Capítulo 3

Jake tomó una curva cerrada en West Shore Road, aferrando en la mano la lista de la compra de su madre. Tenía que ir a probarse el esmoquin, y luego a comprar tres «buenos» pollos. No sabía lo que distinguía a un pollo bueno de uno malo, pero ya lo descubriría cuando llegara a la tienda.

El todoterreno patinó y Jake levantó el pie del acelerador. La noche anterior sólo había dormido un par de horas. El resto del tiempo lo había pasado dando vueltas en la cama, intentando averiguar cómo lo había fastidiado todo con Caley.

Tal vez las fuerzas del universo le estuvieran mandando un mensaje… No acercarse a Caley Lambert. Pero aunque estuviera dispuesto a considerar la advertencia, su cuerpo se negaba a escuchar. Cada vez que estaba a tres metros de ella se perdía en otra fantasía sexual.

Aquélla era su penitencia por haber reprimido sus deseos durante tanto tiempo. Su necesidad por Caley no había dejado de crecer con los años, como el calor en una olla a presión, y amenazaba con estallar en cualquier momento. Quería besarla con toda su pasión contenida, arrancarle la ropa y deleitarse con los placeres de su cuerpo. Había esperado años para volver a estar con ella, y no podía esperar más.

Pero ¿podría ser únicamente sexo? ¿Sería capaz de acostarse con ella y luego alejarse, sin ningún tipo de compromiso? Desde el momento que la encontró a su lado en la cama había sentido… una conexión profundamente arraigada y fortalecida por el tiempo. El sexo con Caley tendría que significar algo más. Pero ¿qué?

Gimió y agarró con fuerza el volante.

– Es demasiado complicado -murmuró, repitiendo las palabras de Caley. Pero a él no le parecía en absoluto complicado. Al contrario. Seducir a Caley le parecía lo más natural que había hecho en su vida.

¿Cuánto tiempo había pasado buscando a una mujer como ella? Una mujer con la que pudiera sentirse cómodo y tranquilo. Una mujer que no se adaptara a sus deseos sólo por intentar agradarlo.

Lo había visto todo… La diosa del sexo, la amante ocasional, la esposa fiel, la madre perfecta. Todas habían intentado ser algo que no eran. Pero Caley no podía ocultarse detrás de ninguna fachada. Y aunque lo intentara, él podría ver a través de ella. Se conocían desde hacía demasiado tiempo.

– Tómatelo con calma -se obligó a sí mismo.

Había podido resistirse a sus encantos cuando era joven y mucho menos experimentado. No debería ser tan difícil hacerlo ahora.

Volvió a invadirlo la imagen de Caley, sentada a horcajadas sobre él, quitándose la camiseta. Apretó los dedos mientras recordaba el tacto de su carne, el sabor de su piel, el olor de sus cabellos… Respiró hondo e intentó borrar la imagen de su cabeza.

Entonces vio un coche delante de él y redujo la velocidad. Pero al acercarse vio que el sedán no se movía y que formaba un extraño ángulo en la carretera. El vehículo le parecía familiar… al igual que la figura que estaba de pie junto al parachoques delantero. Aparcó con cuidado y salió del todoterreno.

En cuanto Caley lo vio, se dio la vuelta y sacudió la cabeza.

– No lo digas -masculló.

– ¿Quién te enseñó a conducir? -se burló él.

– Tú, ¿recuerdas? -dijo ella, sonriendo a pesar de sí misma-. Me sacabas en aquel viejo Cutlass y no hacías más que gritarme.

– Has olvidado todo lo que te enseñé, pequeño saltamontes -dijo él, acariciándole la mejilla con un dedo. Reprimió el deseo de besarla y rodeó el coche para examinar la situación.

– No me enseñaste a conducir con hielo y nieve, si mal no recuerdo.

– ¿Y cómo piensas seguir tu camino? ¿Con fuerza de voluntad?

– Quizá podrías empujarme tú.

– No servirá de nada -dijo él, metiéndose las manos en los bolsillos para no tocarla. ¿Cómo había conseguido resistirse la noche de su decimoctavo cumpleaños?-. Harán falta dos o tres hombres para sacar el coche de la nieve. Puedo ir a casa y volver con una cadena, o avisar a Teddy y a mis hermanos para espalar y empujar.

– Mi héroe -dijo Caley con una sonrisa burlona.

La sonrisa de Jake se esfumó. Apenas había pegado ojo y estaba cansado de aquel juego que se traían entre manos. ¿Por qué tenía que ser todo un desafío?

– ¿Tu héroe? Después de lo de anoche creía que ya no te gustaba.

Caley se encogió de hombros.

– Claro que me gustas. Eso no va a cambiar.

– No debería haber dicho esas cosas de tu hermana.

Ella suspiró y le tocó el brazo, como si quisiera asegurarse a sí misma que no había ningún problema entre ellos.

– Estoy tan preocupada como tú. Hoy voy a comer con mi hermana. Tenía la esperanza de hacerla reflexionar.

– ¿Sabes que aún no se han acostado?

Caley parpadeó con asombro.

– ¿Ah, no? ¿Los dos son vírgenes?

– No. Los dos han tenido sexo, pero no entre ellos. Lo están reservando para el matrimonio.

– Eso lo cambia todo -dijo Caley con ojos muy abiertos-. Quiero decir… Me parece una actitud encomiable, pero aun así me preocupa. El sexo es una parte fundamental en una relación. ¿Y si descubren que no son compatibles en la cama?

– Exacto -afirmó Jake-. Quizá tengamos que intervenir. Hablaremos con ellos y nos cercioraremos de que los dos saben dónde se están metiendo.

– Pero no tenemos ninguna autoridad moral en ese tema -dijo Caley-. Ninguno de nosotros ha estado casado. ¿Por qué habrían de escucharnos?

– Y tampoco hemos tenido sexo -añadió Jake-. Al menos, no entre nosotros.

– Bueno, pero tenemos más años y experiencia que ellos. Eso debería importar algo.

Jake lo pensó por un momento.

– Hemos crecido en el mismo ambiente que nuestros hermanos. Si el sexo fuera genial entre tú y yo, ¿no crees que también lo sería entre Sam y Emma?

– ¿Estas insinuando que nos acostemos y nos valgamos de la experiencia para impedir la boda? ¿Y si el sexo no fuera tan genial como dices?

– Oh, lo sería -le aseguró Jake-. Lo sé.

– ¿Cómo puedes saberlo?

– Por la forma en que me tocas. Y por la forma en que reaccionas a mi tacto. Sería genial. Tal vez Emma y Sam sientan lo mismo y por eso han decidido esperar.

Le puso una mano en la mejilla y le acarició el labio con el pulgar. Ella cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, esperando el beso. Pero él se contuvo, aunque sólo fuera para demostrar lo evidente. Sólo tenía que tocarla para hacerla arder de deseo. Se inclinó hacia ella y la besó ligeramente en los labios.

– ¿Ves? -murmuró-. Basta con un beso para que te derritas.

Caley sonrió y lo miró a los ojos. Bajó la mano hasta su cintura y frotó los nudillos contra la cremallera de los vaqueros.

– ¿Y qué me dices de ti? Sólo tengo que tocarte para…

Jake gimió.

– Desde anoche sólo puedo pensar en acostarme contigo. Si supiera que tengo que esperar otro día para volver a tocarte, haría un agujero en el hielo y me tiraría de cabeza al lago.

– No hagas eso -dijo ella en tono jocoso-. El agua está tan fría que el miembro se te encogería a límites drásticos.

La carcajada de Jake resonó en los árboles.

– ¿Le hablas así a los demás hombres de tu vida?

– Ahora mismo, tú eres el único hombre de mi vida. Y es muy fácil hablar contigo -hizo una pausa-. Eres mi amigo más antiguo, Jake. A ti puedo decírtelo todo… Supongo que no me había dado cuenta hasta ahora. No nos hemos visto en once años, y parece que nada haya cambiado. Y sin embargo, todo ha cambiado.

– Lo sé -dijo él-. Pero no todo ha cambiado a peor -volvió a besarla-. ¿Qué pasó anoche?

– No pude pegar ojo -admitió ella, apoyándose contra el capó del coche.

– Yo tampoco. Empiezo a pensar que nos iría mucho mejor si nos acostáramos -le puso las manos en la cintura y la miró fijamente a los ojos-. Sabes que no puedes vivir sin mí…

– Sé que no puedo sacar mi coche de la nieve sin ti -replicó ella.

Él dio un paso atrás y volvió a examinar la situación. Pero en ese momento apareció un coche de policía, que se detuvo al otro lado de la carretera. Un agente salió del vehículo y se dirigió hacia ellos.

– Me pareció que eras tú -dijo-. ¿Qué pasa, Caley?

– Hola, Jeff -lo saludó Caley con un gesto amistoso.

– Si me dices que has tenido un accidente mientras hablabas por el móvil, sabes que tendré que arrestarte.

– No estoy acostumbrada a conducir en estas condiciones. Patiné en la curva y acabé en el banco de nieve.

– Tengo una cadena en el coche. Servirá para sacar tu vehículo.

Jake vio cómo Caley le dedicaba una sonrisa encantadora al agente.

– ¿De verdad? Eso sería fantástico.

– Mi trabajo es servir al ciudadano -repuso él con una sonrisa torcida. Miró a Jake y asintió-. Puedes irte, amigo. Yo ayudaré a la señorita.

Caley se volvió hacia Jake.

– Eso nos hará ganar tiempo. Hemos tenido mucha suerte de que aparezca, ¿verdad?

Jake sintió una punzada de celos. Su reacción lo sorprendió. Recordaba haber sentido lo mismo cuando eran jóvenes y ella se fijaba en otros chicos. Pero había creído que aquella emoción estaba superada.

– ¿Os conocéis?

– Es Jeff Winslow. ¿No te acuerdas? Trabajaba en el puerto deportivo y vivía en el pueblo. Ahora es el jefe de policía.

– ¿Ése es Jeff Winslow? -de joven, Winslow se consideraba a sí mismo como el casanova del instituto. Las chicas caían rendidas a sus pies, y, según se rumoreaba, él las iba escogiendo, seduciendo y olvidándose de ellas para seguir con nuevas conquistas. Los chicos bromeaban diciéndole que tendría que buscarse un segundo trabajo para poder pagar todos los preservativos que usaba.

– Sí, lo recuerdo.

– Me detuvo la noche en que llegué al pueblo. Estaba hablando por mi móvil, pero me dejó marchar con una advertencia.

– No puedes salir con él -dijo Jake.

Caley ahogó un gemido.

– No me ha pedido que salga con él.

– Pero lo hará. Lo sé por la expresión de sus ojos. No puedes salir con él. Juega con las mujeres a su antojo.

– Siempre me decías con quién podía y no podía salir, y normalmente te hacía caso. Pero ahora soy una mujer adulta y puedo ocuparme de mí misma.

– Eso lo dices porque eres demasiado ingenua para saber lo que los hombres quieren realmente.

– No me extraña que llegara virgen a la universidad. Estaba empezando a desarrollar un complejo… Pero ahora sé exactamente lo que quieres. He aprendido unas cuantas cosas -sacudió la cabeza-. Primero intentas llevarme a la cama, y un segundo después te comportas como mi hermano mayor. ¿Cómo no voy a estar confundida?

– No quiero ser tu hermano mayor -dijo Jake.

– Entonces deja de decirme lo que tengo que hacer.

Dios, qué testaruda podía llegar a ser… ¿Sería así con todos los hombres o sólo con él?

– Bien, entonces no me necesitas ni a mí ni mis consejos. El agente Jeff puede ocuparse de tus necesidades… automovilísticas y de cualquier otro tipo.

– ¿Qué es esto? -preguntó Caley, mirándolo fijamente-. ¿Estás celoso?

La acusación le dolió, especialmente porque era cierta. Volvió a la carretera y Caley lo siguió, pero tropezó con el montón de nieve que los quitanieves habían acumulado. Jake la agarró por la cintura para ayudarla a salir y le quitó la nieve de los pantalones.

– Tengo que ir a probarme el esmoquin. Te veré después. Que tengas suerte con Emma.

– Jake, no…

– Te veré después -repitió él. Se subió a su coche y se alejó en dirección al pueblo. Había momentos en los que se preguntaba qué le resultaba tan fascinante en Caley Lambert. Parecía que se esforzaba expresamente por sacarlo de sus casillas. Si por un instante sospechaba que él le estaba dando órdenes, se plantaba en su sitio y se negaba a moverse.

Pero él no quería comportarse como su hermano mayor. De ninguna manera. Sus intereses eran mucho más carnales. Veía a Caley como una mujer hermosa, sexy y muy apetecible. Y quería que ella lo viese como un hombre, no como el muchacho que la volvía loca verano tras verano.

¿Cómo podía alterar la dinámica de una relación que parecía estancada? ¿Cómo podía hacerle ver que estarían muy bien juntos? No quería que Caley olvidara el pasado. Gracias a ello las cosas eran tan fáciles entre los dos. Lo que quería era hacerle ver que ya no eran unos crios.

Las cosas habían cambiado. Él había cambiado. Y estaba preparado para darle todo lo que ella había deseado once años antes. Sólo que ahora podía darle más que una única noche de sexo mediocre y promesas vacías.

Esa vez podía ser un comienzo.


– ¿Adónde va con tanta prisa?

Caley vio cómo el coche de Jake se alejaba rápidamente por la carretera nevada.

– Tiene una cita en el pueblo.

– Conduce demasiado rápido para este tiempo -dijo Jeff con el ceño fruncido-. Tendrá suerte si no voy tras él y le pongo una multa -rodeó el coche de Caley y enganchó la cadena a una chapa bajo el parachoques trasero-. ¿Él y tú estáis…?

– ¿Juntos? No. Sólo somos… amigos.

– ¿Sabes? Una vez me amenazó con partirme la cara si hacía algo más que besarte en nuestra cita.

– Supongo que no te dejaste intimidar.

Jeff sonrió.

– Vamos, sabía por qué saliste conmigo. No hacía falta ser muy listo para ver lo que había entre vosotros. Él me lo dejó muy claro.

– No -dijo Caley-. No había nada entre nosotros. Era como un hermano mayor, nada más.

– Yo creo que no -dijo Jeff mientras volvía a su coche-. Estoy convencido de que estaba enamorado de ti.

Caley se quedó atónita por la revelación de Jeff. ¿Cómo podía haber sacado esa conclusión por una simple advertencia? Jake había admitido lo mismo, cierto, pero ella creía que sólo estaba bromeando. ¿Y si sus sentimientos por ella fueran mucho más profundos de lo que había sospechado?

Jeff enganchó el otro extremo de la cadena a su coche y la tensó lentamente. Un momento después, el coche de Caley empezó a moverse poco a poco hacia la carretera.

– ¡Excelente! -gritó ella.

Jeff volvió a salir de su coche y se acercó al sedán para examinar el morro.

– Parece que no ha sufrido daños.

– Gracias -dijo ella. Se dispuso a abrir la puerta, pero Jeff se le adelantó rápidamente-. He sido muy afortunada por haberte encontrado.

– Escucha, hay un grupo de música que toca mañana por la noche en Tyler's. Podríamos cenar algo y luego ir allí… en caso de que no tengas ningún compromiso familiar. Y te prometo que no intentaré propasarme contigo.

Caley dudó. Entre Jeff y ella no prendía la menor chispa, y no quería darle vanas esperanzas. Además, si lo que quería eran chispas, tenía fuegos artificiales con Jake.

– Me gustaría pasar algo más de tiempo con mi hermana.

– Sí, he oído que va a casarse. Tu madre me lo dijo cuando la vi ayer en el pueblo. Eso sí que es una sorpresa. La pequeña Emma Lambert y Sam Burton. Cuesta creer que sean lo bastante mayores para casarse.

– Tal vez Emma y yo nos pasemos por Tyler's -dijo Caley. Una noche de chicas podría hacer que su hermana se replanteara el matrimonio. A Emma le quedaba mucho camino por delante, y Tyler's Roadhouse era un paraíso para chicas solteras.

– Muy bien. Te buscaré allí. Conozco al tipo de la puerta. Dile tu nombre y os dejará pasar sin cobraros entrada. Conduce con cuidado, Caley. No quiero que te metas en otro banco de nieve. Si lo haces, tendré que encerrarte en una celda.

Le abrió la puerta del coche y ella se subió. Mientras se alejaba, echó un vistazo por el espejo retrovisor. Jeff Winslow era un hombre muy atractivo. Y ahora que ella volvía a estar sin pareja, debería sentirse halagada de que le hubiera dedicado su atención.

Nunca le había dado mucha importancia a la química sexual, pero ahora entendía realmente lo que significaba. Entre Jeff y ella no pasaba nada.

Pero cuando se acercaba a Jake, un deseo y una pasión incontenibles entraban en erupción.

Había una extraña conexión entre ellos, pero no sabía de qué se trataba. Una fuerza irresistible los arrastraba el uno hacia el otro. Y Caley se preguntaba por qué se molestaba en intentar resistirse.

Su teléfono empezó a sonar y se dispuso a sacarlo del bolso. Pero enseguida retiró la mano. Por primera vez en su vida profesional, no quería pensar en el trabajo. No quería responder ninguna pregunta absurda ni explicar las cifras de ningún informe. Sólo quería estar a solas por un día. Agarró el teléfono y lo apagó, cortando prematuramente la serenata de Mozart. Ya se ocuparía de aquel asunto más tarde. Y además, lo último que necesitaba era una multa de Jeff. Tenía cosas más importantes en la cabeza.

Sus pensamientos volvieron a Jake. Lo único que la retenía era el miedo a cometer los mismos errores del pasado. ¿Y si se acostaba con Jake y era la mejor experiencia de su vida? ¿Y si se volvía a enamorar perdidamente de él?

Sus sentimientos por Jake llevaban tanto tiempo enterrados que se había olvidado de ellos. Pero en el momento de besarla habían vuelto a la superficie con más fuerza que nunca. Ella era mucho más fuerte ahora, pero Jake tenía la capacidad de hacerle olvidar la realidad.

Tomó aire profundamente. El poder que ejercía sobre ella era escalofriante, pero al mismo tiempo muy excitante y liberador. Cuando estaba con él, podía permitirse disfrutar sin más. Por primera vez desde que era una adolescente, se levantaba por la mañana con una ilusión renovada. Mientras estaba allí, con Jake, no tenía que preocuparse por los problemas laborales que la acosaban sin descanso. Podía relajarse y ser ella misma.

¿Por qué tenía que incluir a Jake en todas las decisiones que tomaba? Había estudiado en la Universidad de Nueva York porque creía que así le impresionaría. Se había dedicado al mundo de las relaciones públicas porque Jake le había dicho una vez que se le daba muy bien resolver los problemas ajenos. Y durante los últimos siete años se había convertido en una mujer fuerte porque quería demostrar que no necesitaba a Jake para ser feliz.

¿Y adónde la había llevado todo? Suspiró débilmente. De nuevo al punto de partida… persiguiendo a Jake Burton. Sólo que esa vez era él quien la perseguía a ella, y ella tenía el control sobre lo que pasaba entre los dos… hasta que él la tocaba, naturalmente. Entonces todo saltaba por los aires.

– Ése es el problema -dijo en voz alta-. Puedo controlar mi atracción por Jake siempre y cuando no estemos cerca el uno del otro. Pero me siento tan atraída por él que no puedo guardar las distancias. Haga lo que haga, estoy condenada.


Cuando volvió al hotel, ya casi era mediodía. No había nadie en recepción, pero encontró a su hermana en una mesa del comedor. Tenía una carpeta abierta y mordisqueaba un trozo de pan mientras hojeaba las páginas.

– Tu dama de honor ha llegado -dijo Caley, sentándose frente a ella.

Su hermana levantó la mirada y sonrió.

– Estupendo. Necesito que alguien me distraiga de todos estos detalles. Mi cabeza va a estallar con tantas cosas: flores, música, velas, cena… Creía que estábamos planeando una boda sencilla, pero empieza a cobrar vida propia.

Caley tomó la carpeta y examinó la lista de cosas pendientes. No entendía por qué las novias siempre se preocupaban por las decisiones más absurdas.

– ¿Esto es la lista de música? Te sugiero el Canon de Pachelbel para la entrada, y la Oda a la alegría para la salida. Las rosas rojas no combinarían con mi vestido. Mejor que sean blancas. Y que no sean rosas híbridas, sino centifolias. Velas aromáticas de vainilla… ya sabes cuánto le gustan a mamá. Y para cenar, carne y marisco. Así complacerás a todo el mundo -cerró la carpeta de golpe-. Ya está, ¿ves qué fácil?

Emma parpadeó, sorprendida.

– ¡Caroline Lenore Lambert! No puedes tomar decisiones tan rápidamente. Todas estas cosas hay que discutirlas.

– ¿Con quién? ¿Con Sam? A él le da igual. He oído que las novias dedican tanto tiempo y atención en los preparativos de la boda que se olvidan de lo que viene después.

– Por eso queríamos que fuera una ceremonia pequeña y sencilla -dijo Emma-. Algo más manejable. Entre mamá y la señora Burton nos habrían organizado el evento del siglo. Pero no sólo quiero tomar las decisiones correctas por eso. Quiero que esta boda sea perfecta. Y Sam también.

– ¿Lo has discutido todo con él?

– No. Me ha dejado a mí todos los detalles.

Caley agarró un trozo de pan de la cesta y le dio un mordisco.

– Es curioso que no quiera participar en los preparativos. Ya sabes cómo son los Burton… Siempre tienen que meter las narices en todo.

Caley vio cómo cambiaba la expresión de su hermana. Frunció el entrecejo con una mueca de preocupación y mantuvo la vista fija en la carpeta, como si todas las respuestas estuvieran en su contenido. Caley no pudo evitar sentirse un poco culpable; pero el matrimonio suponía un cambio muy drástico en la vida de cualquiera, y si Emma no estaba preparada para asumirlo, era su deber, como hermana mayor, hacérselo ver.

– Y si la boda no es perfecta, el matrimonio nunca saldrá bien -añadió-. Es como un mal karma.

– Sí, supongo -murmuró Emma.

– Vas a casarte con el hombre perfecto, así que a cambio tú tienes que ser perfecta. ¿Habéis resuelto la cuestión de la motocicleta? Yo en tu lugar me mantendría inflexible. Si muestras la menor debilidad, él no dudará en aprovecharse y se saldrá siempre con la suya.

– No quiere hablar de ello. Dice que es su decisión y de nadie más.

– Emma, las cosas sólo irán a peor cuando os caséis. El matrimonio no acaba con los problemas; al contrario, los magnifica -aquello era un flagrante intento de manipulación psicológica, pero a Caley no le importaba si con ello conseguía que Emma se lo pensara dos veces antes de cometer el mayor error de su vida. Si el amor no podía resistir un poco de presión, no estaba destinado a durar.

Ocultó una mueca de desagrado. Le dolía pronunciar aquellas palabras. Pero quizá por ello no estaba felizmente casada y viviendo en las afueras con un par de crios… Quizá hubiera algo de cierto en lo que decía…

Alargó el brazo y agarró la mano de Emma.

– ¿De verdad estás preparada para dar este paso, Em?

– He… he pensado en posponerlo -admitió su hermana en voz baja-. Pero luego lo achaqué a los nervios. Todo el mundo se llevaría una gran decepción.

– Se trata de ti, no de mamá y papá.

– Pero ¿cómo voy a saberlo? ¿Cómo se supone que debo sentirme?

– Tienes que sentir pasión, ilusión, impaciencia… Vas a pasar el resto de tu vida con ese hombre. Tienes que saber que cuando lo sigas mirando en el desayuno dentro de treinta años seguirás sintiendo lo mismo por él -se recostó en la silla-. Si cancelas la boda, Emma, yo te apoyaré en todo. Te ayudaré a explicárselo a mamá y papá.

Emma respiró temblorosamente y se obligó a sonreír.

– Así te ganas la vida, ¿verdad? Te encargas de adornar los desastres y fingir que no ha pasado nada.

– Esto no sería un desastre -insistió Caley. Pero un divorcio al cabo de dos o tres años sí lo sería. Las familias se verían obligadas a tomar partido y destruirían la amistad que siempre las había mantenido unidas.

Emma negó con la cabeza.

– No digas tonterías. No voy a cancelar la boda. Estos son los típicos nervios prenupciales, nada más -agarró un menú del centro de la mesa y se lo tendió a Caley-. Toma, ¿por qué no pides algo para almorzar mientras yo subo a mi habitación a por el catálogo de flores? Tenemos que decidir cómo serán los ramos y encargárselos al florista esta misma tarde.

Se levantó de la mesa y salió del restaurante. Caley sacudió la cabeza lentamente. Sus dudas no se habían disipado. Al contrario. Emma no estaba lista para casarse, pero no era lo bastante fuerte para tomar una decisión por sí misma. Tendría que ser Jake quien convenciera a Sam para que anulase la boda.

Agarró la carpeta de Emma y volvió a abrirla. Estaba llena de fotos de revistas y notas a mano. Había un apartado enteramente dedicado a los vestidos de novia, y otro a los trajes del novio. Era evidente que Emma llevaba más de un mes y medio planeando aquella boda. Algunas de las fotos tenían al menos cinco años.

Soltó un débil gemido. ¿Sentía Emma por Sam lo mismo que ella sentía por Jake? ¿Había estado secretamente enamorada durante todos esos años? Si así fuera, convencerla para que esperase iba a ser mucho más difícil de lo previsto.

Le hizo un gesto a la camarera y se levantó.

– ¿Puede decirle a mi hermana que he tenido que salir a hacer un recado? Volveré esta tarde.

Si ella y Jake esperaban tener éxito, tendrían que coordinar sus esfuerzos. Se disponía a llamarlo por teléfono, pero ni siquiera sabía si Jake tenía móvil. ¿Cómo podía vivir una persona en el mundo actual sin móvil? ¿O sin ordenador portátil, PDA y fax?

Mientras se dirigía hacia su coche, recordó que Jake tenía una cita para probarse el esmoquin. El único lugar del pueblo que alquilaba ropa elegante para hombres era una tienda a dos manzanas de distancia. Miró a su coche aparcado frente al hotel y decidió que llegaría antes a pie.

Al llegar estaba casi sin aliento. Fue hacia la parte trasera de la tienda, donde había un hombre de edad avanzada con una cinta métrica alrededor del cuello, frente a un espejo.

– ¿Está Jake Burton aquí?

– Se está cambiando -respondió el hombre, señalando el probador más cercano-. Saldrá enseguida.

Caley se acercó al probador y abrió la puerta. Jake estaba frente al espejo, en calzoncillos y con una camisa. La vio reflejada en el espejo y sonrió.

– Tienes una bonita habitación en el hotel, y yo me alojo en el cobertizo de las barcas. ¿Por qué nos seguimos encontrado en los probadores?

– Tenemos que hablar -dijo ella. Entonces él se giró lentamente y a Caley se le formó un nudo en la garganta al ver el musculoso pecho que revelaba la camisa a medio abotonar. Sintió un picor en los dedos al imaginarse el tacto de aquella piel bajo sus manos.

Jake le agarró la muñeca y le hizo colocar la palma sobre su pecho.

– ¿Qué es tan importante que no puede esperar hasta que me vista? -llevó la mano de Caley hacia su vientre y la dejó junto al elástico de los calzoncillos.

Ella pasó el pulgar por la cadera y lo deslizó en el interior de la tela a rayas azules. Quería ir más allá. Quería explorar su cuerpo hasta conocer al detalle aquel perfecto ejemplar de belleza masculina.

Nunca le había prestado mucha atención al aspecto físico, pero hasta ahora nunca había estado con un hombre como Jake. Sus abdominales de acero, la suave capa de vello que le cubría el pecho… Todo la fascinaba e intrigaba.

Deslizó las manos sobre su torso, viendo cómo su erección se presionaba contra los calzoncillos. Jake tiró de ella hacia él y la besó, agarrándole el trasero con ambas manos y moviendo las caderas contra las suyas. Envalentonada, Caley bajó la mano y rodeó con sus dedos el duro miembro viril a través de la tela.

Jake ahogó un gemido.

– ¿Qué estás haciendo?

– No estoy segura -dijo ella. Y era cierto. Sólo estaba siguiendo su instinto. Su audacia no tenía ningún sentido y debería sentirse horrorizada, pero cuando estaba con Jake no podía regirse por las normas de siempre.

– ¿Qué tal le queda? -preguntó el dependiente al otro lado de la puerta.

– Muy bien -respondió Jake, con los ojos cerrados y el rostro contraído en una mueca de placer. No se refería sólo a la ropa. La mano de Caley en su sexo endurecido, las suyas en su trasero… Todo encajaba a la perfección.

– ¿Puedo verlo?

– ¡No! -exclamaron los dos al mismo tiempo.

Jake la miró a los ojos, nublados por la pasión, y sonrió.

– ¿Para esto has venido? ¿Para atormentarme?

– He… he venido a hablar de Emma -admitió ella, y retiró la mano dubitativamente.

– No -susurró él-. Tócame -la besó ligeramente en los labios-. Siento haberme comportado como un cretino ayer. Me pasé de la raya. ¿Podrás perdonarme?

– ¿Por qué?

– Por lo que dije. Por cómo actué. Por ser un idiota y dejarte sola con Winslow -gimió con más fuerza-. Si sigues haciendo eso, habrá consecuencias muy embarazosas…

– Lo siento -dijo ella-. ¿Quizá deberíamos continuar más tarde?

– Creo que será lo mejor. No sé si quiero que nuestra primera vez sea en un probador -bajó la mirada-. Esto va a afectar las medidas de mis pantalones.

Caley se rió. Presentía que el sexo con Jake iba a ser una experiencia única. Nunca se había divertido mucho en la cama, y sus expectativas casi nunca se habían cumplido. Pero ahora sentía curiosidad, y estaba impaciente por averiguar cómo sería con Jake.

– ¿Debería irme?

– No, dame unos minutos. Tengo que concentrarme en otra cosa.

– En nuestro plan -dijo ella-. Necesitamos un plan. He hablado con Emma y tiene dudas. No creo que esté preparada, pero no será ella quien cancele la boda.

Jake miró a su alrededor.

– La verdad es que este probador tiene su encanto… Es como un lugar público, pero con la intimidad necesaria.

Caley lo golpeó suavemente en el brazo.

– Estamos hablando de Emma y Sam.

– No quiero hablar de ellos. Prefiero hablar de nosotros. ¿Qué vas a hacer esta tarde? Tengo algo que enseñarte.

Caley bajó la mirada y puso los ojos en blanco.

– Sólo piensas en sexo.

– No. Eso no es cierto. Y no es eso lo que quería enseñarte -la agarró por los hombros y la hizo girarse-. Deja que me ocupe de esto antes que nada -abrió la puerta y la echó del probador.

El dependiente estaba esperando con un gesto ceñudo.

– Enseguida saldrá -dijo ella-. Voy a esperar ahí fuera. Tiene usted unas sillas de aspecto muy cómodo -consiguió esbozar una sonrisa, pero la expresión del hombre no se alteró.

Diez minutos después, Jake se reunió con ella. La tomó de la mano y salieron de la tienda.

– Tienes que dejar de provocarme para que haga esas cosas -le recriminó ella.

– Antes eras mucho más atrevida -le recordó él-. ¿Qué te ha pasado?

– He crecido.

– ¿Te atreves a besarme, aquí y ahora? Delante de todo el mundo -miró a ambos lados de la calle desierta y se cruzó de brazos-. Bueno, delante de aquella mujer con el caniche.

– ¿Adónde vamos? Me dijiste que querías enseñarme algo.

– No sé si debería hacerlo -bromeó Jake-. Has perdido tus agallas. No creo que esta Caley esté preparada para lo que tengo pensado.

Ella sonrió, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó apasionadamente. Introdujo la lengua entre sus labios y empleó toda su sensualidad femenina para volver a excitarlo.

– He perdido un poco de práctica, nada más. Lo único arriesgado que hago ahora es sortear taxis cuando cruzo la Quinta Avenida.

Jake la besó otra vez y la llevó hacia su coche. A Caley no le importaba adonde fueran, siempre que fuera un lugar tranquilo y privado donde pudieran continuar lo que habían empezado en el probador.

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