– ¿Adónde vamos?
Jake la miró de reojo y sonrió. Después del incierto comienzo de esa mañana, se preguntaba si Caley y él estaban condenados a revivir continuamente el pasado.
Habían sido muy buenos amigos y juntos habían hecho de todo: pescar, nadar, trepar a los árboles… Pero cuando empezaron a verse como algo más que simples colegas, la relación se fue haciendo cada vez más tensa y difícil, y con frecuencia se enzarzaban en una lucha de voluntades enfrentadas en la que cada uno intentaba dominar al otro.
Caley se había valido de su férrea determinación para triunfar en una profesión extremadamente competitiva. En cambio, él había interiorizado la confianza absoluta que Caley tenía en él y la había empleado para levantar su propio negocio desde cero.
Nunca le había dado las gracias por ser tan buena amiga. Pero tampoco quería hacerlo ahora. Quería que Caley lo viese como algo más que un amigo. Quería volver a aquel lugar y aquel día, justo antes de que las hormonas juveniles hubieran empezado a desatarse. Tal vez entonces podrían moverse en otra dirección.
– Al menos me gustaría saber qué es eso que vas a enseñarme.
– Es una sorpresa -respondió él-. ¿Siempre eres tan impaciente? ¿O acaso odias las sorpresas?
– Las dos cosas.
– Tienes que aprender a relajarte. Ya no estás en la ciudad. Respira hondo y disfruta de este día tan bonito.
El teléfono de Caley empezó a sonar y ella lo sacó del bolso. Pero antes de que pudiera contestar, Jake se lo arrebató de las manos.
– Puedes hablar con ellos más tarde -dijo, echándole un rápido vistazo al identificador de llamada.
– Tengo responsabilidades -protestó ella, recuperando el teléfono-. ¿No tienes móvil? ¿La gente de tu oficina no tiene que hablar contigo?
– No tienen mi número. No quiero que nadie me llame, así que no lo facilito. Cuando me marcho de la oficina, me olvido por completo del trabajo. Cualquier problema que surja en mi ausencia puede esperar, o puede ser resuelto por ellos mismos. No soy tan importante, ni tengo todas las respuestas. ¿Tú sí?
Caley frunció el ceño, como si la pregunta la hubiera sorprendido.
– Pues claro. Así es como se asciende. Teniendo todas las respuestas.
– Quizá deberías confiar un poco más en la gente con la que trabajas. De lo contrario, acabarás volviéndote loca.
Jake sabía por experiencia que era mejor tomarse el trabajo con calma. Cuando abrió su estudio de arquitectura en Chicago se pasó noches y más noches en vela, acosado por la angustia y los temores sobre su futuro profesional. Pero entonces, cuando se convenció de que no iba a quebrar, dejó de preocuparse. No quería ser multimillonario ni aparecer en la portada de las revistas más prestigiosas de arquitectura. No iba a ser el siguiente I.M. Pei. Haría bien su trabajo, tendría una vida decente y sus clientes quedarían satisfechos. Y con eso bastaba.
– Trabajo mejor cuando estoy bajo presión -dijo Caley, abriendo el móvil-. Dame tu número. Quizá tenga que llamarte por alguna emergencia.
– Te lo daré sólo si me prometes usarlo -dijo él.
– ¿Para qué? ¿Para un apaño sexual?
– Tal vez. O cuando hayas bebido más de la cuenta. O cuando te quedes atrapada en un banco de nieve a un lado de la carretera.
Metió la mano en su bolsillo y sacó su móvil para dárselo a Caley.
– Graba tu número en el mío. Quizá sea yo el que tenga que llamarte por alguna emergencia.
Examinó atentamente el lateral de East Shore Road, buscando el desgastado letrero de madera que colgaba de un viejo arce. Havenwoods. Al verlo, giró bruscamente hacia el camino nevado que entraba en el bosque.
– ¿Qué haces? -preguntó Caley-. En el cartel decía que es una propiedad privada. No deberíamos entrar.
– Tranquilízate. El dueño apenas pisa este lugar en invierno. Hace mucho que nadie viene por aquí.
Caley guardó silencio y Jake giró la cabeza para mirarla.
– No pasará nada. Te lo prometo.
Siguieron avanzando entre los árboles y finalmente llegaron a un claro. Una vieja cabaña de troncos dominaba la pendiente que bajaba hasta el lago. Tenía tres chimeneas y estaba rodeada por un porche destartalado con pilares de piedra.
Cada vez que la veía, Jake se maravillaba de que fuera finalmente suya.
– Oh, Dios mío -murmuró Caley-. Es la Fortaleza -miró a Jake con una amplia sonrisa-. Hacía años que no estaba aquí. Tiene el mismo aspecto de siempre -frunció el ceño-. Pero más pequeña.
– Se llamaba Havenwoods -dijo él-. Fue una de las primeras casas de verano que se construyeron en el lago, cuando North Lake no era más que un lugar de pescadores en medio del bosque. La construyó en 1865 un magnate de los ferrocarriles de Chicago, quien poseía el lago y todos los alrededores. Fue diseñada por William West Durant, el primero en construir al estilo rústico de los Adirondacks.
– Alguien está en casa -observó ella-. Las luces del porche están encendidas a plena luz del día.
Él sacudió la cabeza.
– La iluminación se activa por un censor en el camino de entrada. Si te acercas a la cabaña desde el lago, las luces no se encienden -apagó el motor del coche-. ¿Quieres entrar?
De niños, solían atravesar el lago en barca. La amarraban al muelle de madera podrida y se dedicaban a explorar hasta el último palmo del bosque. Se habían pasado muchos días de lluvia en la cabaña, entrando por una ventana que tenía el pestillo roto.
– No podemos entrar. Sería allanamiento de morada.
– Antes lo hacíamos. A nadie le importará -dijo Jake-. Y además sé dónde está la llave, así que no tendremos que forzar la entrada -se bajó del todoterreno y rodeó el vehículo para ayudar a salir a Caley-. Si Winslow nos pilla, sólo tendrás que dedicarle una sonrisa para evitar que nos arreste.
Caley tenía la mirada fija en la fachada de la cabaña.
– Me trajiste aquí cuando cumplí quince años, y me regalaste aquel collar de puntas de flecha. Lo llevé todo el año. A mis amigas del colegio les parecía espantoso, pero para mí era… bueno, algo especial.
– ¿Aún lo tienes?
– Claro que sí. Está guardado en mi armario, en Nueva York. La cinta de cuero se rompió, pero lo conservé de todas formas, junto a todo lo demás que me diste -sonrió-. Tendré que rebuscar en esa caja.
– ¿Qué más cosas guardas?
– Tonterías. Recuerdos de nuestra gran historia de amor. Hay un trozo de chicle que también me diste. Solía sacarlo de vez en cuando y tocarlo, porque sabía que había estado en tu bolsillo.
– Eso da un poco de miedo -comentó él en tono jocoso.
– Lo sé. Era una joven ingenua e impresionable. Todo significaba algo.
Subieron los escalones nevados y Caley se acercó a la ventana para escudriñar el interior.
– Parece igual que siempre.
Jake caminó hasta la segunda hilera de ventanas, se agachó y apartó una piedra bajo el alféizar. Debajo estaban las llaves.
– ¿Cómo sabías dónde estaban?
– Estuve aquí un verano, solo, y apareció el guarda. Vi de dónde sacaba las llaves, y desde entonces, pude entrar cada vez que quería -sonrió y agarró la mano de Caley para llevarla hacia la esquina-. Mira esto. Estos troncos fueron cortados a mano para que encajaran unos con otros. Durant siempre empleaba materiales del entorno.
Abrió la puerta principal, compuesta de tres troncos, y pasó al interior. Caley se quedó atrás.
– No pasará nada. Te lo prometo.
Una vieja lámpara de astas de ciervo colgaba sobre sus cabezas. El mobiliario estaba desgastado y polvoriento, pero Jake había conseguido limpiar casi toda la suciedad provocada por las goteras del tejado y las ventanas rotas.
– Cielos -dijo Caley-. Este lugar necesita mucho trabajo. De pequeña me parecía un palacio, pero ahora veo lo que es.
– Intenta mirar más allá de la superficie -le sugirió Jake-. ¿Puedes ver lo que podría volver a ser?
– Sí que puedo -respondió ella, acercándose a un banco hecho de ramas-. Pero haría falta alguien con mucho tiempo y dinero.
– De joven venía a memorizar los detalles de esta casa, y por eso decidí convertirme en arquitecto. Quería diseñar casas como ésta. Casas de verano donde la gente pudiera relajarse y disfrutar.
Sintió cómo ella lo tomaba de la mano y entrelazaba los dedos con los suyos. Fue un gesto muy simple, pero él supo que Caley lo entendía. No estaba seguro de que nadie más lo entendiera, pero Caley sí. Y quería volver a compartirlo todo con ella.
– Vamos. Te enseñaré el resto.
No la había besado ni acariciado íntimamente, pero de repente sentía que estaban mucho más unidos. Era él quien estaba allí ahora, no el chico que Caley había conocido. Y la mujer que estaba junto a él comprendía lo que significaba.
Estuvieron vagando por la casa, y Caley asimilaba los detalles en silencio, como si estuviera perdida en los recuerdos del pasado. Las motas de polvo se arremolinaban a su alrededor a la luz que se filtraba por las ventanas. Al pasar por un haz de luz, Jake la estrechó suavemente entre sus brazos y la besó, buscando el sabor que tanto anhelaba.
– Te deseo -murmuró contra sus labios.
Caley levantó la mirada y se fijó en su boca.
– Enséñame el resto de la casa.
Recorrieron lentamente los seis dormitorios, y Jake le indicó los detalles arquitectónicos que hacían de Havenwoods un lugar tan especial. Cuando volvieron al vestíbulo, Jake estaba desesperado por besarla. Aun así esperó, confiando en que la magia de aquel lugar surtiera efecto.
La casa estaba en un estado lamentable, pero formaba parte de la historia que Caley y él compartían. Merecía un destino mejor que ser abandonada a la lluvia y la nieve o que el fuego de cualquier excursionista descuidado la redujera a cenizas.
Jake había hipotecado su futuro para comprarla, gastándose todos sus ahorros y vendiendo su deportivo para comprarse un todoterreno de segunda mano. Incluso había vendido su casa en Wicker Park para mudarse a un diminuto apartamento en un barrio de mala muerte y así poder pagar la hipoteca y los impuestos.
Apenas le quedaba dinero para las reformas, pero sentía que merecía la pena correr el riesgo. Aunque aún no le había dicho a nadie que la había comprado. Su padre se pondría hecho una furia, y su madre nunca lo entendería. Pero en Caley tenía a una fiel aliada.
– Sólo hay dos cosas que he querido de verdad en mi vida. Y ésta era una de ellas.
– ¿Cuál era la otra? -preguntó Caley.
– A ti -respondió él con una picara sonrisa.
Jake cerró la puerta principal y devolvió la llave a su sitio, bajo la ventana. Caley lo observaba atentamente, evocando los recuerdos de su infancia. No podría contar los días que habían pasado en la Fortaleza. Había sido un lugar mágico. Un lugar para ellos solos.
Eran recuerdos muy dulces. Incluso cuando las cosas se habían puesto difíciles entre ellos, siempre había podido contar con Jake. De jóvenes habían tenido agrias discusiones, pero siempre era él quien volvía con una disculpa, con un regalo que hubiera encontrado en el bosque, con un plan para una nueva aventura o simplemente con un chiste que la hacía reír. No era difícil entender por qué había estado enamorada de Jake todos esos años. Cuando estaba con él, se sentía como la persona más especial del mundo. Y ahora volvía a sentirse igual. Entre ellos existía una sinceridad y un respeto que nunca había conocido con ningún otro hombre.
Cuando él volvió a su lado, ella le rodeó la cintura con los brazos y se puso de puntillas para darle un beso en los labios.
– Gracias.
– ¿Por qué?
– Por traerme otra vez aquí.
Jake la abrazó por la cintura y la apretó contra él. El beso fue tranquilo y suave, con su lengua acariciándola lenta y seductoramente.
Fue como si finalmente los dos comprendieran que estar juntos era inevitable. Ya no había nada que pudiera detenerlos. Caley había estado pensando durante todo el día en lo que un solo beso podía hacerle. Si un beso bastaba para derribar sus defensas por completo, ¿qué pasaría con una noche entera en la cama?
Y de repente sintió un deseo incontenible por averiguarlo. No tenía que pensar en las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer, simplemente porque ya no le importaban las consecuencias. Lo único que quería era entregarse por entero a Jake.
– ¿Te gustaría que volviéramos al hotel? -le preguntó.
– Estaba pensando en bajar al lago -dijo Jake-. Hay algo más que quiero enseñarte.
– Quiero volver al hotel -insistió ella-. Contigo.
Él la miró fijamente a los ojos con una extraña expresión en el rostro, y una sonrisa curvó lentamente sus labios.
– No tenemos por qué volver allí -murmuró.
– ¿No?
Entonces Jake le hizo rodear la casa hasta la parte con vistas al lago. Desde allí se veía la pequeña construcción de troncos a unos treinta metros de la casa, conectada por una pasarela cubierta. De niños la llamaban «el Cuartel», pero en realidad era una cocina. Cuando llegaron a la puerta, Jake sacó sus llaves y abrió el candado.
– ¿Tienes tu propia llave? -le preguntó ella.
Jake empujó la puerta.
– Sí. Me resulta muy útil, teniendo en cuenta que esta propiedad es mía.
Caley ahogó una exclamación. No estaba segura de haberlo oído bien.
– ¿Esta cabaña es tuya?
– No sólo la cabaña. Todo este lugar. La casa, el terreno, el muelle carcomido y las cabañas sin techo de invitados. El mobiliario cubierto de moho y la cabeza de alce sobre la chimenea. Todo es mío.
Caley miró el interior de la pequeña cabaña. Junto a la ventana había una mesa de dibujo, y un pequeño catre frente a la chimenea. Se acercó a la mesa y miró los bocetos y planos esparcidos por la superficie. Reconoció la fachada de la cabaña principal. Todos estaban cubiertos de notas adhesivas con la letra de Jake.
Sintió que el corazón se le henchía de emoción. De repente entendía la verdadera razón de su visita. Aquél era el hogar de Jake. Y él quería contar con su aprobación.
– No puedo creer que todo esto sea tuyo -dijo-. ¿Cómo lo has conseguido?
– Estaba asistiendo a un seminario en Nueva York y decidí buscar a la dueña. Sabía su nombre por los archivos de Hacienda. Tomamos té y le dije cuanto amaba este lugar y cómo me había colado aquí de pequeño. Ella accedió a vendérmelo, con la condición de que lo volviera a convertir en lo que había sido en su infancia. Le hice una promesa y tengo intención de cumplir mi palabra. Y cuando acabe, quiere que invite a sus nietos a venir de vez en cuando.
– ¿Por qué me has traído?
– Es nuestro sitio -dijo él-. Pensé que tenías que volver a verlo. Eres mi mejor amiga y sabrías apreciarlo.
Caley se bajó lentamente la cremallera del abrigo.
– Ahora mismo no quiero ser tu amiga -dijo, dejando caer el abrigo al suelo de madera.
Él levantó las manos y le frotó los brazos a través de la camisa.
– Quizá debería encender un fuego.
Caley se sentó en el borde de la cama y vio cómo él metía papel de periódico en la chimenea de piedra. Colocó algunos troncos encima y encendió una cerilla. Los dos contemplaron cómo prendían las llamas en la leña seca.
– ¿Te quedas aquí a menudo? -preguntó ella.
– Siempre que vengo de la ciudad -respondió él-. Es más difícil en verano, ya que mis padres están en el pueblo y tengo que quedarme con ellos. Pero en invierno nadie sabe que estoy aquí. Trabajo en las reformas de la casa y en mis otros proyectos.
– Estoy acostumbrada a tener a mucha gente alrededor -dijo ella-. No sé cómo puedes trabajar con este silencio.
– A veces el silencio es muy agradable -repuso él, inclinándose para besarla.
Ella alargó las manos hacia los botones de su camisa y Jake soltó un gemido ahogado. Le presionó la mano contra el pecho y sintió los latidos de su corazón. Le costaba respirar, como si la anticipación la dejara sin aire.
– ¿Estás segura de que quieres hacerlo aquí? -le preguntó él-. Me temo que las condiciones no son las mejores.
– Es perfecto -dijo ella. Siempre había soñado en que fuese de aquella manera con Jake. En algún lugar secreto donde nadie pudiera encontrarlos, en el asiento trasero de su viejo Cutlass o en una playa desierta en mitad de la noche.
Jake sacó su cartera del bolsillo de los vaqueros y extrajo un preservativo.
– Supongo que vamos a necesitar esto.
– ¿Estás nervioso? -le preguntó Caley. Lo agarró por la pechera del abrigo y tiró de él hacia ella.
– No -respondió con una sonrisa-. Bueno, tal vez un poco… Dios, me siento como si estuviéramos en el instituto y ésta fuera mi primera vez.
– Lo sé… Yo siento lo mismo -admitió ella. Le quitó el abrigo y lo arrojó a un lado de la cama-. Eso lo hace más emocionante, ¿no crees?
Se puso de rodillas y se quitó la camisa, dejándola caer sobre el abrigo de Jake. Él le frotó el pezón con el pulgar, endureciéndolo bajo la tela del sujetador.
– Cariño… estar desnudo contigo será tan emocionante como si lo hiciéramos en medio de Main Street, con todo el pueblo mirando.
Se arrancaron mutuamente el resto de la ropa, recorriendo con manos frenéticas cada palmo de piel expuesta. El aire aún era frío en el interior de la cabaña y a Caley se le puso la carne de gallina. Pero el tacto de Jake la excitaba tanto que temblaba con cada caricia. Se sentía invadida por el deseo, los nervios y una excitación incontenible.
Cuando estuvieron en ropa interior, se detuvieron y se miraron el uno al otro. Caley soltó una risita.
– ¿Y ahora qué?
– Soy virgen -bromeó él-. Quizá deberías enseñarme lo que hay que hacer.
Caley le acarició el labio con un dedo. Jake le estaba dejando el control de la situación. Años atrás había intentado seducirlo, sin éxito. Esa vez, estaba segura de conseguirlo.
Deslizó las manos por su cuerpo, metió los dedos por el elástico de los calzoncillos y se los bajó de un tirón. A continuación, se ocupó rápidamente de su propia ropa interior. El cuerpo de Jake irradiaba un calor más intenso que las llamas de la chimenea. La apretó contra él y el calor fundió ambos cuerpos en uno solo.
Tendida sobre él, Caley se deleitó con la sensación de estar desnudos y abrazados mientras él le acariciaba la espalda y las caderas. Podía sentir su deseo masculino entre ellos, duro y ardiente. Le habría gustado proceder con calma y saborear cada momento. Pero la impaciencia la apremiaba. Había esperado demasiado tiempo, y ahora que había tomado la decisión, no habría nada que pudiera detenerla. Se retiró y empezó a besarlo en el pecho, descendiendo hasta el vello del vientre. Caley conocía bien el poder que tenían sobre ella las caricias de Jake. Ahora quería comprobar el poder que tenía ella sobre él. Lo acarició lentamente y le rodeó el miembro con los dedos. Él cerró los ojos y soltó un jadeo entrecortado. Se arqueó hacia ella, y cuando Caley levantó la mirada, vio que tenía los ojos abiertos y que observaba todos sus movimientos.
– No creo que mi primera vez fuera tan deliciosa.
Caley sonrió, se agachó y se metió el miembro en la boca. Jake dio un respingo, como si su cuerpo hubiera sido sacudido por una descarga eléctrica.
– ¿Lo estoy haciendo bien? -bromeó ella, sonriéndole.
– Oh, sí… Muy bien…
Caley continuó acariciándolo con la lengua y los labios, atenta a sus reacciones para llevarlo hasta el límite una y otra vez. Y cuando sospechó que no duraría mucho más, se colocó sobre él hasta situar el miembro hinchado entre sus piernas.
Empezó a frotarse contra su erección, provocándose oleadas de placer por todo el cuerpo. En el pasado, el sexo no le había reportado más que amargas decepciones. Nunca había sentido la clase de pasión que quería sentir, y que sabía que podía sentir.
Pero esa vez era diferente. Caley sentía que podía cerrar los ojos y abandonarse al placer. Estaba muy cerca del orgasmo, y eso que Jake ni siquiera la había tocado. Un impulso la acució a actuar, a buscar algo que nunca había experimentado y que sin embargo siempre había querido. Le quitó a Jake el preservativo de la mano y rasgó el envoltorio.
– Espera -murmuró él-. Despacio…
– Llevo esperando once años -dijo ella-. No puedo esperar más -desenrolló el látex en el miembro y se sentó a horcajadas sobre sus caderas hasta sentir el extremo de su sexo. Entonces, con un hondo suspiro, descendió sobre él.
La sensación de estar colmada por Jake fue como una revelación celestial, perfecta, maravillosamente íntima. Estaban más unidos de lo que nunca habían estado antes, pero todo parecía deliciosamente natural, como si sus cuerpos estuvieran hechos el uno para el otro.
Jake empezó a moverse dentro de ella, mirándola fijamente a los ojos y con las manos entrelazadas. Caley se inclinó hacia delante y le pasó la lengua por los labios, y él levantó la cabeza para devorarla con una pasión desesperada, comunicándole su deseo sin necesidad de palabras.
Era sexo, pero también algo más. Era pasión, instinto, una necesidad que los había consumido durante años. Era el pasado y el presente. Eran los dos ahogándose en un mundo de placer. Ahora comprendía por qué no había ocurrido años atrás. Ninguno de los dos había estado preparado para la intensidad de su unión.
Jake metió la mano entre ellos para tocarla, pero ella se la agarró y la sujetó a su costado. Estaba a un suspiro del orgasmo, y una mera caricia de Jake bastaría para hacerla explotar. En vez de eso incrementó el ritmo, meciéndose más y más rápido y sintiendo cómo aumentaba la tensión en su interior. Era casi imposible contenerla, pero sabía que, si esperaba un poco más, todo sería mucho más intenso. Quería llegar al orgasmo, pero también quería que fuese la liberación más poderosa que jamás hubiera experimentado.
Pero Jake no quería seguir interpretando un papel pasivo. Se incorporó y se rodeó la cintura con las piernas de Caley. Y cuando empezó a moverse de nuevo, ella supo que estaba perdida. Cada embestida, cada roce, era una tortura exquisita.
Sintió que alcanzaba el éxtasis, tan cercano que casi podía tocarlo. Y finalmente lo experimentó como una cascada de sensaciones incomparables. Gritó de placer mientras su cuerpo reaccionaba descontroladamente, sacudido por un espasmo tras otro.
Y entonces, de repente, Jake presionó la cara entre sus pechos, aferró las manos a sus hombros y la acompañó en el orgasmo hasta vaciarse por completo.
Cuando las convulsiones cesaron, los dos se derrumbaron a la vez y Jake la tomó en sus brazos. Todo había pasado muy deprisa, pero Caley se sentía completa y exhausta. Sus músculos, tan tensos unos segundos antes, estaban lacios y flácidos.
– Oh, Dios mío -murmuró.
– ¿Por qué hemos esperado tanto tiempo? -preguntó él, dándole un beso bajo la oreja.
– Hace once años no habría sido tan especial.
– No me refiero a entonces. Me refiero a los dos últimos días -le pasó la mano por el pelo enmarañado y la miró a los ojos-. Esto lo cambia todo.
Caley frunció el ceño.
– ¿Por qué lo dices?
– ¿Cómo se supone que voy a estar ahora cerca de ti? ¿Cómo voy a contenerme para no tocarte y besarte? Quiero estar contigo esta noche. Y mañana por la noche. Todo el tiempo que tú me desees.
– Entonces, ¿esto no es una aventura de una sola noche?
– No -dijo él, sacudiendo la cabeza-. Nada de eso. No puedes resistirte a mí.
– Y tú no puedes resistirte a mí -replicó ella con una sonrisa de satisfacción.
– ¿Por qué iba a intentarlo?
Caley se acurrucó contra su cuerpo fuerte y cálido.
– Podemos quedarnos aquí esta noche. Conozco al dueño… -lo besó en el pecho y suspiró.
– Nadie nos está esperando -dijo Jake.
– Salvo Emma. Pero puede esperar -se apoyó en el codo y le apartó un mechón de pelo de la frente-. ¿Podríamos hacerlo otra vez?
– Desde luego -respondió él, pero entonces maldijo en voz baja-. No. Sólo tenía un preservativo.
– Hay otras cosas que podemos hacer -sugirió ella.
– ¿En serio? Siempre me ha encantado tu afán aventurero.
La agarró por la cintura y tiró de ella hacia él para besarla. Caley se abandonó de nuevo a las sensaciones. Había muchas cosas que nunca había probado en la cama. Pero toda sus inhibiciones se disolvían en cuanto Jake la tocaba. Con él no se sentía vulnerable, sino poderosa. No tenía que preocuparse de lo que él quisiera o necesitara, porque él sólo quería darle placer. Podía disfrutar de su cuerpo sin sacrificar una parte de sí misma.
Primero habían sido amigos y ahora eran amantes. No había vuelta atrás.
– No, no te vayas -dijo Jake, tirando de ella otra vez-. Aún no. Quédate un poco más.
Caley lo miró por encima del hombro, arropado en la cama del cobertizo.
Oficialmente eran amantes desde las últimas veinticuatro horas, y cada vez era más difícil escabullirse sin levantar sospechas. Después de la cena en casa de los Lambert, Caley se había inventado una excusa ridícula, alegando que tenía que preparar los brindis para la boda. Bajaron al cobertizo de las barcas, y en cuanto la puerta se cerró tras ellos, empezaron a arrancarse la ropa frenéticamente mientras avanzaban con dificultad hacia la cama.
Habían pasado la noche anterior en la habitación de Caley en el hotel, y Jake había vuelto al cobertizo con las primeras luces del alba, antes de que nadie se percatara de su ausencia. Eran adultos, pero había momentos en los que Jake se sentía como si fueran adolescentes.
– ¿No te parece extraño?
– ¿El qué? -preguntó ella mientras seguía vistiéndose.
– Somos dos personas adultas, lo que estamos haciendo es perfectamente legal, y tenemos una gran variedad de lugares para elegir. No nos debería preocupar que nos sorprendieran.
– Sólo serviría para complicar las cosas -dijo Caley-. Provocaría muchas preguntas y expectativas. Quiero que esto sea algo entre tú y yo, sin que nuestras familias intervengan para nada. ¿De acuerdo?
Jake asintió.
– Entonces, ¿quieres que me cuele en tu cama esta noche?
Caley agarró su abrigo, sacó una llave del bolsillo y la hizo oscilar frente al rostro de Jake.
– Te he hecho una copia. Pero ten cuidado de que Emma no te vea entrar. Se acuesta muy temprano, así que puedes venir en cuanto puedas escabullirte -le dio un rápido beso y se puso las botas-. ¿Estás de acuerdo con nuestro plan?
Habían ideado una estrategia para poner a prueba el compromiso de Sam y Emma. Habían discutido todos los problemas y dificultades que una pareja se encontraba en el camino al amor eterno, y habían trazado una carrera de obstáculos para la joven pareja.
– La Operación Antiboda está en marcha.
– Recuerda que nuestra intención no es acabar con su boda -dijo Caley-. Simplemente vamos a comprobar hasta dónde llegan sus sentimientos… Lo mismo que haría cualquier consejero matrimonial.
– Salvo que no tenemos titulación profesional ni experiencia práctica en asuntos matrimoniales.
– No. Pero sí tenemos experiencia en las relaciones -dijo Caley-. Y eso debería servir para algo -se sentó en el borde de la cama, completamente vestida con la ropa de abrigo-. Mañana por la noche llevaré a Emma a Tyler's. Está lleno de solteros con los que bailar, y me aseguraré de que tome unas cuantas copas de más.
– Y yo me llevaré a Sam a buscar un poco de diversión. Hay un club de striptease en la interestatal. Pensaba llevarlo allí.
Caley abrió los ojos como platos.
– ¿En serio? ¿Es uno de esos clubes donde se quitan toda la ropa?
– Casi toda la ropa -dijo Jake-. Chicas bailando en un poste con billetes de un dólar en los tangas.
– ¿Has estado allí otras veces?
Jake sacudió la cabeza.
– No, pero he oído hablar del local. Brett y unos amigos de la universidad fueron allí a celebrar su veintiún cumpleaños. ¿Te molesta que esté mirando a mujeres desnudas?
– Claro que no.
– Porque a mí sí me molestaría que estuvieras mirando a hombres desnudos.
– Tal vez debería buscar un club de striptease masculino para ir con Emma. Tiene que haber uno en alguna parte.
– Sólo hay un cuerpo que yo quiera ver desnudo -dijo él-. Y es el tuyo. No tienes de qué preocuparte. Después de lo que hemos hecho, ni cien mujeres desnudas podrían excitarme.
– Buena respuesta -dijo ella. Se tumbó sobre él y lo besó en la boca-. Lo verás más tarde…
– Cuento con ello.
Caley se dirigió hacia la puerta y le dedicó una sonrisa antes de salir. Jake escuchó sus pisadas en los escalones y se levantó de la cama, envolviéndose con el edredón, para mirar a través de la cortina cómo Caley atravesaba el césped nevado hacia la casa de los Lambert.
El cobertizo era un refugio muy agradable y acogedor. La calefacción estaba encendida durante todo el día, la madre de Jake le había dado un edredón nórdico y Brett había abierto la llave de paso para que pudiera usarse el cuarto de baño. Las comodidades eran casi perfectas, y además tenían una intimidad casi total.
Jake volvió a la cama y cerró los ojos. Había hecho el amor con muchas mujeres, y en todas había buscado aquella conexión especial, aquella chispa que le dijera que había encontrado a la mujer adecuada. En las últimas veinticuatro horas se había dado cuenta de que esa conexión existía con Caley. Quizá siempre hubiera existido entre ellos.
Pero ¿qué significaba eso? Vivían en mundos diferentes. Jake quería creer que el amor podía con todo, pero era realista y sabía en qué consistía una relación. Caley había dejado muy claro que su aventura acabaría en cuanto ella volviese a Nueva York, y aunque él estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviera en su poder para convencerla, tenía que prepararse para que todo acabara al final de la semana.
Siempre había sabido que sería difícil, pero ahora que se habían convertido en amantes, era imposible. Para ella tampoco sería fácil, desde luego. Su deseo por él era tan fuerte como el suyo, y Jake sentía que con cada beso y caricia el lazo que los unía se iba haciendo más fuerte.
Y si Caley lo abandonaba, si las cosas llegaban a su fin, Jake no creía que ninguna otra mujer pudiera ocupar su lugar. En el fondo de su mente siempre había comparado a todas las mujeres con Caley, pero no había sido consciente de ello hasta ahora. Había conocido a mujeres muy listas, pero Caley lo era aún más. Había conocido a mujeres muy hermosas, pero Caley poseía una belleza única y especial. Jake había crecido deseándola, y sólo a ella. Y ahora que por fin era suya, tenía que enfrentarse al miedo de perderla.
Se echó el brazo sobre los ojos y maldijo en voz baja. En ese momento, llamaron a la puerta y se incorporó de un salto, sorprendido de que Caley hubiera regresado tan rápidamente. Esperó a que ella entrase, pero volvieron a llamar a la puerta. Jake se puso los calzoncillos y fue a abrir, pero no fue Caley a quien se encontró, sino a su hermano Sam.
– ¿Puedo pasar?
– Claro -dijo Jake, apartándose para permitirle el paso-. ¿Qué ocurre? Es tarde.
Sam empezó a dar vueltas por la habitación, con los hombros tensos y una expresión adusta en el rostro. Se sentó en el borde de la cama y se retorció nerviosamente los dedos.
– Hice lo que me dijiste. Esta noche llevé a Emma al hotel y le dije que era el momento de ser honestos el uno con el otro. Le dije que teníamos que acostarnos antes de casarnos.
– ¿Y se negó?
– No -dijo Sam-. Tuvimos sexo -sacudió la cabeza-. Y fue horrible.
Jake frunció el ceño.
– ¿Cómo de malo?
Sam se echó hacia atrás y se cubrió el rostro con las manos.
– Todo lo malo que podía ser. Ella estaba tan excitada como yo… al principio. Yo quería que fuera algo romántico y especial, pero todo lo que hice parecía forzado. Y entonces no, no pude… ya sabes.
– ¿No se te levantó?
– No conseguí mantener la erección -respondió él. Se giró y miró a Jake-. ¿Crees que necesitaré tomar Viagra?
Jake se echó a reír.
– Nunca habías tenido ese problema, ¿verdad?
– ¡No! Nunca. Pero nunca me había acostado con una chica con la que fuera a casarme. ¿Y si es así con Emma? ¿Qué pasará si no puedo… cumplir en la cama?
– A todos los hombres les ocurre de vez en cuando.
– ¿A ti te ha ocurrido alguna vez?
– Bueno… No. Pero yo nunca he soportado la presión que tú estás soportando. Cuando te animé a que tuvieras sexo con ella, no me refería a que tuvieras que hacerlo porque fuese una obligación. No es como cortar el césped o cambiar el aceite del coche. Es mucho más que eso.
– Te refieres a los juegos y los preliminares -dijo Sam-. Ya lo sé. Lo intenté, pero ella quería hacerlo cuanto antes. Al principio pensaba que tendría que convencerla, pero parecía más impaciente que yo. Supongo que Caley le dijo que era muy importante ser sexualmente compatible con tu pareja -hizo una pausa-. Creo que Emma dijo la palabra «crucial». Y entonces empecé a ponerme nervioso.
– Sí, me imagino lo que pasó -dijo Jake, aunque no podía compararlo con su propio caso. El deseo que sentía por Caley ahogaba cualquier pensamiento racional. Cuando estaban juntos, no tenía que preocuparse por que su cuerpo dejara de responder. Simplemente ocurría. Se excitaba por puro instinto y todo acababa con una increíble explosión de placer.
Se sentó junto a su hermano y le dio una palmada en la espalda.
– Esto no significa que siempre vaya a ser así.
– Pero ¿y si lo es? No querría casarme con ella.
– Es sólo algo temporal -le aseguró Jake-. Créeme. La próxima vez todo irá bien.
– No es que no deseara hacerlo -dijo Sam-. Quiero decir… Emma es muy sensual y me excita con sólo besarme. Sabes cómo es eso, ¿verdad?
Jake se mordió el labio y se obligó a sonreír, recordando la tarde que había pasado con Caley.
– Sí, lo sé -murmuró.
– Emma y Caley van a salir juntas mañana por la noche -dijo Sam-. Una noche de chicas. Sé que no tengo que preocuparme por nada. A Emma no le pasará nada si está con Caley. Pero ¿y si empieza a buscar a un hombre que pueda… hacerlo?
– Tal vez deberíamos salir nosotros también -sugirió Jake-. Así podrás despejarte un poco. El novio y el padrino. ¿Qué te parece?
– Sí -respondió Sam-. Ya tengo veintiún años. Puedo entrar en cualquier local.
– Y yo conozco el local adecuado -dijo Jake. Se levantó y agarró los vaqueros del suelo-. Puedes quedarte aquí esta noche. En el armario hay sábanas y mantas para el sofá. Iré a la casa a por algo de beber y luego podremos hablar. Tenemos que organizar esto.
– Gracias. No sé qué haría sin ti. Tal vez algún día, cuando te cases, pueda devolverte el favor.
Jake se puso la camisa y las botas.
– Enseguida vuelvo -dijo mientras se dirigía hacia la puerta-. Tú quédate aquí e intenta relajarte.
Bajó trotando los escalones y sacó el móvil del bolsillo para llamar a Caley, pero le saltó el buzón de voz.
– Hola, soy yo. Escucha, no voy a poder verte esta noche. Sam ha venido al cobertizo después de que tú te marcharas y necesita un poco de compañía. Cosas de hombres… Supongo que te veré mañana -hizo una pausa, tragándose las palabras que quería decir-. Que duermas bien.
«Te quiero». Eso era lo que había querido decir. Pero en el último momento se había censurado a sí mismo, preguntándose si no sería demasiado pronto para decirlo. Aunque las palabras no siempre tenían un significado tan serio, ¿verdad? Quería a Caley, pero esos sentimientos habían cambiado y ahora las palabras adquirían una importancia mucho mayor. Volver a estar con Caley había devuelto a su vida una pieza largamente perdida. Ella le hacía creer que era posible encontrar a una buena amiga y a una amante en la misma persona. Y no era tan descabellado añadir una esposa a esa lista.
Sacudió la cabeza. Nunca había pensado en el matrimonio. Tal vez siempre había sabido, en algún rincón secreto de su mente, que sólo había una mujer para él. Se detuvo y masculló una maldición. ¿Se suponía que tenía que ser tan fácil? Siempre había imaginado que haría falta una vida para enamorarse, y aún más para averiguar si el amor podía sobrevivir al matrimonio. Pero de repente todo le parecía sorprendentemente simple.
Su móvil empezó a sonar y lo sacó del bolsillo. Sonrió al reconocer el número de Caley en el identificador de llamada.
– Hola. ¿Has recibido mi mensaje?
– Sí. ¿Qué ocurre? ¿Qué son esas cosas de nombres?
– Hace dos días, le dije a Sam que si quería acostarse con Emma antes de la boda, debía decírselo. Y parece que no ha ido demasiado bien.
– ¿Cómo que no ha ido bien? ¿Emma se negó a hacerlo?
– Al contrario. Se mostró más que dispuesta, pero cuando lo intentaron el cuerpo de Sam no respondió.
– Vaya -dijo Caley-. Eso tiene que ser muy embarazoso. Emma estaría esperando que fuera lo más maravilloso del mundo y… -respiró hondo-. Gracias a Dios no ha pasado en su noche de bodas. ¿Puedes imaginarte la decepción que habría sido?
– Por eso creo que puede servir a nuestros planes -dijo él-. Es obvio que ahora mismo los dos tienen dudas.
Hubo un largo silencio al otro lado de la línea, y por un momento Jake pensó que se había perdido la comunicación.
– ¿Crees que deberíamos continuar? -preguntó ella finalmente.
– Sí, eso creo. ¿Qué sabemos de su relación? Ni siquiera sabemos lo que hay entre nosotros.
– Sexo -respondió Caley-. Deseo. Curiosidad.
– ¿Eso es todo?
– ¿Qué más podría haber?
Jake maldijo el hecho de estar hablando por teléfono. Necesitaba mirarla a los ojos para extraer la verdad de sus palabras.
– Dímelo tú.
– No lo sé -dijo ella-. ¿Qué quieres que diga? No sé lo que hay entre nosotros. Supongo que tendremos que averiguarlo cuando acabe la semana.
– De acuerdo -dijo él, mirando por encima del hombro-. Tengo que volver con Sam. Le dije que iba a buscar unas cervezas a la casa y que luego podríamos hablar.
– Emma y yo vamos a ir a Chicago mañana por la noche -dijo Caley-. Quiere encargar la tarta y algunas amigas van a ofrecerle una despedida de soltera. Supongo que te podré ver más tarde. Que te diviertas en el club de striptease.
– ¿Estás celosa, Caley?
– ¡No! Me da igual si vas a ver mujeres desnudas. ¿Por qué habría de importarme?
– Porque estaría bien que te sintieras un poco celosa. Me gustaría pensar que te importo lo suficiente para estar preocupada.
– Quizá tenga que hacerte un striptease la próxima vez que te vea -le dijo en tono jocoso.
– Gracias por esa imagen -murmuró él-. Ahora ya no podré volver a dormir.
– Buenas noches, Jake.
– Buenas noches, Caley -esperó a que ella colgara antes de apagar el teléfono. Sentía algo nuevo y extraño. Estaban comportándose como si fueran una… pareja. Y lo más sorprendente era que a Jake no le importaba en absoluto. Quería que Caley se sintiera posesiva, celosa y preocupada. Estuviera dispuesta a admitirlo o no, sentía algo por él. Tal vez incluso lo amase un poco. Y tal vez él también la amaba.