Annie se pasó toda la mañana atendiendo pacientes y no volvió a ver a Tom en varias horas.
Ninguno de los pacientes parecía sufrir ningún mal grave, pero todos se mostraban particularmente interesados en la historia del doctor y el bebé. Annie estaba empezando a sospechar que la repentina aparición de tantos síntomas inconcretos en la comunidad se debía más bien a una curiosidad hambrienta de noticias.
Cada vez que alguien llamaba a la puerta, Annie esperaba ver a Tom, decidido a llamar a los servicios sociales. Pero eso no ocurrió. Así que iba a quedarse con la niña durante el fin de semana.
– Pero no va a conseguir que la admita en el hospital -se dijo a sí misma-. No, señor.
Se despidió de Rebecca, la recepcionista, y salió a comer. ¡Comer! Ni siquiera recordaba haber desayunado.
¡Al diablo Tom McIver y sus problemas emocionales! Ella tenía sus propios problemas emocionales… que estaban directamente relacionados con él.
Llegó al corredor que conducía a su apartamento.
Necesitaba un poco de paz y, sobre todo, perderle a él de vista durante un rato.
Pero al abrir la puerta, allí estaban: él y la niña, tumbada en la cuna.
La pequeña dormía. Tom salió de la cocina con una ensaladera llena de ensalada.
Anna miró a la mesa. Había dos platos, dos pares de cubiertos, vino, copas, pan calentito… ¡Y un delicioso olor a comida recién hecha!
– Sea lo que sea lo que quieres, la respuesta es no.
– ¡Annie, eres una desconfiada!
– Te conozco, Tom McIver -dijo Annie, se dirigió a la puerta y la abrió-. Fuera. La respuesta es no y no y no. ¡Fuera!
– Annie, necesito hablar contigo.
– Pues organiza una reunión en el hospital.
– Annie… -Tom dejó la ensalada en mitad de la mesa y le puso las manos sobre los hombros.
Sólo ella podía saber lo que su tacto le hacía sentir.
A pesar de todo, no se iba a dejar convencer. Algo quería, aunque ella no supiera de qué se trataba.
– Annie, esta es la primera vez que hago esto. Hannah y yo hemos estado en la carnicería, en la frutería y nos hemos pasado toda la mañana cocinando.
– ¿Hannah?
– Hannah -Tom pareció confuso-. La… la he llamado así, por mi abuela.
– Es muy bonito, Tom -dijo Annie mientras se alejaba de él-. ¿Quieres que sea ese su nombre?
– Supongo que los padres adoptivos se lo podrán cambiar.
– Sí, pueden -afirmó ella-. Pero todavía no has decidido si quieres darla en adopción.
– El lunes… Supongo que si no aceptas mi propuesta, por lo menos la tendré conmigo hasta el lunes.
– Ya -Annie lo miró directamente a los ojos. Había algo más-. ¿Y qué es lo que esperas que yo haga a cambio de la comida?
– Es sólo un gesto de buena voluntad.
– No me lo creo.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir que no me lo creo. ¿Qué quieres?
– Tómate al menos un vasito de vino.
– No. No bebo cuando estoy de servicio.
– Un vaso no te hará nada.
– Y, sobre todo, no bebo cuando alguien quiere convencerme de algo que va contra mis principios. Así es que suelta de una vez qué es lo que quieres.
Tom miró a Annie. Sonrió ligeramente.
– No. Me ha costado mucho preparar esta comida y no estoy dispuesto a que no te dignes a probarla. No querrás que Tiny y Hoof acaben por tomársela.
Annie miró una y otra vez a la mesa.
Estaba muerta de hambre y olía divinamente.
– Bueno, de acuerdo. Pero no te hago promesas.
– Cállate, y come como un buen doctor -dijo Tom-. Después ya veremos.
Así es que Annie se sentó y comió gustosa el estupendo guiso que él había preparado. Tenía que admitir que le encantaba estar con Tom. Aunque no era capaz de relajarse ni un minuto en su presencia.
Por fin, Tom apartó el plato y suspiró.
– Eres muy inquieta, Annie.
– Si descansara, sería demasiado superior a ti -dijo Annie y lo miró conteniendo una sonrisa-. De acuerdo, Tom. Ya me has alimentado y me siento mucho mejor. Te ayudaré si puedo, pero no voy a cuidar a tu hija durante seis semanas.
– Sólo por esta noche.
Silencio.
– ¿Esta noche?
– Es la fiesta del hospital, ¿recuerdas? -dijo Tom-. Sarah espera que la lleve. Y tú estás de guardia.
– ¿Quieres que cuide a Hannah esta noche?
– Bueno, algo así.
– Pero si estoy de guardia no me puedo ocupar de ella.
– Ya he avisado a Robbie para que llame a una enfermera. Lo único que tienes que hacer es decir que sí.
– Tom, sólo tendrás a tu hija durante dos días y la vas a dejar con una desconocida para divertirte con Sarah.
Tom la miró de un modo extraño.
– Annie…
– ¿Qué? -aquello era increíble. Le estaba pidiendo que se quedara con la pequeña para poder salir con otra mujer.
¡Era el colmo!
¿Cómo podía seguir viviendo allí? Estaba loca, loca, loca y completamente enamorada de un hombre que jamás se daría cuenta de que existía Annie Burrows. Bueno, sí, como colega o como canguro… ¡qué consuelo!
– Annie, no puedo permitirme que Sarah se enfade -le aseguró-. Es una chica encantadora.
– Y con la cabeza llena de algodón.
– Creo que estás siendo bastante injusta. Es maestra, Annie.
Sí, sin duda estaba siendo injusta. Pero, ¿y qué? ¿No lo era él con ella?
– ¿Vas en serio con Sarah?
– Creo que sí.
Annie se levantó y llevó los platos al fregadero.
– La semana pasada era otra.
– Sí, pero…
– ¿Pero?
– Como ya te he dicho, Sarah es maestra -dijo Tom-. Le gustan los niños y sabe tratarlos. Quizás podría persuadirla para que… Bueno, quizás quisiera ocuparse de Hannah y de mí.
Annie se volvió a él con gesto incrédulo.
– ¿Estás pensando en crear una familia?
Tom se ruborizó.
– Bueno… sí. He estado dándole vueltas. Si pudiera pasar algún tiempo con Sarah, quizás podría conseguir que aceptara o, al menos, que se lo pensara.
Miró al bebé durante un rato. La niña estaba profundamente dormida.
– Se parece tanto a mí, Annie -dijo él-. Yo no tengo ni idea de cómo se cuida un bebé. Pero Henry tiene razón. Estoy prendado de ella. Bueno, a lo mejor piensas que es una locura. Pero tengo dos días para pensármelo. Ya sé que quiero a mi hija. Ahora necesito saber si Sarah me aceptaría con el bebé.
– Pero, ¿quieres a Sarah? -Annie no salía de su asombro.
– Bueno… -Tom pareció considerar durante unos segundos sus palabras-. No creo que el amor romántico que uno siente por una esposa pueda ser comparable al que se siente por una hija. Lo que sí creo es que es importante elegir a alguien que sea sensato.
– ¿Y Sarah es sensata?
– Creo que sí.
– Y sobre todo guapísima -Annie sonrió-. Muy sensato por su parte, doctor. ¡Pobre Sarah!
– ¡Maldición, Annie! Entonces, ¿qué se supone que debería hacer?
– No tengo ni la más ligera idea -dijo Annie-. Estoy segura de que lo que pretendes hacer es lo más adecuado y que, después, viviréis todos felices para siempre.
– ¡No hace falta que seas tan sarcástica!
– ¡No, claro que no! -Annie se levantó. ¡Aquel hombre estaba completamente ciego! ¿Es que no se daba cuenta de que la estaba destrozando? Él no creía en el amor y Annie lo sentía con tal intensidad que era capaz incluso de quedarse con la niña para que él encontrara a la madre de sus sueños-. Así que me voy a seguir siendo una doctora, sensata, trabajadora y vulgar. Sí, la misma doctora Burrows que está ahí siempre que la necesitas y lo suficientemente estúpida como para ocuparse de tu hija esta noche. ¡Pero sólo esta noche!
Se dirigió a la puerta y la abrió de par en par.
Él la miró como si, de pronto, se hubiera vuelto loco.
Tal vez así era.
– Será mejor que me dejes estudiar el poco rato que me queda antes de que me vuelvan a llamar. Necesito espacio -protestó-. Pero, sí. Me responsabilizaré de su bebé, doctor McIver. ¡Sólo por esta vez! En el futuro…
¿Quién sabía lo que le depararía el futuro? ¿Se iba a pasar el resto de su vida en Bannockburn, siendo la vecina del doctor McIver y su bebé?
¡No, no y no! Tenía que marcharse de allí.
– Y el futuro es tu problema -le dijo Annie-. Tu futuro no tiene nada que ver conmigo, ¡nada!
En cuanto Tom y la niña salieron, cerró la puerta con ímpetu.
El sábado por la noche comenzó siendo tranquilo.
Annie estaba en una de las salas, cuando Tom y Sarah aparecieron con la niña.
Hacían una pareja de esas de película: Tom, guapo, moreno y bronceado; Sarah, alta, con una hermosa mata de pelo rubio cayéndole por los hombros y unas piernas interminables.
Eran tan guapos que le quitaban el sentido a quien pasara a su lado.
Allí se quedaron un rato, junto a la cuna, sonriéndose el uno al otro agarraditos de la mano.
Mientras la doctora Burrows, o Cenicienta Burrows, como ella se sentía, se quedaba en un rincón oscuro y trataba, desesperadamente, de no convertirse en una calabaza.
– ¿No te parecen la pareja perfecta? -dijo Chris, la enfermera que se iba a encargar de Hannah aquella noche-. ¡Ay! ¡Cómo me gustaría ser como Sarah!
– Sí, ya somos dos que sueñan con la luna -Annie se metió las manos en los bolsillos de la bata blanca.
La adorable pareja se marchó y el vacío en el hospital sin la presencia de Tom se hizo patente.
Annie arrugó la nariz y se reajustó las gafas.
– Bueno, no todas podemos ser Blanca Nieves. No es que nosotras seamos feas, es que Sarah es tan impresionante que haría palidecer a la Bella Durmiente.
– ¡Mucho sabes de cuentos de princesas! -se mofó Chris.
Annie se encogió de hombros y sonrió.
– Bueno, supongo que será una noche tranquila. La mayor parte de la gente del pueblo está en la fiesta. Tienes toda la noche para un único y saludable paciente: Hannah.
– ¡Es fantástico! -se rió Chris-. Sé exactamente lo que voy a hacer. Me voy a meter en mi novela y, por favor, doctora Burrows, no me encuentre ningún paciente más. Estoy ansiosa por saber cuándo Jack se enamora de Kimberley. Voy por la página ciento veinte y todavía no se ha dado cuenta de que existe como mujer.
Desde luego aquella noche no sabría lo que acontecería a Jack y Kimberley. Media hora después, Murray Ferguson, de ocho años, llegó al hospital con un ataque de asma. Chris y Annie pasaron dos horas de incesante actividad, hasta que lograron estabilizar la respiración del pequeño.
Poco después, llegó Ray Stotter con un fuerte dolor en el pecho. Annie y Helen estuvieron otras dos horas con él, haciéndole todo tipo de pruebas, para determinar de qué se trataba. Por lo que aparecía en los test y por los síntomas, parecía una angina de pecho. Pero Annie consideró necesario que el enfermo quedara hospitalizado para tenerlo en observación.
La asustada esposa del enfermo estaba en casi peores condiciones que él. Al final, Annie pasó más tiempo con Marth Stotter que con su marido.
A eso de la una de la mañana, Annie volvió a la unidad infantil para comprobar el estado de Murray.
Allí se encontró a Chris, con Hannah en brazos. La paseaba de arriba a abajo, mientras vigilaba a Murray.
– No hay forma de dejarla en la cuna. En cuanto la dejo en la cuna se pone a llorar como una loca. Quizás eche de menos a su madre.
– Me da la impresión de que se ha acostumbrado a dormir de día y a estar despierta por la noche. Quizás es por eso que su madre decidió abandonarla.
Annie se quedó mirando a la pequeña. No podía descartar que aquella fuera la explicación. Pero, realmente, no podía entender que una madre sana abandonara así a su criatura.
– Pobrecita -dijo Chris, acompañando el pensamiento de Annie-. Es tan encantadora y se parece tanto a su padre. Siempre pensé que Melissa era una cabeza loca. Ahora, además, pienso que es una mala persona.
– Y nosotras tenemos que seguir ocupándonos de ella, mientras sus mayores intentan arreglar el enredo que han formado.
Chris asintió.
– Al menos está bien alimentada y feliz. Y, mientras no trate de dormirla en la cuna, no hay problema. Tendré que tenerla en brazos. No quiero que despierte a Murray. Está aterrado.
– Lo peor del ataque de asma ya ha pasado. Debe de ser realmente espantoso no poder respirar. ¿Te las puedes arreglar tu sola aquí?
– Sí, claro que puedo -le aseguró ella-. Dos pacientes no son nada. Sólo lo siento por Jack y Kimbeley.
– Tendrán que dejar su apasionado descubrimiento para mañana -Annie sonrió-. Lo bueno de un héroe de novela es que lo puedes dejar debajo de la almohada hasta que te apetece otro romance. Mucho más práctico que un hombre de verdad.
– Quizás -dijo Chris-. Pero a mí me da la impresión de que uno de verdad debe de ser mucho más divertido.
La enfermera miró a Annie y se quedó pensativa.
– Sé que esto es meterme en lo que no me importa -continuó-. Pero no ha salido con nadie desde que llegó. ¿Es que no quiere?
Annie se encogió de hombros.
– Estoy demasiado ocupada -dijo-. No tengo tiempo.
– Pero es guapa -le aseguró la enfermera-. ¡Si se quitara esas gafas!
– Entonces no podría escoger a ningún hombre -Annie sonrió-. No podría verlos.
– Puede que eso fuera una ventaja -le aseguró Chris-. El problema de trabajar con el doctor McIver es que luego cualquier hombre se le queda pequeño. ¿No le parece guapísimo?
– Sí, claro -la voz de Annie mantuvo un tono aséptico, impersonal.
Chris la miró fijamente. Pero, por suerte para Annie, la hija de Tom comenzó a removerse y la conversación se vio interrumpida.
– De acuerdo, señorita -le dijo la enfermera a la niña-. Voy a contarte la historia de mi vida amorosa que es seguramente el mejor remedio contra el insomnio de cualquiera.
La enfermera desapareció.
Pero a los diez minutos, cuando Annie acababa de meterse en la cama, recibió una llamada. Era Helen.
– Annie, ha habido un accidente de coche -la informó-. No sabemos los detalles, pero la ambulancia estará allí en diez minutos.
– Voy para allá.
Annie se vistió a toda prisa. En cuanto las ambulancias recibían el aviso, informaban al hospital, pero todavía no sabían la gravedad del accidente.
Pero en un lugar como Bannockburn un incidente de aquellas características no era un mero número en las estadísticas. Era una ciudad pequeña y todos se conocían directamente.
– Espero que no sea grave.
Dos minutos después ya se estaba recorriendo el pasillo del hospital.
Helen acababa de colgar.
– Es muy grave -le dijo, mientras buscaba el número de una enfermera-. Se trata de Rod y Betty Manning y su pequeña, Kylie. Rod y Bettie habían estado en la fiesta y acababan de recoger a Kylie de casa de la canguro. Se chocaron contra un árbol.
– ¿Están vivos?
– Sí, pero Rod y la pequeña están muy mal. Betty sólo tiene unas magulladuras en la cara. Eso es todo lo que yo sé. Pero Dave parecía realmente impresionado.
Annie asintió. Dave era uno de los voluntarios que conducían las ambulancias. Tenía la formación básica que se impartía en los cursos de voluntariado. Pero las veces que había atendido a varios casos no habían sido suficientes para que se acostumbrara a las escenas que solían darse.
– ¿Has avisado a más personal?
– Sí. He llamado a Susan, para que ocupe el lugar de Chris. La necesitaremos en el quirófano. Elsa viene también para acá. Se quedará en la unidad infantil ocupándose del asma de Murray. Pero no sé qué hacer con la pequeña del doctor McIver. Sigue despierta. Tal vez, debería llamar a Robbie, pero ha tenido una guardia muy larga y está cansado, y mañana le toca otra vez.
Elsa era sólo auxiliar y no tema capacidad para ocuparse de Murray y Hannah al mismo tiempo.
– ¿Y el doctor? ¿Ha regresado ya de la fiesta?
– Sí… -Helen dudó unos segundos-. He estado a punto de llamarlo, pero no me he atrevido. La verdad es que lo necesitamos aquí. Ni siquiera será capaz de cuidar a su pequeña.
– Sí, lo necesitamos. Pero él mismo dijo que a Sarah le gustaban los niños… Creo que no nos queda otra opción.
Annie salió en dirección al apartamento de Tom.
Al abrir la puerta, lo primero que vio ella fue la marca de carmín que Tom llevaba en el cuello. Annie no debería de haberse fijado en algo tan trivial, dadas las circunstancias. Pero no lo podía evitar.
«Olvídate del carmín», se dijo a sí misma.
Annie metió la cuna con el bebé en el apartamento sin darle a Tom opción a protestar.
– Doctor McIver, lo necesitamos urgentemente.
Tom parpadeó desconcertado.
Annie también.
Sarah estaba allí, en mitad del salón, con su inmensa mata de pelo rubio y el gesto de quien ha estado haciendo el amor.
Bueno, eso habría sido lo que Annie habría querido estar haciendo. ¿Por qué le dolía tanto no ser ella la que estaba allí de pie, con cara de tonta?
«Haz lo que tienes que hacer y olvídate del resto», volvió a decirse Annie.
– También te necesitamos a ti, Sarah, para que te ocupes del bebé. Es una emergencia. Espero que no te importe.
– ¿Una emergencia? -Tom abandonó su estado de amante para entrar rápidamente en su personalidad de médico responsable.
– Ha habido un accidente de coche -dijo Annie-.
Dos adultos y una niña. La ambulancia estará a punto de llegar. Me voy para el hospital.
– Pero Tom… -dijo Sarah-. Me habías invitado a tomar un café. ¿No puede Annie arreglárselas sola?
– Es obvio que no -dijo Tom con dureza.
Tom ignoró por completo la protesta de Sarah. Estaba claro que no la había oído.
– Prometo que cuando la situación esté controlada, me ocuparé de todo. Pero, de momento, no es posible.
– Pero…
– Tardaré un rato, Sarah -Tom se metió en la habitación y en menos de un segundo salió preparado y dispuesto a ponerse manos a la obra.
La cabeza de Tom ya no estaba en Sarah. Annie sabía que el hombre tenía una capacidad extraordinaria para olvidarse de todo y centrarse en su profesión. Era una de esas cosas que admiraba profundamente.
– Pues, entonces, me iré a casa -dijo Sarah. Agarró el bolso-. No tengo ningún motivo para quedarme aquí.
Annie miró de Tom a Sarah y de Sarah a Tom. Ninguno de los dos parecía haber reparado en la cuna.
Pero era asunto de ellos. Si querían iniciar una familia, aquella era una ocasión sin igual.
– Sarah, Tom te necesita para que te quedes un rato con la pequeña -dijo Annie-. Tom, tú sabes que no tenemos a nadie que se pueda ocupar de ella. Hannah empezará a llorar como una desesperada en el momento en que sienta que no se la atiende.
Annie miró de nuevo a Sarah y luego a Tom.
Pero, después de todo, no era su problema. Que se las arreglaran como quisieran o como pudieran. Annie se dio media vuelta y se marchó.
Annie no supo cómo había resuelto el problema de la niña. Pero tampoco tuvo tiempo de preguntar.
Cuando Tom llegó el hospital estaba en plena actividad.
Kylie Mannie, de cinco años, no hacía sino gritar aterrada y confundida por lo que había sucedido.
– Helen, ocúpate de ella. Doctor McIver, la niña necesita una radiografía. Creo que se ha partido la pierna.
Mientras tanto, Annie se las tenía que arreglar con una señora Manning completamente fuera de sí.
– ¡Cálmese, así no vamos a solucionar nada! Kylie ya está siendo atendida. Tranquilícese.
Annie lanzó a Tom un mensaje con los ojos. Hasta que no se llevaran la camilla de la pequeña la mujer no se iba a tranquilizar. La niña estaba nadando en un mar de sangre y lloraba desconsolada.
– ¿Estás bien? -le preguntó Tom-. ¿Te encargas tú de ella?
Annie asintió. Pero la escena hablaba por si sola.
La señora Manning también sangraba mucho y estaba en estado de shock, mientras su marido gritaba de dolor en la camilla contigua. Dave lo sujetaba como podía para que no se moviese.
– Me ocuparé de la señora Manning primero y luego veré a su marido -dijo Annie. Aquella información iba más dirigida a Betty que a Tom. La mujer necesitaba que la tranquilizasen.
Una vez más los ojos de Annie se encontraron con los de Tom.
Siempre habían trabajado muy bien juntos. Se entendían sin necesidad de palabras.
Helen levantó la sábana que cubría la pierna de la niña. Tom se tensó. A penas si circulaba la sangre por debajo de la rodilla. Si Tom no actuaba con rapidez, acabaría por perder la pierna.
– ¿Y Rod? -el rostro de la madre estaba empapado de sangre y lágrimas-. Él está peor que yo, atiéndale a él. ¡Mi marido!
– Rod sólo tiene un brazo roto -dijo Annie-. Antes tenemos que parar la hemorragia que tiene en la cara.
– Pero…
– Soy yo la que decide qué hay que hacer antes -dijo Tom con firmeza-. Dave se ocupará de su marido. Sugiero que se que se tumbe y facilite nuestro trabajo, para poder hacerlo todo en el tiempo que requieres.
Tom se dio media vuelta y se dirigió a la camilla de la niña.
– Estaré contigo en cuanto termine aquí -murmuró Annie. Sabía que Tom realmente la necesitaba en la sala de operaciones. Pero era imposible dejar a Betty. Estaba perdiendo mucha sangre.
¿Y el marido? Aparentemente, sólo tenía una pierna rota.
– Señora Manning -le dijo Annie a la joven madre, mientras le limpiaba la sangre de la cara-. Kylie está en muy buenas manos. Tom se encargará de ella. Tiene una pierna rota. Pero necesito ocuparme de usted antes que nada.
La mujer tenía un gesto aterrado.
– Está segura de que mi niña…
– Tom no va a permitir que su hija se muera sólo por una pierna rota.
La mujer se tranquilizó.
– ¿Y Rod?
– Aparte de la fractura del brazo, no veo ningún signo de algo más grave -Annie no podía evitar cierto tono de censura en su voz. Por lo que había podido ver, el alcohol había sido el causante de todo…
Tampoco pensaba que pudiera hacer nada con aquel brazo de momento. Se limitaría a darle calmantes para apaciguar el dolor.
– Le ruego que me deje hacer mi trabajo. Mi prioridad es usted.
– De acuerdo.
– Le voy a dar un tranquilizante.
– Pero, si algo ocurre, hágamelo saber…
Treinta minutos después, Annie se había unido a Tom. Kylie, Helen y él ya estaban en el quirófano.
Tom levantó la vista y al ver a Annie entrar se mostró aliviado.
– Tenemos que darnos prisa. La poca sangre que llegaba a la parte inferior está dejando de regar.
Annie miró la pierna con preocupación.
– Si la arteria está obstruida…
La ambulancia aérea tardaba dos horas en llevar a cualquier enfermo a Melbourne.
– La arteria no está obstruida del todo. Hay pequeños fragmentos de hueso presionándola. Tal vez yo pueda hacer algo para que deje de ocurrir eso y la sangre fluya sin problema.
Annie miró la pierna. ¡Realmente estaba destrozada!
– ¿Qué tal allí fuera? -Tom levantó las manos y Helen le puso los guantes.
Annie no respondió de inmediato. La prioridad estaba en la anestesia. Tenía que comprobar que había actuado correctamente.
Las constantes vitales de la niña eran las adecuadas para una pequeña que había sufrido un impacto de aquellas características.
– Mejor -respondió Annie por fin-. Ya le han hecho la radiografía a Rod. Estoy casi segura de que sólo tiene un brazo roto. Está confuso y asustado. Chris se ha quedado con él.
– ¿Y Betty?
– Ha perdido mucha sangre y he tenido que darle un punto para parar la hemorragia. Pero me temo que va a necesitar la ayuda de un cirujano plástico después de todo esto.
– Ahora sólo queda Kylie. Dos han tenido suerte. Espero que podamos salvar a la tercera. ¡Cómo necesitaría un cirujano especializado en este momento!
Así era. Pero no había tiempo de enviarla a un hospital mayor. Tom tenía que lograr poner las cosas en su sitio, para que, más tarde, un especialista hiciera su trabajo.
Si no salvaba la pierna de la pequeña, habría poco que hacer después.