Capítulo 7

Meggie contempló el vapor que salía de la cafetera. Se moría por tomarse una taza. Después de otra noche sin dormir, el único antídoto contra el cansancio era una buena taza de café hawaiano, extra fuerte.

Añadió una buena cantidad de azúcar y leche, lo removió y dio un trago. Pero a pesar de notar lo bien que le sentaba, sabía que la cafeína no acabaría con todas sus preocupaciones.

Lo suyo con Dylan se había terminado. Tres días después de la fiesta de cumpleaños de su abuela, todo había acabado entre ellos.

Porque, aunque no sabía qué había pasado aquella noche, lo cierto era que en un momento dado su relación con él había cambiado. Al dejarla en su casa, Dylan se había mostrado frío y distante.

Ella no debería haberle permitido que la acompañara a la fiesta. Sabía que presentarle a su familia tan pronto podía ser algo precipitado. Pero había sido él quien había insistido y hasta le había asegurado que estaban saliendo juntos.

Mientras tomaba otro sorbo de café, comenzó a masajearse la frente para ver si aliviaba así su dolor de cabeza.

En ese momento, sonó la campanilla de la puerta y Meggie se volvió y vio entrar a Lana. Necesitaba hablar con su amiga, pero como le había mentido respecto a Dylan, no podía hacerlo.

– ¡Buenos días! -la saludó Lana con las mejillas coloradas por el frío.

– Buenos días -respondió Meggie, tratando de disimular su estado de ánimo.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó entonces Lana, mirándola con el ceño fruncido.

Meggie sintió ganas de echarse a llorar, pero se contuvo. Sus lágrimas dejarían claro que Dylan Quinn había vuelto a romperle el corazón. La primera vez había pensado que no podría aguantarlo, pero aquello no había sido nada comparado con el dolor que sentía en esos momentos.

– ¿Ha pasado algo con Dylan? -le preguntó Lana, sentándose en un taburete junto a Meggie.

Meggie asintió y respiró hondo.

– Sí, ha pasado algo. De hecho, han pasado muchas cosas.

– ¿Quieres hablar de ello? Meggie se giró hacia su amiga.

– Creo que te vas a enfadar si te lo cuento todo.

– Te has enamorado de él, ¿verdad? Meggie carraspeó.

– ¿Qué?

– Ya me has oído -Lana tomó la taza de café de su amiga y bebió un trago.

– ¿Y cómo lo sabes? Lana la miró sonriente.

– Porque fui yo quien hizo que ocurriera.

– ¿Qué?

– Con mi plan, ¿recuerdas? Sin mi plan, nunca te habrías acercado a él. Y por otro lado, sabía que, si salías unas cuantas veces con Dylan, acabarías enamorándote de él.

– ¡Qué ingenua he sido! No puedo creer que me hayas manipulado de ese modo. Yo pensaba que lo estaba haciendo para vengarme y tú en realidad querías que me enamorase de él. Lana la abrazó.

– Pero me perdonarás, ¿verdad? Después de todo, gracias a mí estoy segura de que has tenido la mejor experiencia sexual de toda tu vida. Porque te has acostado con él, ¿verdad? Además, como seré tu dama de honor cuando os caséis, no puedes seguir enfadada conmigo eternamente.

– No vamos a casarnos.

– Por supuesto que os casaréis.

– No. Algo va mal entre nosotros a partir de la noche de la fiesta de cumpleaños de mi abuela. De pronto, lo sentí distante, y no me ha llamado en estos dos días. Imagino que ha decidido romper.

– Oh, cariño, pero si es algo normal. Todos los hombres pasan por unos días de crisis. Seguro que sus amigos solteros han empezado a decirle que ya lo han atrapado o que a partir de ahora ya nunca más será libre.

– ¿Crees que le habrán dicho eso?

– Siempre lo hacen. Pero seguro que él termina por no hacerles caso y vuelve a ti. Especialmente, si os lo pasasteis bien en la cama. Porque estuvo bien, ¿verdad?

– Fue increíble -admitió Meggie-. Pero, ¿estás segura de que no romperá conmigo?

– Ya sabes que conozco a los hombres, ¿no?

– Sí. ¿Y qué debo hacer entonces?

– Tener paciencia. Y en cualquier caso, no lo llames. Deja que sea él quien vaya a buscarte.

– ¿Y si no llama?

– Llamará -le aseguró Lana-. Igual que te llamó la primera vez. Eres una chica maravillosa. Eres guapa y divertida y, si él no es capaz de darse cuenta de ello, es que no te merece. Además, si no nos sale bien, aplicaremos el plan con otro hombre. He introducido algunas mejoras.

Meggie pensó en que no le apetecía nada ensayar aquel plan con ningún otro hombre.

En ese momento, sonó la campanilla de la puerta y entró el cartero. Lana se levantó y fue a prepararle un café, como todas las mañanas.

– ¿Ha pasado algo en la calle Boyiston, Roger? ¿Hay algún rumor interesante?

– He oído que van a subir las tarifas para aparcar -dijo, dándole la correspondencia a Meggie-. Y según parece, el conservatorio de Berkeley va a cambiar su logotipo.

Meggie comenzó a ojear el correo sin hacer caso de la conversación. Pero en un momento oyó la palabra «bomberos» y entonces levantó la vista hacia Lana.

¿No has oído? -le dijo su amiga-. Roger acaba de contarme que hacia las cinco de la mañana ha habido un incendio y algunos bomberos del parque de Boyiston han resultado heridos.

– Bueno, Dylan no trabaja de noche – comentó Meggie, tratando de tranquilizarse.

– Creo que los han ingresado en el Hospital General -dijo Roger-. Seguramente, allí os informaran de quiénes son los bomberos que han resultado heridos -el hombre se terminó su café y les hizo un gesto de despedida.

Meggie se quedó muy preocupada. Nunca hasta ese momento había pensado que Dylan pudiera correr peligro en su trabajo. Además, él parecía siempre muy seguro de sí mismo. Sin embargo, había situaciones en las que hasta los mejores bomberos podían tener accidentes.

– Creo que debería llamarlo a casa. O quizá sería mejor telefonear al hospital. Aunque lo más probable es que no quieran informarme por teléfono.

Lana agarró el listín telefónico y marcó un número. Meggie, de lo nerviosa que estaba, apenas entendió lo que decía. No podía haberle pasado nada, se dijo. Él no trabajaba de noche. Después de colgar, Lana se volvió hacia ella.

– He llamado al parque de bomberos y he preguntado por Dylan.

– Si Dylan está herido, quiero saberlo.

– Me han dicho que está en el hospital, pero eso no quiere decir que esté herido.

– Voy a acercarme al hospital.

– ¿Quieres que te acerque?

– Iré en mi coche. No te preocupes, estoy bien -dijo, intentando relajarse-. No puede estar herido. No puede ser. Ya sé que es un oficio peligroso, pero él siempre me pareció… invencible.

– Anda, ve -le aconsejó Lana-. Y llámame en cuanto sepas algo.

Meggie se dirigió a su coche y, antes de poner el motor en marcha, respiró hondo.

– Bueno, supongo que estos son los riesgos de estar enamorada -se dijo.

Pero no podía estar herido. Y menos estar… No, no podía haber muerto. Seguro que no le había pasado nada.

Sin embargo, no podía dejar de pensar en una cosa. En que nunca había tenido la oportunidad de decirle lo que sentía por él. Nunca le había confesado que lo amaba.


Dylan volvió a echar un vistazo al reloj de la sala de espera. Luego, se reclinó en la silla y cerró los ojos. Todos los bomberos del parque de Boyiston habían ido directamente al hospital después de sofocar el incendio. Dos de sus hombres, Artie Winton y Jeff Reilly, habían resultado heridos. Estaban trabajando en la segunda planta del almacén donde se había producido el incendio cuando el suelo se derrumbó. Ambos cayeron a la planta de abajo.

Y lo más extraño era que ninguno de ellos debería haber estado allí. Pero uno de los muchachos del turno de noche se había casado el día anterior y los hombres de Dylan se habían ofrecido a cambiarles el turno para que pudieran acudir a la ceremonia.

Por otra parte, Dylan se sentía responsable del accidente. Eran sus hombres y él les había ordenado subir a esa segunda planta, pensando que no había ningún peligro. De haber sabido que se iba a derrumbar, nunca…

Soltó una maldición. No podía sacárselo de la cabeza. ¿Por qué se habría derrumbado el suelo? No había fuego debajo, así que, ¿qué había provocado el derrumbamiento?

Abrió los ojos y volvió a mirar el reloj, temiéndose lo peor. Artie se había roto una pierna y quizá tuviera dañado un pulmón. En cuanto a Jeff, estaba inconsciente y tenía heridas en la cabeza y en la cara. Estaba impaciente por saber si estaban fuera de peligro o no. Volvió a cerrar los ojos.

– ¿Dylan?

Al abrir los ojos, se encontró con Meggie, que tenía los ojos llenos de lágrimas y se estaba mordiendo el labio.

– Yo… me he enterado de lo del incendio. Lana llamó al parque y le dijeron que estabas aquí. Solo quería asegurarme que te encontrabas bien.

Dylan se puso en pie y se la quedó mirando fijamente, tratando de averiguar por qué habría ido. Estaba exhausto y muy nervioso, así que tuvo el impulso de preguntarle si aquello también formaba parte del plan. Cerró los ojos y tomó aire profundamente para contenerse. Ella no podía haber adivinado de antemano que iba a ocurrir un incendio y solo una mala persona se aprovecharía de ello.

– Estoy bien -respondió finalmente-, pero no puedo decir lo mismo de Artie y Jeff.

Meggie se acercó y le agarró la mano, confortándolo de inmediato. Él comenzó a sentirse mejor y le entraron ganas de abrazarla y hundir el rostro en su cabello sedoso para respirar su perfume.

¿Cuánto tiempo llevas aquí?

– Un par de horas -contestó él, impaciente-. ¡Maldita sea, y todavía no nos han dicho nada!

Meggie le apretó la mano.

– Voy a ver qué puedo averiguar -le dijo-. Tú espérame aquí sentado. Pareces muy cansado.

Dylan se quedó mirándola mientras ella se acercaba a la sala de enfermeras. Se sorprendía de seguir alegrándose de verla, después de lo que había averiguado. Pero tenía que admitir que su presencia lo había tranquilizado un poco.

Cuando ella regresó poco después, le tomó la mano y se la besó.

– El doctor va a venir ahora mismo -le informó Meggie-. ¿Quieres que me quede a esperarlo contigo?

Dylan asintió y ella se sentó a su lado. Ambos se quedaron en silencio, pero el hecho de tenerla a su lado era más que suficiente.

Volvió a cerrar los ojos y, una vez más, visualizó el accidente, tratando de averiguar lo que podía haberlo provocado. Pero estaba demasiado cansado para pensar. Lo único que le apetecía en esos momentos era acostarse con Meggie a su lado y dormir muchas horas.

Dylan sintió que ella le apretaba el brazo y, cuando abrió los ojos, vio que el doctor estaba entrando en la sala de espera.

– Sus amigos van a ponerse bien -les anunció el médico a los bomberos, que lo rodearon inmediatamente-. El señor Winton se ha roto una pierna, pero esta tarde le operaremos y se la fijaremos con tornillos. Los problemas respiratorios están provocados por varias costillas rotas, pero se recuperará totalmente.

El hombre hizo una pausa.

– En cuanto al señor Reilly, ha sufrido una conmoción cerebral, pero el escáner nos ha informado de que no hay daños internos. Mañana seguramente podrá irse a casa. Ahora mismo están los dos descansando y no podrán recibir visitas hasta más tarde, así que les sugiero que se vayan a casa a descansar -después de decir aquello, el hombre se despidió con un gesto y volvió a salir al pasillo.

Los bomberos respiraron aliviados y comenzaron a darse palmadas en la espalda unos a otros.

– Gracias -le dijo Dylan a Meggie, sonriéndole.

– ¿Me dejas que te lleve a casa? -le propuso ella-. Tengo el coche ahí fuera.

Dylan asintió y, después de recoger su casco, la siguió hasta el ascensor. Se sentía como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Artie y Jeff estaban bien, y Meggie estaba allí, a su lado.

Le había demostrado que se preocupaba de verdad por él, así que había esperanza para ellos. A pesar de que hubiera leído en aquella hoja que quería vengarse de él, había ido al hospital para asegurarse de que estaba bien.

Cuando llegaron al coche, Dylan se quitó la chaqueta y las botas del uniforme antes de meterse dentro. Dejó el casco y las demás cosas en el asiento de atrás y luego se sentó, apoyando la cabeza en el cabecero del asiento.

– Todo va a salir bien -le dijo Meggie mientras se sentaba al volante.

Dylan se volvió hacia ella y le sonrió débilmente.

– Lo sé.

Ella puso las manos en el volante, pero no hizo intención de poner el motor en marcha.

– Ya has oído al doctor. Tus amigos van a ponerse bien.

– Sí, pero me gustaría saber qué pasó – aseguró él-. No entiendo por qué se derrumbó aquel suelo.

– Seguro que mañana averiguas la causa. Hoy será mejor que te olvides del accidente.

Dylan comenzó a acariciarle el pelo. Después, la atrajo hacia sí y miró sus labios. Al principio vaciló como si no supiera qué hacer. Pero, luego, la besó y su sabor le hizo olvidarse de toda la confusión, de las horas de espera.

Y así tenía que ser el amor. A medida que el beso se fue haciendo más intenso, Dylan sintió cómo un agradable calor empezaba a confortarle el corazón.

Y en esos momentos, aquello era lo único que necesitaba. Lo único que le importaba, durara lo que durara, era el amor que sentía por Meggie.


La cocina del apartamento de Dylan era la típica de un piso de soltero. Había un cuenco de cereales de esos con más azúcar que nutrientes. En la nevera, tenía leche, cerveza, mostaza y algo de queso, que se había puesto mohoso. Pero Meggie encontró también un poco de pan y un lata de sopa, así que decidió hacerle un sandwich de queso y una sopa de tomate.

Después de quitar el moho del queso, quedó la cantidad justa para hacerle un sandwich. Mezcló la leche con la sopa y las puso al fuego. Luego echó un vistazo a su reloj, comprobando que Dylan llevaba aproximadamente media hora en la ducha.

Se le había pasado por la cabeza meterse también ella, pero no sabía cómo podía reaccionar él. De todos modos, no podía sacarse de la cabeza las deliciosas posibilidades de ducharse con él.

Sintió una oleada de deseo al imaginarse a Dylan desnudo en la ducha, mojado y excitado. Mientras el agua caía sobre los dos, él la apoyaría contra la pared y la agarraría por la cintura… Tragó saliva, tratando de concentrarse otra vez en la sopa que estaba preparando.

Meggie soltó una maldición mientras apagaba el fuego. Encontró un plato limpio para el sandwich y lo puso en una bandeja, junto con el cuenco de sopa. Luego, sacó una cerveza de la nevera y lo llevó todo al dormitorio de Dylan.

Llamó a la puerta, pero como él no contestó, abrió. Del cuarto de baño seguía saliendo una gran cantidad de vapor, así que pensó que en cualquier momento podría salir Dylan, desnudo y mojado. Pero de repente se fijó en la cama y lo vio allí, vestido únicamente con la ropa interior y con aspecto de estar dormido.

Meggie se acercó sonriendo y le dejó la comida sobre la mesilla. No quiso despertarlo. Parecía relajado después de la tensión que había sufrido. Le apartó un mechón de pelo húmedo de la frente y él no se inmutó, así que se sentó al lado de la cama y se quedó observándolo. Reparó en una pequeña cicatriz que tenía en el labio superior y admiró su nariz recta y su mandíbula ancha. Ningún hombre tenía derecho a ser tan guapo.

Se inclinó sobre él y le dio un beso breve en los labios. Cuando se echó hacia atrás, vio que él había abierto los ojos y la estaba mirando.

Lo cierto era que se moría de ganas por sentir una vez más la pasión que había habido entre ellos pocas noches atrás. Nunca le había dado mucha importancia al sexo, pero no podía dejar de pensar en volver a acariciar el pecho de él, en besar su vientre plano o en acariciar su miembro erecto. Incluso podía recordar perfectamente su olor, una mezcla de aroma a jabón, a loción para después del afeitado y a sudor, que resultaba irresistiblemente masculina. Y por otra parte, estaba su voz. No podía olvidarse de cuando había susurrado su nombre mientras alcanzaba el climax. -Te he traído una sopa y un sandwich -le dijo, forzando una sonrisa.

Pero en vez de darle las gracias, él la agarró y la acercó para besarla. Fue un beso tan apasionado, que a Meggie se le escapó un gemido. Intentó ponerse en pie, pero finalmente cayó encima de él, que se giró para situarla debajo. Inmediatamente, se despertó un gran deseo en ella.

Estaba impaciente por sentirlo dentro. Dylan le agarró el rostro entre ambas manos y la ayudó a que se incorporara hasta quedarse arrodillada enfrente de él. Luego, le quitó el jersey y la camisola que llevaba y comenzó a acariciarle los pechos desnudos. Seguidamente, le desabrochó el cinturón. Era evidente que él la deseaba tanto como ella a él. Su visible erección lo dejaba bien claro. Así que Meggie se apartó de él para terminar de desnudarse.

Se descalzó y se quitó los pantalones y las braguitas. Finalmente, se quedó desnuda enfrente de él, disfrutando anticipadamente de lo que iba a suceder a continuación.

Dylan se inclinó hacia ella y la agarró para que se tumbara en la cama, debajo de él. Meggie sintió el miembro erecto acercándose a su sexo y se arqueó para facilitarle la entrada, pero de repente se dio cuenta de que no habían tomado ninguna precaución.

Entonces miró a Dylan a los ojos y este pareció leerle el pensamiento. Sacó una caja de la mesilla y se la dio sin decir nada.

Mientras ella le ponía el preservativo, él no dejó de observarla. Una vez terminó, Meggie tiró la caja a un lado.

Dylan se tumbó sobre ella y la penetró de un modo casi violento. Hicieron el amor con brusquedad en aquella ocasión y Meggie suspiró de placer cuando lo sintió en lo más profundo de su cuerpo.

De pronto, todas sus dudas se disiparon y se abandonó. Lo único que sabía era que amaba a Dylan. Lo amaba con toda su alma y nada podría cambiarlo. Así que disfrutó del placer de sentirlo dentro.

Cuando ya se estaba acercando al climax, él murmuró su nombre. Fue como una promesa de que, si ella se abandonaba, él la seguiría. Entonces Meggie sintió un temblor dentro de si y luego varias oleadas de placer. Inmediatamente, él explotó también dentro de ella.

Cuando ambos volvieron a la tierra, Dylan se tumbó a su lado y la abrazó. Su respiración se hizo más lenta y Meggie pensó por un momento que él se había dormido. Pero entonces oyó la voz grave contra su oído.

Prométeme que nunca me abandonarás.

– Te lo prometo -susurró ella. Pero sabía que eso no les aseguraba que siguieran siempre juntos. El que funcionaran tan bien en la cama no quería decir que fueran a compartir su futuro.

Meggie se apretó contra él y lo observó mientras él se dormía.

– Te quiero -dijo, acariciándole la mejilla-. Siempre te he querido y siempre te querré.

Aunque eso no cambiaba el hecho de que se había servido de una serie de artimañas para conseguir que él la deseara. Lana le había dicho que todos los hombres ansiaban lo que no podían tener. Pero, ¿seguiría Dylan deseándola después de haber conseguido lo que quería?, pensó, recordando su frialdad la noche de la fiesta de cumpleaños de su abuela.

Se levantó de la cama, sintiendo que no aguantaría volver a ver esa mirada. Sobre todo después de haber hecho el amor tan apasionadamente como lo habían hecho. Sí, no se quedaría para verlo despertar.

Así quizá él se preguntara si la había poseído de veras. Quizá hasta pensara que había sido solo un sueño. De ese modo, volvería por más.

Meggie se secó una lágrima y comenzó a recoger su ropa. Mientras se vestía despacio, no dejó de mirarlo y, antes de marcharse, sintió ganas de tocarlo una vez más. Se acercó a la cama y puso la mano sobre su corazón, que latía con fuerza, aunque con un ritmo lento.

Después de soltar un suspiró, salió de la habitación. Mientras se dirigía a su coche, decidió que, aunque se moría de ganas de seguir a su lado, estaba haciendo lo mejor. Necesitaba tiempo para pensar en lo que iba a hacer para conseguir que él se enamorase. Y estando cerca de él, era incapaz de pensar en nada.

Abrió el coche y, antes de meterse dentro, echó un último vistazo hacia la ventana de la habitación de Dylan. Se lo imaginó allí tumbado sobre la cama. Algún día, quizá pudiera quedarse con él. Algún día, esa cama quizá también fuera su cama.

Pero ese día todavía no había llegado.

Загрузка...