CAPÍTULO 3

LA CENA fue muy diferente a lo que Luke estaba acostumbrado. Normalmente, para él, era un acontecimiento social que incluía restaurantes caros, comida de gourmet y mujeres hermosas…

Allí no había decoración suntuosa, la comida ciertamente no era de gourmet y en cuanto a las mujeres… Había tres. Grace, Gabbie y Wendy. A cada cual más distinta de las que él solía frecuentar.

– ¿Qué pasa? -dijo Wendy, viéndolo mirar un trozo de pizza como si fuera comida marciana-. ¿No le gusta?

Él miró la pizza con incredulidad.

– Ni siquiera está cocida en horno de leña -contestó él.

– ¡Oh, qué lástima! Bienvenido al mundo real -sonrió Wendy-. Pizza cocida en horno de leña… ¡Cielo santo! Avive el fuego y ahúmela, si puede. Yo, por mi parte, voy a comerme mi trozo.

Lo hizo, y disfrutó de cada bocado. Bueno, ¿y por qué no? Estaban comiéndose una pizza sentados al borde de la terraza; la hoguera que habían encendido danzaba, brillando, entre ellos y el mar. Hacía una noche preciosa. La brisa era tibia y el-sonido de la marea era un murmullo que iba y venía a medida que las olas lamían la playa.

Era fantástico, pensó Wendy. Se echó hacia atrás y miró a Gabbie, que estaba muy concentrada comiéndose su pizza, y a Luke dando a su hermanita el biberón que ella había preparado, y, más allá, en los prados, a las vacas que los miraban con asombro.

– Las vacas creen que estamos locos -le dijo a Gabbie-. ¡Comer pizza, teniendo toda esta hierba!

Gabbie la miró muy seria… y luego su carita se iluminó con una sonrisa.

– Eso es una tontería.

– Sí, ¿verdad? -tomó a la niña en brazos y la apretó fuerte, con pizza y todo. No podía ser más feliz. ¡Aquello podía funcionar! Si la madre de Gabbie se mantuviera alejada…

Miró a Luke y se lo encontró observándola con expresión extraña. La miraba igual que las vacas, pensó Wendy: no entendía de dónde había salido.

– Hábleme de usted -le preguntó él suavemente-.

Por qué está aquí?

– Porque este el mejor lugar del mundo. ¿No es verdad, Gabbie?

– No, pero… -dijo él.

– ¿Pero qué? -ella alzó las cejas y él se quedó callado.

¿Cómo que qué? Ella era una empleada, se dijo. Tan solo una empleada. No debía sondearla más de lo necesario. Pero nunca había tenido una empleada como aquella, y Wendy lo tenía fascinado.

– Hábleme de su cualificación, para empezar.

– ¿Me despedirá si no tengo diploma?

Él suspiró y cambió de postura a Grace, apoyándola sobre su otra rodilla. Luego miró desalentado hacia abajo: la rodilla sobre la que la niña había estado apoyada ¡estaba mojada! Maldición, ¿cuántas veces había que cambiarles los pañales a un bebé?

– No la despediré -contestó, distraído-. ¡Dios mío! ¡Mire esto! ¿Cómo es posible que esté mojada otra vez? ¿Se da cuenta de que no he traído otros pantalones?

– Pues eso ha sido una tontería por su parte -dijo ella tranquilamente-. Nunca lleve a un bebé a ninguna parte gin ropa de repuesto para todo el mundo. Es la primera regla de la paternidad, señor Grey.

– Pues me alegro de no tener que aprender las demás -dijo él ásperamente, y luego se calló al ver que Grace lo estaba mirando con los ojos muy abiertos, como si hubiera entendido lo que había dicho y lo observara con reproche.

¡Diablos! Aquello no era solo un bebé. ¡Era una persona! Era una niñita que crecería y querría conocer a su familia. Que querría explicaciones…

De pronto, se sintió sobrecogido. Wendy, al mirarlo, vio que el pánico, danzaba en sus ojos. Y comprendió.

– Luke, tómeselo con calma -dijo suavemente, sonriendo-. Concéntrese en sus pantalones mojados. No hace falta que se preocupe de nada más por el momento. Verá, cuando alguien sufre una crisis que le supera, los trabajadores sociales siempre solemos aconsejarle que intente concentrarse en los siguientes minutos. Luego, en la hora siguiente. La supervivencia es lo primero, Luke. Lo demás, viene después.

– Así que -el pánico se desvaneció ante la serenidad de Wendy-, ¿me recomienda que me coma otro trozo de pizza?

– Sí -ella sonrió con una sonrisa encantadora que, por alguna razón, le hizo estremecerse. Estar allí, sentado en la terraza donde, de niño, había pasado tan buenos ratos, mirando al mar, con un bebé en brazos y aquella mujer a su lado… Todo aquello estaba muy lejos de su vida de vuelos transoceánicos. Se había quitado sus zapatos Gucci y con los pies desnudos acariciaba la hierba. Su ordenador portátil estaba apagado en el maletero del coche, y su teléfono móvil permanecía silencioso. Solo quedaban las estrellas emergentes y el silencio. ¿Cuánto tiempo hacía que no disfrutaba de una noche así? ¿Y cuánto tardaría en volver a hacerlo?

Se marcharía en cuanto hubiera resuelto aquel embrollo, decidió, pero… La idea surgió de la nada, como un regalo. ¡Cuando volviera de sus viajes, podría ir a visitarlas! Siempre que estuviera en Australia, podría ir al campo a ver a su hermanita… y a aquella mujer, y a Gabbie. Y ellas lo estarían esperando, como una familia.

La perspectiva le produjo una cierta tibieza en el corazón y no pudo evitar esbozar una tenue sonrisa.

Fantástico. Aquello era fantástico.

– ¿Vendrá con frecuencia? -preguntó Wendy, sobresaltándolo. Por la expresión de su cara, parecía saber exactamente lo que Luke estaba pensando.

– Yo…

– Grace necesitará tener a alguien -dijo ella suavemente-. Si realmente su madre no la quiere… entonces, le guste o no, usted será su familia.

– Creo que no me importa.

Pensó en ello, todavía sintiéndose satisfecho de su proyecto. ¿Qué problemas podía causarle un bebé? El dinero no lo preocupaba, y su secretaria podía ocuparse de comprarle los regalos. Ya lo había hecho otras veces… Pero luego pensó en su padre y en el daño que le había hecho. Su padre, que le pagaba el colegio, que le mandaba carísimos regalos con tarjetas que ni siquiera se molestaba en escribir de su puño y letra… Y que nunca quería verlo.

– Eso no funciona -dijo Wendy suavemente-. Y usted lo sabe.

– ¿Qué es lo que no funciona?

– Ser padre por poderes.

– ¿Está segura?

– Sí -ella suspiró y abrazó más fuerte a Gabbie. Algo de la tibieza de la noche pareció desvanecerse y Wendy se obligó a volver a las cosas prácticas. Y a las responsabilidades. Ese era su papel en la vida. Asumir las responsabilidades que otros rechazaban-. ¿Lista para irte a la cama? -le preguntó a la niña.

– ¿A esa cama que tiene una colcha tan bonita? -dijo Gabbie.

– Sí, a esa.

– ¿Tú te quedarás aquí?

– Sí. Luke, Grace y yo estaremos justo debajo de tu ventana. Nos quedaremos aquí un rato porque en la casa hay mucho polvo. Pero me sentaré en la cama contigo hasta que te quedes dormida. ¿De acuerdo?

– Sí -dijo Gabbie-. Te quedarás conmigo hasta que me duerma y luego tú, Luke y Grace os quedaréis debajo de mi ventana, con el fuego y las vaquitas.

– Eso es.

– Qué bien -dijo Gabbie-. Qué bien.

La mujer y la niña se fueron. Luke se quedó con los restos de la pizza y con un bebé que chupaba perezosamente su biberón y lo miraba con ojos asombrados. Tan asombrados como los suyos.


Cuando Wendy regresó, Grace se había quedado dormida y Luke estaba a punto de hacerlo. Él se sobresaltó cuando lo tocó en el hombro y luego, al darse la vuelta y verla sonriendo, sintió una inesperada sacudida. Wendy tenía una extraña cualidad espiritual, pensó. Parecía la encarnación de un sueño. Pero era real. Con una mano sujetaba el capazo de Grace y, con la otra, una pila de ropa de bebé.

– Necesitamos agua caliente -le dijo-. Y un barreño, para bañar a Grace. Esa niña lleva medio día con los pañales mojados. Si no la bañamos ahora mismo, se le irritará el culito. ¿De acuerdo?

– Sí, señora.

Grace apenas se despertó. Abrió un poco los ojitos cuando Wendy la introdujo en un barreño con agua tibia. Luego sonrió alegremente, agitó sus pequeñas manos y volvió a quedarse dormida plácidamente.

Por alguna razón, Luke no podía apartar los ojos de ella. Era su medio hermana, se dijo. Su hermana. ¿Su… familia?

Hacía mucho tiempo que no tenía familia. Y, ahora, de pronto, aquella niña era en parte suya… y era tan bonita… Su hermana…

Después del baño, pusieron a la niña sobre una toalla tibia y Wendy la vistió con ropa limpia. Grace se acurrucó en su capazo con un suspiro de contento, y se quedó dormida enseguida.

– No puedo creer que su madre la haya abandonado -dijo Wendy en voz baja, con tal expresión de pena en la cara que, durante un instante, Luke pensó que debían de ser imaginaciones suyas. Pero no lo eran. Cuando Wendy se dio la vuelta, vio el brillo de las lágrimas en sus pestañas. De modo que no era impermeable a los ini'ortunios humanos.

– Hábleme de su pasado -le preguntó él otra vez mientras Wendy arropaba a la niña.

Ella sacudió la cabeza.

– Tengo cosas que hacer.

– Sí, claro. Poner la lavadora, por ejemplo… sin electricidad, sin agua caliente y sin lavadora -dio unos golpecitos con la mano en el suelo de madera, invitándola a sentarse-. Las niñas están durmiendo. Ahora, es la hora de los mayores.

Eso la hizo sonreír.

– Supongo que para usted, siempre lo es.

– Yo nunca he estado con niños -dijo él-. Hasta ahora.

– Y ahora solo será una semana.

– Si usted lo dice… -él la miró inquisitivamente-. Vamos -extendió el brazo, la tomó de la mano y tiró de ella para que se sentara a su lado.

Por algún motivo, ella se resistía. Y no había ninguno para ello. Solo que él la hacía sentirse…

Rara. No quería ir más allá, decidió, retirando la mano. No podía permitírselo. Si había algo que Wendy Maher había decidido hacía muchos años, era que los hombres eran un problema. Y aquel parecía más problemático que la mayoría.

– Le resumiré mi currículum, si quiere -dijo, agachándose para sentarse en el borde de la terraza, mirando hacia el mar. Distanciándose Es muy bueno.

– Cuánta modestia.

– Si yo no canto mis alabanzas, ¿quién lo hará? -sonrió ella-. Me gradué con honores en asistencia social. Fui la primera de mi promoción. También estudié enfermería. Llevaba cinco años trabajando como cuidadora en Bay Beach.

Él frunció el ceño. Aquello no encajaba.

– Si fue la primera de su promoción, debería estar trabajando en un cargo directivo, no cuidando niños -dijo, pensativo.

– Me gustan los niños -dijo ella, con voz repentinamente triste.

– ¿Siempre quiso dedicarse a esto?

– No. Fue después de…de la muerte de mi marido.

– Comprendo -él asintió-. Así que, cuando dice que si no canta sus propias alabanzas nadie lo hará, es porque está completamente sola en el mundo…

– Tengo amigos.

– Los amigos no son lo mismo -dijo él suavemente-. Yo lo descubrí muy pronto.

– Cuando murió su madre.

– Sí -Luke se encogió de hombros-. Mis abuelos y mi madre murieron con dos años de diferencia. Fue muy duro.

– Me lo imagino -había una suave simpatía en su tono. Luke la miró con curiosidad. Wendy miraba a lo lejos con expresión serena y sosegada. Lo que había dicho parecía una invitación a que le contara sus problemas.

¿Cuánta gente lo habría hecho antes?, pensó él. Wendy era la clase de mujer con la que uno sentía el impulso casi irresistible de cargarla con sus preocupaciones… Pero, de alguna manera, logró no hacerlo.

– No ha acabado de hablarme de usted -dijo, y recibió una mirada sorprendida. Tenía razón. Wendy se hacía cargo de los problemas de los demás, pero se guardaba los suyos para sí.

– ¿Qué más quiere saber?

El la observó pensativamente.

– ¿Cómo murió su marido?

– En un accidente de coche -dijo ella sucintamente-. ¿Algo más?

¿Cómo que si algo más? Detrás de aquello había una historia.

– Parece usted triste.

– ¿Sí? -ella esbozó una sonrisa-. Pues no debería parecerlo. Eso ocurrió hace mucho tiempo.

– ¿Su matrimonio iba bien?

Ella contuvo el aliento. Luke se había pasado de la raya, y él lo sabia.

– Eso, señor Grey, no es asunto suyo -le dijo-. Y, además, hay mejores formas de ejercitar su inteligencia que ahondar en mi pasado.

– ¿Cómo qué?

– Como, por ejemplo, dónde vamos a dormir -siempre práctica, la mente de Wendy se cerró completamente a las emociones que él había despertado. No quería pensar en el pasado. Debía pensar en lo que había que hacer en ese preciso instante, y hacerlo-. Necesitamos colchones -dijo con firmeza.

– ¿Perdón?

– Usted puede dormir en la casa, si quiere -contestó ella-. Pero yo, no. Me pasaría la noche estornudando. Dormiré en un colchón aquí fuera, debajo de la ventana Je Gabbie, por si me llama.

– ¿Está segura de que no quiere que vayamos a un hotel? -dijo él casi desesperado, y ella sonrió.

– ¿Y su sentido de la aventura, señor Grey? Dormir al raso fortalece el espíritu. Dos colchones y un par de mantas, y estaremos listos para pasar la noche.

– Pero…

– Oh, por Dios, Luke -dijo ella, exasperada-. Esta es nuestra nueva casa, y vamos a quedarnos en ella.


Sacaron colchones al exterior y los cubrieron con mantas. Wendy se lavó en el cuarto de baño con agua fría. Cuando, a su vez, Luke salió del cuarto de baño, se la encontró ya metida bajo las mantas, lista para dormir. No podía hacer otra cosa más que seguir su ejemplo y meterse bajo las mantas en su colchón, a unos metros de ella.

¡Todo era tan diferente!

Desde que había acabado la universidad, estaba acostumbrado al dinero. Había estudiado comercio y derecho, y su brillante inteligencia le había proporcionado un empleo antes de que se secara la tinta del diploma. Se había metido de cabeza en un mundo en el que el dinero se contaba por millones y había vivido rodeado de lujo desde entonces.

Casi había olvidado sus raíces. Casi había olvidado la razón por la cual su madre había luchado por obtener su custodia y por criarlo en la granja. Había olvidado que había cosas que el dinero no podía comprar. Como aquel lugar. La brisa del mar. El silencio.

Se tumbó boca arriba en el colchón, con las manos unidas bajo la cabeza, contempló el tejado de la terraza y vio dos cabos de cuerda deshilachados de los que antaño había colgado un balancín. Un balancín en el que su madre lo había columpiado una y otra vez.

Gabbie podría tener un balancín como aquel, pensó… y, después de Gabbie, Grace.

– Hábleme de Gabbie -dijo suavemente, en medio del silencio solo roto por el murmullo del mar. Sabía que Wendy no dormía, y le apetecía hablar-. No parece tener cinco años -prosiguió-. Y parece… asustada.

– Su historia no es agradable -murmuró Wendy en la oscuridad, y Luke comprendió que, una vez más, estaba pensando en él. Dejándole olvidarse de aquella pregunta por si realmente no quería escuchar la respuesta. Cielos, ¿es que nunca pensaba en sí misma?

Pero Wendy no iba a hablarle de ella. El lo sabía. Era preferible concentrarse en Gabbie.

– ¿Cuál es su historia? -preguntó, y ella suspiró.

– Si realmente quiere conocerla…

– Si esto funciona, Gabbie crecerá con mi hermana -gruñó él-. Necesito conocer sus orígenes.

En la oscuridad, sintió la sonrisa de Wendy.

– Supongo que sí. Naturalmente, no debe usted permitir que alguien que no tenga las mejores referencias se acerque a su hermana…

– No se burle de mí, mujer -dijo él, y ella se rio.

«Bien», pensó Luke. Wendy tenía una risa muy bonita. Sonora y baja, y tan cálida que daban ganas de estirar la mano y…

¡Alto!, se ordenó a sí mismo. Aquella mujer era su empleada. Si echaba a perder su relación laboral, tendría que buscar otra niñera. Debía recordar la regla de oro: no mezclar el placer con los negocios.

0 los negocios con… el sexo.

– Hábleme de Gabbie -dijo apresuradamente, devolviendo sus pensamientos al plano de la lógica con un estremecimiento. Luego se quedó escuchando y se preguntó si ella respondería.

Pero Wendy se tomó su tiempo. Por fin, apartó la colcha y se levantó. ¿Qué llevaba puesto?, pensó él, confundido, al mirarla a la luz de la luna. ¿Una especie Je suave camisón increíblementee bonito? De pronto, aparecieron en su mente toda clase de pensamientos torturadores, y ninguno de ellos tenía que ver con el tema.fue había planteado.

Pero Wendy estaba concentrada en Gabbie. Se acercó a la ventana abierta y se quedó escuchando la tranquila respiración de la niña que dormía al otro lado. Luego, convencida de que Gabbie dormía profundamente, volvió a meterse bajo la manta y se acomodó en el colchón. Y, de nuevo, en la mente de Luke surgieron pensamientos sensuales incontrolables.

Finalmente, ella contestó a su pregunta.

– La madre de Gabbie es una persona odiosa -dijo en voz baja, y pronunció aquellas duras palabras tan suavemente que, durante un momento, Luke pensó que no la había entendido bien. Aquella no era la clase de descripción que esperaba de ella-. He conocido a mucha gente desgraciada desde que empecé a trabajar en esto, y a niños que habían sufrido todo tipo de abusos. Normalmente, puedo comprender las razones. 0, al menos, intento comprenderlas. Pero la madre de Gabbie, Sonia… -su voz se volvió dura, implacable-. Si pudiese agitar una varita mágica y hacerla desaparecer de la faz de la tierra, lo haría.

– ¿Sí? -Luke miraba de nuevo los pedazos de cuerda de los que antaño había colgado su balancín, pero ya no pensaba en su pasado, ni en Wendy como una mujer muy deseable-. ¿Va a decirme por qué?

Ella respiró hondo y dejó escapar un suspiro, y Luke comprendió cuánto la hacía sufrir todo aquello.

– Sonia es ambiciosa, egocéntrica, manipuladora -dijo ella-. El padre de Gabbie era contable. Según mis fuentes, Howard Rolands era un buen hombre, pero cometió un grave error cuando se casó con Sonia.

– ¿En qué sentido?

Wendy se encogió de hombros.

– Dicen que ella se casó por el dinero y lo arruinó. Yo solo sé que su matrimonio duró muy poco. Howard la abandonó. Se llevó a Gabbie y Sonia luchó con todas sus fuerzas por obtener la custodia. Y la consiguió, al final -continuó Wendy amargamente-. Pero no porque quisiera a Gabbie. Solo quiso recuperarla para herir a Howard y, durante los dos años siguientes, la utilizó para hacerle daño. Le impedía verla, maltrataba a la niña… Nunca lo bastante para perder la custodia, claro. Pero hay formas de maltrato que no dejan huellas físicas. Tenemos un dossier de cinco centímetros de grosor con las peticiones que el pobre hombre presentó para poder ver a su hija con más frecuencia. Finalmente, cayó en una depresión y se suicidó.

– Qué horror -dijo Luke en la oscuridad, y Wendy asintió.

– Sí. Fue un infierno. Después de eso, Sonia ya no tenía nada que ganar al quedarse con Gabbie. Ya no tenía a nadie a quien hacer daño. Así que la dejó en el orfanato y firmó los papeles de la preadopción. Yo tuve a la niña por primera vez cuando tenía tres años. Era tímida y retraída. Y tenía miedo hasta de abrir la boca.

– ¿Y se encariñó con ella?

– Me he encariñado con muchos niños -dijo Wendy sombríamente-. Son gajes del oficio. Pero Gabbie era especial. La cuidé y floreció. Luego, cuando pensamos que estaba preparada, le pedimos a Sonia que firmara los papeles para la adopción.

_¿y?

– La respuesta de Sonia fue sacarla del orfanato. Lizo un excelente papel de madre devota y consiguió llevársela.

– ¿Pero por qué?

– Quién sabe -dijo Wendy con amargura-. Desde luego, no porque la quisiera. La tuvo dos meses, arruinó todo los progresos que habíamos conseguido y luego la abandonó de nuevo. Esa vez, yo tenía sitio en el hogar en el que trabajaba y pude hacerme cargo de ella. Y lodo empezó otra vez: enseñarle a confiar en los demás; prepararla para mantener lazos emocionales estables… luego, Sonia apareció otra vez. Gabbie ha sido abandonada seis o siete veces, y, cada vez, yo he removido cielo y tierra para hacerme cargo de ella. La penúltima vez, no lo conseguí. El hogar en el que trabajaba estaba lleno, y la niña tuvo que quedarse en otro. Para entonces, había empezado a sufrir daños irreparables, y yo no podía soportarlo más…

– Y por eso dejó su trabajo.

– Sonia no la quiere realmente -dijo Wendy, cansada-. Lo sé. La conozco. He hecho todo lo posible por arreglar las cosas, pero a ella solo le interesa impedir que Gabbie tenga una vida normal. Una y otra vez firma los papeles de la preadopción, y luego se desdice. Es como si, al no poder castigar más a su marido, quisiera castigar a Gabbie. Cuando la niña vuelve a los servicios sociales, ella ni siquiera pregunta dónde está… hasta que le llega la petición de adopción permanente -suspiró-. Sin embargo, ahora los servicios sociales han aceptado que la niña se quede conmigo -continuó-.Yo no solicitaré la adopción Simplemente, seguiremos con nuestras vidas, confiando en que Sonia nos deje en paz. Si vuelve a aparecer y se lleva otra vez a la niña, entonces, con el permiso de los servicios sociales, yo la estaré esperando cuando vuelva a abandonarla. Y Gabbie sabrá que estaré ahí, esperándola.

Luke se quedó pensando en lo que había oído, dándole vueltas en la oscuridad.

– Creo -dijo despacio- que ese es el camino hacia la locura. Querer a una niña y dejar que se marche con alguien así, una y otra vez… Se le partirá el corazón.

– Si yo no lo hago, nadie lo hará -dijo Wendy-. Yo soy la única oportunidad de Gabbie. Su madre puede hacer lo peor, pero yo debo estar ahí, como un refugio permanente. Tengo que darle una oportunidad.

– ¿Al igual que le dará una oportunidad a Grace?

– Eso es diferente -Wendy sonrió y Luke notó la sonrisa en su voz. Era extraña la forma en que empezaba a intuir sus expresiones, aunque no pudiera verla-. Es un trabajo pagado.

– Así que, ¿cree que no querrá a mi hermana tanto como a Gabbie?

– Ni lo sueñe -dijo Wendy, sorprendida-. Pagada o no, la querré mucho.

– Sabía que diría eso -Luke sonrió para sus adentros-. Querer a la gente es su especialidad, ¿no es verdad, Wendy Maher?

– Solo a los niños -dijo ella rápidamente.

– ¿Nunca ha pensado en volver a casarse? -se lo preguntó sin poder evitarlo, y después no comprendió por qué necesitaba saberlo, ni por qué la respuesta de Wendy le parecía tan importante.

Ella contestó con otra pregunta.

– ¿Para qué demonios iba a casarme otra vez?

– Debe de sentirse muy sola -dijo él suavemente-. Solo con los niños…

– ¿Tan sola como usted? -Luke notó de nuevo su sonrisa-. Usted no tiene niños, Luke Grey, pero no está solo… Tiene un coche maravilloso. Una fortuna sobre ruedas. Eso es el amor, ¿verdad, Luke? Solo hace falta un montón de chatarra sobre cuatro trozos de caucho para enamorar a un hombre -dándose la vuelta, se envolvió en la manta en un gesto que podía haber sido casi defensivo-. Buenas noches, Luke -dijo amablemente-. Yo tengo a mis niños y usted tiene su coche. ¿Para qué más?

Sí, ¿para qué más? Su magnífico coche… Luke intentó pensar en el coche mientras se subía la colcha hasta la nariz y procuraba dormirse. Wendy tenía razón… o la había tenido, hasta ese momento. Normalmente, pensar en su flamante Aston Martín era el mejor modo de olvidarse de sus problemas. Aquel coche era una extravagancia, lo admitía, pero valía lo que había pagado por él. Con un coche como aquel, uno podía meterse en la cama por la noche y saber que había conseguido sus objetivos.

Pero no aquella noche. No en ese momento. No con Wendy durmiendo a unos metros de él, con un bebé durmiendo entre los dos y con una niña necesitada al otro lado de la pared. Sus prioridades parecían haberse desvanecido. No podía pensar en su coche más de dos segundos seguidos.

Porque, a ojos de Wendy, él no había conseguido nada, pensó amargamente. Nada en absoluto.


Cuando se despertó, el sol, elevándose sobre el mar, lo envolvía todo con el resplandor del amanecer. Lo primero que vio fue a Wendy sentada al borde de la terraza, dándole el biberón a Grace.

Y se quedó mirándolas, cautivado.

Wendy llevaba el mismo camisón de la noche anterior. Bajo la luz de la luna, le había parecido suave, ajustado e increíblemente caro… la clase de camisón que un hombre deseaba tocar. Pero, a la luz del día, vio que era un simple camisón de algodón tan desgastado que parecía casi transparente. Sin embargo, Wendy seguía pareciendo igual de deseable. El pelo se le había soltado del moño y se había desparramado sobre sus hombros en una masa de desordenados rizos negros.

Era increíble, dolorosamente bella.

¿Por qué no se había dado cuenta el día anterior? 0 quizá sí lo había hecho, pero ella parecía ganar belleza cada vez que la miraba.

– Buenos días, Luke -se volvió y le sonrió. Y esa sola sonrisa lo hizo olvidarse de todo. Era como un amanecer en sí misma-. Me alegro de que haya decidido regresar al mundo de los vivos. Pensaba que Grace habría despertado a todo Bay Beach, pero al parecer Gabbie y usted están sordos como una tapia.

– Grace… -le salió un gallo, de modo que se detuvo y volvió a intentarlo. Cielos, había algo en aquella mujer que lo hacía sentirse como si tuviera quince años. Bajó deliberadamente la voz-. ¿Grace estaba llorando? -dijo, con un gruñido ridículo, y Wendy lo miró, divertida.

– Sí, Luke, estaba llorando. Berreando, más bien. Esta señorita sabe lo que quiere. Supongo que será cosa de familia…

Luke dio un respingo. ¿Cosa de familia?

¡Tenía una familia!, pensó de repente otra vez, con una sacudida de lucidez que le hizo parpadear. Justo ahí, en los brazos de aquella mujer extraordinaria, estaba su familia.

– ¿Puedo sugerir que se levante y encienda el fuego? -dijo ella, destrozando su euforia-. Me ha costado mucho calentar en las brasas el biberón de Grace, y hay que hacer el desayuno.

– ¿El desayuno? -Luke miró su reloj de pulsera-. Pero si solo son las seis -dijo débilmente. Se había pasado despierto, pensando, gran parte de la noche, y le apetecía seguir durmiendo-. Tal vez después de que le dé el biberón podamos volver un rato a la cama.

– Ni lo sueñe -ella sonrió más ampliamente-. Intente explicarle a un bebé de cinco meses que todavía no es de día. Grace ha dormido de un tirón casi toda la noche. No puede pedirle más.

Luke imaginaba que no. Sonriendo, apartó la colcha y luego deseó no haberlo hecho.

No había llevado su pijama. La noche anterior se había quitado los pantalones y la camisa y se había metido en la cama con un par boxers de seda de color negro con pequeños corazones rojos. Eran un regalo de una de las chicas de su oficina de Nueva York. Había olvidado que los llevaba puestos…

Wendy se quedó boquiabierta al verlos y sonrió maliciosamente. Luke se tapó con la manta apresuradamente.

– Eh, no se preocupe por mí -rio ella-. Yo estoy en camisón. No me importa verlo en pijama.

– No suelo acostarme con calzoncillos con corazoncitos -dijo él ásperamente, y ella volvió a reírse.

– No. Claro que no. Solo los lleva durante el día. Ya lo veo.

– ¡Wendy!

– ¿Hmm?

– ¿Es que no recuerda que soy su jefe? -dijo él, tratando de parecer severo-. Me gustaría que me tratara con respeto.

– Y lo haré. ¿Quién no respetaría a un hombre con esos calzoncillos?

Él la miró indignado. Wendy se dio la vuelta para dejar que se vistiera con dignidad.

Pero Luke sabía que seguía riéndose para sus adentros

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