Capítulo 11

Garth y Faron se sorprendieron mucho cuando Tate se presentó en la puerta del Hawk’s Way.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Garth-. ¿Qué te ha hecho ese desgraciado?

– Tienes un aspecto terrible, Tate -dijo Faron, pasando un brazo por el hombro se su hermana y haciéndola pasar.

– Si ese hombre te ha hecho daño voy a…

– No, Garth! -rogó Tate-. Déjalo. Adam y yo estaremos mejor así.

– ¿Quieres hablar de ello?

– Sólo quiero acostarme y dormir una semana entera -dijo Tate.

Faron y Garth intercambiaron una seria mirada. Había unas profundas ojeras bajo los ojos de su hermana. No parecía precisamente feliz.

– Pagará por cómo te ha tratado -dijo Garth.

– ¡No! ¡Escúchame! -dijo Tate con voz tensa por la fatiga y la ansiedad-. Tienes que confiar en mí. Este matrimonio ha sido una terrible equivocación. Voy a solicitar el divorcio.

– No te precipites -dijo Faron.

– No tienes idea de lo que estás diciendo -añadió Garth.

– ¡Basta ya! ¡Los dos! ¡Soy una mujer, no una niña! -Tate rió histéricamente-. ¿No os dais cuenta? ¡Voy a ser madre! Creo que ya va siendo hora de que admitáis que puedo hacerme cargo de mi propia vida. Tenéis que quererme lo suficiente como para comprenderlo.

Tate no esperó a comprobar si sus hermanos estaban dispuestos a ceder a sus deseos. Estaba demasiado disgustada como para seguir hablando con ellos. Subió corriendo las escaleras y entró en su habitación, cerrando la puerta a sus espaldas.

– Ha cambiado -dijo Faron.

– Y no para mejor -añadió Garth.

Faron frunció el ceño.

– No estoy seguro de eso. Ha madurado, Garth. Ya no es una niña. Hace seis meses no se habría enfrentado a ti así. Creo que debía estar sufriendo bastante para irse de aquí, y mucho más aún para volver. Puede que seamos responsables en parte.

– La culpa la tiene el miserable que la dejó embarazada -dijo Garth.

– Nada de esto habría sucedido si no hubiera huido de casa. Y no habría huido de casa si no le hubiéramos sujetado las riendas con tanta firmeza.

– Era por su propio bien.

– Pero parece que no ha sido ese el resultado -dijo Faron-. Creo que nuestra hermanita ha crecido a pesar de nosotros. Y yo no pienso volver a interferir en su vida.

Adam no había dejado de fruncir el ceño desde que había descubierto que Tate se había ido. Lo primero que hizo fue ir a buscar a Buck. Sintió una furia incontrolable cuando no encontró al vaquero en ningún sitio. Finalmente, otro de los vaqueros del rancho le dijo que Buck estaba pasando las noches con su ex-esposa.

Aquella noticia confundió a Adam. Condujo hasta casa de Velma y llamó a su puerta a primeras horas de la mañana. Buck abrió vestido con un pantalón de pijama y rascándose la cabeza.

– ¡Adam! ¿Qué haces aquí a estás horas de la mañana?

– ¿Dónde está Tate?

– ¿Cómo diablos voy a saberlo? -replicó Buck. Velma se unió a ellos con una bata y el pelo totalmente revuelto.

– ¿Qué sucede, Adam?

Era evidente que Tate no estaba allí. Pero Adam no sabía dónde más buscar.

– ¿Os importa si paso?

– Adelante. Prepararé un café -dijo Velma-. Entretanto, puedes contarle a Buck qué haces a estas horas de la mañana correteando por ahí como un polio sin cabeza.

Mientras Velma estaba en la cocina preparando el café, Adam apoyó los codos en la mesa y se frotó la frente con cansancio. Buck esperó pacientemente a que hablara.

– Tate se ha ido. Ha escapado -dijo Adam finalmente.

Buck lanzó un silbido.

– Estaba convencido de que te quería demasiado como para dejarte.

Adam alzó la cabeza repentinamente.

– ¿Qué?

– Tate no dejaba de hablar de ti y de tu bebé.

– ¿Mi bebé?

– Desde luego, no era mío -dijo Buck.

Adam entrecerró los ojos.

– Pasó casi toda la noche contigo. Dos veces.

Buck rió abiertamente.

– La primera noche estábamos aquí, en casa de Velma. Y la segunda vez nos quedamos dormidos junto al río en Frio después de que Velma y yo discutiéramos. Sólo hay una mujer para mí, y es mi esposa.

– Quieres decir tu ex-esposa.

Buck sonrió y alzó su mano izquierda, en la que llevaba un anillo de oro.

– Me refiero a mi esposa. Velma y yo volvimos a casarnos el pasado domingo.

– Felicidades. Supongo -dijo Adam, confundido-. Pero si tú no eres el padre del bebé, ¿quién lo es?

Buck movió la cabeza.

– Creo que eso es evidente.

– Pero yo… -Adam tragó y admitió-: No puedo tener hijos.

– Quien sea que haya dicho eso, ha mentido -dijo Buck.

– Pero… -Adam se interrumpió antes de protestar. ¿Sería posible? ¿Le habría mentido Anne? Era la única respuesta que podía explicarlo todo.

Se levantó justo cuando Velma entraba con la cafetera.

– ¿No te quedas? -preguntó Velma.

– Tengo que ponerme en contacto con alguien en San Antonio -Adam iba a ver el doctor que le había hecho los análisis de fertilidad para averiguar la verdad por sí mismo.

– Cuando estés preparado para ir a por Tate, puedo sugerirte un lugar en donde buscar -dijo Buck.

– ¿Dónde?

– Supongo que habrá ido a casa de sus hermanos. Lo más seguro es que la encuentres en Hawk’s Way.

– Vaya idea.

Buck rió.

– Me gustaría ser una mosca en la pared cuando trates de llevártela de allí.

Adam no fue capaz de pensar en aquello. En esos momentos sólo le interesaba su visita a San Antonio.

A primera hora de la tarde, Adam salía de un edificio acristalado de la ciudad sintiéndose como un hombre al que acabaran de desnucar.

– Tu porcentaje de esperma era muy bajo -le había dicho el doctor-, pero no tanto como para que no pudieras ser padre.

– ¿Y por qué no logramos concebir un hijo Anne y yo durante ocho años?

El doctor se encogió de hombros

– No es habitual, pero a veces suceden esas cosas en las parejas.

Anne le había mentido. Fuera cuál fuera el motivo, lo cierto era que su ex-esposa le había mentido.

«¡Voy a ser padre!», pensó Adam, anonadado. «¡El hijo que Tate lleva dentro es mío!»

Se sentía como flotando en el aire. Siempre había tenido intención de querer al bebé porque era de Tate, pero saber que también era suyo le hizo sentirse exultante de alegría.

Sólo había un problema. Tate estaba en Hawk’s Way. Y él iba a tener que enfrentarse a sus hermanos para recuperarla.

Una hora después estaba en la camioneta viajando hacia el norte.

Adam no debería haberse sorprendido al ver lo enorme que era Hawk’s Way, pero se sorprendió. Los riscos y cañones del noroeste de Tejas eran un llamativo contraste con las inmensas praderas en las que se hallaba el Lazy S.

Mientras se acercaba a la gran casa de dos plantas en la que supuso que vivían los Whitelaw, Adam se alegró al ver que el granero y los demás edificios del rancho estaban a bastante distancia de ésta. Esperaba encontrar a Tate a solas para hablar con ella antes de tener que enfrentarse a sus hermanos. Rodeó la casa hasta la puerta de la cocina, llamó suavemente con los nudillos y pasó al interior.

Tate estaba de pie junto al fregadero, pelando patatas. Llevaba un delantal puesto, y el sudor provocado por el calor que hacía en la cocina había humedecido su cabello en la nuca.

– Hola, Tate.

Sorprendida, Tate dejó caer la patata y el pelador en el fregadero y se volvió para mirar a Adam. Tras secarse las manos, las mantuvo ocultas tras el delantal para que Adam no viera lo mucho que le temblaban.

– Hola, Adam -dijo finalmente-. Estaba pelando unas patatas para el asado de esta noche.

– Pareces cansada -dijo él.

– No he dormido mucho los dos últimos días

– Tate tragó a pesar del nudo que sentía en la garganta y preguntó-: ¿Qué haces aquí, Adam?

– He venido a por ti. Sube y recoge tus cosas. Voy a llevarte a casa conmigo.

– Estoy en casa.

– Este es el lugar en que creciste, Tate. Ya no es tu hogar. Tu hogar está conmigo y con nuestro bebé.

Tate sintió que su corazón se aceleraba, esperanzado. Las palabras de Adam eran muy distintas a las que había escuchado hacía sólo cuarenta y ocho horas. Al parecer, quería ser un auténtico padre para el bebé.

Antes de que Adam pudiera decir más, la puerta de la cocina se abrió y Tate recordó que les había dicho a sus hermanos que fueran a comer temprano porque quería echar una larga siesta. Temió la confrontación que se avecinaba.

– ¿Qué diablos haces aquí? -preguntó Garth.

– He venido a por mi esposa.

– Tate no va a ningún lugar.

Adam no estaba dispuesto a aceptar órdenes. Tomó a Tate por la muñeca.

– Olvida tus cosas -dijo-. Podemos recogerlas más tarde -avanzó con ella dos pasos, pero tuvo que detenerse.

Faron y Garth se interpusieron en su camino.

– Haced el favor de apartaros -dijo Adam.

– Escucha, Adam -empezó Faron en tono razonable-. Si tú…

Pero Adam no estaba de humor para ser razonable. Echó el brazo atrás para apartar a Tate del camino y luego lanzó el puño hacia delante. Faron cayó debido al poderoso golpe, que le había pillado totalmente desprevenido.

Adam permaneció de pie, con las piernas separadas, mirando al hermano mayor de Tate.

– Aparta de mi camino -dijo entre dientes.

– Puedes irte cuando quieras -contestó Garth-. Pero Tate se queda.

– Voy a llevármela conmigo.

– Eso habrá que verlo.

Tate conocía la fuerza de su hermano. Garth medía varios centímetros más que Adam, y también pesaba varios kilos más.

– Garth, por favor, no…

– Cállate, Tate -ordenó Adam-. Puedo manejar esta situación por mi cuenta -estaba luchando por su vida, por el derecho a cuidar a su mujer y a criar a su hijo; y no tenía intención de perder.

La lucha que siguió fue intensa, pero corta. Cuando terminó, Adam seguía en pie, pero por poco. Tomó a Tate por la muñeca y la ayudó a pasar por encima del cuerpo de Garth antes de salir por la puerta.

Los dos hermanos, aún tumbados donde los había dejado Adam, tuvieron dificultad para mirarse a la cara. Dos contra uno y eran ellos los que habían mordido el polvo.

Garth se levantó y se apoyó contra el fregadero, colocando una mano contra sus costillas. Tiró de su camisa y presionó la tela contra un corte en su mejilla. Faron estiró las piernas frente a sí mientras se apoyaba de espaldas contra la nevera. Se frotó la dolorida mandíbula y se movió para comprobar si tenía algún hueso roto.

– Parece que, después de todo, nuestra hermanita está casada con un hombre que la quiere -dijo.

– Y que tiene una buena derecha -asintió Garth.

Los dos hermanos se miraron y sonrieron.

– A éste no hemos logrado asustarlo -dijo Faron.

– Siempre supe que Tate sabría reconocer al hombre adecuado cuando apareciera.

– Al parecer, eras tú el que necesitaba que lo convencieran -dijo Faron, mirando el rostro golpeado de su hermano.

Garth soltó una risotada y enseguida gimió cuando su cabeza protestó.

– Por cierto, ¿quién crees que va ser el padrino del bebé?

– Yo -dijo Faron, levantándose-. Tu serás padrino del hijo de Jesse.

– Jesse es el siguiente. Debería ser él.

– Jesse y Adam no se llevan bien. Yo soy la mejor elección.

Los dos hermanos salieron en dirección al granero sin dejar de discutir. Ninguno de los dos mencionó que habían sido relegados a un nuevo papel en la vida de Tate. Su hermanita había encontrado un nuevo protector.

Entretanto, Tate era consciente de cada movimiento de Adam, de cada palabra que decía. Le hizo detenerse en la primera gasolinera por la que pasaron con la excusa de que tenía que ir al servicio. Utilizó la oportunidad para limpiarle la sangre del rostro y comprar algunas tiritas para ponérselas en los cortes de la mejilla y la barbilla.

Una vez de vuelta en el coche, dijo:

– Has estado maravilloso, Adam. Creo que hasta ahora nadie había ganado a mi hermano Garth en una pelea.

– Yo me estaba jugando más que él -murmuró Adam con su labio partido.

Tate se sintió aún más tranquilizada ante aquella evidencia de que la actitud de Adam hacia ella y el bebé había cambiado.

Fue un largo viaje hasta el Lazy S, frecuentemente interrumpido por paradas para que Tate utilizara los servicios.

– Es el bebé -explicó.

– Lo sé. Entiendo de estas cosas -replicó Adam, sonriendo comprensivamente-. Soy médico, ¿recuerdas?

Ya había oscurecido cuando llegaron al rancho. María los recibió en la puerta con un fuerte abrazo.

– ¡Me alegro tanto de tenerla de vuelta donde pertenece, señora! -volviéndose hacía Adam, María añadió en español-: Veo que ha conseguido que vuelva a sonreír. Ahora le dirá que la ama, ¿no?

– Cuando llegue el momento -dijo Adam.

María frunció el ceño.

– El momento ya ha llegado.

Adam se negó a dejarse presionar. Se excusó y condujo a Tate hasta su habitación. Antes de cruzar el umbral la tomó en brazos.

– Nuestro matrimonio empieza ahora -dijo, mirándola a los ojos-. El pasado queda atrás.

Tate apenas podía creer que aquello estuviera sucediendo.

– Te quiero, Adam.

Esperó las palabras que sabía que Adam iba a decirle. Pero no llegaron.

No había ninguna dificultad en decir aquellas dos palabras, pero Adam se sentía demasiado vulnerable en aquellos momentos como para admitir la profundidad de sus sentimientos por Tate. Lo cierto era que no le había dado la opción de volver con él o quedarse. Le parecía más adecuado demostrarle que la amaba, más que decírselo en palabras.

Le hizo el amor como si fuera el ser más maravilloso del universo. La besó con suavidad, sin preocuparse por su labio herido, saboreándola como si no lo hubiera hecho nunca. El suave gemido de placer de Tate resonó por todo su cuerpo, tensándolo de deseo.

Deslizó la mano hacia su redondeado vientre.

– Mi hijo -susurró junto al oído de Tate-. Nuestro hijo.

– Sí, sí, nuestro hijo -asintió Tate, feliz al ver que Adam estaba dispuesto a admitir que el hijo era suyo.

– Ahora sé que es mío -dijo Adam.

Tate sintió que su euforia se esfumaba bruscamente.

– ¿Qué? -se volvió para mirarlo-. ¿Qué has dicho?

Adam deslizó el pulgar sobre el vientre de Tate mientras la miraba a los ojos.

– Fui a ver al doctor de San Antonio que me hizo las pruebas de fertilidad. No soy estéril, Tate. Anne me mintió.

Tate se sintió horrorizada al comprender lo que aquello significaba. No era de extrañar que Adam no le hubiera dicho que la amaba. No había ido a Hawk’s Way a por ella. No había luchado con Garth para recuperarla. ¡Lo había hecho para recuperar a su hijo!

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