Pasó una hora antes de que Tom tuviera claro que lo había conseguido. Media hora después, exhausto y sudoroso, dio por terminado el trabajo.
– Ya está. Lo he hecho lo mejor que he podido.
Annie miró el pie de la pequeña. Había recuperado el flujo sanguíneo.
– Dudo que un cirujano especializado hubiera podido hacerlo mejor.
– Sí, pero en pocos meses necesitará que le pongan una rótula artificial y mucha fisioterapia -dijo Tom.
– ¿La vas a mandar a Melbourne esta noche?
Los músculos de la niña sufrieron un pequeño espasmo. En breve, comenzaría a respirar por sí sola.
– Será mejor que se quede toda la noche aquí, para estabilizarla un poco. Me da pánico mover esa rodilla… ¡Le queda tanta vida por delante!
– Al menos todavía le queda la posibilidad de recuperarse -Annie observaba cuidadosamente el pecho de la niña.
El cuerpo reaccionó contra el tubo respiratorio y Helen se lo quitó.
– ¡Bien!
Annie no fue la única contenta de que reaccionara. El rostro de Tom, macilento y agotado por el esfuerzo realizado en la sala de operaciones, acusó el despertar, transformando su gesto con una sonrisa.
Aquel era el Tom McIver que ninguna otra mujer conocía, el hombre capaz de entregarse en cuerpo y alma a sus pacientes. Otro habría decidido enviar a Kylie en la ambulancia aérea, sin haber intentado nada. Tom había luchado por ella y, gracias a eso, las posibilidades de que no perdiera la pierna eran muy altas.
¡Tom era un verdadero médico!… Además de adorable.
¡Cómo lo quería! Pero no podía acercarse a él y besarlo y aplacar con ternura su dolor y su cansancio.
No podía. No era su lugar. Annie sólo era parte de la vida profesional de Tom.
– Será mejor que vayamos a ver a Rod -dijo Tom, totalmente ignorante de las emociones que removían a Annie en aquel instante.
– ¿No pensarás intervenirle el brazo hoy? -dijo Annie.
Tom la miró sorprendido.
– No sería buena idea anestesiarlo. La cantidad de alcohol que tiene en la sangre no lo permitiría. La policía me ha pedido que le haga un análisis, para saber el nivel alcoholemia. Ya les dije que en ese momento había otras prioridades. Pero el sargento no se perturbó. Me dijo que unas cuantas horas no harían bajar el nivel por debajo del mínimo. Según parece, el árbol contra el que chocaron estaba en un tramo de carretera completamente recto, y no ocurrió nada que debiera haberlos desviado. Debió de beber mucho en la fiesta.
A Annie no le gustaba nada tener que hacer de espía, pero era parte de su trabajo y una obligación ineludible.
– No me di cuenta -afirmó Tom.
Annie se encogió de hombros. ¿Cómo iba a darse cuenta de nada, si tenía a la maravillosa Sarah a su lado?
Pero Tom no estaba pensando en ella en aquel momento. Se quedó pensativo unos segundos y cuando se volvió hacia el lavabo, su rostro estaba cargado de rabia. Abrió el grifo tanto, que el agua comenzó a salirse y a mojar el suelo. Él no se dio ni cuenta.
– ¡Maldito estúpido! ¿Cómo se le ha podido ocurrir emborracharse de esa manera y meter a toda su familia en un coche? Ese hombre no merece tener una hija.
– Casi la pierde -le aseguró Annie.
Helen que estaba en la habitación, miró a Tom fijamente.
– ¿Y usted está tratando a su hija mejor, doctor McIver? -preguntó la enfermera sin ninguna traza de resquemor en la voz. Era una pregunta que había tenido en la cabeza, pero que no se había atrevido a formular.
Tom levantó los ojos y miró a Helen.
– Yo… -agitó la cabeza, como si tratara de despejar la niebla que enturbiara sus ojos-. Yo no tendré oportunidad de demostrarlo. La voy a dar en adopción.
– Ya, eso es lo que he oído -dijo la enfermera-. Bueno, esperemos que tenga suerte y no termine con unos padres que beban y conduzcan.
– Eso es ridículo. Los criterios de adopción son muy estrictos -el tono de Tom era tremendamente cortante. Se estaba conteniendo, pero el esfuerzo que hacía era palpable para todos.
La presión de lo sucedido en la mesa de operaciones y de lo acontecido en su vida en las últimas veinticuatro horas era demasiado fuerte.
– La adoptarán unos buenos padres.
– Los padres adoptivos no vienen con garantías. Realmente, ningunos padres lo hacen -la voz de Helen era implacable. Miró a Annie, como si buscara un apoyo tácito-. Rod Mannie habría pasado cualquier prueba de adopción. Socialmente, está considerado un ciudadano modelo. Se dice que se lo hace pasar mal a Betty, pero ella no lo admitiría públicamente y no hay nada oficial que diga que es un bebedor.
– ¿Qué quieres decir con todo eso?
– Que sólo la suerte puede determinar que su hija caiga en buenas manos. Y, cuando la adopten, usted perderá todo control sobre ella.
Helen hizo una pausa y se encogió de hombros.
– Doctor, desde anoche no he podido dejar de pensar en la pequeña. Yo tengo cuatro niños y no puedo entender que Melissa haya sido capaz de abandonar a su pequeña. Pero me atrevería a recomendarle que se lo piense bien antes de dar a su hija. Si usted no tuviera posibles o fuera demasiado joven, sería lógico que prefiriera que otros se ocuparan de ella. Pero es usted un hombre hecho y derecho, con una posición social. No tendrá ningún problema en encontrar a una mujer que lo ame a usted y a su hija. Tal vez, alguien en quien aún no se le ha ocurrido pensar.
Antes de que Tom pudiera responder, Helen se puso en marcha.
– Llevaré a Kylie a la sala de recuperación. Necesita estar en observación -se detuvo un último segundo-. Pero, le aseguro que si fuera usted, sólo la daría en adopción cuando ya hubiera agotado cualquier otra posibilidad.
Helen miró a Annie. Sentía que no tenía derecho a decir todo lo que había dicho. Pero alguien tenía que decírselo.
Se volvió de nuevo a Tom. -Y, por cierto, doctor McIver, se está empapando los zapatos -salió.
– ¡Maldición!
Tom miró a Annie unos segundos y, por fin, cerró el grifo.
– ¡Maldición! -repitió por segunda vez. Tenía las sobrebotas empapadas.
Estaba furioso, por el agua, por Helen, por la vida y el modo en que parecía lanzarle las cosas a la cara.
Annie trató de no mirarlo, de obviar la patética escena que estaba protagonizando.
De pronto se volvió hacia ella.
– ¡Tú te quedas ahí, como si nada de esto importara! ¡Claro! ¿Por qué iba a importarte a ti?
– ¿Perdón? -Annie estaba perpleja, no entendía nada.
– Te presentas en la puerta de mi casa con mi hija y me la tiras a los brazos.
Annie respiró antes de responder.
– ¡Que yo te la tiré…!
– Sí. Si no hubiera sido por ti…
– Yo no he hecho nada. Melissa es la madre y la responsable de la criatura. Si yo no hubiera salido, tu hija habría estado tirada en un pasillo hasta que tú te hubieras dejado de hacer el amor.
– ¡Pero te divirtió hacerlo ayer y te ha divertido hoy!
– ¡Me divirtió! ¿Qué se suponía que debía de haber hecho? -Annie se puso en jarras. Una parte de ella sabía que aquella reacción no era sino producto de la tensión que tenía acumulada. Necesitaba sacarla fuera. Pero ella también tenía sentimientos. Una parte de ella se sentía aliviada y otra dolida. Un grito solucionaría todo. Así es que le gritó la respuesta-. Sabes de sobra que necesitábamos a todas las enfermeras aquí. Tu hija necesitaba un padre o una madre, no una enfermera.
– Podrías haber intentado conseguir una niñera.
– ¡Sí, claro! Por ejemplo, la señora Stotter, que está aquí pasando la noche junto a su marido enfermo. Podría haberla despertado para que cuidara a su hija, doctor McIver. ¿O habría preferido que no interrumpiera su idilio con Sarah y que Kylie hubiera perdido la pierna? Pues resulta que me pareció bastante más importante eso que tus historias de alcoba. Kylie tiene sólo dos piernas y necesita ambas, mientras que tú tienes toda la vida para compartirla con Sarah.
De pronto, Tom se derrumbó. La rabia se transformó en tristeza.
– No.
– No sé que quieres decir con eso. Sarah y tú parecíais realmente encandilados cuando entré.
– Sí, y podría haber funcionado. Pero tú nos interrumpiste…
– ¿Qué fue exactamente lo que interrumpí? -preguntó Annie con crudeza-. Bueno, tal vez impedí que se concibiera otro bebé que acabaría tirado en alguna puerta.
– ¡No! -dijo Tom-. Pero sí impediste que le preguntara…
Silencio.
Annie sabía instintivamente lo que él iba a decir.
– Impedí que le propusieras el matrimonio.
– Sí -Tom se pasó los dedos por la mata de pelo oscuro-. Lo tenía todo planeado.
Annie se mordió el labio. ¿Qué le importaba a ella?
– Bueno, ahora puedes ir e intentarlo de nuevo -consiguió mantener un tono neutro-. Me las puedo arreglar yo sola aquí. Llamaré a la ambulancia para que recojan a Kylie y a su madre por la mañana. Tú puedes volver con tu…
Se detuvo en seco. El sonido de aquella palabra le hacía especial daño.
– Puedes volver con tu familia.
– ¡No son mi familia!
– ¿No? -Annie se encogió de hombros. Estaba a punto de llorar, pero consiguió controlarse-. Si tienes una prometida y un bebé, eso me suena a mí a familia.
– ¡No son ninguna familia! -Tom agarró una toalla y comenzó a secarse las manos. Miró a Annie-. No, no y no, no lo son. ¿Qué voy a hacer?
Annie se quedó inmóvil donde estaba. Si se acercaba, si trataba de reconfortarlo, acabaría por sobrepasar los límites que le correspondían.
– Tom, vete a casa y pídele a Sarah que se case contigo. Un retraso de dos horas no puede afectar algo así, si eso es lo que has decidido.
– Eso era lo que había decidido -dijo Tom con la voz carente de toda entonación o sentimiento-. Eso tenía sentido hace dos horas, pero ahora no. Cuando dejaste a Hannah con nosotros…
¿Qué había pasado entonces?
– A Sarah no le gustó, ¿verdad? -dijo Annie y esperó a que él respondiera.
Lanzó la toalla con rabia.
– No -dijo al fin-. Sarah me dijo que se pasaba todo el día con niños y que lo que quería por la noche era otra cosa, que no le gustaba verse a cargo de una niña en mitad de una cita. Dijo que lo estabas manipulando todo, que tratabas de separarnos.
Annie abrió los ojos realmente sorprendida. ¡Sarah estaba celosa!
Era ridículo.
– Sí, claro, según tú fue mi culpa que Hannah acabara en tu puerta.
– ¡Tú sabes que no quería decir eso, Annie! Sabes que estoy nervioso… No te has sentido ofendida, lo sé… -se quedó en silencio unos segundos-. Sarah dice que estás… bueno, que sientes algo por mí y que estás interfiriendo en nuestra relación.
¡Aquello era absurdo!
Annie no dejó que su primer impulso le hiciera salirse de sí.
– Quizás Sarah estaba desconcertada, eso es todo.
– Puede que, como yo, se sintiera frustrada. Al final aceptó quedarse con Hannah, pero… Pero me hizo darme cuenta de que ella no es la persona adecuada. No la conozco, Annie. Tendría más lógica que me casara contigo que casarme con ella.
Le dio a la toalla una patada feroz, miró a Annie con una profunda infelicidad y se dirigió hacia la puerta. Volvía con Sarah, volvía con su bebé.
Muy pronto podría estar casado.
– Pero nunca se casaría contigo, Annie Burrows -se dijo ella-. No en un millón de años.
Cerró los ojos y, después de unos segundos, salió del quirófano. Tenía que continuar adelante con su vida.
La ambulancia llevó a Kylie y a su madre a Melbourne a las siete de la mañana. Cinco minutos des pues, Annie ya estaba en la cama y dormida. El turno de noche ya había pasado. Tom podía ocupar su puesto. A Annie le importaba muy poco con quién dejara a Hannah, o que se hubiera pasado toda la noche despierto haciendo el amor con Sarah. Estaba tan cansada que no podía mantener los ojos abiertos y, desde las siete, Tom estaba oficialmente de guardia.
El mundo desapareció hasta la una de la tarde, en que alguien llamó a la puerta.
Tom estaba en el pasillo, con su hija en brazos. En cuanto Annie abrió la puerta, Tom entró como un torbellino.
– Pensé que estarías despierta.
– Pues no lo estaba -dijo Annie y se cruzó de brazos.
Tom iba vestido con unos vaqueros y una camisa, pero Annie no llevaba más que una camisa de pijama a medio abotonar.
Ton la miró de arriba a abajo con interés. Era como si, de pronto, hubiera visto una calabaza convertida en una princesa.
– Nunca te había visto con el pelo suelto -dijo Tom sin dejar de mirarla con interés.
Una suave cascada de rizos enmarcaba el dulce rostro de Annie. Sus ojos grises parecían inmensos sin las gafas que siempre los ocultaban. ¡Estaba francamente hermosa!
– ¿Por qué no usas lentes de contacto? -preguntó él con genuina curiosidad. Miró las gafas que estaban sobre la mesa-. ¿No son muy gruesas? ¿Necesitas llevarlas siempre?
Annie se ruborizó.
– Sí… y no le veo sentido a las lentes de contacto. ¿Qué quieres?
Tom sonrió.
– Molestarte, por supuesto. Y, por lo que se ve soy muy bueno haciéndolo, sin ni siquiera intentarlo.
– ¿Cómo puedes decir «sin ni siquiera intentarlo»? Lo que haces continuamente es molestarme intencionadamente -miró al reloj de pulsera que llevaba en la mano-. Tom McIver, hoy tu turno empezaba a las siete de la mañana y esta noche volvía a tocarme a mí. Así que lárgate y déjame dormir. No pienso trabajar ahora y, desde luego, no pienso hacer de canguro.
– ¿Por qué siempre piensas que actúo por interés?
– Porque en lo que a mí respecta, no creo que sepas cómo aplicar la palabra altruismo. Como comprenderás, si te presentas en mi puerta con un bebé en los brazos, voy a sospechar que quieres algo más que darme los buenos días.
– Pues no voy a pedirte nada -le aseguró Tom-. El hospital está completamente tranquilo. Kylie y su madre partieron sin problemas. Asumo que si hubiera habido algún problema me habrías despertado.
– Sí -dijo Annie.
Allí, de pie, descalza y con demasiada poca ropa, se sentía realmente vulnerable. Habría deseado que por arte de magia apareciera sobre su cuerpo la bata blanca que le servía de coraza en el día a día.
– Había un médico en la ambulancia, así que iban en buenas manos. Pensé en despertarte, pero…
No sabía si Sarah se había quedado allí toda la noche o no.
No quería saberlo, tampoco. Además, ella podía ocuparse de todo, no había tenido una necesidad urgente de recurrir a él.
– Deberías de haberlo hecho.
– Supongo que sí -Annie señaló la puerta-. Bueno, pues si eso es todo…
Tom ignoró el gesto.
– Decidiste no mandar a Rod con su mujer y su hija.
– Sí, así es -Annie miró a Tom dispuesta a defender su postura.
– Estupendo. No es que esté siendo crítico con la opción, pero me pregunto si él quería ir. ¿Tú te lo preguntaste?
– Estaba vomitando cuando la ambulancia partió -le dijo Annie-. Protestaba, gritaba y vomitaba al mismo tiempo. Le he dado todo lo que he podido, pero nada es suficiente para limpiar todo el alcohol que lleva en la sangre. Sus náuseas habrían impedido que el personal de la ambulancia se ocupara como era conveniente de Kylie y de su madre. Me pareció que ellas necesitaban mucho más que se las cuidara, que un borracho con un brazo roto. Siento ser tan dura, pero no estaba dispuesta a asumir riesgos innecesarios. Va a tardar en eliminar todo el whisky que lleva dentro.
– ¿Así lo crees?
– Por el modo en que su cuerpo está reaccionando, realmente la proporción de alcohol que tenía era muy elevada -Annie se encogió de hombros-. La policía va a tener un informe muy poco alentador. Pero, lo siento, yo no puedo hacer nada. Respecto al brazo, vamos a tener que esperar hasta mañana para poder operar. A menos que tú te atrevas a darle anestesia en esas condiciones.
– ¡Ni loco! -dijo Tom-. Estoy de acuerdo contigo.
– Cuando se recobre de la borrachera, Rod Manning se va a sentir realmente mal -dijo Annie con tristeza-. En cuanto estén los resultados del análisis de sangre, le van a retirar el carnet de conducir y estoy segura de que no se lo van a devolver tan fácilmente. Va a tener que ir a visitar a su mujer y a su hija en autobús durante bastante tiempo.
– Meses, si mi impresión no es errónea -dijo Tom. Miró a Annie y, después, miró a su propia hija-. ¡Pobre idiota! Bueno, la verdad es que no he venido aquí para hablar de trabajo. He venido para invitarte a un picnic.
– ¿Hoy?
– Hoy.
– Pero si estás de guardia todo el día -dijo Annie sin ninguna traza de emoción. Ya estaba tramando algo. Tom McIver nunca le pedía una cita, sólo favores.
– No es un picnic al otro lado de la montaña -le explicó Tom-. Sólo…
Ella lo miraba de reojo. Tom era siempre sospechoso de querer pedir algo.
– ¡Annie! No te estoy pidiendo que te vengas a África, ni que te acuestes conmigo. ¡Sólo es un picnic!
– ¿Pero por qué?
– ¿Tiene que haber alguna razón?
– Sí.
– Ya te lo he dicho… ¡Sí que eres desconfiada!
– Es la única protección que tengo contra ti -dijo Annie-. Pienso seguir siendo desconfiada. Ayer, me preparaste una suculenta comida y me pediste que hiciera de canguro. Hoy vuelves a querer enredarme con comida. ¿Qué quieres esta vez?
– Lo único que quiero es que no se desperdicie un estupendo banquete.
Annie respiró secretamente decepcionada.
– Ya entiendo. Resulta que Sarah no quiere ir.
– Bueno… algo así-Tom se encogió de hombros-. Annie, hay un lugar estupendo junto al río y está aquí al lado. Si llaman del hospital, puedo estar aquí en menos de tres minutos.
– Vaya, tu lugar preferido de seducción…
Tom frunció el ceño.
– ¿Por qué eres tan agresiva conmigo? Pareces una moralista.
– Tal vez lo soy.
– Podrás serlo cuando vas vestida como una ursulina, pero con el pelo así y esa escasez de ropa, no te sale bien. ¿Sabías que llevas los botones desabrochados hasta la cintura?
Ella bajó la vista corriendo.
– No, no tenía ni idea.
Annie se ruborizó y se tapó.
– Te recogeré en quince minutos -le dijo-. Ponte un bañador debajo de esa ropa monjil que sueles usar. Puede que nos bañemos.
– ¡No voy contigo!
– ¡Pero… -Tom sacó la carta que tenía en la manga-. ¡Si tengo una langosta entera!
Las langostas de la zona se exportaban a Japón, así que disfrutar de una en su lugar de origen resultaba excepcionalmente caro.
– ¡Estás loco! ¡El precio de una langosta es desorbitado!
– La encargué ayer -dijo Tom con tristeza-. Nunca le había propuesto a nadie el matrimonio. Así es que pensé que sería una buena idea… Si las cosas hubieran ido como había previsto.
– Eso quiere decir…
– Exacto.
– Así es que soy la sustituía de una prometida que no tienes…
– Una sustituía encantadora -Tom sonrió-. Por cierto, no me había dado cuenta de lo encantadora que eras hasta ahora. Me complace mucho ofrecerte la mitad de mi langosta. Además, hay champán, vol-au-vents con salmón, ensalada de aguacate y mousse de chocolate.
– Ese banquete no podía ser para una sola prometida, sino para un harem completo.
– Pero no queremos un harem, ¿verdad Hannah? Sólo queremos a Annie.
– Me queréis a mí porque no hay nadie más disponible.
– Eso era lo que pensábamos -dijo él, con esa sinceridad arrolladora que, aunque útil, era dolorosa-. Pero eso fue antes de que te viéramos con los botones desabrochados e intuyéramos lo que se esconde debajo. ¡Muy sugerente! No obstante, si lo prefieres, trataremos de olvidar esa visión celestial y nos limitaremos a comer como colegas. No olvides que se trata de una comida sencilla con langosta y champán. ¿Qué contestas?
Sabía exactamente lo que debía contestar. Es más, lo que debía hacer. Debía agarrar al doctor McIver, darle una patada en su delicioso trasero y mandarlo al diablo. Pero no lo hizo.
Annie levantó los ojos y vio aquella sonrisa encantadora que ocultaba pánico: el pánico a su nueva vida.
No pudo rehusar la oferta.
– De acuerdo. Seré la sustituía de tu prometida por un día. Eso quiere decir, que beberé champán, comeré langosta y disfrutaré de un delicioso baño bajo la intensa luz del sol, pero no voy atender a tus pacientes ni a cuidar de tu niña ni a sacar a pasear a tus perros. ¿Entendido?
– Bueno…
– ¿Entendido?
– Nunca antes había tenido una cita bajo unas condiciones tan rígidas -protestó Tom.
– Lo tomas o lo dejas. A la que te llevas es a Annie, desconfiada, cabezota y cansada de que la utilices. ¿Me quieres así o no?
Tom la observó con una extraña mirada en los ojos: estaba viendo a alguien que no había visto nunca antes. Era Annie Burrows sin todas sus armaduras.
– Creo que sí… y con mucho gusto -respondió él.