LUKE y Gabbie estaban a mitad de un cuento muy emocionante cuando llegó un coche. La chica que salió de él tenía más o menos la edad de Wendy, y era vivaz y bonita. Acostumbrado a que Gabbie corriera a esconderse cada vez que llegaba alguien, Luke se quedó perplejo al ver que la niña se lanzaba escaleras abajo para abrazar a la recién llegada. Esta la recibió con idéntica alegría. La tomó en brazos, dio varias vueltas con ella y luego la llevó a la terraza. Allí, Shanni se dejó caer en una tumbona, suspirando con alivio y mirando a Luke con satisfacción.
– Hola. Soy Shanni Daniels, maestra de la guardería local y amiga de Wendy -dijo plácidamente. Estiró una mano para apartar a Bruce, que había empezado a lamerla-. Abajo, perrito. Tu cachorro es muy bonito, Gabbie, pero ya me he bañado hoy -sonrió a Luke-. Supongo que usted es Luke.
Su sonrisa era contagiosa y Luke se la devolvió.
– Sí, soy Luke.
– Estupendo. Maravilloso. Si no me pide que me levante y le estreche la mano, tendrá una amiga para toda la vida -rezongó ella teatralmente-. Tampoco se moleste en ofrecerme un refresco. A menos… -sus ojos brillaron de ansiedad- a menos que tenga pepinillos a mano.
Luke sonrió y se sentó en una silla junto a ella, mientras Gabbie y Bruce brincaban alegremente por la terraza.
– Lo siento -le dijo, con simpatía-. Wendy ha ido a la ciudad a hacer la compra, pero no recuerdo que pusiéramos pepinillos en la lista.
– Entonces es que no está embarazado. Hace usted bien. Qué suerte, ser un hombre… -se palmeó alegremente la tripa, todavía muy plana, y luego concentró toda su atención en Luke. Lo que vio pareció satisfacerla-. Estupendo -dijo.
– ¿Perdón?
– Oh, nada -dijo ella con vivacidad-. En realidad, sabía que Wendy estaba en la ciudad. La he visto en el aparcamiento del supermercado y he hablado con ella un momento. Me he fijado en que ya no lleva el Aston Martin.
– Hemos comprado un coche familiar. A ella le gusta más -dijo Luke sucintamente. Su sonrisa se desvaneció-. Así que, sabía que Wendy estaba en la ciudad.
– Sí, pero, a pesar de todo, he venido -Shanni le dirigió una sonrisa maliciosa-. Quería echarle un vistazo mientras ella no estaba -confesó-. Verá, Wendy no me dejaba venir a visitarlo.
El parpadeó. ¿A qué jugaba Wendy? ¿A la empleada protectora?
– Eso está muy bien por parte de Wendy -dijo cautelosamente-. Pero no me desagradan las visitas.
Ella se echó a reír.
– No, eso no está nada bien. Si pensara que es porque quiere proteger su intimidad, o porque quiere guardárselo solo para ella, no habría venido. Pero lo que pasa es que no quiere que me entrometa.
– ¿Suele usted entrometerse? -Luke estaba fascinado.
– Oh, sí, todo el tiempo -confesó ella-. En cuanto a Wendy…
– ¿Qué pasa con Wendy? Ella lo observó fijamente.
– ¿Por qué se ha quedado aquí, Luke? Wendy me dijo que no pensaba hacerlo.
– Eso fue antes de… antes de…
– ¿Antes de enamorarse de ella?
Luke se quedó boquiabierto. ¡Vaya pregunta! Bajó la cara, disgustado, pero Shanni levantó las manos con un gesto de disculpa.
– Oh, por favor, no se ponga así y no me diga que no me entrometa -le rogó-. Se me da fatal no entrometerme, y le tengo tanto afecto a Wendy… Como le decía, la he visto en la ciudad y me ha dicho que todavía estaba usted aquí y que ojalá no estuviera… y que usted dijo al principio que no pensaba quedarse y que ella se siente muy incómoda con su decisión -sus vivos ojos escrutaron los de Luke-. Tengo razón, ¿verdad? -dijo, sonriendo otra vez-. Está enamorado de ella.
Luke se recostó en la silla y contempló a aquella sorprendente amiga de Wendy. Shanni le sostuvo la mirada con determinación. Y, de pronto, fue como si no hubiera nada más que decir.
– Sí -dijo él sencillamente-. Por supuesto, estoy enamorado de ella.
– ¡Sí! -exclamó ella-. Por supuesto que lo está. Wendy es maravillosa. No entiendo cómo no está todo el mundo enamorado de ella. Bueno, bueno, esto es muy satisfactorio.
– ¿Y puede decirme cómo puede ser satisfactorio si ni siquiera me deja que me acerque a ella?
– ¿Sabe usted que estuvo casada? -le preguntó Shanni, yendo al grano. Ignoró el desagrado que apareció en la expresión de Luke. Aquella conversación era absolutamente inapropiada entre dos extraños, pero a ella parecía no importarle.
– Sí, lo sabía -Luke apretó los dientes-. Con Adam, la perfección personificada.
– Yo no diría tanto -dijo Shanni con cautela.
– Pues, al parecer, el problema es esa perfección -Luke meneó la cabeza, desalentado-. Wendy dice que es mujer de un solo hombre. Que se casó para siempre. Contra eso, yo no puedo hacer nada.
Shanni se quedó pensándolo, con expresión seria.
– No debería usted ser rico, ni guapo -dijo-. Si Wendy sintiera lástima por usted, tendría más posibilidades.
– Oh, fantástico -dijo él amargamente-. Eso es muy alentador. ¿Pretende que renuncie a mi fortuna, que me vuelva cojo, o deforme, o que olvide un poquito mi higiene personal? No quiero su compasión.
Ella se echó a reír, puso las manos detrás de la cabeza y lo observó detenidamente.
– Bueno, tal vez esa no sea la solución. ¿Wendy le ha contado algo sobre Adam?
– Solo que era perfecto.
– Ella no puede haberle dicho eso, porque no es verdad -dijo Shanni francamente-. Adam era rico e irresponsable. Wendy y él solo llevaban seis meses casados cuando, un día, él intentó adelantar a un camión en medio de una lluvia torrencial. De frente venía otro coche, pero Adam pensó que su magnífico coche sería lo bastante rápido como para adelantar al camión antes de chocar. Se equivocó. Se mató, mató a un bebé que iba en el otro coche, y mandó a Wendy al hospital seis largos meses.
Luke se quedó mirando a Shanni, horrorizado e incrédulo. Shanni lo miró serenamente, observando su reacción. Lo que vio pareció satisfacerla, porque asintió y se puso en pie.
– ¿Ve? Ya sabía yo que no se lo había contado todo. Wendy nunca habla de ello. En la ciudad, todo el mundo sabe que su marido murió en un accidente y que ella quedó gravemente herida, pero no que Adam fue responsable de la muerte de un niño. Solo lo sé yo. Ella se siente de algún modo responsable de aquello. Porque no detuvo a Adam.
– ¿Por qué me lo cuenta?
– Porque es importante -dijo ella-. Y porque estoy segura de que usted es importante para Wendy. 0 que puede llegar a serlo. Verá, ella está distinta. Hay algo en usted que la ha hecho cambiar. Está… no sé… iluminada, de algún modo. Pero sé que nunca dejará que usted se le acerque si cree que es como Adam.
– No lo soy.
– No -había suficiente duda en su voz como para picar el orgullo de Luke. Este se levantó y sostuvo fríamente la mirada de Shanni.
– Si usted cree que… Si Wendy cree que…
– Si ella lo cree, está en su mano hacerle cambiar de opinión.
– No -él cerró los ojos y, cuando los volvió a abrir, tenía una expresión sombría-. No puedo convencerla de algo tan elemental. Tiene que darse cuenta por sí misma. Es verdad, estoy muy enamorado de Wendy. Ella es… diferente. Pero no voy a pedirle que confíe en mí. Eso tiene que salir de ella.
Shanni lo miró largamente y luego suspiró.
– Tiene razón, por supuesto -dijo tristemente-. Pero no está de más que sepa a lo que se enfrenta. Y, además, hay mucho tiempo -volvió a sonreír persuasivamente-. ¿Sabía que mañana es su cumpleaños?
– No, no lo sabía -dijo él, sorprendido.
– Puede darle una sorpresa -dijo Shanni-. ¿Por qué no la lleva a cenar? Y me refiero a una verdadera cena. Hace años que Wendy no se toma un día libre. ¿Qué le parece llevarla a un sitio realmente especial? A Whispering Palms, por ejemplo. Es un restaurante precioso, al sur de la ciudad. A Wendy le vendrá bien tomarse una noche libre, lejos de los niños. Y, con un hombre como usted, podría incluso…
– Ya, ya -él sonrió-. Me hago una idea -sacudió la cabeza-. Pero Wendy no querrá dejar sola a Gabbie.
– Oh, sí querrá, si Nick, Harry y yo llegamos por sorpresa y nos quedamos con ella -dijo Shanni-. Gabbie confía en mí y se lleva muy bien con Harry, mi hijo, y con Nick. Si nos presentamos sobre las cinco, con una tarta de cumpleaños, y os animamos a salir… -observó pensativamente la casa-. Nos traeremos los pijamas y pasaremos aquí la noche. Así tendrá todo el tiempo del mundo.
– ¿Para qué?
– Si usted no lo sabe, no seré yo quien se lo diga -contestó ella, divertida-. Pero esta podría ser una buena oportunidad, Luke Grey. Si yo fuera usted, no la desperdiciaría.
¿Y cómo iba a rechazar él una invitación semejante?
Sábado.
Luke estuvo inquieto todo el día y, sobre las cinco de la tarde, Wendy estaba convencida de que pasaba algo raro. Aunque procuraba mantenerse a distancia, estaba pendiente de los cambios de humor de Luke. Y él estaba muy nervioso, aunque Wendy no sabía por qué.
0 no lo supo hasta que vio el coche familiar aparcado en el patio delantero. Nick, Shanni y Harry la saludaron alegremente por las ventanillas. Cuando se abrió la puerta del pasajero, Wendy vio que Shanni llevaba una gran tarta de cumpleaños que parecía…
– ¡Un cachorro de basset-hound!
La tarta era casi una réplica de la cabeza de Bruce, con velas en el hocico.
– Sí, porque hemos pensado que, además de tu cumpleaños, podíamos darle una fiesta de bienvenida a Bruce -explicó Shanni entre risas, presentaciones y felicitaciones-. Hasta pensamos traer a Darryl, nuestra gata, pero luego Nick dijo que era mejor no hacerlo.
– En efecto -dijo Nick, estrechando la mano a Luke-. Así que, tú eres la nueva víctima de los enredos de Shanni, ¿no? Acepta un consejo: escapa mientras puedas.
– Sí, claro, como hiciste tú -dijo Shanni, burlona-. Por eso te casaste conmigo. Wendy… -se volvió hacia ella-, ¿te ha dicho Luke dónde va a llevarte esta noche?
Wendy parecía completamente sorprendida.
– No, no me lo ha dicho.
– Dile dónde vas a llevarla, Luke.
– A Whispering Palms… -dijo Luke, tan rápidamente que Wendy lo miró asombrada.
– Es un sitio muy agradable -dijo Shanni con aprobación-. ¿No es cierto, Nick?
– Es el sitio más caro a este lado de Sidney -dijo Nick.
– Yo no pienso ir a Whispering Palms -dijo Wendy bruscamente.
– No seas tonta, cariño. Claro que vas a ir -sonrió Shanni-. Solo tienes que apagar las velas, tomarte un trozo de tarta para celebrarlo con los niños, y luego Nick y yo seguiremos divirtiéndonos con tu camada mientras Luke y tú salís a divertiros.
– No quiero…
– Claro que quieres -dijo Shanni-. A Nick y a mí nos ha costado mucho organizarlo todo esto. No todos los días el juez de la ciudad se ofrece a hacer de niñera… y a pasar la noche aquí para que no tengas que preocuparte de la hora. Así que, ya puedes ir a ponerte ese precioso vestido de seda de color melocotón que te pusiste en nuestra boda.
– ¡Shanni!
– Este es nuestro regalo de cumpleaños -gimió Shanni, haciendo pucheros-. No me digas que no lo quieres.
Wendy no sabía si reír o llorar.
– Shanni, eres una embaucadora. ¡Esto es un chantaje!
– Un chantaje muy agradable -dijo Shanni, y volvió a sonreír-. Vamos a encender las velas y luego podréis marcharos. Para pasar una inolvidable velada de cumpleaños.
Aquello no podía funcionar.
En cuanto dejaron atrás la granja, Luke comprendió que se encaminaba hacia el desastre. No hubiera debido dejarse convencer por Shanni, pensó sombríamente. Sabía que a Wendy no le gustaría.
¿Pero por qué no? Cualquiera de las mujeres con las que había salido hubiera matado por pasar una velada así.
Para empezar, la tarde era perfecta, cálida y balsámica y sin una pizca de viento. Por otra parte, Luke llevaba su mejor traje, y sabía que le sentaba bien. Y Wendy… Cuando apareció vestida con su suave traje de seda, simplemente lo dejó sin aliento.
El vestido tenía un escote de caja alto, pero que dejaba ver el principio de su canalillo. Tenía mangas japonesas e iba abotonado sobre el pecho con diminutas cuentas de madreperla. La tela, suave y vaporosa, se ajustaba como un guante a sus caderas y a sus piernas, mostrando cada curva de su espléndido cuerpo.
Allí, sentada en aquel magnífico coche, con los rizos sueltos agitados por el viento mientras se dirigían al restaurante, Wendy era la criatura más bella que Luke hubiera visto en toda su vida. Pero no parecía contenta.
– Wendy, ¿quieres hacer el favor de relajarte? -dijo él-. Las niñas estarán bien con Nick y Shanni.
– Lo sé.
– Entonces, ¿qué te pasa?
Ella sacudió la cabeza e intentó componer una sonrisa.
– No lo sé. Nada. Me estoy comportando como una estúpida. Esto… esto es realmente maravilloso, Luke.
Una verdadera sorpresa de cumpleaños. Pero no era maravilloso. Luke paró el coche en el aparcamiento del Whispering Palms, la tomó de la mano con determinación y la condujo al restaurante. Pero sabía que aquello no era maravilloso en absoluto.
Aunque debía serlo. El restaurante era de ensueño. Se componía de una serie de casas de madera construidas entre el bosque y la playa. Las paredes se abrían en las noches balsámicas como aquella, de modo que los amantes podían cenar arrullados por el sonido del mar y por la suave brisa que susurraba entre los árboles.
Pero Wendy parecía tensa. Cuando el maitre les condujo hasta su mesa, Luke se detuvo de pronto.
– No -dijo.
El camarero se paró y lo miró, extrañado.
– ¿Señor?
– Esta mesa no me gusta -dijo Luke suavemente, mirando a Wendy-. Necesitamos más intimidad.
– ¿Una mesa apartada? -el hombre sonrió con aprobación-. Eso puede arreglarse.
Pero Luke sacudió la cabeza.
– No me refiero a eso. Permítame un momento. Wendy, espera aquí, por favor -dejó a Wendy de pie junto a la mesa que les habían reservado e indicó al hombre que se acercara al mostrador de recepción-. Hay poca gente esta noche, ¿verdad?
– Sí, señor -el hombre miró a su alrededor. El restaurante estaba casi vacío.
– Entonces, si quisiéramos cenar en la playa…
– ¿Perdón?
Luke tomó una carta y la estudió un momento.
– Voy a pedir ahora mismo -dijo-. Luego, si puede arreglarlo, me gustaría que nos sirvieran la cena en la playa… justo a la vuelta del acantilado, junto, a la desembocadura del río, desde donde no se ve el restaurante. Quiero el servicio completo, pero, después del postre y el café, no quiero que nadie nos moleste. Pueden recogerlo todo por la mañana.
– ¡Pero señor! -el hombre se quedó perplejo ante tan extraordinaria petición-. No creo que…
Pero Luke abrió su cartera. Con una rápida mirada para asegurarse de que Wendy no estaba mirando, sacó tal cantidad de dinero que el hombre se quedó boquiabierto.
– Esto es por la cena, por el servicio extra y por las molestias. ¿Puede arreglarlo?
El hombre miró el dinero y las comisuras de sus labios se curvaron en un principio de sonrisa.
– Por supuesto que sí, señor -dijo, por fin-. Será un placer. Y, si me permite decirlo, es la idea más romántica que he oído nunca. Quizá podríamos inaugurar un nuevo servicio…
Así pues, en lugar de ser conducida a una de las sillas de terciopelo púrpura, Wendy fue guiada de nuevo al exterior.
– Vamos -dijo Luke, tomándola de la mano otra vez-. Por esas escaleras, Wendy. Vamos a la playa.
– Luke…
– No discutas -dijo él, y sonrió-. Van a servimos la cena, pero lo harán ahí abajo -levantó un farolillo que previamente había estado colocado en el mostrador de recepción, pero que había sido donado para mejor causa-. ¡He aquí nuestra luz! Vamos, señora mía. La cena nos espera.
Aquello estaba mucho mejor.
La atmósfera todavía era un poco tensa, pero era preferible a la formalidad del restaurante. Wendy estaba aturdida, pero parecía haber recuperado el sentido del humor, a pesar de sus recelos. La habían llevado allí casi a la fuerza, pero estaba empezando a disfrutar de la situación.
Los camareros, fingiendo que aquello era perfectamente normal, los siguieron por la playa hasta la desembocadura del río, unos cincuenta metros más allá. Esperaron pacientemente mientras Luke elegía un rincón apartado entre las dunas, y luego colocaron lo que habían llevado: una manta de picnic,. un candelabro con velas que procedieron a encender, cubiertos de plata relucientes, una cesta con panecillos calientes, mantequilla, copas, champán…
– Esto es de película -dijo Wendy, mirando con asombro el magnífico mantel, y no puedo evitar echarse a reír-. Cielos, nunca he visto tanta ostentación…
– Esto no es ostentación -dijo Luke con severidad-. Ostentación es lo de ahí arriba. Esto es un picnic.
Wendy contempló la playa y la senda que subía hacia el restaurante. Un camarero se acercó con dos bandejas de plata. Caminó solemnemente por la arena hacia su improvisada mesa y dejó las espléndidas bandejas delante de ellos con toda ceremonia.
– ¿Un picnic? -preguntó Wendy.
– Espero que te guste la langosta -dijo él-. Porque esta es la mejor langosta de Bay Beach.
A Wendy le gustaba la langosta. Y, a pesar de sus recelos, le encantó aquella extraña cena. Al principio, intentó con todas sus fuerzas mantenerse distante y formal, pero no lo consiguió, porque Luke mantenía una cómica actitud de donjuán, y los camareros iban y venían, serios e impasibles, caminando sobre la arena, llevándoles un plato magnífico tras otro.
– Deben de pensar que estamos locos -dijo ella, y Luke sonrió.
– Lo estamos -dijo él-. Pero a mí me gusta -sirvió más café de una jarrita de plata y le ofreció una bandeja con bombones artesanales-. Me parece que están rellenos de cerezas. ¡Hmm! Prueba uno.
– Si como algo más, explotaré -dijo ella, sacudiendo la cabeza-. No. Ya es suficiente, Luke -contempló la playa, esperando que algún camarero fuera a recoger la mesa, pero no apareció ninguno. La cena había acabado y estaban solos.
Hubo un silencio.
Luke se había puesto serio. Estaba bebiendo su café y mirándola a la luz de las velas. La suave brisa desordenaba los rizos de Wendy en tomo a su cara. Las sombras que proyectaban las velas danzaban en su rostro. Estaba muy, muy guapa.
– Es hora de volver a casa -dijo ella, azorada, e hizo amago de levantarse.
– No -Luke dejó su taza y la tomó de la mano, haciendo que se sentara a su lado-. Después de una cena como esta, hay que hacer ejercicio.
– Ah, sí, tal vez una carrerita por la playa -dijo ella, casi sin aliento-. Supongo que lo dices en broma -intentó retirar la mano, pero él no la dejó-. Luke, esto ha sido maravilloso, pero…
– La noche todavía es joven -dijo él-. Hace calor, la playa es preciosa y no tenemos que preocuparnos de nada. Así que, ¿qué podemos hacer? Ya lo tengo. Vamos a ver si encontramos camarones.
– ¿Camarones?
– Por si no lo has notado, hay luna creciente -dijo él-. Es el mejor momento para buscar camarones. 0 para atraparlos, si tuviéramos una red, pero creo que tendremos que contentamos solo con verlos.
– ¿Dónde? -a pesar de sus protestas, Wendy estaba fascinada.
– En el río -dijo él; alzando el farolillo-. Vamos, Wendy Maher. Divirtámonos un poco.
– Pero…
– ¿Pero qué? -él la traspasó con una mirada inquisitiva y, luego, sonrió-. ¿Por qué me miras como si fuera a morderte? ¿Acaso crees que he organizado esto para seducirte y no para pescar camarones? ¿Cómo puedes pensar tal cosa? -dijo, con voz lastimera, y Wendy tuvo que sonreír
– ¿Quieres decir que no has pensado en seducirme ni una sola vez?
Él pareció pensárselo seriamente y después sonrió suavemente, con cierto aire burlón.
– Bueno, supongo que podría cambiar mis planes -dijo, pensativo-. Si realmente quieres que te seduzca el día de tu cumpleaños…
– ¡No!
– Entonces, vamos a buscar camarones -dijo él.
Pero los camarones eran difíciles de encontrar. Luke la llevó a la orilla del río. Allí, donde el río se encontraba con el mar, la desembocadura se abría en una amplia e intrincada red de arroyuelos de unos pocos centímetros de profundidad. El agua que la marea había depositado en las pozas que se formaban entre los brazos del río estaba muy quieta y caliente. Wendy se quitó los zapatos, esperando encontrar agua fría. Pero el agua estaba casi a la temperatura del cuerpo. Se quedó en la orilla y observó a Luke escudriñar el agua, subiendo y bajando el farol.
– ¿No ha habido suerte?
– Tienen que estar aquí, en alguna parte -dijo él, como si encontrar un camarón fuera la cosa más importante del mundo.
– ¿Has venido otras veces?
– Solía venir con mi abuelo, hace muchos años, antes de que construyeran el restaurante.
– Quizás a los camarones no les gusten los turistas.
– Los camarones no tienen tan buen gusto -él sonrió en la oscuridad-. ¿Dónde demonios estarán?
– ¡Ahí! -Wendy señaló una sombra que cruzaba bajo ella-. Creo que he visto uno. Era casi transparente.
– Necesitamos una linterna acuática -gruñó Luke, y su expresión de disgusto hizo reír a Wendy.
– Sí, los farolillos de aceite no son muy eficaces bajo el agua. Mira, ahí hay otro. Son casi invisibles.
– ¡Lo tengo! No, se me ha escapado. Tienes razón; son transparentes. Se me había olvidado.
– Es un mecanismo de defensa.
– Fantástico. Y vienen aquí para aparearse. ¿Cómo demonios lo conseguirán?
– ¿Perdón? -Wendy parpadeó.
– Se supone que vienen a los estuarios a desovar -dijo él-. Pero vienen cuando apenas hay luna, y son prácticamente transparentes. Imagínate que fueras un camarón macho buscando un camarón hembra…
– Debe de ser muy difícil -convino Wendy. Sentía escalofríos que subían y bajaban por su espalda. Cielos, necesitaba agua fría. Necesitaba refrescarse.
Al igual que ella, Luke se había quitado los zapatos. Se había arremangado los pantalones y estaba metido hasta las rodillas en el agua, con su espléndida chaqueta de traje y su corbata, mirando intensamente el agua y hablando de camarones macho y camarones hembra. De pronto, Wendy sintió como si la arena comenzara a ceder bajo sus pies.
– ¿Cómo crees que la encontrará? El camarón macho a la camarona, quiero decir -preguntó Luke.
– Tal vez se chocan el uno contra el otro en la oscuridad -dijo ella, con nerviosismo-. Y se juntan.
– Podría ser -dijo él, mirando el agua-. Pero me parece triste esa falta de discriminación por parte de los camarones. ¿Y si un camarón llamado Jake quisiera específicamente a una camarona llamada Maud?
– Ella tendría que llevar un perfume distintivo -aventuró Wendy-. Eau de pez, por ejemplo.
– ¿Y tú crees que así el camarón Jake podría encontrarla? -dijo Luke, pensativo, volviendo su atención a la chica sentada a su lado-. ¿En la oscuridad?
– Si… si de verdad quiere, la encontrará.
¿Por qué le faltaba la respiración?
– Claro que quiere -Luke respiró hondo. Alzó el farolillo, apagó la llama y lo dejó sobre la arena. Cuando volvió a mirarla, en sus ojos había una expresión distinta. Como si hubiera tomado una decisión y no hubiera marcha atrás. Y ella apenas podía respirar…
– El la desea terriblemente -dijo Luke y alzó una mano para acariciar los rizos de Wendy-. Tanto, que apenas puede soportarlo.
– ¿Estamos…? -cielos, no podía respirar. Él estaba tan cerca. Aquello era tan inevitable… tan maravilloso-. ¿Estamos hablando de camarones?
– Estábamos -dijo él suavemente, retirándole el pelo de la cara. Había tan poca luz, apenas un rayo de luna, pero le bastaba para ver lo que quería. A su Wendy. A su amor-. Hemos cambiado de tema -añadió.
– Luke…
– No -le tocó los labios muy delicadamente con los dedos-. No quiero que digas nada. No quiero que pienses en el «qué pasaría si…» ¿Qué pasaría si yo fuera como Adam? ¿Qué pasaría si esto no funciona? ¿Qué pasará mañana? Porque ahora… ahora quiero que me digas lo que sientes.
– No puedo -ella parecía paralizada, pero las caricias de Luke enviaban corrientes de fuego a través de todo su cuerpo.
– Entonces, te diré lo que siento yo -respondió él. Tomó la cara de Wendy entre sus manos y la forzó a mirarlo a los ojos-. Me siento como el camarón Jake buscando desesperadamente a su amada. Solo que yo la he encontrado. ¿Y sabes lo más extraño? Me parece que me he pasado la vida buscando, sin saberlo, hasta que te encontré a ti.
– ¡No, Luke!
– Déjame hablar -dijo él con firmeza-. Me ha costado mucho esfuerzo traerte hasta aquí, así que lo menos que puedes hacer es escucharme. Aunque sea por simple cortesía.
Aquel seco discurso la sorprendió, pero consiguió reaccionar.
– Es mi cumpleaños -dijo ella ásperamente-. Si no quiero escuchar discursos, no tengo por qué hacerlo.
– Son las once y veinticinco. Si es necesario, esperaré quince minutos, hasta que ya no sea tu cumpleaños -la tomó de las manos con fuerza y continuó por donde lo había dejado-. Wendy, nunca pensé que podría enamorarme…
– ¡Enamorarte!
– Cállate -dijo él suavemente-. Sí. Enamorarme. Tú sabes lo que es eso. Y yo también. Es lo que nos ha pasado a nosotros.
– ¡No es cierto!
– No discutas -la ordenó él-. No hay más que ver el modo en que reaccionas para saberlo. Este lazo es… es como si fuéramos dos mitades de un todo y no pudiéramos sentirnos completos a menos que estemos juntos. Me he pasado los diez últimos años buscando a las mujeres más bellas. Las más ingeniosas. Las más influyentes. He salido con una ingeniosa belleza tras otra.
– No necesito saber nada sobre tu vida amorosa -dijo ella bruscamente, intentando retirar las manos.
– Sí, sí lo necesitas -dijo él, con voz repentinamente dura-. Al igual que yo necesito saber más sobre Adam. Tenemos que hablar de ello y seguir adelante. Porque esto es distinto. Es como si hubiéramos sido transportados a otra vida. Te quiero, Wendy. Te necesito. Quiero casarme contigo, vivir contigo, cuidar de ti. Tener más hijos contigo. Pero, sobre todo… lo que quiero ahora mismo es… es hacerte el amor. Quiero abrazarte y sentir la tibieza de tu cuerpo, y quiero hacerlo antes de que puedas empezar a protestar. Te quiero tanto, Wendy, que no sé cómo puedes estar ahí y no sentir lo que yo siento…
– Luke, para -le suplicó ella-. Yo no puedo…
– ¿No puedes? -él sonrió con tanta ternura que ella sintió que se derretía-. ¿No puedes?
– Yo…
– ¿Eres capaz de decirlo, amor mío? ¿Puedes mirarme a los ojos y decir que no me quieres?
¡Debía hacerlo! Pero Luke la agarraba de las manos y estaba tan cerca de ella…
Nunca se había sentido así, pensó, desesperada. Ni siquiera con Adam.
Luke enterró la cara entre sus rizos y ella sintió su cálido aliento sobre la piel y el latido de su corazón acompasado con el suyo. Todavía estaban metidos en el agua. La noche era un paño de terciopelo negro a su alrededor y no había lugar más que para la verdad.
«No pensar en el mañana…». Solo importaba el presente. Aquella noche y después… nada más.
Nada duraba para siempre, pensó sombríamente. Pero estar allí, en brazos de aquel hombre que la abrazaba cada vez más fuerte, era tan dulce… tan seductor…
– Déjame quererte, Wendy -dijo él, emocionado-. Déjame quererte, amor mío. Ahora y siempre.
Wendy cerró los ojos y, cuando volvió a abrirlos, la decisión ya no estaba en sus manos. Luke la besó intensamente, la tomó en brazos y la llevó hacia las dunas.
Y Wendy comprendió que, pasara lo que pasara al día siguiente, en ese momento solo le importaba aquella noche, aquel hombre… Y la felicidad.