Jane se secó las lágrimas de las mejillas con impaciencia y se puso en pie.
– No es nada. Esta mañana olvidé cerrar la puerta de mi cuarto y Thurgood ha entrado aquí. Parece que le gustan las plantas tanto como a mí.
Cuando ella llegó a casa un rato atrás, se encontró con una escena de una película de terror… por lo menos para ella. Sus plantas yacían en el suelo, arrancadas con violencia de las macetas, con las raíces al descubierto y tierra por todas partes. Al principio intentó salvarlas, recogiendo la tierra con las manos, pero luego la emoción pudo con ella y se sentó a llorar en el suelo.
– Las ha mordido todas excepto a Regina -Jane se inclinó y tomó el tallo de la planta. Sus ojos se llenaron de lágrimas nueva Tenía esta planta desde los once años.
Will se la quitó de la mano.
– ¿No se puede hacer nada? -preguntó.
– Sí, puedo replantarlas o tomar esquejes y esperar a que echen raíces.
– ¿Entonces por qué lloras?
Jane se cubrió el rostro con las manos y sollozó.
– No lo sé -y era verdad. Sabía que cada día que pasaba se le hacía más difícil ignorar sus sentimientos por Will, que se había comido sus cenas horribles y tolerado su gusto decorativo cuestionable, que había hecho lo posible por ayudarla a vencer sus malos humores. La conocía mejor que ningún otro hombre del mundo y aun así no podía permitirse amarlo.
Reprimió un sollozo y dejó caer las manos a los costados. Will se arrodilló delante de ella y le miró la cara con la frente arrugada por la preocupación.
– Lo siento, no sabía que Thurgood haría algo así, yo nunca he tenido plantas. Le gusta escarbar fuera y quizá tenía que haber supuesto que lo haría.
Jane le miró la boca y sólo pudo pensar en lo mucho que deseaba que la besara de nuevo. Todo parecía siempre mucho mejor cuando estaba en sus brazos. Tragó saliva con fuerza y se agarró las manos.
– Tenía que hacer cerrado la puerta.
– Dime lo que debo hacer -musitó él.
Le acarició las pantorrillas con gentileza y Jane cerró los ojos e intentó recordar su determinación y erigir las barreras que la habían protegido de sus deseos.
– No tienes que hacer nada -contestó con voz débil.
– Quiero hacerlo, dime lo que quieres que haga.
Ella gimió interiormente, sabedora de que su respuesta no tendría nada que ver con las plantas. ¿Por qué lo combatía tanto? Por una vez en su vida tenía ocasión de conocer la auténtica pasión, de estar con un hombre que encarnaba su fantasía sexual por excelencia. Y no podía decidirse a hacer el primer movimiento, a poner sus necesidades y deseos por encima del código de conducta estricto que le había inculcado su madre. Quería que volviera a besarla y no parara en mucho rato. Y tampoco le importaría que acabaran arrancándose la ropa y haciendo el amor.
– ¿Jane?
Ella parpadeó y se sorprendió mirando fijamente la boca de él.
– ¿Qué?
Will se enderezó y le tendió la mano.
– Vamos -tiró de ella por el pasillo en dirección a su dormitorio-. Tienes que alejarte de ahí -se sentó con ella en el borde de la cama-. Ahora dime lo que puedo hacer para salvar tus plantas.
– Pue… puedes ponerlas en agua – murmuró ella-. O envolverlas en toallas de papel mojadas. Yo traeré tierra para replantarlas.
– ¿Por qué no te tumbas y te relajas mientras me ocupo de eso? Puedo traerte tierra del jardín del vecino.
– No es la tierra que necesito.
– ¿Hay más de un tipo de tierra? -preguntó él.
Jane asintió.
La del jardín tiene muchos microbios y enfermedades de hongos. Y no transpira bien y.
Will le puso un dedo en los labios.
– Nada de tierra del jardín -dijo-. Vuelvo enseguida.
De pronto, se sentía cansada, como si el deseo y la indecisión hubieran agotado sus últimas reservas de energía. Se acurrucó en la cama y cerró los ojos. ¿Por qué había firmado aquel contrato? Porque esperaba que un día él volviera a ella como un caballero de brillante armadura, agitando el contrato en la mano y declarándole amor eterno. Y aunque la fantasía parecía ahora una tontería, una parte de su corazón aún quería que fuera verdad, quería el final de cuento de hadas.
Cerró los ojos para apartar aquella idea ridícula de su mente. Había hecho un plan encaminado a proteger su corazón de los encantos de Will, pero cuando lo hizo, no esperaba que fuera tan difícil cumplirlo.
– Si esto sigue así, tendrán que ingresarme en una institución mental antes de los tres meses -susurró.
Oyó a Will moverse por el pasillo y pensó levantarse a ayudarlo, pero su cama era muy cómoda y todavía no estaba preparada para verlo y fingir que no sentía nada. Permaneció inmóvil, con los ojos cerrados, esforzándose por reconstruir las barreras que usaba para protegerse.
– He limpiado ese desastre.
La voz de él era suave y tan cercana, que sentía el cosquilleo de su aliento en la mejilla. Jane abrió los ojos despacio y lo descubrió arrodillado al lado de la cama.
– Aunque algunas heridas son graves, creo que sobrevivirán todos los pacientes. Los he devuelto a las macetas y les he echado agua; están en la bañera, con la puerta del baño cerrada. También le he echado un buen sermón a Thurgood y ha prometido no volver a cenarse tus plantas.
Jane sonrió débilmente.
– Gracias.
Will estiró el brazo y le pasó un dedo por el labio inferior.
– Eso está mejor. No me gusta verte llorar. Sé que amas tus plantas y si alguna…
– No lloraba por eso -murmuró ella-. Sólo son plantas.
El hombre frunció el ceño y le acarició la mejilla.
– ¿He hecho algo malo?
Jane respiró con fuerza, dividida entre el deseo de decir la verdad y el de guardar sus sentimientos para sí misma. Acabó optando por la verdad.
– Me he esforzado mucho para que no me gustes.
Will sonrió y la miró a los ojos.
– Lo he notado. ¿Y cómo te va en ese sentido?
– No muy bien -admitió ella, con ojos otra vez llenos de lágrimas-. No esperaba que fueras tan bueno conmigo.
– No es difícil ser bueno contigo -la besó en los labios y ella cerró los ojos y se permitió disfrutar del momento sin vacilar; pero terminó demasiado pronto.
Will apoyó su frente en la de ella, que sintió que se le aceleraba el pulso. ¿Cómo era posible que un beso de él provocara más pasión que una seducción completa de otro hombre? Controlaba ya su corazón y ahora asumía también el control de su cuerpo. Sus labios estaban muy cerca, invitándola a perderse en otro beso más.
– ¿Ahora estás bien? -preguntó él.
Jane negó con la cabeza.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Will.
Ella tragó saliva con fuerza. Tardó un momento en hablar.
– Bésame otra vez.
Will pareció sorprendido por la petición, pero obedeció en el acto. Jane reprimió un gemido y se abrazó a su cuello.
Él se dejó caer de rodillas a su lado y ella supo que era eso lo que quería y lo que necesitaba. No podía pensar en remordimientos ni en nada de lo que pudiera ocurrir en el futuro. El presente estaba tumbado a su lado y quería disfrutarlo mientras durara.
Will le besó los ojos, la nariz y la barbilla e introdujo los dedos en su pelo. Jane se regodeó en el tumulto de sensaciones que inundaban su cuerpo y cada vez que él volvía a su boca lo besaba más profundamente en un acto mudo de ofrecimiento.
Se arqueó en dirección a sus manos, que empezaron a bajar por su cuerpo. Se sacó la blusa de los vaqueros y Will de inmediato deslizó sus manos en el interior de la prenda y la arrastró encima de él.
Su contacto con la piel de ella era eléctrico y le calentaba la sangre. Jane le acarició el pecho y llevó las manos a su corbata. Tiró de la seda, pero no pudo desatar el nudo y Will la colocó de espaldas y se puso de rodillas a su lado.
Sus ojos azules examinaban el rostro de ella. Se quitó la corbata y Jane buscó la camisa y empezó a abrirle los botones. Él la ayudo a retirar la prenda y un segundo después volvía a tumbarse encima de ella, con el calor de su cuerpo atravesando la delgada blusa femenina.
Jane lo había visto casi desnudo la primera noche, cuando se asomó a su dormitorio, pero mirarlo a distancia no se podía comparar a tocarlo. Piel suave, músculos duros… todo aquello era suyo para explorar y valorar. Fue depositando besos desde el cuello hasta el pecho y él se estremeció cuando le rozó el pezón. Will deslizó las manos en el pelo de ella y la besó con pasión renovada.
Su lengua entraba y salía de la boca de ella en un preludio seductor de lo que podían compartir juntos. Jane no quería que quedaran dudas en cuanto a sus deseos. Encontró la hebilla del cinturón de él y la desabrochó, consciente de que su acción sólo podía interpretarse de un modo: quería que le hiciera el amor. Abrió el botón y tiró de la cremallera, pero Will le sujetó la mano y se apartó.
La joven lo miró a los ojos, sobresaltada por su expresión. Tenía la mandíbula tensa y los ojos vidriosos de deseo.
– ¿Qué quieres? -susurró contra el cuello de ella.
– Quiero… hacer el amor.
En cuanto lo hubo dicho, deseó retirarlo. No porque hubiera cambiado de idea, sino porque no lo había dicho bien. ¿Lo suyo sería hacer el amor o satisfacer una necesidad física? Suspiró para sí. ¿Había alguna diferencia? Si la había, quizá debería salir de su cama y de su vida en aquel mismo instante.
– Quiero sexo -corrigió.
– ¿Estás segura? -murmuró él.
Jane se levantó de la cama y permaneció de pie al lado. Se sacó la blusa por la cabeza, sin desabrocharla y buscó el botón de los pantalones con dedos temblorosos, pero él la detuvo y se colocó de pie a su lado. La abrazó sin decir nada y bajó las manos por su piel desnuda.
Fueron desnudándose mutuamente atrapados en un beso interminable, con Jane volviéndose más osada con cada prenda de ropa que apartaban. Contuvo el aliento cuando él le bajó los vaqueros por las piernas y la ayudó a salir de ellos. Bajó las manos por los brazos de él. Su cuerpo era más hermoso de lo que habría podido soñar, de miembros largos y músculos finos, pura simetría masculina. Pero sus manos eran perfectas, de dedos largos e impacientes por acariciar.
Levantó las manos de él hasta el cierre entre sus pechos. Will desabrochó el sujetador con lentitud y trazó con los dedos un sendero por la piel de ella, rodeando los pezones erguidos antes de apartarse. Jane se sentía mareada de deseo y con el cuerpo cosquilleante de anticipación. Luchó por mantener los ojos abiertos y mirar cómo seguían los labios de él el camino que habían recorrido antes los dedos.
Empezó a impacientarse. Un calor húmedo se había establecido entre sus piernas y el anhelo crecía con cada caricia. Encontró la cinturilla del calzoncillo de él y bajó la mano hasta el pene erecto. Will dio un respingo, terminó de desnudarlos rápidamente a los dos y volvió a tumbarla en la cama.
Encontró el punto húmedo del deseo de ella y empezó a acariciarlo. Jane se retorcía debajo de él, atónita por las sensaciones que atravesaban su cuerpo. Nunca había tenido un orgasmo con un hombre, pero sabía que esa vez estaba a punto. Cuando él deslizó un dedo en su interior, ella gritó:
– Por favor -y se arqueó contra su mano.
Todos los pensamientos y todos los nervios de su cuerpo estaban centrados en la caricia de él. Era a la vez su amante y su torturador, la empujaba en dirección al clímax y luego la apartaba, obligándola a pedirle más. Cuando al fin le dio el preservativo, ella estaba frenética por sentirlo dentro. Ella se lo puso con rapidez y tiró de él encima de ella.
Pero Will dio la vuelta y la colocó a ella a horcajadas sobre él. Jane se movió despacio a lo largo de su erección, acercándose cada vez más al orgasmo. Will la contemplaba con ojos entrecerrados por el deseo y resistiendo claramente su orgasmo para esperarla.
Y de pronto tomó las riendas y fue él el que empezó a moverse, primero con movimientos superficiales y luego más profundos, enterrándose en ella hasta el fondo. Jane se acopló a su ritmo y, cuando él deslizó los dedos entre sus cuerpos y volvió a tocarla, gritó con fuerza.
El orgasmo atravesó su cuerpo y la dejó sin aliento. Tembló alrededor de él, que aumentó el ritmo de sus movimientos. Un instante después, se unió a ella en el clímax murmurando su nombre.
Yacieron juntos largo rato, sin moverse ni hablar. Y luego él encontró su boca y gimió suavemente contra sus labios. Jane suspiró y sonrió, saciada y convencida de que nunca sentiría con otro hombre lo que sentía con él.
– Eres muy hermosa -murmuró él; le apartó el pelo de la frente-. ¿Cómo es que estás en la cama conmigo y no con algún otro tipo con suerte?
– Firmé un contrato hace seis años – dijo ella.
A él se le borró la sonrisa.
– ¿Ése es el único motivo?
– Estoy aquí porque no hay ningún otro sitio donde quiera estar -dijo ella; lo besó en los labios-. Te deseaba tanto como tú a mí. Y el contrato no tiene nada que ver con eso.
Will, complacido con su respuesta, la atrajo hacia sí, con el trasero de ella bien apoyado en su regazo. Le pasó las manos con gentileza por los brazos y los muslos,como si necesitara cerciorarse de que no se iba a marchar.
Jane cerró los ojos y se perdió en sus caricias, consciente de que, si seguía con ellas, volvería a desearlo. En realidad lo había deseado siempre, desde que lo conociera.
Y ahora se había rendido, cambiado su alma por una noche de pasión. Y allí, abrazada a él, no conseguía lamentar su decisión. Al fin había encontrado lo que le faltaba en la vida, un deseo que la inundaba por completo. Y aunque no tuvieran nada más que eso, sería suficiente, le bastaba con saber que una noche especial había amado a Will McCaffrey y él la había amado a su vez.
Will abrió los ojos despacio a la luz de la mañana que entraba por los huecos de las cortinas de su cuarto. Suspiró con suavidad y comenzó a recordar lo ocurrido la noche anterior. Tendió la mano al otro lado de la cama y le sorprendió encontrarlo vacío y frío.
Se tumbó boca abajo y sonrió adormilado. Tal vez a ella le apeteciera largarse a escondidas, pero no siempre sería así. Después de lo que habían compartido, sabía que habría un momento, quizá en un futuro muy cercano, en el que preferiría dormir y despertar en sus brazos.
Acercó la almohada a su cara y respiró hondo. El aroma de ella hizo acudir los recuerdos a su mente. Siempre se había considerado un experto en los deseos de las mujeres, pero Jane era distinta. A veces se mostraba distante y otras le arrancaba la camisa y lo tocaba de modo provocativo.
Su reacción ante ella lo había pillado por sorpresa, aunque sabía que era la mujer más sexy que había conocido. Con Jane había sentido algo diferente, una conexión que hacía que su pasión fuera aún más intensa. No era virgen, desde luego, pero nunca una noche le había parecido tan nueva y tan excitante como con ella.
– ¡Oh, diablos! -exclamó.
Se colocó de espaldas y se tapó los ojos con el brazo. Lo que había empezado como un simple contrato entre amigos había dado paso a una madeja tan complicada que era imposible desliarla, una madeja formada por los sentimientos de ambos, los motivos que los juntaban y los secretos que podían separarlos.
Jane no lo amaba y eso le dolía. Por primera vez en su vida, quería que una mujer se enamorara locamente, que lo mirara como si fuera el único hombre del universo. Pero cada vez que lo miraba a los ojos, leía en ella duda y aprensión.
Maldijo su decisión de utilizar el contrato contra ella. Quizá, si se hubiera esforzado por conquistarla de otro modo, ella podría haber aceptado una cita y, cuando hubiera pasado un tiempo apropiado, habrían decidido irse a vivir juntos. El matrimonio hubiera sido la consecuencia natural de todo ello.
– Matrimonio -musitó.
Unos meses atrás, esa palabra le había dado miedo y, sin embargo, ahora le gustaba la idea. Se imaginaba casado con Jane, construyendo una vida con ella. Los sentimientos que crecían en su interior eran lo bastante fuertes como para ahogar sus dudas sobre un compromiso de por vida. Suspiró. Por primera vez desde el ultimátum de su padre, pensaba que podía tener razón. Tomarse la vida en serio podía ser algo bueno.
Oyó el timbre de la puerta y frunció el ceño. ¿Quién podía ser tan temprano? Se puso unos vaqueros y la camisa del día anterior. Mientras se vestía, vio la ropa de Jane esparcida por el suelo. Se detuvo a recoger el tanga de encaje, lo guardó en el puño y bajó corriendo las escaleras.
– Buenos días -dijo Selma, animosa, en cuanto le abrió la puerta.
Will, que esperaba encontrarse con Jane, la miró sorprendido.
– Hola. Jane se ha ido ya a trabajar.
La expresión de la mujer se hizo más seria.
– Me está evitando -declaró-. La presiono demasiado -sonrió con aire de disculpa-. A veces me dejo llevar por el entusiasmo.
Will cerró la puerta y se dio cuenta de que llevaba el tanga de Jane en la mano. Lo guardó rápidamente en el bolsillo de atrás y siguió a la mujer a la cocina, donde Selma empezó a preparar café en el acto.
– Está muy ocupada en el trabajo.
– ¿Sabes si piensa seguir trabajando cuando os caséis?
Will se encogió de hombros.
– No hemos hablado de eso.
– El matrimonio requiere una gran cantidad de tiempo y de compromiso. Mi marido y yo estamos juntos sólo por un motivo, hemos trabajado mucho nuestra relación. No me interpretes mal, el matrimonio es algo maravilloso. Es como un jardín, lleno de flores hermosas y aromas seductores pero tiene sus estaciones, sus épocas buenas y malas. Y a veces la maleza y los mosquitos lo cubren todo y ya no puedes ver la belleza. Hay que cuidar el jardín, hijo. Arrancar la maleza y fumigar contra los mosquitos. ¿Comprendes lo que digo?
Will frunció el ceño.
– Creo que sí.
– No quiero que me interpretes mal. Estoy segura de que os irá muy bien juntos, es sólo que a ella le ha llevado mucho tiempo llegar a este punto de su vida.
– Sólo tiene veinticinco años -repuso él-. No es una solterona.
– Gracias a ti -Selma le dio una palmadita en el brazo-. Le has hecho olvidar a aquel chico horrible de su pasado.
– ¿Qué chico?
– No lo sé. En algún momento de sus dos primeros años en Northwestern se enamoró, pero nunca lo trajo a casa y lo llevo muy en secreto. Creo que debió ser un amor no correspondido.
– ¿Ella le habló de ese chico? -preguntó Will.
Selma se ruborizó.
– No, lo leí en su diario. En Navidad lo dejó un día fuera y le eché un vistazo. Ya sé que soy una mala madre, pero me preocupaba verla tan distante y ensimismada. Creía que podía estar tomando drogas.
– ¿Y qué averiguó? -preguntó Will con curiosidad.
– Siempre lo llamaba por sus iniciales, P.C. Pero seguro que no tienes nada que temer. Eso fue hace años y probablemente se habrá olvidado de él.
Pensar en Jane locamente enamorada de otro hombre le produjo un golpe de celos que Will no se molestó en ignorar.
– Tiene razón. Después de todo, ¿por qué iba a casarse conmigo si siguiera pensando en otro hombre? -se puso en pie-. Tengo que irme a trabajar. Esta mañana hay una reunión y…
Selma levantó una mano.
– No digas más. Yo tengo una cita con la organizadora de bodas, vamos a elegir invitaciones, pero quiero pedirte algo antes de irme -lo miró con seriedad-. Me gustaría que usaras tu influencia con Jane para que participe más activamente en los planes de su boda.
– Lo intentaré.
Will la acompañó a la puerta. Cuando la cerró detrás de ella, se pasó una mano por el pelo. Había estado inseguro de los sentimientos de Jane desde el comienzo, pero ahora conocía el motivo. Había perdido al hombre que amaba y ahora se había visto obligada a recurrir a él como segunda opción.
Él había vivido debajo de ella en aquella época y ni siquiera había sabido que saliera con alguien; claro que entonces estaba tan ocupado con su vida social, que no tenía tiempo de interesarse por la de Jane. Aun así, ¿cómo podía haberse perdido algo tan importante como que ella se enamorara?
Lanzó una maldición y subió las escaleras hasta su cuarto. Thurgood dormía profundamente delante del armario y Will dobló con cuidado la ropa de Jane y la colocó al final de la cama; luego recogió su chaqueta y pantalones y vació los bolsillos.
Cerró los dedos en torno a la cajita de terciopelo. Seguramente sería una pérdida de dinero, teniendo en cuenta lo improbable que era aún todo; pero había elegido el optimismo sobre el sentido común y creía que al fin había encontrado una mujer a la que valía la pena amar.
Se sentó en la cama y se puso el anillo en el extremo del dedo índice. El diamante refulgía y parecía burlarse de su estupidez. Quizá lo mejor fuera dárselo a Jane, y descubrir qué sentía exactamente. Después de lo de la noche pasada, tenía que creer que había esperanza para ellos. ¿O había sido todo sexo y nada de amor?
Suspiró. Se había pasado la vida persiguiendo sexo sin ataduras y huyendo del amor y el compromiso. Y ahora que al fin daba un paso para iniciar una relación de verdad, le preocupaba que a la mujer en cuestión sólo le interesara su cuerpo.
Devolvió el anillo a la caja y la dejó en la mesilla de noche. Tendría que vivir el presente y, cuando llegara el momento apropiado, le daría el anillo. Pero antes procuraría estar seguro de que lo fuera a aceptar.
Cuando Jane llegó del trabajo, la casa estaba en silencio. Thurgood apenas levantó la cabeza de su lugar en el sofá. La joven deseaba estar un rato a solas antes de ver a Will, pues no sabía bien cómo estaban las cosas entre ellos después de la noche pasada.
Había dormido muy poco, prefiriendo contemplar a Will a la luz nocturna que entraba por la ventana. ¿Cuántas veces había fantaseado con una situación así? Y sus fantasías siempre habían estado llenas de romanticismo, palabras elocuentes y gestos galantes, pero en la realidad había sido todo pasión… lujuria desinhibida.
Por primera vez en su vida, se había rendido por entero y dejado que un hombre la llevar a lugares a los que había tenido miedo de ir en el pasado. La mera idea de lo que habían hecho bastaba para ruborizarla. El modo en que se habían tocado y besado… No se habían dicho palabras bonitas ni declaraciones, pero habían compartido una conexión que no se podía negar.
De camino a su cuarto, se sacó el suéter por la cabeza. El día había sido agotador, sobre todo por la falta de sueño. Fue a mirar el reloj, pero no lo llevaba en la muñeca. Se lo había quitado la noche anterior en el cuarto de Will y había olvidado ponérselo esa mañana. Calculaba que tendría una hora o así hasta que él volviera.
– Una siesta o un baño -murmuró.
Optó por la siesta. Se quedó en ropa interior y apartó la sábana, pero cuando iba a meterse, decidió recuperar el reloj y la ropa que había dejado en el cuarto de Will.
Cruzó el pasillo. La cama estaba como la habían dejado, con la ropa revuelta. Imágenes de lo sucedido la noche anterior cruzaron por su mente. Subió a la cama con una sonrisa y enterró el rostro en la almohada.
Cerró los ojos y dejó vagar sus pensamientos, llenando su mente de recuerdos: la sensación de la piel de él bajo los dedos, el sonido de su voz, el olor de su pelo, húmedo en la nuca. Se colocó boca abajo con un gemido y tendió la mano para buscar su reloj en la mesilla, pero sus dedos tropezaron con una cajita.
La tomó y se incorporó sobre los codos. La abrió con curiosidad y dio un respingo. En el terciopelo negro había un diamante enorme montado en platino, el mismo anillo que ella había señalado en Bloomingdale's. Cerró la caja y volvió a dejarla en la mesilla, pero no pudo resistir la tentación de echar un segundo vistazo.
El anillo era exquisito. Aunque lo había elegido en un capricho, tenía que admitir que era el anillo más hermoso del mundo. ¿Pensaría dárselo Will? De no ser así, no tendría sentido que lo hubiera comprado. ¿Y qué diría ella si se lo ofrecía? Se lo colocó en el dedo. Definitivamente, no era una joya que pasara desapercibida.
– Sí, estamos prometidos -dijo a una persona invisible-. Y éste es mi prometido extendió la mano ante ella y suspiró.
Aun suponiendo que se lo ofreciera, no podría aceptarlo. Lo guardó en la caja y la devolvió a la mesilla. Will había dejado claro que, de no ser por las presiones de su padre, no habría pensado en el matrimonio. Para él era un buen negocio conseguir la compañía de su padre a cambio de una esposa, pero Jane quería ser algo más que el medio para conseguir un fin. Quería ser el premio que vale la pena ganar, no un ascenso laboral.
No podía confiar en que la amara y no podía permitirse amarlo.
– ¿Por qué, entonces, seguir con esto?
– murmuró al salir de la cama-. Márchate ya, antes de que sea tarde.
Fue a su cuarto, se puso los vaqueros y un jersey y bajó a la planta baja. Había llevado consigo tierra y decidió replantar sus plantas. Cuando estaba limpiando la cocina después de terminar, oyó abrirse la puerta de atrás y Thurgood se incorporó y salió a recibir a Will. Jane se quedó un momento sin habla al verlo. Aunque iba completamente vestido, con traje y corbata, ella sólo veía al hombre con el que había hecho el amor la noche anterior.
– Hola -murmuró.
Will le sonrió.
– Hola -se acercó y le dio un beso en los labios-. Esta mañana te he echado de menos.
– Tenía que madrugar -mintió ella-. ¿Qué tal tu día?
– Largo. Desde que he llegado al despacho, sólo he podido pensar en volver a casa.
– ¿Y eso por qué? -pregunto Jane. Sacó una botella de vino del frigorífico.
Will le masajeó los hombros con gentileza y le besó el cuello.
– ¿Y tienes que preguntarlo?
Jane cerró los ojos para disfrutar mejor de su caricia. Sabía que, si se volvía, él estaría allí, dispuesto a darle otro beso apasionado que sólo podía conducir al dormitorio y a una repetición del encuentro de la noche anterior. Pero ya se había rendido una vez al deseo y no podía permitir que volviera a ocurrir.
– ¿Quieres beber algo? -se apartó unos pasos.
– ¿Estás bien? -preguntó él.
Jane se sirvió un vaso de vino y tomó un trago largo.
– Sí. Estaba pensando en…
– ¿Nosotros?
– No, las fiestas. No hay mucho trabajo y creo que me gustaría tomarme unos días de vacaciones por Acción de Gracias. Y quizá también en Navidad.
– Unas vacaciones estarían muy bien – dijo Will-. Podemos ir a algún lugar cálido. ¿Adónde te apetece ir? Hawai puede ser magnífico en esta época del año.
– Yo estaba pensando en ir sola. Creía que te gustaría tener algo de tiempo para ti.
– Jane -dijo él-. Si quisiera estar solo, no te habría pedido que te mudaras aquí.
Creo que, si quieres irte de vacaciones, deberíamos ir juntos, después de las fiestas.
Ella se encogió de hombros.
– Era sólo una idea. Se me ha ocurrido que, si me iba de la ciudad, no tendría que lidiar con mi madre. Ahora que cree que estamos prometidos, querrá celebrar estas fechas a lo grande. Y tengo miedo de que intente darnos una fiesta.
Will suspiró y se pasó una mano por el pelo con aire distraído.
– Esperaba que invitáramos aquí a tu familia y la mía en Acción de Gracias – dijo-. Así tendrían ocasión de conocerse.
Jane lo miró de soslayo y soltó una carcajada.
– Supongo que es una broma.
– No.
– ¿Tienes idea del trabajo que lleva preparar una comida así? Días de planificación, de compras y de cocinar. No sale de la cocina ya preparada y lista para servirse.
– Yo puedo ayudarte -dijo él-. Sólo creo que sería bueno reunir a nuestras familias y el día de Acción de Gracias me parece la oportunidad perfecta. Y no será para tanto. Tus padres, el mío, mi hermana, su marido y sus tres hijos…
Contigo y conmigo, seremos sólo diez personas.
– ¿Por qué te empeñas tanto en esto?
– Y si no quieres cocinar, podemos traer la comida hecha.
– No puedes comprar hecha la comida de Acción de Gracias. No está bien.
– ¿No puedes? -preguntó Will. Apartó la vista.
Jane lo miró largo rato y sintió un nudo en el estómago.
– ¿Qué has hecho? -preguntó.
– Tu madre llamó a mi padre para invitar a nuestra familia a su casa, pero mi padre quería que fuéramos todos a la suya y ninguno de los dos parecía dispuesto a ceder, así que yo he invitado a tu familia y a la mía a venir aquí, a nuestra casa.
Jane soltó un gemido.
– No, no, no, no. No puedes hacer eso. Creí que habías aprendido la lección cuando invitaste a mi madre y a la organizadora de bodas.
– Yo no la invité, se invitó sola. Vamos, Jane. Todo esto forma parte del conocerse mejor, ¿no crees? Tenemos que ver cómo lidiamos con situaciones de presión y estas fechas lo son.
– Estoy segura de que tendremos estrés suficiente la próxima hora, mientras discutimos por qué los prometidos o los maridos o los amigos invitan a diez personas a comer en la casa de los dos sin comentarlo antes con el otro.
– ¿Es imprescindible que tengamos una discusión? ¿No puedes simplemente gritarme un poco y luego nos besamos y hacemos las paces?
– No intentes seducirme, amiguito -le advirtió ella-. No dará resultado.
– Anoche sí funcionó -Will la abrazó por la cintura-. Adelante. Grítame. Estoy preparado.
Jane suspiró. ¿Por qué se molestaba en intentar combatir aquello? Estaba perdida antes de empezar. Sólo tenía que tocarla y su enfado se evaporaba. Su única defensa era mantener las distancias, alejarse de sus manos y sus labios.
– Si vamos a hacer aquí la comida de Acción de Gracias, tengo mucho trabajo – dijo. No tienes cazuelas, sartenes, vajilla, cristalería ni manteles y servilletas. Ni siquiera tienes una mesa de comedor decente. ¿Dónde vamos a dar de comer a toda esa gente?
– Podemos hacer un bufé.
Jane imaginó a diez personas de pie en la cocina con platos y tenedores de plástico y se echó a reír. Si quería probarle a Will lo malísima esposa que sería, tenía la oportunidad perfecta el día de Acción de Gracias.
¿Pero estaba dispuesta a renunciar a él? ¿O en el fondo de su corazón creía todavía que era, y sería siempre, el hombre perfecto para ella?