Capítulo 9

La mansión de los Sloane, en Chestnut Hill, era una finca aristocrática, con verjas para mantener alejada a la chusma. Brendan se detuvo frente a la puerta, decorada con elegantes adornos navideños, y echó un vistazo a través de los cristales helados de su coche.

De pronto, le entraron ganas de salir huyendo, pero finalmente apagó el motor y salió del coche. Antes de ir allí, había ido a la mansión de la abuela en Beacon Hill, donde una criada lo había informado de que tanto su señora, como la nieta de esta, habían ido a la mansión de Chestnut Hill.

Cuando llegó a la puerta principal, vio que esta tenía una enorme aldaba, pero pensó que esta debía de ser solo un adorno y decidió pulsar el pequeño timbre que había al lado.

Mientras esperaba, se alisó la chaqueta y se atusó el pelo revuelto por el viento. Poco después, le abrió la puerta una anciana vestida de negro, con un delantal blanco.

– ¿Puedo ayudarlo? -le preguntó, sonriendo.

– Me gustaría ver a Amy… quiero decir, a Amelia Aldrich… Sloane.

La mujer lo miró de arriba abajo.

– Pase -dijo, echándose a un lado. Al ver el increíblemente lujoso vestíbulo, decorado con motivos navideños, se quedó impresionado.

– El señor le recibirá en la biblioteca – dijo la mujer-. Sígame.

– No he venido a ver al señor Sloane.

– El señor Sloane recibe siempre a las visitas.

El ama de llaves lo condujo hasta la biblioteca y, una vez allí, llamó a la puerta y entró sola, dejándolo fuera. Poco después, la mujer salió y le hizo una seña para que entrara.

– Pase -le dijo Avery Aldrich Sloane desde detrás de su despacho.

El padre de Amy, que era un hombre de complexión media y pelo canoso, se levantó y le tendió la mano.

– Soy Avery Sloane -se presentó.

– Brendan Quinn -contestó Brendan, estrechándole la mano.

– Siéntese, por favor -dijo Sloane, señalando una silla de cuero-. ¿Ha venido a ver a Amelia?

Brendan asintió.

– ¿Está aquí?

– ¿Puedo preguntarle para qué quiere verla?

– Bueno, somos amigos. Pero no ha contestado usted a mi pregunta. ¿Está aquí?

– Usted debe de ser el escritor que vive en un barco, ¿no es así?

Brendan estaba empezando a impacientarse.

– ¿Está ella aquí o no? Porque, si no está, me iré inmediatamente.

– Sí está aquí -respondió Sloane-. Pero no sé si quiere verlo.

– ¿Y no cree que deberíamos dejar que sea ella quien decida?

– Amy no siempre sabe lo que es mejor para ella.

Brendan soltó una maldición y se levantó, apoyándose en la mesa de caoba.

Con el debido respeto, señor Sloane, no creo que usted conozca a su hija en absoluto. Amy es una mujer guapa e inteligente, decidida a vivir su propia vida. Así que, si usted la obliga a hacer algo en contra de su voluntad, ella volverá a salir huyendo. Y quizá para entonces yo ya no esté allí para salvarla.

Sloane se quedó mirándolo fijamente durante largo rato y luego asintió.

– Parece usted un hombre razonable – dijo, abriendo un cajón y sacando una chequera Sloane rellenó uno de los cheques, lo arrancó y lo tendió hacia él.

– No quiero su dinero. Lo único que quiero es hablar con Amy.

– Y hablará usted con ella. Ahora, tome el cheque.

– No me importa lo que me ofrezca. No pienso irme.

– No quiero que se vaya -dijo Sloane-. Deseo que se case con mi hija.

– ¿Qué?

– Esta es su dote. Tómela y Amy será suya.

– ¿Quiere que me case con Amy?

– Por alguna extraña razón, ella parece haberse enamorado locamente de usted y su abuela me ha dicho que, si me opongo a su unión, me hará la vida imposible.

Brendan agarró el cheque y se quedó mareado de ver la cantidad de ceros que había en él. Luego se lo devolvió.

– Puede usted quedarse su dinero.

– ¿Es que no va a casarse con ella?

– Sí, pero no quiero su dote. Aprecio mucho su ofrecimiento, pero ahora me gustaría hablar con su hija.

– Muy bien -dijo Sloane, haciendo un gesto hacia la puerta-. Está arriba, con su abuela.

Brendan se encaminó a la puerta, pero justo cuando iba a salir lo detuvo la voz de Sloane.

– Una cosa más -cuando Brendan se dio la vuelta, Sloane le tiró una pequeña bolsa de terciopelo. Dentro había un anillo con un diamante increíble-. Es una reliquia de la familia y la abuela quiere que sea para ella. No estoy diciendo que usted no se pueda permitir comprarle un anillo, es solo una tradición familiar y estoy seguro de que a Amelia le gustará mucho.

Brendan se quedó mirando fijamente el anillo y luego asintió.

– Gracias.


Luego, salió al pasillo y volvió al vestíbulo, en donde estaba la escalera que llevaba al segundo piso. Subió corriendo. Al llegar al rellano vio que había un montón de puertas. En ese momento, una anciana abrió una de ellas.

– Estoy buscando a Amelia -dijo Brendan-. ¿Sabe usted dónde está?

– Tú debes de ser Brendan -dijo la mujer, sonriéndole y tendiendo la mano hacia él-. Yo soy Adele Aldrich, su abuela. Tengo entendido que eres el cuñado de Olivia Farrell. Olivia y yo somos buenas amigas. Justo ayer me llamó para informarme de que había visto un escritorio que sería perfecto para mi…

La mujer se detuvo y le sonrió, disculpándose.

– Bueno, eso ahora no importa -añadió-. Ven conmigo. Tú y yo vamos a tener una pequeña charla.

– Pero es que quiero ver a Amy.

– Solo nos llevará unos minutos. Adele lo condujo a una elegante habitación con chimenea. La anciana se sentó en un sillón y Brendan se sentó frente a ella.

– Supongo que ya has hablado con mi hijo. Habrás comprobado por tanto que él no se opondrá a vuestra boda, pero antes de nada quiero hacerte saber cuáles son mis condiciones para permitir vuestra unión.

– Yo solo…

– Déjame terminar -le ordenó Adele con un tono educado, que sin embargo no admitía réplica-. Quiero que me prometas que no tratarás de cambiarle el carácter cuando os caséis. Ella es una mujer independiente y a veces incluso testaruda, pero no debes intentar cambiarla.

– Nunca lo haría. Esa es una de las razones por las que me gusta tanto.

– Y luego está lo de los nietos. Tienes que prometerme que me haréis bisabuela muy pronto -dijo la mujer con una enorme sonrisa.

Brendan soltó una carcajada.

– Bueno, eso es cosa de Amelia también. Yo, por mi parte, le aseguro que estoy deseando tener hijos. Pero creo que nos estamos anticipando. Ni siquiera le he pedido todavía que se case conmigo.

– Está en la habitación al final del pasillo -dijo ella, tendiendo la mano hacia él.

Cuando Brendan llegó a su altura y la ayudó a levantarse, la mujer le dio un beso en la mejilla.

– Me recuerdas a mi Richard -añadió-. Fuimos muy felices juntos y espero que vosotros también lo seáis.

– Lo intentaré -dijo Brendan.

Luego, salió al pasillo y volvió al vestíbu-

Ahora, ve a ver a Amy.

Brendan salió de la habitación y se acercó a la puerta que le había indicado la anciana. Pero cuando llamó, no contestó nadie. Entró y vio que la habitación estaba vacía. En ese momento, oyó unos pasos que se acercaban por el pasillo y se dio la vuelta.

Amy, al verlo allí, quiso echar a correr y arrojarse en sus brazos. Pero como no sabía en realidad a qué había ido, se contuvo.

Él también parecía sorprendido y Amy se dio cuenta de que era por su cambio de aspecto. Se había quitado el tinte rubio del pelo y lo llevaba recogido en una coleta. También se había quitado los pendientes y llevaba un jersey de cachemira y unos pantalones de paño. Lo único que le podía recordar a la Amy que él había conocido era el collar con el cristal de mar.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– He venido a verte.

La voz grave y cálida de él despertó inmediatamente su deseo. Recordó el sonido de aquella voz hablándole al oído mientras hacían el amor. Tuvo que tragar saliva.

– Pero se supone que debías estar en Turquía.

– He retrasado el viaje -aseguró él-. Quería pasar el día de Navidad en Boston. Pero estás muy diferente, Amy. Muy guapa, pero diferente.

Fue hasta ella y estiró la mano como si fuera a tocarle el pelo. Finalmente se detuvo.

– Me gusta, aunque también me gustaba el otro color.

– ¿Por qué no te has ido? -le preguntó ella, acercándose al sofá y sentándose. Él se sentó a su lado.

– Porque tenemos que hablar -Brendan tomó la mano de Amy-. Acabo de tener una interesante conversación con tu padre y parece que está de acuerdo en que nos casemos.

– ¿Casarnos? -preguntó Amy, asombrada.

– Bueno, creo que en realidad él ha dado su consentimiento, pensando que tú no aceptarías, por llevarle la contraria. También he tenido una pequeña charla con tu abuela. Es una mujer increíble.

– ¿Con que habéis estado todos conspirando a mis espaldas? Incluso tú, Brendan, parece que quieres planificar mi vida -dijo ella, levantándose muy enfadada-. Pensé que no eras así.

– No hemos estado conspirando -se defendió él, poniéndose también en pie y agarrándola por un brazo-. Estoy aquí porque quiero casarme contigo. No quiero pasar ningún otro día sin ti. Cásate conmigo, Amy, por favor.

– Sí, claro, y ahora se supone que tengo que decirte que sí mientras me echo a llorar, ¿verdad? -dijo ella, soltando una carcajada.

Brendan se sacó del bolsillo una pequeña bolsa de terciopelo y luego extrajo de ella un anillo. ¡El anillo de su abuela!

– Te quiero Amy. Te amo desde que te vi por primera vez en el Longliner y te amaré siempre. ¿Quieres casarte conmigo?

– ¿De dónde has sacado ese anillo?

– Me lo dio tu padre. Me dijo que era una tradición familiar y que seguro que te gustaría tenerlo -le agarró la mano y comenzó a ponerle el anillo.

Pero Amy se apartó y se lo tiró. El anillo cayó sobre la alfombra.

– No me casaré contigo. Ni ahora, ni nunca.

– Muy bien. Eso es exactamente lo que quiere tu padre que hagas. Así que la única que ha sido manipulada aquí has sido tú.

– Vete de aquí ahora mismo -dijo ella-. No quiero volver a verte.

– No pienso irme -aseguró él-. Te quiero y sé que tú también me quieres a mí -Brendan fue hacia ella y tomó su rostro entre las manos. Luego la besó.

Entonces ella se rindió a él y, agarrándole a su vez el rostro, le devolvió el beso. Se dio cuenta de que no tenía sentido seguir luchando. Amaba a Brendan y quería compartir con él el resto de su vida.

– Está bien, me casaré contigo -dijo finalmente.

Brendan se agachó a recoger el anillo.

– ¿De veras? -preguntó él, incorporándose y poniéndole el anillo-. Te prometo que no te arrepentirás.

Se estaban besando apasionadamente cuando, de repente, entró su abuela.

– ¿Amelia?

Ella se separó y sonrió a la anciana.

– ¿Sí, abuela?

– Creo que ese no es modo de comportarse.

– Es que estamos comprometidos.

– Entonces continuad -dijo la abuela, sonriéndoles antes de salir de nuevo. Amy se giró hacia Brendan.

– Te advierto que no vamos a ser ricos. He decidido emplear mi herencia en obras de caridad, como hizo mi abuela.

Me parece muy bien. Lo único que me importa es estar a tu lado.


Para cuando llegaron al pub Quinn's, la fiesta estaba en todo su apogeo. El pub abría hasta las cinco en Nochebuena y Brendan y Amy habían prometido ir después de haber cenado en la mansión de la familia de ella.

Una vez dentro, Dylan fue el primero en verlos…

– Ya están aquí -gritó-. Ven aquí, Brendan, te estábamos esperando.

Brendan agarró a Amy de la mano y la llevó hacia donde estaba toda su familia. Estaban sus hermanos, su padre, Olivia, Meggie y también Tommy, el hermano de Meggie.

– Os presento a Amy, mi prometida – dijo.

Todos se quedaron boquiabiertos. La primera en reaccionar fue Olivia, que fue a darle un abrazo.

– Apenas te reconozco con tu nuevo color de pelo.

Meggie también fue a darle un beso,

– Nos alegramos mucho de que hayáis venido.

Todo el clan Quinn pareció aceptarla. El único que permaneció apartado fue Seamus, que se limitó a observar la conmoción que había causado la noticia en los demás mientras seguía bebiéndose su Guinness. Brendan se acercó y le pasó el brazo por detrás de los hombros.

– Bueno, papá, ¿qué opinas? Seamus bebió otro trago de cerveza y luego sacudió la cabeza.

– ¡Cielos, otro no! ¿Es que no os he enseñado nada, chicos? Nuestros antepasados deben de estar revolviéndose en sus tumbas.

– Pues al que le toca ahora es a Sean – comentó Brendan.

– Oh, no -dijo Sean-. Yo no pienso casarme. Además, Brian es mayor que yo. Así que él será el siguiente.

– No es cierto -protestó Brian-. Papá, ¿quién es el mayor?

– La verdad es que no me acuerdo -dijo Seamus-. Aquella noche yo estaba festejándolo con mis amigos.

– ¿Y cuándo pensáis casaros? -preguntó Olivia.

– Vamos a casarnos por lo civil el día de Año Nuevo -respondió Brendan-. Y después nos iremos a Turquía. Cuando volvamos, seguramente organizaremos para el otoño una boda por todo lo grande, que es lo que quiere la madre de Amy.

Pero volveréis a tiempo para nuestra boda, ¿no? -preguntó Meggie.

– Sí, al final solo vamos a estar tres meses en Turquía -dijo Amy-. Brendan ha convencido a su editor de que no hacía falta estar tanto tiempo.

– Estupendo -dijo Meggie-. Porque quiero que seas mi dama de honor.

– ¿Yo? -preguntó Amy, muy sorprendida-. Pero si apenas me conoces.

– Bueno, eres mi cuñada y no tengo hermanas. Además, Olivia está de acuerdo. Así que solo tienes que responder que sí.

– Muy bien -dijo Amy, sonriendo. Luego comenzó la celebración. Todos bebieron Guinness y tomaron un guiso irlandés. Y en un momento dado, Brendan se llevó aparte a Amy y le dio un beso. Entonces apareció la nueva camarera con una botella de champán.

– Esto es por cortesía de Conor -dijo la muchacha, sonriendo tímidamente-. Felicidades -le dijo a Brendan, dándole la botella después de servirles una copa a todos.

– Gracias -dijo Brendan, a quien aquella chica le seguía resultando familiar.

Cuando la camarera se alejó, Amy se volvió hacia Brendan frunciendo el ceño.

– ¿Es de la familia?

– No -respondió Brendan.

– Pues se parece a vosotros. Pensé que era una prima o algo por el estilo -Amy sacó un paquete de su bolso-. Y ahora, quiero darte un regalo.

– ¿Qué es?

– Ábrelo y lo verás.

Él lo desenvolvió y vio que se trataba de un libro. En la portada podía leerse el título, escrito con unas letras doradas hechas a mano.

Leyendas de los Poderosos Quinn – leyó en voz alta.

En la primera página, había un dibujo de un muchacho sentado en un árbol y, a su lado, una princesa dentro de una jaula.

– Tadleigh Quinn -dijo, asombrado.

– He cambiado el final del cuento -comentó Amy, sonriendo-. En la nueva versión, la princesa resulta ser una princesa de verdad y termina casándose con Tadleigh.

Brendan hojeó el libro, contemplando las bonitas ilustraciones que adornaban los cuentos.

– ¿Has hecho tú los dibujos? -preguntó, asombrado.

– Sí, tomé lecciones de dibujo cuando era pequeña.

– No sé qué decir -comentó Brendan, emocionado-. Nadie me había hecho antes un regalo así -Brendan la abrazó-. Es precioso. Y será algo que podremos compartir con nuestros hijos.

Luego la besó en la boca mientras pensaba en que, además de esos cuentos, les tendría que contar a sus hijos el del Poderoso Brendan Quinn. En él les relataría cómo había rescatado a la princesa Amelia y la había llevado a su bonito barco para que viviera para siempre con él.

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