Capítulo 9

Tate pasó la noche en brazos de Adam. Pero, por primera vez desde que dormían juntos, no hicieron el amor.

Cuando fueron a desayunar a la mañana siguiente, ambos sintieron una incomodidad que no había existido en el pasado.

– Debe comer más, señorita -dijo María-. No va a poder pasar la mañana con tan poco.

– No tengo hambre -dijo Tate. Lo cierto era que ya había estado antes en la cocina para comer algo y aliviar los primeros síntomas de mareo matutino. Bajo la atenta mirada se María, se obligó a acabar los cereales.

Estaba tan concentrada en sus propios pensamientos que no prestó atención a la conversación que mantuvieron a continuación María y Adam en español.

– La señorita ha estado llorando -dijo María.

Adam miró los ojos enrojecidos de Tate.

– Ayer vino a verla su hermano mayor, al que no veía desde que era una niña.

– ¿Ese hermano le hizo llorar?

– Quería que se fuese con él.

– Ah. Pero usted no le dejó irse.

– Ella eligió quedarse -corrigió Adam.

– ¿Entonces por qué ha llorado?

La mandíbula de Adam se tensó. Tras un momento, contestó:

– Porque teme que yo no la quiera.

– ¡Hombre estúpido! ¿Por qué no se lo dice para que vuelva a recuperar la sonrisa?

Adam suspiró.

– Creo que ahora no me creería si se lo dijera. María movió la cabeza.

– Voy al supermercado a hacer unas compras. Tardaré dos o tres horas en venir. Dígale que la quiere.

Los labios se Adam se curvaron irónicamente.

– De acuerdo, María. Lo intentaré.

Tate sólo había logrado comer dos o tres cucharadas de cereales cuando María le quitó el cuenco de delante.

– Tengo que dejar la mesa recogida antes de irme de compras -dijo mientras rellenaba la taza de Tate-. Quédese aquí y disfrute de otro café.

También rellenó la taza de Adam, dirigiéndole una significativa mirada.

– Usted haga compañía a la señorita.

María se quitó el delantal, tomó su bolso y unos momentos después salió por la puerta de la cocina.

El silencio se volvió opresivo en la cocina. Finalmente, Adam dijo:

– ¿Qué piensas hacer hoy?

– Supongo que trabajar con el ordenador. ¿Y tú?

– Voy a trasladar ganado de un pasto a otro.

– Tu trabajo parece más divertido que el mío. ¿Puedo acompañarte?

– No creo que sea buena idea.

– Oh.

Adam vio la expresión de Tate y comprendió que pensaba que la estaba rechazando… una vez más. Maldijo entre dientes.

– Escucha, Tate, creo que será mejor que hablemos.

Tate se levantó bruscamente. Ahora era cuando Adam le iba a decir que lo había pensado mejor y que quería que se fuera del Lazy S. Pero no pensaba darle la oportunidad de decírselo.

– Será mejor que me vaya. Tengo…

Adam la agarró por el brazo antes de que hubiera dado dos pasos. Apoyó las manos en sus hombros, haciéndole darse la vuelta para tenerla de frente. Tate mantuvo la mirada en el suelo, negándose a mirarlo.

– Tate -dijo Adam, con una voz cargada de ternura por el amor que sentía por ella-. Mírame.

Los avellanados ojos de Tate eran más verdes que dorados. Adam no soportaba ver la tristeza que había en ellos. Pasó una mano tras la nuca de Tate y la atrajo hacia sí para besarla.

Fue un beso hambriento, cargado de anhelo y pasión, de ternura y amor.

Adam quería estar más cerca. Tiró de la camiseta de Tate y se la sacó por encima de la cabeza; luego se desabrochó la blusa y la sacó del pantalón. Suspiró satisfecho mientras rodeaba a Tate con sus brazos y presionaba sus senos desnudos contra su pecho.

– Dulzura mía. Es un placer abrazarte -susurró, abarcando con una mano el trasero de Tate y alzándola hacia sí para frotarse lentamente contra ella.

Su boca buscó un punto especialmente sensible bajo la oreja de Tate y lo succionó con la fuerza suficiente para hacerla gemir de placer.

De pronto, Adam se quedó petrificado. Alguien acababa de abrir la puerta de la cocina. Se volvió para enfrentarse a lo que fuera, sujetando protectoramente a Tate contra su pecho.


Tate sintió que el cuerpo de Adam se tensaba. Supo quién había entrado en la cocina; supo quién tenía que ser. Volvió la cabeza. En el umbral de la puerta estaban sus tres hermanos, Faron, Jesse y Garth. Garth sostenía una escopeta en las manos.

Tate sintió que se ruborizaba hasta las raíces del pelo. Estaba desnuda de cintura para arriba, y no podía haber dudas respecto a lo que había estado haciendo con Adam. Y, por sus expresiones, tampoco había duda de lo que sus hermanos pensaban al respecto. Cerró los ojos y se aferró a Adam, sabiendo que sus hermanos pensaban separarlos.

– ¡Vístete! -ordenó Garth.

Tate alargó una mano hacia la silla en que Adam había dejado su camiseta y, volviéndose de espaldas, se la puso. Cuando se dio la vuelta, Adam le pasó una mano por la cintura y la atrajo hacia su cadera.

Los tres hermanos entraron en la cocina. Pronto quedó claro que no habían ido solos. Un hombre mayor con un cuello se sacerdote y una Biblia en la mano los siguió al interior.

– Tienes dos opciones -le dijo Garth a Adam-. O te mato, o haces una mujer honrada de mi hermana.

Adam alzó una ceja.

– Eso sería asesinato.

Garth sonrió peligrosamente.

– Sería un disparo accidental, por supuesto.

– Por supuesto -dijo Adam, curvando los labios cínicamente-. ¿Y si Tate y yo no estamos preparados para casarnos?

– Un hombre está preparado para casarse cuando deja a una mujer embarazada -gruñó Jesse-. Ayer fui a ver a la doctora Kowalski y le dije que Tate era mi hermana. ¡Me felicitó porque pronto iba a ser tío!

Adam se quedó helado. Se volvió a mirar a Tate, pero ella bajó la vista.

– ¿Estás embarazada, Tate?

Ella asintió.

La mandíbula de Adam se tensó visiblemente. Tomó a Tate por la barbilla y le hizo alzar el rostro.

– ¿De quién es el niño? ¿De Buck?

– ¡Es tuyo! -exclamó Tate, moviendo la cabeza para librarse de la mano de Adam.

– No puede ser mío -dijo él con calma-. Soy estéril.

Sin apartar la vista de la pétrea expresión de Adam, Tate se dejó caer en una de las sillas de la cocina.

Entre tanto, sus hermanos estaban en un dilema.

– No podemos obligarlo a casarse con Tate si el hijo no es suyo -dijo Faron.

– ¡Pero tiene que ser suyo! -dijo Jesse-. ¡Mira cómo los hemos encontrado hoy!

Garth entregó la escopeta a Faron y fue a sentarse frente a Tate. Tomó la mano de su hermana entre las suyas y la acarició suavemente un momento.

– Quiero que seas sincera conmigo, Tate. ¿Has estado con otro hombre además de Adam?

– ¡No! ¡Lo crea o no, el hijo que llevo dentro es suyo!

– Adam afirma que es estéril -insistió Garth.

– No me importa lo que afirme -dijo Tate entre dientes-. Estoy diciendo la verdad.

Garth y Faron intercambiaron una significativa mirada. Garth se levantó y confrontó a Adam.

– ¿Niegas haberle hecho el amor a mi hermana?

– No, no lo niego.

– En ese caso, mi oferta inicial sigue en pie -dijo Garth.

– En ese caso, supongo que no tengo opción -concedió Adam irónicamente.

– ¿Y yo? -preguntó Tate-. ¿Acaso no tengo posibilidad de elección?

– Harás lo que te digamos -el tono de Garth era inflexible-. O de lo contrario…

– ¿O de lo contrario, qué?

– Volverás con nosotros a Hawk’s Way.

Tate se estremeció. No parecía haber escape al ultimátum que Garth le había dado. Si se casaba, al menos conservaría su libertad.

– De acuerdo. Adelante.

– Padre Wheeler, puede proceder -Garth condujo al cura a la cabecera de la mesa, situó a Tate y a Adam a un lado y él se colocó en el otro junto a Faron y Jesse-. He tenido que seguir algunos atajos, pero también he conseguido la licencia. Cuando quiera, reverendo.

Si el reverendo Wheeler no hubiera bautizado y confirmado a Tate, tal vez habría tenido algún reparo respecto a lo que iba a hacer. Nunca había tenido ante sí una pareja con aspecto más triste. Pero creía firmemente en la santidad del hogar y la familia. Y Garth le había prometido un generoso donativo para construir la nueva ala de la escuela dominical.

El reverendo abrió la Biblia que llevaba consigo y empezó a leer.

Tate oyó, pero no escuchó lo que se decía; habló cuando tuvo que hacerlo, pero no fue consciente de las respuestas que daba. Había caído en un profundo pozo de desesperación.

Nunca había pensado en tener una gran boda, pero una camiseta blanca y unos vaqueros eran un pobre sustituto para un traje de novia. Pero no le habría importado renunciar a ello si el hombre que estaba a su lado hubiera deseado ser su marido.

Y Adam no lo deseaba.

¿Qué había sucedido? Tate nunca había tenido intención de atrapar a Adam. Era evidente que éste creía que ella se había acostado con Buck, y que el bebé no era suyo. Tate sabía que un matrimonio sin confianza estaba destinado al fracaso. Si Adam creía que le había mentido sobre la paternidad de su hijo, ¿no esperaría que mintiera sobre otras cosas? ¿Reaccionaría como Buck cada vez que otro hombre se atreviera a mirarla? Aunque Buck se ponía celoso porque amaba a Velma. Pero Tate no estaba segura de los sentimientos de Adam. No le había dicho ni una vez que la amaba.

Habría dado cualquier cosa por haberle contado lo de su embarazo la noche anterior. Así habrían tenido la posibilidad de aclarar las cosas; por ejemplo, por qué un hombre que se consideraba estéril era capaz de concebir un hijo.

– ¿Tate?

– ¿Qué?

– Alarga la mano para que Adam pueda ponerte el anillo -dijo Garth.

¿«Qué anillo? «, se preguntó Tate.

– Con este anillo te desposo -dijo Adam deslizando el pequeño anillo que normalmente llevaba en el meñique en el anular de Tate.

Tate se sentía perdida. ¿Qué había pasado con el resto de la ceremonia? ¿Había dicho ya el «sí, quiero»?

El reverendo Wheeler dijo:

– Os declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.

Al ver que ninguno de los dos se movía, Faron dijo:

– Ahora tienes que besar a tu esposa, Adam.

Adam quería negarse. Todo aquello era una farsa. Pero cuando Tate volvió el rostro hacia él parecía tan desconcertada que sintió la necesidad de tomarla en sus brazos y protegerla.

Garth se aclaró la garganta ante el retraso.

La mandíbula de Adam se tensó. Tate ya tenía tres guardianes muy eficientes. A él no lo necesitaba para nada. Pero fue incapaz de resistir la tentación de sus labios, aún ligeramente hinchados por los recientes besos. Se inclinó hacia ella y la besó con gran suavidad.

Si aquello hubiera sido una auténtica boda, le habría gustado conservar aquel recuerdo para siempre. Pero los sonidos del otro lado de la mesa le recordaron que la boda era muy real, de manera que tomó lo que quiso de Tate, apoderándose por completo de su boca, dejándole sentir su furia y frustración por lo que sus hermanos les habían robado insistiendo en celebrar aquel matrimonio forzoso.

En cuanto alzó la cabeza, Adam vio que Garth rodeaba la mesa hacia ellos. En lugar del puñetazo que esperaba recibir en la nariz, Adam vio que alargaba la mano hacia él para que se la estrechara. Y además, sonreía.

– Bienvenido a la familia -dijo Garth. Abrazó tiernamente a Tate y susurró junto a su oído-: ¡Sé feliz!

Faron fue el siguiente en estrechar la mano de Adam.

– ¿Qué os parece si bebemos algo para celebrarlo? -preguntó-. Tengo champán en una cubitera en la camioneta.

– Supongo que no es mala idea -dijo Adam, aún aturdido por el repentino cambio de actitud de los hermanos de Tate.

Faron salió mientras Jesse se dirigía a Adam. Los dos hombres se miraron con cautela.

Finalmente, Jesse alargó una mano hacia él.

– ¿Hacemos una tregua? -al ver que Adam dudaba, añadió-: Honey me matará si no hacemos las paces. Por ella y por Tate.

Finalmente, Adam estrechó la mano del hermano de Tate. Nunca serían buenos amigos. Pero eran vecinos, y ahora cuñados. Debían tolerarse por sus respectivas esposas.

La celebración de la boda fue muy animada. Ahora que Adam había hecho lo correcto con Tate, sus hermanos estaban más que dispuestos a tratarlo como a uno más de la familia.

Según transcurrió la mañana, y tras varias copas de champán y algunos whiskys, Adam empezó a pensar que, a fin de cuentas, las cosas no habían salido tan mal.

Ahora que Tate y él estaban casados, no había motivo para que no trataran de que las cosas fueran lo mejor posible. No podía lamentar lo del bebé, aunque ello significara que Tate le hubiera mentido diciendo que no se había acostado con Buck. El siempre había querido tener hijos, y sabía que querría a aquél como si fuera suyo.

Después de hacer el amor con su esposa, Adam le diría que la amaba. Podrían olvidar lo sucedido en el pasado. Sus vidas empezarían de cero.

Los hermanos de Tate podrían haberse quedado más rato, pero Honey llamó para asegurarse de que todo había ido bien. Cuando Jesse colgó, dijo:

– Sé que no os apetecerá que os lo recuerde, pero tengo bastante trabajo aguardándome en el rancho.

Faron rió y dijo:

– Di la verdad. Lo que de verdad quieres es volver a casa con tu esposa.

Los tres hermanos se golpearon en broma mientras se dirigían a la puerta. Una vez que se hubieron ido junto con el reverendo, Tate cerró la puerta y apoyó la frente contra el fresco marco de madera.

– Lo siento, Adam.

El se acercó y la rodeó con los brazos por la cintura desde detrás.

– No importa, Tate. No ha sido culpa tuya.

– Son mis hermanos.

– Sólo han hecho lo que piensan que es mejor para ti -a pesar de que él también había sido víctima de aquella manipulación, Adam comprendía a los hermanos de Tate. Si Melanie no hubiera sido asesinada… si la hubiera encontrado en las mismas circunstancias… tal vez él habría hecho lo mismo, esperando que fuera lo mejor para ella.

Besó a Tate en la nuca y sintió que se estremecía entre sus brazos.

– Ven a la cama, Tate. Es nuestro día de bodas.

Tate mantuvo el rostro contra la puerta. Estaba demasiado decidida a devolverle a Adam su libertad como para percibir el mensaje de amor que había en sus palabras y caricias.

– No puedo soportar saber que te has visto obligado a casarte conmigo -al sentir que Adam se ponía rígido, añadió-: Prometo concederte el divorcio. En cuanto nazca el bebé, yo…

Adam la tomó por el brazo y le hizo darse la vuelta.

– ¿Es ese el motivo por el que has aceptado casarte conmigo? ¿Para poder darle un apellido a tu bastardo?

– Por favor, Adam…

– No ruegues, Tate. No es tu estilo.

Tate lo abofeteó antes de darse cuenta de que había alzado la mano. Al ver la marca que había dejado en el rostro de Adam, se quedó sin aliento.

Adam la agarró por la muñeca. Tate sintió cómo temblaba de rabia. Esperó a ver cómo reaccionaba.

– De acuerdo -dijo Adam con aspereza-. Te daré lo que quieres. Tu bebé tendrá mi apellido y me concederás el divorcio. Pero quiero algo a cambio, Tate.

– ¿Qué?

– A ti. Te quiero en mi cama cada noche. Cariñosa y dispuesta. ¿Queda claro?

Estaba muy claro. Tate le había ofrecido el divorcio esperando que se negara. Pero el ultimátum de Adam dejaba en evidencia lo que había querido de ella desde el principio. ¡Pues muy bien! ¡Ella se encargaría de hacerle ver con toda claridad a qué estaba renunciando!

– Créeme, Adam; vas a obtener lo que quieres -dijo con voz sedosa.

¡Y mucho más!

Adam la condujo hasta su habitación sin soltarle la muñeca. Una vez dentro, la soltó y dijo:

– Desvístete -se cruzó de brazos y permaneció de pie frente a ella, mirándola.

Tate se irguió orgullosamente. Antes o después, Adam iba a darse cuenta de la verdad. El hijo que llevaba dentro era suyo. Entretanto, obtendría todo lo que le había exigido… y tal vez más.

Tate nunca se había desnudado para tentar a un hombre. Pero ahora lo hizo.

Lo primero que se quitó fue la camiseta. Lentamente. La sostuvo colgada de un dedo un momento antes de dejarla caer. Miró sus senos y vio que las aureolas estaban rosadas y llenas. Se acarició los pezones con las puntas de los dedos hasta lograr que sus rosados capullos se pusieran erectos.

Adam respiró pesadamente.

Tate no se atrevió a mirarlo, temiendo perder el valor para continuar. En lugar de ello, deslizó las manos por su vientre hasta llevarlas al cruce de sus muslos, separando las piernas para apoyar la mano en el calor que había entre ellas. Luego volvió a deslizar la mano hacia arriba, sintiendo las texturas de su piel, notando como su carne respondía a la conciencia de que Adam observaba cada uno de sus movimientos.

Llevó las manos hasta su nuca, entrelazando los dedos en su cabello, sabiendo que el movimiento de sus brazos haría que sus senos se alzaran. Arqueó la espalda en una sensual curva que empujó sus senos y vientre hacia Adam.

Le oyó tragar. Luego cometió la equivocación de mirarlo… y vio su pecho desnudo. Sus pezones estaban tan erectos como los de ella. Mientras relajaba su cuerpo a una postura más natural, vio sus azules ojos oscurecidos por una intensa pasión.

El cuerpo de Adam parecía tenso como un arco a punto de disparar una flecha. Tenía los puños apretados a ambos lados del cuerpo. Su hombría resaltaba de forma totalmente evidente contra su pantalón. Cuando sacó la lengua para lamer el sudor de su labio superior, Tate sintió que su entrepierna se tensaba en placentera respuesta.

Se sentía exultante. Poderosa. Y tan femenina… Animada por su éxito, bajó las manos hasta el botón de sus vaqueros. Todo el cuerpo de Adam se estremeció al ver cómo lo soltaba. El sonido de la cremallera al bajar acompañó el de la respiración de Adam, cada vez más acelerada.

Tate volvió lentamente cada lado del pantalón, creando una V a través de la que se veían sus braguitas. Entonces abrió las piernas, metió los pulgares en ellas y deslizó los dedos en el interior de los vaqueros, tirando de su ropa interior hacia abajo y exponiendo la piel de su vientre.

Adam maldijo entre dientes. Pero no se movió un milímetro.

Tate se bajó los pantalones y las braguitas hasta las caderas, revelando éstas y una mata de oscuros rizos en lo alto de sus muslos. Llevó las manos atrás y frotó sus nalgas, bajando un poco más sus vaqueros con cada movimiento circular.

Volvió a meter los pulgares en la parte delantera del vaquero y miró a Adam antes de deslizar los dedos por su pelvis. Las sienes de Adam palpitaron. Su mandíbula se tensó. Pero no se movió de donde estaba.

Tate sonrió, satisfecha. Dio un último tirón y sus vaqueros y braguitas se deslizaron hasta sus tobillos. Después salió de su ropa y sus mocasines en un solo movimiento.

Finalmente, se mostró totalmente desnuda ante Adam. Sentía su cuerpo más lánguido y atractivo que nunca. Lo supo por la mirada de adoración que le dirigió Adam, porque se notaba que la deseaba con su propio cuerpo. No hizo ningún movimiento para tratar de ocultarse de él.

Adam no se movió hasta que ella dio un paso hacia él.

Entonces avanzó como un tigre a punto de saltar. Tate sintió la energía sexual que irradiaba de él incluso antes de que sus cuerpos se encontraran. Su beso fue fiero, ardiente. Las manos de Adam parecían estar en todas partes, acariciándola, exigiendo una respuesta. Tate se arqueó contra él, sintiendo el inflamado calor y la excitación bajo sus vaqueros.

Adam no se molestó en llevarla a la cama. La apoyó de espaldas contra la pared, se desabrochó los vaqueros para liberarse, luego alzó las piernas de Tate en torno a su cintura y la penetró.

Tate se aferró al cuello de Adam con los brazos y a su cintura con las piernas. Sus bocas se encontraron y Adam penetró en la de ella con su lengua al mismo ritmo que su cuerpo. Deslizó la mano entres sus cuerpos y buscó el delicado centro en el que se originaba el placer de Tate. La acarició con el pulgar hasta que sintió oleadas de placer tensando sus músculos interiores en torno a él. Adam echó la cabeza hacia atrás cuando el intenso placer le hizo temblar en el cálido y palpitante interior de Tate.

Luego dejó caer la cabeza contra su hombro mientras trataba de recuperar el aliento. Finalmente, soltó las piernas de Tate para que pudiera mantenerse en pie, pero tuvo que sujetarla para evitar que se cayera, pues tenía las rodillas como de goma. La alzó en brazos y la llevó a la cama, donde se tumbó junto a ella.

Unos segundos después sintió que apenas podía mantener los ojos abiertos. Pero había algo que quería decirle a Tate antes de quedarse dormido.

– ¿Tate? ¿Estás despierta?

– Mmm. Supongo que sí -murmuró ella contra la garganta de Adam.

– Puedes admitir la verdad respecto a lo de haberte acostado con Buck. No va a suponer ninguna diferencia respecto a lo que siento por ti -«o respecto al bebé», añadió Adam para sí.

Tate se irguió en la cama. La sábana que la cubría cayó hasta su cintura.

– Cuando digo que no me he acostado con Buck, estoy diciendo la verdad, Adam. ¿Por qué no me crees?

Adam se irguió a medias apoyando un codo sobre el colchón.

– Porque tengo las pruebas médicas que demuestran lo contrario.

– ¡Entonces tus pruebas están equivocadas! -replicó Tate, apoyando la espalda contra la cabecera de la cama y cubriéndose con las sábanas hasta el cuello.

Tate nunca le había parecido más hermosa. Adam tuvo que tumbarse y colocar las manos tras su cabeza para evitar alargarlas hacia ella. Las tres horas de plazo que María le había prometido estaban a punto de pasar, y Adam sabía que en cuanto llegara iría a buscarlo para saber si le había dicho a Tate que la quería.

Ahora se alegraba de no haberlo hecho. Al menos se había librado de la humillante experiencia de confesarle su amor a una mujer que sólo se había casado con él para poder darle un apellido a su hijo. Permaneció tumbado, tratando de imaginar por qué insistía Tate en mentir sobre el bebé.

– ¿Sabe Buck que estás embarazada? -preguntó.

– Lo adivinó -admitió Tate. Buck había sabido por su expresión que sucedía algo especial y se lo preguntó. Ella le contó la verdad.

– Supongo que se negó a casarse contigo porque sigue enamorado de Velma -dijo Adam.

Tate salió de la cama bruscamente y fue a donde su ropa estaba apilada en el suelo. Empezó a vestirse de espaldas a Adam.

– ¿A dónde vas? -preguntó él.

– A cualquier sitio donde pueda estar lejos de ti -replicó ella.

– Mientras también te mantengas alejada de Buck, no me importa.

Tate se volvió y dijo:

– Buck es mi amigo. Lo veré cuando y donde quiera.

Adam apartó las sábanas de la cama y se puso los vaqueros.

– No estoy dispuesto a permitir que rompas los votos que acabas de hacer -dijo.

– Eres tonto, Adam. No eres capaz de ver lo que tienes delante de las narices.

– Pero sé reconocer a una zorra cuando la veo.

Adam se arrepintió al instante de sus palabras. Habría dado cualquier cosa por retirarlas. Estaba celoso y dolido por la aparente devoción de Tate hacia Buck. Había dicho lo primero que se le había venido a la mente para hacerle daño.

Y lo sentía de verdad.

– Tate, yo…

– No digas nada, Adam. Sólo aléjate de mí. Tal vez algún día pueda perdonarte por esto.

Adam recogió su camisa y sus botas y salió de la habitación, cerrando cuidadosamente la puerta a sus espaldas.

Tate se sentó en la cama, tratando de contener los sollozos que se agolpaban en su pecho. Aquello era peor que cualquier cosa que hubiera imaginado. Ya había comprobado con Buck lo irracional que podía volverse un hombre debido a la suspicacia y a la desconfianza. Pero nunca había esperado ver a Adam comportándose como un bruto celoso.

¿Qué iba a hacer ahora?

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