Una nube de humo flotaba sobre la ruidosa clientela del Vic Sport, una popular cervecería situada cerca de Fisherman's Wharf. Los alaridos de las enormes pantallas de televisión, emitiendo cada una de ellas un deporte diferente, se mezclaban con las voces y las risas de los clientes. Había muchas cosas con las que distraerse en el Vic. Aun así, Pete se fijó en aquella mujer en cuanto entró. Y aunque estaba decidido a concentrarse en el partido de los Gigantes, sus ojos se sentían inexplicablemente atraídos hacia aquella belleza de pelo negro. Quizá fuera su modo de moverse, el sutil movimiento de sus caderas, el arco de su cuello o su expresión de seguridad. Sí, había algo en ella que le llamaba la atención y no le permitía dejar de mirar. Aquella mujer no frecuentaba el Vic, de eso estaba seguro. El Vic era un lugar en el que se bebía cerveza y se comían galletas saladas y aquella mujer parecía acostumbrada al caviar y al champán.
Las señales eran casi imperceptibles, al menos para alguien que no se molestara en mirar bajo la superficie. Pero Pete había conocido a muchas mujeres y podía distinguir a una mujer con clase en cuanto la veía. Su vestido, de diseño sin lugar a dudas, encajaba perfectamente con cada curva de su cuerpo, y aun así no le daba una apariencia vulgar. Revelaba solamente lo justo para resultar tentador: un poco de los hombros y parte de la clavícula. Era además lo suficientemente corto como para demostrar las fabulosas piernas que se ocultaban debajo de él. Con una mujer como aquella, un hombre tenía que usar su imaginación.
Pero había algo más, como su forma de recorrer el lugar con la mirada, sin reposarla en nada. Había causado un pequeño revuelo al dirigirse hacia la barra, los hombres se volvían al verla pasar, pero no parecía percatarse de su efecto. ¿Se le habría estropeado el Mercedes en la puerta del Vic? ¿O se habría perdido quizá? No había un solo hombre en aquel local que no estuviera deseando echarle una mano. Pero tenían suficiente experiencia como para saber guardar las distancias y no correr el riesgo de ser rechazados delante de sus amigos.
Antes de que aquella joven entrara en el bar, estaba viendo un partido de fútbol en una de las televisiones del bar, alargando la cerveza que había pedido durante el primer tiempo. Y fue solo después de que la recién llegada se sentara, cuando se dio cuenta de que no había ido sola. Reconoció a su acompañante al instante: ¡Ellen Kiley! Pete sonrió y apuró la cerveza. No había ido al Vic a hacer vida social, pero quizá considerara la posibilidad de cambiar de planes.
En primer lugar, sentía curiosidad por saber por qué Ellie había salido sin Sam. Y, en segundo lugar, le parecía extraño que Sam nunca hubiera mencionado a aquella belleza o ¡amas hubiera intentado emparejarlos. Quizá fuera porque normalmente aquellas mujeres de la alta sociedad no fueran su tipo. Pero después de haberse pasado el primer tiempo del partido pensando en Nora Pierce, necesitaba algo o alguien que lo ayudara a sacarse de la cabeza a la columnista de El Herald
Sus pensamientos volaban constantemente hacia el encuentro de la tarde anterior. Pete había conocido a montones de mujeres en su vida y siempre las había clasificado en dos categorías: amantes que habían llegado a convertirse en amigas o amigas que habían terminado siendo amantes. La experiencia le había enseñado que las dos cosas eran incompatibles. Una mujer no podía ser las dos cosas al mismo tiempo. E imaginaba que el día que encontrara una así, tendría que casarse con ella.
¿Pero dónde encajaba Nora Pierce? Ella no quería ser su amiga. Y, desde luego, no tenía el menor interés en ser su amante. Diablos, Pete ni siquiera estaba seguro de gustarle. De lo único de lo que estaba convencido era de que, en el momento en que la había tocado, se había desatado algo entre ellos, una atracción irresistible e irracional. Su intuición le decía que se sacara a aquella mujer de la cabeza, pero era mucho más fácil decirlo que hacerlo.
Pete pidió otra cerveza y miró a Ellie. Alzó la mano para saludarla, pero ella volvió la cabeza como si no lo hubiera visto. Frunció el ceño, agarró lo que quedaba de su cerveza y se alejó lentamente de la barra, decidido a averiguar lo que estaba ocurriendo allí. Pero cuando se acercaba a la zona en la que ambas estaban sentadas, Ellie bajó de su taburete y se dirigió al lavabo. Pete estuvo a punto de seguirla, pero al final optó por esperarla en la barra, al lado de su atractiva amiga.
Esbozó la más encantadora de sus sonrisas, aunque en el fondo, le habría gustado que Ellie hubiera ido allí con Nora Pierce. Así habría tenido oportunidad de hablar con ella fuera de la restrictiva atmósfera de la oficina, habría podido averiguar a qué se debía su extraña fascinación por ella y quizá hasta habría sido capaz de derretir su fría fachada. Se sentó en el taburete de Ellie y dejó su cerveza en la barra.
– Hola, ¿te importa que me siente aquí?
La mujer le dirigió una breve mirada y volvió la cabeza. A Pete siempre le habían funcionado las aproximaciones directas, pero obviamente, aquella no era su noche.
– Mi amiga está sentada en ese taburete – dijo con voz grave. -Ahora está en el lavabo, pero no tardará en volver.
Se volvió nuevamente para mirarlo y fue entonces cuando Pete percibió su perfume, una exótica mezcla que reconoció inmediatamente. Su mente intentó poner un rostro a aquella fragancia, repasando las imágenes de todas las mujeres a las que había conocido. Pero había un rostro que permanecía entre todos ellos. Recordó entonces que había aspirado aquel perfume esa misma tarde en el despacho de Nora.
Pete se inclinó sobre la barra y pudo ver momentáneamente su perfil, la prueba evidente ele que bajo aquella melena negra y el profuso maquillaje se escondía la mismísima Prudence Trueheart. Estuvo a punto de desvelarlo inmediatamente, pero ella parecía haberse esforzado tanto para ocultar su identidad, que decidió seguirle el juego, al menos durante un rato.
Así que no había ningún Mercedes estropeado. ¿Pero qué habría llevado a Prudence Trueheart al Vic?
– ¿Puedo invitarte a una copa? -le preguntó.
– Quizá -murmuró ella con voz fría. -Supongo que podrías, sí. Pero no quiero, gracias, ya estoy tomando una -se llevó su refresco a los labios y forzó una sonrisa. -Mi amiga está a punto de volver.
– Solo me quedaré aquí hasta que vuelva – contestó él. Sonrió y acercó su taburete al suyo. Un caballero habría recibido la indirecta y se habría marchado. Pero Pete no pensaba moverse de allí.
Deslizó la mirada por su cuerpo. El vestido marcaba cada una de sus deliciosas curvas: sus senos perfectos, las caderas estrechas… Solo podía haber una razón para que Prudence Trueheart se pusiera un vestido como aquel. Quería seducir o ser seducida. Pete frunció el ceño. ¿Y a qué diablos vendría aquella melena negra? Él prefería su pelo tal como era, del color del oro, iluminando sus bonitas facciones.
– Debería ir a buscar a mi amiga -dijo Nora casi en un susurro, tomó su bolso y bajó del taburete, pero Pete la agarró de la muñeca, impidiéndole escapar.
Sentía su piel como si fuera seda bajo sus dedos. Le había bastado tocarla otra vez para que un relámpago de calor recorriera todo su cuerpo.
– No -susurró. -Tómate una copa conmigo. Solo una copa.
Pete pensaba que se iba a negar, pero entonces ella lo miró abiertamente y esperó durante un largo rato. Ninguno dijo una sola palabra; se limitaron a mirarse como si se estuvieran midiendo. Pete empezaba a adivinar cuál iba a ser la actitud de Prudence. No iba a admitir quién era. Iba a seguir el juego. Por lo que a ella concernía, eran un par de perfectos desconocidos.
Pete había jugado con mujeres en más de una ocasión, dentro y fuera de la cama. Juegos mentales o juegos sexuales, se adaptaba perfectamente ambos. Pero entonces, ¿por qué se sentía de pronto tan novato? Quizá porque Nora no parecía el tipo de mujer que se arriesgaba a coquetear con un desconocido. Pero él no era un desconocido, ¿o sí? Quizá solo fuera el primer pelele disponible, un tonto inesperado que estaba a punto de caer en sus redes y de cuya historia terminaría enterándose toda la oficina. Quizá aquel fuera el precio por haberle puesto un ojo morado.
Pete maldijo en silencio y se pasó la mano por el pelo. Bueno, pues jugarían los dos. En lo que a él se refería, no tenía ningún inconveniente en pasar unos minutos más siguiéndole el juego. Le hizo un gesto al camarero.
– Champán -le pidió. -El mejor.
– ¿Champán? -preguntó Nora.
– Voy a tomar una copa con la mujer más hermosa de este local. Creo que el champán es la bebida indicada, ¿no te parece?
Fijó la mano en la muñeca de Nora, en la que todavía descansaba su propia mano.
– Hay muchas mujeres hermosas en este lugar -repuso Nora, retirando la mano.
Pete miró a su alrededor.
– Sí, supongo que sí -el camarero descorchó una botella de champán y sirvió dos copas. Pete tomó una de ellas y se la tendió a Nora. -Pero ninguna tan hermosa como tú.
– Con tu capacidad de convicción, quizá debería invertir en champán. Debes de gastarte mucho en esa bebida.
– No merece la pena. Hace meses que he renunciado a las mujeres.
Nora lo miró con recelo.
– ¿Entonces por qué te tomas tantas molestias conmigo?
Pete deslizó un dedo por su brazo desnudo.
Quizá aquel juego no estuviera tan mal. Por lo menos le estaba permitiendo tocarla cuando sentía la necesidad de hacerlo.
– Créeme, no eres ninguna molestia. De hecho, eres la primera mujer desde hace casi un año que me ha hecho arrepentirme de mi decisión.
Aquella vez Nora soltó una carcajada; echó la cabeza hacia atrás y soltó una risa tan musical y alegre como las burbujas de su copa. En otro momento de su vida, Pete se habría sentido insultado. Pero su alegría lo cautivó y rió con ella. Pete dejó su copa en la barra y apoyó los pies en el taburete de Nora.
La risa de Nora murió en cuanto él comenzó a mirarla fijamente. Pete jamás había deseado a una mujer como deseaba en ese momento a Nora. Pero sabía que tenía que proceder con cuidado, porque detrás de aquellos enormes ojos y de sus suaves facciones, se escondía una dama que estaba practicando un juego muy peligroso.
Le tomó la mano con deliberada delicadeza y se la llevó a los labios.
– ¿No deberíamos empezar por presentarnos? -musitó contra su piel. -Me llamo Beckett. Pete Beckett, ¿y tú?
Alzó la mirada y le dirigió una sonrisa arrebatadora. El juego acababa de comenzar.
Nora dio un largo sorbo a su champán. Las burbujas le cosquillearon la nariz y subieron directamente hasta su cabeza. Pero por atontada que estuviera, un pensamiento iba cobrando fuerza en su mente: debía huir de aquel hombre que le estaba besando en aquel momento las muñecas y cuyas palabras tenían la capacidad de dejarla completamente indefensa. Se suponía que aquella salida nocturna tenía que ser un simple experimento, una oportunidad para recuperar el sabor de las citas sin correr ningún riesgo. Pero estando sentada al lado de Pete, se sentía como si estuviera a punto de hundirse hasta el cuello en un pozo del que le iba a resultar imposible salir. Tenía ganas de gritar su nombre a todo el bar: Nora Pierce o Prudence Trueheart, ¿qué importaba? Lo único que sabía era que aquella pequeña farsa tenía que terminar.
Pero había algo que le impedía ponerle punto final, una curiosidad que necesitaba satisfacer, un innegable magnetismo que hacía que el sentido común se desvaneciera. ¿Por qué no ver hasta dónde la llevaba la noche? No lo estaba haciendo nada mal. De momento, había conseguido mantener una conversación fluida sin sonar demasiado altiva.
Y era tan maravilloso poder estar con alguien siendo la clase de mujer que jamás había sido: sexy, provocativa, irresistible… No era tan difícil engañar a alguien. Además, podía irse en cuanto quisiera, ¿no? Nora sofocó un suspiro. Quizá fuera más fácil decirlo que hacerlo.
No era el aspecto mental de la farsa lo que le estaba resultando más difícil, sino las reacciones físicas que estaba teniendo. La impresión de encontrarse a Pete Beckett sentado a su lado le había robado temporalmente el aire de los pulmones. Y después, cuando la había tocado, el corazón le había dado un vuelco en el pecho y había comenzado a latir a un ritmo de locura. Cada uno de sus pensamientos estaba fijo en el mágico contacto de su mano sobre su piel. Estaba al mismo tiempo asustada y emocionada, y aunque intentaba mantener en todo momento un pie en la realidad, sabía que acababa de adentrarse en un reino en el que todo era pura fantasía.
¿Por qué no la habría reconocido Pete? ¿Tan bueno sería su disfraz? Aquel mismo día habían hablado frente a frente en su despacho y, seguramente, no era una mujer tan fácil de olvidar, ¿o sí? Nora descartó inmediatamente aquella idea. Pete había bebido demasiada cerveza, eso era. O quizá no se había fijado en el moratón de su ojo, que había conseguido disimular casi por completo con el maquillaje. O quizá la idea de que Prudence Trueheart se dejara caer por un lugar como aquel con una peluca negra y ganas de ser seducida le resultara casi inconcebible.
Fuera cual fuera la causa, Nora no quería que aquellas maravillosas y al mismo tiempo alarmantes sensaciones terminaran. Una secreta emoción la atravesaba y cada vez estaba más decidida a disfrutar de cuanto placer pudiera encontrar en las sugerentes miradas de Pete y en su desinhibida reacción.
– ¿Y bien? ¿No quieres decírmelo? ¿Prefieres que me lo imagine?
Nora conocía las normas de etiqueta a la hora de una presentación en todos los casos, salvo cuando una estaba intentando ocultar su identidad bajo un provocativo disfraz al tiempo que compartía una botella de champán con un atractivo compañero de trabajo.
Un antiguo consejo acudió a su mente: cuando una dama se encontraba en una situación incómoda, siempre podía retirarse educadamente al lavabo. Tomó su bolso y forzó una sonrisa.
– Ha sido un placer conocerlo, señor Beckett, pero tengo que irme. Mi amiga debe de estar esperándome.
– Tu amiga puede esperar. ¿Por qué no quieres decirme cómo te llamas? -le preguntó con una seductora sonrisa y acariciándole la barbilla con el pulgar. -¿Estás casada?
Nora jadeó y le retiró la mano. ¿Cómo se atrevía a pensar que era capaz de tener una aventura extramarital?
– Por supuesto que no -contestó con enfado.
– ¿Comprometida entonces? Nora sacudió la cabeza. -¿Sales con alguien?
Aquella era la ocasión perfecta para salir de aquella situación sin que ninguno de ellos hiciera el ridículo.
– ¿Si te dijera que sí me dejarías sola?
Pete se lo pensó un momento y se encogió de hombros.
– Supongo que no me quedaría otra opción.
Nora abrió la boca, dispuesta a mentirle. Pero las palabras se negaban a salir de su boca. No quería que Pete se fuera. Quería que se quedara donde estaba, tocándola y tentándola hasta que se hartara de él.
– No -susurró, -no estoy saliendo con nadie.
Pete se inclinó hasta que sus labios quedaron a solo unos centímetros de su boca.
– Yo tampoco -dijo. -Así que supongo que los dos estamos libres para…
Nora fijó la mirada en su boca.
– Libres para… -sentía el aliento de Pete en los labios, tentándola con la promesa de un beso.
– Libres para terminar nuestro champán – dijo Pete.
Se apartó, dejándola sin respiración y bamboleándose al borde del deseo. Se alargaba el silencio entre ellos y el cerebro de Nora buscaba rápidamente un tema de conversación con el que disimular su embarazo. Pero lo único de lo que realmente le apetecía hablar era de la posibilidad de que sus labios se fundieran en un futuro cercano. Nora tomó la copa de champán y bebió lo que quedaba de ella.
– ¿Y a qué te dedicas? -le preguntó a Pete, sosteniendo su copa en la mano para que se la volviera a llenar. Era una pregunta demasiado típica y además, ya conocía la respuesta. Pero cuando miraba a aquel hombre a la cara, no se le ocurría nada inteligente.
– Tienes unos ojos increíbles -susurró Pete, apartándole un mechón de pelo de la frente. -Creo que nunca había visto unos ojos tan azules.
Nora tragó saliva, intentando contener a su agitado corazón. Qué rápidamente olvidaban los hombres, reflexionó con un ligero enfado.
– Oh, estoy segura de que sí -respondió coqueta.
Pete sacudió la cabeza.
– Estoy seguro de que, en ese caso, lo recordaría -acarició sus labios con el pulgar. -Te gustan los juegos, ¿verdad?
– ¿Qué-qué? -tartamudeó ligeramente ante el repentino giro que estaba tomando la conversación. Oh, Dios, Pete estaba jugando con ella. Durante todo ese tiempo, había sabido exactamente quién era y lo que se proponía. La indignación bullía en su interior haciéndole desear borrar de un bofetón la estúpida sonrisa de Pete de su rostro.
– Los juegos -Pete alzó la mirada hacia la televisión que había tras ella. -Los deportes… Este es un bar deportivo. La gente que viene aquí suele acercarse para ver partidos. ¿Eres aficionada al béisbol o prefieres el fútbol?
Nora tosió, intentando disimular su incomodidad.
– Oh, no -contestó, forzando una sonrisa. -No soy aficionada a los deportes.
– Si quieres -dijo Pete, deslizando las manos por su cintura, -yo podría cambiar eso – le presionó delicadamente la espalda, instándola a acercarse a él. -Mira, en la mayor parte de los deportes hay un equipo que ataca y otro que se defiende -su voz era apenas un susurro. -El equipo que ataca hace todo lo posible por romper las defensas del otro y… marcar un tanto.
De pronto, la conversación había adquirido un tono diferente. Un innegable desafío sexual palpitaba bajo aquellas inocentes palabras. Nora acarició con dedos temblorosos la nuca de Pete y hundió los dedos en su pelo, asustada de su propia audacia. Pete cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Nora lo miraba fijamente, observando el placer que reflejaban sus facciones: su caricia había conseguido alterar a un hombre con tanta experiencia como Pete.
– Bonito juego -musitó él, contemplándola a través de sus ojos entrecerrados. -Ya veo que has entendido el significado del ataque.
Sin decir una sola palabra más, le hizo bajarse del taburete y colocarse entre sus piernas. Nora advirtió una ráfaga de pasión en sus ojos antes de que cubriera sus labios. Sabía que debería haberle avergonzado ser besada tan descaradamente en un lugar público, pero se sentía salvaje y desinhibida, completamente libre de Prudence Trueheart y sus estiradas actitudes. Volvía a ser Nora Pierce otra vez, una mujer que podía ser apasionada y espontánea.
Pete hundió la lengua en su boca y los últimos jirones de resistencia de Nora se disolvieron entre sus brazos. Aquella era la mejor parte del juego, se dijo la joven mientras deslizaba las manos por el cuerpo de su reciente conquista. Besos tentadores, una actitud completamente sensual, sin pensar en quiénes eran ni en cómo deberían comportarse.
Delicada, pero insistentemente, Pete continuó besándola hasta que ella le devolvió el beso con idéntico deseo. Entonces, enmarcó su rostro con las manos y continuó fusionando sus labios hasta que Nora conoció el sabor de su boca tan íntimamente como conocía la sensación de sus manos sobre ella.
La joven posó las manos en los muslos de Pete y comenzó a acariciárselos. ¿De dónde habría sacado el valor para igualar su pasión, para provocarlo como él la provocaba a ella? El resto del mundo parecía haber desaparecido, el estrépito del bar se había transformado en un susurro distante. Al final, cuando Nora pensaba que ya no iba a poder aguantar ni un segundo más, Pete retrocedió y le dirigió una perezosa sonrisa.
– Esa defensa no ha estado muy bien -bromeó. -Pero de todas formas el partido ha estado interesante. ¿Por qué no salimos de aquí?
Nora sonrió y le rodeó el cuello con los brazos. Le gustaba el juego, estaba disfrutando de aquel toma y daca.
– Debería ir a buscar a mi amiga -dijo suavemente, con los labios henchidos por el tierno asalto de Pete. Se había olvidado completamente de Ellie, aunque no la sorprendía. Pete había absorbido toda su capacidad de atención. Se inclinó hacia delante y le dio otro beso, deslizando intrépidamente la lengua por los pliegues de su boca.
– Ahora mismo vuelvo y después nos iremos -tragó saliva. -Juntos.
Pete la estrechó contra él, hundió la cara en su cuello y le susurró al oído.
– Aquí estaré. No me dejes esperándote.
Mientras se dirigía hacia el lavabo, Nora se pasó la mano por los labios, todavía húmedos por los besos. Sentía su boca curvarse en una traviesa sonrisa mientras una suave risa escapaba de su garganta.
– ¿Qué diría de esto Prudence? -musitó, pero la verdad era que le importaba muy poco.
– ¡No puedo creer que todavía estés aquí! – Nora permanecía frente a uno de los cubículos del cuarto de baño mirando fijamente a Ellie. Esta estaba sentada sobre un inodoro, con el vestido subido hasta las caderas y pintándose cuidadosamente las uñas de los pies. -¿Llevas todo este tiempo esperándome?
Ellie tomó una toallita de papel y se colocó un pedacito entre cada uno de los dedos del pie antes de salir del cubículo.
– Me he pintado dos veces las uñas, me he depilado las cejas y he sacado brillo a todos los grifos. Estaba a punto de ponerme a arreglar las cañerías cuando has entrado.
Nora la miró con gesto contrito.
– ¿Por qué no te has ido? Podrías haberte ido sin que Pete te viera.
– ¿Y por qué voy a tener que escapar? -preguntó Ellie. -Pete ya me ha viso. Solo quería dejaros solos durante un rato antes de reunirme con vosotros.
Nora frunció el ceño. Si Pete había visto a Ellie, era muy probable que hubiera imaginado que ella era Nora. No, Ellie debería estar confundida. Pete jamás se habría tomado tantas libertades si hubiera sabido que era Prudence Trueheart la que se escondía debajo de esa peluca negra.
– He estado fuera un rato mirándoos. Estabais muy entretenidos -dijo Ellie. -En cualquier caso, me imaginé que con todo el champán que estabas bebiendo, antes o después querríais venir al baño. ¿Cómo iba a imaginarme que tenías una vejiga del tamaño de un lago? ¿Qué te ha dicho cuando te ha reconocido? ¿Se ha reído de la peluca?
– La peluca es imprescindible -comentó Nora, pasándose la mano por el pelo. -Prudence Trueheart jamás se metería en un bar con intención de seducir a un hombre, ni siquiera por el bien de sus lectoras. Además, ha funcionado. Nadie me ha reconocido.
– Excepto Pete -le aclaró Ellie.
Nora se quedó mirando su reflejo en el espejo, intentando observarlo con objetividad. Realmente, no se parecía nada a sí misma. Parecía una mujer exótica, lujuriosa. Además, el pelo oscuro hacía que su piel pareciera más pálida. Aun así, su nariz no había cambiado. Ni tampoco sus ojos. Y aunque llevara los labios pintados de rojo, su boca continuaba siendo su boca. Miró a su amiga de reojo.
– De verdad, él tampoco me ha reconocido.
Ellie abrió los ojos de par en par.
– ¿Qué? ¿Todavía no le has dicho quién eres?
– No veo por qué tendría que hacerlo -dijo Nora. Se estiró el escote del vestido, revelando parte de su hombro. -Quizá le haya despistado mi busto -se ajustó el sujetador con una mueca. -¿Crees que si llevo este sujetador durante una semana mi pecho se quedará así?
Cuando se volvió hacia su amiga, descubrió que esta estaba mirándola fijamente.
– ¿Qué estás diciendo? Claro que te ha reconocido. Tendría que ser tonto para no haber descubierto quién eras. No estás tan distinta, Nora.
– Pues bien, no me ha reconocido. ¿Cómo iba a reconocerme? Ni siquiera me mira en el trabajo. Si incluso me ha dicho que nunca había visto unos ojos como los míos. Supongo que se ha olvidado de que esta misma mañana ha estado mirándolos -sacó un botecito de perfume del bolso y se echó unas gotas en el cuello y el pecho. -De acuerdo, quizá solo me esté siguiendo el juego, pero no me importa, me estoy divirtiendo.
Estaba disfrutando siendo objeto de su deseo, jugando a ser la presa de un depredador.
Con un bufido de disgusto, Ellie se colocó tras ella y le colocó el escote del vestido.
– Este no es un desconocido que te has encontrado en un bar. Es Pete Beckett. Trabajas con él. Y al menos hasta hace muy poco, lo odiabas -Ellie tomó el bolso de Nora y se lo colocó bajo el brazo. -Venga. Tú y yo nos vamos a ir de aquí antes de que cometas una estupidez.
Pero Nora se negaba a moverse.
– Por una vez en mi vida, me gustaría hacer una estupidez. He vivido correctamente durante veintiocho años y mira lo que he conseguido.
Puedo decirte cómo organizar una boda, como escribir una invitación, cómo disponer una mesa… Pero no sé lo que se siente al ser arrastrada por la pasión, quiero abandonar el sentido común y dejarme llevar por el deseo.
– Nora, intenta pensar con un poco de frialdad. Ese es Pete Beckett. ¿Estás segura de que quieres convertirte en otra muesca en la cabecera de su cama? Si haces una tontería esta noche, ¿cómo te enfrentarás a él mañana por la mañana?
– No me importa -contestó Nora. -Eso es lo mejor de hacer algo verdaderamente estúpido. Se supone que a la mañana siguiente tienes que arrepentirte. Te arrepientes y lo olvidas. Además, él no sabe quién soy. Si lo supiera, ya me habría dicho algo. Especialmente después de besarme.
– ¿Pete te ha besado? -preguntó Ellie, abriendo los ojos como platos.
– Y más de una vez. Y me ha lamido los dedos de la mano -suspiró profundamente. -Pensaba que iba a desmayarme…
Su amiga frunció el ceño y sacudió la cabeza mientras continuaba mirándola a través del espejo.
– Quizá no te haya reconocido. Pete Beckett jamás habría lamido un solo dedo a Prudence Trueheart -asomó a su rostro una expresión de perplejidad. -Sam nunca me ha lamido los dedos.
– Pues es maravilloso. ¿Y qué tiene de malo disfrutar del momento? ¿Qué daño puede hacerle a nadie?
Ellie le pasó el brazo por los hombros.
– Sé lo maravilloso que es sentirse deseada.
Y también que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que saliste con un hombre. Pero pasar una noche con Pete Beckett no va a ser la solución.
– Han pasado tres años -dijo Nora, -si no contamos a Stuart.
Stuart Anderson era el propietario del apartamento de Nora y su mejor amigo. Durante el año anterior, la había acompañado a todos los acontecimientos sociales que organizaba su madre. Celeste Pierce trataba a Stuart como si fuera su yerno. Con sus modales impecables y sus habilidades sociales, encajaba a la perfección en su mundo.
– Me gusta Stuart -dijo Ellie. -Es un hombre sensible en el que se puede confiar. No es como Pete. ¿Por qué no te acuestas con él?
– Stuart es gay -contestó Nora. -No creo que tenga ganas de lamerme los dedos -un profundo suspiro escapó de sus labios. -Si lo que quería era una cita de una sola noche, esta es la oportunidad perfecta. Mañana puedo desaparecer de su vida como si nunca hubiera existido. Ni siquiera tendrá que tomarse la molestia de deshacerse de mí. Y mejor todavía, ambas lo conocemos. Sabemos que no es un psicópata ni un asesino. Y así no tendré que preocuparme por mi seguridad.
Ellie sacudió la cabeza.
– Nora, por favor, no…
– Puedo controlar mis sentimientos. Soy adulta, Ellie, sé lo que estoy haciendo.
– ¿Pero qué me dices de tu corazón? -preguntó Ellie. -¿Estás segura de que no seguirás sintiendo nada por él después de esta noche?
– Claro que estoy segura. Él es Pete Beckett. Y yo… bueno, ya sabes quién soy. Soy Prudence Trueheart y no puedo enamorarme de un hombre como él -Nora tomó aire y forzó una sonrisa. -A lo mejor lo que te preocupa es que, cuando descubra que soy Prudence Trueheart, se sienta tan asqueado, que no quiera ni besarme ni tocarme.
– ¡No! Cariño, lo único que quiero decir es que estás metiéndote en un juego muy peligroso del que puedes salir herida. Recuerda que Pete es un experto y tú eres solo… una novata.
Nora maldijo en silencio, harta ya de las súplicas de Ellie.
– De acuerdo. No voy a seguir. Volveré a su lado, le diré que voy a irme a casa contigo y fin de la historia.
Ellie asintió y le dio un cariñoso apretón en el hombro.
– Por fin dices algo sensato. Al fin y al cabo, habría adivinado quién eres cuando… bueno, cuando hubierais llegado a una situación más íntima. O cuando a él se le hubiera pasado la borrachera.
Nora tiró la toalla de papel a la papelera y se dirigió hacia la puerta. Pero se detuvo antes de salir. Quizá Ellie tuviera razón. Objetivamente, ella jamás habría recomendado una sola noche de pasión. Pero estaba harta de pensar como Prudence. Por una vez en su vida, quería romper las reglas y, maldita fuera, olvidarse de las consecuencias.
– De acuerdo -repitió suavemente. -Voy a despedirme de él y después nos iremos -abrió la puerta del baño y miró por encima del hombro a su amiga. -Si alguna vez dejo El Herald, te recomendaré para que trabajes como Prudence. ¡Estás empezando a parecerte más a ella que yo!