– Dios mío, ¿quién se ha muerto?
Nora miró el enorme ramo que había encima de su escritorio y se volvió hacia Ellie con el ceño fruncido. Había estado esperando la llegada del tribunal de la Inquisición desde que había llegado al trabajo, pero un fallo en un ordenador había mantenido ocupada a su amiga durante tocia la mañana. La verdad era que esperaba haber escondido las flores antes de que Ellie bajara, pero intentar esconder un ramo de aquel tamaño en su despacho era como intentar esconder un elefante en una tetera.
– No ha muerto nadie -contestó sombría.
– ¿Entonces a qué se deben esas flores? – preguntó Ellie mientras se sentaba. -Un ramo tan grande debe significar que has hecho algo espectacular ¿Quién te lo ha enviado?
– A lo mejor lo he comprado yo. He pensado que el despacho necesitaba una nota de alegría, así que…
– ¿Lo he hecho bien?
Ambas alzaron la cabeza y descubrieron a Pete en el marco de la puerta. Nora se levantó de un salto, ignorando la mirada confusa de su amiga. El corazón le dio un vuelco. ¿Cómo era posible que estuviera cada vez más atractivo? Sentía ganas de bailar, cantar y reír como una adolescente. Y al mismo tiempo, de desnudarse, arrojarse a sus brazos y suplicarle que hicieran el amor allí mismo.
– ¿Tú has enviado esto? -preguntó Ellie, sin poder disimular su incredulidad.
– Las he elegido yo mismo -respondió Pete sonriendo de oreja a oreja. -Lirios blancos y rosas rojas.
– Son preciosas -dijo Nora suavemente, acariciando un pétalo.
– Me han recordado a ti -dijo Pete. -Es un estudiado contraste: pureza y pasión.
Ellie tosió. Nora se volvió hacia su amiga y le dirigió una mirada de advertencia. Y si hubiera podido mostrarle el camino hacia la puerta de una forma remotamente educada, lo habría hecho sin dudar.
Pete le sonrió a Ellie.
– Pensé que después de nuestra primera cita sería un bonito detalle enviar unas flores. Y elegirlas yo mismo me ha parecido más romántico.
– ¿Primera cita? -preguntó Ellie.
A Nora se le paralizó la mano con la que estaba acariciando el lirio. ¿Así que eso formaba parte de sus malditas prácticas? Se maldijo en silencio. Una vez más, se había dejado atrapar por sus estúpidas fantasías.
– Muy romántico -murmuró, imprimiendo a su voz una fría indiferencia. -Pero no hacía falta que te gastaras el dinero. Habría bastado con que me comentaras tus planes.
– Entonces no habrías podido disfrutar de las flores. Bueno dime, ¿estás ocupada a la hora de la comida? He pensado que podríamos tener otra clase. Necesito averiguar…
– ¿Una clase? -preguntó Ellie.
– ¿A la hora de la comida? -preguntó Nora. -No, no puedo -miró el reloj y rodeó el escritorio. -De hecho, ya llegamos tarde. Tenemos que salir ahora mismo -aganó a su amiga del brazo, la obligó a levantarse de la silla y se dirigió con ella hacia la puerta. -Gracias otra vez por las flores -le dijo a Pete.
En cuanto las puertas del ascensor se cerraron tras ellas, Nora se apoyó contra una de las paredes y cerró los ojos.
– Déjame ver si lo entiendo -dijo Ellie. -Has tenido una cita con Pete Beckett y él te ha enviado un ramo de flores. Y no un ramo cualquiera, sino uno bastante caro que evoca tu pasión y tu pureza. ¡Así que te has acostado otra vez con él!
– No -respondió Nora. -¿Es que no le has oído? Esto no tiene nada que ver con el romanticismo. Me ha enviado las flores para agradecerme nuestro ensayo de cita.
Ellie frunció el ceño y se frotó la frente.
– Llevo un año casada, pero me temo que eso es algo que me he perdido. Cuando comencé a salir con Sam, nuestras citas eran reales. ¿Cómo diablos se ensaya una cita?
– Después de nuestra clase de etiqueta del sábado, Pete me llevó a un partido de béisbol. Pero solo como amigos, porque Pete Beckett no lleva nunca a una mujer a un estadio.
– Pero te llevó a ti -replicó Ellie, cada vez más confusa. -¿Tú no eres una mujer?
– No para él. Al menos no una mujer con la que le gustaría tener una cita. Para él solo soy una amiga, una colega. Después, fingimos que teníamos una cita. Él quiere ensayar para cuando la encuentre -Nora se tensó y dijo con desdén-: a ella. ¡Estoy harta de oírle hablar de ella! Al fin y al cabo, ¿qué tiene esa mujer que no tenga yo? -el ascensor se detuvo y Nora salió sin molestarse en esperar la respuesta de Ellie. -Esto es horrible. Tengo que dejar de pensar en ella como si fuera otra persona. ¡Ella soy yo! ¡Yo soy ella! -ya era hora de que pusiera fin a aquella esquizofrenia.
La verdad era una opción que podría haber contemplado a la mañana siguiente de haberse acostado con él. Pero ya había pasado demasiado tiempo, ya había perdido demasiadas oportunidades para sincerarse. ¿Cómo podía decir a esas alturas la verdad sin quedar como una mentirosa?
Había hecho un pacto con el diablo a cambio de una noche de pasión y aquel era el precio que estaba pagando. Pete se había enamorado de la mujer equivocada y, si quería tener alguna oportunidad con él, tendría que demostrarle que Nora Pierce tenía mucho más que ofrecerle que aquella desconocida.
Y para terminar con todo aquello, elaboraría un plan. Un plan que tenía que funcionar.
Nora se volvió para explicárselo a Ellie, pero descubrió entonces que estaba sola en medio del vestíbulo. Su amiga continuaba dentro del ascensor.
– ¿No vienes?
– ¡No! No pienso dejar que me metas en otra vez en tus líos.
Con un suspiro de impaciencia, Nora retrocedió hasta el ascensor, agarró a Ellie del brazo y la obligó a salir.
– No te voy a pedir que te metas en ningún lío. Solo quiero pedirte que me escuches.
– No puedo -se lamentó Ellie, llevándose la mano a la sien.
– ¿Por qué?
– ¡Porque cada vez que te escucho me entra dolor de cabeza! -se derrumbó en uno de los bancos del vestíbulo. -Pete está enamorado de ti, bueno, de la otra tú. Pero lo que tú quieres es que se enamore de la mujer que está ahora mismo delante de mí -Ellie tomó aire. -Y después está la cuestión de las flores. ¿Por qué te las ha enviado a ti?
– ¿A quién le importa eso? La cuestión es que se me acaba de ocurrir un plan para deshacerme de esa otra mujer.
– Yo también. Te asesinaré y así me libraré de las dos.
– No puedes asesinarme -respondió Nora con una sonrisa, tirando de su amiga para que se levantara. -¿Quién sería entonces tu mejor amiga?
– Mira Nora, como no tengas cuidado, la única forma de salir de este lío va a ser que te vayas a Canadá y consigas una nueva identidad. Si yo estuviera en tu lugar, subiría ahora mismo a la oficina y le contaría a Pete la verdad.
– Te prometo que eso es lo que haré si mi plan no funciona.
– ¿Y qué plan es ese?
– Voy a conseguir que se enamore de mí. De mí tal como soy. Venga, te contaré los detalles.
Ellie la siguió con desgana.
– Será mejor que vayamos a un restaurante algo ruidoso.
– ¿Por qué?
– Porque así podré gritarte sin llamar la atención.
– No, si no vamos a comer -contestó Nora, cuando estaban ya en la calle. -Vamos a tu casa a por mi peluca.
Ellie se detuvo y apretó los puños.
– ¿Qué estás planeando? -preguntó, mirando a Nora con recelo. -No pretenderás que ella lo vea otra vez, ¿verdad?
Nora le pasó el portafolios que llevaba en la mano.
– Lee -le ordenó.
Ellie tomó el portafolios y leyó las cartas de lectoras que Nora había seleccionado aquella mañana. No iba a meterse en un lío como aquel sin una investigación previa. Al fin y al cabo, era Prudence Trueheart. Así que había pasado la noche intentando analizar objetivamente su situación y había trazado un plan con el que hacerle olvidar a Pete a la otra mujer.
– No lo entiendo -replicó Ellie. -¿Esto qué tiene que ver contigo?
Nora suspiró con impaciencia y continuó caminando, agarrando del brazo a su amiga.
– Es muy sencillo. Si algo sé sobre Pete Beckett, es que es el típico macho. Cuando se enfrente a una petición de compromiso, saldrá corriendo como si lo persiguiera el diablo. Mañana por la noche, voy a aparecer delante de su puerta y… -tomó aire, -le voy a decir que no volveremos a acostarnos hasta que sea capaz de comprometerse. Supongo que Pete me dirá entonces que siga mi camino y ella ya no tendrá que volver a aparecer.
– Y entonces estará libre y podrá enamorarse de ti.
– Exactamente. Ese es el plan -respondió con más convicción de la que realmente sentía.
Nora fijó la mirada en las gotas de lluvia que se deslizaban por el parabrisas del coche mientras intentaba reunir valor. Se colocó nerviosa la peluca.
– ¿Estás segura de que está en casa? -le preguntó Ellie.
Nora asintió, con la mirada fija en la puerta de Pete Beckett.
– ¿Qué piensas decirle?
– Solo lo que ya decidimos: que si quiere que tengamos algún tipo de relación, le voy a exigir un compromiso. Sé que funcionará. Estoy segura de que me pedirá que me vaya.
– Te esperaré en el coche.
– No -contestó Nora, mientras comenzaba a abrir la puerta. -Me iré en el tranvía. Hay una parada un poco más abajo.
– Pero está lloviendo. No me cuesta nada esperarte.
– Estaré bien -le aseguró Nora. Se colocó con firmeza la peluca y salió del coche. Ellie se despidió de ella dándole valor y se alejó lentamente de allí, dejando a su amiga en medio de la calle. Nora alzó la mirada hacia la casa de Pete. La luz se filtraba por las rendijas de las persianas y vio pasar una sombra. Le bastó ver la silueta de Pete para que le diera un vuelco el corazón.
Nora no estaba segura de cuánto tiempo permaneció allí, en medio de la lluvia, reuniendo valor y planificando lo que iba a decir. Pero si quería hacer algo, tenía que hacerlo antes de que comenzara a parecer un ratón empapado. Tomó aire, cruzó la calle y subió los escalones que conducían a su casa.
– No puedo creer que esté haciendo esto – musitó, mientras apretaba el timbre. -Debería ir a que me viera un psiquiatra.
La puerta se abrió casi al instante. Pete llevaba una camisa desabrochada y unos pantalones anchos.
– Eres tú -no había sorpresa en su voz y Nora tuvo la impresión de que esperaba que apareciera por su casa algún día. Aunque, a juzgar por su ropa, seguramente no en aquel momento.
– Sí, soy yo.
– He estado esperándote -dijo Pete, con una enigmática sonrisa. -Se apartó para dejarle pasar, pero Nora no estaba dispuesta a caer en la trampa por segunda vez.
– Solo he venido para decirte una cosa y puedo decírtela desde aquí.
Pete suspiró con impaciencia, la agarró del brazo y la obligó a entrar.
– Está lloviendo, entra, no seas tonta -cerró de un portazo y se colocó delante de ella, mirándola como un depredador a punto de abalanzarse sobre su presa. Nora retrocedió un paso.
– Yo… quería decirte., que no soy el tipo de mujer que se acuesta con cualquier hombre. Y, desde luego, menos en su primera cita.
– Estupendo -Pete se acercó a ella, -porque yo no soy cualquier hombre -le rodeó la cintura con el brazo. -¿Eso es todo?
– No, no -farfulló Nora, -hay algo más. También quiero que sepas que no estoy interesada en una relación… puramente sexual. Estoy buscando algo más permanente. Un compromiso. Quizá incluso el matrimonio.
Esperó su reacción, pensando que la echaría de allí inmediatamente. Aquel sería el fin. Un final rápido e indoloro.
Pero la primera pista que tuvo de que las cosas estaban saliendo al revés fue el beso que Pete le dio en el cuello. Y para cuando alcanzó el lóbulo de su oreja tras un tentador rodeo por su nuca, Nora concluyó que Pete no había oído una palabra de lo que le había dicho.
– ¡Estoy hablando en serio!
– Y yo -musitó Pete. -Supongo que deberíamos empezar por tu familia. Si vamos a casarnos, debería conocer a tus padres.
¿Casarse? Nora se deshizo de su abrazo y se sentó en la silla más cercana completamente estupefacta.
– Creo que no me has comprendido. Yo quiero un hombre que esté siempre a mi lado, que me mantenga. Un hombre que disfrute haciendo las cosas que yo hago. Que le guste cocinar, coser… -se felicitó a sí misma por aquella ocurrencia, ¡a ningún hombre le gustaba coser!
Pete se encogió de hombros y se acercó a ella.
– Estoy seguro de que en unos cuantos meses podré aprender todas esas cosas que te gustan.
Frustrada, Nora alzó la mano para impedir que continuara acercándose.
– ¡Espera! ¿Estás diciendo que estás de acuerdo con todo esto? ¿Con el compromiso, con conocer a mis padres y con estar conmigo durante el resto de mi vida?
Una sonrisa curvó los labios de Pete y Nora sintió una ya familiar debilidad en las rodillas.
– Llevo toda mi vida esperando a una mujer como tú.
– ¿Y de verdad quieres casarte conmigo? -le preguntó Nora, incrédula.
– En realidad, ahora mismo hay algo que me apetece mucho más. Como besarte.
Definitivamente, aquello no estaba saliendo tal como había planeado. Nora se levantó, intentando evitar sus labios. Si se movía rápidamente, podría alcanzar la puerta. Pero en cuestión de segundos, Pete la había agarrado por la cintura y estaba acercando su rostro peligrosamente al suyo. Resignada a los designios del destino, Nora comprendió que tendría que permitir que la besara una vez, solo una. E inmediatamente después se marcharía.
Pero al igual que el resto de sus planes, tampoco aquel funcionó.
La lenta y larga exploración de sus labios le hizo estremecerse de placer. Toda voluntad de resistirse desapareció para ser sustituida por el deseo de abandonarse en sus brazos. Jamás se cansaría de aquel hombre. El sabor de su boca era como el agua más dulce tras haber pasado días en el desierto y el roce de su mano como la brisa fresca.
Vacilante, acarició su pecho desnudo y sintió bajo las yemas de los dedos los latidos de su corazón. Allí estaba el hombre que deseaba, un hombre fuerte y completamente decidido a seducir. ¿Qué importancia tenía que ella no fuera la mujer que él pensaba que era?
– No -musitó Nora, sacudiendo la cabeza.
Aquello no estaba bien. Pete le pertenecía a ella, no a esa mujer que estaba fingiendo ser. Tenía que marcharse de allí antes de echarlo todo a perder. Pero Pete tomó sus manos y toda su resolución volvió a desvanecerse.
¿Qué garantías tenía de que Pete se enamorara de la verdadera Nora? Quizá aquella fuera su última oportunidad de experimentar la pasión con un hombre al que verdaderamente amaba. La emoción ahogaba el sentido común, nublaba su mente. ¿Por qué tendría que desearlo tanto?
– Yo… tengo que irme -gritó, volviéndose hacia la puerta.
Pero al instante volvía a estar entre sus brazos y Pete la besaba lenta y profundamente, haciéndole pensar que aquello era exactamente lo que ella quería, que aquel era el lugar al que pertenecía.
– Muy bien -murmuró Nora contra su boca. -De acuerdo, renuncio. Llévame a la cama. Pete rió suavemente.
– No tan rápidamente, cariño. Esta vez iremos lentamente -posó las manos en su cintura y las alzó lentamente hacia sus senos. Uno a uno, fue desabrochando los botones de su blusa hasta dejar la piel de su pecho al descubierto.
– Sabía que volverías -musitó.
Nora se sentía como si estuviera siendo absorbida por un remolino, como si se estuviera ahogando en un pozo de deseo en el que se diluían todas sus inhibiciones. Nora no tenía fuerza para luchar contra él y ni siquiera estaba segura de que quisiera hacerlo.
– ¿Cómo lo sabías? -preguntó Nora en un susurro.
– Sabía que no podrías olvidar la noche que pasamos juntos, al igual que no he podido olvidarla yo.
– Éramos dos desconocidos.
– Pero ya no lo somos. Te conozco y sé lo que deseas -susurró casi sin respiración. -Sé lo que te hace arder, lo que te gusta. Y lo que no sé, lo aprenderé esta noche. Y mañana por la noche, y la noche siguiente y…
Nora quería creer que tenían noches y noches por delante. Pero aquello jamás sucedería, por lo menos si le decía la verdad. Porque, si le decía la verdad, Pete jamás la perdonaría. Él no deseaba a Nora Pierce. Deseaba su fantasía, se había encaprichado de aquella sensual desconocida que habitaba sus sueños y lo hacía arder de deseo. Y ella estaba dispuesta a ser esa mujer aunque solo fuera durante una noche más.
– ¿Y qué es lo que a ti te gusta? -le preguntó, con voz temblorosa.
Pete le acarició el pezón con el pulgar, hasta que este se irguió.
– Lo único que tienes que hacer es acariciarme -le dijo.
Y Nora lo hizo. Deslizó las manos por sus hombros, por su pecho, por su vientre y por su cintura. Lo sentía estremecerse bajo sus manos, intrigada por su capacidad para despertar su deseo. Alentada por su respuesta, Nora deslizó un dedo por la cinturilla del pantalón y tiró hacia abajo. Pete posó la mano en el cuello de su blusa y la abrió para dejar su hombro al descubierto.
Mientras se despojaban de sus ropas parecían alejarse más y más de la realidad. La pasión los consumió lenta y metódicamente hasta que el mundo dejó de existir para ser sustituido por el deseo. Cuando ambos estuvieron completamente desnudos, Pete retrocedió un paso y deslizó la mirada por su cuerpo.
– Eres muy hermosa -musitó. -Sabía que lo serías.
Las mejillas de Nora estaban sonrojadas, pero no de vergüenza, sino de satisfacción. Sucediera lo que sucediera después de aquella noche, ella siempre recordaría aquella mirada, el placer que había visto en sus ojos. Alargó la mano para tomar la de Pete al tiempo que se deleitaba en la imagen de su cuerpo desnudo.
– Llévame a la cama -susurró.
Con un ronco gemido, Pete la estrechó contra él.
– Prométeme una cosa -le dijo, mirándola intensamente.
Nora pestañeó, confundida por aquel cambio de humor.
– ¿El qué?
– Los juegos. Se terminarán inmediatamente, ahora mismo, antes de que nos metamos en ese dormitorio.
Nora no estaba segura de lo que le estaba pidiendo exactamente, pero el deseo que latía en aquel momento entre ellos no era ningún juego. No, era real, poderoso, innegable. Y mientras
Pete siguiera deslizando las manos por su espalda, habría sido capaz de prometerle cualquier cosa. Asintió, a pesar de que era completamente consciente de que lo que estaban a punto de hacer era un error.
Con un suave movimiento, Pete la levantó en brazos y ella le rodeó la cintura con las piernas. Mientras Pete caminaba hacia el dormitorio, Nora presionó el rostro de él contra sus senos y arqueó la espalda. Y cuando por fin llegaron a la cama, Pete se dejó caer suavemente y no permitió que Nora escapara, atrapándola bajo él con toda la fuerza de su cuerpo.
Nora se retorció hasta sentir el miembro de Pete rozando su húmedo sexo. Con una suave risa, Pete sacudió la cabeza.
– Despacio -susurró, mientras se inclinaba para lamerle un pezón, -despacio…
Pero no se detuvo allí. Con exquisito cuidado, comenzó una lenta exploración de su cuerpo con los labios y la lengua. Cada centímetro del cuerpo de Nora se convirtió en un nuevo territorio que debía ser saboreado antes de que Pete continuara el camino. Cuando llegó a su vientre, Nora apenas podía respirar y al sentir que bajaba un poco más, soltó un largo suspiro.
La impresión de su lengua invadiendo los más íntimos rincones de su cuerpo le hizo temblar. El fuego se extendía desde su vientre hasta las yemas de sus dedos. Con cada uno de los toques de su lengua, su cuerpo se abría, deseando encontrarse con el calor de su boca. Nora jamás había sentido un placer tan intenso, ningún hombre la había acariciado así. Vibraban todos sus nervios, anhelando el final de aquella tortura, esperando el momento de compartir con él el orgasmo final.
Hundió las manos en el pelo de Pete y gritó su nombre una y otra vez. Todos sus pensamientos se concentraban en sus labios, en su lengua, y en su cuerpo crecía la tensión y la necesidad de liberarse.
Sacudían su cuerpo olas y olas de placer, hasta que llegó un momento en el que creyó no ser capaz de seguir soportándolo. Pero Pete no se detuvo; al contrario, buscó la suave piel de detrás de sus rodillas y siguió descendiendo hasta el tobillo.
Cuando Nora volvió a abrir los ojos, lo descubrió tumbado a su lado. Pete le tendió un preservativo y Nora lo colocó sobre su sexo erguido con dedos temblorosos. A los pocos segundos, Pete estaba dentro de ella, llenándola de su calor. Mientras se movían, sus brazos y sus piernas se enredaban de tal manera, que Nora no habría podido decir dónde comenzaba su cuerpo y dónde terminaba el de Pete. Jamás había sentido un gozo tan puro. Nunca en su vida había sentido tanta emoción.
Con cada uno de sus movimientos, Pete parecía estar entregándole un pedazo de su alma. Y cuando la colocó sobre él, Nora descubrió sus propios sentimientos reflejados en los ojos de Pete. Aquello ya no era sexo. Pete Beckett estaba haciendo el amor con ella de una forma que iba mucho más allá de lo físico. Se tocaban más profundamente de lo que jamás habría podido imaginar. Con una sonrisa, Nora alcanzó su boca y deslizó un dedo por sus labios. Pete contestó con un suave susurro, cerrando los ojos mientras intentaba mantener el control.
Pero Nora quería hacerle sentir tan vulnerable como ella se sentía. Comenzó a moverse, lentamente al principio y más rápidamente a continuación. Pocos segundos después, Pete se arqueaba debajo de ella y gritaba de placer. Mientras lo observaba vaciarse en su interior, Nora sintió que escapaba de sus ojos una solitaria lágrima. Se la secó, enfadada consigo misma por haber cedido una vez más a aquel deseo que se había convertido en su debilidad.
Cuando Pete volvió a abrir los ojos, Nora se acurrucó contra él. Las lágrimas fluían sin cesar de sus ojos y dio media vuelta para que Pete no pudiera verla. Pete la abrazó con fuerza, estrechándola contra la curva de su regazo.
– No más juegos -susurró, -no más juegos.
Quizá, pensó Nora mientras lo oía, si cerraba los ojos y se dormía entre sus brazos, al día siguiente todo se habría solucionado.
Pero Nora sabía que aquello no iba a pasar. Por lo menos mientras continuara engañándolo; mientras Pete estuviera enamorado de una mujer mucho más excitante y apasionada de lo que ella misma podría llegar a ser nunca.
Cuando Pete se despertó a la mañana siguiente, Nora ya no estaba en la cama. A Pete no le sorprendió, pero sí lo desilusionó. Él creía que el fin del juego significaba el final de su mentira. Se colocó el brazo sobre los ojos, para protegerse de la luz de la mañana.
Había habido un momento en el que se había alegrado de poder continuar con aquel juego. Pero estaba deseando que terminara, que cayeran todas las barreras que los separaban. La noche anterior había hecho el amor con Nora Pierce y aquella mañana sus sentimientos hacia ella eran más fuertes que nunca. Lentamente, las dos mujeres que había en Nora se habían fundido en su mente: la amiga en la que podía confiar y la amante capaz de desarmarlo con el simple roce de su mano.
Pete dio media vuelta en la cama y enterró la cabeza en la almohada. La esencia de su perfume continuaba impregnando las sábanas. Él esperaba que se despertaran juntos e hicieran el amor con la misma pasión que habían compartido por la noche. Pero no podía ser tan impaciente. Por lo que a él concernía, Nora continuaba formando parte de su vida y estaba seguro de que serían muchas las mañanas que despertarían juntos.
Sonrió para sí, sorprendido con su propia convicción. El amor a primera vista siempre le había parecido imposible. Pero en cuanto había mirado a Nora a los ojos, algo en él había cambiado y, por primera vez en su vida, se había abierto a la posibilidad del amor.
Diablos, si incluso, de manera indirecta, le había pedido que se casara con él. Y aunque la proposición formara parte del juego, la verdad era que Pete no lo veía del todo imposible. El hombre que se casara con Nora Pierce disfrutaría de una vida llena de desafíos. Los días y las noches jamás serían aburridos. Rio para sí. Él podía ser ese hombre: leal, fuerte y sincero. ¿No había demostrado ya que podía ser todo lo que Nora deseara?
Pete deslizó la mano por el espacio que Nora había ocupado en su cama y su mente se inundó de imágenes de ellos dos haciendo el amor. Cerró los ojos y fue saboreándolas una a una. Se había acostado con muchas mujeres hermosas, pero Nora desafiaba cualquier intento de calificar su belleza. Era como si su cuerpo hubiera sido hecho para él. Todo encajaba tan…
Sus dedos encontraron un objeto extraño. Al principio, no fue consciente, pero de pronto se dio cuenta de que había un animal peludo en su cama. Maldiciendo en voz alta, se levantó de un salto, arrastrando la sábana con él. Allí, sobre la almohada, había un animal durmiendo. Pete lo observó durante un buen rato, pero el animal no se movía. No se parecía a ningún animal conocido. Era demasiado pequeño para ser un perro y demasiado peludo para ser un gato… Y al pensar en ello comprendió que no era ningún animal, sino la peluca de Nora.
Soltó una carcajada y se llevó la mano a la frente. El corazón todavía le latía violentamente por culpa del susto mientras se acercaba de nuevo a la cama para agarrar a aquella extraña «criatura». La sostuvo en la mano y acarició sus mechones. Pero despertarse junto a la peluca de Nora no era en absoluto tan satisfactorio como levantarse a su lado. De modo que dejó la peluca en la mesilla de noche y se dirigió hacia el baño.
Mientras se duchaba, su cerebro reproducía las imágenes de cuanto había vivido con Nora. La veía de su mano en el estadio, dejando que la brisa meciera su pelo o mirándolo con aquella tentadora muestra de vulnerabilidad y pasión. Era imposible negar que aquella mujer lo había cautivado por completo.
Pete permaneció bajo la ducha hasta que el agua comenzó a enfriarse, cerró entonces el grifo y se envolvió en una toalla. Estaba en medio del baño, secándose la cabeza, cuando oyó un grito tras él.
– ¡Cuidado, me voy a caer!
Pete se volvió rápidamente al oír aquella voz.
– ¿Nora?
Pero no había nadie en el baño.
– ¿Nora? ¿Estás ahí? -preguntó de nuevo, y salió corriendo al dormitorio. Lo encontró tal como lo había dejado: las sábanas revueltas y la peluca de Nora en la mesilla de noche.
Lentamente, regresó al baño y se miró en el espejo.
– Maldita sea, Beckett. Esa mujer te está volviendo loco -habría jurado que había oído su voz y Pete no era un hombre propenso a las alucinaciones.
– ¿Cuidado me voy a caer? -repitió mientras se afeitaba. -¿Qué se supone que significa eso? Ya que oigo voces, por lo menos podrían tener sentido.
Pete terminó de afeitarse y regresó al dormitorio a vestirse. Mientras se ponía la camisa, miró hacia la cama. Por un momento, se olvidó de los botones de la camisa y se puso a estirar las sábanas hasta quedar satisfecho con su trabajo.
Seguro que había alguna posibilidad de que Nora y él pasaran otra noche en aquella cama, pensó sonriendo. Por primera vez desde hacía mucho tiempo, se permitía a sí mismo pensar con optimismo.