A partir de aquel momento, lo que vino fue la soledad. Por suerte, en el hospital había mucho trabajo, no sólo con los pacientes, sino pintando y renovando algunas partes ya deterioradas.
En su tiempo libre, Annie solía llevar a los perros y a Hannah a la playa o al río.
Tom la había invitado a ser parte de la vida de la pequeña y cada vez la quería más.
Pero aquello no facilitaba las cosas, pues la situación era cada vez más complicada y sus vinculaciones emocionales más fuertes.
Para entonces, ya quería incluso a los dos perros.
Algo le decía que debía marcharse, abandonar todo aquello.
Sin embargo, Annie sabía que ya no era posible.
Llegó el sábado, el día de la fiesta de Kylie.
Annie estaba de guardia y tenía que atender a una serie de pacientes. Primero fue una pierna rota. Después un brazo. La mañana se pasó muy rápido y, para cuando se quiso dar cuenta, Tom ya se había marchado sin ella.
– Dijo que se encontrarían allí y que, además, sabía que usted preferiría llevar su coche -le dijo la enfermera de guardia.
Estupendo.
Annie habría querido discutir con él sobre el regalo de Kylie. Ella había elegido un poster con personajes de dibujos animados. Así, poco a poco, iría consiguiendo que su casa fuera cada vez más acogedora.
¿Acaso Tom había pensado en algún otro regalo? De ser así, cada uno llevaría el suyo.
Esperaba que no ocurriera. De otro modo, estarían en boca de todos durante mucho tiempo.
Estaba claro que era dos personas separadas con un trabajo, un bebé y dos perros en común. Nada más.
La fiesta ya había empezado cuando ella llegó.
Ya desde la calle había podido escuchar los gritos de los niños.
Cuando Kylie abrió la puerta, lo hizo rodeada de un montón de pequeñajos.
– ¡Ha venido! Muchas gracias.
La niña estaba preciosa, con un vestido blanco y rosa.
– ¿Le gusta mi vestido? Me lo fue haciendo mi abuela, la madre de mi madre, cuando estaba en el hospital. A mí me parece maravilloso. Estoy deseando que lo vea mi padre.
– Sí, es realmente bonito -dijo Annie y la abrazó-. Siento mucho haber llegado tan tarde. Pero tuve que reparar un brazo roto en el último momento. ¿Quién más falta?
– Sólo mi papi. Mamá dice que puede que no venga. Pero yo sé que vendrá -el rostro de la pequeña se ensombreció.
Pasaron al salón, donde estaban el resto de los invitados.
Tom estaba allí, con Hannah a su lado. Cuando la vio aparecer le dirigió una sonrisa comprometida y Annie se quedó en la puerta. No quería interrumpir.
La habitación estaba realmente llena de gente. Betty sonrió a Annie, pero no pudo pasar. Estaba todo lleno de niños.
No importaba. Estaba bien donde estaba.
Kylie decidió que había llegado el momento de abrir los regalos. Todos los pequeños se sentaron en el suelo y Kylie empezó por el regalo de Annie.
Su rostro se iluminó al ver el poster.
– ¡Es precioso! Lo pondremos en mi habitación, ¿verdad mamá? Gracias, doctora Annie. Y gracias a usted también, doctor Tom y a Hannah.
Annie vio cómo el desconcierto aparecía en el rostro de Tom.
Por supuesto, ¿qué había esperado? A ojos del resto del mundo, ellos eran una pareja y, por tanto, el regalo era de ambos.
Después de varios paquetes, Kylie se encontró con uno que le llamó especialmente la atención.
– Aquí dice de parte de Tom y de Hannah. ¿No se supone que ya me han hecho un regalo?
La habitación se quedó en silencio. Se podía masticar la tensión que había en el aire.
– Es que todavía no estamos acostumbrados a ciertas cosas -se justificó Annie y, si bien la respuesta no satisfizo a los adultos, pareció clara para Kylie-. Este es el regalo de Hannah, el otro era de su mamá y su papá.
Pero el asunto se complicó cuando el segundo paquete reveló exactamente el mismo regalo que el primero.
– ¿Es que Hannah no sabía lo que me iban a comprar sus padres?
Los intercambios de miradas eran cada vez más insistentes.
– Cámbialo por otra cosa, Kylie. Así podrás elegir lo que quieras.
Por suerte, antes de que la niña pudiera responder, la puerta se abrió y entró el último invitado.
– ¡Papá!
El incidente ya estaba olvidado.
– ¡Papi, has venido a mi cumpleaños!
– Claro, gatita. ¿Cómo me lo iba a perder?
La voz de Rod Manning dejaba muy claro que el hombre estaba completamente borracho. Sus movimientos lo certificaban aún más, pues a penas si podía mantenerse en pie.
Estaba sin afeitar, con la ropa sucia. Parecía llevar semanas con lo mismo puesto y sin haberse dado un baño.
Kylie retrocedió desconcertada.
– ¿No vas a abrir mi regalo? -dijo y miró a su mujer con agresividad-. Seguro que es un regalo mucho más caro que el que ella te ha comprado.
Kylie lo miró con temor y, como si fuera una obligación, abrió el paquete que su padre había traído.
Era una caja, en cuyo interior había un vestido de organdí rosa, lleno de lazos y claramente muy caro.
– Gracias, papá -susurró la niña temerosa-. Mi abuela me hizo este vestido para mi cumpleaños. Pero este me lo puedo poner en Navidad.
– ¡Tú te vas a poner ese vestido inmediatamente! ¿Qué quieres decir con eso de que tu abuela te hizo el vestido? Mi hija no se pone vestidos hechos en casa. Ve a cambiarte.
– Pero mi abuela me lo cosió mientras estaba en el hospital -respondió la pequeña desafiante.
– Kylie, ya me has oído.
– No.
– ¡Pequeña insolente…! -Rod se acercó y le dio una bofetada.
– ¡No! -Annie era el adulto más cercano a Rod. Se lanzó sobre él y le sujetó el brazo con terror.
– ¡Annie! -Tom habló casi al unísono, consciente del peligro que Annie corría con aquel hombre.
Pero nadie se esperaba lo que iba a ocurrir después.
Annie estaba aún sujetando a Rod, cuando éste sacó una pistola y apuntó a Tom.
– Retrocede. Vete de ahí. Déjame a mí que me ocupe de mi hija -empujó a Annie-. Y tú desaparece de mi vista, maldita zorra.
Agarró a su pequeña con fuerza.
– Se va a poner mi vestido porque yo lo digo. Y se va a venir a casa conmigo. Por eso he comprado esto -se refería a la pistola-. Por si alguien quería impedírmelo. Los abogados me han dicho que no podré conseguir la custodia. Sólo me dejarán tener acceso a ella. ¡Acceso! Podré verla los fines de semana si su madre me lo permite. ¿Creen que voy a consentir que sea así? Ni hablar. Mi hija no va a vivir en un maldito apartamento cochambroso.
Levantó el arma y apuntó directamente a la cabeza de Betty.
Si era o no su intención disparar, no estaba dispuesta a averiguarlo. Annie se lanzó sobre él y con una fuerza sobrehumana logró apartar la pistola.
– Annie, no… -el grito de Tom resonó en la habitación. Pero había demasiados niños aterrados entre ellos, como para poder hacer nada.
Y, justo después, sonó un disparo.
Silencio.
Annie calló al suelo y un charco de sangre lo inundó todo.
El arma se levantó de nuevo.
– Annie…
– ¡Que nadie se mueva!
Tom se quedó paralizado. No tenía alternativa.
Con Kylie firmemente sujeta y amenazándola con la pistola, Rod retrocedió.
Luego, miró lo que acababa de hacer.
Apartó la pistola de la cabeza de su hija y apuntó de nuevo a Annie.
– ¡No!
Había muchos niños aún en medio. Tom no podía moverse con agilidad.
– Manning, no lo hagas.
– Retrocede.
Rod, con su hija, comenzó a apuntar a todos los que estaban en la habitación.
– Fuera de aquí todo el mundo. No quiero a nadie, fuera. Vamos, dejadme solo con mi hija.
Tom trató de acercarse.
– Si lo haces, le vuelo la cabeza a esta zorra. ¡Lo digo absolutamente en serio! Se lo merecía, es la que me ha causado todos estos problemas. Me daré el gusto de dispararle otra vez o de ver cómo se desangra poco a poco.
– Manning, piensa en los problemas que vas a tener por actuar así.
El tono de Tom era convincente, pero Rod Manning no parecía dispuesta a dejarse llevar.
En la habitación las escenas de terror se sucedían, cada cual reaccionando de modo diferente.
Poco a poco, fueron saliendo todos.
– ¡Fuera de aquí todos! -Rod hablaba directamente con Tom, pero con el arma seguía apuntando a Annie.
– Manning, se va a morir.
– Si te acercas un sólo paso más, la mato primero a ella y luego continuo con todos los niños que quedan.
– De acuerdo, de acuerdo -dijo Tom- Que todo el mundo vaya saliendo. Vamos, Betty.
– ¿Y mi hija? La va a matar.
– No, no lo hará. No será tan estúpido como para cometer semejante error.
La puerta se cerró, dejando atrás los llantos, los gemidos y los silencios aterrados.
En el interior, sólo se escuchaba la pesada respiración de Rod Manning.
Kylie no había pronunciado ni una sola palabra.
Annie sentía que la sangre fluía rápidamente. Se iba a desangrar. Tenía que hacer algo. Como pudo, agarró lo primero que encontró y lo puso sobre la herida. Era vestido de organdí. Si apretaba las piernas, conseguiría cortar el flujo de sangre.
– Le has hecho daño a la doctora Annie -dijo la pequeña.
– Se lo merecía -afirmó el padre.
– No, no se lo merecía, papá.
– ¡Cállate!
– No, no se lo merecía -dijo la pequeña y se acercó a Annie.
– Kylie, deja a tu padre -le rogó Annie.
– ¡Cállate, zorra! -la insultó.
– ¿Qué va a hacer? -preguntó Annie, con un ligero hilo de voz.
– Esperar. Voy a esperar -Rod se acercó a la puerta que conducía al dormitorio y la abrió. Luego se acercó a la ventana.
Annie seguía perdiendo sangre.
– ¿A qué va a esperar?
– ¡Y yo que sé! ¿A que te mueras, por ejemplo?
– Entonces lo acusaran de asesinato.
– ¿Y qué más me da? He perdido mi trabajo, no tengo carnet de conducir, el banco me ha quitado la casa y me he quedado sin familia, sin hija.
– Sigue teniendo una hija.
– ¡Mírala! ¿Qué tipo de niña es cuando tiene que ponerse un vestido que le ha hecho su abuela? Ni siquiera me permite que me acerque a ella.
– No cuando la asusta. Por favor, déjela salir de aquí -dijo Annie.
– Se queda hasta el final.
Annie lo miró y entonces entendió lo que aquel hombre quería.
Era su vida, la deseaba segar, pero no se atrevía. Así que las arrastraría a Annie y a Kylie con él hasta el final.
Kylie se había acurrucado junto a Annie.
– No te duermas por favor -le decía la pequeña-. No te duermas, no me dejes sola.
– No me dormiré -respondía Annie una y otra vez. Estoy contigo.
Pero cada vez se sentía más débil. Tenía la vista borrosa y no podía mantener los ojos abiertos.
No debía dormirse, no debía dormirse.
De pronto, se oyeron sirenas y sin dar casi tiempo, algo golpeó el cristal y la habitación se llenó de humo.
Todo estaba oscuro y borroso. Seguía sintiendo a la niña a su lado y se oían ruidos de todo tipo.
Hubo una advertencia.
– ¡No seas estúpido!
Un disparo y un grito.
Y, después, alguien las llevaba, tanto a Kylie como a ella. No sabía si era un hombre o eran dos. Tampoco sabía quién era.
– ¡Por favor, no le hagas daño a la niña! -gritó Annie en su delirio.
– Tranquila, tranquila, ya estás a salvo, mi amor, ya estás a salvo.