Capítulo 12

Tate alegó fatiga debido a su embarazo para no hacer el amor con Adam y éste se mostró totalmente comprensivo. ¡Naturalmente, quería asegurarse de que ella se cuidara para que «su» hijo naciera saludable!

Pero a la mañana siguiente, cuando Adam se interpuso en su camino hacia el despacho, alegando que no debería trabajar en su delicada condición, Tate estalló.

– ¡Soy tan capaz de trabajar con «tu» bebé creciendo en mi interior como cuando sólo era «mi» bebé! -espetó.

– Pero…

– ¡Nada de peros! Comeré bien, descansaré lo suficiente y superaré este embarazo sin problemas. ¡Aunque el bebé sea en parte tuyo y no sólo mío!

Adam no estaba seguro de qué había hecho mal, pero era evidente que Tate estaba molesta por algo.

– ¿Qué es todo ese asunto de «tu» bebé y «mi» bebé? ¿Qué pasa con «nuestro» bebé?

– Eso era antes de que descubrieras que puedes ser padre de tantos niños como quieras. ¡Muy bien, si quieres puedes dedicarte a ser padre de los hijos de otra mujer! ¡Pero este bebé es mío!!

A continuación, Tate entró en el despacho y cerró la puerta en las narices de Adam.

Adam la oyó llorar al otro lado. Trató de abrir la puerta y comprobó que el pestillo estaba echado. Golpeó la puerta.

– ¡Tate, déjame entrar!

– ¡No quiero hablar contigo! ¡Vete! Adam volvió a llamar.

– Si no abres, tiraré la puerta abajo -amenazó.

Estaba a punto de abalanzarse contra la puerta cuando ésta se abrió.

– Así está mejor -dijo, pasando al interior del despacho-. Creo que debemos hablar sobre esta… diferencia de opinión. Lo que importa…

– No soy ninguna cría que necesite ser mimada. Soy muy capaz de cuidar de mí misma. Debes confiar en mí; de lo contrario, ¿qué sentido tiene? -dijo Tate, alzando las manos, enfadada-. La confianza nunca ha formado parte de nuestra relación en el pasado. Supongo que el hecho de que hayas descubierto que no te mentí sobre el bebé no va a cambiar nada entre nosotros.

– ¿Qué tiene que ver la confianza con esto?

– ¡Todo! -Tate estaba tan disgustada que temblaba-. Buck y Velma…

– ¡Un momento! ¿Qué tienen que ver Buck y Velma en todo esto? -Adam se sentía más confundido cada minuto que pasaba.

– No tiene importancia -dijo Tate.

Adam la tomó por los hombros.

– Evidentemente la tiene. ¡Quiero una explicación y la quiero ahora!

– ¿Estás seguro? ¡Te advierto que a algunos tipos les produce indigestión pensar!

Adam hizo que Tate se sentara en la silla giratoria y él se apoyó contra el escritorio.

– Siéntate. Esta clase de agitación no es buena para el bebé…

Tate saltó de la silla y apoyó un dedo en el pecho de Adam.

– ¡El bebé! ¡El bebé! -se burló-. Eso es lo único que te importa, ¿verdad? Yo no soy más que un recipiente para tu semilla. ¡Te daría lo mismo que fuera un tubo de ensayo! Pero voy a dejarte algo muy claro: quiero algo más que un padre para mi hijo, quiero un marido que me ame y me abrace y me… -Tate contuvo un sollozo.

– Tate, yo te…

– ¡No lo digas! Si de verdad me amaras, ya me lo habrías dicho en varias ocasiones. Si lo dices ahora sabré que sólo es para tranquilizarme en beneficio del bebé.

– ¡Estoy diciendo la verdad!

– ¡Y yo! Y también decía la verdad hace meses, cuando te dije que este bebé era tuyo y mío, ¡nuestro! Pero no confiaste en mí. ¡Y yo no te creo ahora! Como Buck y Velma…

– ¿Ya estamos otra vez con eso?

– ¡Sí! Porque Buck y Velma son un ejemplo perfecto de lo que sucede cuando no hay confianza en una relación. La pareja se hace daño mutuamente y se sienten tristes e infelices juntos. Si amas a alguien tienes que confiar en ese alguien lo suficiente como para ser sincero y como para no sospechar que te haría daño a propósito. Por ejemplo, mintiéndote. O acostándose con otra persona. Sin confianza, el amor muere -Tate se tragó otro sollozo y añadió-. Como sucedió con Buck y Velma.

– ¿Has terminado ya? -preguntó Adam.

Tate sorbió por la nariz y se la frotó con el borde de la camiseta.

– Ya he terminado.

– En primer lugar, creo que deberías saber que Buck y Velma volvieron a casarse el domingo.

Tate abrió los ojos de par en par.

– ¿En serio?

– En segundo lugar, lo creas o no, te quiero. Hace mucho que te quiero. Nunca dije nada porque…

– Porque no confiabas en mí -susurró Tate.

Adam no podía negarlo, porque era cierto.

– Supongo que ha llegado mi turno de mencionar a Buck y a Velma -dijo en tono arrepentido.

– ¿Por qué?

– ¿No son ellos la prueba de que las personas pueden cambiar? ¿De que las equivocaciones pueden enmendarse a veces?

Tate frunció el ceño.

– Supongo.

– Entonces, ¿querrás darme la oportunidad de probar lo que siento? ¿De probar que te amo lo suficiente como para confiar en ti con todo mi corazón?

Tate sintió que la garganta se le cerraba de emoción.

– Supongo que sí.

– Ven aquí -Adam abrió los brazos y Tate acudió a él. Le hizo alzar el rostro tomándola por la barbilla y la miró a los ojos-. Empezaremos desde aquí. Nuestro bebé, nuestro matrimonio…

– Nuestra confianza mutua -concluyó Tate.

Compartieron un beso lleno de ternura para sellar el trato. Pero el beso se transformó en algo mucho más intenso, O así habría sido si María no los hubiera interrumpido.

– Señor Adam, hay un hombre aquí con el nuevo toro de rodeo que dice que debe firmar un papel.

– Voy enseguida, María.

Adam le dio a Tate un rápido beso.

– Hasta la noche.

– Hasta la noche.

Tate logró sonreír antes de que Adam se volviera para irse. Le había dado mucho en qué pensar. Pero era mejor hacer frente a aquellos asuntos ahora, antes de que llegara el bebé. Garth siempre había dicho, «Si tienes que escalar una montaña, esperar no la hará más pequeña».

Como Adam comprobó a lo largo de las siguientes semanas, una cosa era creer merecer la confianza de alguien y otra muy distinta ganarse la confianza de otra persona.

Hizo el amor con Tate cada noche, reveenciándola con palabras y gestos. Pero nunca le dijo que la amaba. Era evidente por la cautela con que lo miraba ella que aún no estaba lista para escuchar aquellas palabras… y creerlas.

María vio con disgusto los remilgos con que se andaban el uno con el otro. Insistió en español una y otra vez para que Adam le dijera a su esposa que la amaba.

– Si lo dice a menudo, acabará creyéndolo.

– ¿Eso crees? -preguntó Adam-. ¿Aunque piense que estoy mintiendo?

– ¡Pero no estaría mintiendo! -protestó María-. Ella lo leerá en sus ojos y lo creerá.

Adam deseaba sinceramente que fuera tan sencillo. Empezaba a desesperar de llegar a convencer alguna vez a Tate de que realmente la quería como esposa además de como madre de su hijo.

Y la situación podría haber seguido así indefinidamente si María no hubiera decidir tomar cartas en el asunto.

Para ella, era evidente que Adam y Tate se amaban. El problema era conseguir que lo reconocieran frente a frente.

Un día, después de comer, María envío al señor Adam al supermercado a comprar unas especias que necesitaba para la cena. Tras media hora de espera fue corriendo al despacho, en el que estaba trabajando Tate.

– ¡Venga rápido, señora! ¡Ha habido un accidente! El señor Adam…

Tate se levantó en cuanto oyó el nombre de Adam en labios de María. Agarrándose a su manga, preguntó:

– ¿Qué ha pasado? ¿Está malherido? ¿Dónde está?

– Ha sido el toro Brahma, el que está encerrado en el último pasto -dijo María-. No estaba lo suficientemente atento y…

– ¿El toro lo ha embestido? ¡Dios mío! ¿Cómo lo has sabido María? ¡Ni siquiera he oído sonar el teléfono! ¿Ha pedido alguien una ambulancia? ¡Tenemos que localizar un doctor!

– El señor Buck ya ha llamado al médico. El está ahora con el señor Adam -María sonrió interiormente. Ni siquiera había tenido que inventarse una herida para el señor Adam. Tate lo había hecho por sí misma-. El señor Buck…

– ¡Gracias a Dios que Buck está con él! -Tate fue a la cocina para recoger las llaves de la camioneta del gancho en el que normalmente estaban colgadas. Pero no las encontró allí.

– ¿Dónde están mis llaves? ¿Las has visto, María?

María cerró la mano en torno a las llaves que guardaba en el bolsillo.

– No, señora. Pero su caballo ya está listo para el paseo que quería dar esta tarde.

– Probablemente eso sea lo más rápido. Así podré atajar camino. ¡Gracias, María!

Hacía apenas diez minutos que se había ido Tate cuando Adam detuvo su camioneta en la parte trasera de la casa. María olió la cebolla que tenía preparada para ese momento y fue corriendo a recibirlo con los ojos anegados en llanto.

– ¡Señor Adam! ¡Señor Adam! ¡Deprisa! -María ocultó el rostro en el delantal y simuló llorar.

– ¿Qué sucede, María? ¿Le ha pasado algo a Tate? ¿Se encuentra bien? -sin esperar respuesta, Adam subió corriendo las escaleras del porche.

– ¡No está dentro! -dijo María.

Adam se puso pálido.

– ¿Se ha ido? ¿Me ha dejado?

– ¡Oh, no! Pero ha ido cabalgando hasta el pasto en el que tiene ese gran toro. El caballo que montaba debió asustarse. El señor Buck la ha encontrado caída en el suelo.

– ¿Está herida? ¿La han llevado al médico?

– Aún se encuentra allí. Buck está con ella…

Adam no esperó a oír más. Volvió a entrar en la camioneta y salió disparado en dirección al pasto.

María se frotó los ojos con el delantal. Pronto vería los resultados de su treta. Si salía como esperaba, en el futuro habría más sonrisas y risas animando la casa. Y cuando el bebé llegara, tía María le contaría la historia del día que papá rescató a mamá del gran toro y cómo desde entonces vivieron felices para siempre.

Tate logró pasar la verja que llevaba al pasto en el que se encontraba el nuevo toro sin desmontar la yegua, pero se impacientó por el rato que tuvo que perder abriendo y cerrándola.

Una vez en el pasto se mantuvo ojo avizor por si aparecía Brahma. No estaba segura de lo que habría hecho con él Buck después de que embistiera a Adam. La posibilidad de que aún anduviera por ahí suelto le produjo un escalofrío.

No había ido muy lejos cuando oyó el sonido de un vehículo sobre la gravilla del sendero que llevaba al pasto. No se oía ninguna sirena, pero supuso que sería la ambulancia. Tal vez el conductor sabría exactamente dónde encontrar a Adam. Volvió la yegua hacia la verja y se dirigió hacia ésta al galope.

Estaba a punto de llegar cuando se dio cuenta de que el gran Brahma estaba ante ella, aparentemente atraído por el sonido del motor del vehículo, que normalmente indicaba que le llevaban el pienso.

Cuando el toro oyó al caballo a sus espaldas, se volvió para enfrentarse al extraño que había osado penetrar en su territorio. Tate se encontró atrapada, sin salida. Detuvo a la yegua, manteniéndola totalmente quieta, sabiendo que cualquier movimiento haría que el toro embistiera.

Adam maldijo en voz alta al darse cuenta de la situación en que se encontraba Tate. Pisó el freno, agarró la cuerda que se hallaba en la parte trasera de la camioneta y salió corriendo en dirección a la verja.

– ¡No te muevas! -gritó-. ¡Enseguida llego!

– ¡Espera! -gritó Tate-. ¡No entres aquí! ¡Es demasiado peligroso!

Adam no se molestó en abrir la verja, limitándose a saltana. El sonido de la verja al moverse hizo que el toro se volviera, convencido de que la cena estaba servida. Se detuvo, confundido al ver al hombre de pie en el interior del pasto. Agachó la cabeza y miró en dirección a Tate y luego hacia el hombre, sin saber exactamente hacia dónde ir.

Adam agitó el lazo y buscó algún lugar en el que poder atarlo. A poca distancia vio un roble de tamaño medio.

No dudó. Caminó lentamente hacia Brahma, que empezó a resoplar. La atención del toro estaba definitivamente en Adam, no en Tate.

– No te acerques más, por favor -rogó ella.

– No te preocupes. Lo tengo todo pensado -si no acertaba con el lazo, correría como loco hacia la valla, esperando que Brahma no lo atrapara.

Pero el lazo cayó limpiamente en torno a los cuernos del toro. Adam sujetó la cuerda por el extremo mientras corría hacia el roble. Rodeó éste varias veces, asegurándose de que la cuerda sujetara al toro cuando éste arrancara y la tensara.

Para entonces, Tate ya se había dado cuenta de lo que estaba haciendo Adam. Corrió con la yegua hacia el roble, sacó el pie del estribo para que Adam pudiera montar rápidamente tras ella y luego hizo que la yegua saliera galopando en dirección contraria.

Entonces, Brahma cargó contra ellos, pero vio repentinamente frustrada su embestida cuando la cuerda se tensó. Tate condujo la yegua de vuelta a la verja y Adam la abrió. Una vez al otro lado, Adam alargó los brazos para bajarla de su montura.

Se abrazaron casi con fiereza, conscientes del terrible peligro al que acababan de enfrentarse. En cuanto pasaron los primeros instantes de alivio, empezaron a hablar al mismo tiempo, asombrados ante el hecho de haberse encontrado mutuamente sanos y salvos.

– ¡María me ha dicho que el toro te había embestido!

– ¡Ya mí que tú te habías caído del caballo!

– ¡Yo no me he caído!

– ¡Ya mí no me ha embestido el toro!

De pronto comprendieron que ambos habían sido manipulados para que acudieran allí y se encontraran.

– ¡La mataré! -dijo Adam.

– Creo que deberías subirle el sueldo -dijo Tate, riendo.

– ¿Por qué? ¡Casi logra que nos mate el toro!

– Porque me ha hecho comprender que he sido una tonta por no creer lo que en el fondo de mi corazón sé que es cierto.

– Te quiero, Tate -dijo Adam, abrazándola-. Te quiero con todo mi corazón.

– Lo sé. Y yo también te quiero. Al pensar que podías estar muriendo he comprendido cuánto.

– Yo he sentido lo mismo al saber que te había sucedido algo -dijo Adam-. Debería haberte repetido todos los días que te quiero. Te quiero, Tate. Te quiero. Te quiero.

Adam puntuó cada afirmación con un beso. Tate empezaba a tener problemas para respirar. Finalmente, logró decir:

– Adam, tenemos que hacer algo con ese toro.

– Déjale que encuentre su propia vaca -murmuró Adam contra la garganta de su esposa. Tate rió.

– No podemos dejarlo atado así como así.

– Haré que Buck y los demás vaqueros vengan a ocuparse de él y a recoger tu yegua. Nosotros tenemos cosas más importantes que hacer esta tarde.

– ¿Como qué?

– Como planear qué vamos a hacer para devolvérsela a María.

Mientras conducían de vuelta a casa, Adam y Tate planearon imaginativos castigos para María por haberles mentido. No fue tarea fácil, sobre todo teniendo en cuenta los buenos resultados de su maniobra.

– Creo que lo mejor que podemos hacer es tener cinco hijos -dijo Adam.

Tate tragó.

– ¿Cinco?

– Sí. Eso le servirá de escarmiento a María. ¡Tendrá diablillos sentados en su regazo y tirando de su falda durante mucho tiempo!

– !Me parece una buena idea! -asintió Tate, sonriendo.

Adam detuvo la camioneta frente a la casa, tomó a Tate de la mano y entraron juntos en busca de María.

– !María! -gritó Adam-. ¿Dónde estás? -se encaminó a la cocina, arrastrando a Tate consigo.

– Hay una nota en la nevera -dijo Tate.

– ¿Qué dice?

Tate se la alcanzó.

Querido señor Adam,

Dígale que la quiere. Estaré fuera dos… no, tres horas.

Besos, María

Adam rió y tomó a Tate entre sus brazos, sintiendo de inmediato cómo el pequeño de los diablillos de María daba una patada a su padre en el estómago.

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