Jake patinaba en círculos sobre el hielo, moviendo el disco con el palo. Se lanzó al sprint y efectuó un tiro hacia la caja de plástico que usaba como portería. El disco salió disparado por los aires y desapareció en la nieve que se acumulaba al borde de la pista.
Patinó hacia allí para buscar el disco. Cuando finalmente lo encontró, lo arrojó de nuevo al hielo y siguió patinando. Al levantar la mirada, vio a Caley de pie en los escalones que conducían a la orilla del lago. Se detuvo y la observó por unos momentos, respirando profundamente.
Apenas había visto a Caley en todo el día, y cuando había intentado hablar con ella en el hotel, se había mostrado muy angustiada e irritada. Habían planeado una cena temprana y ella había prometido encontrarse con él en el cobertizo de las barcas. Pero, después de esperarla más de tres horas, Jake había acabado comiendo con sus padres y hermanos.
Quizá fuera aquello lo que tenía que ocurrir. Si todo tenía que acabar, mejor que acabase de golpe. Aun así, Jake no estaba dispuesto a asumir la derrota. Aún le quedaban más de dos días. El ensayo era al día siguiente y la boda el día después. Se dio la vuelta y siguió patinando en el hielo, recorriendo el perímetro de la improvisada pista de hockey.
– Siento llegar tarde -gritó ella.
– No pasa nada.
Ella lo vio patinar durante unos minutos.
– Me gustaría explicártelo.
– Si quieres hablar, búscate unos patines y un palo. Ahora mismo estoy jugando al hockey.
– Vamos, Jake. No te enfades. Tenía trabajo que hacer. Ha habido una crisis y necesitaban que atendiera una conferencia. Luego tuve que elaborar un informe y mandarlo a toda prisa. Además, mi jefe tenía que decirme algunas palabras sobre lo que significa ser un socio de John Walters… después de que hubiera estado ignorando las llamadas y los mensajes.
– ¿Te gusta tu trabajo? -le preguntó él, mirándola mientras patinaba hacia atrás. Llegó al borde de la pista y se detuvo, posando ambas manos sobre el palo de hockey.
– Pues claro que me gusta.
– ¿En serio?
– Es un trabajo muy bien pagado. Me gusta el dinero.
– ¿De eso se trata únicamente? ¿De dinero?
– No. Supongo que también extraigo un poco de satisfacción con lo que hago. Me paso casi todo el tiempo arreglando lo que hacen mal mis clientes. Quizá no sea la profesión más noble del mundo, pero se me da bien.
– Quizá deberías probar algo nuevo -sugirió él. Se lanzó de nuevo hacia la portería y consiguió otro tanto. Esa vez, el disco golpeó con fuerza el fondo de la caja y la hizo volcar. Se dio la vuelta y vio a Caley volviendo hacia la casa.
Patinó hasta el otro extremo del estanque, observando su retirada. Sentía un vacío en la garganta y maldijo en voz baja. Quizá todo había sido demasiado perfecto para que durase. Había conseguido convencerse a sí mismo de que había algo especial entre ellos y que estaban hechos para estar juntos. Pero cuanto más presionaba, más hacía que Caley se alejara. Había empezado a pensar que tal vez hubiera otras razones por las que estaba tan impaciente por regresar a Nueva York.
– Al menos no la amo -se dijo a sí mismo-. No como podría haberla amado.
Pero nada más decirlo, supo que no era cierto. Lo que sentía por Caley iba más allá de lo que nunca había sentido por otra mujer, y de lo que podría sentir por ninguna otra. No quería pensar en ellos en términos finitos, en una relación con un comienzo y un final. Caley era la clase de mujer que podía fascinarlo para siempre. La clase de mujer a la que deseaba amar.
Pero si ella pensaba arreglar las cosas con su ex novio, no quedaba mucho por hacer. Respiró hondo, asaltado por un inquietante pensamiento. ¿Sería aquélla la manera que Caley tenía de vengarse? Él la había rechazado años atrás, y ahora ella lo rechazaba. Se adelantaba en el marcador… Siempre compitiendo entre ellos para ser mejor que el otro.
Pero, aunque Caley quisiera equilibrar la balanza, ya lo había hecho de otras muchas maneras. Él se había enamorado perdidamente y no le había ocultado sus sentimientos. Al contrario, había hecho todo lo posible por hacerle ver lo que sentía por ella.
– ¿Vas a hablar conmigo ahora?
Jake se dio la vuelta y vio a Caley en el otro extremo de la pista, usando un palo de hockey para guardar el equilibrio sobre los patines.
– Juega -dijo él.
– No puedo competir contigo.
– Inténtalo.
Se puso otra vez en movimiento y ella se lanzó tras él, lo agarró por la cintura y se aferró con fuerza hasta que ambos cayeron al hielo. Caley se golpeó el hombro con fuerza y gritó de dolor, y Jake se arrodilló rápidamente a su lado.
– ¿Qué demonios estás haciendo?
– Intento hablar contigo. Pero no quieres escuchar.
Jake la ayudó a incorporarse y le frotó con suavidad el hombro.
– Está bien. Habla. ¿Qué quieres de mí? Parecía que las cosas iban bien entre nosotros, pero de repente todo parece haberse torcido.
– ¿Y qué esperabas? -preguntó Caley-. Hasta hace una semana estaba con otro hombre. No sé si estoy preparada para volver a embarcarme en una relación seria, especialmente con alguien que vive al otro lado del país.
– No vivo al otro lado del país -dijo él-. Sólo estamos a tres estados de distancia.
– Muy bien, dime cómo podría funcionar, Jake. ¿Qué haríamos? ¿Pasaríamos juntos los fines de semana? ¿O nos veríamos una vez al mes? ¿Hablaríamos por teléfono todos los días? ¿Saldrías con otras mujeres? ¿Tendría yo libertad para salir con otros hombres?
– No lo sé -admitió él-. Tendríamos que encontrar una solución.
– Acabo de salir de una relación con un hombre al que nunca veía. Y eso que vivíamos en el mismo apartamento.
– Yo no soy él.
– Lo sé, pero eso no supone ninguna diferencia. Tienes la misma capacidad para hacerme daño.
Jake se dio la vuelta y perdió la vista en la distancia. ¿Sería él la causa de las inseguridades de Caley y de su miedo a los hombres? Era una mujer segura de sí misma, pero se negaba a arriesgar su corazón. Él le había hecho tanto daño de joven que aún estaba intentando recuperarse.
Tal vez él fuera el único que podía sanar esa herida. Respiró hondo y se puso en pie.
– Estoy enamorado de ti -confesó. La ayudó a levantarse y le tendió el palo de hockey-. Puede que siempre lo haya estado. No lo sé. Confiaba en que tú lo sabrías. Esto es lo último que voy a decir, y decidas lo que decidas, lo aceptaré.
Ella abrió la boca para hablar, forzó una sonrisa y pareció pensar en lo que acababa de oír.
– No… no sé qué decir. Hubo un tiempo en que eso era todo lo que quería oír. Pero sólo era una fantasía. Ahora es…
Hasta ese momento habían evitado a toda costa hablar del futuro, manteniendo una relación sencilla y sexual. Pero él había puesto todas las cartas sobre la mesa. Quizá siempre había sabido que estarían juntos. Quizá por eso la había rechazado años atrás. Porque, en el fondo, sabía que tendrían una segunda oportunidad.
– ¿Cómo sabes que me amas? -le preguntó ella.
Jake se encogió de hombros.
– No lo sé. Quiero decir… No sé cómo. Simplemente lo siento.
– Quizá me necesites, nada más. Hay una gran diferencia.
– No -murmuró-. No sólo te necesito -le agarró las manos-. Es mucho más que eso.
– No hagas esto -dijo ella con un hilo de voz-. Sólo hará que las cosas sean más difíciles al final.
Jake se tragó una maldición.
– ¿Y qué? No me importa. Tal vez las cosas tengan que ser difíciles. Tal vez tenga que ser duro separarnos. ¿Qué hay de malo en ello? Al menos puedo admitir que siento algo por ti.
– Yo también puedo admitirlo -dijo Caley-. Hace muchos años que nos conocemos. Es normal que tengamos sentimientos.
– Es más que eso -insistió Jake.
Caley se metió las manos en los bolsillos.
– Debería volver a casa. Mi madre se va a volver loca pensando en la boda.
– Y yo debería ir a ver a Sam y Emma. Voy a pasar la noche en Havenwoods.
– Pensé que podríamos…
Jake negó con la cabeza.
– Tienes razón. Debemos empezar a distanciarnos. Y yo necesito espacio.
Ella lo miró un largo rato en silencio, con expresión inescrutable. Finalmente asintió.
– Lo entiendo -dijo. Se giró y patinó hasta el borde del hielo, subió a la orilla y echó a andar con cuidado sobre la nieve. Llegó a donde había dejado las botas y se quitó los patines-. Hablaremos después.
– Después -repitió él.
Debería ser bastante fácil aceptar el final de su relación, pensó Jake. Se había separado de muchas mujeres con las que había tenido relaciones mucho más largas. Pero no era sólo un distanciamiento físico. Con Caley siempre había existido un vínculo emocional, y ese lazo se había fortalecido en la última semana.
La idea de dejarla le resultaba insoportable, con un vacío interior imposible de llenar. No podía imaginarse con otra mujer. La clase de placer que había experimentado con Caley había sido único y perfecto, imposible de encontrar con nadie más.
Cerró los ojos y respiró el frío aire nocturno.
Acabaría por superarlo y aprendería a vivir sin ella. Sólo era cuestión de tiempo.
Cuando Caley llegó a la casa del lago a la mañana siguiente, se encontró con un gran revuelo. Entró en la cocina y allí vio a la familia al completo, incluida Emma, tomando tortitas en la mesa. Su madre se volvió para sonreírle.
– La boda sigue en pie -exclamó Emma, con los ojos brillantes de entusiasmo-. Tenemos que ultimar los detalles con la comida y luego quiero decorar la habitación que usaremos para el banquete. Tienes que recoger tu vestido, y yo tengo que recoger el esmoquin de Sam -saltó de la silla y se abrazó al cuello de Caley-. Gracias… por todo -le susurró, y se volvió hacia la familia-. ¡Tengo que irme! Os veré después. ¡No puedo creer que vaya a casarme mañana!
Salió corriendo de la cocina, dejando a todos sin aliento. Caley se permitió un discreto suspiro de alivio. El plan había funcionado. Jake y ella habían conseguido arreglar el embrollo que ellos mismos habían creado.
– Me alegro mucho por ellos -dijo, devolviéndole la sonrisa a su madre. Pero no era la boda lo que la preocupaba, sino el tiempo que le quedaba con Jake.
La realidad la golpeó como un puñetazo en el estómago. Una vez que la boda se celebrara, Jake y ella tomarían cada uno su camino. Habían hablado de tomarse unas vacaciones juntos, pero sabía que no era la opción más sensata para ninguno de ellos.
– Voy a vestirme -dijo.
– No, siéntate y come algo -le ordenó su madre-. Estás muy pálida.
– No… no tengo hambre. Tomaré un poco de café en el hotel. Va a ser un día muy ajetreado.
Salió rápidamente de la cocina y se dirigió a la puerta. Apenas había pegado ojo la noche anterior. Se había pasado las horas mirando al techo, intentando convencerse de que no necesitaba ir a Havenwoods y acostarse con Jake, ni sentir su cuerpo desnudo contra el suyo ni el roce de sus manos en la piel… No, no necesitaba nada de eso.
Pero cuanto más intentaba alejarse de Jake, más imposible le resultaba. Era una mujer adulta y debería tener el control de sus sentimientos. Pero había perdido ese control desde la primera vez que hicieron el amor.
Había intentado erigir una muralla de excusas banales. Pero era inútil. Su cuerpo, su corazón y su alma pertenecían a Jake, y ella tenía la culpa de todo. Había vuelto a enamorarse de Jake, y esa vez, el dolor iba a ser mucho peor.
Se subió al coche y miró el paisaje nevado a través del parabrisas. Las lágrimas amenazaban con afluir a sus ojos, pero se negó a llorar. Sólo le quedaban dos noches, y si podía soportarlas todo sería más fácil.
El problema era la boda y todo el estúpido romanticismo que la acompañaba. Ver a Emma y a Sam dispuestos a embarcarse en un compromiso para toda la vida y sentir que ella se quedaba atrás. Al fin y al cabo, era la hermana mayor y debería ser ella quien diese ejemplo…
Pero en vez de eso había optado por el deseo y la pasión, sin ningún tipo de compromiso emocional. Habían compartido el mejor sexo de su vida y aún quería más, pero había aprendido mucho tiempo atrás que el deseo no era amor.
Cerró los ojos y se pasó las manos por el pelo, intentando recordar el tacto de Jake. Sus caricias eran deliciosas, pero también muy peligrosas, pues suponían la llave a su cuerpo y al placer absoluto. Sólo él sabía cómo avivar sus anhelos y llevar su deseo al límite.
Gimió y arrancó el motor.
– Díselo -se susurró a sí misma-. Arriésgate. Quizá pueda ser cierto si se lo dices.
No era tan descabellado imaginarse juntos. Eran amigos de toda la vida, por lo que una nueva vida con Jake podía ser muy fácil. Amarlo podía ser lo más natural del mundo. Se miró en el espejo retrovisor. Siempre había conducido su vida con una férrea determinación, pero ahora no podía tomar una sencilla decisión sobre su felicidad.
El trayecto hasta el hotel transcurrió sin incidentes. Se había acostumbrado a conducir con hielo y nieve y no tenía miedo de ir un poco más rápido. Al llegar, buscó el todoterreno de Jake en el aparcamiento y detrás del edificio, pero no lo vio por ninguna parte. ¿Habría pasado la noche en Havenwoods? ¿Seguiría allí?
Salió del aparcamiento y giró hacia East Shore Road. Tenía que confiar en sus sentimientos y en los de Jake. Ya no era un crío. Era un hombre que sabía lo que deseaba. Y la deseaba a ella.
Mientras conducía por el estrecho camino entre los árboles, sintió cómo los nervios empezaban a dominarla. Pero consiguió reunir el mismo valor que había encontrado la noche de su decimoctavo cumpleaños.
Quizá una relación a distancia no fuese una solución perfecta, pero podía funcionar. Verse una vez al mes era preferible a no volver a estar juntos. Había muchos vuelos entre Nueva York y Chicago, y también podrían verse en cualquier punto intermedio. Mientras hubiera pasión, podrían conseguirlo.
Al llegar al final del camino miró alrededor, pero no vio el coche de Jake. Fue hacia la cocina y se sorprendió al encontrar la puerta entreabierta. En el interior, vio las ascuas candentes en la chimenea. Sam y Emma se habían marchado unas horas antes, pero lo habían recogido todo. Las mantas estaban extendidas sobre la cama y las toallas pulcramente dobladas en el toallero del baño. Caley cerró la puerta tras ella y se paseó por la habitación con el corazón desbocado.
Se miró un largo rato en el espejo del baño, observando el color de sus mejillas y la expresión nerviosa de sus ojos. Abrió el botiquín y examinó el contenido.
Había hecho el amor con Jake de las formas más íntimas posibles, pero apenas sabía nada de su vida diaria. Agarró su cuchilla de afeitar y la examinó de cerca. Luego olisqueó el bote de espuma, reconociendo su olor. Una hilera de frascos de loción le llamó la atención, y los fue probando uno a uno hasta encontrar su favorito. Se lo metió en el bolsillo del abrigo con una sonrisa.
Volvió a la habitación principal y observó la extraña colección de objetos que Jake había recopilado. Un nido de pájaro, una pina de gran tamaño, una bonita piedra de granito rosa. Se sentó ante la mesa de dibujo y vio la bolsa de la tienda de lencería.
Dentro estaban las prendas que había comprado Jake, con las etiquetas aún sujetas a la tela.
Se quitó el abrigo y el resto de la ropa. Se puso el picardías y las braguitas y buscó un espejo en la habitación. Pero el único espejo estaba en el cuarto de baño.
Se subió al inodoro y examinó el conjunto, admirando su trasero con aquellas braguitas ajustadas. Volvió junto a la chimenea y se calentó las manos con las brasas. Entonces levantó la mirada y vio unas fotos sobre la repisa. Nunca se había percatado de que estuvieran allí. Agarró una de ellas y se vio junto a Jake en el viejo embarcadero, años atrás. Jake adoptaba una pose de forzudo con los brazos cruzados al pecho, y Caley lo apuntaba con una amplia sonrisa en el rostro. Qué sencillo era todo por aquel entonces… ¿Por qué no podía seguir todo igual?
El chirrido de la puerta al abrirse arrancó a Caley de sus divagaciones. Se giró y vio a Jake en el umbral con los brazos cargados de leña. El gélido viento invernal se arremolinaba a su alrededor.
– Cielos… -murmuró, entrando y cerrando la puerta-. Creía que estas cosas sólo pasaban en mis fantasías.
Caley sonrió.
– Emma no necesitó usar el regalo y no se puede devolver ropa interior, así que me lo estaba probando.
– Me gusta -dijo Jake, soltando la leña junto a la chimenea-. Quizá deberías quitártelo y volver a ponértelo. Así podría apreciar el efecto completo -la abrazó por la cintura y la besó en los labios.
– Creo que sólo quieres verme desnuda.
– Si no quieres desnudarte, lo haré yo -dijo él. Se quitó el anorak y empezó a desabrocharse la camisa, pero Caley lo detuvo.
– He venido a hablar contigo.
– ¿Vestida de esa manera?
Ella se agachó para recoger su cazadora y se la puso. A continuación, se sentó en el borde de la cama y palmeó el colchón a su lado. Pero Jake se negó a sentarse y siguió mirándola.
– No hagas esto.
– No sabes lo que voy a decir -replicó ella.
– Sí, lo sé. Vas a decirme que no debería pensar en el futuro. Que tarde o temprano tomaremos cada uno nuestro camino y que tengo que aceptarlo -hizo una pausa y sonrió tristemente-. Puedo aceptarlo. Cuando empezamos esto, ambos sabíamos que tendría un final. Pero preferiría acabarlo después de nuestras vacaciones y no antes.
Caley tragó saliva. No era aquello lo que quería decirle. Quería decirle que le diera una oportunidad, que le diera tiempo para despejar sus dudas y superar sus miedos al compromiso. Pero él estaba renunciando a todo.
– ¿Puedes… aceptarlo, dices?
Jake se encogió de hombros.
– Tenías razón, Caley. Me dejé llevar por la emoción y olvidé que sólo era una aventura. Ahora lo sé. Si intentáramos cambiarlo, los dos acabaríamos pasándolo muy mal.
Caley volvió a tragar saliva, intentando deshacer el nudo que le oprimía la garganta.
– Eso es exactamente lo que quería decirte -murmuró-. Me alegra que pensemos igual.
Eso era todo, pensó, ignorando la imperiosa necesidad de confesar sus verdaderos sentimientos. Ya no era una adolescente ingenua, y declararle su amor sólo podría causar más problemas. Esa vez había tomado la decisión correcta. Si algo había aprendido en los últimos once años era que no podía obligar a Jake a hacer o sentir algo en contra de su voluntad.
Recorrió con la mirada aquellos rasgos tan familiares y queridos para ella. Durante mucho tiempo había albergado la imagen que tenía Jake con veinte años, pero ahora que se había convertido en un hombre, ella podía aceptarlo por lo que realmente era.
– Debería vestirme -dijo-. Emma necesita que la ayude con los preparativos de la boda.
– Sam y ella están bien -dijo Jake-. Por cierto, hay un frasco de sirope de chocolate en la mesa.
Caley sabía lo que le estaba proponiendo, pero no estaba segura de aceptar. Él la deseaba, necesitaba su cuerpo una vez más. Y ella también lo necesitaba, aunque no quisiera admitirlo.
– ¿Estás pensando en prepararme una taza de cacao? ¿O un helado de chocolate?
– Sí, estoy pensando en prepararte un helado de chocolate…
– No tenemos helado.
– No vamos a necesitarlo.
Se dio la vuelta y agarró el frasco de sirope y el bote de nata de la mesa.
– Si no quieres mancharte la lencería nueva, te sugiero que te la quites.
Caley le quitó el spray de nata, retiró el tapón y le roció un poco de la sustancia blanca en el labio.
– Tú eres quien lleva demasiada ropa -se puso de puntillas y le lamió la nata con la punta de la lengua.
Jake soltó un débil gemido.
– Puede que sea un error.
Caley le puso un poco de nata en la barbilla y procedió a lamérsela. Le haría recordar los últimos instantes que pasaría con ella. Desde ese momento, Jake recordaría cada minuto en sus largas horas de soledad y añoraría todo el placer que habían compartido. Nunca encontraría a otra mujer que pudiera excitarlo como ella, y siempre se quedaría con la duda de si había tomado la decisión correcta al dejarla marchar.
Le agarró la mano y vertió un pegote de crema en cada dedo, para luego ir metiéndoselos en la boca uno por uno.
– ¿Quieres probar? -le preguntó, ofreciéndole el spray.
Jake le roció un reguero de nata desde el hombro hasta la muñeca. Con exquisita dulzura, fue subiendo por el brazo hasta besarla bajo la oreja.
Y entonces, como si se hubiera cansado del juego, arrojó el spray al suelo, agarró a Caley por la cintura y la levantó en sus brazos. Se rodeó las caderas con sus piernas y la besó con avidez, paladeando el dulce sabor de la nata.
La llevó a la cama y se sentó con ella en su regazo. Durante un largo rato siguieron besándose, explorándose mutuamente con los labios y la lengua hasta perfeccionar el más exquisito de los besos.
Nunca podría cansarse de besar a Jake, pensó Caley. Cada beso encendía su pasión y avivaba su deseo por recibir más. Podría pasarse el resto de su vida besando a Jake y siempre lo desearía como el primer día. Pero no tenía el resto de su vida. Sólo le quedaba aquel día y el siguiente.
Lo desnudó lentamente y lo hizo tumbarse de espaldas para sentarse a horcajadas sobre él. Pero a medida que se acercaba al orgasmo, supo que estaban cometiendo una equivocación. Estaban dejándose llevar por el momento como si no hubiera más que deseo sexual. No era así. El vínculo emocional seguía allí. Por mucho que ambos intentaran ignorarlo, no iba a desaparecer.
Y cuando finalmente se desplomó en sus brazos, exhausta y saciada, supo que no habían tenido sexo. Habían hecho el amor.