Capítulo 8

«Ahora mismo…».

Las palabras de Lacey reverberaron en la cabeza de Evan, y acabaron con la última pizca de control que tenía. Desesperado por saborearla de nuevo, acercó la boca y la besó. Ella separó los labios y él suspiró aliviado. Por fin… Lacey estaba entre sus brazos otra vez.

Claramente, lo que les había ocurrido el sábado por la noche no había sido casualidad. Lacey también estaba impaciente por acariciarlo, ya que le sacó la camiseta de los vaqueros y le pasó las manos por la espalda. Una ola de placer lo invadió por dentro, pero no era suficiente. Necesitaba sentirla piel contra piel.

– Sujétate -dijo Evan.

Ella lo abrazó y él la levantó sujetándola por el trasero.

– ¿Quieres ver si este escritorio es tan bueno como tu mostrador?

– Sí.

Evan se colocó entre sus piernas y movió las caderas contra ella. Lacey le rodeó la cintura con las piernas y él se inclinó para besarla en el cuello.

– Hueles muy bien -murmuró contra su piel mientras le desabrochaba la blusa. Le acarició el cuello con la lengua y ella se estremeció-. Y también sabes muy bien. A flores y a azúcar.

Ella echó la cabeza hacia atrás para que tuviera mejor acceso a su piel. Cuando le desabrochó el último botón, metió las manos bajo la blusa y le acarició los pechos por encima del sujetador. La besó y jugueteó con la lengua alrededor de sus pezones.

Ella apoyó las manos sobre el escritorio y, jadeando, arqueó la espalda hacia atrás, como ofreciéndole más. El le quitó la blusa y la dejó caer al suelo. Segundos más tarde, le quitó el sujetador y contempló sus pechos.

– Preciosa -le dijo con voz ronca, y observó cómo se le oscurecían los ojos de puro deseo cuando le acariciaba los pezones.

– No es justo -murmuró ella-. Tienes más ropa que yo -le quitó la camiseta y la tiró al suelo.

Le acarició el torso y el abdomen. El la besó de nuevo, deseando devorarla.

Tratando de contenerse, le desabrochó el botón de los pantalones y le bajó la cremallera, despacio. Cuando metió la mano bajo su ropa interior, ambos gimieron.

– Estás mojada -le acarició la piel pegajosa con los dedos, y el aroma de su excitación hizo que su miembro se pusiera erecto. Al cabo de un instante, introdujo dos dedos en su cuerpo-. Y muy caliente.

Ella gimió y echó la cabeza hacia atrás.

– Llevo así, mojada y caliente, desde el sábado por la noche. Todo por tu culpa.

– Mojada y caliente… Me alegra saber que no sólo era yo.

– A mí sí que me alegra saber que no sólo era yo -dijo ella, inclinándose hacia atrás para apretar el cuerpo contra su mano mientras él movía los dedos-. No voy a durar mucho si sigues así.

Él metió un tercer dedo en su interior y se inclinó hacia delante para mordisquearle uno de los pezones.

– Bien. Veamos cómo de rápido llegas al orgasmo.

Ella llegó enseguida. Y con fuerza. Convulsionándose contra sus dedos mientras arqueaba el cuerpo y un gemido de placer invadía la habitación.

Evan retiró los dedos y Lacey levantó la cabeza y lo miró con ojos entornados.

– Guau. Gracias -dijo con la respiración entrecortada.

– Ha sido un placer.

– El placer ha sido mío -le acarició el bulto que había en su entrepierna-. Estoy dispuesta a devolverte el favor.

– Ya somos dos -dio un paso atrás y le quitó los zapatos-. Levanta las caderas -esperó a que lo hiciera y le retiró los pantalones y la ropa interior.

– Tengo un preservativo en el bolso.

– Yo tengo uno en el bolsillo trasero de mi pantalón.

Lacey le desabrochó el pantalón con una mano mientras sacaba el preservativo con la otra.

– Llevas un preservativo en el bolsillo trasero, ¿eh? -dijo, y le mostró el paquete que tenía entre los dedos-. Estás muy seguro de ti mismo.

– Estaba más esperanzado que seguro. Pero decidí que era mejor estar preparado. Sabía que si volvía a tocarte, no podría contenerme.

– Me gusta que me toques.

– Una vez más, ya somos dos -susurró al sentir sus manos bajo la cinturilla de la ropa interior. Se quitó las zapatillas y los calcetines y permitió que ella le quitara los pantalones y los calzoncillos.

– Oh, cielos -dijo Lacey, y le acarició el miembro viril con un dedo-. Has conseguido que cambie de opinión acerca de que eres correcto y formal, pero lo de rígido sigue siendo un problema.

– Eres la culpable de todo -su manera de acariciarlo lo estaba volviendo loco-. No tienes ni idea de cómo me gusta eso…

Ella le dedicó una sexy sonrisa.

– Te aseguro que sí. Gracias a ti.

– No sé cuánto más podré aguantar -vio que su miembro derramaba una gotita de líquido y que ella la esparcía despacio sobre la punta-. No puedo más -dijo, y agarró el preservativo.

Se cubrió enseguida y separó las piernas de Lacey con cuidado. Ella lo rodeó por la cintura y permitió que él la alzara despacio por las caderas, la colocara sobre su miembro y la deslizara despacio sobre su cuerpo. Una vez en su interior, la colocó de nuevo sobre el escritorio y movió las caderas. Después, se retiró y la penetró de nuevo. Empezó a moverse más deprisa, una y otra vez, con fuerza. Sabía que no podría aguantar mucho más. En el momento en que ella gimió y él notó la tensión de sus músculos, se dejo llevar. El climax se apoderó de él y comenzó a temblar. Cuando se tranquilizó, la abrazó con fuerza y ella enterró el rostro en su cuello.

– Has conseguido que tenga algo nuevo en qué pensar cada vez que me siente en este escritorio -dijo él.

– Bien -dijo ella-. Escucha, excepto por lo del sábado por la noche, llevaba mucho tiempo sin hacer esto, así que tengo que preguntártelo y quiero que me digas la verdad. ¿Ha sido tan increíble como me ha parecido?

– Creo que sí. Pero creo que deberíamos hacerlo otra vez. Sólo para asegurarnos.

Lacey soltó una carcajada.

– Menos mal que también he traído un preservativo.

– Menos mal -convino él, y la besó en los labios-. Quizá, en algún momento, podríamos ir a una cama, o a un sofá.

Ella sonrió.

– Ya estás, otra vez, volviendo a ser correcto y formal.

El le acarició uno de sus hoyuelos.

– Has dicho que hacía mucho tiempo que no lo hacías. ¿Cuánto?

– ¿Desde que tuve relaciones la última vez? Aparte de lo del sábado, algunos meses. ¿Y desde que un hombre me hiciera sentir así? Umm, no lo sé. Creo que no nunca me habían hecho sentir así -le acarició el labio inferior con la lengua-. Eres… potente.

– Ya somos dos -dijo él, y le acarició la espalda-. ¿Sabes?, se me ha ocurrido la manera de que podamos pasar tiempo juntos mientras se nos quita el maleficio.

Ella le rodeó el cuelo y sonrió.

– ¿Estás invitándome a otro encuentro de sexo salvaje?

– A otro o a una docena, incluso a una docena de docenas.

– ¿A una docena de docenas? Vamos a necesitar muchos preservativos.

– En mi casa tengo muchos -le sujetó el rostro con las manos y trató de ponerle nombre al sentimiento que lo inundaba por dentro. No estaba seguro, pero creía que era felicidad-. ¿Quieres venir a casa conmigo?

La invitación le sorprendió porque quebrantaba su norma de no llevar mujeres a casa. Pero no podía negar que deseaba que ella estuviera allí. En su casa. En su cama. Lacey lo miró a los ojos y él deseó saber qué estaba pensando.

– ¿Tienes escritorio en casa?

Él asintió.

– Y una bañera con agua caliente. Y una cama enorme.

– Me parece una idea estupenda.

Evan sonrió y contestó:

– Ya somos dos.

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