Capítulo 10

Evan pasó la semana en San Francisco tratando de convencerse de que el agobiante sentimiento de pérdida que lo invadía por dentro era un sentimiento de alivio, en realidad, pero cuando llegó el viernes decidió que no podía engañarse más tiempo.

Había hecho su trabajo según las normas. Y había perdido a Lacey.

Lacey, la mujer que lo había hecho reír. La mujer que hacía que se excitara con sólo una mirada. La mujer con la que podía hablar de cualquier tema bajo el sol. La que convertía cualquier actividad corriente en algo interesante y divertido. La que había cautivado su mente y su cuerpo como ninguna otra mujer había hecho. Evan nunca había sido tan feliz como durante el mes que había pasado junto a ella. Era la primera mujer con la que se divertía tanto, en la cama y fuera de ella. Creía que se había enamorado un par de veces en su vida, pero lo que había sentido por esas dos mujeres era insignificante comparado con los sentimientos que Lacey le provocaba.

Supo que estaba perdido la primera vez que la vio con Sasha. Al verla reír, y jugar entre las olas del mar con su perra, cubierta de arena y de agua salada, sintió que se le encogía el corazón. La amaba. Adoraba su personalidad animada y divertida, su inteligencia. Su manera de preocuparse por la tienda y por los clientes. Ella conseguía que todo lo que tenía a su alrededor se volviera más vivo y colorido. Él incluido.

Evan había estado pensando si debía confesarle que la amaba, pero no quería asustarla porque se conocían desde hacía muy poco tiempo. Al final había decidido que se lo diría durante el fin de semana en San Francisco. Entonces, Greg había llamado y se había estropeado todo.

No podía negar que, hasta cierto punto, estaba de acuerdo con Greg. Constant Cravings, con sus productos y escaparates sensuales, no encajaba con la imagen de las otras tiendas que había en el edificio Fairfax. Un hecho que había generado conflictos entre Lacey y él desde que ella inauguró la tienda.

Pero tampoco le había gustado la decisión que Greg había tomado. Cuando su jefe le había dicho que quería que Constant Cravings cesara su actividad en Fairfax, Evan había tratado de disuadirlo alegando que la tienda generaba buenos ingresos. También le había prometido que hablaría con Lacey acerca de moderar el contenido de los escaparates, suponiendo que ella lo escucharía cuando se enterara de que corría el riesgo de que no le renovaran el contrato de alquiler.

Pero Greg no quería saber nada de todo aquello. Lo más importante para él era que su sobrino quería abrir una franquicia de la cafetería Java Heaven, una cadena que se estaba haciendo tan famosa como Starbucks, en Fairfax. Cuando Evan le había dicho que el complejo Fairfax era lo bastante grande como para albergar dos cafeterías, Greg se había negado a escucharlo. Simplemente no quería que la tienda de Lacey hiciera competencia a la de su sobrino. Así que a Evan no le había quedado más remedio que decírselo a Lacey.

Y eso había hecho.

Y, desde entonces, sentía un gran vacío en el pecho, a la altura del corazón.

Durante la semana había pensado en llamarla montones de veces, pero se había contenido. Quería hablar con ella, pero había decidido que lo mejor era hacerlo en persona. El hecho de que ella no lo hubiera llamado no era buena señal, pero eso no podía detenerlo. Su intención era ir a Constant Cravings al día siguiente y hablar con ella.

Cansado, aparcó el coche y entró en su casa. Dejó la maleta y el ordenador portátil y se dirigió a la cocina para sacar una cerveza. Acababa de sentarse en el salón, cuando sonó el teléfono. Miró la pantalla del aparato con la esperanza de que fuera Lacey. Pero no, era Paul.

– ¿Qué tal? -contestó Evan.

– ¿Qué ha pasado con Constant Cravings?

Evan agarró el teléfono con fuerza. No había hablado con Paul en toda la semana. No quería hablar sobre Lacey y sabía que su amigo le preguntaría por ella.

– ¿De qué estás hablando?

– De que ha cerrado, como si no lo supieras. Me voy un par de días de la ciudad y cuando regreso, descubro que mi tienda de café favorita ha cerrado. Maldita sea, soy adicto a esas galletas. ¿Adonde se ha ido Lacey? ¿Y por qué no me has contado nada?

Evan se puso tenso.

– ¿Qué quieres decir con que ha cerrado?

– ¿No lo sabías?

– No. Cuéntame.

– He pasado por la oficina para recoger unos papeles al salir del aeropuerto. Puesto que Constant Cravings suele abrir hasta tarde el viernes por la noche, decidí pasar a tomarme un café. Cuando llegué allí, el local estaba oscuro. No había maniquíes en el escaparate. Nada. Sólo una nota en la puerta diciendo que la tienda quedaba permanentemente cerrada en ese local.

Evan cerró los ojos y suspiró.

– Maldita sea.

– ¿Cómo puede ser que no sepas nada? ¿Qué diablos está pasando?

– Nos hemos separado -le contó a Paul lo que había sucedido el viernes por la noche.

– Así que ¿ella no tenía que irse hasta dentro de tres meses y ha cerrado la tienda en menos de una semana? ¡Guau! Esa mujer debe de estar muy enfadada.

Sí. Y desde luego no estaría dispuesta a ver a Evan.

– ¿Y qué piensas hacer al respecto? -preguntó Paul.

– ¿Hacer? Ha dejado muy claro que ha terminado conmigo.

– ¿Y tú con ella?

«No», pensó él. Y al darse cuenta de lo que sentía, se puso en pie. No había terminado con ella. Y nunca lo haría.

– Desde luego que no.

Paul se rió al otro lado del teléfono.

– Chico, has estado en silencio tanto tiempo que empezaba a preocuparme. Sabes que ella es lo mejor que te ha sucedido nunca, y no es algo que te diga a la ligera.

– Lo sé.

– Entonces, ¿qué vas a hacer?

– Te lo contaré en cuanto lo decida.

Tres semanas después de la última vez que había hablado con Evan, Lacey estaba en su apartamento, viendo la televisión con desgana. Había pasado los últimos días desmontando la tienda y buscando otro local para alquilar. Por desgracia, casi ninguno de los que había visto le había gustado. Y los que sí le habían gustado tenían un precio muy elevado. «Maldita sea. Fairfax era el lugar perfecto. Si sólo…».

Interrumpió su pensamiento, tal y como hacía varias veces al día. No tenía sentido recrearse en lo que podía haber sido.

Y tampoco tenía sentido recrearse pensando en Evan. Pero por mucho que se lo repitiera, no conseguía dejar de hacerlo. El estaba presente en cada rincón de su mente. Incluso después de tres semanas, seguía doliéndole el corazón. ¿Cuánto tiempo se tardaba en olvidar a una persona? No lo sabía, pero tenía la sensación de que no podría olvidarlo jamás. Y de que su corazón nunca se recuperaría.

Ese día había encontrado un local que no estaba del todo mal. Lacey no podía permitirse mantener el negocio cerrado durante varios meses, porque consumiría todo lo que tenía ahorrado. Al día siguiente, continuaría buscando con la esperanza de encontrar algo mejor. Si no, tendría que conformarse con lo que ya había visto.

Entretanto, continuaría viendo la televisión y comiendo galletas. Quizá así consiguiera olvidar a Evan. Su imagen era tan vivida que era como si pudiera tocarlo y besarlo. Y la idea hacía que no pudiera contener las lágrimas

Llamaron al timbre y se levantó para recoger la comida china que había encargado por teléfono. Se miró y suspiró. Confiaba en que el chico del reparto no se asustara al verla. Iba vestida con el albornoz negro de corazones de color rosa que le había prestado a Evan del escaparate. Probablemente, lo mejor sería que quemara la prenda. Y desde luego, que no volviera a ponérsela nunca más, pero no podía evitarlo.

Sacó dinero de la cartera y abrió la puerta. Al ver a Evan, se quedó paralizada. Pestañeó un par de veces para asegurarse de que la imagen no era un producto de su imaginación.

Él iba vestido con uno de sus trajes de chaqueta y corbata. Tenía un aspecto… perfecto. Y llevaba una peonía en la mano.

– Hola -dijo él.

Lacey sintió que se le paraba el corazón. Abrió la boca para contestar, pero se fijó en la bolsa que él llevaba en la otra mano. Era una bolsa del restaurante chino donde encargaba la comida para llevar.

– N-no eres el chico del restaurante chino.

– Cierto. Ha llegado al mismo tiempo que yo. Me ofrecí a subirte la comida -le entregó la bolsa-. Aquí tienes.

– Ah, gracias.

– ¿Te pillo en mal momento? -le preguntó Evan, mirándola de arriba abajo.

– ¿En mal momento para qué?

– Confiaba en que pudiéramos hablar. Lacey arqueó las cejas.

– Creía que habíamos dicho todo lo que teníamos que decir.

– Se me han ocurrido un par de cosas -miró hacia el interior del apartamento y preguntó-: ¿Estás con alguien?

– Estoy sola.

– Yo también -le entregó la flor y dijo-: Espero que sigan siendo tus favoritas.

Lacey sintió un nudo en la garganta y, como no podía pronunciar palabra, asintió. Al agarrar la flor, rozó los dedos de Evan y sintió una ola de calor.

– Entra -le dijo, tras aclararse la garganta. Él la siguió hasta la cocina y permaneció en silencio mientras Lacey, de espaldas a él, dejaba la comida sobre la encimera y metía la flor en agua. Cuando terminó, se volvió para mirarlo y se apoyó en la encimera.

– ¿Cómo has estado, Lacey?

«Horrible. Muy mal. Y todo por tu culpa», pensó ella.

– Bien. ¿Y tú?

– Horrible. Muy mal.

Ella pestañeó. ¿Desde cuando podía leer el pensamiento?

– Imagino que estás buscando un nuevo local para Constant Cravings -dijo él.

– Sí.

– ¿Has encontrado algo?

– Tengo una posibilidad. ¿Has alquilado mi local de Fairfax?

– Sí, ya está alquilado. El sobrino de Greg Mathers va a montar una franquicia de Java Heaven.

– Ya. Seguro que no es coincidencia -dijo ella, enfadada.

– No lo es.

– En ese caso, me alegro mucho de no estar allí.

– Ya somos dos.

– Sí, me dejaste muy claro que te alegrabas de que no estuviera allí más tiempo. ¿Es todo lo que tenías que decir? Se me está enfriando la cena.

El negó con la cabeza.

– Cuando he dicho lo de «ya somos dos», me refería a que me alegro de no trabajar allí.

– ¿Qué quieres decir?

– Que he dimitido. Avisé de que me iba el lunes después de regresar de San Francisco, con quince días de antelación. Desde hace una hora, ya no trabajo para GreenSpace Property Management y ya no soy el gerente de Fairfax.

– No lo comprendo. ¿Por qué has dimitido?

– Porque decidí que no me gustaba la manera de trabajar que tiene Greg Mathers. No me ha gustado cómo te ha tratado, a ti y a la tienda que tanto trabajo te costó montar. Aunque estaba en su derecho de no renovarte el contrato, creo que ha hecho muy mal en no hacerlo. Quería el local para su sobrino, y ya lo tiene. Yo no quería seguir formando parte del juego.

– Entonces, ¿no tienes trabajo? -preguntó Lacey con incredulidad.

– Sí tengo trabajo. Estás hablando con el nuevo gerente inmobiliario de Bryant Properties.

– ¿Y cómo lo has conseguido?

– Conozco a Bill Bryant desde hace muchos años y es un buen hombre. Me había dicho montones de veces que lo avisara si algún día decidía cambiar de trabajo. Lo llamé cuando decidí marcharme de GreenSpace.

– No sé qué decir.

– ¿Qué tal si me das la enhorabuena?

– Enhorabuena.

Él esbozó una sonrisa.

– Gracias -se acercó a ella y saco un sobre de la chaqueta-. Es para ti.

– ¿Qué es?

– Hay una manera de averiguarlo.

Lacey abrió el sobre y sacó varias hojas de papel. Leyó las primeras líneas y miró a Evan sorprendida.

– Es un contrato de alquiler.

– Así es. Mi primer contrato oficial en mi nuevo trabajo. Bryant tiene un complejo empresarial parecido a Fairfax. Creo que cuando lo conozcas te parecerá que es un lugar mucho mejor para Constant Cravings. Las tiendas son más modernas y está situado cerca de la ciudad.

Ella negó con la cabeza.

– No puedo permitirme nada que esté cerca de la ciudad.

– Lee las condiciones. Creo que sí podrás.

Lacey continuó leyendo. Asombrada, miró de nuevo a Evan.

– Tiene que haber un error. He estado mirando locales en esa zona, y los alquileres eran mucho más caros.

– No es un error. Esa es una de las ventajas de ser el gerente… Puedo ofrecer ventajas.

– No puedo creer que hayas hecho todo esto. Dejar tu trabajo. Hacerme una oferta estupenda. No tengo palabras…

– Entonces, escucha -la sujetó por los hombros-. Todo ha ido mal desde que saliste de mi despacho, Lacey. Todo. He tratado de convencerme de que lo nuestro había terminado, que no importaba que ya no estuvieras a mi lado, pero no he podido. No hay nada que me importe más. Y para mí, lo que hubo entre nosotros no ha terminado. Estas semanas sin ti han sido un infierno. Sé que te he hecho daño, y lo siento -la miró fijamente-. Te quiero Lacey. Quiero que vuelvas a mi lado. Madame Karma tenía razón. Eres la mujer de mi vida.

Lacey no pudo contener las lágrimas y rompió a llorar. Rodeó el cuello de Evan con los brazos y dijo:

– Mentí cuando te dije que estaba bien. Estaba destrozada -dijo contra su cuello-. No puedo creer que hayas hecho esto.

– Créetelo. Y por favor, deja de llorar. Me estás matando.

Ella levantó la cabeza y sujetó el rostro de Evan con manos temblorosas.

– Te quiero mucho.

Él la abrazó y la besó de forma apasionada.

– Dímelo otra vez -ordenó contra sus labios.

– Te quiero.

Él sonrió y le secó las lágrimas de las mejillas.

– Te he echado de menos.

– Yo también -dijo ella, con un profundo sentimiento de felicidad.

Él le acarició la espalda y el trasero y la estrechó contra su cuerpo.

– Escucha, ahora que nos hemos reconciliado verbalmente -le dijo, con deseo en la mirada-, creo que deberíamos continuar con la tradición de reconciliarse haciendo el amor. Y después, hablaremos sobre el futuro.

Ella lo besó y sonrió.

– Ya somos dos.

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