Amy tomó el móvil de Brendan y lo miró un rato antes de marcar, pensando en lo que iba a decir exactamente. Lo más probable era que su padre no estuviera, ya que solía marcharse a trabajar antes de las siete. En cuanto a su madre, esperaba que estuviera ocupada con alguna de las reuniones benéficas de los lunes. Así que, con un poco de suerte, podría hablar tranquilamente con Hannah.
Después de tres timbrazos, oyó su voz.
– Aquí la residencia de los Sloane.
– ¿Hannah?
– ¿Señorita Amelia?
A Amy se le saltaron las lágrimas al oír la voz de aquella mujer, que tanto la había cuidado de pequeña.
– Sí, soy yo, Hannah.
– Oh, cielos, señorita Amelia. Espere un momento y avisaré a su madre,
– No -gritó Amy, pero ya era tarde. Hannah estaba llamando a gritos a su madre. Amy estuvo a punto de colgar, pero poco después oyó la voz de su madre.
– ¿Amelia? Amelia, querida, ¿dónde estás? No cuelgues, solo quiero hablar contigo. Cariño, te echamos mucho de menos y estábamos muy preocupados. ¿Estás bien?
Amy sabía que no debía estar mucho rato al teléfono. Lo más probable era que el teléfono estuviera intervenido.
– Sí, estoy bien, mamá. Solo llamo para deciros que no os preocupéis por mí.
– Pues sí hemos estado preocupados. Especialmente Craig. Él…
– Mamá, no voy a casarme con Craig. No lo quiero. Ya sé que vosotros sí, pero yo no. Así que será mejor que os hagáis a la idea cuanto antes.
– Cariño, tienes que volver a casa -le rogó su madre-. Ya verás cómo lo arreglamos todo. No podemos pasar las navidades sin ti. Y tu abuela también necesita que estés a su lado. Está enferma y no sabemos si seguirá viva para la próxima navidad.
– ¿Está enferma? ¿Qué le pasa? -preguntó alarmada.
– Sufrió un colapso. Los médicos creen que es del corazón. Está bastante enferma y necesita verte, cariño.
Amy sabía que debía colgar cuanto antes.
– Yo… no lo sé. Volveré a llamarte -dijo, cortando la comunicación con dedos temblorosos.
Después de aquello, no podía pensar en irse a Turquía. No creía que sus padres estuvieran utilizando a su abuela como trampa para que volviera, pero solo había una forma de saberlo. Fue a su camarote y comenzó a hacer la maleta. Cuando entró en el camarote de Brendan para recoger algunas cosas, él estaba dormido. Entre las sábanas, aparecía su cadera desnuda y parte del torso.
Después de recoger algunas de sus pertenencias, volvió a su camarote. No sabía cuánto tiempo iba a estar fuera, pero metió cosas suficientes para unos cuantos días. Luego fue por la cartera con los ahorros que guardaba en un cajón de la mesilla. Tenía unos cien dólares, lo que debería ser suficiente para ir en tren hasta Boston y pasar la noche en algún motel barato.
Cuando acabó de recoger todo lo necesario, salió al camarote principal. Pero allí se encontró con Brendan, que la estaba observando con evidente curiosidad.
– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó, frotándose los soñolientos ojos. Tenía puesto solo un pantalón de chándal.
– Tengo que irme -aseguró ella.
– ¿Dónde?
– A Boston. Tengo algo que hacer allí.
– ¿El qué? ¿Vas a recoger tu pasaporte?
– No -Amy comenzó a buscar su bolso-. Es que mi abuela se ha puesto enferma y quiero verla.
Brendan frunció el ceño mientras consultaba la hora en el reloj de pared.
– Te acompañaré. Si me esperas unos minutos, te llevaré en mi coche.
– No -respondió ella, sacudiendo la cabeza-, prefiero ir yo sola.
– ¿Y cuándo volverás?
– No lo sé -dijo, agarrando el abrigo y el bolso.
– Pero vas a volver, ¿no?
Amy subió los escalones para salir a cubierta. Justo antes de atravesar la puerta, se volvió hacia él.
– No lo sé. No sabré nada hasta que la vea.
Brendan soltó una maldición antes de acercarse a ella y agarrar su rostro entre las palmas de las manos, obligándola a mirarlo a los ojos.
– No voy a dejarte marchar -se inclinó sobre ella y la besó-. No puedes irte así. ¿Qué sucederá si no vuelves?
– Tengo que irme.
– Pero, ¿por qué? ¿Quieres regresar a tu antigua vida? ¿No prefieres quedarte conmigo?
– Si a mi abuela le pasara algo y no pudiera hablar con ella más, nunca me lo perdonaría. La admiro mucho y quiero que sepa cómo me va. Necesito demostrarle que estoy bien.
Brendan se la quedó mirando largo rato y luego su expresión se suavizó.
– Deja que te lleve al menos a la estación. Te prometo que estaré listo en unos minutos.
Brendan fue a su camarote y Amy se quedó esperándolo en la puerta. Echó un vistazo a su alrededor para memorizar cada detalle. Tuvo la extraña sensación de que no volvería a ver aquel barco.
Brendan volvió enseguida y agarró su maleta. Salieron juntos a la cubierta y Brendan bajó el primero al muelle, ayudándola luego a bajar a ella. Mientras él la sujetaba todavía por la cintura, ella apoyó las palmas de las manos sobre su pecho. No se había ido todavía, y ya estaba empezando a echarlo de menos. Se le iba a hacer eterno el tiempo que estuviera fuera.
Brendan la tomó de la mano y echaron a andar por el muelle.
– ¿Estás segura de que no quieres que te lleve a Boston?
– Tienes que acabar el manuscrito – dijo-. Y todavía te quedan por hacer bastantes cosas antes de irte.
Él se detuvo y la miró a los ojos.
– Antes de que nos vayamos.
Ella asintió.
– Bueno, sí. Antes de que nos vayamos.
Cuando llegaron al coche, Brendan metió el equipaje en el asiento de atrás y luego fue a abrirle la puerta a Amy. Ella entró y cruzó las manos sobre el regazo, tratando de tranquilizarse. Le daba miedo volver, pero necesitaba ver a su abuela.
Pocos minutos después, llegaron a la estación. Justo en ese momento un tren se detenía. Corrieron a sacar un billete para el tren de Boston, que partía en cinco minutos. Luego fueron al andén y, una vez allí, Brendan dejó su maleta en el suelo.
– ¿Estás segura de que quieres ir sola?
Amy asintió.
– Con un poco de suerte, podré ver a mi abuela sin que mis padres se enteren. Tiene una casa en Beacon Hill. Solo espero que esté allí y no en el hospital.
El pitido del tren sobresaltó a Amy, quien se dispuso a recoger su maleta. Pero Brendan le agarró la mano antes de que lo hiciera y se la besó.
– Amy, tengo que decirte algo.
– ¿El qué?
– Que te amo -le aseguró, tomándola en sus brazos y besándola apasionadamente.
Luego, agarró la maleta y echó a andar hacia el tren.
Después de subir, Amy se quedó mirándolo, como si quisiera memorizar sus rasgos. Él estaba igual de guapo que cuando lo había conocido. Con una barba incipiente sombreando sus mejillas.
Entonces el tren empezó a moverse.
– Te quiero -gritó ella entonces-, te quiero Brendan Quinn.
Poco a poco, el tren se fue alejando y, cuando ya no pudo verlo, se sintió muy sola. Más que nunca en toda su vida. Se tocó el pecho y trató de contener las lágrimas. Brendan Quinn le había dicho que la amaba.
Brendan estaba frente al pub Quinn's, contemplando la fachada mientras caía una suave nevada. El letrero, con dos jarras de cerveza, se reflejaba sobre las cristaleras y, cada vez que se abría la puerta, se oía el sonido de una banda de música celta. Era jueves por la noche y probablemente estaba lleno. Dos de sus hermanos estaban trabajando dentro y seguramente habría más miembros de su familia, disfrutando de una pinta de Guinness.
Se metió la mano en el bolsillo y sacó su móvil para comprobar que tenía batería. Últimamente, el teléfono se había convertido en una especie de salvavidas.
Había esperado una llamada de Amy la primera noche para que le contara cómo iba todo. Y como tampoco lo había llamado al día siguiente, estaba empezando a preocuparse. Se preguntaba si no debería telefonear él.
Aquella noche, había decidido salir a despejarse y se había acercado al pub de su padre. Por si acaso ella volvía, le había dejado una nota en el barco, avisándola que le telefoneara cuanto antes.
De camino al pub, había pensado en la posibilidad de acercarse a Boston. No le sería difícil dar con la mansión de los Aldrich. Pero tenía miedo de que ella hubiera decidido no regresar. El hecho de que no lo hubiera llamado podía significar que había decidido cortar toda relación con él.
La mañana en que se había marchado, ambos se habían confesado su amor, pero si ella lo amaba de verdad, ¿por qué no le había telefoneado? Solo faltaban cuatro días para el vuelo a Turquía.
– Dale otro día -se dijo Brendan-. Y si no vuelve, mañana irás a buscarla.
Brendan cruzó la calle y entró al pub. Normalmente, el ambiente le resultaba agradable, pero aquella noche le parecía un lugar demasiado ruidoso. Fue a sentarse a un taburete frente a la barra.
Pocos segundos después, se acercó Conor.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– ¿Qué pasa? ¿No puedo acercarme a tomar una cerveza o qué? -bromeó Brendan.
– ¿Dónde está Amy? -le preguntó Conor-. ¿La has dejado sola?
Brendan sacudió la cabeza y Conor intuyó que algo no marchaba bien.
– ¿Qué sucede?
– Nada -respondió Brendan, mirando a su alrededor mientras pensaba en cómo cambiar de tema.
De pronto, se fijó en una chica morena que estaba en la zona de camareros. Le pareció que la conocía de algo.
– ¿Es una camarera nueva? -le preguntó a Conor.
Su hermano se la quedó mirando mientras Liam le llenaba la bandeja de bebidas.
– Se llama Keely Smith -dijo finalmente Conor-. Liam la contrató.
– Me suena haberla visto antes -dijo Brendan-. ¿Es del barrio?
– No creo. Pero solía venir al pub y, cuando vio el cartel de que se necesitaba una camarera, solicitó el puesto -Conor le dio un golpe cariñoso en el hombro-. Pero no me digas que has venido a ver a las camareras…
– No. Ponme una pinta de Guinness. Conor fue a servirle un vaso.
– ¿Sabes? Los camareros tenemos un don especial para solucionar los problemas de los clientes -le dijo a Brendan cuando volvió con su Guinness-. Y estoy seguro de que a ti te pasa algo.
Brendan bebió un buen trago de cerveza y luego se relamió el labio superior.
– Se ha ido -confesó.
– ¿Amy? Brendan asintió.
– Se fue anteayer para ir a ver a su abuela, que se había puesto enferma. Pero no me ha llamado y estoy empezando a pensar que no va a volver. Se suponía que nos íbamos a marchar juntos a Turquía dentro de cuatro días.
– ¿Vas a ir a Turquía a pasar las navidades?
– Voy a hacer un trabajo allí. Conor sacudió la cabeza.
– Pensaba que pasarías el día de Navidad con nosotros. Olivia y Meggie están planeando celebrarlo por todo lo alto. Querían que estuviéramos todos.
Brendan se encogió de hombros y luego sacó los regalos que había ido a comprar con Amy.
– Toma. Ponlos debajo del árbol.
– ¿Le has comprado un regalo a Olivia?
– Y también a Meggie -dijo Brendan-. Son unos pendientes hechos de cristal de mar. Amy me ayudó a elegirlos.
Conor parecía impresionado.
– ¡Unos pendientes! Me parece muy buen regalo.
– Sí -asintió Brendan-. ¿Sabes? Yo no quería enamorarme de ella. Hice todo lo posible para evitarlo. Y justo cuando le confieso que la quiero, ella se va.
– Ve a buscarla.
– Sí, claro, solo tengo que aparecer en la puerta de la mansión de los Aldrich y decirle a su padre que quiero casarme con su hija.
– ¿Quieres casarte con ella?
– En un futuro, sí. Eso es lo que suelen hacer las parejas que se quieren, ¿no?
Conor soltó una carcajada y luego le hizo una seña a Liam, que estaba en el otro extremo de la barra.
– Brendan va a casarse -le dijo. Pocos segundos después, Liam estaba a su lado. Justo entonces, apareció Dylan, y Brendan comentó que ya solo faltaban los gemelos. Pero Conor lo informó de que no habían ido aquella noche, así que tendrían que esperar para enterarse de la buena noticia.
– ¿No estás yendo muy deprisa, Conor? – le preguntó Brendan-. Se ha marchado. Así que, ¿cómo diablos voy a pedirle que se case conmigo?
– ¿Cuándo vas a presentárnosla? -le preguntó entonces Dylan-. ¿Por que no has venido hoy con ella?
– Está… ocupada -dijo Brendan.
– No tan ocupada -replicó Conor, haciendo un gesto hacia la puerta.
Brendan se giró despacio y le dio un vuelco el corazón cuando vio su bonito rostro. Se levantó corriendo y fue hacia ella.
– Amy, ¿qué estás haciendo aquí? -dijo, agarrándole las manos y apretándoselas.
– Estuve en el barco y vi tu nota. Tenemos que hablar -añadió, mirando a su alrededor algo nerviosa.
– Vamos fuera -dijo Brendan, pensando que allí había mucho ruido.
Nada más salir se fijó en el Bentley que había parado enfrente del pub.
– ¿Es tuyo?
– Es de mi abuela. Se lo dio mi padre. Brendan soltó una carcajada.
– ¿Has venido en un Bentley a este barrio?
– Bueno, me ha traído el chófer de mi abuela.
– ¿Has traído tus cosas o las has dejado en el barco? ¿Tenías el pasaporte en casa de tus padres?
Amy se mordisqueó el labio inferior mientras lo miraba a los ojos.
– He venido porque quiero despedirme de ti. No puedo ir contigo, Brendan.
– ¿Qué estás diciendo?
– Tengo que quedarme. Mi abuela me necesita.
– Pero íbamos a ir juntos.
– Pues vas a tener que ir tú solo -Amy respiró hondo-. Los dos sabíamos que no podía salir bien, Brendan. Existen demasiados impedimentos. Tu trabajo, mi familia… Ambos tenemos metas distintas en la vida.
– Pero hasta hace unos días, nos gustaban las mismas cosas. Nos gustaba estar juntos. ¿Qué ha cambiado?
– Hemos vivido en medio de una fantasía. Tú realmente no necesitas una ayudante, solo me contrataste para darme trabajo. Pero yo no necesito ningún trabajo. Dentro de dos meses, heredaré dos millones de dólares y podré comprar todo lo que quiera.
– Y si eso es lo que querías, ¿por qué te marchaste de tu casa? ¿Y por qué te quedaste a vivir conmigo?
– Porque pensaba que podía convertirme en una persona diferente. Y durante un tiempo, lo conseguí, pero luego me di cuenta de que por mucho que me empeñe, no conseguiré nunca ser una persona normal. Siempre me perseguirá mi origen social.
– Sé que yo no puedo ofrecerte nada que no puedas conseguir por ti misma -dijo Brendan-, excepto la promesa de estar siempre a tu lado.
Amy sonrió.
– Lo sé, y sé lo difícil que es encontrar algo así -dijo ella, acariciándole la mejilla-. Lo hemos pasado muy bien y nunca olvidaré lo que hiciste por mí. Me ayudaste cuando no tenía dónde ir y me diste la oportunidad de ser algo más que una rica heredera.
Brendan la besó con ternura, pero ella se apartó finalmente.
– Ven conmigo -insistió él.
– No puedo.
– Te quiero -aseguró Brendan, mirándola a los ojos.
Una lágrima comenzó a rodar por la mejilla de ella.
– Y yo también te quiero a ti, pero eso no es suficiente. Creo que, si me quedo a tu lado, acabarías lamentándote de ello.
– Nunca -dijo él.
Amy tocó los labios de él y le sonrió como si no pudiera creerle. Luego, le dio un beso breve y echó a correr hacia su coche.
Brendan no estaba seguro de cuánto tiempo estuvo allí, con la mirada perdida, mirando hacia donde el coche de ella había desaparecido. Solo reaccionó cuando notó que hacía mucho frío.
No podía creerse que la relación con Amy hubiera terminado. No podía dejarla salir de su vida sin una explicación razonable. Soltó una maldición y cruzó la calle para entrar en su coche. Pero, antes de arrancar, esperó a tranquilizarse un poco.
– Yo no quería enamorarme -se dijo Brendan-, así que, ¿qué me importa? Me iré a Turquía y allí me olvidaré de ella.
Pero mientras se ponía en marcha tuvo que admitir que le iba a resultar tan difícil olvidarse de ella como le había resultado mantenerse lejos de ella.
– ¿Qué tal estás hoy, abuela? -Amy entró en el dormitorio de su abuela con una bandeja de plata.
Al ver que su abuela estaba sentada en la cama, leyendo una revista, sonrió.
– Estoy bastante bien. Así que creo que ya es hora de que empiece otra vez a hacer mi vida normal.
Amy se sentó en la cama y tuvo que admitir que su abuela no tenía aspecto de estar enferma.
– El médico dice que necesitas descansar. Mañana podrás levantarte unas cuantas horas, pero va a pasar un tiempo antes de que puedas recobrar tu ritmo normal de vida.
– Bueno, pues entonces serás tú quien vuelva a hacer su vida -dijo Adele Aldrich-. No deberías pasar tanto tiempo cuidando de una anciana.
– Abuela, tú de anciana tienes poco. Estoy segura de que no hay una mujer de ochenta años más joven que tú en Nueva Inglaterra.
Su abuela le dio una palmadita mano.
– Vamos a tomar una taza de té las dos juntas, ¿quieres, cariño?
Amy alcanzó la bandeja y sirvió dos tazas de té. Luego, le dio una a su abuela.
– Estoy tan contenta de que te encuentres mejor… Estaba muy preocupada por ti.
– Y yo también por ti. Nunca pensé que todo lo que te conté de buscar aventuras te impulsaría a escaparte.
– Bueno, lo único que me dijiste fue que debía controlar mi propia vida y es lo que hice.
Su abuela bebió un trago de té y dejó la taza sobre el platito.
– Y si lo has pasado tan bien, ¿por qué pareces tan triste? Tienes que contarme tu viaje detalladamente, Amelia.
– Bueno, tuve varios trabajos y viví en sitios bastante interesantes -hizo una pausa y tuvo que hacer un gran esfuerzo para contener la emoción-. Y me enamoré.
La abuela la miró, arqueando las cejas.
– ¡Ah, eso explica lo triste que estás! ¿Te importa contármelo con más detalle?
– Fue fantástico. Él era un hombre dulce y considerado. Me conoció cuando trabajaba de camarera en un bar y no le importó. Le gusté como persona y no le importó que no tuviera dinero. Me ofreció un lugar donde vivir y me dio trabajo.
– ¿Y a qué se dedica ese joven? -preguntó Adele.
– Es escritor y yo lo ayudé con el libro que estaba escribiendo.
– ¿Y qué tal en la cama? ¿Os lo pasabais bien?
Amy tosió.
– ¡Pero, abuela, no puedes preguntarme algo así!
– Bueno, nosotras siempre hemos sido sinceras la una con la otra y tengo que saber todos los detalles para evaluar mejor la situación.
– Lo que pasa es que eres una cotilla. Pero ya que lo quieres saber, nos lo pasábamos muy bien en la cama.
– ¿Mejor que con Craig? Amy soltó una risita.
– Sí.
– Me alegro, porque a mí nunca me gustó ese muchacho. Tiene la mirada furtiva y nunca me ha gustado la gente que no te mira a los ojos cuando habla.
– Toda mi vida me he portado como una hija modelo, de la que mis padres pudieran sentirse orgullosos. Pero yo no sabía quién era en realidad. Así que me di cuenta de que no estaba preparada para casarme y por eso me marché. Supongo que tú ya lo habías adivinado, ¿verdad? Adele asintió.
– ¿Y has averiguado quién eres en realidad?
– Creo que sí. Al menos, estoy más cerca de conseguirlo que antes.
– ¿Y ese hombre, el escritor, te ha ayudado a lograrlo?
– Sí -respondió Amy-. Con él me siento libre.
– ¿Y dónde está ese hombre tan maravilloso? ¿Por qué no lo has traído para que lo conozca?
– Está en Turquía -dijo, mirándose los dedos mientras se los retorcía en el regazo-. Se fue ayer y estará fuera cuatro meses. Me pidió que fuera con él, pero le dije que no.
– ¿Por qué?
– Por muchas razones.
– Espero que no fuera yo una de ellas. Amy apretó con fuerza la mano a su abuela.
– En cuanto me enteré de que estabas enferma, decidí volver corriendo.
– Pero ya estoy mejor. Así que puedes irte a Turquía si quieres.
– Es que no solo es eso -explicó Amy-. Él es un hombre orgulloso y, dentro de poco, yo seré una mujer muy rica. Por otra parte, papá nunca aprobará nuestra relación.
– Oh, no te preocupes por tu padre. Es un carcamal. Te lo digo yo, que le di a luz. Él nunca tuvo el más mínimo espíritu aventurero y tampoco quiere que tú lo tengas -la abuela señaló la mesa que había junto a la ventana-. Tráeme el álbum.
Amy fue por el elegante álbum de fotos y se lo llevó a su abuela. Adele lo abrió y pasó las hojas despacio. Finalmente se paró cuando llegó a una foto en la que estaba ella de joven con un traje de piloto de avión.
– Mira -le dijo a su nieta-, esta foto es del día en el que comencé a trabajar para el ejército. Mi padre no quería que aprendiera a volar, pero yo quería ayudar a nuestros hombres, que se habían ido a la guerra.
– Pilotabas aviones de suministro, ¿verdad?
– Sí, y así conocí a tu abuelo, que era piloto de las Fuerzas Aéreas. Era un hombre encantador y muy guapo. Me enamoré de él locamente y nos los pasábamos estupendamente en la cama.
– Abuela, siempre he pensado que naciste en la época equivocada. Viviste tu propia vida, mantuviste tu nombre de soltera cuando te casaste y te opusiste a la voluntad de tu padre. Y tuviste la suerte de encontrar a un hombre que aceptaba tu origen social.
– Tu abuelo era muy pobre cuando nos conocimos y también muy orgulloso. Quería irse a California cuando acabara la guerra y hacerse granjero. Y yo decidí irme con él, sin importarme lo que opinara mi padre.
– ¿Y él? ¿Aceptó bien el que tú fueras rica?
– Nunca tocamos el dinero de mi herencia. Vivimos siempre del dinero que él ganaba. Parte de mi herencia la fui dando en actos de caridad, luego le di el dinero suficiente a tu padre para que montara su propio negocio y, una vez murió tu abuelo, he utilizado lo que me quedaba para llevar una vida cómoda. Así que ya ves que es posible, Amelia. Puedes conseguir que funcione.
– Pero papá nunca me dejará que rechace su dinero.
– Cariño, ese dinero fue mío antes que de él y, si tú decides rechazarlo, él no podrá decir nada -se inclinó hacia Amy y le dio un beso en la mejilla-. Vive tu vida, Amelia, y arriésgate. Vete a Turquía y dile a ese hombre lo que sientes.
– No sé dónde está.
– Contrata a algún detective con el dinero de tu herencia.
– Todavía no tengo mi herencia.
– Sí que la tienes. Como yo soy la responsable, acabo de decidir que la recibas inmediatamente. El dinero es tuyo Amelia, así que utilízalo en correr todas las aventuras que desees.
Amy abrazó a su abuela.
– Gracias. No te defraudaré, abuela.
– Ya lo sé. Lo único que tienes que hacer es vivir tu propia vida. Y con un poco de suerte, te casarás con ese hombre y me darás muchos biznietos.