Capítulo 2

No estaba del todo dormido cuando oyó el primer golpe en la puerta. Al principio, Brendan creyó que era parte del sueño en el que se había empezado a sumergir, pero cuando volvió a oír otro golpe, se incorporó. Solo podía haber una persona al otro lado, y considerando el modo en que había reaccionado a Amy Aldrich horas antes, dudaba que una visita a esas horas de la noche fuera conveniente. Así que cerró los ojos y se dio media vuelta.

Sin embargo, ella llamó de nuevo, con más insistencia esa vez. Él se levantó finalmente, maldiciendo entre dientes, y encendió la luz.

– Pasa.

La puerta se abrió y Amy se asomó.

– Siento despertarte -dijo en voz baja-, pero en mi camarote hace muchísimo frío. ¿Tienes otra manta?

Brendan se quedó pensativo. En realidad, El Poderoso Quinn no estaba preparado para albergar huéspedes. Porque cuando alguno de sus hermanos se quedaba a pasar la noche, no necesitaban muchas comodidades. Así que la única manta que tenía, además de las que le había dejado a ella, era la que estaba usando él en esos momentos, y si se la daba, no pegaría ojo en toda la noche.

– Ponte más ropa -le sugirió.

Amy abrió la puerta un poco más y él vio a la tenue luz del pasillo que ya lo había hecho. Además de varias capas de ropa, llevaba una sudadera con capucha. Y si le quedaba alguna preocupación sobre la atracción que pudiera sentir por ella, esta desapareció cuando vio los guantes de lana que se había puesto y sus zapatillas de paño.

– Voy a morir de hipotermia -aseguró-. Y va a ser por tu culpa.

Brendan oyó que, efectivamente, le castañeteaban los dientes. Entonces soltó un gemido mientras se dejaba caer sobre la cama.

– ¿Cómo es que todo lo que te pasa es culpa mía?

Ella entró en el camarote, se sentó en la cama y agarró una esquina de la manta para ponérsela sobre los hombros.

– Porque lo es. Podías darme esta manta.

Aunque Amy no estaba tan sexy como podía estar, el hecho de que estuviera sentada en su cama de madrugada, era suficientemente inquietante para Brendan. Nunca había llevado a ninguna mujer al barco. Este era su escondite y siempre había pensado que invitar allí a alguna mujer, especialmente si era por motivos de placer, sería una violación de su intimidad. Claro, que Olivia había estado allí y también Meggie. Olivia había dormido en aquella cama con Conor. Y ahora que tenía allí a Amy Aldrich, en realidad no le parecía tan preocupante. Después de todo, era su invitada, no su amante.

Pero aquello cambió en el momento en que la invitada se tumbó a su lado, se tapó con la manta y se acurrucó contra él. Él, que no llevaba nada encima, esbozó una sonrisa incómoda.

– ¿Qué demonios estás haciendo?

– Me voy a quedar aquí hasta que entre en calor. Luego me iré a mi habitación. No es solo el frío, ¿sabes? La humedad se te mete en los huesos.

Brendan se sentó y colocó bien la manta entre ambos. No quería comportarse como un mojigato, pero aquello era totalmente inaceptable.

– No vas a dormir aquí. Esta es mi habitación.

– ¿Y qué pasa? No va a pasar nada. Solo quiero entrar en calor.

– Vuélvete a tu camarote, Amy -ordenó con los dientes apretados.

– No -replicó ella, envolviéndose en la manta-. Quiero quedarme aquí. No tienes por qué preocuparte. No voy a atacarte cuando estés durmiendo. Ni siquiera me atraes. Es solo porque tienes el cuerpo caliente.

Amy le quitó uno de los almohadones que tenía bajo la cabeza.

– Tienes un ego enorme. Por favor, no eres tan guapo -dijo, riéndose, y luego se dio la vuelta, dándole la espalda.

Se lo merecía, por haber supuesto que la atracción entre ellos era mutua. Porque ella acababa de dejarle claro que era solo por su parte y no tenía inconveniente en pasar la noche en su cama. No le importaba que estuviera desnudo y en un estado de indudable excitación. Ella solo quería un lugar caliente donde dormir y él podía dárselo. Pero, ¿a qué coste?

Brendan la miró enfadado y luego le quitó un mechón de pelo que tenía sobre su almohada.

– Quédate en ese lado y yo me quedaré en el mío -le advirtió-. O dormirás en el suelo.

– De acuerdo -replicó ella, tapándose mejor con la manta.

Pero la barrera entre ellos era demasiado fina. Y la cama, aunque era doble, no les permitía estar muy separados. De manera que, aunque ella estuviera contra la pared, tenía la espalda peligrosamente cercana a su vientre. Brendan estaba inmóvil, temiendo moverse y hasta respirar.

Brendan nunca habría podido imaginarse que compartiría la cama con una mujer sin hacer nada con ella. Aunque hacía mucho que no se acostaba con ninguna, aquello normalmente significaba una noche de placer que culminaba en una maravillosa relajación. Pero en lugar de eso, allí estaba con una mujer de hielo que lo único que quería de él era el calor que pudiera darle.

No estaba seguro del tiempo que permaneció así, solo sabía que estaba todavía en la misma posición después de que ella se durmiera. Amy había conseguido acurrucarse contra él hasta quedarse prácticamente pegados. Su cabello le daba en la cara y su lenta respiración era el único sonido que se oía en mitad de la noche. Trató de dormir, pero cada vez que cerraba los ojos, le venían imágenes un tanto pornográficas a la mente. Se imaginaba a sí mismo desnudándola, quitándole todas aquellas capas de ropa y abrazando su cuerpo. Tomándola en sus brazos mientras sentía el excitante calor que despedían ambos.

En un momento dado, notó un calambre en la pierna y gimió. La única manera de estirar la pierna, sería ponerla encima de la cadera de Amy. Lo hizo y el dolor desapareció inmediatamente. Pero un momento después, se dio cuenta de lo que había supuesto aquella acción. Estaba totalmente pegado a la espalda de ella y se mostró incapaz de sofocar una erección. Maldijo en voz baja y se echó hacia atrás, pero no había sitio.

Solo podía hacer una cosa, pensó irritado. Se incorporó, pasó por encima de ella y se levantó. Luego agarró los vaqueros que había dejado sobre una silla cercana y se los puso. Se quedó en medio de la habitación, observando a su invitada, que dormía plácidamente. La idea de dormir con ella allí era impensable. Consideró la posibilidad de llevarla a su camarote, pero no estaba preparado para las protestas de ella. Así que lo que hizo fue salir de la habitación, ir al camarote de Amy y meterse entre las ásperas mantas de lana de la cama que había ocupado ella en un principio. Desde luego, las literas de la tripulación no eran muy cómodas y además eran bastante pequeñas.

Brendan se cruzó de brazos y miró la cama que tenía encima. ¿Cómo demonios se le habría ocurrido invitar a Amy a pasar la noche en el barco? Desde el principio, se había dado cuenta de que aquella mujer le daría problemas. Ella parecía decir siempre lo que le pasaba por la cabeza, aunque fuera ofensivo. Se comportaba además como si él fuera la causa de todos sus problemas, echándole la culpa de todo hasta que él no tenía otro remedio que actuar. Y luego tenía el descaro de meterse con él en la cama. ¡Como si fuera lo más normal del mundo!

Amy Aldrich desde luego era diferente a todas las mujeres que había conocido hasta entonces. Y eso hacía que se sintiera completamente intrigado y cautivado por su belleza.

Deseaba conocer qué tipo de mujer había detrás de aquella piel luminosa y aquellos ojos increíblemente azules.

Al día siguiente, se levantaría temprano y le buscaría una habitación. Aunque tuviera que pagársela durante una semana o dos, merecería la pena. Amy Aldrich había irrumpido en su vida, rompiendo la armonía que tanto esfuerzo le había costado conseguir. Si le permitía quedarse, no hacía falta decir lo que pasaría. Seguramente perdería por completo la cabeza y se enamoraría de ella, como ya les había pasado a Conor y Dylan.

No, eso no iba a sucederle a él. Él era más fuerte y decidido que sus hermanos y no se dejaría arrastrar por la tentación. Una vez que Amy saliera de su barco y de su vida, estaría de nuevo a salvo. Eso sí, tendría que ser cuanto antes.


Amy se estiró bajo la manta, disfrutando del calor que envolvía su cuerpo. Abrió los ojos y miró a su alrededor. La luz entraba por los pequeños ojos de buey, iluminando las partículas de polvo que se movían en el aire frío de la mañana.

Al ver que estaba sola, intentó recordar el momento en que Brendan se había ido. Pero no pudo hacerlo. El reloj de la mesilla marcaba las nueve en punto, un poco antes de lo que normalmente se despertaba después de una noche trabajando en el Longliner. Dio un suspiro. Pero ya no era camarera. Ese mismo día, tendría que ponerse a buscar otro trabajo y otro lugar donde vivir. También tendría que seguir ocultando su verdadera identidad para que los detectives de su padre no la encontraran.

Aunque la idea de comenzar de nuevo era una molestia, formaba parte de la vida que había elegido al irse de casa. Cosa de la que no se arrepentía en absoluto. Bueno, quizá una o dos veces se había arrepentido, al acordarse de su abuela.

Adele Aldrich había sido, y sería siempre, la persona que más había influido en su vida. La madre de su padre jamás se había resignado a la vida que sus padres habían pensado para ella. A los dieciocho años, nada más recibir el dinero de su herencia, se había ido en busca de aventuras. Había hecho un safari por África, senderismo por los Andes y hasta un viaje en barca por el Amazonas. Luego, para disgusto de sus padres, había aprendido a volar y había puesto sus conocimientos al servicio de Inglaterra, en la guerra.

Amy sonrió para sí.

– Abuela, yo también estoy corriendo aventuras. Aunque sería mucho más fácil con dinero en el bolsillo.

Se levantó de la cama, se echó la manta por los hombros y se fue en busca de Bren-dan. Quizá podría convencerlo para que le permitiera pasar allí una noche más. No seria fácil encontrar un trabajo que reuniera todo lo que ella necesitaba: sin contrato, que le pagaran en metálico en vez de a través de un banco, y que incluyera la comida. Por otra parte, encontrar una habitación con solo treinta dólares en el bolsillo le sería aún más difícil.

Cuando llegó al camarote principal, vio que Brendan tampoco estaba. Amy retrocedió y se metió entonces en el camarote donde había intentado dormir al principio. Allí estaba Brendan, acurrucado en una de las camas, con el pecho al descubierto. Por un momento, Amy se olvidó de respirar y volvió a sorprenderse de lo atractivo que le resultaba aquel hombre.

Afortunadamente, había sido capaz de alejar ese tipo de pensamientos la noche anterior. Compartir la cama con un desconocido era una cosa y compartirla con el hombre más sexy que había conocido en su vida, otra muy distinta. Quizá lo mejor fuera irse de allí cuanto antes. Su vida ya era complicada de por sí, sin la necesidad de dejar entrar en ella a un hombre tan guapo como Brendan Quinn.

Dando un suspiro, le tapó el pecho con la manta y fue hacia el camarote principal. Allí, se quitó los guantes y se dispuso a preparar una cafetera.

Poco después, se estaba tomando un exquisito café.

Distraídamente, miró el montón de folios que había sobre la mesa y se dio cuenta de que formaban parte del borrador de un libro. Debajo de otra pila de folios, había una sobrecubierta de un libro. La sacó y vio que había una foto de Brendan en la que tenía un aspecto bastante peligroso. Parecía un pirata.

El autor de la famosa novela: La Montaña de la Locura, leyó Amy. Debajo había unas cuantas citas de otros autores, hablando elogiosamente del último libro de Brendan, que narraba un rescate en la cara norte del monte Everest.

Amy volvió al manuscrito y leyó unas cuantas líneas, que no era de alpinistas, sino de hombres y mujeres como los que ella había conocido mientras trabajaba en el Longliner. Brendan estaba escribiendo un libro sobre los pescadores que faenaban en aguas del Atlántico Norte y sus familias.

Amy enseguida se sumergió en la prosa fluida de Brendan. En el libro, narraba las razones por las que los hombres salían a pescar, arriesgando sus vidas cada día. Amy reconoció los diferentes personajes que allí salían. Y aunque era bastante difícil convivir con los pescadores, Brendan les daba cierta dignidad mientras explicaba por qué era un modo de vida que estaba desapareciendo poco a poco.

Conforme iba leyendo, aprendió cosas no solo de los pescadores, sino del autor mismo. De lo que respetaba en la vida y lo que quería.

– ¿Qué estás haciendo?

– Me has asustado -exclamó, poniéndose una mano en el pecho.

Dejó la hoja que estaba leyendo y se dio cuenta en ese momento de que había cometido un error.

– Lo siento. Es que empecé a leer y… No quería entrometerme, es que cuando empecé, no pude dejar de leer. Es precioso.

Brendan pareció sorprenderse por su elogio. Tenía los ojos soñolientos y el pelo revuelto, y la sombra de barba en su mandíbula se había vuelto más oscura. Llevaba solo los pantalones y Amy no pudo evitar mirar una y otra vez hacia su pecho y su vientre musculosos. ¿Cómo podía ser tan perfecto? Debía de tener algún fallo, ¿no?

– No quería ser cotilla -repitió, soltando una risita-. Es que soy muy curiosa. Siempre lo he sido.

– No está terminado todavía.

– Ya lo he visto. Si quieres saber mi opinión, el libro necesita un poco más de investigación. Me gustaría saber más de la vida personal de esos hombres, lo que querían ser, cuáles eran sus sueños, por qué motivo decidieron que su única opción era pescar. También me gustaría conocer a sus esposas y amigos. ¿Has pensado alguna vez en entrevistarlos? Podría añadir un poco de riqueza a la historia -se detuvo en seco, pensando que lo estaba insultando-. No porque necesite más riqueza, ya la tiene así. Bueno, la verdad es que no sé lo que estoy diciendo, así que no me hagas caso. Además, como soy tan curiosa, siempre meto la pata.

– Se ve que sabes de literatura.

– Estudié literatura americana en la universidad -afirmó, sonriendo-, Antes de que lo dejara, claro. Y leí mucho. Sobre todo revistas de moda -no quería que él pensara que sabía demasiado, ya que quizá empezara a hacerle más preguntas sobre su pasado.

– ¿A qué universidad fuiste?

– A una pequeña cerca de Los Ángeles – mintió-. ¿Sabes? A lo mejor te puedo ayudar con el libro. He visto que tienes muchas notas, pero están desordenadas. Podría pasarlas al ordenador, corregirlas y hacerte sugerencias. Podría ser una especie de secretaria.

Brendan se echó a reír.

– No necesito ninguna secretaria. Ella agarró una de las notas que había tomado en una servilleta del Longliner.

– Creo que sí. Por lo que he visto, necesitas todavía confirmar algunas cosas y hay ciertas lagunas en tu investigación. Y una vez que termines el libro, tendrás otros proyectos. Te podría ayudar con ellos. Además, me lo debes.

– ¿Te lo debo?

– Sí. Fue por ti por lo que perdí mi trabajo y mi habitación, ¿recuerdas?

Brendan se la quedó mirando y Amy sintió que la esperanza renacía en su corazón. ¿Estaba Brendan considerando su propuesta?

– De acuerdo. Imaginemos que necesitara una ayudante. ¿Qué pedirías a cambio?

– Trescientos dólares a la semana, en metálico, y alojamiento.

– ¿Trescientos dólares a la semana? No soy rico. Además, si te pagara tanto dinero, desde luego que querría deducirlo en mis impuestos. Cien dólares a la semana en metálico.

– Doscientos cincuenta. Bueno, doscientos. Más el alojamiento. Y es mi oferta final.

– ¿Doscientos dólares y alojamiento?

– Sí. Eso es lo que ganaba en el bar. Brendan tomó aire y lo dejó salir despacio. Amy esperó en silencio, rezando para que su oferta no hubiera sido demasiado alta.

– De acuerdo, pero por doscientos dólares, harás todo lo que te diga. Amy frunció el ceño.

– De eso nada -protestó, levantándose-. Estoy un poco desesperada, pero no tanto como…

– No me refería a eso.

– ¿Qué quieres decir entonces?

– No me refiero a favores sexuales. Si vas a ser mi ayudante, entonces te puedo pedir cosas que no estén relacionadas con mis libros. Como que hagas la compra o limpies el despacho. Una ayudante tiene que hacer todo lo necesario para que la vida del escritor sea lo más cómoda posible.

– Puedo hacerlo.

– Y dormirás en tu propia habitación, bueno, camarote. Te traeré sábanas y más mantas y una estufa. Por otra parte, me pedirás permiso antes de hurgar en mis cosas. Yo valoro mucho mi intimidad. No estoy acostumbrado a tener gente a mi alrededor y no quiero que me molestes.

– De acuerdo.

Pero Amy era una persona curiosa por naturaleza y sabía que no iba a poder cumplirlo. Y en cuanto a dormir en su propio camarote, sospechaba que aquella noche en la cama de Brendan no sería la última.

– Pero además de doscientos dólares y la cama, quiero pedirte una cosa: que si alguien viene preguntando por mí, sea quien sea, le digas que no me conoces y que no me has visto en tu vida. ¿Lo harás?

– ¿Va a venir alguien a buscarte? ¿Quién?

– No importa. ¿Lo harás?

– ¿Qué pasa aquí? -preguntó Brendan-. ¿Es que tienes problemas con la justicia?

– No, te juro ante Dios que no tengo problemas con la justicia. Es un asunto personal que se resolverá con el tiempo por sí solo.

– De acuerdo.

Amy dio un grito de alegría y extendió los brazos por encima de la mesa para darle un abrazo.

– Lo habría hecho por nada -gritó-. Solo por no tener que trabajar otra vez de camarera -se echó hacia atrás-. Pero te prometo que haré un buen trabajo. No tendrás queja.

– Eso espero -contestó Brendan, retirándose con su café como si necesitara alejarse de ella.

Amy sonrió.

– De acuerdo. Tú eres una persona independiente y yo no debería haber hurgado en sus cosas.

Brendan se volvió, agarró un maletín de cuero y lo puso sobre la mesa.

– Puedes usar este ordenador. ¿Sabes utilizarlo?

– Por supuesto.

Luego Brendan agarró dos pequeñas cintas y una grabadora que había en un estante y lo dejó todo al lado del ordenador.

– Esto hay que pasarlo a máquina. A doble espacio. Y después de que acabes con eso, puedes ordenar las entrevistas como quieras. Luego, tienes que ir a comprar lo que tengo aquí apuntado. Vamos a trabajar hasta tarde y necesitaremos tomar mucho café. Y tendrás que comprar lo necesario para desayunar, comer y cenar. ¿Sabes cocinar?

– No, pero tengo buen instinto para improvisar. Me pagarás la comida, ¿verdad?

Brendan soltó una carcajada.

– Me vas a salir un poco cara, señorita Aldrich.

– Me imagino que tienes razón, señor Quinn.

– Ahora me tengo que ir a Boston, volveré por la tarde -explicó Brendan, sacando de su cartera un billete de cincuenta dólares-. Ten, para la compra.

Unos minutos más tarde, Amy oía el ruido de la puerta al cerrarse y se quedó sola. Y feliz.

Era perfecto. Tenía un trabajo y un lugar bonito donde quedarse. Su jefe, además, era el hombre más guapo que había conocido en su vida. Y aunque él se negaba a admitirlo, existía cierta atracción entre ellos. ¿Cómo acabaría todo? ¡Acabara como acabara, desde luego sería toda una aventura!


Brendan subió las escaleras de la casa de Dylan con una caja de libros sobre su hombro.

– Va a ser toda una novedad que haya libros en casa de Dylan. Tendrá que tirar esas revistas malas que tiene para hacer sitio.

Meggie Flanagan, la novia de Dylan, estaba en el porche con las manos en las caderas. Tenía las mejillas enrojecidas por el frío.

– Ya las ha tirado -contestó Meggie-. Ahora, me encantaría deshacerme de la hamaca de cuero.

Dylan salió en ese momento y la agarró por detrás.

– Todavía no te he enseñado lo que se puede hacer en ella. A lo mejor entonces te gusta más.

Las mudanzas las hacían siempre entre todos los hermanos. No se cambiaban mucho de casa y era una excusa para verse. Brendan no había coincidido con ellos desde la boda de Conor y Olivia y se alegraba de estar allí.

– Sí, espera a que te enseñe cómo se puede sostener en una mano una lata de cerveza y un paquete de patatas fritas, y en la otra el mando de la televisión. Te sentirás más enamorada que nunca de él -añadió Brendan, sonriendo.

La risa de Meggie lo siguió mientras subía las escaleras hasta el segundo piso. Aunque Brendan odiaba admitirlo, cada vez que estaba con Dylan y Meggie, o con Conor y Olivia, se sentía como sino fuera de la familia. Seis meses antes, los hermanos Quinn estaban todos felices y solteros… y con la idea de seguir igual. Pero en ese momento, era como si una enfermedad hubiera atacado a los dos hijos mayores. Conor ya se había casado y Dylan iba a hacerlo en junio. Aunque en realidad no se comportaban como si les hubiera sucedido una desgracia, sino como personas que compartían un secreto y no querían decírselo a nadie.

Brendan no envidiaba la felicidad de sus hermanos, pero la verdad era que no entendía el cambio que habían experimentado en un tiempo tan corto. No se imaginaba que pudiera sucederle lo mismo a él. Él siempre había sido capaz de mantener una relación objetiva con las mujeres… apartada de su profesión y la vida que había elegido llevar. Y hasta hacía poco, había pensado que sus hermanos poseían el mismo talento, pero era evidente que se había equivocado.

– No has hablado mucho hoy -comentó Conor, acercándose para ayudarlo con la caja de libros-. ¿Va todo bien con tu libro?

– Sí. He contratado a una muchacha para que me ayude.

Conor puso cara de sorpresa.

– Nunca habías tenido antes una ayudante. ¿Por qué la necesitas ahora?

Brendan sonrió. No pensaba decir nada de Amy, pero tenía ciertas dudas acerca de ella y su hermano, que era policía, podía ayudarlo.

– Bueno, la chica se cruzó en mi camino y necesitaba trabajo, así que se lo di.

Conor se quedó mirándolo un rato y luego fue a la cocina y sacó dos cervezas de la nevera. Le dio una a Brendan y este tomó un trago.

– Sí, sé que parece un poco raro, pero yo fui en parte responsable de que la echaran del trabajo que tenía. Y también de que perdiera la habitación donde se alojaba -se encogió de hombros-. Así que se ofreció a ayudarme y le dije que sí. La pagaré en metálico y le daré alojamiento. Ella, a cambio, está a mi disposición.

– ¿Qué trabajo tenía? -quiso saber Conor.

– Era camarera en un bar de pescadores en Gloucester.

– No sería una bailarina de esas que se desnudan, ¿verdad? Porque trabajé un tiempo en ese mundillo y esas chicas son…

– ¡No! No es bailarina de striptease, es solo una chica que trata de ganarse la vida. Aunque eso es lo extraño. No le pegaba estar en aquel bar. Ella es… diferente.

– ¿Por qué?

– Es culta, inteligente y habla como si se hubiera educado en una familia rica. Pero luego… tiene un lado rebelde.

Conor miró hacia su cerveza y comenzó a jugar con la etiqueta.

– Odio decirlo, pero parece la típica mujer que va por ahí estafando a los demás. Te pide que le dejes quedarse una noche contigo y luego no se va.

– Yo también tengo mis dudas -dijo Brendan-. Por eso me gustaría que averiguaras algo de ella si puedes.

– ¿Que averigüe algo de ella?

– Sí, ya sabes, que la investigues como hacéis los detectives. Tú trabajaste en los bajos fondos y todavía tienes amigos allí. Descubre quién es y de dónde viene. Se llama Amy Aldrich y es rubia, aunque estoy seguro de que no es natural. Tiene los ojos azules y un cuerpo muy bonito. No es muy alta y lleva muchos pendientes.

– ¿Eso es todo lo que me puedes decir?

– Es lo único que sé.

– Bueno, si quieres de verdad saber cosas de ella, mira entre sus cosas. Mándala hacer algo y, mientras, mira en su cartera. Busca pistas en su equipaje. Intenta encontrar su carnet de conducir o su tarjeta de crédito. Cualquier cosa que me sirva.

– En su equipaje, encontré algo, aunque al principio no le hice mucho caso. Tiene una maleta de esas muy caras con un logotipo. El logotipo es A. A, o sea, Amy Aldrich. Aunque también había una «s» al final.

– Quizá esté casada.

Las palabras de Conor fueron como un puñetazo en el estómago. ¿Tendría ella un marido en alguna parte? ¿Sería de él de quien huía?

– Estoy seguro de que no se comporta como una mujer casada.

– ¿Y eso qué significa? ¿Cómo se comporta una casada?

– Ya sabes, como Olivia. Feliz y satisfecha consigo misma. Serena. Amy no es así. Por otra parte, ahora que lo recuerdo, me hizo prometer que, si alguien iba a buscarla, le dijera que no la conocía.

– Está casada -aseguró Conor-. Seguro que está casada y por algún motivo se ha escapado. Lo que tienes que hacer cuanto antes, si tienes un poco de sensatez, es despedirla. Échala del barco y haz que salga de tu vida para siempre, antes de que el marido aparezca con un revólver.

– Sí, pero si su marido es violento, ¿no estará más segura conmigo?

Conor se quedó mirándolo atónito.

– Hombre… No me digas que te has enamorado de ella.

– ¡De eso nada! ¡Claro que no!

– Te has enamorado. Ya sabes que me encantaría que encontraras a alguien, pero esta no es tu chica, Bren. Confía en mí. En cuanto empezaste a hablarme de ella, mis instintos de policía se han puesto alerta. Despídela y búscate a otra.

– ¿A quién tienes que despedir?

Brendan y Conor se dieron la vuelta y vieron que Dylan estaba en medio de la sala con una caja.

– Cuando decidimos vivir aquí, no me di cuenta que Meggie tuviera tantas cosas. Deberíamos haber dejado los dos apartamentos y haber buscado uno más grande.

– ¿Por qué no lo hicisteis?

– Porque sus padres no saben que estamos viviendo juntos -respondió Dylan-. Me siento como un adolescente, haciendo cosas a escondidas. Pero Meggie quiere una gran boda y su madre igual. Hemos estado hablando de casarnos por lo civil en navidades y luego celebrar la ceremonia eclesiástica este verano -se agachó, abrió la caja y comenzó a sacar platos envueltos en periódicos-. Pero, ¿a quién hay que despedir?

Brendan no quería que se enterara toda la familia. Todo el mundo acabaría hablando de ello en el pub Quinn.

– A nadie. Es una chica que he conocido.

– Nada serio, ¿eh?

– No, nada serio -aseguró Brendan.

– Bien. Porque Meggie quiere presentarte a su socia, Lana. Es rubia y muy guapa, y tiene un cuerpo de impresión.

Brendan levantó una mano para acallar a su hermano.

– Por ahora no quiero novia. Primero tengo que terminar el libro y luego me iré a Turquía cuatro meses a escribir un libro sobre una excavación. A lo mejor cuando vuelva.

– La conocerás en la boda. Será la dama de honor de Meggie -Dylan arrugó varias hojas de periódico y las tiró a un rincón-. Será mejor que vuelva abajo y espere a Liam y los gemelos. Deberían haber llegado ya con los más pesado -miró a Brendan-. Te quedarás a tomar una pizza, ¿no?

– No, tengo mucho trabajo.

Conor hizo una mueca y Brendan adivinó lo que estaba pensando. Según su hermano, lo primero que tenía que hacer era echar a Amy Aldrich del barco y lo segundo, convencerse a sí mismo de que había hecho lo mejor.

Y después de esas dos cosas, tendría que conseguir olvidarse de la mujer más bella, enigmática y cautivadora que había conocido nunca.

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