CAPÍTULO 4

LAS PRIORIDADES, bajo mi punto de vista, son estas.

Luke parpadeó. Ese era el tono que él solía adoptar en las reuniones de negocios. No estaba acostumbrado a que se dirigieran a, él de ese modo, sobre todo si quien lo hacía era una mujer que parecía haber salido de una comuna hippie y que llevaba en brazos a dos niñas.

Habían desayunado… o algo parecido. El armario de la loza de la cocina había sido invadido por los ratones y Wendy había declarado que no tocaría nada sin desinfectarlo primero. De modo que habían ensartado rebanadas de pan en un palo, las habían tostado sobre el fuego y untado con mantequilla, se las habían comido con las manos, y habían bebido la leche que el taxista les había traído la noche anterior directamente de los envases. Curiosamente, todo le había sabido delicioso.

– Prioridad número uno, ¿agua caliente? -sugirió Luke, intentando recuperar la iniciativa. Wendy asintió.

– Lo comprobé anoche. El agua caliente corre a través del fogón de la cocina, así que ese será su primer cometido -miró su reloj-. En cuanto acabe, puede llamar a un electricista, a un cristalero y a la compañía telefónica. Con eso estarán solucionadas las necesidades más urgentes. Pero además hay que limpiar la chimenea, y conseguir un deshollinador nos llevaría semanas. No hay ninguno en Bay Beach. Así que… -le lanzó una sonrisa compasiva-, tendrá que hacerlo usted.

Luke gruñó:

– No.

– Pero si es muy fácil -rio ella-. Podemos hacerlo como en los viejos tiempos, si quiere: usted se mete dentro y nosotras encendemos el fuego. Así acabará enseguida.

– 0 me asarán para comer. Muchas gracias -volvió a gruñir él-. ¿Es que piensa tenerme toda la semana fregando? -contempló su ropa mugrienta-. Tengo que conseguir algo que ponerme.

– Ya se preocupará de eso más tarde -dijo ella y se quedó pensativa-. Creo que después de que solucione lo de la electricidad, parta un poco de madera y limpie la chimenea, podrá ausentarse un rato.

– Vaya, gracias.

– Además, debe hacer algo urgentemente respecto a Grace -añadió ella, y él frunció el ceño.

– ¿Cómo qué?

– Como buscarse alguna garantía legal -contestó ella-. Ahora mismo, si la madre de Grace volviera, podría acusarlo de toda clase de cosas. Incluyendo el secuestro. Y sería su palabra contra la de usted.

El se quedó perplejo.

– Ella no haría eso. Abandonó a la niña en mi puerta.

– La gente hace cosas de lo más extraño -dijo Wendy suavemente, abrazando a Gabbie. Tenía a Grace en el otro brazo y, con las dos pequeñas contra su pecho, parecía una gallina protegiendo a sus polluelos.

Estaba acostumbrada a luchar por los niños, pensó Luke de repente. Y luego pensó que le encantaba tenerla a su lado. ¡Era una mujer extraordinaria!

Pero, de alguna manera, consiguió volver a pensar en las cosas prácticas.

– ¿Pero por qué iba a acusarme de secuestrar a Grace?

– Si Lindy está furiosa por cómo la trató su padre, tal vez la pague con usted.

– No lo hará…

– Quizá no -dijo Wendy-. Pero debe usted protegerse. Encuéntrela, búsquese un abogado y haga que ella firme un acuerdo concediéndole la custodia de la niña. Cuanto antes lo haga, mejor.

Luke lo pensó un momento, recordando lo que le había contado sobre Sonia.

– Tal vez debería encargarme de ello ahora mismo.

– ¡Oh, nada de eso! Antes tiene que limpiar la chimenea -dijo ella-. Y hay algo más.

– ¿Qué?

– Ya se lo he dicho -continuó Wendy tranquilamente, como si aquello fuera un pequeño detalle sin importancia-. Yo tampoco tengo respaldo legal. Si usted se va, no tengo derecho legal para cuidar de Grace.

– Yo le conseguiré ese respaldo -dijo él rápidamente-. Si me voy ahora, podría estar de vuelta en un par de días.

– Ese es el problema -dijo ella, con ojos fríos y desafiantes-. La gente no vuelve. Si he aprendido algo en mi trabajo, es precisamente eso.

Él arrugó el ceño, enfadado.

– ¿No se fía de mí?

Ella permaneció impasible.

– Yo no me fío de nadie cuando el futuro de un niño está en juego -dijo ella-. No puedo permitírmelo. Pero no se preocupe -sonrió otra vez, con un brillo malicioso en la mirada-. He estado pensando y se me ha ocurrido lo que podría hacerlo volver.

– ¿Qué? -por alguna razón, Luke sospechaba lo que diría después. ¡Oh, no!

– Su coche -dijo ella dulcemente.

Sí, lo sospechaba, pero eso no significaba que estuviera preparado para oírlo. Retrocedió mientras Gabbie lo miraba con desconfianza y Wendy lo observaba como si esperara descubrir cuán serio era su propósito de ocuparse de su hermana.

– Mi coche -dijo él finalmente, sabiendo que estaba vencido de antemano.

– Eso es -ella sonrió otra vez-. Como le decía, he estado dándole vueltas a la cabeza. No puedo quedarme aquí sin transporte. ¿Qué pasaría si una de las niñas se pone enferma, o si ocurriera un accidente? Además, hay que hacer la compra, y no puedo usar taxis todo el tiempo. Debe comprender que tengo que poder ir a Bay Beach y volver. Sé que, como un jefe responsable que es, me proporcionará un coche antes de marcharse definitivamente.

– Pero…

– Pero, entretanto, podemos matar dos pájaros de un tiro -lo interrumpió ella alegremente-. Usted puede alquilar un coche en Bay Beach. Así podrá dejar su cochecito aquí, para que nosotras lo usemos.

– ¡Mi coche!

– Su cochecito, sí -Wendy se echó a reír al ver su cara-. A nosotras nos gusta, ¿verdad, Gabbie? Lo preferiríamos en amarillo chillón, pero pasaremos por alto ese pequeño inconveniente. Así podremos hacer la compra.

– ¿Usará mi coche para hacer la compra? -farfulló Luke.

– Y así nos aseguraremos de que volverá -acabó ella serenamente-. Eso, si es que todavía quiere que Gabbie y yo cuidemos de su hermanita -Wendy alzó las cejas y esperó. Él la miró asombrado y ella sonrió.

– ¿Qué clase de trato es este? -exclamó él-. Mi coche…

– Es un trato infantil -dijo ella, y su sonrisa se borró un tanto-. No hace falta que se ponga histérico. Tendremos mucho cuidado con su precioso coche, y usted sabe que también cuidaremos muy bien de su preciosa hermana. De eso se trata, ¿no? -Wendy ladeó la cabeza y observó su expresión-. De un bebé, no de un coche.

– No tengo elección -dijo él amargamente.

– Me temo que no -dijo Wendy con un leve tono de compasión, y le tocó el brazo. Era como si realmente comprendiera lo que su coche significaba para él. El contacto de su mano era fuerte y cálido y de alguna manera… cambió las cosas-. No tiene elección -continuó ella-. Pero así es la vida. Llena de tragedias. Como tener que usar un coche de alquiler durante unos días. Ahora, señor Grey -volvió a reírse-, respecto a esa chimenea…


¿Cómo diablos se había metido en aquel lío? De mala gana, Luke había empezado a limpiar la chimenea, pero solo un diez por ciento de su inteligencia estaba concentrado en la tarea. El resto intentaba comprender lo mucho que había cambiado su vida en veinticuatro horas, y por qué se había dejado convencer para dejar su preciado Aston Martín a una mujer y dos niñas…

Cuando viajaba fuera del país, dejaba el coche en un garaje especial, envuelto en una funda de automóvil que controlaba cuidadosamente la temperatura. Pero el garaje que había detrás de la casa de la granja estaba en ruinas. El coche de sus entrañas tendría que quedarse fuera, expuesto a la brisa marina… y a los cuervos y a los loros y hasta a las gaviotas…

– Debe de haber un nido bloqueando el tiro -la voz de Wendy emergió detrás de él. Luke dio un respingo, se golpeó la cabeza con la repisa y lanzó una maldición-. Eh, tranquilo -dijo ella, mirándolo con cara de reproche, mientras tapaba las orejas a Gabbie, que estaba a su lado. Ni siquiera parecía haber notado que se había hecho daño en la cabeza-. A Gabbie no le gustan las palabrotas… ¿a que no, Gabbie?

Gabbie se echó a reír y se escondió tras la falda de Wendy. Al sonreír, su carita de duende se iluminaba como por un rayo de sol. A Luke le dio un vuelco el corazón al pensar en el daño que le habían hecho a la pequeña.

¡Cielos!, pensó mientras las miraba a las dos. ¡Pero si a él no le gustaban los niños! Entonces, ¿qué le pasaba? Las emociones que sentía crecían cada vez más. Pero debía mantenerse imparcial. Estaba simplemente arreglando una casa para su hermana porque eso era lo que debía hacer, se dijo. Y, luego, se marcharía de allí.

Wendy estaba concentrada en la chimenea.

– Si se mete la cabeza dentro, no se ve la luz del día -dijo ella-. Lo intenté ayer tarde. Me costó un montón abrir el regulador del tiro, pero, cuando por fin lo conseguí, seguí viéndolo todo negro. Debe de haber un nido taponando la salida.

– No voy a meter la cabeza dentro de la chimenea -dijo Luke, atónito-. Usted tiene aquí todo su equipaje, señorita. Pero yo no tengo ni unos pantalones para cambiarme.

– Puede comprar algo de ropa en Bay Beach de camino a Sidney -dijo ella amablemente-. Después de todo, ¿qué son un par de trajes más para un adinerado agente de bolsa como usted?

El la miró fijamente.

– ¿Quiere que entre en una tienda de ropa de Bay Beach con esta pinta?

– Solo era una sugerencia -dijo ella apresuradamente-. Pero si se pone así…

– Yo no me pongo de ninguna manera.

– Vamos, Gabbie -Wendy empujó a Gabbie hacia la puerta, con mirada divertida-. Dejaremos al tío Luke que limpie la chimenea… sin meter la cabeza dentro.

– ¿Y qué demonios va a hacer usted? -gritó él, exasperado.

– Cosas de mujeres -respondió Wendy alegremente-. Gabbie y yo vamos a tirar una bolsa de pañales sucios. ¿Quiere cambiarme el puesto, señor Grey?

– No, gracias -dijo él rápidamente… y metió la cabeza debajo de la chimenea.

Wendy tenía razón. Por el tiro de la chimenea no se veía ni un resquicio de luz. Suspirando, Luke se fue al garaje a ver si podía encontrar una escalera.

– ¿Ya se ha dado por vencido? -lo llamó Wendy.

Grace estaba tendida en una manta sobre la hierba, junto a la terraza, y Wendy y Gabbie metían en un cubo cosas que Luke prefería no identificar. Era una escena increíblemente doméstica, pero, imperceptiblemente, su humor cambió. Aquellas podrían ser sus hijas y su mujer…

– Hay una escalera en el trastero -le dijo ella, y su euforia se desvaneció un tanto al ver la mirada de preocupación de Wendy-. Si eso es lo que busca. Pero tenga mucho cuidado en el tejado.

– Lo tengo todo bajo control -dijo él, alzando la barbilla como un cavernícola listo para cazar el dinosaurio para el almuerzo-. Usted ocúpese de sus asuntos, que yo me ocuparé de los míos.


Wendy estaba preocupada.

Luke se balanceaba en la escalera que había utilizado para subirse al tejado y que luego había arrastrado detrás de él para apoyarla contra la chimenea.

Había un nido dentro de la chimenea. Pero, al menos, no había ni huevos ni crías en su interior, pensó, aliviado. Debía de ser un nido antiguo.

– ¿Cuál es el problema?

Luke miró hacia abajo… y luego deseó no haberlo hecho. Wendy estaba muy, muy abajo, mirándolo ansiosamente.

– Ninguno -demonios, un hombre tenía su orgullo. Tomó aliento y luego consiguió alzar sobre su cabeza el rastrillo que había llevado consigo-. Es un nido. Voy a quitarlo.

Miró hacia arriba, hacia el círculo de cuervos que volaba sobre su cabeza. Los pájaros habían comenzado a chillar en cuanto había puesto un pie en el tejado, para defender su territorio.

– 0 nosotros o los cuervos, así que no hay elección -le gritó a Wendy-. Un hombre debe hacer lo que debe hacer -metió el rastrillo en el tiro.

– Luke…

– Si lo engancho, podré sacarlo por arriba.

– No creo que…

No. De repente, él tampoco lo creía. El rastrillo enganchó el borde del nido y, cuando un lado se descolgó, todo la estructura de ramitas y barro se hundió y se desplomó dentro del tiro.


Wendy estaba tan cubierta de hollín como Luke. Habían vuelto a la cocina y estaban sacando pedazos de nido del resquicio que dejaba el regulador del tiro. Era un trabajo sucio y desagradable.

– ¿Está seguro de que no había crías en el nido? -preguntó ella.

– ¿Tengo aspecto de echar a las crías de su nido? -preguntó él, ofendido.

– Los cuervos de ahí arriba parecían preocupados.

– A mí no me preocupa que los cuervos estén preocupados -Luke tiró de un palito que salía por la ranura. El palo salió por fin, junto con una ráfaga de hollín. Una lluvia negra cayó sobre ellos-. ¡Diablos!

– ¡Estaban armando tanto ruido!

– No había pájaros en el nido -dijo Luke otra vez-. Era un nido antiguo y… -no acabó la frase. Del interior de la chimenea surgió un chillido aterrorizado y una nube de hollín más grande que las anteriores cayó sobre ellos.

¿Qué demonios…?

Los chillidos se hicieron cada vez más altos. Al parecer, un pájaro había caído por el interior del tiro y trataba de salir, pero no podía. El regulador del tiro se lo impedía.

– Debe de ser una cría que acababa de dejar el nido -Wendy se puso en cuclillas, mirando horrorizada la nube de plumas y hollín que caía al suelo.

El pájaro atrapado chillaba sin cesar y, sobre el tejado, todos los cuervos en diez kilómetros a la redonda se habían reunido para echarle una mano. 0 un ala. O lo que fuera.

– ¿Cómo lo sabe?

Luke parecía desalentado. Qué estúpido había sido. ¿Qué iban a hacer? La cara normalmente pálida de Gabbie se estaba poniendo gris. La niña esperaba lo peor, y Luke empezaba a sentirse igual.

– Si acababa de abandonar el nido, probablemente habrá intentado volver sin darse cuenta de que había un problema -dijo Wendy-. En lugar de una plataforma de ramitas, se ha encontrado con el vacío y se ha caído por el tiro -miró el interior de la chimenea como si pudiera encontrar allí una solución-. ¿Cree que…? ¿Sería posible hacer que volviera a subir?

– No.

Llevaban cinco minutos escuchando luchar al animal y, cuanto más luchaba, más desesperada era su situación.

– ¿No podemos sacar el regulador? -murmuró Wendy.

Luke miró otra vez dentro de la chimenea y sacó la cara llena de hollín.

– Me llevaría horas quitarlo y, además, necesitaría herramientas especiales -dijo. Ignoraba qué herramientas eran esas, pero tenía que decir algo-. El pájaro moriría antes de que lo hubiera sacado.

– Se va a morir -sollozó Gabbie, y Luke hizo una mueca.

– No podrá pasar por la ranura del regulador -dijo Wendy. De vez en cuando, una pata o un ala aparecían un instante, pero por aquel resquicio de apenas unos centímetros de anchura no podía entrar un cuervo-. ¿Cree que podríamos atraparlo con un lazo desde arriba y subirlo? Hay cuerda en el sótano.

– Oh, sí, claro. Yo no soy muy hábil echando el lazo ¿Y usted?

– Luke… -Wendy cerró los ojos, cada vez más descorazonada-. Supongo…

– ¿Qué supone?

No supondría nada mientras Gabbie estuviera escuchando.

– Cariño, ¿puedes salir a la terraza a mirar si Grace está bien? -dijo, empujando suavemente a la niña hacia la puerta. Gabbie obedeció, pero se detuvo en el umbral y miró hacia atrás.

– ¿Salvarás al pajarito? -preguntó, y sus ojitos angustiados se dirigieron directamente hacia Luke.

¿Qué podía hacer él con una mirada como esa?

– Haré lo que pueda -dijo, y la niña lo miró con confianza.

– El tío Luke te sacará de ahí -le gritó Gabbie al pájaro, y se marchó, cerrando la puerta tras de sí.

Los dos se quedaron en silencio. No sabían qué decir.

– Tendremos que librarlo de su sufrimiento.

– ¿Perdón? -Luke miraba con impotencia el interior de la chimenea, intentando encontrar una solución. Luego, reparó en lo que ella había dicho y retrocedió. ¿Matarlo? ¡No!-. Por el amor de Dios…

– Bueno, pues piense en otra cosa -exclamó ella-. No voy a dejar que el pobre animal sufra durante días hasta que se muera de hambre. Al fin y al cabo ha sido usted quien ha tirado el nido. ¡Haga algo!

Aquello era demasiado para Wendy. Al parecer, el tema de los pájaros atrapados en chimeneas no estaba incluido en su manual para solucionar crisis.

Hacer algo. ¿Pero qué?

Tal vez… Luke se encontró mirando las patas del cuervo que aparecían y desaparecían por el resquicio.

– ¿Ha dicho que teníamos una cuerda? -preguntó.

La expresión de Wendy cambió.

– Sí. He visto una en el sótano.

– Si puedo atársela a las garras…

– ¿Y sacarlo por arriba? -de nuevo, ella se encontró al borde del pánico-. No pasará por el tiro por mucho que tire. ¿No lo ve? Luke, no sea tonto. Lo aplastará si tira de él, y no quiero que muera.

– Ni yo tampoco -dijo él, ceñudo. Wendy estaba pálida. De pronto, parecía haber algo más en juego que la vida del pájaro-. No sé si puedo hacerlo, Wendy, pero déjeme intentarlo. Tráigame la cuerda, por favor. Y déjeme pensar.

Necesitaba unos guantes. Las garras de los cuervos eran auténticas armas de destrucción. Tenía que protegerse las manos.

Mientras Wendy buscaba la cuerda, Luke dio una rápida vuelta a la casa. Las mantas que encontró eran finas y se harían trizas. Las colchas eran más gruesas, pero estaban hechas a manos y eran espléndidas. Se estropearían, y no deseaba sacrificarlas. Entonces, ¿qué? ¿Las alfombras? No. Eran demasiado gruesas y rígidas.

Suspiró. La cara de Wendy lo acompañaba, pálida y asustada. ¡Diablos! Él no era precisamente un héroe, pero solo podía hacerse una cosa, aunque no le gustara. Debía sacrificarlo todo por el pájaro…

Cuando Wendy regresó a la cocina, Luke estaba arrodillado frente a la chimenea, esperando. Había hecho sendos nudos en los puños de su chaqueta de cuero, tenía las manos metidas en las mangas y estaba probando cuánta flexibilidad le permitían.

Su espléndida chaqueta de cuero… Wendy le tendió la cuerda, muda por el asombro.

– Luke, su chaqueta…

– No importa.

En realidad, le encantaba esa chaqueta, pero el recuerdo de la cara de Gabbie lo asaltaba una y otra vez. Y de la de Wendy. Quizá, sobre todo, de la de Wendy. Si podía sacar al condenado pájaro de la chimenea sin matarlo, el sacrificio valdría la pena.

– Vamos a ver si funciona -esbozó una sonrisa y luego probó su primer plan de ataque. Estiró las manos protegidas por el cuero y agarró una de las patas del pájaro cuando apareció en la ranura. El cuervo lanzó un graznido aterrorizado, pero Luke logró sujetar la garra el tiempo suficiente para saber que podía volver a hacerlo. ¡Fantástico! No tenía sentido seguir sujetándola, así que la soltó. Liberado, el cuervo intentó subir por el tiro y volvió a caer sobre el regulador, vencido.

En silencio, Luke examinó la cuerda. Era vieja y suave, y no demasiado gruesa. ¡Bien! Con suerte, podría funcionar. Luego, sin decir una palabra, salió al exterior. Wendy lo siguió, confusa.

– Veremos qué pasa -dijo él-. Puede que no funcione, pero es nuestra única posibilidad.

Gabbie y Wendy se quedaron mirándolo, desconcertadas, mientras se subía otra vez al tejado. Una vez más, subió tras de sí la escalera. Ató un cabo de la cuerda a la antigua antena de televisión y luego subió al tope de la chimenea con el otro cabo en la mano.

Una treintena de cuervos volaba en círculos sobre su cabeza, graznando a pleno pulmón.

– Si uno de vosotros vuelve a caerse en la chimenea, me buscaré una escopeta -rezongó, agitando inútilmente un puño hacia los pájaros. Luego soltó el cabo de la cuerda cuidadosamente tiro abajo.

La cuerda descendió. La primera parte de la tarea estaba hecha. Con el otro cabo de la cuerda todavía atado a la antena, Luke volvió a descender hasta donde Wendy y Gabbie lo esperaban.

– ¿Le importaría decirme qué está haciendo? -la cara de Wendy era la confusión misma, y Luke estuvo a punto de sonreír. No estaba mal que, por una vez, no fuera ella quien llevara la iniciativa. Luke se encogió de hombros y se dirigió a la terraza.

– Tranquila -sonrió a Gabbie y le desordenó el pelo-. Hasta ahora, todo va bien. Nuestro pequeño cuervo todavía podría reunirse con su madre.

Sin más explicaciones, volvió a la cocina. El cabo de la cuerda colgaba por la ranura del regulador. Metiendo otra vez las manos en las mangas de cuero para protegerse de las garras del pájaro, le agarró una pata. Rápidamente, ató la garra con la cuerda y la sujetó. Esperó hasta que la otra garra apareció en el resquicio y, de alguna manera, consiguió atraparla y atarla junto con la otra pata. Cruzando los dedos, soltó al aterrorizado cuervo, que empezó a agitarse dentro de su prisión.

– Tengo que volver a subirme al tejado -les dijo a sus boquiabiertas espectadoras-. Cruzad los dedos.

– Cruzaré lo que haga falta -dijo Wendy, completamente asombrada-. Y Gabbie, también.

La niña estaba demasiado impactada para hablar.

De nuevo en el tejado, subido en la escalera, Luke fue izando cuidadosamente la cuerda.

Al principio, el cuervo se agitó frenéticamente, pero, luego, inexplicablemente, pareció relajarse un poco. Agitaba las alas, pero sin la misma energía que antes. Quizás estaba demasiado exhausto. 0 quizá sentía que esa era su única oportunidad.

Luke tiraba y tiraba de la cuerda, y el mundo entero parecía contener el aliento. Estaba allí arriba solo, pero, extrañamente, no se sentía solo. Wendy estaba allí, contemplándolo, al igual que Gabbie.

De pronto, el pájaro surgió a la luz del día, agitándose alegremente. Pero todavía estaba atado. A Luke le costó mucho esfuerzo mantener el equilibrio en la escalera. Sin embargo, de alguna forma, consiguió bajar al tejado con el cuervo agitando las alas locamente. Allí, con las manos todavía en las mangas de la chaqueta y apoyado contra la chimenea para equilibrarse, agarró al pájaro y le desató las patas. El animal agitó las alas un poco y cayó sobre el tejado. Con un graznido final, remontó el vuelo, fue acogido en el círculo de sus congéneres y todos juntos se alejaron, lanzando chillidos de júbilo.

Luke se quedó sentado en el tejado, con una cuerda y una chaqueta rota en las manos, pero con una enorme sonrisa en la cara.

Y sus espectadoras lo habían visto todo.

– ¡Lo has conseguido! Oh, ven aquí… -allá abajo, Wendy se reía y lloraba al mismo tiempo. Había tomado en brazos a Gabbie y las dos bailaban en la hierba-. ¡Baja, Luke Grey! ¡Eres un hombre realmente maravilloso!

Luke bajó lo más rápido que pudo. Wendy y Gabbie sujetaron la escalera y, en cuanto tocó el suelo, lo abrazaron.

– Oh, Luke, qué bien -Wendy se reía entre lágrimas, y Gabbie no dejaba de sonreír. Wendy sujetaba a la niña en sus brazos y, de pronto, Gabbie se encontró entre los dos.

Se estaba acostumbrando al hecho de ser abrazado, cuando Wendy lo soltó y le puso en brazos a Gabbie. Pero Wendy solo había ido a recoger a Grace de su manta, para envolver al bebé en aquel abrazo.

– Luke, eso ha sido lo más maravilloso… lo más maravilloso… -entre risas y lágrimas, de alguna forma, Wendy se inclinó y lo besó.

Y, con ese beso, algo cambió para siempre.

Ella había dado el primer paso, pensaría él después, cuando trató de saber cómo había empezado todo. Wendy lo había besado. Se había inclinado y sus labios habían tocado los de Luke. Pero, de pronto, ya no era solo Wendy quien besaba. Gabbie y la pequeña Grace estaban en medio, pero Luke besaba a Wendy y sentía sus labios carnosos, cálidos y deliciosos… y su sabor no se parecía al de ninguna mujer a la que hubiera besado antes. Luke sintió que se estremecía y que su vida, de alguna manera, cambiaba en ese preciso instante. Las cosas que antes parecían oscuras se volvían claras, y las cosas que antes le parecían importantes se difuminaban de repente.

Algo inmenso había sucedido. ¿Pero el qué? No lo sabía. Solo sabía que Wendy era maravillosa.

La abrazó más fuerte. No entendía lo que le ocurría, lo que les ocurría a ambos. Wendy…

– Eh, me estáis espachurrando -por debajo del nivel del beso, Gabbie parecía reírse. Luke volvió a la realidad. Se echó hacia atrás y miró la cara emocionada de Wendy… y vio su propia confusión reflejada en sus ojos.

– El pajarito se ha salvado -chilló Gabbie alegremente-. Lo hemos salvado.

– Sí, Gabbie, lo hemos salvado -Luke todavía miraba a Wendy, pero ella pareció volver su atención hacia la niña con un estremecimiento. Le lanzó una única mirada sorprendida, le quitó a Gabbie de los brazos y le dio a Grace. Luego retrocedió y dejó a Gabbie en el suelo, dejando a Luke con el bebé en brazos. Pero él vio que se había sonrojado bajo su bronceado.

Y Luke todavía no entendía lo que había pasado. Solo sabía que era algo grande. ¡Inmenso!

– Se ha ido volando con su mamá y su papá -dijo Gabbie con orgullo.

– Claro que sí -a Luke le costó mucho trabajo hablar.

¿Qué le ocurría? Había besado a otras mujeres, a muchas mujeres, y nunca se había sentido así.

– Y sus hermanitos y hermanitas lo estaban esperando -continuó Gabbie, resplandeciente-. Le hemos salvado la vida.

– Y tú has sujetado la escalera -le dijo Luke, recobrándose un poco-. Nunca lo hubiera conseguido si tú no hubieras sujetado la escalera.

– ¿De verdad? -la niña parecía a punto de estallar de alegría.

– De verdad.

– Bueno… -Gabbie suspiró y luego apoyó la barbilla sobre el pecho, observando a Luke con una mirada que él empezaba a reconocer. Aquella niña interiorizaba su alegría. No se atrevía a expresarla por si la rechazaban. Luego, Gabbie pareció ganar confianza. Alzó la vista hacia Luke y se echó a reír-. Pareces… tonto -dijo.

– ¡Gabbie! -exclamó Wendy en tono de reproche, pero luego se atrevió a mirar a Luke y no pudo evitar sonreír-. Aunque, en realidad…

– ¿En realidad, qué? -preguntó Luke, molesto, temiéndose lo peor.

– Pareces un deshollinador andrajoso que hace dos semanas que no se lava -dijo ella, riendo-. Además… Oh, Luke, tienes un arañazo en la mejilla, y tu pobre chaqueta… está hecha pedazos.

– No importa -logró decir él, aturdido.

– Claro que importa, Luke Grey -dijo ella suavemente, sosteniéndole la mirada-. Importa, y mucho. Ha sido lo más maravilloso que he visto en mucho, mucho tiempo. ¿No crees, Gabbie?

Gabbie sonrió tímidamente.

– Pero necesitas un buen baño -dijo Wendy-. Y nosotras también… antes de que lleguen los electricistas y los cristaleros y todos los demás. Gabbie, ¿te apetece nadar?

– ¿Nadar? -la niña pareció dudar.

– Sí, nadar. Vamos a llevarnos una barra de jabón, o seis barras de jabón, al mar. Podemos poner a Grace en su cestita mientras metemos al tío Luke en el agua y lo restregamos hasta que vuelva a tener un aspecto decente. ¿Te apetece, Gabbie, cariño?

– Sí -dijo Gabbie rápidamente.

Y Luke no pudo hacer otra cosa, más que seguirlas. Adonde quisieran llevarlo.

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