CAPÍTULO 10

FAISAL y su mujer habían sido llevados a la fortaleza y ambos esperaban la llegada de Hassan en su salón privado. Eso solo rompía las reglas de la etiqueta social, pero él se mostraba impasible.

– Bonnie, este es mi hermano mayor, Hassan. Gruñe, pero no muerde. Al menos no si no se lo provoca demasiado.

– Entonces, cariño, será mejor que saques el botiquín de primeros auxilios, porque yo diría que acabas de ganarte una medalla de oro en provocación -Bonnie, que se había duchado y quitado los vaqueros para ponerse unos pantalones cortos aún más dudosos, sonrió con expresión amistosa y extendió la mano-. Me llamo Bonnie Hart. Lamento que hayas tenido que enterarte de nuestra boda una vez consumada, pero Faisal dijo que si lo quería lo mejor era que me decidiera rápidamente, porque en cuanto lo tuvieras de vuelta en casa y encerrado en tu palacio, sería demasiado tarde.

Hassan sabía cuándo aceptar algo que ya no tenía solución y sonrió con elegancia.

– Mi hermano bromeaba. Como emir, y él lo sabe, Puede hacer lo que desee. Recibe mi más efusiva bienvenida a Ras al Hajar, Alteza.

– ¿Alteza? ¡Por favor! Soy americana. Llevamos a cabo una revolución para poner fin a ese tipo de cosas…

– Bonnie, cariño, ¿por qué no vas a descansar un rato mientras me pongo al día con Hassan? Querrás tener tu mejor aspecto cuando empiecen a llegar visitas.

– Y vendrán -aseguró Hassan-. Cuando la princesa Aisha se entere de la nueva…

– ¿Aisha? Hablamos por teléfono desde Londres -dijo Bonnie-. Estoy impaciente por conocerla. Y a Nadim y a Leila. Nombres maravillosos.

¿El único en no participar del secreto era él? ¿Era tal monstruo que su familia había conspirado para reservárselo? ¿Pensaban que no iba a entenderlo? Cinco días atrás quizá hubieran tenido razón.

– Si tanto te gustan sus nombres, tal vez te gustaría que te ayudaran a elegir un nombre oficial para ti antes de ser presentada a tu pueblo.

– Hmm, no sé si… -miró a Faisal.

– Ahora no, cariño. Hassan está impaciente por abrir las puertas del infierno sobre mí, pero no puede hacerlo con una dama presente.

– Claro -ella rió-. Sé cuando no se me quiere. Simon, ¿por qué no me muestra los alrededores?

– ¿Te importaría, Simon? -preguntó Faisal.

– Por el amor del cielo, Faisal, es tu esposa -protestó Hassan mientras la carcajada de ellos reverberaba por el pasillo-. No puede ir por ahí mostrando las piernas al mundo de esa manera.

– ¿Crees que les provocará un ataque de corazón a los viejos?

– No solo a los viejos.

– Pero, ¿no son estupendas? Dime, Hassan, ¿cómo eran las piernas de la señorita Fenton? Tengo entendido que no perdiste el tiempo para cubrirlas.

– Rose Fenton se pone lo que ella desea -repuso con los dientes apretados-, pero comprende muy bien lo que es aceptable. Y ahora debo insistirte en que te pongas algo más aceptable para el majlis. Estará atestado esta noche -todo hombre importante de Ras al Hajar asistiría para presentar sus respetos al nuevo gobernante. Nadie querría que se notara su ausencia.

– Quiero que aceptes el majlis en mi lugar esta noche, Hassan.

– La entrega de poder es un momento peligroso, Faisal. O es una buena idea confundir a la gente.

– No voy a confundir a nadie. Vas a recibir el majlis porque yo me presentaré ante las cámaras de televisión.

– ¿Sí? ¿Y cuándo lo arreglaste?

– Durante el transbordo en Londres. Hablé con Nadim y dijo que había establecido una conexión con la cadena de la señorita Fenton.

– Comprendo. ¿Y qué pretendes comunicar?

– Quizá tú quieras ayudarme. ¿Cómo ves el avance del país, Hassan? ¿Qué te gustaría cambiar?

Hassan quedó sorprendido. No se había atrevido a esperar que Faisal tomara tan rápidamente las riendas.

– ¿De verdad quieres saberlo?

– Desde luego. Quiero saber qué es lo que pensáis todos. Sé lo que desea Nadim, y Bonnie también tiene grandes ideas. Quiero decirle a la gente, Hassan, quiero que el pueblo sepa que tiene un Cabeza de Estado que antepone su bienestar al suyo propio.

– En realidad, esa no es mala idea. En cuanto te vean por televisión nadie dudará de quién es el emir.

– Esa es mi intención.

«Y en cuanto eso se solucione», decidió Hassan, «me encargaré de que Nadim le explique la etiqueta a la revolucionaria de las piernas desnudas». Era lo menos que podía hacer su hermana, después de ocultarle el matrimonio de Faisal.

– Había empezado a preguntarme si tendrías dudas, Faisal. Permaneciste lejos de casa más tiempo del que deberías. Eso le dio ideas a Abdullah…

– ¿Por qué alguien iba a tener dudas, hermano mayor? -Faisal sonrió-. Ahora yo soy el emir, y no tengo por qué soportar que me reprendas por nada. Ni siquiera por mi elección de esposa.

– Tu esposa es un problema. En cuanto a lo demás, ni lo sueñes.


Hassan recorría la sala de audiencias del palacio, repasando los planes radicales que había trazado, preguntándose si causarían júbilo o indignación.

Nadim y su marido habían estado llenos de ideas para mejorar los servicios médicos, en particular para las mujeres y los niños. Leila se había mostrado inesperadamente directa sobre el tema de la educación obligatoria para las mujeres. La contribución de Bonnie había sido un estudio sobre el desarrollo de la hidropónica. Bueno, no había escasez de agua procedente de las montañas; tenía sentido, aunque cualquiera sabía lo que pensaría la gente de una princesa que se dedicaba a la agricultura.

Cómo deseaba que Rose hubiera podido estar presente. Tenía tanto que ofrecer… Se controló. No se ganaba nada pensando en algo que jamás podría ser; tomó el mando a distancia y subió el volumen del televisor.

Faisal lucía una túnica tradicional, pero aun así lograba parecer un futbolista estadounidense. En el último año había ganado musculatura, tanto mental como física. Se había convertido en un hombre y estaba orgulloso de él.

Faisal comenzó tal como habían planeado, dándole las gracias a su primo Abdullah por el meticuloso trabajo realizado para el país. Luego prometió que siempre antepondría el bien de la nación. Después comenzó a explicar los planes que tenía para Ras al Hajar, su estrategia para convertirlo en un país abierto en el que las mujeres desempeñarían un papel integrado.

– Esta noche -concluyó- he firmado los estatutos para un nuevo departamento del gobierno, de modo que no se produzcan demoras en poner en marcha estos planes. Oiréis más sobre el tema en los siguientes días y semanas, pero ahora mismo os comunico que este departamento para mujeres estará dirigido por una mujer.

Hassan frunció el ceño. ¿Estatutos? Habían discutido el tema para un departamento para asuntos femeninos, pero sin acordar nada, menos aún quién lo dirigiría. No figuraba en el borrador final que habían convenido.

Se volvió cuando Simon Partridge se unió a él.

– ¿Qué es esto? -exigió-. ¿Qué esta haciendo Faisal?


Rose, de pie a un lado del estudio observando los subtítulos a medida que las palabras de Faisal eran traducidas al inglés, fue abordada por un mensajero real que le entregó un sobre grueso con el sello de la casa real.

Siguió mirando el monitor mientras rompía el sello y extraía un documento. Luego apartó la vista para leer la breve carta que lo acompañaba.


Estimada señorita Fenton:

Tanto mi madre como mi hermana creen que usted será una brillante adición a nuestro país. Hassan la necesitará. Por favor, quédese.

Faisal.


Gordon se hallaba a su lado.

– ¿Qué es eso? -susurró cuando abrió el documento.

Fue a responderle, pero cerró la boca y meneó la cabeza, guardando la carta y el contrato con la rapidez que le permitieron sus temblorosas manos.

– Luego te lo contaré. ¿Qué sucede?

– Está terminando. ¿Lista para el cierre en Londres?

«Hace muchos años, al saber que se moría, mi abuelo me eligió como sucesor», Rose observó las palabras aparecer en la pantalla, luego miró el sobre y tuvo una premonición.

– Oh…

Se llevó los dedos a los labios y meneó la cabeza.

– Sabía, todo el mundo sabía, que yo no era su primera elección. Sin embargo, la necesidad política se impuso. He sido emir durante un día, y en ese período de tiempo, con la ayuda de mi familia, he disfrutado mucho llevando a este país a una nueva época. Continuaré haciéndolo toda mi vida, aunque no como vuestro emir, sino como su más fiel servidor y súbdito…


Hassan miró fijamente a su secretario.

– ¿Sabías que iba a hacerlo?

– Me obligó a jurar que guardaría silencio.

– Tú eres mi secretario.

– Sí, excelencia. Pero Faisal es el emir, o lo es hasta esta medianoche.

– No permitiré que lo haga, Simon.

– Bueno, estoy seguro de que Abdullah se mostrara encantado de recuperar el puesto, si usted se lo permite -se volvió hacia el televisor cuando Faisal concluía su discurso.

– A partir de esta medianoche, renuncio libre y gustoso a mi derecho al trono de Ras al Hajar y le entrego la pesada carga al justo heredero y sucesor de mi abuelo, su primer nieto, mi hermano, Hassan. En la cumbre solo hay sitio para una persona. Es un lugar solitario y me brinda enorme placer deciros que mi último acto como emir será firmar un contrato de matrimonio para el príncipe Hassan. Le deseo toda la felicidad a él y a su princesa elegida, junto con mi juramento y promesa de apoyarlo y honrarlo como emir de Ras al Hajar.


Estaba atrapado. El majlis se hallaba a rebosar. Al parecer no había ni un hombre en el país que no quisiera ofrecer su obediencia al nuevo señor.

Faisal había sido muy inteligente al llegar en vaqueros y camiseta con una esposa extranjera a su espalda. Hasta los más reacios estaban contentos de poder aferrarse a la tradición que Hassan siempre había respetado.

¿Qué harían si supieran que mientras estaba sentado ahí, reconociendo por igual a amigos y enemigos, obligándose a darle nombres a caras apenas recordadas, admitía que su hermano menor tenía más valor en el dedo meñique que el que él había mostrado? Que lo único que deseaba era encontrar a Rose y decirle… decirle… que la amaba y que le suplicaba que se quedara.

Era más de la una cuando todo terminó, pero se dirigió de inmediato al teléfono.

– Tim Fenton -la voz sonaba adormilada-. ¿Es el potrillo?

– No Soy Hassan. Debo hablar con Rose. Ahora.

– Bueno, no puede -Fenton sonó complacido-. No está aquí.

– ¿Dónde se encuentra? No puede haberse marchado aún…

– No creo que su paradero sea asunto suyo, Alteza. Y, a propósito, dimito -colgó.

Una hora antes su fortaleza había estado llena de gente; en ese momento se hallaba de pronto vacía, salvo por los criados y los guardias. Faisal se había llevado a Bonnie a quedarse con Aisha antes de la emisión. En ese momento entendía por qué.

Nadim… bueno, le había pedido a su hermana que arreglara una boda sin pérdida de tiempo. Sin duda al día siguiente lo llamaría para informarle sobre quién había elegido como novia. No tenía prisa por averiguarlo.


Rose pasó un día con el tipo de cuidados que solo había soñado. Trataron su cuerpo de pies a cabeza.

Le dieron un masaje con aceites esenciales, le pintaron las uñas con arabescos exquisitos. Pam Fenton también se hallaba en su elemento, tomando notas.

– Querida, de verdad que eres la hija más maravillosa. Una absoluta inspiración. Primero te casas con un hombre lo bastante mayor como para ser tu padre, brindándome suficiente material para un libro. Y ahora esto.

– ¿Qué es lo que te complace en especial de esto?

– La mujer moderna con una carrera en que lo tiene todo abandona su vida para vivir en un harén.

– Escribe un libro que me refleje de esa manera y te demandaré.

– ¿En serio? Sería estupendo para las ventas

– No es verdad, madre. Nadim lleva una vida profesional plena y activa, como bien sabes. Y yo voy a dirigir un nuevo departamento del gobierno creado para mejorar la situación de las mujeres; Abdullah jamás hizo algo por ellas. ¿Por qué no te quedas y estuchas eso? Incluso puedes ayudarnos.

– Oh, por favor, cariño. Ni siquiera hablas su idioma. Y estarás rodeada de bebés en poco tiempo.

– Ya hablo francés, alemán y español, y mi árabe mejora a pasos agigantados.

– ¿Y los bebes?

– A ti jamás te frenaron.

– Es cierto, En realidad, eso permitirá que escriba un libro aún mejor…


– ¡Rose Fenton! ¿Rose Fenton va a dirigir el nuevo departamento? -el corazón de Hassan amenazaba con estallar

– ¿Se te ocurre alguien más apropiado? -ni en un millón de años. Pero esa no era la cuestión; sin duda él podía verlo. Al no responder de inmediato, Faisal se encogió de hombros-. Por supuesto que no. Es la elección perfecta, Hassan. Conoce bien los medios, sabe cómo comunicarse con la gente. Y me sorprende la celeridad con la que aprende nuestro idioma -titubeó-. Bueno, quizá no tanto. Cuando has tenido un profesor particular… Piensas que va a ser incómodo para ti, ¿verdad?

¿Incómodo? ¿De que tonterías hablaba? La amaba. Verla, saber que estaba cerca, que nunca podría tocarla, jamás abrazarla. La incomodidad podría manejarla. Pero esa sería su peor pesadilla.

– ¿De qué duración es su contrato?

– De un año. Pensé que necesitaría ese tiempo para montar el departamento y ponerlo en marcha. Después, bueno, quizá no quiera quedarse. A menos que se te ocurra algún modo de convencerla.

– Faisal…

– ¿Sí, Alteza? -su tono inocente no conmovió a Hassan.

– Creo que será mejor que te vayas. Llévate a tu bonita esposa y desaparece uno o dos años. Por ese entonces quizá haya superado este intenso deseo de retorcerte el cuello.

– Te doy una corona, una novia y una reina de los medios de comunicación en un solo día y estas son las gracias que recibo -repuso disgustado-. Algunas personas son imposibles de complacer.

– ¡Vete!

Faisal alzó las manos rindiéndose.

– Ya me voy -retrocedió hasta la puerta-. Hmm… te veré en la boda.

– No habrá ninguna boda -las palabras salieron desde lo más hondo de su ser mientras se ponía de pie-. No habrá ninguna boda -sin importar lo que hiciera falta, la detendría. Si no podía tener a Rose, no tendría a nadie. A nadie.


Nadim se apartó y sonrió.

– Deslumbrante. Estás absolutamente deslumbrante. ¿No te parece, Pam?

– No lo sé. No puedo verla.

– Bueno, no sería correcto para Hassan que la vieran antes de que se prometan. La ropa y las joyas bastan para indicar que la joven que hay debajo es adecuada para un emir -se volvió al oír un movimiento más allá de las cortinas de la habitación-. Ha llegado -susurró-. Rápido, apártate de su camino, Pam.


Hassan aguardó con impaciencia a su hermana. Había ido a detener esa tontería, sin importar el coste. ¿Cómo diablos podrían haber planeado y tramado esos dos una situación en que rechazar a la novia que le habían elegido podría provocar más ofensas y resentimientos…?

– Nadim -dio la vuelta y rápidamente se acercó a su hermana al verla salir de entre las pesadas cortinas.

– Hassan -le tomó las manos-. Me alegra verte tan impaciente. Estamos listas para ti.

– No. Lo siento, pero he venido para decirte que no puedo continuar con esto. Es imposible que pueda seguir adelante con este matrimonio.

– No entiendo. Me pediste que lo arreglara sin demora -pareció profundamente sorprendida- Los contratos se han firmado.

– Faisal se excedió.

– Pensaba en ti, Hassan. Durante esta última semana todos hemos estado pensando en ti.

– Lo sé -no pudo mirarla a la cara-. Lo sé. Es mi error, solo mío, pero mi honor tiene una prioridad que no puede saldarse salvo mediante el matrimonio.

– ¿Rose? -preguntó-. ¿Te refieres a Rose?

– Claro que sí. ¿Qué otra podría ser

– Pero me aseguraste que tú te encargarías de eso…

– Pensé que podría. Pensé que lo había hecho. Me equivoqué.

– Hassan, he visto bastante a Rose como para tener la certeza de que ella jamás te obligaría de un modo que resultara inaceptable para ti. ¿Quieres que hable con ella?

No -luego, con más gentileza, repitió-: No. Daría lo mismo. Sea cual fuere su respuesta, jamás seré libre. Verás, creo que no puedo vivir sin ella.

– Entonces, ¿la amas?

– Ella está… -cerró los puños y los apoyó en su corazón-. Dentro de mí.

La sonrisa de Nadim fue amable al tomarle la mano.

– Lo comprendo, Hassan. Y también lo comprenderá la mujer que te espera. Debes explicarle tus sentimientos, abrirle tu corazón…

– Nadim, por favor…

– Lo entenderá; te lo prometo.

– Pero…

– Confía en mí -entonces, con la más dulce de las sonrisas, afirmó-: Soy doctora -sin soltarle la mano, apartó la cortina por él.

Detrás, en el centro de la estancia, se hallaba una mujer joven, alta y esbelta con una túnica de seda de un rojo intenso y bordada con hilos de oro. A la cintura llevaba un cinturón de malla de oro. Sobre la cabeza lucía un velo tan denso que no le permitía ver nada de sus facciones, de su expresión.

Demasiado tarde se dio cuenta de que ni siquiera conocía su nombre; amagó con volverse pero vio que la cortina ya se había cerrado.

Detrás del velo Rose lo observaba. No le había gustado el plan de Nadim. Era imposible que se casara con Hassan sin que él supiera quién era ella. Nunca podría casarse con un hombre que pudiera aceptar semejante emparejamiento.

Pero no tendría que haberse preocupado. Nadim comprendía a su hermano mejor que él mismo. Había sabido que jamás aceptaría un matrimonio así. Y en ese momento lo tenía delante con las instrucciones de abrir su corazón, confesar el amor que sentía por otra mujer.

Pero el dolor que lo embargaba le desgarraba el corazón. No podía dejar que siguiera. Ya había oído suficiente, por lo que le extendió la mano.

Sidi -musitó.

Tenía las manos pintadas; estaba vestida como su novia. ¿Cómo iba a explicarle…?

– Señor -repitió ella en inglés, y algo se agitó dentro de Hassan.

– ¿Quién eres? -dio un paso hacia ella.

– Me conoces, señor.

– Rose… -no podía creerlo. Pero la mano de ella encajó en la suya como un dulce recuerdo-. En una ocasión dijiste que si un hombre era lo bastante afortunado para tenerte, dedicarías tu vida a garantizar que no deseara a otra…

– Lo dije en serio

– No ha hecho falta una vida entera -le alzo el velo-. Te amo. Eres mi vida. Quédate conmigo, Rose. Para siempre. Vive conmigo, dame hijos, sé mi esposa y mi princesa.

– ¿Quieres que me quede en casa y eduque a tus hijos, Hassan? -¿es que había cambiado?

Las manos de él la aferraron por la cintura y la acercó con expresión grave.

– Eso suena demasiado bueno -notó que se ponía rígida en sus brazos, pero empezaba a aprender a bromear-. ¿Crees que podrías acoplar eso a tu nueva y ajetreada carrera como cabeza de un departamento de gobierno?

– ¿Lo sabes ya?

– Hace una media hora Faisal confesó lo que había hecho.

– ¿Y no te importaría?

Sí le importaba. No quería perderla de vista ni un minuto. Pero si era el precio por tenerla, aprendería a vivir con ello.

– Tienes un contrato firmado por el emir de Ras al Hajar. ¿Quién soy yo para cuestionarlo?

– ¿Y si tengo que viajar al extranjero, asistir a conferencias…?

– Lo odiaré -reconoció-. Pero te amo, Rose… te tendré a ti o a nadie. Del modo que sea. La pregunta es, mi amor, ¿quieres tenerme tú a mí?

– Tienes un contrato firmado por el emir de Ras al Hajar -repuso Rose, alzando la mano para tocarle los labios-. Nuestro destino está escrito, Hassan, ¿quién soy yo para cuestionar el destino?

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