– No entiendo por qué tenemos que irnos. Lo estaba pasando muy bien -se quejó Sam, arrastrando las palabras por toda la cerveza que había consumido.
Jake miró de reojo a su hermano. Nunca se hubiera imaginado que Sam disfrutase tanto de una noche así. Su intención había sido pasar una hora en el club y luego dirigirse a Tyler's para buscar a las chicas. Finalmente había convencido a Sam para que se despidiese de los encantos de Tiffany Diamond y se preocupase por buscar a su novia.
Caley podía estar preocupada por su visita al club de striptease, pero él tenía muchos más motivos para preocuparse por ella. Él sabía cómo se sentía, pero ella era la que acababa de dejar a su novio y la que se había acostado con el hombre que intentaba seducirla. Le gustaba creer que Caley sólo tenía ojos para él, pero unas cuantas copas y un poco de atención masculina podían hacer estragos en la memoria de una chica.
– Sabes muy bien que esas chicas sólo estaban siendo amables contigo porque las estabas invitando a champán.
– Pero eran muy simpáticas -dijo Sam-. Especialmente Tiffany. Va a reunirse con nosotros en Tyler's.
– ¿Has invitado a una bailarina de striptease? -preguntó Jake, sacudiendo la cabeza. La Operación Antiboda iba sobre ruedas. El encuentro entre la bailarina de striptease y la novia de Sam. Ninguna relación podría tolerar algo así.
– Tiffany Diamond… ¿Crees que es su nombre verdadero?
Jake empezaba a sentirse un poco culpable, aunque era una preocupación absurda. Si su hermano pequeño era un ingenuo, no podía casarse tan pronto. Había ciertas cosas que un nombre necesitaba saber, y era obvio que la educación de Sam al respecto dejaba mucho que desear.
– ¿Has estado alguna vez en un club de striptease?
– Claro -murmuró Sam, apoyando la cabeza en la ventanilla-. Pero en ninguno donde las bailarinas fueran tan encantadoras. ¿Crees que a Emma le importaría si invitase a Tiffany a la boda?
– No -respondió Jake-. Seguro que no le importaría. Y mamá también estaría encantada de conocerla. Quizá podría llevar ese pequeño conjunto que lucía esta noche.
– Me ha dicho que no quiere dedicarse a esto toda la vida. Quiere ser una animadora profesional. O una bailarina en Las Vegas.
– Por favor, dime que estás así por la cerveza -murmuró Jake.
– Sí, es la cerveza -dijo Sam-. Pero sé lo que digo.
Cuando Jake volvió a mirarlo, Sam se había quedado dormido. Tenía el rostro aplastado contra el cristal y su aliento empañaba un pequeño círculo. Jake tuvo que replantearse el sentido de aquel plan. Si se incluía el alcohol en la ecuación, todo podía empeorar a una velocidad vertiginosa. Y si se añadía una bailarina de striptease a la mezcla, el desastre estaba garantizado. ¿De verdad estaban listos Caley y él para soportar el cataclismo que se avecinaba? ¿Seria aquello una prueba verdadera, o era sólo un descarado intento de manipulación?
Llegaron a Tyler's Roadhouse y Jake aparcó en un extremo alejado del aparcamiento. Pero en vez de despertar a Sam, decidió entrar él solo para buscar a Caley y decirle que se olvidaran del plan. Habían llegado demasiado lejos. Era hora de volver a dejar todo el asunto en manos de Sam y Emma. No quería pasar el resto de la semana pensando en otra cosa que no fuera Caley.
Abrió con cuidado la puerta del todoterreno y la cerró sin hacer ruido. Fuera hacía frío, pero Sam podría sobrevivir cinco minutos, tiempo suficiente para buscar a Caley y Emma y convencerlas para que se fueran a casa.
Pagó la entrada en la puerta y se internó en la multitud, escudriñando el interior del local en busca de las hermanas Lambert. No tardó en localizar a Emma en la pista de baile. Iba vestida con un atuendo sorprendentemente sexy: vaqueros ceñidos y una blusa semitransparente que dejaba ver la ropa interior.
Estaba bailando con un joven de aspecto desaliñado que llevaba una gorra de béisbol con la visera hacia atrás. Los dos reían y batían los brazos al ritmo de una canción de Bruce Springsteen. Jake siguió recorriendo la multitud con la mirada y vio a Caley de pie junto a la pista. Y entonces vio que estaba acompañada por Jeff Winslow.
Apretó fuertemente los puños. ¿Por qué aquel tipo podía sacarlo de sus casillas? Era evidente que entre Jeff y Caley no había nada, pero a Jake nunca le había gustado competir por la atención de Caley, ni siquiera cuando eran crios. De adulto le gustaba aún menos.
Se abrió camino entre la gente y se detuvo junto a ella.
– Caley -gritó. Ella dio un respingo al oír su voz, pero cuando se volvió para mirar esbozó una sonrisa de alivio-. Hola, Winslow -saludó al policía, asintiendo brevemente con la cabeza.
Jeff sonrió.
– Deberíais llevaros a esa chica a casa -dijo, señalando a Emma con su botella de cerveza-. Creo que ya ha tenido suficiente.
– ¿Dónde está Sam? -preguntó Caley.
– En el coche. Durmiendo la mona -la tomó de la mano y tiró de ella hacia la salida. En la puerta, le echó una mirada a Jeff Winslow. El policía no parecía muy contento, pero no había intentado retener a Caley. Entonces miró a Emma-. Parece que se está divirtiendo demasiado.
Caley asintió.
– Es porque ha tomado demasiado tequila. Por la mañana no le parecerá tan divertido. Está bailando con un tipo llamado Robert. Parece inofensivo.
Salieron al frío aire nocturno y rodearon el edificio. Jake apretó a Caley contra la pared y la besó. No era una muestra de deseo o afecto. Necesitaba asegurarse de que nada había cambiado en las horas que habían estado separados. Cuando Caley respondió, se sintió invadido por una inmensa ola de alivio.
– Eso está mejor -murmuró. Deslizó las manos bajo su abrigo y le recorrió lentamente la piel desnuda hasta su trasero-. Estás muy cálida.
A Caley le castañeteaban los dientes.
– No por mucho tiempo. Mi coche está aparcado ahí -le tendió las llaves a Jake y los dos corrieron hacia el aparcamiento. Jake le hizo ocupar el asiento del pasajero, él se sentó al volante y arrancó el motor para encender la calefacción.
– Pasará un rato hasta que se caliente el coche.
– Empiezo a pensar que todo esto no ha sido buena idea -dijo Caley, frotándose las manos.
Jake le tomó los dedos y sopló sobre ellos.
– Yo también.
– ¿Qué nos hizo pensar que estábamos haciendo lo correcto?
– Tal vez estábamos volcando en Sam y Emma nuestros propios miedos al compromiso. Los dos parecen saber lo que hacen, mientras que nosotros no hemos tenido mucho éxito con las relaciones.
– Bueno, un poco sí -murmuró Caley, mirándose los dedos mientras Jake los besaba uno a uno-. Desde que hemos vuelto a casa, al menos.
Jake sonrió y se apretó sus manos contra el pecho.
– Sí. Un poco. Más que un poco, me atrevería a decir -le rodeó la cintura con la mano y tiró de ella. Se había pasado la noche mirando a mujeres desnudas y no había sentido la menor excitación. Pero en cuanto tocaba a Caley el pulso se le desbocaba y el deseo abrasaba sus venas-. ¿Crees que alguien se daría cuenta si pasamos al asiento trasero y nos quitamos la ropa? -murmuró-. La gente siempre hace el amor en los aparcamientos.
Caley se echó a reír.
– ¿No te parece que sería más sencillo si volviéramos al hotel?
– Sólo si me haces ese striptease que prometiste.
– De acuerdo -respondió ella-. Creo que podré hacerlo.
– Vamos a buscar a Emma. Los dejaremos a los dos en el hotel y veremos si eres capaz.
– Muy bien. Me gusta el plan.
Salieron del coche y corrieron hacia la puerta del local, pero entonces se encontraron con una pequeña multitud que se había congregado en el exterior.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Jake.
– Una pelea -dijo una chica-. Un problema entre un chico y su novia con una stripper.
– Maldita sea -masculló Jake, volviéndose hacia Caley-. Quédate aquí. Enseguida vuelvo -en ese momento se oyó una sirena a lo lejos.
– Busca a Emma -gritó Caley-. Sácala de ahí antes de que la pase algo.
Jake consiguió entrar a duras penas en el local. El interior estaba completamente iluminado y casi se había vaciado de clientes. El grupo de música se rezagaba en el escenario, y había unas cuantas personas en la pista de baile. Emma y Sam estaban sentados en el suelo. Tiffany tenía una mano en la nariz y discutía con Jeff Winslow, y el hombre que había estado bailando con Emma yacía bocabajo frente a ellos, con las manos en la entrepierna.
– ¿Qué está pasando aquí? -preguntó Jake, acercándose al grupo.
– Apártate -le advirtió Winslow-. Todo está bajo control.
– Éstos son mi hermano y mi futura cuñada. Quiero llevármelos a casa.
Winslow lo miró por encima del hombro y sacudió la cabeza.
– Tengo que detener a tu hermano y a su novia. Han empezado esta pelea. Asalto, embriaguez pública…
– Esto es un bar -dijo Jake-. Todo el mundo está ebrio.
– Puedes reunirte con ellos en la comisaría. Lo resolveremos todo allí.
– Vamos. No seas idiota, Winslow. Nadie ha resultado herido.
– ¡Me ha mordido en la nariz! -gritó Tiffany.
– Se chocó con mi codo -replicó Emma-. Estaba ayudando a Robert a levantarse, después de que Sam le hubiera dado una patada en los testículos, y ella se puso en medio.
– Yo no le di una patada -protestó Sam.
– Sí, tío, me la has dado -gimió Robert desde el suelo.
Sam se encogió de hombros.
– Fue un rodillazo, no una patada.
– ¿No puedo pagar una multa y olvidarnos de todo sin perder más tiempo? -preguntó Jake.
– ¿Qué pasa aquí? -todos se volvieron hacia Caley, quien se había unido al grupo con una expresión ceñuda.
– Voy a romper con Sam -anunció Emma-. No vamos a casarnos.
– No puedes romper conmigo -dijo Sam-. Porque yo ya había roto contigo.
– No tienes ninguna razón para romper conmigo -dijo Emma-. Sólo estaba bailando con Robert. No estaba bailando sobre él, como esa stripper hacía contigo.
– No soy una stripper -protestó Tiffany-. Soy una bailarina exótica.
– ¡La has invitado a la boda! -gritó Emma-. A veces me pregunto si tienes algo de cerebro en tu cabeza.
– Y a veces yo me pregunto si tienes corazón -replicó Sam.
– ¡Ya basta! -gritó Winslow-. Una palabra más y os encierro a todos.
– ¿Puedo irme ya? -preguntó Robert-. Tengo que llevar los instrumentos a la furgoneta. Soy miembro del grupo -se levantó lentamente, poniendo una mueca de dolor al enderezarse-. No voy a poner una denuncia.
– Yo tampoco -dijo Tiffany. Se inclinó hacia Robert y le dedicó una cálida sonrisa-. ¿Dices que estás con el grupo? Adoro a los músicos.
Los dos se alejaron hacia el escenario, y el agente Winslow se dispuso a seguirlos. Pero entonces se giró y señaló con el dedo a Emma y Sam.
– No os mováis de aquí -ordenó.
Jake miró de reojo a Caley y se encogió de hombros.
– Quizá deberías hablar con él. Creo que le gustas más que yo.
Observó cómo Caley intentaba razonar con Winslow. No le hacía ninguna gracia encargarle aquella engorrosa tarea, pero estaba seguro de que no se marcharía con el policía.
Unos segundos después, Caley regresó con una sonrisa de satisfacción.
– Nos los podemos llevar a casa -murmuró-. Los dejará marchar si prometen no meterse en problemas mientras estén aquí.
– ¿Qué has tenido que prometerle tú a cambio? -le preguntó Jake.
– Nada. Sólo me está haciendo un favor.
Jake maldijo en voz baja y miró a Sam y a Emma.
– Les vendría bien pasar la noche en una celda.
Caley sacudió la cabeza y le tendió la mano a su hermana.
– Vamos. Salgamos de aquí. Me llevaré a Emma al hotel. Tú llévate a Sam.
Sam se puso en pie y se sacudió los vaqueros.
– Todo esto es culpa tuya -acusó a Jake-. Deberíamos habernos quedado en el club de striptease. Me lo estaba pasando muy bien.
Salieron juntos al aparcamiento. Sam y Emma iban callados y con expresión huraña, y Jake y Caley marchaban entre ellos.
– ¿Te veré después? -le preguntó Jake a Caley, cuando ésta se giró hacia su coche.
Ella asintió y se alejó, abrazando a Emma por los hombros. Sam miró cómo se alejaban con una enigmática expresión en el rostro.
– No vais a cancelar la boda, ¿verdad? -le preguntó Jake.
– Creo que sí -murmuró él, antes de girarse y echar a andar en dirección opuesta.
Ninguno de los dos habló en el camino a casa. Sam estaba sumido en sus pensamientos y Jake no quería entrometerse más. Caley y él habían conseguido su objetivo, pero se preguntaba si no habían llegado demasiado lejos.
Sus sentimientos por Caley eran cada vez más profundos, pero también muy frágiles. ¿Podrían sobrevivir a la primera crisis? Él sabía muy bien lo que sentía, pero no estaba tan seguro sobre los sentimientos de Caley. Ahora que se había enamorado de ella, se preguntaba si el riesgo merecía la pena. Perder a Caley por segunda vez sería mucho más difícil.
Cuando Caley regresó finalmente al hotel, se encontró a Jake durmiendo en su cama, con su cuerpo desnudo enredado en las sábanas y el pelo cayéndole sobre la frente. Caley se despojó de sus ropas y las tiró contra la pared, arrugando la nariz por el olor a cerveza y tabaco.
Miró el reloj de la mesilla y suspiró débilmente. Eran casi las tres de la mañana. Se había pasado las tres últimas horas con Emma, intentando convencerla para que se replantease su drástica decisión de cancelar la boda y enumerase una y otra vez las virtudes de Sam.
No podía creer que Emma pudiera romper el compromiso con tanta facilidad. Sabía que el alcohol avivaba las emociones, pero Emma parecía perfectamente lúcida y decidida a olvidarse de Sam y de la boda. Incluso había llamado a la compañía aérea para reservar un billete en el primer vuelo a Boston.
¿Existía realmente el amor eterno? ¿O era simplemente una ilusión que acababa haciéndose añicos? ¿Las parejas permanecerían unidas sólo porque eran demasiado testarudas para admitir el fracaso?
Caley sabía que sus padres se querían. Llevaban juntos casi treinta años. Y los padres de Jake se comportaban como unos recién casados. Entonces, ¿por qué le resultaba tan difícil creer en el amor?
Entró en el cuarto de baño y cerró la puerta tras ella, ignorando el deseo de meterse en la cama con Jake. Sería muy sencillo encontrar el consuelo en sus brazos, pensó mientras abría el grifo de la ducha. Con él se sentía a salvo. Pero ¿esos sentimientos eran reales o no eran más que una fantasía?
Era indudable que todo había cambiado entre ellos. Jake se había convertido en una parte de su vida, y no era una parte que pudiese eliminar fácilmente. En realidad, no se imaginaba viviendo sin él. Pero, al mismo tiempo, no sabía cómo podría vivir con él.
¿Cómo podía funcionar? ¿Era una aventura? ¿Una relación? ¿Un idilio? Amigos con derecho a roce, pensó. Eso habían sido hasta ahora. Pero si iban a continuar, tenían que ponerle un nombre a lo que había entre ellos.
Llamaron suavemente a la puerta del baño, antes de que se abriera lentamente y entrase Jake, con su cuerpo desnudo y espléndido a la luz del tubo fluorescente. La rodeó por la cintura y la besó en la frente.
– ¿Todo va bien?
– Necesitaba una ducha. Huelo a tabaco.
– ¿Cómo está Emma?
– Sigue bajo los efectos del alcohol, furiosa con Sam y dispuesta a regresar a Boston por la mañana.
Jake la tomó de la mano y la llevó a la ducha. Abrió la mampara y se colocó bajo el chorro de agua caliente. Caley lo siguió y se acurrucó entre sus brazos. Él le pasó los dedos por el pelo y la besó, saboreándola con sus labios y lengua. En el momento que sus cuerpos entraron en contacto, todas las dudas e inseguridades parecieron esfumarse. ¿Por qué era tan fácil creer en el amor cuando estaban juntos, y tan difícil de entender cuando estaban separados?
Jake se echó hacia atrás y la miró a los ojos.
El agua caliente cayó sobre sus cuerpos. Llevó una mano hacia sus pechos y le acarició suavemente el pezón. Entonces deslizó la mano hacia su cadera, excitándola con los dedos, y Caley hizo lo mismo. Le rozó tentativamente el sexo y sólo hizo falta un segundo para que se endureciera por completo. Jake soltó un gemido ahogado y ella le rodeó el palpitante miembro con los dedos.
El cuerpo de Jake le resultaba exquisitamente familiar. Sabía cómo reaccionaría a sus caricias, cómo se le formaba un nudo en la garganta, cómo sonaba su voz ahogada al susurrar su nombre, cómo se tensaban sus músculos justo antes de llegar al orgasmo.
Jake la agarró por la cintura y la empujó suavemente contra la pared de azulejos. La besó en el cuello y fue bajando hacia el pecho para lamerle el pezón.
– Dime lo que quieres -murmuró.
– A ti -dijo ella-. Dentro de mí.
Él llevó la mano hasta su trasero y apretó sus nalgas.
– Dime cómo.
– Primero tienes que besarme de la forma adecuada.
Jake se empleó a conciencia, besándola con delicadeza al principio y aumentando de intensidad, utilizando su lengua para que Caley acabara rindiéndose por completo. Las rodillas le cedieron y sintió que se derretía en sus brazos bajo el ardiente chorro de la ducha.
– Es un buen comienzo -murmuró.
Jake la besó en el hombro y por el brazo. Se arrodilló delante de ella y Caley lo aferró por los cabellos. Era un hombre tan viril y tan sexy… Caley no podía imaginar una atracción semejante hacia otro hombre. Parecía que saltaban chispas cada vez que se tocaban, y bastaba un simple roce de su piel desnuda para que el deseo los barriese a ambos.
Los labios de Jake siguieron descendiendo, hasta encontrar la humedad que emanaba entre sus muslos. Caley ya estaba excitada, y cuando recibió el contacto de su lengua dio un brinco.
– Me encanta que me toques así -murmuró-. Sin nada que pueda detenernos.
Él le separó las piernas y la lamió en el punto exacto hasta que ella se retorció contra él.
– Oh… -jadeó-. Ahí…
Mientras él la llevaba hacia el orgasmo, Caley pronunció su nombre con voz entrecortada y le apretó fuertemente el pelo. Jake siguió sus indicaciones tácitas, postergando el momento cuando se acercaba demasiado al límite. Pero aquello no bastaba. Caley no quería experimentar aquel placer sola.
Lo hizo ponerse en pie, tirándole suavemente del pelo. Jake supo lo que quería sin que ella tuviera necesidad de decírselo. Dio un paso atrás y esbozó una sonrisa torcida.
– Tengo que ir a por un preservativo.
Caley lo agarró de la mano y sacudió la cabeza.
– No es necesario. No te preocupes.
– ¿Estás segura?
Ella asintió. Había estado tomando la píldora durante años y siempre le había parecido la solución más práctica. Pero ahora era distinto. Confiaba en Jake y él confiaba en ella. Quería sentirlo sin barreras por medio. Y si sólo tenían aquella noche para estar juntos y poseerse el uno al otro, sería suficiente. No le importaba lo que viniera después, siempre que pudiera vivir aquel momento al máximo.
Cerró el grifo y tiró de él hasta la cama, derramando el agua sobre la alfombra. Se tumbó de espaldas en el colchón, se colocó a Jake encima y lo guió cuidadosamente hacia ella. Él cerró los ojos y se introdujo lentamente en ella, centímetro a centímetro hasta lo más profundo de su interior. Caley sintió cómo sus músculos se tensaban y cómo empezaba a moverse.
Cerró los ojos y se concentró en las sensaciones que recorrían su cuerpo. Estaba a un paso del orgasmo, pero cada empujón la parecía llevarla a un nivel superior, y la necesidad se hacía más acuciante con cada roce. Era como estar en el paraíso. Nada podría ser más perfecto. Cada año transcurrido desde que cumplió dieciocho años los había conducido hasta ese momento.
– Te deseo -murmuró él-. Quiero que explotes para mí.
Incrementó el ritmo y Caley sintió que se balanceaba en el borde. Y entonces llegó la culminación del placer, tan rápida y fuerte que la pilló por sorpresa. Gritó descontroladamente, sacudida por violentas convulsiones que le arrebataron la capacidad de pensar.
Aquello bastó para que él sucumbiera un momento después. Fue un clímax natural, puro y compartido. Encontraron la liberación absoluta el uno en el otro.
Jake era como una adicción, un anhelo que sólo podía satisfacer por un corto período de tiempo. Ahora se sentía saciada, pero sabía que querría más, y que cada vez buscaría aquella seguridad, aquella certeza de que lo suyo iba a durar.
Él se giró de costado, arrastrándola consigo en sus brazos.
– ¿Podemos quedarnos aquí para siempre? -murmuró.
– Creo que la limpiadora nos descubriría cuando entrase a hacer la cama y pasar la aspiradora -bromeó ella.
Jake se apoyó en el codo.
– Se supone que tienes que decir que sí… O creeré que no te has quedado satisfecha.
– Todo lo contrario -le aseguró ella.
Permanecieron un largo rato abrazados. Caley escuchaba su respiración. Jake no se había dormido y ella se preguntó qué estaría pensando. Pero tenía miedo de preguntárselo. Hasta ahora habían evitado hablar del futuro, pero cada vez era más difícil ignorar la cuestión.
– ¿Qué vamos a hacer con Emma y Sam? -preguntó-. Tenemos que buscar la manera de reconciliarlos.
– Lo sé.
Caley asintió.
– Creo que están sinceramente enamorados el uno del otro. Si no hubiera sido por nosotros, nada de esto habría pasado. Así que tenemos que arreglarlo.
– Está bien -aceptó Jake, acariciándole lentamente el pecho-. ¿Cómo vamos a hacerlo?
– Tenemos que conseguir que se deseen tanto como nos deseamos tú y yo.
– No creo que haya otro hombre en la tierra que desee a una mujer tanto como yo te deseo a ti.
– ¿Seremos una aberración o algo así?
– Así ha de ser entre nosotros -respondió él, sin pensar siquiera en la pregunta.
– ¿Qué haremos cuando esto se acabe?
La pregunta pareció pillar a Jake por sorpresa, y esa vez no tuvo una respuesta tan rápida.
– No lo sé, Caley. No quiero pensar en eso.
– Prométeme una cosa -le pidió ella-. Prométeme que antes de que uno de los dos empiece una vida con otra persona, nos volveremos a encontrar en este mismo lugar… sólo para estar seguros.
– Lo prometo -dijo él-. Podemos venir cada verano y quedarnos en Havenwoods. Nadie sabrá que estamos aquí. Solos tú y yo, siempre que ambos estemos libres.
Caley se acurrucó contra él, apretando la mejilla en su piel. Por ahora era suficiente, pensó. Ya tendría tiempo para averiguar cómo se sentía, y para comprobar si su imperiosa necesidad por Jake se desvanecía con el tiempo y la distancia.
Y, si no fuera así, él estaría esperándola.
Lo había prometido.
Jake se despertó con un sobresalto. Caley volvió a sacudirlo y él giró la cabeza hacia ella.
– ¿Qué pasa? -murmuró, frotándose los ojos.
– Despierta. Son las nueve de la mañana. Nos hemos quedado dormidos.
Jake se dio la vuelta y hundió la cabeza en la almohada.
– Voy a seguir durmiendo. Anoche nos acostamos muy tarde.
– ¿Y que le dirás a tu madre cuando se percate de tu ausencia?
– Le diré que fui a Chicago por la mañana temprano para ver unas cosas en la oficina y que luego me paré a desayunar de camino a casa. Esa excusa nos permite pasar toda la mañana en la cama. Hay dos horas en coche hasta la ciudad, una hora en la oficina y otra para desayunar…
Caley sonrió.
– ¿Y si ven tu coche en el aparcamiento?
– He aparcado en la parte de atrás.
– De acuerdo. Tú ganas -aceptó Caley-. Podemos pasar la mañana en la cama.
Jake sonrió y le dio un beso en cada pecho.
– Estupendo. Sabía que no sería difícil convencerte.
Ella volvió a acurrucarse junto a él, abrazándose a su cintura. Pero enseguida ahogó un gemido de frustración.
– No podemos quedarnos en la cama. Tenemos que arreglar lo de Emma y Sam -apartó las mantas y se puso en pie para buscar su ropa por la habitación. El pelo le caía alborotado alrededor del rostro. Se había acostado con la cabeza mojada y la melena se le había secado en una maraña de rizos y enredos-. Emma dijo que se marcharía esta mañana a Boston. Puede que ya se haya ido. Y Sam se lo habrá contado todo a la familia. Tenemos que ocuparnos de resolverlo antes que nada. Luego nos ocuparemos de nosotros.
Jake cerró los ojos y recordó los sucesos de la noche anterior. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que las noticias se extendieran por las dos familias? Sam estaría durmiendo la resaca, pero cuando se despertara, informaría a todo el mundo de los detalles… incluyendo el papel que Jake y Caley habían jugado en la ruptura.
– ¿Qué sugieres que hagamos? -preguntó, destapándose rápidamente.
– Esperaba que a ti se te ocurriera algo. No tenemos mucho tiempo.
Jake le pasó una mano por el muslo y fue subiendo, preguntándose si podría tentarla un poco.
Caley cerró los ojos y dejó escapar un débil gemido.
– No lo hagas -susurró.
– Tengo que hacerlo -replicó él.
– Tienes que hablar con Sam.
Él introdujo los dedos en humedad.
– Lo haré, en cuanto me haya ocupado de esto…
– Ya tendremos tiempo para esto más tarde -susurró ella-. Te lo prometo.
Jake era consciente de cuánto tiempo les quedaba. Al principio una semana le había parecido una eternidad, pero los días habían ido pasando a una velocidad vertiginosa, hasta obligarlo a aceptar que aquella fantasía tendría un final.
– Más tarde no -dijo-. Ahora -la agarró por la muñeca y tiró de ella para colocársela encima. A continuación, le sujetó las manos a la espalda-. Dime que me deseas -le ordenó, antes de besarla-. Dilo y te soltaré.
– Te deseo -murmuró ella. Se movió sobre él, sintiendo su sexo endurecido entre las piernas-. Te deseo…
Jake le soltó las muñecas, pero ella no se apartó. Le pasó las manos por el pelo y le devolvió el beso, entrelazando la lengua con la suya. Era como si también ella hubiese oído el reloj que contaba el tiempo que les quedaba. Era como si otra vez se acercara el final del verano. El otoño volvía a llevarse a Caley de su lado… Pero esa vez era diferente. Esa vez podía pedirle que se quedara.
Le tomó el rostro entre las manos y la miró fijamente.
– ¿Qué vamos a hacer con esto? -le preguntó-. Dímelo.
Caley agarró su sexo, y un momento después él estaba dentro de ella.
– Podemos hacer lo que queramos -dijo-. Ya no somos crios.
Hicieron el amor lentamente, avivando la pasión con besos suaves y delicadas caricias. Mientras la tocaba, Jake memorizaba la sensación de su cuerpo y el sonido de su voz. Quería recordar todos los detalles cuando ella se hubiera marchado. Y cuando finalmente llegaron al orgasmo, fue como había sido desde el principio… Perfecto.
Ella se acurrucó contra su pecho y él enterró el rostro en sus cabellos para inhalar el olor del champú. Había muchas cosas que quería decirle, pero no podía formar frases coherentes. Quería decirle cuánto significaba para él. Quería prometerle que siempre estarían juntos, pasara lo que pasara. Pero tenía miedo de que aquellas palabras tan prematuras pudieran asustarla y hacerla huir.
– Si Emma y Sam estuvieran haciendo lo mismo que nosotros… -murmuró ella-. No tendríamos que preocuparnos por arreglar nada.
– Tal vez haya una manera de conseguirlo -dijo Jake, jugueteando con un mechón de sus cabellos-. Si tuvieras que planear la seducción perfecta, ¿qué necesitarías?
– Haría falta un lugar donde se pudiera estar completamente a solas, sin ninguna molestia.
– Tenemos ese lugar. Havenwoods. ¿Qué más?
– Champán, golosinas, una chimenea -soltó una risita-. Crema batida, miel, sirope de chocolate…
– Y lencería sexy. ¿Cómo se llaman esas cosas que sujetan las medias?
– Ligueros. A todos los hombres les encantan.
– ¿Hay algún sitio en el pueblo donde puedan comprarse? Y medias de red. Y uno de esos sujetadores de realce. Y un tanga.
– Veo que tu visita al club de striptease te ha hecho un experto. A la mayoría de las mujeres no les gustan esas cosas. Prefieren algo bonito, femenino… pero sexy.
Jake se levantó de la cama y se puso los calzoncillos. Si no se vestía rápidamente, no conseguiría abandonar la cama de Caley.
– Compraré el champán y las golosinas. Tú encárgate de la ropa interior. Luego busca a Emma. Yo iré a por Sam y me reuniré contigo al mediodía en Havenwoods. Los encerraremos en la cabaña y nos les dejaremos salir hasta que solucionen sus diferencias.
– ¿Y qué haremos mientras tanto?
– Nos sentaremos a esperar -dijo Jake-. Y confiaremos en que nuestro ADN sexual fluya por sus venas.
En ese momento llamaron a la puerta y Caley dio un respingo.
– ¿Sí?
– ¿Caley? Soy Emma. He hecho el equipaje y estoy lista para marcharme. Esperaba que pudieras llevarme al aeropuerto.
– ¿A qué hora es tu vuelo?
– Sale esta tarde, pero quiero irme ya. No quiero ver a Sam.
– Dame un minuto -dijo Caley-. Te veré abajo y desayunaremos juntas.
– De acuerdo.
Caley se vistió rápidamente y se pasó los dedos por el pelo enredado.
– Muy bien. Creo que puedo entretenerla. Pero tendrás que ser tú quien vaya a comprarlo todo. Olvídate de las medias de red y de los tangas. Busca un picardías y unas braguitas que sean sexys. Hay una tienda cerca de la cafetería que sirve esos bollos de canela. Abrirán en una hora. Llamaré y les diré lo que necesitas. Luego, llevaré a Emma a Havenwoods.
Jake la agarró por la cintura y le dio un beso largo y apasionado.
– Al mediodía. Y una vez que los encerremos en la cabaña, tú y yo pasaremos juntos el resto de la tarde.
Caley respiró hondo y se movió hacia la puerta. Pero Jake la sujetó por la mano.
– ¿Qué pasa?
– Me alegra que no lo hiciéramos aquella noche en el lago.
– ¿En serio?
– No habría sido igual que ahora.
– Nada habría sido igual que ahora -admitió ella.
Jake le acarició el labio con el pulgar y volvió a besarla.
– A veces me pregunto qué habría pasado si lo hubiéramos hecho. Quizá habríamos sido tú y yo quienes nos casáramos, en vez de Sam y Emma. Quizá habría sido el comienzo de algo… -se rió-. Quizá estábamos destinados a estar juntos y nos equivocamos.
– O quizá seríamos nosotros los que tuviéramos dudas -sugirió ella.
Jake sonrió y esperó a que ella saliera. Ya no era posible separar sus vidas. Cada vez que pensaba en el futuro, ya fuera un futuro inmediato o lejano, pensaba en ella.