Capítulo 6

De pronto, Adam se convirtió en el perseguidor y Tate en la elusiva perseguida. Cada vez que se encontraba con él le daba la espalda, y flirteaba descaradamente con Buck cada vez que éste estaba presente. Debido a que el cortejo de Buck con Velma prosperaba, el vaquero tenía el aspecto de un hombre feliz y satisfecho. Lo que dejaba a Adam hirviendo de celos.

Tate sospechaba que podría acabar fácilmente con el evidente enfado de Adam si le contara la verdad sobre lo sucedido esa noche, pero estaba decidida a que fuera él el que diera el primer paso hacia la conciliación. Lo único que había hecho durante la pasada semana era lanzarle miradas asesinas.

Sin embargo, su mirada reflejaba algo más que enfado y antagonismo. Tate empezaba a sentirse agotada por la tensión sexual que había entre ellos. Algo había cambiado desde la noche de su discusión, y Tate sentía que el vello de sus brazos se erizaba cada vez que Adam estaba cerca. Su mirada era hambrienta. Su cuerpo irradiaba poder. Sus rasgos mostraban una necesidad insatisfecha. Tate tenía la inquietante sensación de que la acechaba.

Durante el día se ocultaba todo el tiempo posible en la oficina, y por las tardes hacía de mediadora entre Buck y Velma. Se negaba a admitir que estaba ocultándose de Adam, pero era cierto.

Una semana después de que Tate acompañara a Buck a hablar con Velma, el vaquero le preguntó si le importaría quedarse esa tarde en casa en lugar de acompañarlo como carabina.

– Quiero hablar con Velma a solas de algunas cosas -dijo Buck.

– Por supuesto -replicó Tate, obligándose a sonreír-. No me importa en absoluto.

Cuando Buck se hubo ido, la sonrisa de Tate se transformó en un sombrío gesto. Estaba más que un poco preocupada por lo que pudiera hacer Adam si averiguaba que esa tarde se quedaba en casa. Decidió que lo mejor sería evitarlo permaneciendo en su habitación. Era el camino del cobarde, pero sus hermanos le habían enseñado que a veces era mejor jugar las cartas con las que uno contaba pegadas al estómago.

Tate se cansó muy pronto de estar confinada en su habitación. Aún tenía trabajo pendiente en el despacho y decidió ir, tratando de que Adam no la viera. La luz de la habitación de éste estaba encendida. Adam a menudo se retiraba pronto para leer en la cama las publicaciones médicas que recibía.

Tate ya estaba vestida para dormir, con una camiseta larga de color rosa que la cubría prácticamente hasta las rodillas. Decidió que era lo suficientemente recatada incluso si Adam la encontraba trabajando más tarde en la oficina. Recorrió el patio de puntillas y entró en la otro ala de la casa por una puerta del extremo, dirigiéndose de inmediato a la oficina.

Había pasado poco más de una hora cuando sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Hacía un rato que había terminado de trabajar con el ordenador. Estaba sentada frente al escritorio, con un tobillo apoyado en éste y el otro en la rodilla opuesta, examinando los papeles que acababa de imprimir.

Alzó la vista y se encontró frente a la mirada cargada de deseo de los azules ojos de Adam.

– ¿Trabajando tarde? -preguntó él con voz sedosa.

– He decidido terminar unas cosas.

Tate se quedó paralizada, sintiéndose incapaz de moverse a pesar de saber que la camiseta se le había subido a lo alto de los muslos. Mientras Adam la miraba, sintió que los pezones se le endurecían, haciéndose fácilmente visibles bajo la tela de algodón rosa.

Adam tenía el pecho desnudo, revelando unos oscuros rizos que descendían en forma de uve hasta perderse en sus vaqueros, que parecían colgar de sus caderas. Su estómago estaba cincelado de músculos y una ligera transpiración hacía que su piel brillara a la tenue luz de la lámpara.

Adam no parecía menos desconcertado que Tate. Había ido al despacho a recoger una revista médica y en lugar de ello se había encontrado con una seductora y sexy gatita en su escritorio. La visión de las braguitas de corte francés de Tate estaba a punto de hacerle perder el control. Su pelo negro estaba revuelto, y sus ojos color whisky estaban cargados de encanto femenino.

– No deberías andar medio desnuda por ahí -dijo.

– No esperaba verte.

Adam arqueó una ceja con gesto incrédulo.

– ¿En serio?

De pronto, apartó con una mano todo lo que había sobre la mesa mientras alargaba la otra hacia Tate. Un montón de papeles volaron al suelo junto a diversas tazas, guijarros y otros objetos varios. Aún no habían llegado los últimos papeles al suelo cuando tuvo a Tate sentada en el borde del escritorio, frente a él.

La asustada protesta de Tate murió en sus labios. Los fieros ojos de Adam no se apartaron de los de ella mientras le separaba las piernas y se colocaba en medio. La atrajo hacia sí, encajando la delgada seda de sus braguitas contra el calor y la dureza de su excitación.

– ¿Es esto lo que tenías pensado? -preguntó.

– Adam, yo…

Tate jadeó cuando él le acarició los senos por encima de la camiseta, revelando los pezones que anhelaban sus caricias.

– Adam…

– Has estado tentándome durante semanas, niña. Incluso yo tengo unos límites. Finalmente vas a obtener lo que querías.

– Adam…

– Calla, Tate.

Tomó ambas manos de Tate en una de las suyas y la sujetó con la otra por la nuca para besarla.

Tate no se atrevió a respirar mientras Adam bajaba su cabeza hacia la de ella. Su cuerpo estaba vivo de anticipación. Aunque había deseado aquello desde que vio por primera vez a Adam, aún sentía temor por lo que estaba a punto de suceder. Deseaba a aquel hombre, y ahora estaba segura de que él también la deseaba a ella. Esa noche sabría lo que significaba ser una mujer, la mujer de Adam. Finalmente, la espera había acabado.

El enfado de Adam al encontrar lo que consideraba una trampa sensual hizo que fuera más brusco con Tate de lo que pretendía. Pero, después de todo, ella ya no era la tierna e inexperta virgen de hacía una semana.

Sin embargo, en algún momento desde que entrelazó sus dedos en su cabello y el instante en que sus labios tocaron los de ella, sus sentimientos sufrieron una violenta transformación. Poderosas emociones entraron en juego, suavizando a la bestia salvaje que había despertado en su interior. Cuando finalmente la besó, no hubo nada en la caricia más allá del fiero deseo por ella que palpitaba en su cuerpo.

Tate no estaba preparada para la aterciopelada suavidad de los labios de Adam sobre los suyos. Sintió que le mordía el labio inferior y se estremeció de placer cuando luego deslizó la lengua por él. Un instante después penetró lentamente con la lengua en su boca, retirándola hasta que ella la buscó de nuevo para descubrir su sabor oscuro e intensamente masculino.

Cada beso de Adam era respondido por el cuerpo de Tate con una descarga de deseo que llegaba rauda hasta su vientre. Sentía los senos henchidos y dolorosos, pero no era lo suficientemente experimentada como para solicitar las caricias que los habrían aliviado.

En algún momento mientras la besaba, Adam le había soltado las manos. Tate no sabía muy bien qué hacer con ellas. Finalmente las apoyó en sus hombros y luego las deslizó por su espalda, sintiendo la musculatura que lo hacía tan diferente a ella.

Dejó caer hacia atrás la cabeza mientras la boca de Adam acariciaba el hueco de su garganta. Las masculinas manos que la sujetaban por la cintura se deslizaron lentamente bajo su camiseta hasta abarcar sus senos. Tate dejó escapar un gritito ahogado mientras los pulgares de Adam acariciaron sus doloridas cimas.

– Quiero sentirte contra mí -dijo Adam mientras le sacaba la camiseta por encima de la cabeza.

Antes de que Tate pudiera sentirse avergonzada, él la rodeó con sus brazos.

Adam suspiró de satisfacción mientras la estrechaba contra sí.

– Es maravilloso abrazarte -murmuró contra su garganta.

Los senos de Tate eran intensamente sensibles a la textura del vello del pecho de Adam. Fue íntimamente consciente de su fuerza, de su propia suavidad.

Adam la tomó por los muslos y la acercó aún más contra sí. Tate se aferró a sus hombros mientras la palpitante masculinidad de Adam presionaba contra su feminidad, evocando sensaciones desconocidas pero que provocaron en ella una respuesta instintiva.

Un ronco gemido escapó de la garganta de Adam cuando Tate arqueó su cuerpo contra el de él, balanceándose. Metió las manos bajo sus nalgas, tratando de hacer que se estuviera quieta.

– Me estás matando, corazón -dijo-. No te muevas.

– Pero es muy agradable -protestó Tate.

Adam medio gruñó, medio rió.

– Demasiado agradable. Estate quieta. Quiero asegurarme de que disfrutes de esto tanto como yo.

– Oh, lo haré -le aseguró Tate.

Adam sonrió mientras deslizaba los labios por su garganta. Capturó un pezón en su boca, jugueteó con él con su lengua y luego lo mordisqueó, hasta que tuvo a Tate retorciéndose de placer entres sus brazos.

Tomó una de sus manos y la deslizó por la dureza de sus pantalones, demasiado inmerso en el placer del momento como para notar la virginal renuencia de Tate a tocarlo.

– Siente lo que me haces -dijo-. Sólo tengo que mirarte o pensar en ti para desearte -Adam apoyó la cabeza en la sien de Tate y percibió su suave aroma a lilas. De ahora en adelante siempre pensaría en ella cuando oliera aquella particular fragancia.

Tate no tardó mucho en darse cuenta de lo sensible que era Adam a la más mínima de sus caricias, y disfrutó con su recién descubierto poder femenino.

Cuando ya no pudo soportar más el placer, Adam se llevó las manos de Tate a la boca, le besó las palmas y luego las colocó sobre su pecho.

– Alza las caderas, corazón -murmuró mientras metía los pulgares en el borde de las braguitas de Tate.

Ella hizo lo que le pedía y un instante después estaba desnuda. Ocultó el rostro en el hombro de Adam, sintiendo una repentina timidez.

Adam la rodeó con sus brazos.

– No tienes por qué sentirte avergonzada, cariño.

– Es fácil decir eso estando vestido.

Adam rió.

– Eso tiene fácil remedio.

Bajó las manos y se soltó el botón del vaquero. El sonido de la cremallera al bajarse invadió el silencio, roto sólo por sus agitadas respiraciones.

Tate sujetó las manos de Adam para impedirle bajar aún más la cremallera.

– Todavía no -dijo sin aliento.

No pudo evitar los nervios que la asaltaron. Adam parecía pensar que sabía lo que tenía que hacer, pero ella era muy consciente de su propia ignorancia… y de su inocencia.

El volvió a subirse la cremallera, pero dejó el botón desatado.

– No hay prisa, corazón. Tenemos toda la noche.

Adam hizo que Tate apoyara las manos en su cintura y subió las suyas hasta su rostro, tomándolo entre ellas.

– ¡Eres tan hermosa! -susurró-. Tus ojos -se los besó, haciéndole cerrarlos-. Tu nariz -le acarició la punta con los labios-. Tus mejillas -les dio un beso-. Tu barbilla -la mordisqueó-. Tu boca.

Tate había cerrado los ojos mientras Adam empezaba su reverente seducción. Esperó con el aliento contenido el beso que no llegó. De pronto, sintió que la tomaban en brazos. Abrió los ojos, asustada.

– ¡Adam! ¿Qué haces? ¿A dónde vamos?

Ya se hallaban a medio camino del pasillo cuando él dijo:

– Quiero tener el placer de hacerte el amor por primera vez en mi propia cama.

En cuanto entraron en la habitación, Adam se dirigió a la enorme cama y se inclinó para apartar la colcha.

– Ahora podemos relajarnos y disfrutar.

Dejó a Tate sobre la cama a la vez que la cubría con su cuerpo. Le hizo separar las piernas con sus rodillas y se apoyó contra ella de manera que no le quedara ninguna duda sobre el motivo por el que la había llevado allí.

– ¿De dónde sacaste esta cama? -preguntó Tate, posponiendo el momento de la verdad.

– Es una herencia familiar. Varias generaciones de mis antepasados fueron concebidos y paridos aquí.

«Pero no los míos», pensó Adam. «Nunca los míos».

Tate sintió la repentina tensión de su cuerpo.

– ¿Adam?

Los rasgos de Adam se endurecieron al recordar lo que había sucedido durante la semana pasada para hacerle estar en aquel momento con Tate. Ella había hecho su elección. Y él la suya. La deseaba y ella estaba dispuesta. Eso era todo lo que importaba en aquellos momentos.

La besó con fiereza, y aunque no hubo nada brutal en sus caricias, tampoco fueron suaves. Su pasión se desbocó mientras conducía a Tate a una meta que ella sólo podía imaginar.

Tate apenas se dio cuenta de que Adam se había quitado la ropa. Estaba perdida en un mundo de nuevas sensaciones, entre las cuales, el duro cuerpo desnudo de Adam sobre ella era una más. La sensación de sus manos… allí. La sensación de sus labios y su lengua… allí.

Tate estaba en un éxtasis que bordeaba el dolor.

– ¡Adam, por favor! -no sabía exactamente qué quería, sólo que necesitaba algo desesperadamente. Su cuerpo se arqueó hacia él con un anhelo salvaje.

Justo cuando Adam alzaba la caderas para penetrarla, Tate gritó:

– ¡Espera! -pero ya era demasiado tarde.

Adam se puso pálido al darse cuenta de lo que había hecho.

Las uñas de Tate se clavaron en sus hombros a la vez que se mordía el labio para no llorar. Lagrimas de dolor asomaron al borde de sus ojos.

Adam se quedó totalmente quieto.

– No te acostaste con Buck -dijo en voz baja.

– No -susurró Tate.

– Aún eras virgen.

– Sí.

– ¿Por qué me hiciste creer…? ¡Maldita sea, Tate! Si lo hubiera sabido habría hecho las cosas de otro modo. No habría…

Empezó a retirarse, pero Tate lo sujetó por los hombros.

– Por favor, Adam. Ya está hecho. Hazme el amor -dijo, alzando las caderas y haciendo que Adam dejara escapar un gruñido de placer.

Ahora que sabía que Tate no tenía ninguna experiencia, Adam trató de comportarse con gran suavidad. Pero ella le hizo perder el control, tocándolo en lugares que hicieron enloquecer su pulso, acariciándolo con su boca y sus manos hasta que el empuje de Adam se volvió casi salvaje. Finalmente, llegaron juntos a un clímax que los dejó jadeando.

Adam se deslizó a un lado de Tate y la tomó entre sus brazos. Alargó una mano para cubrir sus cuerpos con la sábana y vio la sangre que atestiguaba la inocencia de Tate.

Aquello volvió a enfadarlo.

– ¡Supongo que estarás satisfecha!

– Sí, lo estoy.

– No esperes una oferta de matrimonio, porque no vas a obtenerla -dijo Adam bruscamente.

Tate se irguió y lo miró a los ojos.

– No esperaba nada parecido.

– ¿No? ¿Y qué me dices de todos esos sueños sobre conocer al hombre de tu vida, tener un hogar y unos cuantos críos jugando a tus pies?

– No creo que ese sueño tenga nada de irracional.

– Lo es si yo ocupo en él el puesto del príncipe azul.

Tate se ruborizó y tomó el borde de la sábana para cubrir su costado desnudo.

Adam vio con lástima cómo desaparecía de su vista la tentadora carne de Tate.

– ¿Y bien, Tate?

Ella lo miró a los ojos y dijo con toda la ternura que sentía por él:

– Te quiero, Adam.

– Esto ha sido lujuria, no amor.

Tate se contrajo ante la vehemencia con que Adam menospreciaba lo que había pasado entre ellos.

– Además -continuó él-, me gusta que mis mujeres sean un poco más experimentadas.

Adam no hizo nada por suavizar el dolor que vio en el rostro de Tate ante su rechazo. No podía darle lo que ella buscaba, y no quería arriesgarse a sufrir el dolor y la humillación de que rechazara lo poco que él podía ofrecerle.

– Si lo que quieres es sexo, estoy disponible -continuó-. Pero no estoy enamorado de ti, Tate. Y no voy a simular que lo estoy.

Tate luchó por contener las lágrimas que querían derramarse de sus ojos. No pensaba permitir que Adam viera lo dolida que se sentía por su negativa a reconocer la bella experiencia que habían compartido.

– No ha sido sólo sexo, Adam -dijo-. Sólo te engañas a ti mismo si piensas eso.

Los labios de Adam se curvaron con sarcasmo.

– Cuando adquieras un poco más de experiencia comprenderás que cualquier hombre podría hacer lo mismo por ti.

– ¿Incluso Buck? -se mofó Tate.

Un músculo se tensó en la mandíbula de Adam. Tate sabía muy bien qué botones pulsar para hacerle reaccionar.

– Si sientes que te apetece un poco de sexo, búscame a mí -dijo él, arrastrando la voz-. Me aseguraré de que quedes satisfecha.

Tate bajó de la cama llevándose la sábana y cubriéndose con ella lo mejor que pudo.

– Buenas noches, Adam. Creo que dormiré mejor en mi propia cama.

Adam vio cómo se iba sin decir una palabra. En cuanto Tate salió de la habitación, golpeó con un puño el colchón.

– ¡Maldita seas, Tate Whitelaw!

Tate le había hecho desear algo que nunca tendría. Le había ofrecido la luna y las estrellas. Todo lo que tenía que hacer era desnudar su alma ante ella. Y aceptar que ella pudiera rechazar lo poco que él estaba en disposición de ofrecerle.

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