gusta discutir con el destino.