Capítulo 5

Adam necesitó hacer uso de toda fuerza de voluntad para no salir al porche y darle un puñetazo en la nariz a Buck Magnesson. No fue sólo el recuerdo de su hermana Melanie lo que le impidió hacerlo. Había cosas que Buck podía ofrecer a Tate que él no podía.

Pero tampoco era un santo, ni un eunuco. Si Tate insistía en tentarlo, no iba a ser lo suficientemente noble como para rechazarla. Pero estaba decidido a mantener su deseo bajo control hasta que Tate supiera con claridad lo que no iba a obtener si mantenían relaciones. Era demasiado joven para renunciar a sus sueños. Y no había forma de que él pudiera hacerlos realidad.

La puerta de la casa se abrió antes de que Adam tuviera tiempo para analizar sus sentimientos más a fondo. Tate pasó al cuarto de estar y lo encontró sentado en el sofá, con un vaso de whisky a medias en la mano.

– Hola -saludó-. No esperaba volver a verte esta noche.

– Estaba esperándote.

Tate se puso de inmediato a la defensiva.

– No necesito ningún guardián -lo que quería era un amante. Pero no sólo eso. Un hombre que la amara, como temía que le estaba pasando a ella.

– Las viejas costumbres tardan mucho en morir.

– ¿Qué se supone que quiere decir eso?

– Solía esperar levantado a mi hermana Melanie.

– ¿Tienes una hermana? ¿Por qué no la he conocido?

– Murió hace diez años.

– Lo siento:

Adam había bebido lo justo como para querer contarle el resto.

– Melanie se escapó de casa cuando tenía diecisiete años. Un desconocido la recogió cuando estaba haciendo dedo. La violó y luego la mató.

– ¡Qué horror! Debió ser terrible para ti! -Tate guiso abrazar a Adam, consolarlo, pero el lenguaje de su cuerpo indicaba a las claras que no quería ninguna muestra de afecto.

Se sentó en el sofá para estar más cerca de él. Se quitó las botas y se sentó sobre sus pies. Entonces se le ocurrió otro pensamiento inquietante.

– ¿Es ese el motivo por el que me recogiste en la carretera? ¿Por tu hermana?

Adam asintió.

Tate se sintió como si la hubiera golpeado físicamente. Dudó y preguntó:

– ¿Fue ése el motivo por el que me ofreciste el trabajo?

– Me pareció una buena idea en ese momento. Tate notó que se le hacía un nudo en la garganta.

– De manera que para ti sólo soy un caso de caridad.

Adam percibió el dolor en su voz y comprendió que no había manejado la situación con delicadeza. Si no hacía algo rápido, sabía que Tate se habría ido a la mañana siguiente.

– No puedes culparme por haberte ofrecido ayuda en esas circunstancias. ¡No podía correr el riesgo de ser responsable otra vez de la muerte de una joven!

Tate no estaba tan inmersa en sus propios sentimientos como para no reconocer el significado de lo que Adam acababa de decir.

– ¿Cómo puedes culparte por la muerte de tu hermana? ¡Lo que sucedió no fue culpa tuya!

– ¿No? -los ojos de Adam parecían acerados dardos de hielo-. ¿No me dijiste que te fuiste de casa porque tus hermanos te hacían la vida imposible?

– ¡Sólo se comportan así porque me quieren! -protestó Tate.

– ¿Y eso les da derecho a entrometerse en tu vida hasta el extremo de hacerte escapar en esa destartalada camioneta?

Estaba claro que Adam buscaba respuestas que lo liberaran del sentimiento de culpabilidad por la muerte de su hermana. Tate se sintió confundida por el tema que había salido a la luz. ¿Justificaba el amor la forma en que Garth y Faron habían actuado con ella? ¿Y si le hubiera pasado lo mismo que a la hermana de Adam? ¿Se habrían culpado ellos por su muerte?

Sabía que sí, al igual que Adam se había culpado por la muerte de su hermana durante todos aquellos años. No sabía qué decirle para aliviar su dolor. Sólo sabía que debía hacer algo.

Se levantó y se acercó a Adam. Se arrodilló junto a él y apoyó una mano en uno de sus muslos. Sintió que se ponía tenso bajo su contacto.

– Adam, yo…

El se levantó bruscamente y se alejó.

– No estoy de humor para jugueteos.

– ¡Sólo trataba de ofrecerte consuelo!

– ¡Mantente alejada de mí!

Tate se sintió herida por el desprecio de Adam.

– ¡Hay muchos otros que agradecerían mis atenciones!

– ¿Como Buck?

– ¡Como Buck! -mintió Tate, aunque por una buena causa. Salvar su orgullo le parecía lo más importante en esos momentos.

– Nunca se casará contigo. Aún ama a Velma.

Tate sabía que aquello era cierto, de manera que replicó:

– ¡No necesito casarme con un hombre para irme a la cama con él!

– ¿No, niñita?

Tate se enfureció al ver que Adam volvía a llamarla de aquella manera. Pero más le habría valido morderse la lengua. Se había cavado un agüero del que le iba a costar salir. Aspiró hondo, atando de recuperar el aliento.

Pero Adam no le dio tiempo a contestar.

– Si eres lo suficientemente lista, volverás a tu bogar. Ahora, antes de que sufras.

– ¿Me estás echando?

Tate contuvo el aliento hasta que Adam dijo:

– No.

– Entonces, me quedo. Si me disculpas, estoy cansada. Quiero irme a la cama.

– ¿Hoy no me invitas a ir contigo? -preguntó Adam cuando Tate estaba a punto de salir.

Tate se volvió y caminó lentamente hacia él, tomándose su tiempo. Enganchó un dedo en la abertura del cuello de su camisa y miró sus ojos, que la contemplaban con una mezcla de diversión y cautela.

– Aprendí en las rodillas de mis hermanos a no acercarme a un toro de frente, a un caballo por detrás… y a un cretino desde ningún lado. Buenas noches, Adam.

– Seguiremos hablando de esto por la mañana -dijo Adam, contemplando la espalda de Tate mientras volvía a alejarse.

– ¡Ni hablar! -replicó ella.

Tate pasó una noche inquieta, dando vueltas mientras su mente asimilaba lo que le había contado Adam. Lo que encontraba más inquietante era la posibilidad de que se estuviera limitando a tolerarla porque se considerara responsable de su bienestar.

¡Pero no podía estar confundida respecto a su reacción física hacia ella! Lo más probable era que se sintiera atraído por ella, pero que su sentido de la responsabilidad le impidiera llevar adelante la relación. ¡Si era así, pensaba curarlo rápidamente de aquello!

Se sintió más animada por su decisión y decidió confrontar a Adam durante el desayuno. Pero cuando fue a la cocina a la mañana siguiente descubrió que Adam ya se había ido.

– ¿Ha dicho a dónde iba, María?

– No, señorita.

Tate trabajó duro todo el día en el despacho, para no tener tiempo de pensar en dónde estaría Adam. Ni siquiera había llamado a María para decirle que no iba a ir a comer. María estaba secando los platos de la comida, y, para mantenerse ocupada, Tate los estaba secando. María había tratado de iniciar una conversación, pero Tate estaba demasiado distraída para fijarse en lo que estaba diciendo. Finalmente, María renunció y dejó a Tate sola sus pensamientos.

Tate estaba preocupada. ¿Dónde podría haber ido Adam? Ya había preguntado en el barracón de los vaqueros, pero ninguno sabía nada.

Cuando oyó que alguien llamaba a la puerta de la cocina, fue corriendo a abrir, pero cuando lo hizo comprendió que Adam no habría llamado.

– ¡Buck! Tienes un aspecto terrible. ¿Qué sucede?

Buck se quitó el sombrero y se frotó el sudor de la frente con la manga.

– Um, yo… um…

Tate lo tomó por el brazo y lo animó a pasar.

– Entra y siéntate.

El se resistió.

– No, yo…

– ¿Tú qué? -preguntó Tate, exasperada.

– Necesito tu ayuda.

– Por supuesto, lo que quieras.

– Será mejor que no digas sí hasta que oigas lo que tengo que decirte -Buck miró a María, pero era demasiado educado para pedir que se fuera.

Consciente de la tensión del vaquero, María dijo:

– Os dejaré un rato a solas para que habléis -y salió de la cocina. Pero decidió no ausentarse mucho rato. La bonita señorita era buena para el señor Adam. No estaba dispuesta a permitir que Buck Magnesson se aprovechara de lo que no era suyo.

Tate volvió una silla de la cocina y se sentó en ella a horcajadas.

– Soy toda oídos.

Buck jugueteó con el ala de su sombrero un momento antes de decir:

– He pensado mucho en la conversación que tuvimos ayer. Ya sabes, si podría perdonar y olvidar lo que hizo Velma. Y, bueno… creo que puedo.

Una sonrisa distendió el rostro de Tate.

– Me alegro mucho, Buck.

– Sí, bueno… por eso necesito tu ayuda. He decidido ir a ver a Velma para decirle lo que siento, y he pensado que si tú vinieras para actuar como una especie de árbitro…

Tate se levantó de inmediato y se acercó al sorprendido Buck para darle un fuerte abrazo.

– Será un placer. ¿Cuándo quieres que vayamos a verla?

Buck sonrió.

– ¿Te parece bien ahora mismo?

Tate pensó en dejarle una nota a Adam, pero decidió no hacerlo. ¡Le sentaría bien saber lo que era preocuparse por alguien que no dejaba un mensaje diciendo a dónde iba!

María oyó que la puerta de la cocina se cerraba y volvió a entrar para enterarse de qué quería Buck. Frunció el ceño decepcionada al ver que Tate había salido de casa con el atractivo vaquero.

– Al señor Adam no le va a gustar nada esto. Nada en absoluto -murmuró.

María decidió quedarse hasta que Adam volviera para decirle lo que había pasado. Así podría ir a buscarla para traerla de vuelta a casa, que era donde debía estar.

Entretanto, Buck condujo a Tate hasta una pequeña casa en Uvalde. Cuando llamaron a la puerta y ésta se abrió, Tate vio cómo se iluminaron los verdes ojos de Velma al ver a Buck, y también notó cómo se apagaba su brillo al comprobar que iba con ella.

– Quiero hablar contigo, Velma -dijo Buck.

– No creo que tengamos nada que decirnos

– Velma estaba a punto de cerrar la puerta, pero Buck adelantó un pie para impedirlo.

– No pienso irme hasta que no haya dicho lo que tengo que decir -insistió Buck con aspereza.

– Llamaré a la policía si no te vas -amenazó Velma.

– ¡Sólo quiero hablar!

Cuando Velma se apartó de la puerta para correr al teléfono, Buck y Tate aprovecharon la ocasión para entrar. Buck alcanzó a Velma en la cocina y le quitó el auricular de las manos.

– Por favor, nena, escúchame -rogó.

– Dale una oportunidad, Velma. Sé que te interesará lo que Buck quiere decirte.

Velma miró a Tate con cara de pocos amigos.

– ¿Por qué has venido aquí? -preguntó.

– Buck ha pensado que tal vez os resultaría más fácil hablar si había alguien para actuar como una especie de moderador.

Velma miró el serio rostro de Buck. Respiró profundamente y dijo:

– De acuerdo. Voy a escuchar lo que tengas que decirme. Durante cinco minutos.

Buck y Velma se sentaron juntos en el sofá. Tate pensó que podría haberse encendido un fuego con las chispas que saltaban entre ellos. Era evidente que debían seguir juntos. Sólo esperaba que Buck encontrara las palabras adecuadas para convencer a Velma de que hablaba en serio.

Cinco minutos después, Velma seguía escuchando, pero Tate notaba que dudaba entre el ferviente deseo de creer a Buck y el temor de que éste se arrepintiera antes o después de lo que estaba diciendo.

– No creo que pueda olvidar lo que pasó, Velma -dijo Buck-, pero pienso que podré vivir con ello. Tate comprendió que eso no era exactamente lo mismo que perdonarlo. Al parecer, Velma también captó la diferencia.

– Eso no basta, Buck -dijo con suavidad.

– Te quiero, Velma -susurró él.

Velma contuvo un sollozo.

– Lo sé, Buck. Yo también te quiero.

– ¿Entonces, por qué no podemos volver a estar juntos?

– No funcionaría.

Para entonces, Velma ya estaba llorando abiertamente, y Buck habría demostrado no tener corazón si hubiera resistido el impulso de abrazarla para consolarla. De hecho, eso fue lo que hizo.

Tate se dio cuenta de repente de otro motivo por el que ella estaba allí. Su presencia era el único freno para la explosión sexual que ocurría cada vez que aquella pareja se tocaba. Pero ni siquiera eso era suficiente al principio.

Buck ya tenía los dedos sumergidos entre los pelirrojos rizos de Velma y ésta la mano apoyada en la parte delantera de los vaqueros de Buck cuando Tate carraspeó para recordarles que seguía allí. Se apartaron como dos adolescentes a los que acabaran de pillar por sorpresa, ruborizándose tanto por la vergüenza como por la pasión.

– Oh, lo siento -dijo Buck.

Velma trató de arreglarse el pelo, pero, teniendo en cuenta cómo se lo había revuelto Buck, resultó una tarea inútil.

– Así estás bien, cariño -dijo Buck, tomando la mano de su ex-mujer y pasándole la suya suavemente por el pelo. Pero el gesto acabó en una caricia que se transformó en un ferviente mirada de deseo seguida de un apasionado beso.

Tate volvió a carraspear.

– De acuerdo. ¡Ya basta! Así no vamos a llegar a ninguna parte. Siéntate en esta silla, Buck. Y tú, Velma, siéntate en el sofá.

Buck obedeció dócilmente y Tate se sentó en el sofá con Velma.

– Tengo la sensación de que los dos queréis retomar vuestra relación, y he pensado en una forma de hacerlo.

Tate les sugirió un plan en el que empezarían de cero. Buck iría a recoger a Velma por las tardes, saldrían juntos y la llevaría de vuelta a casa antes del anochecer. Y nada de sexo.

– Tenéis que aprender a confiar de nuevo el uno en el otro -dijo-. Eso lleva tiempo.

– No estoy seguro de poder jugar con esas reglas -dijo Buck con gesto testarudo-. Sobre todo con la parte de «nada de sexo».

Era fácil ver por qué. La electricidad sexual que había entre ellos habría matado a una persona normal.

– Nada de sexo -insistió Tate-. Si pasáis todo el tiempo en la cama, no os quedará mucho para hablar. Y tenéis muchas cosas que aclarar.

Tate se mordió el labio ansiosamente mientras esperaba a que la pareja tomara una decisión.

– Creo que Tate tiene razón -dijo Velma finalmente.

Las negociaciones no terminaron ahí. De hecho, las partes no quedaron satisfechas con el acuerdo hasta bien entrada la madrugada. Tate se sentía tan exhausta emocionalmente como Buck y Velma. Pero el cariñoso abrazo que Velma le dio antes de salir compensó todo su cansancio.

Mientras Buck la llevaba de vuelta al rancho, Tate se frotó los tensos músculos del cuello. Sabía que Buck seguía preocupado, pero al menos ahora había alguna esperanza de que él y su ex-esposa volvieran a estar juntos algún día.

Cuando Buck detuvo su coche frente a la puerta de entrada de la casa de Adam, tomó una mano de Tate entre las suyas y dijo:

– No sé cómo agradecerte lo que has hecho.

– Siendo bueno con Velma. Eso es todo lo que tienes que hacer.

Buck le revolvió el pelo como lo habría hecho un hermano mayor y luego se inclinó para besarla en la mejilla.

– Eres una buena amiga, Tate. Si alguna vez puedo hacer algo por ti, dímelo.

– Lo tendré en cuenta -dijo Tate-. No te molestes en salir del coche. Yo puedo ir sola hasta la puerta.

Buck esperó hasta que Tate abrió la puerta de la casa y luego condujo el coche hacia la parte trasera del barracón.

Tate sólo había dado dos pasos en el interior de la casa cuando las luces del cuarto de estar se encendieron. Adam estaba de pie junto al interruptor, con una expresión granítica en el rostro.

– ¿Dónde has estado? -preguntó de inmediato Tate en tono acusador-. ¡Te he esperado horas y horas!

Adam se quedó sorprendido, ya que él pensaba hacerle la misma pregunta.

– La doctora Kowalski ha tenido una emergencia con una de mis antiguas pacientes. Me ha pedido que acudiera porque la señora Daniels estaba asustada; supuso que la anciana mujer respondería mejor si yo estaba allí.

– Imaginé que era algo importante -dijo Tate, suspirando aliviada-. ¿Ha servido de algo que fueras?

– Sí. La señora Daniels ya está fuera de peligro.

Adam se dio cuenta de repente de que Tate lo había distraído por completo, haciéndole olvidar lo que tenía planeado decirle.

Entrecerró los ojos mientras trataba de decidir silo habría hecho a propósito.

– ¿Dónde has estado toda la noche? -preguntó con frialdad-. ¿Sabes que son las cuatro de la mañana?

– ¿De verdad es tan tarde? Quiero decir tan temprano -dijo Tate, riendo-. He estado con Buck. Oh Adam…

El la interrumpió con un gruñido de desagrado al confirmar sus peores sospechas.

– Supongo que no necesito preguntar qué habéis estado haciendo, niñita. Si estabas tan ansiosa por perder tu virginidad, deberías habérmelo dicho. No tenías por qué meter a Buck en la película.

Tate se quedó pasmada.

– ¿Crees que Buck y yo…?

– ¿Qué se supone que debo pensar si te presentas a estas horas de la madrugada con la camiseta fuera del pantalón, el pelo revuelto y los labios inflamados como si te los hubieran besado una docena de veces?

– Hay una explicación perfectamente…

– ¿No quiero oír excusas! ¿Niegas haber pasado la noche con Buck?

– No, pero ha pasado algo maravilloso que…

– ¡No quiero oír los detalles!

Adam estaba gritando, y Tate supo que si hubiera estado más cerca de ella, tal vez no habría podido controlar su furia.

– ¡Apártate de mi vista! -dijo con aspereza-. Antes de que haga algo de lo que pueda arrepentirme.

Tate alzó la barbilla. ¡Si aquel cretino le diera una oportunidad, podría explicárselo todo! Pero su orgullo la empujó a permanecer en silencio. Adam no era su padre ni su hermano. Sin embargo, parecía decidido a seguir en su papel de protector. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. ¿Por qué no se daba cuenta de que ella sólo tenía ojos para un hombre? ¡Y ese hombre era él!

– ¡Algunos tipos no son capaces de ver más allá de la punta de su nariz! -tras aquella afirmación, Tate se volvió y salió de la habitación.

Una vez que Tate se hubo ido, Adam soltó una sarta de maldiciones. Cuando acabó, se sentía peor que antes. Había confiado en estar equivocado respecto a lo que Buck y Tate habían estado haciendo hasta tan tarde. Se quedó anonadado cuando Tate no negó haber perdido su virginidad con el vaquero. Sentía una furia incontrolable al pensar en otro hombre acariciándola como nunca la había tocado nadie. Y pensar que le había parecido «maravilloso» le producía una insoportable opresión en el pecho.

Trató de convencerse de que lo que había pasado era lo mejor. El no era un hombre completo. Tate merecía algo mejor. Pero nada de lo que se dijo logró apartar aquel amargo sabor de su boca. Ella era suya. Le pertenecía.

Y ahora que su virginidad no era un impedimento, la tendría.

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