Un viernes por la tarde, un mes después de haber pasado la primera noche con Evan, Lacey cerró la puerta de Constant Cravings y atravesó el jardín de Fairfax. Lo había organizado todo para poder tomarse el fin de semana libre, y estaba ilusionada con la escapada que Evan y ella habían organizado. Él tenía que ir a San Francisco por un viaje de negocios y la había invitado a que lo acompañara en coche, dos días antes, para poder disfrutar del fin de semana allí. Lacey regresaría el domingo por la noche, en avión, y Evan se quedaría unos días más.
Mientras cruzaba el jardín, se percató de que la semana siguiente sería la primera en un mes que no estarían juntos. Y sabía que iba a echarlo de menos, más de lo que nunca había imaginado que podría echar de menos a una persona.
Estaba fascinada por cómo podían cambiar las cosas en cuestión de semanas, y tenía que pellizcarse un par de veces al día para comprobar que su relación con Evan era real y no un simple producto de su imaginación.
Durante la primera semana que pasó con él, estuvo convencida de que la atracción que sentían el uno por el otro estaba basada en el sexo. Y que terminaría acabándose cuando el deseo se consumiera.
Pero había ocurrido justo lo contrario y, a medida que pasaban las semanas, se daba cuenta de que el sexo no era el único motivo. Cada momento que pasaba con él era una revelación, un descubrimiento de otro aspecto de su personalidad, y un nuevo motivo para pensar que se había equivocado al considerarlo uno de esos clones impersonales.
Teniendo en cuenta cómo había sido el primer encuentro que habían tenido en la tienda, ella confiaba en que disfrutaría acostándose con él, pero no esperaba que fuera tan maravilloso. Hacer el amor con Evan era como abrirse a una nueva dimensión. Él había conseguido que se entregara en cuerpo y alma, algo que ningún hombre había conseguido jamás.
Cada día descubría algo nuevo sobre él, y todavía no había encontrado nada que no le gustara. ¿Cómo iba a disgustarle algo de un hombre que era amable con los vecinos, que tenía un perro adoptado y que destinaba parte de las ganancias de GreenSpace Property Management al hospital infantil local? Le encantaba dar y recibir sorpresas, y había disfrutado mucho cuando ella le entregó una bandeja de galletas con forma de cama que había llamado Llévame a la Cama. Ella, a su vez, había disfrutado cuando él la llevó a la cama. Una y otra vez.
A pesar de que Evan le había dicho que, de niño, no había destacado en los deportes de equipo, ella había descubierto que a ambos les encantaba nadar y correr por la playa.
Evan le había enseñado a jugar al strip blackjack, en lugar de al strip póquer, porque los jugadores terminaban desnudos más deprisa. Lacey había sido la primera en terminar desnuda y había sido declarada perdedora, pero ella se consideraba ganadora, sobre todo después de ver cómo él le había acariciado el cuerpo con las manos y la lengua. A cambio, ella le había enseñado las diferentes maneras eróticas en las que podía emplear la cobertura de las galletas. Recetas que no aparecían en ningún libro de cocina.
Lacey había descubierto que tenían muchas cosas en común. A ambos les gustaba probar comidas nuevas. Las películas de acción. Los crucigramas. Podían hablar de temas de actualidad, de religión y de política. En algunas cosas estaban de acuerdo, y en otras en desacuerdo, pero las conversaciones siempre eran interesantes. No había ni un solo tema del que no pudiera hablar con él y, a diferencia del resto de los hombres con los que había salido, Evan sí que escuchaba.
Pero la mayor sorpresa de todas se la había llevado al descubrir que el hombre que había considerado un clon impersonal era un romántico. El la había sorprendido con una botella de champán, y unas delicias de chocolate para tomárselas durante un baño de agua caliente. Grabándole un CD con sus canciones favoritas. Dejándole notas en Constant Cravings cuando iba a tomar café por la mañana. Llamándola durante el día para ver qué tal estaba. Cosas que nunca había hecho hasta entonces, porque nunca había encontrado a alguien por quien mereciera la pena hacerlo.
La noche anterior había sido perfecta. Lacey había preparado la cena en su casa, había decorado la mesa con velas y había abierto uno de los vinos preferidos de Evan. Él había aparecido con un ramo enorme de peonías de color rosa y cuando ella le dijo que parecía que había comprado todas las peonías de California, le había contestado que se las merecía. Fue entonces cuando Lacey se dio cuenta de que se había enamorado de él.
Sí, Evan era un firme seguidor de las normas, pero también un hombre íntegro, algo que no caracterizaba a los otros hombres con los que Lacey había salido. Y, sí, él seguía considerando que los escaparates de su tienda eran demasiado arriesgados para Fairfax, pero habían acordado aceptar su desacuerdo en el tema.
Al llegar al ascensor, Lacey apretó el botón para subir y cerró los ojos un instante.
– Y pensar que de no ser por Madame Karma, quizá habríamos seguido pensando lo peor el uno del otro -murmuró para sí cuando se abrieron las puertas del ascensor. A lo largo del mes, se les había acabado la racha de mala suerte y también se habían solucionado algunos de los desastres que habían tenido. Sasha ya no se comía los zapatos, y la tintorería había recuperado la ropa de Evan. El temporizador del horno de Lacey había vuelto a funcionar, y ella había encontrado rebajadas otras sandalias iguales a las que se le habían roto. Aunque un mes antes le había parecido una locura, se creía la predicción que había hecho Madame Karma. Evan era el hombre de su vida.
Entró en el ascensor y apretó el botón para ir a la quinta planta. Sí, Evan era el hombre de su vida pero ¿sentía él lo mismo por ella? La noche anterior, al descubrir que lo quería, había tenido que contenerse para no decírselo. Tenía miedo de decírselo por si a él le entraba el pánico y se estropeaba la magia de la relación.
Sin embargo, después de pensar en ello durante todo el día, había decidido que debía decírselo y ¿qué mejor momento que hacerlo durante la escapada romántica a San Francisco? Habían pasado todo el mes hablando con sinceridad y ella no quería empezar a jugar con tonterías. Lo amaba. Y quería que él lo supiera. Confiaba en que él le dijera que sentía lo mismo por ella. Y si no lo hacía… Bueno, conseguiría superarlo. Lacey sabía que él se preocupaba por ella. Era evidente en todo lo que hacía y decía, pero ¿sus sentimientos eran tan profundos como los de ella? No estaba segura, pero tenía que averiguarlo.
Cuando se abrió la puerta del ascensor, Lacey salió al pasillo y se dirigió hasta el despacho de Evan. La puerta estaba abierta y ella estaba dentro del despacho cuando se percató de que él estaba hablando por teléfono.
– Sí, lo comprendo -decía, con el ceño fruncido-.Yo me ocuparé de ello.
En ese momento, Evan levantó la vista y sus miradas se encontraron. Sin dejar de mirarla, terminó la conversación y después se acercó a ella. La tomó en brazos y continuó caminando hasta acorralarla contra la pared.
La besó en los labios de forma apasionada, hasta que ella gimió de deseo. Lacey apenas lo oyó cerrar la puerta. Y después, al sentir su miembro erecto, no pudo pensar en nada más.
– Te he echado de menos -susurró él.
– Yo a ti también.
– Ya somos dos.
– Así es -dijo ella-. Demuéstramelo -añadió, y gimió cuando él le acarició los senos bajo la blusa-. Demuéstrame cuánto me has echado de menos.
Y de pronto, sintió sus manos y su boca por todos sitios, como si Evan no consiguiera saciarse. Al cabo de unos momentos, él se puso un preservativo, la tomó en brazos y la penetró con cuidado. Lacey le rodeó la cintura con las piernas y disfrutó de cada movimiento. El orgasmo provocó que gimiera con fuerza. Él empujó por última vez y ella sintió que se estremecía contra su cuerpo.
Al bajar al suelo, Lacey se apoyó contra la pared para no desplomarse.
– Guau -dijo con la respiración entrecortada-. Veo que sí me has echado de menos.
Evan le sujetó el rostro con las manos y la miró con una expresión que ella no fue capaz de descifrar.
– Es cierto -algo brillaba en su mirada-. Tenemos que hablar.
«Oh-oh», pensó Lacey. Sabía que nada bueno se avecinaba después de la frase «tenemos que hablar». Sobre todo cuando esas palabras se decían en tono serio, y con expresión seria.
– ¿Has tenido un mal día? -preguntó, confiando en que el problema fuera simplemente laboral.
– Un mal día -dijo él, con tono cansado.
Lacey lo observó mientras se recolocaba la ropa y se vistió también.
– Cuando llegaste estaba hablando con Greg Mathers, mi jefe -dijo él.
Lacey se sintió aliviada. El problema no tenía nada que ver con ellos, era un tema puramente laboral.
– ¿Y qué decía?
– Insiste en que tengo que ocuparme de un asunto. Inmediatamente.
– Ya. ¿Así que tendremos que posponer el viaje a San Francisco?
– Esto no tiene nada que ver con nuestro viaje a San Francisco, Lacey. Tiene que ver contigo. Y con Constant Cravings -gesticuló hacia su escritorio-. ¿Quieres tomar asiento?
– No, gracias, prefiero quedarme de pie.
Él asintió y suspiró.
– Greg vino a Fairfax la semana pasada para hacer una valoración de los locales y de las oficinas. Desde entonces, hemos tenido varias reuniones y después de un estudio minucioso, se ha decidido que Fairfax no te ofrecerá la posibilidad de renovar el contrato de alquiler cuando finalice el actual, dentro de tres meses.
Durante varios segundos, Lacey sólo pudo mirarlo anonadada. Después, le preguntó:
– ¿Me vais a desahuciar?
– No, simplemente no te vamos a ofrecer otro contrato de alquiler.
– ¿Puedes explicarme por qué? -preguntó, tratando de mantener la calma.
– Después de su visita, Greg considera que la tienda no tiene cabida en Fairfax.
– ¿Que no tiene cabida? -apretó los puños-. ¿Qué diablos significa eso?
– Significa que no le ha gustado la imagen que has creado con tus escaparates y con el nombre de tus productos.
– ¿Y por eso me desahucia?
– Que no te renueve el contrato no significa que te desahucie.
Evan se pasó la mano por el cabello.
– Esto ha sido un problema desde que llegaste aquí, Lacey.
– Par mí no. Pero es evidente que para Greg Mathers y para ti, sí. No tiene motivos para no renovarme el contrato de alquiler.
– No los necesita. Y aunque los necesitara, la naturaleza sexy de tus escaparates viola lo estipulado en tu contrato de alquiler.
– Esos escaparates generan mucho dinero -dijo Lacey.
– Nadie discute tal cosa. Pero la cuestión es que él quiere que en ese local haya algo que guarde la imagen que él y el resto de los inversores consideran que debe tener Fairfax.
Lacey lo miró con una mezcla de incredulidad, rabia y aturdimiento.
– ¿Eso es? Todo el trabajo, el tiempo y la energía que he dedicado para convertir mi tienda en algo especial y distinto, ¿no ha servido de nada? -lo miró con ojos entornados-. Pareces muy tranquilo. ¿Estás de acuerdo con su decisión?
Evan permaneció en silencio unos segundos. Lacey sentía que con cada latido, su corazón se rompía un poco más.
– No puedo negar que comprendo el punto de vista de Greg. He intentado decirte muchas veces que tus escaparates eran demasiado atrevidos, pero tú te negabas a escuchar. También he tratado de hacerlo cambiar de idea.
– Bueno, ha sido un detalle por tu parte -contestó enfadada.
– Escucha, no puedo negar que creo que Constant Cravings encajaría mejor en un lugar diferente.
– Ya veo. Y es evidente que eso se lo has dicho a Greg. Gracias por tu apoyo.
– Te he apoyado…
– Pues no lo parece, teniendo en cuenta que van a desahuciarme.
– Por última vez, no te han desahuciado.
– Ya. Simplemente dentro de tres meses ya no tendré tienda. Bueno, considera terminado tu trabajo. Tu jefe quería que me lo dijeras y ya lo has hecho -se agachó para recoger el bolso que se le había caído cuando él la llevó hasta la pared-. Y bien pensado, eso de darse un revolcón rapidito antes de darme la mala noticia.
Evan dio dos pasos adelante y la agarró por los hombros.
– Eso no ha tenido nada que ver.
Lacey se soltó y se retiró varios pasos.
– Por supuesto que no. Lo del sexo ha sido algo personal. Lo que me has dicho era algo puramente laboral.
– Exacto -dijo aliviado.
Se acercó a ella, pero Lacey levantó la mano para detenerlo.
– No me toques. La última vez que me tocaste, fue eso, la última vez.
Evan se detuvo de golpe y se pasó las manos por el rostro.
– Lacey, comprendo que estés disgustada…
– «Disgustada» es un eufemismo.
– Ya veo. Pero tenemos todo el fin de semana para hablar de ello.
– No hay nada de qué hablar. Tu jefe quiere echarme, tú estás de acuerdo con él y me has puesto de patitas en la calle… Sin tener la deferencia siquiera de hablar conmigo sobre la situación. Aunque no tuviéramos más que una relación laboral, también me habría disgustado. Y teniendo en cuenta nuestra relación personal, no sólo me ha disgustado, sino que me ha hecho daño -empezó a temblarle la voz y apretó los labios para contenerse.
– No era mi intención hacerte daño.
– Mira, mi primera impresión fue que eras un clon impersonal que sólo pensaba en el trabajo. Ojalá hubiera hecho caso de mi primera impresión. Y en cuanto a lo de este fin de semana, no va a suceder. Hemos terminado.
– Lacey… -se pasó las manos por el cabello-. No lo dices en serio. No puedes marcharte así, sin más.
Ella alzó la barbilla y lo miró a los ojos.
– Lo digo en serio. Y sí, sí puedo marcharme sin más.
Se dio la vuelta, se acercó a la puerta, la abrió y se marchó sin mirar atrás. Intentó concentrarse en el sentimiento de rabia y traición que la inundaba por dentro hasta que llegó a casa. Pero en cuanto entró en su apartamento y cerró la puerta, rompió a llorar. Se sentó en el suelo y escuchó cómo se le quebraba el corazón.