Jane abrió la puerta del horno y sacó la bandeja con el pavo, que dejó al lado del fregadero. Lo miró satisfecha; el asado estaba perfecto, lo cual era ya mucho, teniendo en cuenta que todo lo demás estaba resultando un desastre.
Su madre y el padre de Will apenas habían cruzado una palabra civilizada y, después de unos vasos de vino, la atmósfera se había vuelto tensa y emotiva. Cuando no discutían sobre la boda, Selma se encerraba a llorar en el baño y Jim permanecía en un rincón con aire sombrío.
Jane no sabía por qué el padre de Will se portaba así, pero había optado por no entrometerse en el conflicto y afanarse en la cocina. Lisa y Roy habían llegado poco después que la hermana de Will y su familia y se habían ofrecido a ayudarla, mientras Will se esforzaba por distraer a sus sobrinos, dos niñas y un niño, con videojuegos y con la ayuda de Thurgood. Melanie y Ronald conversaban con Edward.
Jane colocó el pavo en una bandeja de plata y puso la sartén en el fuego para la salsa. Miró el reloj. La comida tardaría una hora más por lo menos y, si tenía suerte, todos podían estar fuera de allí a las cuatro.
– Tiene muy buen aspecto -comentó Lisa, animosa.
Jane siguió removiendo la salsa.
– Menos mal que estás aquí. No sé qué habría hecho sin ti. No puedo creer que mi madre esté discutiendo con el padre de Will. Odia los conflictos.
– Tu madre es mucho más dura de lo que tú te crees. Además, quiere una boda perfecta para su hija.
– Antes o después, tendré que decirle que no habrá boda. Se le partirá el corazón.
– Puede que no. No creo que esté deseando pasar más fiestas con la familia de Will. A lo mejor se siente aliviada -Lisa se secó las manos en un paño de cocina-. Y puede que sí haya boda -sonrió-. He llenado los vasos de agua. ¿Qué hago ahora?
– Sujeta ese colador encima de ese cazo. Si sirvo salsa con grumos, mi madre se quedará horrorizada.
– Estoy impresionada -comentó Lisa-. Creía que tu plan era ser mala esposa.
– Cambié de idea.
– ¿Por qué?
– Porque Will descubrió mi plan. Y porque, si no hago esto bien, mi madre me echará la culpa y no quiero darle más motivos para llorar. Si están las ensaladas en la mesa, podemos empezar ya. Diles a todos que se sienten y aleja a mi madre todo lo que puedas del padre de Will.
Lisa la abrazó un instante.
– Lo estás haciendo muy bien.
– Quiero que me prometas que, en cuanto se terminen los postres, os levantaréis para marcharos y os llevaréis a todos. Promételo.
Lisa soltó una risita y empujó a Roy en dirección a la sala.
– Diles a todos que la cena está servida.
Un momento después, entraban los niños en la cocina. Will iba detrás. Se colocó al lado de Jane y le pasó un brazo por la cintura.
– ¿Qué quieres que haga?
– Pégame un tiro. Acaba conmigo de una vez.
– De eso nada.
– Esto es culpa tuya. Si no los hubieras invitado, ahora estaría en una playa de Florida bronceándome y bebiendo cócteles.
– Jane, todo está muy bien. La mesa está preciosa y la comida huele de maravilla. Si no saben apreciar todo lo que has hecho, les diré lo que pienso de ellos antes de servirles el pavo.
– Por favor, no empieces otra discusión -le suplicó ella-. Sólo quiero que la comida transcurra agradablemente. Me da igual que odien al comida siempre que no se odien entre ellos.
Will le besó la frente.
– Prometo que te compensaré por esto. La próxima semana seré tu esclavo. Haré todo lo que me pidas.
– Me conformo con que te encargues de recoger y de los platos.
– Es lo mínimo que puedo hacer. ¿Quieres que me lleve ya el pavo?
– Déjalo aquí. Tiene que descansarantes de que lo trinches.
Will puso la mano de ella en su brazo.
– Vamos allá.
Cuando llegaron al comedor, le apartó la silla y esperó a que se sentara. A continuación, tomó una copa de vino y carraspeó.
– Quiero proponer un brindis -dijo-. Por Jane, que ha trabajado mucho para que hoy sea un día perfecto para todos. Y si todos apreciáis sus esfuerzos la mitad que yo, procuraréis que sea un día perfecto para ella, ¿verdad?
Jane se ruborizó y tomó un sorbo de vino.
Mientras comía la ensalada, escuchaba distraída la conversación. Lisa y Roy intentaban animar la situación, pero su madre estaba muda en un extremo de la mesa y Jim se mostraba sombrío en el otro. Will parecía contento viéndola comer y esmerándose por cambiar de tema cada vez que la conversación amenazaba con acercarse al tema espinoso de la boda.
En cierto momento, Jane fue a buscar el pavo, pero cuando llegó al lugar donde lo había dejado, no estaba. Lo único que quedaba en la bandeja era un charco de grasa. El corazón se le paró y siguió con la vista un rastro de grasa que recorría el suelo de la cocina hasta la sala de estar. Caminó hacia allí y, cuando llegó a la altura del sofá, dio un grito.
Thurgood estaba en el suelo, con lo poco que quedaba del pavo entre las patas delanteras. Jane abrió la boca para buscar aire y la impresión la obligó a sentarse. Unos segundos después, llegaba Will hasta ella.
– ¡Oh, vaya! -exclamó. Se acuclilló y tocó el pavo-. Thurgood, ¿qué has hecho?
Jane no sabía si reír o llorar. Al fin, empezó a reír, al principio con suavidad y luego cada vez más histérica. El día entero había sido un desastre. ¿Qué mejor modo de coronarlo? Sus ojos se llenaron de lágrimas y Will se levantó y la miró preocupado.
– ¿Estás bien? -preguntó.
Jane movió una mano en el aire.
– Sí -dijo entre risas-. Por lo menos alguien ha disfrutado de la comida. Feliz día de Acción de Gracias, Thurgood.
Will la levantó del sofá y la abrazó.
– Es normal que estés disgustada – dijo.
– No lo estoy -le aseguró ella, luchando por respirar-. De verdad.
– Ven, vamos arriba y descansas un rato, ¿de acuerdo? Creo que todo esto ha sido demasiado para ti.
Cuando la guiaba hacia las escaleras, los demás entraban ya en la cocina, curiosos por ver lo que ocurría. Selma palideció al ver el pavo en el suelo, el padre de Will hizo una mueca y riñó al perro. Y el padre de Jane soltó una risa casi tan histérica como la de su hija.
La joven se acercó a él y le dio un beso.
– Gracias, papá -susurró. Tomó una botella de vino del mostrador y miró a Will-. ¿Por qué no te ocupas de los invitados? Yo me voy a dar un baño, beber vino e intentar olvidar este día.
Cuando llegó al segundo piso, entró en el dormitorio de Will, se tumbó en la cama y abrazó una de las almohadas contra su pecho. Cerró los ojos y bajó la cabeza para inhalar su aroma.
En ese momento no le importaba nada lo que sucediera abajo. Cuando acabara el día, volverían a quedarse solos y ella lo amaría, por una vez, completamente y sin reservas. Y cuando recordara después ese día, no vería a Thurgood comiéndose el pavo ni a su madre discutiendo con el padre de Will, recordaría haber compartido con Will algo que era más que perfecto.
Cuando los invitados se marcharon al fin, Will subió las escaleras en busca de Jane, a la que encontró dormida en su cama con la botella de vino vaciada a medias en la mesilla. Se acercó de puntillas y la contempló un rato antes de ceder al impulso de reunirse con ella. Se tumbó y la abrazó por la cintura.
– ¿Se han ido? -preguntó ella, adormilada.
Will apoyó la cabeza en su hombro.
– Hace ya rato. He terminado de limpiar abajo. Y Lisa y Roy acaban de marcharse.
– Gracias -dijo ella.
– ¿Estás bien?
Ella se volvió en sus brazos para mirarle la cara.
– Ha sido divertido, ¿verdad? ¿Se ha reído alguien?
Will apoyó la frente en la de ella.
– Tu padre. Y los niños también. Mi hermana se sentía mal por ti, pero tu madre ha conseguido controlarse y no ha llorado.
– ¿Y cómo está Thurgood?
– Muy lleno. Pero dice que el pavo estaba muy bueno, nada seco y que le encanta el relleno de ostras.
Jane sonrió.
– Recuérdame que le dé las gracias. De no ser por él seguiría abajo intentando parecer perfecta. Y no lo soy, por mucho que mi madre se empeñe.
– Te quiere -susurró Will-. Mi padre y ella sólo quieren que seamos felices.
– Soy feliz -declaró la joven-. Ahora, aquí contigo.
– Yo también -susurró él-. ¿Ha sido tan malo?
– Dijiste que ibas a ser mi esclavo una semana, ¿recuerdas?
– Claro. ¿Qué quieres que haga? ¿Quieres un masaje en los pies o que te prepare un baño?
– Tengo una idea mejor -sonrió Jane-. Quiero que te desnudes.
Will sonrió, sorprendido por su cambio de humor. Debía de estar más borracha de lo que pensaba.
– ¿Qué?
– ¿Cuestionas mis órdenes? -se burló ella-. Te he dicho que te desnudes.
Will salió de la cama y se quitó la camisa. Bajó las manos hasta el cinturón.
– Despacio -dijo Jane. Se sentó en la cama-. Quiero disfrutarlo.
Él soltó una risita y obedeció sin decir palabra.
– Ya está. ¿Contenta?
Jane se puso de rodillas.
– Mucho mejor -saltó de la cama y dio despacio una vuelta en torno a él rozando su piel con gentileza. Will intentó atraparla, pero ella se apartó de un salto. De eso nada -advirtió-. Tú no puedes tocarme a mí.
– Eso es un juego peligroso -gimió él.
– ¿Tú crees?
Will observó cómo se desabrochaba la blusa despacio y respiró hondo. Cuando ella estuvo desnuda, se colocó ante él y bajó despacio los dedos por el cuello hasta el pecho y el vientre. Cerró la mano en torno a su pene y lo acarició con gentileza. Él anhelaba tocarla, pero se contuvo.
Cuando creía que no podría soportarlo más, ella se paró. Pero un momento después lo tomó en su boca y él lanzó un gemido y murmuró su nombre. Cuando creía que ya no podría soportarlo más, ella se introdujo el pene más hondo.
– Cariño, para -le suplicó él.
Jane se incorporó despacio, le tomó la mano y lo guió hasta la cama. Apoyó las manos en sus hombros y lo obligó a sentarse en el borde. Will la abrazó por la cintura y la sentó en su regazo, con las piernas apretadas contra sus caderas.
Se besaron y acariciaron un rato largo, explorando sus cuerpos con los labios y las yemas de los dedos. Y cuando ella al fin le colocó el preservativo y se dejó penetrar, Will estaba seguro de una cosa: amaba a Jane y no quería dejarla marchar nunca.
Llegaron juntos al orgasmo y Will la abrazó con fuerza y apoyó la cabeza en sus pechos.
– Te quiero -murmuró-. Te amo.
Se tumbó con ella, sin soltarla, apoyó la barbilla de ella en la curva de su cuello y esperó, rezando para que ella correspondiera a sus sentimientos. Pero Jane guardó silencio y Will al fin acabó por comprender la verdad: que por mucho que lo deseara, ella no podía amarlo.
Algo, o alguien, se lo impedía.
Jane despertó mucho antes de amanecer y oyó la respiración de Will mientras analizaba la decisión que tenía que tomar. Había dicho que la amaba, pero no podía decidirse a creerlo.
¿Cuántas veces habría declarado su amor por una chica, seguro de que esa vez era la verdadera? Y si ella creía sus palabras, estaría perdida, atrapada en una fantasía que quizá nunca se hiciera realidad.
Saltó de la cama, con cuidado de no despertarlo, y fue a su cuarto a guardar sus cosas. Intentó reprimir las lágrimas. Todavía le quedaban los amigos y la familia. Podía quedarse con Lisa y Roy o ir a su casa y darle la mala noticia a su madre. De un modo u otro, tendría que hacer planes para el futuro, un comienzo nuevo, tal vez en otra ciudad. El tiempo no había disminuido sus sentimientos por Will; quizá la distancia lo lograra.
– Jane?
Se volvió y lo vio ataviado sólo con los calzoncillos y el pecho desnudo.
– ¿Qué haces? -preguntó adormilado.
– Guardo mis cosas -repuso ella, con voz temblorosa-. Tengo que irme.
Will entró más en la estancia. Apretó los puños a los costados, como si quisiera controlarse para no tocarla.
– ¿Vacaciones? -preguntó. Levantó una mano para parar su respuesta-. No, no importa. Supongo que tenía que haberlo adivinado.
– ¿A qué te refieres?
Will soltó una risa tensa y movió la cabeza.
– Desde que llegaste has tenido un pie en la puerta. Da la impresión de que cada vez que avanzamos un paso uno hacia el otro, tú recorres dos en dirección a la puerta.
– No puedo seguir aquí. Es demasiado confuso. No sé quién soy ni lo que siento. No sé si me quedo porque quiero o porque me han obligado.
– Yo no te he obligado nunca.
– No me diste alternativa. Es lo mismo.
– Podrías haberte negado.
– ¿Para que me llevaras a los tribunales? Cuando vine, no me quedaba nada. Mi negocio fracasaba, no podía pagar el alquiler, el coche estaba averiado y no tenía dinero para arreglarlo. Me pareció un buen lugar para esperar a que se animara el trabajo en primavera.
Will apretó los labios.
– O sea que me has utilizado.
– No más que tú a mí. No olvides que viniste en mi busca porque necesitabas una esposa para que tu padre te dejara la empresa.
– Puede que nuestros motivos no fueran los mejores del mundo, pero las cosas han cambiado, ¿no lo ves?
– No. Empezamos mal y todo lo que ha pasado después sigue mal.
– Vamos, Jane -dijo él con tono de enfado-. Anoche te sentía mi lado y no fingías. Tú eres ésa, la mujer que me sedujo. ¿Qué narices ha cambiado desde anoche?
– Nada. Y todo.
– ¿Puedes ser más específica?
– Dijiste que me amabas -gritó ella con tono acusador.
– ¿Y eso es malo?
– ¿A cuántas mujeres les has dicho eso y las has dejado una semana más tarde? Te conozco demasiado bien.
– A ninguna.
– ¿A ninguna? ¿Cómo que a ninguna?
– Nunca le he dicho eso a ninguna otra mujer. Tú eres la primera y puede que seas la última.
– No me mientas. Yo te oía hablar de todas ellas, todas eran perfectas hasta que cambiabas de idea. O tenían el pelo muy rizado o muy liso, o los pies grandes o eran muy conservadoras o demasiado rebeldes. ¿Qué va a ser en mi caso?
– Admito que ha habido muchas mujeres en mi vida. No puedo cambiar el pasado, pero sí controlar el futuro, y te quiero.
Ella enderezó la espalda.
– No te creo. Puede que ahora pienses que me amas, pero no durará.
Will se acercó y le agarró los brazos.
– No me digas a mí lo que siento ni me digas lo que va a durar. ¡Maldita sea! ¿Qué quieres de mí?
– Quiero más -gimió ella. Se apartó-. No sé lo que quiero, pero no quiero sentirme obligada a vivir aquí porque no puedo pagar un abogado. No quiero saber que sólo quieres casarte conmigo por tu padre. Quiero más.
Will se sentó en la cama y se frotó los ojos.
– Lo quieres a él, ¿verdad? Prefieres vivir en un mundo de fantasía con un hombre que nunca vas a tener, que llevar una vida real conmigo.
– Tú no sabes nada de él -murmuró ella-. Sólo quiero más de una relación de lo que tú puedes darme. Quiero saber que no me harán daño ni me decepcionarán. Prometí quedarme tres meses y no he durado ni uno, pero sé lo que siento y más tiempo no me va a hacer cambiar de idea.
Will asintió con resignación.
– Entiendo. Tú tienes tu vida y yo la mía. Y ese contrato se firmó hace mucho -se frotó el cuello-. ¿Sin rencores?
– Sin rencores -musitó ella, atónita por su cambio de humor. Era lo que él hacía siempre que terminaba una relación: retirar sus afectos con frialdad y adoptar una fachada de indiferencia.
– ¿Adónde irás? -preguntó él.
Jane se encogió de hombros.
– No lo sé. Lisa me ofreció su sofá. O puedo ir a casa de mis padres. Da igual.
Will se levantó de la cama.
– Quiero que me llames si necesitas algo. Quiero que seamos amigos.
– Tal y como empezamos -se puso de puntillas y lo besó en la mejilla-. Adiós, Will.
Tomó la bolsa y salió de la habitación sin molestarse en guardar el resto de sus cosas. Después de todo, lo que de verdad tenía que salvar al alejarse era su corazón.