Will paseaba por su despacho con la vista fija en la agenda abierta en su mesa. Había contado los días desde la última vez que viera a Jane hasta parar en el cuatro de febrero.
– Ni muy pronto ni muy tarde -murmuró. Diez días eran un periodo razonable.
Dejó de pasear y miró el teléfono. ¿Por qué no llamarla y acabar de una vez?
Se sentó a su mesa, marcó el número de Lisa y esperó.-¿Diga?
– Hola, Roy, soy Will McCaffrey.
– Hola, Will. ¿Cómo estás?
– Bien. ¿Está Jane por ahí?
– Espera un momento. Está ayudando a Lisa con la cena.
Will oyó a Roy gritar el nombre de Jane y un momento después el ruido sordo de una mano en el auricular.
– Hola -dijo al fin la voz de ella.
– Hola. ¿Qué tal?
– Bien, Will. ¿Y tú?
Él decidió ignorar la pregunta e ir directo al grano.
– ¿Tienes planes para San Valentín?
Hubo un silencio y Will contó los segundos. Le pareció que pasaba una vida, pero en realidad sólo había contado hasta tres cuando ella volvió a hablar.
– No.
– ¿Quieres salir conmigo? Podemos ir a cenar y a bailar. Te gusta bailar, ¿no?
– Sí.
Will gimió en su interior. Aquello no iba bien en absoluto. Jane no se mostraba entusiasmada precisamente.
– ¿Qué me dices?
– De acuerdo. Puede ser divertido. ¿A qué hora?
– Te recogeré a las siete. ¿Te parece bien?
– Muy bien. Hasta entonces, Will.
– Adiós -colgó el teléfono y apoyó la frente en la superficie fría de su mesa.
– ¿Se encuentra bien?
Will levantó la vista, con la barbilla apoyada en la mesa. La señora Arnstein estaba de pie en la puerta.
– Estoy bien -contestó. Creía que ya se había marchado.
– Esperaba al agente de viajes con el billete para Denver -entró y dejó el billete de avión en la mesa-. Sale el lunes por la mañana y vuelve el sábado a media tarde.
Will se enderezó en la silla.
– Creía que volvía el viernes. El sábado es San Valentín.
– Han llamado para cambiar la reunión del viernes con los arquitectos por una cena. Dicen que se prolongará y no he podido conseguir vuelo para el sábado por la mañana. No sabía que tuviera planes para San Valentín.
– Supongo que llegaré a tiempo.
– ¿Algo más? -preguntó ella.
– Sí. ¿Conoce un buen lugar para ir a bailar en esta ciudad? Y me refiero a un sitio anticuado, con banda de música que toque canciones antiguas románticas. Un lugar para bailar lento.
La señora Arnstein sonrió.
– Ahora mismo no se me ocurre, pero puedo indagar.
Salió del despacho y Will se recostó en su silla y enlazó las manos detrás de la cabeza. La cena era fácil, conocía unos cuantos restaurantes buenos. Su secretaria trabajaba en el aspecto del baile.
– Flores -murmuró. Rosas inglesas, por supuesto. Un ramo grande en crema y amarillo.
Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó la cajita de terciopelo que tenía por costumbre llevar consigo. La abrió y sacó el anillo de diamantes. Unas semanas atrás, pensaba que su compra había sido un gran error, pero por primera vez desde que Jane se marchara de su casa, tenía motivos para esperar que el anillo pudiera acabar un día en su dedo.
– Es la segunda vez que hacemos esto y la primera no me gustó -protestó Lisa. Jane sacó una bolsa de comestibles del asiento de atrás del coche de su amiga y se la pasó.
– Sólo necesito que me ayudes a meter todo esto y luego puedes irte sin participar en mi delito.
Lisa la siguió de mala gana por los escalones de la casa de Will.
– ¿Cómo sabes que no está en casa?
– He llamado a su despacho y su secretaria me ha dicho que llega a las tres en avión desde Denver. Lo que significa que tengo una hora para empezar la cena, arreglar la casa y cambiarme antes de que llegue.
– Tengo que admitir que es una idea muy romántica.
– Será genial. He comprado CDs de música muy romántica y tengo champán y fresas. Y he gastado quinientos dólares en velas aromáticas. Pienso llenar toda la planta baja de velas. Será muy hermoso.
– ¿No puedes pagar el alquiler y gastas quinientos dólares en velas?
– Si esto sale bien, ya no tendré que preocuparme del alquiler.
Lisa enarcó las cejas.
– ¿Y el dormitorio? Las velas están bien cuando te dispones a desnudarte.
– El dormitorio -rió Jane-. Reservaré unas pocas por si acaso.
Abrió la puerta y entró deprisa para desactivar la alarma. Esperaba encontrarse con Thurgood, pero comprendió que estaría en otro sitio en ausencia de Will y la idea la alivió, ya que así el perro no podría estropearle la fiesta. Dejó las bolsas de comida en el mostrador de la cocina y abrió el frigorífico, donde sólo había cerveza y una bolsa de pan.
– Voy a buscar las demás cosas -dijo Lisa-. ¿Qué vas a cocinar?
– Pensaba hacer hígado -contestó Jane-, pero lo he cambiado por solomillo con salsa de vino, patatas y verdura a la plancha. Y he comprado pastel de chocolate para postre.
Quieres mucho a ese hombre, ¿verdad?
Jane pensó un momento la respuesta.
– Sí. Y hasta ahora tenía miedo de que, si me permitía amarlo, me dejaría. Pero eso ya no me da miedo. Quiero correr el riesgo y ver adónde conduce esto. Él hizo el primer gesto al invitarme por San Valentín y ahora yo hago el siguiente.
– ¿Le vas a contar lo de tu príncipe de cuento?
– Sí. Creo que merece saber la verdad. Si se asusta, mala suerte. Pero esta vez quiero que seamos sinceros.
Lisa se acercó a darle un abrazo.
– Me alegro mucho por ti. Sé que esto acabará bien.
– Eso espero -murmuró Jane.
Lisa se secó una lágrima y volvió al coche a por más bolsas. Cuando regresó, ayudó a Jane a desenvolver las velas y colocarlas por la casa. Quince minutos después, el olor a vainilla impregnaba todas las habitaciones. Cuando terminaron los preparativos en la cocina, Jane decidió encender la chimenea antes de cambiarse.
– Ya está -dijo al terminar-. Ya sólo me queda esperar.
– ¿Y si no viene a casa y va directamente a buscarte?
– Entonces tendrás que decirle dónde estoy. Pero yo creo que pasará antes por aquí.
Lisa le dio un abrazo.
– Buena suerte.
Cuando se quedó sola, Jane volvió a la cocina. Tomó la bolsa con su ropa y subió al cuarto de baño.
Había elegido una minifalda de cuero negro y un suéter de cachemira del mismo color.
– Suéter ceñido, cuero -murmuró-. Sé que es un truco barato, pero tengo que ir a por todas.
Medias de seda negra y zapatos de tacón alto completaban el atuendo. Se puso perfume en las muñecas y entre los pechos y decidió que ya había hecho todo lo que podía. El resto dependía de Will.
De pronto oyó el pitido del sistema se seguridad que indicaba que alguien se acercaba a la puerta, respiró hondo, cerró los ojos y musitó una plegaria. Salió del cuarto de baño y bajó las escaleras.
Will estaba de pie en la cocina con aire confuso. En la mano tenía un ramo de rosas inglesas.
– Hola -dijo ella.
Él se volvió con una sonrisa.
– ¿Qué es esto?
– La cena.
Will dio un paso hacia ella.
– Tenía grandes planes para esta noche. Cena, baile… -le tendió el ramo-. Flores.
– Gracias -sonrió ella.
Se puso de puntillas y le dio un beso rápido. Cuando se apartó, Will la abrazó y besó en la boca a conciencia. Al separarse, Jane estaba sin aliento y muy sonrojada. Abrió la boca, pero no se le ocurrió nada que decir.
– Supongo que debería haber esperado para eso dijo él-, pero he pensado en besarte desde la última vez que te vi y no soy un hombre paciente.
– Yo también he pensado en besos – confesó ella.
– ¿Sí?
– Sí.
– Quizá debamos repetirlo -la miró y movió la cabeza-. Pero todavía no.
– ¿No?
– Antes de volver a besarte, necesito saber qué ha pasado con ese hombre al que has querido tanto tiempo. Si sigues pensando en él, lo nuestro no podrá salir bien. Y no tengo intención de competir por tu cariño. O me quieres al cien por cien o no volveremos a vernos hasta que puedas quererme.
Jane asintió con la cabeza.
– De acuerdo, eso lo comprendo.
– ¿Y qué sientes por él?
– Lo quiero. Lo he querido durante mucho tiempo. Cuando lo conocí, pensé que era el hombre más maravilloso del mundo. Y luego estuvimos unos años separados y seguí queriéndolo. Soñaba con que un día nos encontraríamos en la calle. Y ese sueño se cumplió no hace mucho.
El rostro de Will indicaba que empezaba a comprender.
– ¿Y qué ocurrió? -preguntó.
– Bueno, fue un poco desastre. Había un contrato y las familias de los dos y… y me asusté. Tenía miedo de que me dejara si lo quería demasiado.
Will entornó los ojos y la miró con incredulidad.
– ¿Ese hombre soy yo?
– Sí.
– ¿Soy el hombre al que quieres?
– Sí. Y siempre te he querido.
Will volvió a besarla, una caricia lenta y lánguida llena de promesas.
– Yo también te quiero -la miró a los ojos-. Ya te quería mucho antes de que me diera cuenta. Te quería en la universidad, pero fui demasiado estúpido como para darme cuenta. Y cuando viniste a vivir aquí, te quise aún más, pero traté de obligarte a que sintieras lo mismo y te alejé de mí. Te quiero, Jane. Te quiero muchísimo.
La joven enterró el rostro en el pecho de él.
– No sé qué decir. ¿Qué se puede decir cuando todos tus sueños se hacen realidad?
– Sí.
– ¿Sí?
Will sacó la cajita del bolsillo de la chaqueta y se la tendió.
– Di sí -murmuró-. Cásate conmigo.
Jane se mordió el labio inferior e intentó reprimir las lágrimas. Respiró con fuerza.
– Sí.
Sólo se necesitaba una palabra para borrar los errores del pasado y abrir la puerta al futuro. Will le puso el anillo en el dedo, la abrazó y la risa de ambos se mezcló con el sonido de una canción de amor de Celine Dion que sonaba en el estéreo.
Jane siempre se había preguntado por qué el día de San Valentín solía ser tan triste para ella, por qué nunca estaba acorde con sus fantasías. Y ahora sabía la respuesta. Porque el destino le reservaba un día de San Valentín muy especial, un día que podría guardar en su recuerdo y saborear de por vida, un día en el que sé encontraba al fin con el hombre de sus sueños. Un día en el que ese hombre comprendía también que Jane Singleton era la mujer de sus sueños.