CAPÍTULO 7

EL LAMENTO habría podido oírse a gran distancia: un aullido agudo, triste y desolado que llenaba la casa y se extendía hacia el mar, creciendo en intensidad.

Dormido justo debajo de aquel sonido, Luke se despertó sobresaltado.

Wendy se incorporó y miró automáticamente a la cuna junto a su cama. Pero no era su bebé el que lloraba.

Y, en el cuarto de al lado, Gabbie dio un salto y se lanzó bajo las mantas de Wendy.

– ¿Qué es eso? ¿Qué es eso? -preguntó la niña, temblando como una hoja.

– No te asustes -Wendy contuvo un suspiro-. El tío Luke vino anoche y trajo una sorpresa para ti. Supongo que es lo que hace ese ruido.

La naricilla de Gabbie emergió de entre las mantas.

– ¿Una sorpresa? ¿Para mí?

– Sí. Ve a echar un vistazo. Ya sabes dónde duerme Luke.

El lamento seguía sonando en la oscuridad, y Gabbie se aferró a la mano de Wendy.

– ¿Esa es la sorpresa? Es horrible…

– No es horrible. Ve a verlo.

Gabbie dudó.

– No, si tú no vienes conmigo.

Dando un suspiro, Wendy apartó las mantas y metió los pies en las zapatillas. Se puso una bata y agarró de la mano a Gabbie. Un balbuceo procedente de la cuna les recordó que no estaban solas.

– Grace también quiere verlo -anunció Gabbie, y Wendy asintió.

– Por supuesto. Por qué no -tomó en brazos a la niña, que la miró con los ojos muy abiertos-. Tu hermano mayor está en casa -dijo ella-. Y le ha traído a Gabbie un regalo. Un regalo que quiere romper la barrera del sonido. Bueno, niñas. Vamos a verlo, antes de que nos rompa los tímpanos.


Bruce no era feliz. Se había despertado en un lugar extraño, con una persona extraña, y sin ningún perro a la vista. Su mamá no estaba. Ni sus hermanitos.

Había empezado a llorar a pleno pulmón. Y siguió llorando, aunque Luke lo tomó en brazos, le susurró y le ofreció comida y todo lo que un cachorro podía desear. Pero el perro no quería nada. Solo lloraba y lloraba y lloraba.

Y así fue como lo encontraron Wendy, Gabbie y Grace cuando abrieron con cautela la puerta del dormitorio. Luke estaba sentado en la cama, medio dormido, con su pijama azul pálido estampado con barquitos de color rojo brillante, y Bruce estaba sentado en su regazo, con el hocico apuntando hacia la luna, gimiendo con delectación.

Wendy se quedó paralizada al contemplar la escena.¡Tenían un aspecto verdaderamente cómico!

A su lado, Gabbie dio un profundo suspiro, impresionada. Entró en la habitación con la boca abierta.

– Es un perro -murmuró-. ¡Un perro!

– Un perro muy escandaloso -dijo Wendy.

– ¿Por qué llora? -susurró Gabbie, todavía agarrada a la mano de Wendy.

– Supongo que echa de menos a su mamá.

– ¿Y dónde está su mamá? -los enormes ojos de Gabbie se posaron sobre Luke con expresión de reproche.

– Eh, yo no le he robado a su madre -dijo Luke, ofendido-. Iban a venderlo de todas formas.

– ¿A venderlo?

– Los cachorros necesitan dueño -dijo Wendy suavemente, dándole un suave empujoncito a la niña-. El tío Luke decidió que tú serías la dueña de este cachorro. Creo que eso significa que, de ahora en adelante, tú eres su mamá. Si quieres, claro.

– Oh… -la niña dejó escapar un largo suspiro-. ¿Puedo ser su mamá? -murmuró.

– Necesita una mamá -dijo Luke, lanzando una mirada incierta a Wendy y luego volviendo a concentrarse en Gabbie-. *Yo lo he intentado, pero no ha dado resultado.

– ¿Y cómo voy a ser yo su madre? -Gabbie parecía completamente aturdida.

– Para empezar, puedes tomarlo en brazos y darle el desayuno -sugirió Wendy.

La niña se quedó pensativa mientras el cachorro seguía gimiendo. Después, Gabbie pareció tomar una decisión y soltó la mano de Wendy. Se acercó y puso la mano encima de la cabeza del perro.

– No llores, perrito -dijo.

El cachorro le lanzó una mirada titubeante… y siguió gimiendo.

Pero Gabbie comprendió instintivamente lo que debía hacer. Respiró hondo, lo tomó entre las manos y lo alzó hasta que los ojos del perro quedaron al nivel de los suyos.

– Eh, perrito, aquí se está muy bien -dijo, en tono serio-. Este sitio es para niños que no tienen mamá. Grace y yo no tenemos, y Wendy hace de nuestra mamá. Aquí estamos muy bien. Si quieres, yo seré tu mamá y nos divertiremos. Y podrás jugar con mi cubito.

De pronto, se hizo el silencio. Todo el mundo contuvo el aliento cuando Bruce pareció considerar sus opciones. Wendy y Luke se miraron sin respirar. La niña y el perro estaban nariz con nariz. El cachorro observó a su nueva dueña largamente y, luego, muy despacio, comenzó a menear la cola, sacó la lengua rosada y le lamió la nariz.

Luke miró a Wendy y sonrió con satisfacción, como si hubiera hecho un milagro. Lo que, si bien se miraba, era cierto, pensó Wendy. A pesar de sus peculiares pijamas.


Después de aquello, se tiraron todos a la cama. Era una cama muy grande. Luke ya estaba en ella; Gabbie y Bruce se metieron entre los cobertores y a Wendy le pareció ridículo quedarse allí, en la puerta, de pie, mientras Gabbie le decía que se acercara para comprobar lo suaves que eran las orejas de Bruce. Así que, Wendy se acercó y se sentó al borde de la cama, manteniéndose todo lo alejada que pudo del pijama de barquitos que tanto perturbaba su serenidad. Pero Bruce intentó lamer a Grace y la niña estiró sus bracitos alegremente, tratando de asir aquel nuevo y maravilloso juguete, y Wendy tuvo que separarlos y cayó de lado…

Y ya no pudo resistirse. Así que Luke y ella quedaron tendidos el uno junto al otro, riendo.

Aquello era maravilloso. Pero también… peligroso.

Luke sostenía a Grace en el aire, sobre su cabeza, y la hacía reír de placer. Gabbie y Bruce estaban en alguna parte, bajo la colcha. La cama no era lo bastante grande para que Wendy se mantuviera separada de Luke y, de todas formas, los hoyos del colchón se lo habrían impedido. La suave tela de su camisón rozaba el pijama de barquitos, y el calor que irradiaba del lado de Luke era tan seductor…

– Hay que hacer el desayuno -dijo Wendy de repente, incorporándose de un salto, sofocada-. Y hay que sacar al perro.

– No, no hace falta -dijo Luke perezosamente, y sonrió.

– Si conocieras a los cachorros… -cielos, ¿por qué tenía aquel hombre una sonrisa tan irresistible?

– En realidad, conozco muy bien a los cachorros -dijo él, mirando a Wendy con una sonrisa extraña que a ella le aceleró el corazón-. 0, mejor dicho, conozco a un cachorro en particular. Ese cachorro está muy, muy cerca de mí. Y, justo debajo de mi pie izquierdo, noto una zona húmeda y tibia. Eso me dice que ya no hace falta sacarlo. Confío en que tengamos lavadora, señorita Maher.

– Tenemos lavadora -ella intentó parecer enfadada, pero no lo logró-. ¿Justo… justo debajo de tu pie izquierdo?

– En este momento, debajo de mi pie derecho -dijo él, y volvió a alzar a Grace otra vez, sonriendo-. Y creo que también tú estás mojada, Grace Gray. Así que, me parece que Wendy tiene razón. Tenemos que levantarnos, cambiarte los pañales y desayunar… y luego empezaremos el día. Porque hoy quiero hacer muchas cosas. Muchísimas.

– ¿No vas…?. ¿No vas a volver a Sidney? -consiguió decir Wendy, fingiendo que no le importaba.

– No, Wendy, no voy a volver -dijo él. Estiró un brazo debajo de la colcha, sacó a Bruce y lo alzó. Tenía a Grace en una mano y al cachorro en otra, y los miraba a los dos-. He decidido pasar unos días aquí para… para conocer a mi nueva familia. ¡A toda mi nueva familia!


Una hora después, Wendy intentaba hacerse a la idea de que Luke había decidido quedarse mientras colgaba las sábanas recién lavadas en el tendedero. Luke tenía todo el derecho. Pero ella no quería que se quedara.

¿Por qué? Era importante que Luke conociera a Grace. Ella lo sabía. Entonces, ¿por qué la preocupaba tanto que se quedara?

Era por ella, se dijo amargamente. Por la forma en que él la hacía sentirse. Con Luke se sentía como no se había sentido nunca antes con un hombre. Ni siquiera con Adam. Cuando él entraba en una habitación, todo parecía iluminarse.

Luke había hechizado a las dos niñas. En ese momento, estaban tendidas con él en el césped, riendo y retozando. Luke enseñaba a Gabbie lo rápido que podía rodar colina abajo, hacía rodar a Grace de un lado a otro, y trataba de mantener al perrito alejado de las narices de las niñas. Gabbie parecía completamente encantada.

«Pero yo no», se dijo Wendy secamente. «No puedo permitírmelo. Solo soy su empleada».

Y, sin embargo…

– Wendy, necesitamos ayuda -de pronto, Luke apareció a su lado, le tendió una de las sábanas limpias y agarró un extremo para que la doblaran juntos.

– ¿Necesitamos ayuda? Soy yo la que está haciendo la colada -lo miró fijamente-. No habrás dejado a las niñas solas con el perro, ¿verdad?

– Bruce no va a comérselas. Y le he enseñado a Gabbie cómo tiene que agarrarlo para que no la muerda. Es una niña muy inteligente. No tiene de qué preocuparse, señorita. Todo está en orden.

– Pero…

– Y ahora que te he ayudado a tender la colada -dijo él-, te toca a ti ayudarme. Te necesito.

«Te necesito…». Dos simples palabras que tuvieron el poder de acelerarle el corazón a Wendy. ¡Ja! ¡Necesitarla! ¡Aquel hombre no necesitaba a nadie!

– ¿Para qué? -ella lo miró con desconfianza.

– Las canoas están aún en el sótano -dijo él-. Lo he mirado. Y hay chalecos salvavidas. Creo que incluso hay uno que puedo cortar para hacerle un flotador a Bruce. Hace una mañana preciosa, señorita Maher. El trabajo más urgente ya está hecho, así que olvídate de todo. Olvida las responsabilidades. En estos alrededores hay sitios maravillosos, y será un honor para mí enseñároslos.

– Pero…

– Nada de peros. Soy tu jefe, ¿recuerdas? -puso un dedo sobre los labios de Wendy, sin comprender las emociones que esa caricia desató en ella. Ni siquiera Wendy las comprendía.


Wendy estaba impresionada. Nunca había hecho nada parecido en toda su vida. Tuvo que quedarse simplemente sentada en un extremo de la canoa, agarrar a Grace y a Bruce… y maravillarse.

Luke, Wendy y Gabbie habían empujado la canoa, con Grace y Bruce en su interior, hasta la playa. Luego Luke les había puesto los salvavidas, había atado a Grace y a Bruce al chaleco de Wendy, y habían lanzado la canoa al agua.

En realidad, no había necesidad de llevar los salvavidas. Hacía un día radiante. El agua, de un azul transparente, estaba en calma, y Bruce, Grace y Gabbie estaban tan asombrados que apenas se movían.

A la izquierda de la granja, la playa daba paso a una serie de pequeños acantilados. Hacía allí dirigió Luke la canoa, manejándola como si no hubiera hecho otra cosa en su vida.

Wendy pensaba que solo darían un paseo junto a los acantilados, pero, para su sorpresa, Luke se dirigió directamente hacia las rocas. Justo cuando empezaba a preguntarse qué demonios hacía; vio que se dirigían a una abertura entre las rocas.

Luke no se detuvo. Aprovechando el impulso de una ola, dirigió la canoa hacia aquella abertura. Era la entrada de una cueva increíble. Sencillamente, mágica.

La primera caverna era grande, oscura y tenebrosa. Gabbie se aferró a Wendy, y Wendy se aferró a Grace y al cachorro, que no se movían. La canoa se adentró en la oscuridad. Y, luego, de repente, se abrió otra hendidura en la roca.

Wendy dejó escapar un suspiro de admiración y placer. La hendidura daba paso a otra cueva. Pero esta no era lúgubre, como la anterior, sino que estaba iluminada por un sinfín de fisuras que se abrían en la roca, hacia el cielo. El sol pasaba por ellas, reflejándose en el agua. Debajo de ellos, el mar apenas tenía un metro de profundidad. El fondo era arenoso y un millar de pececillos se deslizaban junto a la canoa.

Wendy parecía extasiada.

Luke se recostó en la canoa, sonriendo, satisfecho como si hubiera sacado aquel milagro de una botella.

– Esta es mi cueva -dijo, con orgullo-. Mi abuelo me la enseñó cuando tenía cuatro años y, según creo, soy la única persona que la conoce. Quería enseñárosla.

Le estaba hablando a Gabbie. Pero Wendy, al levantar la vista del agua, vio que la miraba a ella.

– Me apetecía enseñárosla -repitió él, más suavemente, y ella comprendió que hablaba solo para ella.

Su voz era como un beso, pensó ella. Mejor que un beso. Era como una declaración. Wendy se sonrojó y empezó a balbucir.

– Es… es maravillosa. Como… la… cueva de un pirata.

– Llena de tesoros -dijo él suavemente, sin dejar de mirarla.

¡Cielos! Aquel hombre hacía de la seducción un arte. Wendy se sentía cada vez más sofocada. Aturdida, abrazó a Grace y se inclinó sobre el agua.

– Podemos dejar aquí la canoa -le dijo Luke, llevando el bote hacia el extremo más alejado de la cueva, donde el agua lamía una amplia franja de suave arena.

Wendy estaba muda de asombro ante tanta belleza. Pero algunas de sus sensaciones no tenían nada que ver con aquel lugar, si no con el modo en que Luke la miraba, con la forma en que la tomó de la mano al ayudarla al salir de la canoa y con su forma de mirarla, como si adivinara lo que sentía.

Menos mal que estaban allí las niñas. Si no…

– Esto es precioso -dijo Gabbie, maravillada-. ¿Podemos nadar un poco con los peces?

– Claro -dijo Luke-. Este es el mejor sitio del mundo para nadar. Los peces son muy tímidos y el agua no cubre. Convencí a Wendy de que trajera bañadores, toallas y algo de comer, así que el día es nuestro, y la cueva es nuestra, y el resto del mundo no existe.

– ¿Has traído tu teléfono móvil? -preguntó Wendy con cierto atisbo de amargura en la voz, pero Luke no pareció ofenderse.

– No, señorita Cínica, no he traído mi teléfono móvil -le dijo-. Me he tomado el día libre.

– ¿Y crees que el mundo lo soportará?

– Espero que sí -dijo él suavemente, mirándola a la cara-. Y, si el mundo logra sobrevivir sin mí, entonces ¿quién sabe si no me tomaré más tiempo para conocer a mi familia?


– ¿Cuánto tiempo va a quedarse?

– No lo sé. Unas semanas -dijo Wendy nerviosamente a través del teléfono-. Ha montado su despacho en una de las habitaciones pequeñas. Pasa allí un par de horas cada mañana, pero el resto del tiempo…

– ¿Lo pasa contigo? -preguntó Shanni.

– Con las niñas -contestó Wendy.

– Sí, pero tú estás con ellas.

– Sí -Wendy intentó tranquilizarse, pero no lo consiguió. Luke llevaba allí una semana, y ella cada vez estaba más inquieta-. Esto no formaba parte del acuerdo. Shanni, no sé cómo controlar esta situación.

– La mayoría de las niñeras trabajan en casa de sus jefes -dijo Shanni con cautela.

– Pero él dijo que no se quedaría…

– ¿Crees que es malo para las niñas? -la interrumpió Shanni. Wendy no se estaba explicando muy bien.

– No. Por supuesto que no. Gabbie está enamorada de él. Y está muy encariñado con Grace.

– Bueno, entonces, ¿cuál es el problema? -preguntó Shanni.

– Yo…

– ¿No te estarás enamorando de él tú también?

– No. Claro que no.

– Entonces, lo que necesitas es un buen contrato -dijo Shanni con vivacidad-. ¿Quieres que Nick te redacte uno conveniente?

– Ya tenemos un contrato.

– ¿Incluye vacaciones pagadas? ¿Días festivos? ¿Que el jefe se quede en su mitad de la casa entre la puesta y la salida del sol?

– Shanni…

– Tienes que tener mucho cuidado -gorjeó Shanni-. Me da la impresión de que ese hombre te tiene muy confundida.

– Sí -Wendy respiró hondo-. Shanni…

– Sí, cariño -su amiga percibió la preocupación que había en la voz de Wendy y reaccionó inmediatamente-. De acuerdo. Dejaré de bromear. ¿De veras estás preocupada?

– Quiere… quiere llevarnos a dar una vuelta.

Silencio. Poca gente podía comprender lo que aquello significaba para Wendy.

– ¿En su coche?

– Ajá.

– Tendrás que afrontarlo, querida -dijo Shanni con su mejor tono de institutriz, haciendo que Wendy estuviera a punto de reírse. Shanni también se rio, pero luego volvió a ponerse seria-. Debes recobrar la confianza, Wendy.

– Sí, pero Gabbie…

«Debes recobrar la confianza».

Eso lo resumía todo, pensó Wendy cuando colgó el teléfono. Aquel era el trabajo perfecto. Debía relajarse y dejar de pensar que Luke intentaba seducirla. Debía dejar de pensar que Luke pondría en peligro a las niñas cada vez que las montaba en su flamante coche.

Debía tener confianza. Pero no la tenía. En absoluto.


– ¿Cuánto tiempo piensas quedarte?

No debía preguntárselo, pero ya habían pasado diez días y Luke no mostraba signos de querer marcharse. Por el contrario, cada vez se implicaba más en las tareas dula casa. Se había hecho responsable de educar a Bruce; había ido a Bay Beach y había comprado un montón de libros infantiles; y cada noche se sentaba en la terraza con Gabbie e intentaba enseñarla a leer. Gabbie estaba tan excitada que apenas se separaba de sus libros nuevos.

Al verlos juntos, Wendy sentía una punzada de celos por la relación que se estaba creando entre ellos.

– Ven. Ayúdanos a leer -decía Luke a menudo, mirándola, pero ella se retiraba al interior de la casa para hacer alguna cosa trivial. Porque sentarse allí mientras ellos leían era cautivador y maravilloso… y, en resumen, peligroso.

Habían pasado diez días y la tensión había crecido hasta el punto de que Wendy pensó que iba a estallar. Como en ese momento. ¡El estaba tan cerca! Las niñas estaban en la cama y ella fregaba los platos de la cena. Luke había vuelto después de poner a Bruce en su cesto y había empezado a secar los platos. Como un marido. De repente, a Wendy aquello le pareció demasiado. Aquella intimidad que crecía a cada minuto…

– ¿Cuánto tiempo vas a quedarte? -preguntó de nuevo cuando él no respondió y la miró con una sonrisa inquisitiva.

– ¿Estoy invadiendo tu terreno?

Ella concentró toda su atención en una diminuta mancha que había en la sartén.

– Sí. Un poco. No sabía que pensaras quedarte.

– No pensaba hacerlo -dijo él seriamente-. Pero las cosas cambian.

– ¿Qué cosas?

Aquello fue un error. En cuanto hizo aquella pregunta, Wendy comprendió que se había equivocado. Porque requería una respuesta. Pero la pregunta quedó suspendida en el aire, como una espada desenfundada que amenazara con destruir todo a su alrededor.

– La gente cambia -dijo él suavemente. Dejó el paño de cocina y la miró directamente-. Yo, por ejemplo. Hace dos semanas, si me hubieras preguntado qué pensaba del campo, te habría dicho que, era el infierno. Estar encerrado en el campo con una mujer y dos niñas… Pero, ahora, estoy empezando a pensar que el infiernoo es estar fuera de aquí.

– Supongo… supongo que es por Grace -dijo ella, titubeando, todavía concentrada en su sartén.

Pero, de pronto, Luke le quitó la sartén, la agarró de las manos y la miró a los ojos como si fuera a declarársele.

Y eso fue lo que hizo. Ella no pudo impedírselo.

– No, Wendy -dijo él suavemente. Al percibir la mirada de angustia de Wendy, esbozó otra de sus sonrisas inquisitivas-. Sé que todo ha sucedido muy deprisa. Sé que estás asustada. De veras quisiera decir que he decidido quedarme porque me he enamorado de mi hermanita… o de Gabbie y de Bruce… pero la verdad es, amor mío, que me he enamorado de ti. De ti, Wendy.

– Luke.

– No tengas miedo -dijo él, muy serio. Y luego le sonrió con una sonrisa tan turbadora que a Wendy se le aceleró el corazón-. No quiero asustarte. No te presionaré para hacer nada que no quieras hacer, amor mío. Pero lo cierto es, Wendy, que nunca me había enamorado así de nadie. Nunca pensé que podría enamorarme y, sin embargo, estoy totalmente cautivado por ti, y estoy dispuesto a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta para conseguir que ese miedo desaparezca de tus ojos.

Ella trató de apartarse, pero él no lo consintió, y la sujetó con más fuerza.

– Es inútil -logró decir ella, y su sombría mirada de rechazo hizo que Luke frunciera el ceño.

– Me gustaría saber por qué no me das una oportunidad -dijo él suavemente-. ¿Tan espantoso soy?

– No. ¡Digo sí! -ella retrocedió. Luke la soltó y se quedó mirándola mientras ella volvía a fregar furiosamente su sartén-. No quiero tener una relación.

– Tu marido murió hace seis años -dijo él-. ¿Acaso no piensas volver a tener una relación nunca más?

– ¡Sí!

– Debía de ser un hombre excepcional.

– Sí -ella sacudió la cabeza y luego se dio cuenta, furiosa, de que tenía los ojos llenos de lágrimas. Bien, pensó. Era preferible que Luke creyera que era su dolor por la muerte de Adam lo que la mantenía alejada de él-. El matrimonio… el compromiso… es algo que solo se da una vez -logró decir-. 0, al menos, así es para mí. Y si sigues actuando… tan ridículamente… tendrás que buscarte otra niñera. Porque Gabbie y yo tendremos que mudarnos.

– Eso sería una locura.

– Sí -dijo ella, furiosa-. Lo sería. Estropear una buena relación laboral solo porque quieres tener un lío…

– Yo no quiero un lío, Wendy -dijo él, y ella le lanzó una mirada asombrada. Cielos, casi parecía que lo decía sinceramente.

– Pero solo sería eso -replicó ella-. Somos dos personas completamente opuestas. Yo soy tu empleada, Luke Grey, y quiero seguir siéndolo. Así que, es eso o nada. Ahora, ¿volverás a Sidney… o a Nueva York… o adónde sea? ¿0 no?

– No -dijo él con firmeza-. Estoy muy bien aquí. De acuerdo, no quieres que te toque. Podré soportarlo. Soy un hombre paciente. Así que, finjamos que me quedo por el bien de las niñas, y acostúmbrate a tenerme cerca. Porque voy a quedarme mucho tiempo… por el bien de las niñas. ¿De acuerdo?

– Luke…

– Así son las cosas -dijo él con dureza, recogiendo el paño de cocina para seguir secando los platos-. Parece que no tenemos elección. Ninguno de los dos.

Aquello era muy fácil de decir, se dijo a sí mismo aquella noche, en la cama. Era fácil decir que tenía todo el tiempo del mundo. Y, en cierto sentido, lo tenía. Había reorganizado su trabajo de modo que podía trabajar desde la granja viajando solo de vez en cuando.

¿Pero cómo iba a mantenerse apartado de Wendy, si cada minuto que pasaba la deseaba más, con un deseo que nunca antes había conocido?

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