Jake miraba a Caley desde el otro lado del vestíbulo de la iglesia. Estaba de pie junto a Emma, tan quieta y tranquila que Jake se preguntó qué se le estaría pasando por la cabeza.
Sabía lo que se le pasaba a él por la suya. Imágenes de su cuerpo desnudo, arqueándose con un grito de placer y con los labios hinchados por los besos. Aquella tarde habían pasado tres horas haciendo el amor, y seguía sin ser suficiente.
En la cama, Caley era aventurera y desinhibida, y él no tenía más remedio que seguirle el ritmo. Su manera de tocarlo era tan tentadora que sólo con pensar en ello se excitaba. En una sola semana Caley había llegado a conocerlo tan bien que podía sentir su placer incluso antes que él.
Lo miró y le sonrió, y él se lamió el labio inferior. Ella se puso colorada y Jake se sintió un poco avergonzado por intentar provocarla en una iglesia. Pero a aquellas alturas no quería perder ninguna oportunidad.
Escuchó distraídamente las instrucciones que Emma repartía para el cortejo. Nunca había hecho de padrino, y le sorprendía que su futura cuñada conociera al detalle los mecanismos de una boda. Cuando le dijo que se colocara junto a Sam en el altar, él la obedeció sin rechistar y caminó por el pasillo sin saber cuál serían las próximas instrucciones.
Unos minutos después, el órgano empezó a sonar y Caley inició la marcha hacia el altar con las manos unidas por delante. Jake contuvo la respiración cuando sus miradas se encontraron y una chispa de emoción prendió entre ellos. De repente se sentía como si aquélla fuese su boda y ella estuviese caminando hacia él.
Apartó la mirada, incapaz de controlar sus emociones. Nunca se había creído aquello de «y vivieron felices para siempre». Pero ahora necesitaba creer que era posible. Si había una mujer que podía hacerlo feliz para siempre, tenía que ser Caley. No había otra opción para él.
El deseo era una poderosa droga que podía enturbiar la razón de un hombre. Pero aquello no era sólo deseo. Sentiría lo mismo al cabo de una semana, de un mes o de toda una vida. Lo sabía con toda la certeza de su corazón, y sin embargo ella no podía verlo.
Cuando Caley llegó al altar, Jake se fijó en la extraña expresión de su rostro. Tenía manchas oscuras bajo los ojos y parecía respirar con dificultad. Las rodillas casi le cedieron y Jake se apresuró a agarrarla del brazo.
– ¡No! -exclamó Emma desde el fondo de la iglesia-. Quédate en tu sitio junto a Sam. No la agarres del brazo hasta la salida.
– ¿Estás bien? -le preguntó Jake en voz baja.
Caley negó con la cabeza.
– Es… estoy mareada.
– ¿Podemos hacer un descanso? -preguntó Jake-. Tengo que ir al baño.
– Y yo tengo que… beber un poco de agua -dijo Caley-. Me muero de sed. Disculpadme -puso el ramo en las manos del reverendo y se digirió hacia la puerta. Jake la siguió, ignorando las miradas de curiosidad de sus padres.
Una vez en el exterior, Caley se dobló por la cintura y respiró hondo, expulsando el aliento en una nube de vapor.
Jake le puso la mano en la espalda y la frotó suavemente.
– ¿Vas a vomitar?
– No… no lo sé.
– Dímelo, porque soy muy sensible a esas cosas y es probable que me ponga a vomitar yo también. Nos pondríamos la ropa perdida -consiguió arrancarle a Caley una pequeña risita y se complació de poder distraerla-. ¿Qué ocurre?
– Nada -respondió ella, apartándolo con la mano-. Se me ha revuelto el estómago.
– ¿Por la boda?
Ella levantó la mirada hacia él.
– Un ataque de pánico. Hacia tiempo que no sufría ninguno, pero éste ha sido horrible. Todo está pasando muy deprisa, sin darme tiempo a pensar. Sólo necesito eso… Tiempo para pensar.
– Caley, no somos nosotros los que vamos a casarnos… Son Sam y Emma. El padrino y la dama de honor no pueden ponerse nerviosos antes de la boda.
Ella se enderezó lentamente y volvió a tomar aire.
– Lo siento.
Jake vio el rastro de humedad en sus mejillas y se dio cuenta de que estaba llorando.
– ¿Qué te ocurre? -le preguntó, apartándole una lágrima con el dedo-. Dímelo.
– Estoy cansada. Y un poco emocionada. Emma va a casarse… Es una mujer adulta que va a seguir adelante con su vida, mientras que yo no tengo ni idea de lo que voy a hacer con la mía.
– ¿Qué quieres, Caley? -le preguntó, sin poder ocultar un tono de frustración. ¿Por qué Caley no podía darse cuenta de lo difícil que era encontrar algo tan especial como lo que ellos compartían?
– No lo sé. No quiero sentirme así, tan confusa e insegura. Quiero que mi vida tenga sentido. Hace tiempo lo tenía… -volvió a mirar a Jake-. Una vez fui feliz.
– ¿Y ahora no lo eres?
– ¡No! -se quedó callada un instante-. Sí. Tal vez.
– ¿En qué quedamos?
– Lo hemos pasado muy bien juntos. He cumplido la fantasía que tenía de joven. Con eso debería bastar.
– ¿Qué es lo que quieres? -insistió él. Sabía que había algo más que no le estaba diciendo.
Los labios de Caley se curvaron en una temblorosa sonrisa.
– Quiero que me digas que deje de comportarme como una cría -se pasó los dedos por el pelo y adoptó una expresión tranquila-. Lo siento. Últimamente no consigo dormir mucho. Es difícil sobrevivir a base de sexo y nata montada.
– Ha merecido la pena intentarlo -murmuró él.
– Me vendrían bien esas vacaciones -dijo ella.
– Aún podemos ir. Sólo tienes que decirlo y te sacaré de todo esto.
– Sé que lo harías.
– Vamos. Volvamos adentro a cumplir con nuestro deber. Luego cenaremos con la familia y regresaremos a Havenwoods. Encenderé la chimenea y nos acurrucaremos en la cama.
Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
– No puedo. Le prometí a Emma que esta noche me quedaría con ella en el hotel.
– En ese caso, quizá los dos podamos dormir un poco.
La tomó de la mano y la condujo de nuevo al interior de la iglesia. Emma estaba esperando otra vez al inicio del pasillo para repetir el desfile. Jake apretó los dedos de Caley y la soltó para dirigirse hacia el altar y situarse junto a Sam.
– ¿Qué ha pasado? -le preguntó su hermano.
– Nada. Está un poco emocionada por la boda. Cosas de hermanas.
– ¿Estás seguro?
Jake asintió. Estaba seguro. No era nada.
Aquella vez, Caley llegó hasta al altar sin problemas y Jake le sonrió para intentar animarla. Caley tenía razón. No habían dormido mucho en la última semana, y con todo lo que habían hecho sería extraño que ninguno de los dos sufriera las consecuencias.
– La mujer perfecta -murmuró.
– ¿Qué? -preguntó Sam, mirando por encima del hombro.
– Es la mujer perfecta. Emma. ¿No estás de acuerdo?
Sam sonrió y asintió.
– Sí, para mí lo es, desde luego.
– Y cuando encuentras a la mujer perfecta, no la dejas escapar -siguió Jake.
– Voy a casarme con ella, ¿no? -dijo Sam con el ceño fruncido.
El resto del ensayo transcurrió sin incidentes. Jake escuchó atentamente las instrucciones que le daba el reverendo, pero sus pensamientos estaban en otra parte. Podía convencer a Caley para que se quedara. Lo único que tenía que hacer era pedirle que se casara con él. Si lo hacía, ella tendría que creer que la amaba de verdad.
Pero, por muy simple que pareciera, el plan era muy arriesgado. ¿Y si ella lo rechazaba? Casi prefería no saber lo que sentía por él a saber que no lo quería. Volvió a pensar en el ofrecimiento que le había hecho once años atrás. ¿Cuánto valor había necesitado para exponer abiertamente sus sentimientos? ¿Podría él reunir el mismo valor por ella?
Cuando todos los detalles hubieron sido resueltos, Sam y Emma recorrieron el pasillo hacia la salida. Emma aferraba el ramo y parecía exultante. Jake tomó la mano de Caley y juntos se dirigieron hacia el fondo de la iglesia.
La familia volvió a reunirse en el vestíbulo, antes de separarse para ir al restaurante donde se ofrecería la cena de ensayo. Jake esperó hasta que todos hubieran salido y arrinconó a Caley en una escalera a oscuras.
– Tengo que verte esta noche -le dijo en voz baja y apremiante.
– No puedo. Se lo he prometido a Emma.
– Te esperaré en tu habitación en el hotel. En cuanto Emma se haya dormido, reúnete conmigo.
– ¿Y si se despierta o no se duerme?
– No quiero pasar una noche sin ti -insistió él-. Dentro de poco tendré que acostumbrarme a ello, pero no mientras los dos estemos en el mismo pueblo.
No se había dado cuenta hasta ese momento de lo mucho que necesitaba a Caley. Haría cualquier cosa para estar con ella. Y le pediría que se quedara con él aunque ella lo rechazara. Merecía la pena correr el riesgo.
Caley aún seguía librando una lucha contra sus verdaderos sentimientos, pero cuando finalmente se reconciliara consigo misma, todo quedaría muy claro. El único obstáculo era su relación física. El sexo le daba a Caley una excusa para no enfrentarse a lo que sentía por él. El deseo y el placer que compartían podrían distraer a cualquiera… incluido él. Por ello tenía que intentar un acercamiento diferente. Para que aquello funcionara, tenía que permanecer vestido y apartar las manos de Caley.
Jake miró su reloj a la tenue luz de la lámpara. Había supuesto que Emma estaría agotada después de la cena de ensayo y de las seis copas de champán que se había bebido. Pero eran casi las dos de la mañana y no había ni rastro de Caley. Miró el teléfono y se preguntó si debería llamarla. Pero ella sabía que la estaba esperando.
Cerró los ojos y se permitió relajarse por unos segundos. Ella tenía razón. Apenas habían dormido durante la última semana, y la falta de sueño empezaba a pasar factura.
Cuando despertó, no supo cuánto tiempo había pasado. Pero la lámpara de la mesilla estaba apagada y había alguien en la cama, junto a él. Esa persona le había desabrochado la camisa y los pantalones, y le estaba besando el pecho y el abdomen.
– ¿Caley? -murmuró.
– ¿Esperabas a alguien más?
Jake se rió y ella deslizó la mano en el interior de sus calzoncillos.
– No. Tú eres la única que siempre se mete en la cama equivocada.
– Tal vez no fuera la cama equivocada -susurró ella.
Le agarró el miembro y empezó a acariciarlo al tiempo que tocaba el extremo con la lengua. Jake ya estaba excitado, pero no recordaba cómo había llegado a ese estado. Recordaba que quería hablar con ella, pero ya era demasiado tarde para eso. Cerró los ojos y se abandonó a los placeres que ella le ofrecía. Podrían hablar más tarde, pensó mientras sucumbía a la ardiente boca de Caley.
La oscuridad que los rodeaba intensificaba aún más las sensaciones. Caley se había desnudado, y Jake deslizó las manos sobre su piel sedosa, reconociendo sus voluptuosas curvas. Incluso a oscuras era la mujer más hermosa que había conocido.
Ella le apartó lentamente la ropa para seguir besándolo y acariciándolo. Los hombros, los pezones, el vello que descendía hacia su erección… Estaba decidida a seducirlo, y él no iba a detenerla ni a cuestionar sus motivos.
Los labios de Caley volvieron al miembro erecto, llevándolo hasta el límite del orgasmo para luego retirarse en el último segundo. Jake nunca le había cedido tanto control, pero Caley parecía necesitarlo aquella noche. Había una silenciosa desesperación en lo que le estaba haciendo. Cada vez que él hacía ademán de tocarla, ella le apartarla la mano con suavidad pero con firmeza. Finalmente, Jake desistió y le dio lo que ella deseaba… su cuerpo.
Aun así, cuando ella se colocó sobre él, Jake se preguntó si también aceptaría su corazón y el resto de su vida. Necesitaba creer que aquel sentimiento jamás moriría y que tendría toda la eternidad para explorarlo y disfrutarlo. Pero también sabía que el amor podía ser algo efímero y que, aunque ahora estuvieran juntos, tal vez no lo estuvieran más adelante. A pesar de todo, él estaba dispuesto a intentarlo.
Tomó el rostro de Caley entre las manos y la hizo descender para besarla. Jamás podría saciarse de su dulzura, y cuando ella intentó retirarse, él la sujetó con fuerza para impedírselo.
Nunca había sentido nada parecido. ¿De dónde había surgido aquella necesidad frenética por una mujer? ¿Por qué era tan importante poseerla? Era suya, aunque ella no quisiera admitirlo. Su cuerpo le pertenecía. Ningún hombre podría darle tanto placer como él.
– Te quiero -susurró contra sus labios. Lo dijo sin pensar, pero no se arrepentía. Amaba a Caley y nada iba a cambiar eso.
– Yo también te quiero -dijo ella.
En aquel momento, Jake supo que todo saldría bien. Tal vez pasaran semanas o meses, pero finalmente llegaría el día en el que Caley aceptara lo que sentía por él. La agarró por la cintura y la tumbó de espaldas en la cama. Sabía exactamente cómo hacerla llegar al orgasmo y después de cada embestida se retiraba y se frotaba contra su sexo.
Caley gemía y jadeaba, aferrándose con fuerza a sus caderas y clavándole las uñas en las nalgas. Jake también estaba al borde del clímax, pero ignoró las señales y esperó a Caley. Las sensaciones se hicieron más intensas hasta descontrolarse por completo. Pronunciaron palabras entrecortadas que se perdieron en la noche y los dos perdieron el contacto con la realidad.
Caley se arqueó debajo de él y gritó su nombre. Jake sintió sus convulsiones y cómo se disolvía en poderosas sacudidas. La penetró una y otra vez a un ritmo frenético, abandonándose a la descarga de placer hasta quedar completamente exhausto.
Habían traspasado una barrera invisible y habían alcanzado un grado de placer totalmente distinto. Esa vez no sólo habían sido arrastrados por el deseo físico. Sus cuerpos se habían fundido de la manera más íntima posible, pero también lo habían hecho sus almas.
Se tumbó junto a ella y la abrazó, deslizando la pierna entre las suyas.
– Lo decía en serio -susurró-. Te quiero.
– Lo sé. Y yo te quiero a ti.
Se hizo un largo silencio, pero Jake sabía que había más que decir.
– ¿Qué significa eso?
Caley se acurrucó contra él y lo besó en el pecho.
– No lo sé.
Jake podía percibir la amargura en sus palabras. Alargó el brazo y encendió la lámpara, pues quería ver su rostro mientras hablaban. Caley lo miró con ojos muy abiertos.
– Tiene que significar algo, Caley. Nunca le había dicho esas palabras a una mujer, y estoy seguro de que tú serás la única mujer a quien se las diga.
– Jake, hace una semana que estamos juntos…
– Hemos estado juntos toda la vida -replicó él.
– Pero eso no cuenta.
Jake soltó una áspera carcajada.
– ¿Por qué no? Claro que cuenta. Tú me conoces. Caley, y sabes que haré todo lo que esté en mi mano para que esto funcione.
Se levantó de la cama y se puso los vaqueros. Ya era bastante difícil hablar de un asunto tan serio como para hacerlo desnudo.
– No voy a presionarte. Si me quieres, sabes dónde encontrarme.
Caley se incorporó, cubriéndose con las mantas. Jake la observó, esperando una respuesta, alguna señal.
– Me marcharé mañana después del banquete. He recibido una llamada de la oficina. Quieren que esté de vuelta en Nueva York el viernes por la mañana. Tenemos que adelantar la presentación de un cliente.
– No tienes por qué irte -dijo Jake-. Puedes quedarte conmigo. Yo cuidaré de ti.
– No me hagas esto, por favor. No me hagas elegir. Hay gente que depende de mí. No puedo tomármelo a la ligera.
– ¿Y qué pasa contigo? ¿No te mereces algo mejor para ti misma?
Era inútil. Sabía que no podría hacerla cambiar de opinión. No estaba preparada. Pero Jake también sabía que habría otra ocasión. Lo que había pasado entre ellos no podía ser ignorado. Tarde o temprano, Caley se daría cuenta de lo que tenían y volvería con él.
– Deberías volver con Emma -dijo-. Por si acaso se despierta y se pregunta dónde estás -se pasó la mano por el pelo-. Supongo que esto es una despedida -sonrió y sacudió la cabeza-. Adiós, Caley. Ha sido muy bonito.
– Sí, lo ha sido -corroboró ella.
Jake asintió, luchando contra el deseo de estrecharla en sus brazos y besarla hasta que lograra insuflarle un poco de sentido común. Pero lo que hizo fue caminar hacia la puerta y abrirla. Miró atrás por última vez, y la vio sentada en la cama y mirándolo fijamente. Entonces, salió al pasillo y cerró tras él.
Permaneció de pie, mirando la puerta cerrada durante un largo rato, preguntándose si aquello era verdaderamente el final. Siempre había creído que enamorarse sería la solución a todos los problemas. Pero sólo había servido para aumentar la confusión.
Tenía que creer, debía tener fe en lo que sabía que era cierto. Ella lo amaba. Y no podría vivir sin él.