Capítulo 6

Amy se despertó con el sonido del agua contra los laterales del barco y los chillidos de las gaviotas que estaban buscando peces para desayunar en aquella fría mañana de diciembre. Estiró los brazos sobre la cabeza y se arropó bien con las mantas.

– Vive el momento -se dijo.

Brendan se había ido el día anterior a Nueva York para una reunión. Le había dejado una lista de las cosas que tenía que hacer. Ella lo había acompañado al tren y luego se había ido de compras. Doscientos dólares eran toda una fortuna para ella, ya que no tenía que pagar habitación ni comida.

Había comprado tres jerséis, unos vaqueros nuevos, unos pendientes y otra manta para la cama. Luego, encontró una tienda de material de dibujo y compró lápices, acuarelas y cuadernos. Cuando vivía en casa con sus padres, podía comprar todo lo que quería, pero nunca se había sentido mejor que viviendo con Brendan. Era una vida completamente sencilla, con pocas responsabilidades y muchas satisfacciones. Le gustaba su trabajo y lo hacía bien. Brendan, además, respetaba su inteligencia y, cuando terminaban cada día el trabajo, tenía una sensación de satisfacción increíble.

En su casa, consideraban que su doctorado en literatura inglesa había sido una pérdida de tiempo. Aunque sus padres habían apoyado su deseo de ir a la universidad, pensaban que seguir estudiando después de la carrera era solo un modo de posponer lo esencial. Su obligación era casarse con el hombre adecuado y tener tres o cuatro hijos modelo.

La primera vez que había llevado a casa a Craig, sus padres se habían alegrado mucho. Él provenía de una buena familia de Nueva Inglaterra y, a pesar de que la carrera laboral que pensaba ejercer no era la más adecuada para ellos, lo vieron desde el principio con buenos ojos. Más tarde, Craig había cambiado todos sus ideales debido a la influencia de su padre.

Amy estaba segura de que Brendan nunca se habría dejado influenciar de ese modo. Él era un hombre que se había labrado su propio futuro y se había convertido en un escritor consagrado.

– Brendan Quinn -Amy soltó un suspiro.

El mero hecho de pronunciar su nombre la hacía sentirse bien y protegida.

Se estaba acostumbrando a fantasear con la idea de que, cuando su padre finalmente la encontrara y la obligara a volver a casa, Brendan acudiría a rescatarla.

De todos modos, aunque no la encontraran, acabaría volviendo por sí misma. Pero sería cuando dejara de sentirse avergonzada por haber cancelado la boda. Quizá para entonces Craig hubiera asumido que no pensaba casarse con él.

Amy soltó un gemido y se tapo la cara con la almohada. Pero, en ese momento, se sobresaltó al oír voces fuera.

– Hola, Brendan -se oyó decir a una mujer-. ¿Podemos subir a bordo?

Amy se incorporó y echó un vistazo por el ojo de buey que había sobre la cama, pero el cristal estaba helado y no se podía ver nada. Así que, con un gesto de fastidio, se levantó de la cama, se envolvió en su nueva manta y salió.

– ¿Quién es? -gritó.

En el muelle había dos mujeres muy guapas, una rubia y otra morena. Ambas parecieron sorprenderse al verla.

– Estamos buscando a Brendan -dijo la rubia.

Amy sintió un ataque de celos mientras contemplaba la belleza de ambas.

– En este momento no está -les explicó-, ha tenido que irse a Nueva York.

– ¿Eres Amy? -le preguntó entonces la morena.

– Sí -respondió, parpadeando sorprendida.

– Ya te dije que Conor nos había mentido -aseguró la morena, acercándose a Amy y extendiendo la mano hacia ella-. Soy Meggie Flanagan y esta es Olivia Farrell… quiero decir, Olivia Quinn.

– ¿Quinn?

– Soy la mujer de Conor, el hermano mayor de Brendan, al que conociste el otro día -le explicó la rubia-. Y esta es Meggie, la prometida de Dylan, que también es hermano de Brendan.

– Yo soy Amy Aldrich -dijo ella, estrechándoles la mano-, la ayudante de Brendan.

– No serás pariente de Adele Aldrich, ¿verdad?

Al escuchar el nombre de su abuela, a Amy estuvo a punto de parársele el corazón. No había hablado con ella desde que se había ido, pero era la única persona de su familia a la que se había sentido tentada de llamar.

– No, me temo que no -mintió-. ¿Por qué?

– Porque Adele es una clienta mía -explicó Olivia-. Me dedico a las antigüedades y la ayudé a decorar su casa de Beacon Hill.

Amy se moría de ganas de pedirle a Olivia que pasara y le contara cómo estaba la alegre anciana. También le habría gustado preguntarle por sus gatos y si pensaba marcharse fuera a pasar el invierno.

– ¿Queréis entrar? -les preguntó.

– Habíamos venido para que Brendan nos llevara a comer por ahí. Pero estaremos encantadas de que nos acompañes tú.

Amy miró la manta con la que iba tapada y luego se tocó el pelo despeinado.

– Bueno, es que no estoy arreglada…

– Oh, te esperaremos -dijo Meggie cariñosamente-. No tenemos prisa.

Amy no estaba segura de por qué querían que mera a comer con ellas, ya que no la conocían de nada.

– Esperadme dentro, ¿no?

Las mujeres entraron detrás de ella.

– Sentaos -les ofreció Amy, señalando la mesa-. ¿Queréis un café? Olivia sacudió la cabeza.

– No, gracias -respondió, agarrando un taco de papeles con dibujos que había en la mesa, debajo de una taza.

Amy soltó un gemido.

– Oh, no los mires. Son solo garabatos.

– ¿Los has dibujado tú? -preguntó Olivia, dándoselos a Amy.

– Sí, quería regalarle algo a Brendan por navidad y como no tengo mucho dinero… Bueno, decidí ilustrar un cuaderno de cuentos sobre sus antepasados que está poco a poco transcribiendo.

– ¿Sobre los Poderosos Quinn?

– Eso es. Quería terminar de pasarlos a máquina e ilustrarlos para hacer un libro.

– Es un regalo maravilloso -aseguró Olivia-. Y tienes mucho talento. Amy se sonrojó.

– No, es solo que fui a clases de pintura cuando era joven y supongo que no se me ha olvidado. Y ahora, será mejor que me cambie. No sé cómo he podido dormir hasta tan tarde.

Amy fue a su camarote y comenzó a buscar entre su ropa. Como las otras dos iban vestidas de un modo tan elegante, no quería parecer una desarrapada. Luego se dijo que se estaba comportando como una estúpida. La ropa no era tan importante.

Así que, sonriendo, se puso unos vaqueros y un jersey azul. Luego se peinó y se recogió el pelo en una coleta. Decidió no maquillarse y ponerse solo unos pendientes.

– Ya estoy -dijo al salir finalmente del camarote-. Pero me da pena que hayáis venido a ver a Brendan y que él no esté.

Olivia y Meggie se miraron la una a la otra antes de responder.

– Bueno, en realidad no hemos venido a ver a Brendan -admitió Meggie-. Hemos venido a verte a ti.

– ¿A mí? ¿Por qué?

– Porque eres la novia de Brendan -le explicó Olivia-. Y queríamos conocerte. Además, queríamos corroborar si era cierto el modo en que os conocisteis.

– ¿Si es cierto el qué?

– ¿Te sacó en brazos de aquel bar?.- Amy asintió.

Entonces las otras dos se miraron significativamente.

– Será mejor que vayamos a comer -dijo Olivia-. Así nos conoceremos mejor.

Pero Amy no estaba ya tan segura de querer ir a comer con ellas. Estaban comportándose de un modo extraño y no sabía a qué venían aquellas preguntas. Aunque lo cierto era que parecían encantadoras y llevaba sin salir con amigas desde que la habían despedido del Longliner.

– Muy bien -respondió Amy.

Después de salir del camarote, Amy cerró la escotilla y se bajaron las tres del barco. Comenzaron a andar por el muelle y, mientras charlaban amigablemente, Amy pensó en lo agradables que eran Olivia y Meggie. Y quizá en el futuro llegaran a ser algo más que amigas. Si ella y Brendan tuvieran un futuro juntos, las otras dos se convertirían en sus cuñadas.

Pero luego trató de pensar en otra cosa. No quería pensar en Brendan de aquel modo. Aunque por mucho que se negara a reconocerlo, lo cierto era que se había enamorado de él.


Brendan echó un vistazo a su reloj por tercera vez en cinco minutos. El taxi giró hacia la calle que salía de la estación de trenes y corría paralela a los muelles. Ya solo le faltaban unos pocos minutos para llegar a casa… y para ver a Amy. Durante todo el trayecto desde Boston había estado cayendo una pequeña nevada, así que la luz de las farolas se reflejaba sobre la fina capa blanca que cubría las calles. Hasta entonces, no se había despertado en él el espíritu navideño, pero aquel año era diferente.

Estaba tratando de convencerse a sí mismo de que era por los planes que había hecho con sus hermanos y con Olivia y Meggie. Pero, en realidad, sabía que era por causa de Amy. Aquellas navidades no estaría solo. Tenía pensando llevarla a Boston en Nochebuena para que conociera a toda su familia. Luego, volverían al barco para pasar ellos solos el día de Navidad.

Brendan se pasó la mano por el pelo mientras miraba a través de la ventanilla del taxi. Sabía que debía tener cuidado, ya que su relación con Amy seria solo temporal. Ella estaba comprometida con otro hombre y él tampoco podía atarse a nadie debido a su trabajo.

El taxi llegó al embarcadero donde estaba atracado El Poderoso Quinn. Brendan pagó la carrera, agarró su equipaje y salió.

Desde lejos, vio el barco iluminado con una serie de bombillas y por un momento dudó si no se había confundido de embarcadero. Pero no era así. En ese momento, Amy salió a recibirle con una sonrisa en los labios.

– ¿Te gusta? -le preguntó.

Brendan se quedó mirando las luces que hacían que El Poderoso Quinn pareciera un árbol de navidad.

– Bueno, es… deslumbrante -dijo-. ¿De dónde has sacado todas estas luces?

– No te gusta -dijo ella, decepcionada. Brendan tenía que admitir que resultaba algo extravagante para un barco de pesca, pero por otra parte le daba un aire festivo.

– Sí que me gusta -aseguró él-. Nunca había pensado que El Poderoso Quinn pudiera resultar tan… bonito.

Amy se tiró a sus brazos dando un grito de alegría. Él le agarró el rostro entre las manos y la besó, tal y como llevaba soñando hacerlo desde que se había separado de ella.

Permanecieron allí abrazados unos segundos, a pesar del frío que hacía.

– Tengo otra sorpresa para ti -dijo ella, apartándose un poco y agarrándolo de la mano.

Una vez dentro del camarote principal, Brendan se fijó en el árbol de navidad que había en uno de los rincones. De pronto, él recordó el árbol enorme que había decorado su casa de la calle Kilgore. Su madre lo había aupado para que pudiera tocar los adornos.

– ¿Te gusta? -le preguntó Amy.

– Es estupendo -respondió él, acercándose y tocando las agujas del abeto.

– Y espérate -añadió ella, sonriendo-, que ahora viene lo mejor.

Amy apagó las luces, de manera que la única iluminación pasó a ser la del árbol. A continuación se acercó a él y lo abrazó por detrás.

– Así es como más me gusta -murmuró-. Con las luces apagadas.

Brendan se dio la vuelta hacia ella y se quedó mirando su preciosa cara, solo iluminada por las luces del árbol. Se inclinó y la besó en los labios al tiempo que le acariciaba una mejilla.

¿Cómo habían llegado a aquello?, se preguntó. Cuando la llevó a vivir con él, se había prometido mantener la distancia. Pero lo cierto era que se había enamorado perdidamente de Amy.

Ella comenzó a quitarle la chaqueta, que enseguida cayó al suelo. Luego le aflojó la corbata lentamente y le desabrochó la camisa. Cuando Brendan notó sus labios sobre el pecho, la agarró de la cabeza. Aquella mujer le volvía loco solo con tocarlo. Pero seguía sin saber nada de ella.

No conocía nada de su pasado. Había irrumpido en su vida de repente y seguramente desaparecería igual. Pero, eso sí, él trataría de impedirlo.

Amy trazó una línea de besos en dirección a su ombligo, haciéndolo estremecerse de placer. Luego, le desabrochó los pantalones y se los bajó, haciendo a continuación lo mismo con la ropa interior.

Brendan sabía lo que iba a suceder a continuación, pero cuando sintió la boca de ella sobre su miembro erecto, le sacudió una descarga eléctrica tan intensa, que no supo si iba a poder soportarlo.

Lentamente, ella fue excitándolo más y más. Cuando pensaba que no iba a poder controlarse, la obligó a ponerse en pie y la besó apasionadamente.

– Te deseo tanto… -murmuró él.

– Pues soy toda tuya.

Brendan le quitó el jersey y los vaqueros. Ella lo condujo a continuación hacia un sofá y, cuando comenzó a acariciarlo, Brendan se sorprendió de la intensidad de su deseo. Aunque habían hecho el amor a menudo durante los últimos días, no disminuía lo más mínimo, sino al revés. Se deseaban cada vez de un modo más desesperado.

Y no era tanto por el alivio físico que les proporcionaba, sino por la íntima conexión que existía entre ambos, por el modo en que casi podía tocar su alma cuando estaba dentro de ella. Él siempre había pensado que el amor era algo muy complicado, pero con Amy todo era sencillo.

Al quedarse mirándola fijamente y ver su sonrisa, estuvo a punto de confesarle lo mucho que la amaba. Pero su instinto le aconsejó que esperase. Combinada con la fuerza del deseo, aquellas palabras podrían asustarla y hacerla marchar antes de darse cuenta de lo que sentía por él.

Porque no tenía duda de que podía conseguir que ella también se enamorase de él. Hacerla olvidar su pasado y ayudarla a comenzar una nueva vida junto a él. Pero antes de nada, tenía que asegurarse de que ella llegara a necesitarlo tanto como él la necesitaba a ella.

Le quitó la ropa interior de encaje y se quedó contemplando su suave piel, iluminada por las luces del árbol de navidad. Luego agachó la cabeza sobre ella y comenzó a lamerle un pezón hasta ponerlo duro.

Después, fue bajando por todo su cuerpo, besándolo y lamiéndolo, hasta llegar a su sexo. Al sentir su lengua, Amy se arqueó de placer mientras le agarraba la cabeza y repetía su nombre.

Cuando él se dio cuenta de lo excitada que estaba, se puso sobre ella y la penetró. No usó ninguna protección, ya que quería sentirla sin barreras. Sabía que no debería hacerlo, pero no pudo contenerse. Ella era suya, en ese momento y para siempre.

Ambos estaban tan excitados, que no aguantaron mucho más. Amy llegó la primera al climax, gritando de placer, y él no tardó en seguirla.

Luego se quedaron tumbados uno junto al otro en silencio, besándose y acariciándose. Brendan no se había dado cuenta hasta entonces de lo feliz que era con ella a su lado. En ese momento, entendió al fin lo que sus hermanos habían encontrado.

Y él también quería construir su futuro junto a aquella mujer. Arrimó el rostro al cuello de Amy y soltó un suspiro. Sí, estaba decidido a que ella no se marchara de su lado.


– Deberías haber terminado con las compras navideñas -le regañó Amy, colocando mejor un adorno del árbol de navidad-. Ya solo quedan dos semanas y tienes que comprar los regalos para toda tu familia.

– No voy a comprarles nada -dijo Brendan mientras extendía el periódico sobre la mesa-. Acuérdate de que no me gustan estas fiestas.

– Eso era antes. Ya me encargaré yo de que te gusten. Además, Meggie y Olivia seguramente sí van a comprarte algo a ti.

– ¿Por qué lo sabes?

– Bueno, porque me parecieron suficientemente atentas como para hacerle un regalo a su cuñado por navidad. Así que si no quieres sentirte mal cuando te den tu regalo, tendrás que comprarles tú también algo.

– Pues ve tú a comprar algo -le dijo Brendan-. Tú sabrás mejor que yo lo que les puede gustar. Y además, eres mi ayudante, ¿no?

– Pero si apenas las conozco.

– Pero eres una mujer, así que conocerás sus gustos mejor que yo.

Amy se acercó a él y lo agarró de la mano.

– Vamos, ya hemos trabajado mucho por hoy. ¿Por qué no nos damos un paseo y vemos si podemos encontrar algo? Quizá algo de joyería o de ropa. Si no vemos nada hoy, lo compraré yo mañana.

Brendan la sentó sobre su regazo y le dio un beso en la nuca. En el pasado, ir a comprar con una mujer había sido para él algo temible. Pero con Amy le resultaba divertido.

– Iremos de compras luego. Y ahora veremos a ver si podemos encontrar algo mejor que hacer.

– Si nos quedamos en el barco, nos pondremos a trabajar. Y el libro está casi terminado.

Brendan echó un vistazo distraído al periódico. Ella tenía razón, el libro estaba casi terminado. Y cuando lo acabara, no habría nada que la retuviera allí.

– He estado pensando que quizá deberíamos hacer una segunda corrección. Amy lo miró agradecido.

– Sé por qué lo dices.

– ¿Por qué?

– Estás posponiendo el fin para darme tiempo a que encuentre trabajo. Pero no te preocupes por mí. Ya encontraré algo. He estado pensando en tu oferta de hablar con tu editor.

– ¿En Nueva York?

– Sí, ¿por qué no? -Amy tomó la chaqueta de Brendan, que estaba sobre la cama y se la dio-. Luego hablaremos sobre ello. Ahora vámonos. Podemos ir a hacer las compras y luego me puedes llevar a comer a algún sitio.

Brendan tomó su chaqueta y luego la ayudó a que se pusiera ella la suya. Cuando salieron a cubierta, notaron el sol y el aire húmedo del puerto. Hacía un día estupendo. La nieve se derretía a los lados de la acera y de los tejados de los edificios seguían cayendo de vez en cuando gotas de agua que formaban charcos en el suelo. Llegaron al centro y se acercaron a una de las pequeñas tiendas de regalos para turistas.

Amy se detuvo en el escaparate.

– Esto me gusta -dijo, señalando la joyería.

– ¿Los pendientes?

– Todo. Es de un artista local y la joyería está hecha de cristal de mar.

– ¿Qué es el cristal de mar?

– Son formaciones cristalinas de agua de mar que la marea deja sobre la arena. Algunos son muy antiguos. Y las olas y la arena los pulen hasta que parecen joyas. Conozco a Olivia y a Meggie y seguro que les encantan.

– ¿Por qué lo sabes? Amy soltó una carcajada.

– Porque a mí también me encantaría tener algo así.

– De acuerdo. Espérame aquí. Ella lo agarró de la mano.

– Pero tengo que entrar para ayudarte a elegir.

– No. Lo puedo hacer yo solo. Espérame. Brendan entró en la tienda y fue hacia el mostrador que había en la pared del fondo, decidido a terminar cuanto antes. La vendedora sonrió y se apresuró a atenderlo, claramente contenta de tener a un cliente en aquella época del año.

– Me gustaría comprar algo de cristal de mar.

La mujer colocó sobre el mostrador un estuche, al que quitó una cubierta de terciopelo negro.

– Lo hace un artesano local. Y todos los…

– Me llevaré dos pares de pendientes -la interrumpió Brendan.

– ¿Cuáles?

Brendan frunció el ceño.

– Cualquiera. Los que sean más bonitos. Elíjalos usted y envuélvamelos.

La dependienta obedeció mientras Brendan esperaba impaciente y contemplaba los collares. Le llamó la atención uno plateado con una piedra de cristal de mar de color azul. Cuando la dependienta volvió con los pendientes, Brendan le señaló el collar.

¿Puedo verlo? Ella sacó la pieza.

– Es muy bonito. Ya sabe que el cristal de mar de color azul es muy raro.

Brendan miró hacia la calle y vio que Amy estaba de espaldas a ellos.

– ¿Cree que le gustaría a ella? La mujer miró a la calle y luego a Brendan.

– Creo que un regalo bonito de un hombre guapo le haría feliz a cualquier mujer.

Brendan tomó el collar. La piedra era del mismo color que los ojos de Amy. Él nunca había comprado antes un regalo para una mujer. El hecho en sí le parecía muy serio y nunca había querido ser malinterpretado… que creyeran que estaba enamorado. No recordaba el número exacto de mujeres que habían pasado por su vida. Pero siempre había sido lo mismo, pasaban unas cuantas semanas juntos y luego se decían adiós. Y nunca se le había ocurrido comprarles un collar.

– Me lo llevo. Pero no hace falta que me lo envuelva.

La dependiente puso el collar en una pequeña caja y Brendan se la metió en el bolsillo. Luego le dio su tarjeta de crédito. Cuando terminó, se volvió hacia la puerta y le dio las gracias. Amy estaba esperando fuera. Al ver que salía, fue hacia él y lo agarró del brazo.

– Enséñame lo que has comprado.

– ¿Por qué?

– Para asegurarme que está bien.

– ¿Y si no lo está?

– Entonces volveremos y lo cambiaremos por otra cosa.

– De eso nada.

– Bueno, enséñamelo -insistió.

– He comprado dos pares de pendientes. Y también esto.

Brendan se metió la mano en el bolsillo y sacó la cajita. Se la dio a ella. Amy la destapó y sacó el delicado collar plateado.

– Es precioso -exclamó, dando un suspiro.

– Es para ti.

Amy parpadeó sorprendida.

– ¿Para mí?

– Es un regalo. A lo mejor tenía que haber esperado a Navidad para dártelo, pero como no se me da muy bien guardar secretos, prefiero dártelo ya.

– Pero… ¿por qué?

– Porque sí -Brendan agarró el collar y abrió torpemente el cierre-. Date la vuelta.

Brendan le puso el collar alrededor del cuello y se lo abrochó. Amy, entonces, se dio la vuelta despacio, con una sonrisa en los labios.

– Gracias.

– Es azul -comentó Brendan-. Como tus ojos. ¿Te gusta?

Ella levantó la mirada y entonces él vio que tenía los ojos húmedos. Por un momento, Brendan pensó que se había equivocado, pero de pronto ella se echó en sus brazos y le dio un beso.

– Nada podía gustarme más.

Se quedaron abrazados un rato frente a la tienda. Brendan cerró los ojos y deseó que sus palabras se refirieran a él y no al collar.

– A mí tampoco.


Capítulo 7


Brendan estaba sentado en el café Sandpiper, cerca del muelle de Gloucester, mirando por la ventana. Aquel día flotaba una niebla espesa sobre el pueblo. Conor lo había llamado por la mañana temprano y le había pedido que se encontraran para desayunar. Brendan sospechaba que Conor había descubierto algo desagradable sobre Amy.

Se imaginaba que era una mala noticia. Seguro que Amy estaba casada y le había mentido, o tenía algo pendiente con la ley. O quizá fuera una timadora, como Conor había sospechado en un principio. Aunque mientras esperaba a su hermano, descubrió que no le importaba. Que nada, por muy malo que fuera, cambiaría lo que sentía por ella.

Lo que por otra parte era completamente estúpido. Hacía solo diez días que se conocían y ya estaba tan convencido de su inocencia, que estaba dispuesto a arriesgarlo todo por ella. Si alguien le hubiera dicho que se enamoraría tan rápidamente de una mujer, se habría reído en su cara. Pero parecía que cuando los hermanos Quinn se enamoraban, las cosas iban muy deprisa.

La camarera se acercó a su mesa, le sirvió otro café y le dio el menú. Brendan se sirvió azúcar y leche y lo removió despacio, mirando hacia la puerta. Segundos después, apareció Conor con un elegante traje. Se vestía mejor últimamente, ya que le habían ascendido al departamento de homicidios. Aunque, en realidad, Brendan sospechaba que era más cosa de Olivia que de sus superiores. ¡Caramba, si parecía una persona respetable!

Conor lo vio enseguida. Se sentó en la mesa y llamó a la camarera.

– ¿Qué has descubierto? -preguntó Brendan, echándose hacia delante y tratando de leer los pensamientos de su hermano.

– ¿Qué? ¿No te alegras de verme? ¿No me preguntas cómo está Olivia?

– Hola, ¿cómo estás? Tienes buen aspecto. ¿Cómo está Olivia? ¿Así te gusta más? Y ahora dime, ¿qué has descubierto?

La camarera se acercó y Brendan hizo un gesto de impaciencia, esperando a que se fuera. Cuando lo hizo, Conor se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y le dio a Brendan un sobre. Este lo miró y de repente tuvo miedo de abrirlo. Quizá era mejor continuar sin saber la verdad.

– ¿Tienes miedo? Porque si lo tienes, lo abriré yo.

– No, no tengo miedo. Es solo que…

– Estás enamorado de ella y seguro que quieres saber quién es -afirmó Conor-. Está bien, yo te lo diré. ¿Estás preparado? Es una rica heredera.

Brendan no estaba seguro de haber oído bien a su hermano. Estaba esperando oír que era una fugitiva de la justicia, o una delincuente…

– ¿Qué quieres decir?

– Lo que he dicho. Su nombre verdadero es Amelia Aldrich Sloane. Su padre es Avery Aldrich Sloane, de Aldrich Industries. Su abuela es Adele Aldrich, de los Aldrich de Boston, a los que debe su nombre la galería de arte Aldrich, el Museo de Bellas Artes y el pabellón Aldrich del Symphony Hall.

– ¿Amy es miembro de esa familia?

– Sí, y en mayo heredará cinco millones de dólares. Y cuando su padre muera, heredará el resto de su hacienda. Es una de las mujeres más ricas de Boston.

Brendan se pasó la mano por el pelo, incapaz de decir nada.

– ¿Y por qué demonios se ha escapado? He estado todo este tiempo preocupado por ella, pensando en su pasado y en lo que ocultaba, temiendo que la policía la encontrara algún día, y lo que estaba ocultando es que es rica.

– Tal vez no quiera el dinero -replicó Conor, encogiéndose de hombros.

– ¿Quién demonios puede no querer ese dinero? -preguntó Brendan, enfadado. Luego bajó la voz, al ver que los demás clientes se volvían hacia ellos-. ¿Y qué hay de su prometido?

– Craig Atkinson Talbot -Conor abrió el sobre-. ¿Por qué los ricos siempre tienen nombres compuestos? Es de otra familia rica de Boston, relacionada con la banca, pero no tienen tanto dinero como los Aldrich Sloane. Amy desapareció una semana antes de que se celebrara la boda. Al principio, los padres pensaron que había sido secuestrada y la policía empezó a buscarla. Pero, pasado un tiempo, llegaron a la conclusión de que se había escapado. Entonces, el padre contrató a varios detectives privados para que la buscaran.

– Pero es una mujer adulta y puede hacer lo que le plazca, ¿no? -dijo Brendan-. No puede obligarla a que vuelva.

– Bren, no creo que ni tú ni yo podamos entender del todo a ese tipo de familias. Nosotros somos distintos, no tenemos a nadie que nos diga lo que podemos y no podemos hacer. Llevamos vidas sencillas y solo tenemos que pensar en trabajar y seguir hacia delante. Pero tener tanto dinero te ata. No puedes escapar. Me imagino que Amy tendrá presiones de todo tipo y no podrá casarse con el hijo del tendero de la esquina, por ejemplo.

Brendan se quedó mirando la foto de Amy y su prometido.

– Y tampoco con el hijo de un pescador irlandés, ni con un escritor que no sabe qué encargo recibirá el mes que viene.

– No digas eso. Yo también pensé lo mismo cuando conocí a Olivia, pero si amas a alguien de verdad, todo se puede solucionar.

– Olivia no es la hija de un millonario.

– Y yo no soy un escritor famoso. Tú no eres cualquier trabajador, tienes una profesión valorada y la gente te conoce. Eso cuenta.

Brendan miró por la ventana y vio que la niebla se había vuelto tan espesa, que habían encendido las luces de las farolas.

– Está claro que para Amy no es suficiente, porque, si no, me hubiese contado la verdad.

– No sabes los motivos que puede tener para ocultártelo, así que no saques conclusiones.

Brendan se había preparado para oír una mala noticia, pero nunca podía haber adivinado algo así. No se había enamorado de una camarera y aspirante a editora, se había enamorado de la heredera de una familia millonaria de Boston. Él, Brendan Quinn, un chico irlandés de clase media que había llegado del viejo continente.

– Ahora la defiendes, ¿eh? -le dijo a Conor-. Hace una semana me decías que la echara.

– No es una delincuente y nunca ha incumplido la ley, a no ser que cuentes el que tú le estés pagando en dinero negro -Conor se echó hacia delante-. ¿Qué vas a hacer? ¿Le vas a decir que lo sabes?

Brendan se encogió de hombros.

– Todavía no lo sé -tomó su taza y dio un trago largo al café-. Ahora me tengo que ir.

– Lo sé. ¿Por qué no venís esta noche al pub? Tráete a Amy. A Olivia le gustaría verla y estoy segura de que también a Meggie. Les ha caído muy bien.

– Tal vez -dijo Brendan.

La respuesta era solo para tranquilizar a su hermano. Se levantó, dejó unos cuantos dólares sobre la mesa para pagar los cafés y le dio a Conor un golpecito en el hombro.

– Gracias, Con. Te agradezco mucho lo que has hecho.

– Me alegro que haya salido todo bien.

Brendan sonrió con amargura.

– Eso está por ver.

Se dio la vuelta, fue a la puerta y salió a la calle. El día era cálido para la época del año en la que estaban y la niebla se había deslizado hacia el puerto. Mientras echaba a andar por la calle principal, recordó la primera vez que había visto a Amy.

No se había equivocado entonces. Amy no pertenecía al ambiente del Longliner. No le pegaba estar sirviendo bebidas, ni tratando de evitar que los clientes la manosearan. Procedía de una vida mejor, una vida que una familia como la de él nunca había conocido. De repente, toda sus inseguridades infantiles aparecieron de nuevo. Tanto él, como sus hermanos, siempre se ponían a la defensiva cuando se sentían inferiores a alguien.

Aunque no conocía a Avery Aldrich Sloane, sabía lo suficiente sobre ese tipo de hombres como para adivinar cómo reaccionaría. Su hijita no había nacido para desperdiciar la vida con un hombre como él. Tenía unos planes mejores para ella. Brendan maldijo entre dientes.

Llegó al muelle y se quedó un rato contemplando el agua. ¿Podría seguir tratándola igual después de saber quién era en realidad?

– Amelia Aldrich Sloane -murmuró en voz alta.

Aquel nombre no encajaba con la Amy que él había conocido.

Empezó a caminar por el muelle y, conforme se acercaba a El Poderoso Quinn, se dio cuenta de que Amy estaba subida a la cabina del piloto.

– ¿Qué demonios estás haciendo ahí? Ella se dio la vuelta y lo saludó con la mano.

– ¡Mira! He encontrado esto en la tienda que vimos el otro día.

Amy se puso a un lado para que Brendan viera un enorme Santa Claus de plástico. Estaba encendido y era como un faro en la niebla.

– ¿No es precioso? Se va a ver desde toda la costa.

– ¿Y eso es bueno?

– ¿No te gusta?

– Baja -dijo él con impaciencia. Brendan contuvo el aliento mientras la veía bajar por la escalera. Cuando llegó a su lado, vio que tenía las mejillas rojas del frío y que el pelo se le había rizado por la humedad. Lo rodeó con sus brazos y le dio un beso, pero Brendan no estaba alegre. Amy le parecía diferente y no sabía si tenía que sentirse dolido o enfadado.

¿Por qué le había ocultado algo tan importante? De acuerdo, tenía dinero. Pero, ¿creía que iba a intentar aprovecharse? Él ganaba suficiente dinero por sí mismo y no necesitaba más. O quizá fuera por otra cosa. Quizá las mujeres ricas como Amy Aldrich Sloane disfrutaran teniendo aventuras con hombres que pertenecieran a una clase social más baja. Y cuando se cansaran de ellos, los abandonaran sin ningún remordimiento.

– No me pude resistir -le explicó ella-. Lo compré cuando volvía de la compra. Solo me ha costado cinco dólares.

– Claro -dijo él con un matiz de sarcasmo-. Bueno, así, si la luz del puerto se estropea, podremos guiar a los barcos con este Santa Claus.

Brendan comenzó a subir al barco.

– Tal vez debería haber traído algo más religioso -contestó ella, siguiéndolo-. Tenían también un nacimiento, pero no me pegaba. Además, Santa Claus es un buen antídoto para que te vuelvas más divertido. ¿Cómo puedes mirarlo y no echarte a reír?

Brendan miró su rostro, en forma de corazón, y su enfado empezó a desaparecer. Aunque debería tener cuidado, la noticia de Conor lo había tranquilizado. Quizá todavía podrían tener un futuro juntos. No estaba casada y no era ninguna delincuente.

Por unos momentos, se olvidó de lo que había descubierto en el restaurante. No se imaginaba a Amy en una mansión con criados que atendieran todos sus deseos. No la imaginaba con ropa cara y lujosas joyas, conduciendo un coche deportivo. La única Amy que conocía era la mujer con la que compartía su cama.

Brendan la tomó en sus brazos.

– Estás fría.

Dio un suspiro y le dio un beso en la frente.

Estuvo un rato sin querer soltarla, temiendo que pudiera cambiar de repente y convertirse en una desconocida. Estaba decidido a pedirle explicaciones, pero lo único que le importaba en ese momento era sentir su cuerpo contra el suyo.

Brendan sabía que se estaba arriesgando al amar a alguien que quizá nunca le correspondiera. Pero a pesar de todas las mentiras, quería seguir creyendo en lo que veía en sus ojos y en lo que delataba su voz cuando hacían el amor. Amy Aldrich lo necesitaba tanto como él a ella.


– Vamos dentro. Tenemos mucho trabajo.

Amy observó a Brendan desde la cama; estaba doblando cuidadosamente su ropa. Acababa de salir de la cama y no se había molestado en ponerse nada encima.

Brendan tenía un cuerpo increíble. Era fuerte y esbelto, de hombros anchos y caderas estrechas. Amy siempre había considerado los atributos físicos menos importantes que la relación que podía establecerse entre dos personas, pero era muy agradable acariciar a un hombre tan perfecto y viril. Solo de pensarlo se le aceleraba el corazón. Le gustaba la personalidad de Brendan, su inteligencia y su corazón, pero su cuerpo la volvía loca.

– Eres muy guapo.

Brendan la miró sin comprenderla.

– ¿Qué?

– Que eres guapísimo -repitió-. Nunca pensé que un hombre pudiera ser tan guapo. Quiero decir, que hay hombres guapos en el sentido clásico. Por ejemplo, el David de Miguel Ángel. Pero cuando estás con la luz adecuada, eres… perfecto. Te podría mirar todo el día y no cansarme.

– No me importa que me mires. Pero me gusta más cuando me acaricias.

Y lo había acariciado mucho la noche anterior. Amy se puso a recordar el modo en que él la había seducido y la manera en que le había hecho el amor, diferente a la de otras noches. Le había parecido como si Brendan estuviera intentando memorizar cada momento. Había sido delicado, pero a la vez desesperado. También exigente, tomando cada gesto de ella y cada caricia como si fuera la última.

Y quizá pronto fuera la última. No habían hablado de su partida en los últimos días, pero el libro estaba casi terminado. Sin embargo, se inventaban tareas que los mantenían ocupados durante el día y luego se iban a la cama para hacer el amor apasionadamente.

Pero, ¿cuánto tiempo duraría aquello? Más tarde o más temprano, Brendan llevaría el libro a su editor y su trabajo habría terminado. Amy no sabía si tenía algún nuevo proyecto. Cuando le preguntaba al respecto, él se mostraba ambiguo. Así que ella lo tomaba como una respuesta negativa.

– Voy a darme una ducha. ¿Quieres venir conmigo?

Amy soltó una carcajada y se acurrucó bajo las mantas.

– Pero si casi no cabe una persona. No creo que entremos los dos.

– Podemos intentarlo -dijo él, como si fuera algo que quisiera experimentar.

– ¿Por qué no te duchas tú mientras yo preparo algo de comer?

Brendan se acercó a la cama y le dio un beso largo.

– Me parece una buena idea.

Brendan tomó una toalla limpia del armario que había junto a la puerta y salió. Amy se levantó, se puso una camisa de franela de él y se fue a la cocina. En la mesa, estaban esparcidos algunos folios.

No llevaba ni dos semanas en el barco y le parecía toda una vida. Pero también sabía que dentro de poco tendrían que decirse adiós.

– Pídeme que me quede y me quedaré – murmuró en voz baja.

En ese momento, sonó el móvil de Brendan.

– ¿Diga?

– ¿Está Brendan? -preguntó una voz de hombre.

– Soy su ayudante. ¿Quiere que le deje algún mensaje?

– Dígale que Rob Sargeant ha llamado. Soy su agente. Quería informarle de que el viaje a Turquía se ha adelantado. Tiene que estar allí el día veintitrés, dos semanas antes de lo que habíamos acordado. La excavación durará cuatro meses, así que podrá volver antes de la boda de su hermano en junio.

– ¿Cuatro meses? ¿Turquía?

– Tiene que conseguir un visado -continuó el hombre-, y aquí tengo su billete de avión. Dígale que se lo enviaré enseguida. Me imagino que le puedo dar el recado a usted, ¿verdad?

– Claro, claro. Soy su ayudante,

– Muy bien. En cualquier caso, dígale a Brendan que me llame hoy mismo.

– Muy bien -dijo Amy.

Después de dejar el móvil sobre la mesa, soltó un suspiro y se puso la mano en el corazón, tratando de hacerse a la idea. Brendan no le había pedido que se quedara porque él tenía que irse. Se marchaba fuera y no le había dicho nada.

Pero, si sabía que se iba a ir, ¿por qué se comportaba como si la quisiera? ¿Por qué dejaba que la relación se convirtiera en algo serio? Amy cerró los ojos y entrelazó las manos nerviosamente, recordando la primera vez que habían hecho el amor. Entonces había sido solo sexo y ella le había asegurado que para ella no significaba nada.

– Es lo que querías -murmuró-. Eso es justamente lo que le dijiste. Que no querías comprometerte a nada.

Pero no podía dejar de sentirse traicionada, como si la hubiera engañado para que se enamorase de él. No le extrañaba que Brendan se preocupara tanto por buscarle trabajo. Era el modo más cómodo de no sentirse culpable. Él había sabido desde el principio que su relación con ella iba a durar poco tiempo. Pero ella, estúpidamente, se había imaginado que podía llegar a convertirse en algo más serio. Notó que se le humedecían los ojos y tuvo que sentarse.

No sabía cuánto tiempo estuvo así, con la mirada perdida y con la cabeza dándole vueltas. Pero cuando Brendan entró, secándose el pelo con una toalla y otra enrollada en las caderas, ella lo miró, esforzándose por sonreír. No iba a permitir que Brendan notara lo que sentía.

Brendan fue a la nevera y, después de sacar un zumo de naranja, se sentó a su lado.

– Creí que ibas a preparar algo de comer.

– Iba a hacerlo, pero me distraje. Ha llamado tu agente.

– ¿Qué quiere?

– Dice que tu viaje a Turquía se ha adelantado. Tienes que marcharte el día veintitrés. Dos días antes de navidad -tragó saliva, esforzándose por seguir hablando-. Necesitarás un poco de tiempo para preparar todo y hacer la maleta -se mordió el labio y luchó por contener las lágrimas-. ¿Por qué no me lo has dicho antes?

Brendan le agarró la barbilla y la miró a los ojos.

– Me imagino que debería haberlo hecho.

– No -contestó ella, tratando de aparentar que le daba igual-. No tenías por qué. Y a mí no tenía por qué importarme. Sabía que este trabajo era para poco tiempo. Turquía… suena bien.

– Te lo tenía que haber dicho -repitió él-, pero no estaba seguro de si iba a salir el proyecto.

– Pues ahora lo estás -dijo Amy, sonriendo-. Y como te vas a ir dentro de una semana, tenemos muchas cosas que hacer. Tenemos que terminar el libro del todo y enviarlo para que puedas pasar unos días con tu familia. Y yo necesito que me escribas esa carta de recomendación. Luego me iré para buscar alojamiento y…

– ¿Y nosotros? -dijo Brendan, poniéndole un dedo en los labios.

– ¿Nosotros?

– Tenemos que pensar qué vamos a hacer.

Ella se cambió de posición. Había imaginado que la relación entre ellos se daba por terminada, que Brendan se iría y eso seria el fin. ¿Qué podía responder? ¿Quería él que lo esperara? Antes de enterarse de lo del viaje, pensaba quedarse en el barco hasta saber qué iba a pasar, pero eso ya no podía ser.

– Puedes venir conmigo -le sugirió Brendan, tomándole una mano-. Sería estupendo. Estaríamos juntos y seguro que en Turquía hay muchas cosas que ver.

– ¿Quieres que te acompañe como tu ayudante?

– ¿Por qué no? Trabajamos bien juntos y ahora no sé si podré escribir otro libro sin ti.

– ¿Y quién me va a pagar el sueldo?

– Yo. Lo mismo que hasta ahora. Amy se levantó y se cruzó de brazos.

– ¿Seguiría trabajando para ti y siendo tu amante? ¿Seguiríamos como hasta ahora?

– Sí. A menos que desearas algo más. ¿Lo deseas? -preguntó Brendan, mirándola fijamente a los ojos.

– Bueno, es que según lo que me propones, dependeré totalmente de ti.

– No, seríamos socios, Amy.

– Pero será tu vida, tus sueños… Amy se dio la vuelta. Había luchado tanto por ser independiente y en ese momento estaba a punto de tirarlo todo por la borda. Y todo porque lo amaba.

De repente, sintió miedo. Porque no estaba segura de querer confiar su futuro a otro hombre. No sabía si podría ver cumplidos sus sueños y ser feliz dependiendo de otra persona.

Amy consideró la posibilidad de acompañarlo durante una temporada. Si se lo hubiera ofrecido unas semanas antes, habría saltado de alegría. ¿Qué mejor aventura que ir a Turquía a ver una excavación arqueológica? Pero en ese momento, la decisión no era tan sencilla, ya que había más en juego. Los sentimientos cada vez tenían más peso en su relación.

– No sé qué decir.

– ¿Qué tienes que pensar? -preguntó él-. Te pagaría y estaríamos juntos…

– ¿Y por qué me pagarías? ¿Por mi trabajo como ayudante o por ser tu amante?

– Amy, sabes que eso no es lo que pienso de nuestro… trato.

– Es una buena forma de definirlo. Un trato. Yo pensaba que ahora ya se podía llamar relación.

– Tú eres la que no quería tener una relación -aseguró él-. Y si hubieras cambiado de opinión, tendríamos más cosas de que hablar, aparte del viaje a Turquía.

– No, no he cambiado de opinión. Pero tú tenías que haberme hablado del viaje. Me siento como si me hubieras mentido. Me siento como si hubiera sido solo una diversión para ti mientras esperabas para marcharte.

Brendan soltó una carcajada y se levantó.

– ¿Crees que he sido yo el que te ha mentido? ¿Y las mentiras que tú me has contado? ¿Lo de que tu familia vive en California y lo de que fuiste allí a la universidad?

– ¿De qué hablas? -preguntó Amy, asustada.

– Lo sé todo. Sé que eres Amelia Aldrich Sloane, la hija de Avery Aldrich Sloane y la nieta de Adele Aldrich. Sé que eres la heredera de una gran fortuna. Te escapaste de tu casa hace seis meses y acabaste aquí.

Amy no podía creerse lo que estaba oyendo. ¿Brendan lo sabía?

– ¿Desde cuándo lo sabes?

– Desde hace unos días. Uno de los detectives de tu padre se acercó a mí en el muelle y me dio una foto en la que estabas con tu prometido. ¿Cómo se llama? ¿Craig o Greg? Le dije a Conor que averiguara algo y él me lo contó todo hace unos días.

Amy se acercó a él temblando de rabia y con los puños cerrados.

– ¿Cómo te atreviste a pedirle a Conor que investigara sobre mí?

Brendan soltó una carcajada sarcástica.

– Muy bien. Te enfadas por pedir que te investiguen cuando fui yo el que te dejó un lugar donde vivir y un trabajo. Estaba harto de esperar a que tú me dijeras quién demonios eras. No sabía nada de ti y podía estar alojando a una delincuente.

– Pues te habrás puesto muy contento al saber que soy una rica heredera en vez de una delincuente. Dime, ¿cuándo pedirás la recompensa? Porque hay una recompensa, ¿no? Si no la hay, me enfadaré mucho con mi padre.

– Al parecer, tu padre está muy preocupado por ti.

– No me hables de mi padre.

– Deberías alegrarte de que te quiera. Mi padre apenas se acordaba que tenía hijos. Venía todos los meses, nos dejaba un poco de dinero y se marchaba otra vez. No teníamos nada.

– Os teníais a vosotros. Yo no tengo a nadie. Mis padres gobiernan mi vida y yo tengo que hacer todo lo que me digan. Y cuando traté de seguir mi camino, cuando decidí casarme con Craig, ellos lo estropearon todo. ¿Crees que por que mis padres tengan dinero mi vida es más fácil? Pues te equivocas.

– ¿Por qué estamos gritando?

– ¡Porque estoy enfadada!

– Pues yo no. No me importa si eres rica o una camarera. Me da igual.

– Eso cambiará.

– No dejaré que ocurra -aseguró él-. Y no has contestado a mi pregunta.

– No recuerdo que me hayas hecho ninguna pregunta.

– Te escapaste, por eso estás aquí. Pues escápate conmigo. Tu padre nunca nos encontrará en Turquía.

Amy soltó un suspiro profundo. Quería decir que sí. Era una oferta tentadora y excitante. Le gustaría confiar en que Brendan y ella podían tener un futuro juntos. Le encantaría que él llegara a quererla como ella lo quería a él. Quería creer que, si se amaban el uno al otro, él aceptaría que ella quisiera ser independiente. Porque aquella no era su vida, sino la de él.

– No puedo.

Nada más decirlo, se dio la vuelta y corrió hacia su camarote. Cerró la puerta y se apoyó en ella mientras las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas. Se las secó con el dorso de la mano y maldijo entre dientes. Había tomado la decisión adecuada. Aunque en ese momento lo amara, más tarde lo lamentaría, cuando se diera cuenta de que estaba viviendo la vida de él. Además, Brendan nunca había hablado nada de sentimientos. Una vez en Turquía, podía decidir en cualquier momento que ya no quería ninguna ayudante. ¿Y qué pasaría con ella entonces?

Si se quedaba sin Brendan Quinn, le faltaría la alegría de vivir. Entonces, ¿por qué no irse con él? Siempre había querido correr aventuras y aquella, desde luego, sería una increíble. Si no salía bien, podría volver a casa… podría regresar y construirse su propio hogar.

– ¿Qué debo hacer?


Un tenso silencio flotaba en el camarote principal de El Poderoso Quinn mientras Brendan y Amy daban los últimos retoques al libro. Ella había dormido en su camarote la noche anterior y, cuando él había ido a verla de madrugada, la había encontrado hecha un ovillo. Como si tuviera que protegerse a sí misma, incluso dormida.

De repente, la Amy que él conocía había desaparecido y había sido sustituida por una mujer de ojos temerosos y cuyo cuerpo se ponía tenso cada vez que él se acercaba. Brendan no sabía qué hacer. Había intentado hablar con ella, pero nada parecía servir para romper el muro que se había levantado entre ellos. Estaba claro que Amy lo culpaba de algo, pero él no sabía de qué. ¿Estaba enfadada porque había descubierto la verdad sobre ella? ¿O quizá porque le había pedido que fuera a Turquía con él?

Brendan se quedó mirando la página que llevaba una hora intentando acabar. La había leído una y otra vez, pero sin dejar de pensar en cómo solucionar sus problemas con Amy. Unos días antes, podía haber llegado a pensar en pedirle que se casaran, pero en ese momento no estaba seguro de los sentimientos de Amy hacia él. ¿Sería él suficientemente bueno como para que Amy Aldrich Sloane aceptara casarse con él?

Brendan sospechaba que era el orgullo lo que le impedía actuar. Desde el principio, había sido su protector, su proveedor, el que hacía que Amy estuviera a salvo. Pero, en realidad, ella podía comprar lo que deseara. Nada de lo que él le comprara se podría comparar a lo que ella podría comprar.

Aunque vivía cómodamente, nunca podría ofrecerle una vida como la que ella había llevado. ¡Pero si vivía en un barco! Seguramente, los armarios de la casa de Amy eran más grandes que el barco entero.

Brendan suspiró. Era increíble cómo el dinero cambiaba las cosas. Podía imaginarse el futuro con ella. Primero, él dejaría que ella pagara un coche nuevo. Luego se irían de vacaciones aquí y allí. Y de repente, se comprarían una enorme casa, otro coche y se irían de vacaciones al Mediterráneo.

– Voy a quitar el árbol de navidad.

Brendan levantó la vista.

– ¿Qué?

– El árbol de navidad. Como no vas a estar aquí en Navidad, habrá que quitarlo alguna vez. Y las luces de fuera. He pensado que las voy a quitar hoy.

– No.

– Pero no lo puedes dejar hasta el último…

– Maldita sea, Amy, he dicho que no. Déjalo. No tienes por qué hacerlo.

– Solo trataba de ayudarte.

Por un instante, Brendan vio a la antigua Amy. A la muchacha llena de fuego y pasión, a la jovencita testaruda a la que había sacado del Longliner.

– No quiero quitarlo. Me gusta. Y todavía falta una semana para que me vaya.

Amy se acercó a él.

– He hecho una lista de las cosas que tienes que hacer. Lo primero, espero que hayas pensado en quién te va a cuidar el barco mientras tú no estés. También tendrás que ir a correos para avisar que vas a estar fuera. Y deberías hacer un hueco para ir a ver a tu familia antes de irte. Por otro lado…

– Para. No es la primera vez que me marcho y he llegado a estar más de cuatro meses fuera. Sé lo que tengo que hacer.

– Solo intentaba…

– Ayudarme, ya lo sé. Y te lo agradezco.

Amy lo miró fijamente.

– ¿Me has escrito la carta de recomendación?

– Había pensado hacerlo la semana que viene, cuando hayamos terminado el libro.

– El libro ya está terminado. No se puede mejorar más.

– Todavía faltan cosas.

– Lo estás retrasando deliberadamente.

– ¿Por qué iba a querer hacer eso?

– No lo sé, para retenerme. Brendan se levantó y la miró burlonamente.

– No sé para qué iba a querer retenerte. Lo único que hacemos es discutir -agarró el manuscrito, que estaba sobre el sofá, y lo puso sobre la mesa de la cocina-. ¿Entonces tienes decidido ir a Nueva York?

– No, todavía no he decidido nada. Brendan fue hacia el árbol de navidad y comenzó a jugar con un adorno.

– Ya sabes que, si quieres, puedes quedarte aquí. A mí me vendría bien que alguien cuidara del barco y tú tendrías así un sitio donde vivir hasta que decidieras qué vas a hacer. No te cobraría nada.

– Ya sé lo que quiero hacer. He pensado en aceptar tu oferta e irme a Turquía contigo.

– ¿Te vas a venir conmigo? -preguntó

Brendan sorprendido.

Amy se encogió de hombros e hizo un gesto expresivo con los ojos.

– Sí, iré contigo. Pero tenemos que llegar a un acuerdo. Iré por mí, no por ti. Y si allí no necesitas ninguna ayudante, me iré. Y otra cosa, el billete lo pagaré yo de mi sueldo.

Brendan cruzó el camarote con pasos largos y se acercó a ella. La agarró por la cintura y le dio un beso.

– Ya verás como todo sale bien.

– Pero si no, si decides que no me quieres a tu lado, me iré. Y si yo decido que no quiero quedarme, también me iré. Nada de ataduras, ni compromisos. Tenemos que ser fuertes y no dejarnos llevar por los sentimientos. Ninguno de los dos.

Aunque a Brendan no le gustaba lo que Amy estaba diciendo, estaba dispuesto a aceptar cualquier cosa con tal de tenerla a su lado. Ya la haría cambiar de opinión después. Estarían más tiempo juntos y eso era lo que en realidad necesitaban para que la relación que tenían funcionara.

– Pero existe un problema.

– ¿Cuál?

– Mi pasaporte. Está en casa de mis padres. Cuando me fui, no se me ocurrió llevármelo. Tendré que llamarlos para que me lo envíen y decirles dónde voy. Pero ellos pueden negarse a mandármelo.

– ¿Tú crees? Amy asintió.

– Ya sabes que han contratado detectives para buscarme. Pero hay una manera de conseguirlo: llamar al ama de llaves, Hannah, y decirle que me lo mande.

Y si no lo hace, te harás otro. Llamaré a mi abogado y le preguntaré lo que se necesita -la abrazó cariñosamente y la levantó en volandas-. Va a ser estupendo.

Amy colocó las manos en los hombros de él y lo miró a los ojos.

– Todavía no hemos hablado de mi sueldo.

– Lo discutiremos más tarde. Ahora que has decidido venir, tenemos que imprimir el manuscrito y enviarlo al editor. Luego tendremos que sacarte el visado y comprar algo de ropa cómoda. Necesitarás también unas botas.

Brendan la bajó al suelo, agarró su rostro entre las manos y la besó apasionadamente. Se sentía como si la hubiera rescatado de las fauces de la muerte. Estarían cuatro meses enteros juntos. Tendría cuatro meses más para convencerla de que lo suyo podía salir bien.

De repente, todos sus problemas parecieron evaporarse y la vida volvió a ser sencilla. Lo único que contaba era la relación entre ellos dos. Y así era como tenía que ser.

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