Jane saltó de la camioneta al suelo.
– Te veo mañana por la mañana – dijo-. Ven temprano, tengo que llevar dinero al taller antes de ir al trabajo. Tienen mi coche retenido y, cuanto más tiempo pasa allí, más averías le encuentran.
– ¿Por qué no te quedas tú la camioneta? -preguntó Lisa.
– Porque si te hago venir hasta aquí a recogerme y luego tenemos que ir a Wicker Park a por las herramientas, tengo que salir de casa a las seis y puedo evitar desayunar con Will.
– ¿Ya lo estás evitando? ¿Significa eso que tu plan no marcha bien?
– Le encanta todo lo que hago -repuso Jane con frustración-. Hace dos noches preparé una cazuela de pescado horrible y anoche hamburguesas de tofu espantosas, pero él siempre sonríe y me felicita por la comida. O tiene un estómago de acero o me sigue la corriente.
O es un hombre amable que no quiere herir tus sentimientos. ¿Cuál es el menú de hoy?
Jane sonrió.
– Esta noche toca risotto mal cocido que sabrá como la pasta para el papel pintado. Creo que es hora de pasar a la segunda fase del plan. La decoración. Estoy pensando en un tema magenta mezclado con muchos lazos y fruncidos. Una mezcla de casa de muñecas victoriana y burdel francés. Cuando acabe con su casa, él acabará conmigo para siempre.
– Y eso es lo que quieres, ¿verdad?
Jane asintió.
– Sí -murmuró.
Pensó en el beso que habían compartido unas noches atrás, cerró la puerta de la camioneta y dijo adiós a Lisa con la mano.
Se sentó en los escalones de la entrada y miró la calle con árboles a los lados.
Después de cuatro noches en casa de Will, empezaba a estar agotada. Era muy cansado esforzarse por no bajar la guardia, por mantener las distancias y resistirse a sus encantos.
Suspiró con suavidad. Tenía que admitir que Will no se había mostrado ansioso por repetir la experiencia del beso, y no por falta de ocasiones. Era indudable que no había disfrutado tanto como ella.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y se frotó los brazos a través del abrigo. ¿Cuánto tiempo podía seguir mirándolo todas las noches a través de la mesa, imaginándolo luego dormido en su cama mientras ella yacía despierta? No había pasado ni una semana y ya estaba a punto de derrumbarse bajo la presión del deseo.
– Puede que sea hora de buscarse un abogado -murmuró. Si encontraba el modo de anular el contrato, no tendría que preocuparse de los próximos tres meses, podría marcharse en cuanto el acuerdo le resultara imposible de cumplir, lo que podía ser muy pronto si él decidía volver a besarla…
– O quizá no -susurró.
Había otra opción. Habían acordado pasar tres meses juntos; podía olvidar su cautela y vivir una aventura apasionada con él. Entregarse a una experiencia que tal vez no tuviera nunca con otro hombre. Y luego alejarse sin remordimientos y con muchos buenos recuerdos.
– ¿jane? ¿Qué haces sentada aquí fuera?
La joven se volvió y vio salir a Will por la puerta. Bajó y se sentó a su lado, rozándola con el hombro.
– ¿Cuánto tiempo llevas aquí? -preguntó.
– No mucho. Acaba de dejarme Lisa.
– ¿Ha sido un día duro?
Jane se encogió de hombros.
– Mucha limpieza de otoño -estiró los brazos ante sí-. Siempre me entristece ver que llega el invierno. En todas las demás estaciones del año hay algo que esperar. En primavera hay que planificar y plantar, en verano ver crecer las cosas y en otoño alcanzan su madurez. Y luego se congela y se acaba todo durante seis meses.
– Te estaba esperando -dijo Will.
Se movió al escalón superior, colocó la espalda de ella entre sus piernas y le frotó los hombros con gentileza. Jane cerró los ojos y reprimió un gemido.
– ¿jane?
– ¿Sí?
– Creo que he cometido un error.
– No, así está bien -murmuró ella-. Un poco a la izquierda. Ahí, justo ahí.
– Ha llamado tu madre.
La joven se puso tensa y se volvió a mirarlo.
– ¿Mi madre? -se levantó de un salto-. ¿Por qué…? No sabe que estoy… -bajó los escalones hasta la acera.
– Es culpa mía -admitió él; bajó también hasta quedar frente a ella y le pasó las manos por los brazos-. Supongo que desviarías el teléfono de tu casa al mío y, cuando me ha preguntado quién era, se lo he dicho.
Jane sintió un nudo en el estómago.
– ¿Qué le has dicho?
– Le he dicho que era Will McCaffrey, tu prometido -repuso él-. No sabía qué les habías contado a tus padres.
Jane gimió y volvió a sentarse en los escalones, con las manos en las sienes. Ya tenía bastantes problemas para manejar aquella situación sin tener que lidiar además con su madre. Selma Singleton era inmisericorde en lo referente a los temas amorosos de su hija. En la graduación del instituto, se había mostrado tan desesperada por que Jane tuviera una cita, que había llegado a pagar a un chico para que la invitara.
– Y está dentro -añadió Will.
– ¿Le has dicho dónde vivías? -gritó Jane.
– Tesoro, es tu madre. ¿No crees que tiene derecho a saberlo?
Jane lo apuntó con un dedo acusador.
– No me llames «tesoro». Y no se te ocurra aliarte con mi madre. Está esperando que me case desde que cumplí los dieciocho. Sueña con planear una boda a lo grande; tiene álbumes llenos de vestidos de novia, tartas y flores. Se ha suscrito a tres revistas de novias distintas desde que entré en el instituto y todos los años reserva el salón de baile de su club de campo para la segunda semana de junio. Está obsesionada.
– Hablas como si hubiera desatado las furias del infierno -dijo Will.
Jane se puso en pie y subió hasta la puerta de entrada.
– Comparado con Selma Singleton, Belcebú es la madre Teresa de Calcuta.
La puerta se abrió antes de que la empujara.
– ¡Querida! -su madre salió por ella vestida con su traje rosa favorito de Chanel y sus perlas y la abrazó con fuerza-. ¡Oh, Jane! ¿Por qué no me habías dicho nada? Imagínate mi sorpresa cuando he tenido que conocer a tu prometido por teléfono.
– No es mi prometido, mamá.
– ¿No lo soy? -preguntó Will.
– No digas tonterías -comentó Selma-. Claro que lo es -pasó un brazo por la cintura de Will y estrechó a los dos en un abrazo grupal-. Vamos a entrar a hablar de la boda.
Los miró a los dos y se emocionó de pronto.
– Lo siento -musitó-. ¡He esperado tanto tiempo este momento! Mi niñita ha encontrado al hombre de sus sueños. Es como un cuento de hadas hecho realidad -tomó las manos de los dos y tiró de ellos hacia la casa.
Jane miró a Will y le dedicó una sonrisa de disculpa no exenta de miedo. -Tenemos unos minutos para hablar antes de que llegue Margaret Delancy – dijo Selma. Los condujo a la sala de estar y se sentó en el borde del sofá-. Quiero que me contéis todos los detalles. ¿En qué trabajas, Will? ¿De dónde es tu familia? ¿Cómo os conocisteis? ¿Y por qué no lleva mi hija anillo de compromiso?
Will rió con suavidad.
– Me temo que aún no lo hemos comprado.
Jane se sentó en una butaca cerca del sofá y Will permaneció de pie a su lado, con una mano en el hombro de ella.
– Mamá, ¿quién es Margaret Delancy?
– Esta casa es encantadora -musitó Salma-. Con mucho espacio -miró a su hija-. Aquí hay sitio de sobra para niños -se llevó una mano a los labios como si fuera a echarse a llorar.
Jane se sentó a su lado y le dio una palmadita en la mano.
– ¿Quién es Margaret Delancy? -preguntó de nuevo.
– Es una mujer que planea bodas. En cuanto me he enterado de la noticia, la he llamado y ha dicho que vendría a hablar con nosotros. Llegará en cualquier momento.
– ¿Le has dicho que venga aquí?
– Es bueno estar organizada, querida. Nos ayudará con los detalles. Quiero que tu día especial sea perfecto, ¿tú no? -tomó el rostro de su hija entre sus manos-. Serás una novia guapísima, ¿verdad que sí, Will? Oh, creo que voy a llorar otra vez. Will, pásame un pañuelo, ¿quieres? Nunca llevo uno cuando lo necesito.
Jane miró con temor la expresión extasiada de su madre y la sonrisa divertida de Will. Aquello no iba según lo planeado. La llegada de su madre había añadido una complicación imprevista. Indicó la cocina con la cabeza.
– Mamá, si nos disculpas, quiero hablar un momento con mi prometido.
Tomó a Will del brazo y lo arrastró fuera de la sala.
– ¿Qué? -murmuró él.
– ¿Por qué no le dices algo?
– ¿Qué? Por si no te has dado cuenta, es difícil hablar. Siempre que me mira, se echa a llorar. ¿Y qué quieres que le diga? Parece empeñada en los planes de boda.
– Dile que se marche y se lleve a la planificadora de bodas con ella. Will se encogió de hombros.
– Quizá debamos escucharla. Tengo entendido que planear una boda puede ser agotador. Y tú trabajas muchas horas.
Jane soltó un respingo y le dio un golpe en el hombro.
– No voy a empezar a planear nuestra boda. Aún no llevamos una semana juntos y mucho menos tres meses. Y no he dicho que me vaya a casar contigo, esto es sólo un ensayo de compromiso, ni siquiera es aún un compromiso.
Will la miró a los ojos.
– ¿Ni siquiera quieres considerar la posibilidad de que lo nuestro pueda funcionar? -preguntó.
Jane abrió la boca, pero volvió a cerrarla.
– ¿Tú sí?
– Yo quiero darle una oportunidad – repuso él.
Ella tragó saliva con fuerza.
– ¿En serio?
– Por supuesto. Creía que tú también. ¿Qué daño puede hacer? Habla con ella. Y procura evitar que llore.
Sonó el timbre de la puerta y Jane dio un salto. Will le tomó una mano y la llevó a su pecho. La joven percibía los latidos de su corazón bajo los dedos y cerró los ojos. Cada día parecía que se debilitaban un poco más sus defensas, lo que la llevaba a preguntarse si tal vez podrían crear algo especial juntos.
Will le puso un dedo debajo de la barbilla y le levantó la cabeza para mirarla a los ojos. Bajó la cabeza despacio y le dio un beso tan cálido y dulce, que ella pensó que se iba a derretir allí mismo. Suspiró con suavidad y él le pasó los brazos por la cintura y la besó con pasión.
– ¡Oh! ¿Ha visto eso?
Jane se apartó rápidamente y se tocó los labios con dedos temblorosos. Selma y otra mujer sonreían encantadas en la entrada de la cocina.
– Lo siento -murmuró Jane.
– ¿Verdad que son una pareja muy atractiva? -preguntó Selma-. Mis nietos van a ser muy guapos. Venid. Vamos a sentarnos y hablar de la boda.
Su madre abordaba siempre todos sus proyectos con un entusiasmo sin límites; ya fuera la creación de su rosaleda o su determinación de aprender a jugar al golf, no se rendía nunca hasta que lograba la perfección. Y en cierto sentido, Jane tenía la sensación de que podía hacer realidad uno de sus sueños. Disfrutaría eligiendo las flores más apropiadas y el vestido perfecto, las invitaciones y la comida, y se sumergiría de lleno en la magia de la boda perfecta.
¿Pero qué pasaría cuando se enterara de que no habría boda? Jane abrió la boca, dispuesta a decir la verdad, decidida a cortar a por lo sano. Pero Will se le adelantó.
– Señora Singleton…
– Selma -insistió la mujer-. O «madre», si lo prefieres -apretó los labios para combatir otro ataque emotivo-. Puedes llamarme «madre».
– Selma está bien -dijo Will-. Si no le importa, creo que tendremos que dejar esto para otro momento. Jane acaba de llegar del trabajo y ha tenido un día duro. ¿Por qué no nos llamamos mañana y fijamos una reunión? -se acercó a la mujer, le pasó un brazo por los hombros y la guió hacia la puerta-. Veo que esto va a requerir mucha energía y Jane tiene que estar descansada, ¿no le parece?
– Por supuesto -musitó Selma con tono de disculpa-. ¿Pero no podríamos empezar por unos detalles sencillos? ¿Cuáles son tus flores predilectas, cariño?
– Sus flores predilectas son las rosas inglesas -contestó Will-. A ser posible amarillas o blanco crema.
– ¿Y los vestidos de las damas de honor? -preguntó la planificadora de bodas-. Tenemos que decidir algo en ese sentido. ¿Y la tarta?
– Jane querrá vestidos sencillos pero elegantes, sin muchos adornos. Y su tarta favorita llevaría chocolate, aunque también le gusta con plátano -se volvió a mirarla-. ¿Verdad?
La joven asintió, sorprendida de que se acordara.
– Sí -murmuró-. Quiero una tarta de plátano.
En cuanto lo hubo dicho, habría querido retirar sus palabras. ¿Tarta de plátano? Ella no quería una boda.
– Entonces decidido -declaró Will-. Plátano. Y por encima ese…
– … queso cremoso -dijeron los dos a la vez. Y Jane se mordió el labio inferior.
– ¿Y los colores? -preguntó la organizadora.
Jane miró a Will, retándolo a contestar y adivinar su color predilecto.
– Creo que Jane está muy guapa con los tonos más pálidos de lavanda -dijo él-. Tiene un suéter así que me gusta y ese color resalta sus ojos y su piel y va muy bien con su cabello moreno.
La joven recordó el suéter lavanda que llevaba el día que se encontraron en la calle. Era su suéter favorito y su color favorito. Una sonrisa entreabrió sus labios y una oleada de afecto calentó su corazón. Will conocía su color predilecto y prácticamente había dicho que era guapa.
Por el momento era suficiente para hacerle dudar de su plan de esposa diabólica.
– Dime otra vez por qué estamos aquí -musitó Will.
Jane apretó su mano con fuerza y tiró de él hacia las escaleras mecánicas que llevaban al segundo piso de Bloomingdale's. Odiaba ir de compras y aquel viaje iba a ser una tortura, pero había que hacerlo.
– Lista de bodas -musitó.
Will tenía que derrumbarse antes o después y la lista de bodas había hecho tambalearse a más de una pareja.
Los planes de boda habían empezado con fuerza desde la visita de su madre. Selma llamaba todos los días aunque, para alivio de su hija, había decidido que necesitaban un año por lo menos para planear el gran acontecimiento, lo que les daba tiempo de darle la mala noticia antes de que nadie gastara mucho dinero.
– Creía que no querías casarte conmigo -musitó Will.
Jane lo miró con los brazos en jarras.
– Es sólo para tranquilizar a mi madre. Mirará nuestra lista y nos dará su consejo sobre lo que falta. Podrá opinar sobre porcelana francesa, copas de cristal y tenedores de postre.
Will se encogió de hombros.
– ¿Así que nosotros les decimos que nos vamos a casar y ellos nos dicen lo que necesitamos?
– No, nosotros les decimos lo que queremos de regalo de boda -explicó Jane-. Lo elegimos todo y, cuando alguien quiere comprarnos un regalo, viene aquí y mira la lista que hemos hecho.
– Bien -repuso él-. Eso me gusta. ¿Así no acabamos con diez tostadoras y una lámpara espantosa?
– No acabaremos con nada -le recordó ella-. Esto es sólo un ensayo, porque no he decidido casarme contigo.
– Todavía -añadió él. Le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí-. Pero te gusto mucho, ¿verdad? Vamos, puedes admitirlo. Soy un gran tipo y no puedes resistirte a mí, ¿verdad?
Jane pensó que no sabía hasta qué punto acertaba. Sí, le gustaba mucho. Cada día le costaba más trabajo convencerse de que no era el hombre más perfecto del mundo… hasta que se recordaba que todas sus novias habían pensado lo mismo antes de que las dejara confusas y con el corazón roto.
– Eres un gran tipo -admitió-. Y no soy inmune a tus encantos.
– Y todavía no he sacado mis mejores armas.
Jane se preguntó qué querría decir con eso. Juntos recorrieron los departamentos de porcelana y de cristal. Había tanto donde elegir, que a Jane le dolía la cabeza sólo con pensar en ello.
– Empecemos por algo fácil -sugirió-. Sábanas y toallas.
Will la siguió al departamento de ropa del hogar. Jane lo miró por encima del hombro y vio que fruncía el ceño ante las largas hileras de toallas de baño de distintos colores. Eligió una rosa brillante y se la mostró.
– Esta -dijo.
Él la miró con aire dudoso.
– Para ti puede, pero yo no pienso envolverme en esa cosa cuando salga de la ducha -tomó una toalla azul marino-. Yo quiero ésta. Por lo menos con este color sí me puedo mirar al espejo.
Jane intentó no imaginárselo desnudo envuelto en una toalla. Tragó saliva y pensó si allí tendrían toallas transparentes.
– Tenemos que elegir sólo una -dijo-. El matrimonio es eso. Pensar como uno. Hay que aprender a ceder.
– Sí, claro, ¿y tengo que aceptar toallas rosa chillón?
– Son color sandía, no rosa chillón. Y si estuvieras seguro de tu masculinidad, no te preocuparía tanto qué toalla usas.
Will abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Tiró de ella hacia la zona de las cortinas de ducha. Cuando quedaron ocultos del resto de los clientes, la besó con fuerza y jugueteó con la lengua en sus labios hasta que ella devolvió el beso con la misma pasión.
Jane creyó que se detendría allí, pero él separó la chaqueta de ella y deslizó las manos bajo el suéter. Cuando sintió sus manos frías en la piel, respiró con fuerza y se apretó más contra él. Sabía que había gente cerca, pero no podía detenerse. El peligro de que los descubrieran contribuía a excitarla aún más.
Las manos de él se cerraron en torno a sus pechos y acarició los pezones por encima del sujetador. Un anhelo delicioso se instaló en el vientre de ella, que gimió con suavidad y le sacó la camisa del pantalón. Buscó el vientre plano de él con las manos y las bajó hasta rozar su erección, caliente y dura bajo los vaqueros.
Will le mordisqueó el cuello y le besó la oreja.
– No creo que tengamos que cuestionar mi masculinidad -susurró.
Jane abrió los ojos de golpe y vio que la miraba sonriente. Se apartó con un gruñido de frustración y ordenó rápidamente su ropa.
– No eres tan encantador -dijo-. Y elegiremos toallas rosas. -Sandía -le recordó él.
Ella le tiró la toalla a la cabeza.
– Vamos a pasar a las sábanas -dijo.
– Buena idea -musitó él-. Pasemos a la cama.
– Que puedas convertir una lista de bodas en un juego sexual no significa que tengas muchos encantos -musitó ella.
Will le tomó una mano y la obligó a detenerse.
– ¿Crees que no sé lo que haces? Vamos, Jane, no soy tonto. Me quieres volver loco con tus horribles comidas y tu gusto hortera para que rompa contigo.
– ¿Mis comidas horribles? -preguntó ella. Buscó una excusa, una explicación alternativa, pero no se le ocurrió nada.
– Olvidas que cenábamos a menudo juntos en la universidad -dijo él en voz baja-. Y eras una cocinera excelente. Y no recuerdo que el rosa chillón fuera tu color favorito.
Le acarició la mejilla y la miró a los ojos. Sonrió con malicia.
– Olvidémonos de las sábanas -dijo-. Tengo una idea mucho mejor -tiró de ella hacia los ascensores-. Hay que comprar algo mucho más importante.
– ¿Qué puede ser más importante que las sábanas?
– Ya lo verás.
Esperaron a que se abriera la puerta y Will pulsó el botón del primer piso. Cuando salieron, la tomó de la mano y tiró de ella hasta la sección de los anillos de diamantes.
– De acuerdo -dijo-. Tú querías un diamante grande. Elige uno.
Jane dio un respingo. -¿Qué?
– Ya me has oído. Elige uno. El anillo que quieras es tuyo.
– Yo no voy a elegir un anillo de compromiso.
– ¿Por qué no? -preguntó Will, enarcando las cejas-. Estamos eligiendo sábanas y toallas sin motivo, pero el anillo sí entraba en el trato, ¿recuerdas? -saludó con la cabeza al dependiente que había detrás del mostrador y señaló unos anillos expuestos sobre terciopelo-. Queremos verlos.
– No, no queremos -replicó Jane. Una cosa era elegir toallas y otra aquello. Pedir un anillo grande había sido sólo la primera idea de su plan de boicotear el ensayo; jamás había tenido intención de obligarlo a comprarlo-. Vámonos.
– No, quiero que elijas uno -insistió él-. Vamos, no puede ser tan difícil. A todas las mujeres les gustan los diamantes.
– Yo no soy todas las mujeres.
Will sonrió.
– No, no lo eres. Eso lo sé.
– Pero si lo fuera -siguió ella-, elegiría éste -señaló un diamante enorme montado en platino-. Y si has terminado de hacer el tonto, vamos arriba a elegir sábanas.
Se volvió hacia los ascensores, pero Will se quedó atrás a hablar con el dependiente. Poco después, la alcanzó y le pasó el brazo en torno a la cintura.
– No vamos a elegir sábanas rosas chillón dijo-. Me niego.
Jane sonrió para sí.
– Eso no parece una postura muy flexible.
– No tengo por qué ceder hasta que estemos casados -musitó él-. Hasta entonces no habrá nada rosa en mi casa ni más hamburguesas de tofu.
Will abrió la cajita de terciopelo y miró el anillo de diamantes. Hacía dos días que lo llevaba encima, sin decidirse a dárselo a Jane. Seguramente no había sido la mejor compra, teniendo en cuenta que al fin habían salido a la luz los verdaderos motivos de ella. Su juego había terminado y sólo quedaba la realidad de su situación.
Cada vez que se besaban, Will se sumía en un mar de confusión. Lo que había empezado como una sencilla amistad, se había complicado de pronto; el deseo se había mezclado con el sentimiento hasta que ya no sabía lo que quería en realidad.
¿Y qué quería Jane? Cuando la besaba, no tenía la impresión de besar a una mujer empeñada en destruir su tenue relación, sino a una mujer que lo deseaba tanto como él a ella.
Se echó hacia atrás en la silla del despacho y levantó el diamante a la luz. La intimidad entre ellos crecía, los besos se hacían cada vez más intensos. La noche anterior, uno de esos besos había llevado a una sesión erótica en el sofá.
Había decidido no presionarla, pero no sabía si podría aguantar mucho más. Los dos eran adultos normales con necesidades normales.
Una llamada a la puerta lo sacó de sus pensamientos. Levantó la vista y vio a su padre en el umbral.
– Anoche tuve una llamada -dijo.
Will cerró la cajita y la guardó en el bolsillo de la chaqueta.
– ¿Estás esperando que adivine de quién era? -preguntó.
– ¿No lo sabes?
– No -repuso Will-, pero sospecho que me lo vas a decir.
– Me llamó tu futura suegra, quería invitar a la familia en Acción de Gracias. Al principio pensé que sería una loca, pero cuando me dijo que mi hijo, Will McCaffrey, estaba prometido con su hija, Jane Singleton, me vi obligado a pensar que quizá debía ser la verdad. ¿Estás prometido?
Will no sabía qué contestar. Legalmente, podía afirmar que Jane y él tenían un acuerdo de matrimonio, pero hasta que ella le prometiera amor eterno, prefería pensar que estaban «temporalmente unidos» y no prometidos del todo, aunque tampoco tenía por qué contar toda la verdad.
– Eso era lo que querías, ¿no?
Quería que te tomaras tu vida en serio. ¿Vas en serio con lo de ese matrimonio?
– Sí -en cuanto lo hubo dicho, Will comprendió que era verdad. Iba en serio con Jane, no era una mentira para aplacar a su padre. Empezaba a creer que había encontrado a la mujer ideal años atrás y le había llevado todo ese tiempo volver a encontrarla.
– ¿Y no vas a dejar a ésta como a todas las demás?
– No puedo prometerte que no haya momentos difíciles, pero tú tenías razón. Es hora de que empiece a tomarme la vida en serio.
Su padre asintió con la cabeza.
– ¿Y quién es esa chica?
– Se llama Jane Singleton y nos conocimos en la universidad. Ella empezó tres años después que yo, pero vivía en el apartamento encima del mío.
– ¿Qué clase de chica es?
– ¿Qué narices significa eso? -preguntó Will, malhumorado-. ¿Y qué más da? Tú querías que me casara y me voy a casar. Con quién me case no es asunto tuyo.
Su padre lanzó una maldición.
– Yo quiero que te cases con una mujer a la que ames. Quiero que seas feliz,
– Y lo que tú quieres para mí siempre ha sido más importante que lo que quiero yo para mí.
– No vamos a entrar ahora en eso – dijo Jim McCaffrey-. ¿Quieres que acepte la invitación, sí o no?
– No lo sé -Will se levantó y se acercó al sofá, donde tomó el abrigo que había dejado antes allí-. No sé lo que vamos a hacer ese día. Hablaré con mi prometida y te lo diré.
Salió del despacho, resistiendo el impulso de provocar una pelea con su padre y quemar sus frustraciones con la persona responsable de aquella locura. De camino a su coche, intentó averiguar por qué estaba tan enfadado. ¿Por las exigencias de su padre, su manipulación y sus ridículas expectativas? ¿O era que no quería recordar lo que había devuelto a Jane a su vida?
Unas semanas antes, todo parecía muy sencillo. Usaría el contrato para reintroducir a Jane en su vida y probarle a su padre que podía encontrar una chica con la que casarse, aunque no se casara con ella. Pero sus sentimientos crecientes por Jane no tenían nada de sencillo, eran confusos e intensos,.y completamente inesperados.
De camino a su casa intentó poner en orden sus pensamientos. Le gustaba saber que encontraría a alguien en su casa, y ahora que la cocina de Jane había mejorado considerablemente, él había empezado a salir una hora antes del despacho para estar allí cuando ella llegaba a casa.
Pero cuando entró en el garaje, encontró la camioneta de ella ya allí. Salió del coche silbando y entró en la casa. Thurgood salió a recibirlo con un ladrido suave. Will se inclinó a rascarle las orejas y vio algo en su hocico.
– ¿Qué es esto? ¿Has vuelto a escarbar en el barro?
Se incorporó y cruzó la cocina hacia la sala de estar, con el perro trotando detrás.
¿Jane? -la planta baja de la casa estaba en silencio. Subió las escaleras de dos en dos y se acercó al dormitorio de ella-. ¿Jane?
– Márchate -dijo ella.
Su voz sonaba temblorosa. Will llamó a la puerta con los nudillos y la abrió despacio. Miró la escena que tenía ante sí.
– ¿Qué narices ha pasado aquí?