Capítulo Nueve

Llegaron diez minutos tarde a la fiesta en el salón privado del restaurante, pero a nadie pareció molestarle. Ya estaban tomando los entremeses, y el vino, y conversando animadamente.

Stash apareció en ese momento para ver si necesitaban algo, y cuando Bryan se hubo sentado se acercó y le preguntó en voz baja si quería revisar el menú antes de que lo sirvieran.

– No, estoy seguro de que estará bien, pero no veo por aquí ni una sola cesta de pan de jengibre -le dijo éste.

Aquel pan era una especialidad del restaurante que nunca faltaba en las mesas.

– Enviaré a alguien a por él -contestó Stash.

– No te preocupes; iré yo. De todos modos iba a subir para hacer la ronda por el comedor -le dijo Bryan antes de levantarse y excusarse con su familia y con Lucy.

La «ronda», como él la llamaba, era lo que acostumbraba a hacer como dueño del restaurante cuando estaba en la ciudad: pasearse por las mesas saludando a los clientes, y teniendo alguna cortesía con las personalidades que acudían allí de cuando en cuando.

Esa noche se paró a charlar con un competidor que tenía un restaurante italiano a un par de manzanas de allí, invitó a unos entremeses a los miembros de una comedia televisiva, y se acercó a saludar a una afamada cantante de ópera.

Justo iba a volver abajo cuando vio a alguien a quien no había esperado ver allí esa noche, una mujer sola en una mesita en un rincón con una copa de vino. Cuando sus ojos se encontraron con los de él, afloró a sus labios una sonrisa tímida.

Bryan se acercó a ella y la mujer se puso de pie para saludarlo.

– Mamá, ¿por qué no me has dicho que ibas a venir? ¿Y cómo es que no me ha dicho nadie que estabas aquí?

Amanda abrazó a su hijo.

– Creo que esa chica nueva que contrataste, la que está a la entrada, no me ha reconocido -le dijo-, y si estás muy ocupado no pasa nada; ya vendré a verte otro día.

– Nunca estoy demasiado ocupado para dedicarte un momento a ti -replicó él-. Hay alguien abajo a quien me gustaría que conocieras -añadió, pero luego vaciló un instante, recordando que su madre ya no se sentía cómoda con el resto del clan Elliott-. Estamos teniendo una reunión familiar para celebrar el aumento en los beneficios de EPH en lo que va de año -dijo a pesar de todo.

El rostro de su madre se ensombreció de inmediato.

– Ya vendré a verte otro día Bryan, yo…

– Por favor, mamá, baja conmigo. Karen está aquí.

Su tía Karen era la única persona de la familia, aparte de su hermano y de él, con quien su madre había mantenido un contacto más estrecho desde su divorcio.

– ¿Y Patrick?, ¿está aquí también? -inquirió ella desconfiada.

– Iba a venir, pero la abuela no se sentía bien y no ha querido dejarla sola en casa.

Su madre mostró su preocupación al instante.

– ¿Maeve está enferma?

– No, no, es sólo que la artritis está dándole más lata que de costumbre -la tranquilizó Bryan-. Vamos, baja conmigo. Todo el mundo se alegrará de verte.

Su madre, sin embargo, vaciló de nuevo.

– ¿Y tu padre?, ¿tampoco ha venido?

– Oh, no, papá sí que está aquí -replicó él.

Y antes de que su madre pudiera echarse atrás la tomó del brazo y la llevó abajo.

– Atención todos, mirad a quién he encontrado -le anunció a los demás cuando entraron en el salón privado.

Su madre parecía algo azorada, pero su familia no lo decepcionó. Varios de sus primos se levantaron al instante para ir a saludarla con un par de besos o un abrazo, y los demás siguieron su ejemplo.

Su padre la saludó sin demasiado entusiasmo, pero Bryan sabía que todavía sentían algo el uno por el otro.

– Mamá, deja que te presente a mi novia, Lindsay Morgan -dijo tomando a Lucy de la mano para que se acercara.

Las dos charlaron brevemente, y cuando su madre les deseó a todos que pasaran una velada agradable, Lucy la retuvo por el brazo y le dijo:

– ¿Ya se va, señora Elliott? Pero si acaba de llegar. Quédese, por favor.

– Puedes llamarme Amanda -le dijo la madre de Bryan-. Y en cuanto a quedarme… bueno, Bryan me insistió para que bajara a saludar, pero tengo que irme, de verdad.

Sin embargo, a pesar de sus palabras, Bryan podía ver que en realidad quería quedarse. A menudo decía que se sentía mejor lejos del ruidoso clan de los Elliott, pero él sabía que a veces echaba de menos el formar parte de aquello, de una gran familia.

– Tonterías -intervino su tía Karen-; no vamos a dejar que te marches.

Bryan sintió deseos de abrazarla.

– Puedes sentarte en el sitio de Finola -dijo Shane, el tío de Bryan-. Según parece no puede dejar el trabajo ni para jactarse de que es quien va ganando.

Aquel comentario desencadenó una discusión, tal y como se veía venir, pero Amanda simplemente se encogió de hombros y se sentó en el lugar de Finola.

Bryan observó a su padre para ver su reacción, pero, a pesar de haber sido entrenado para interpretar el lenguaje corporal de las personas, no fue capaz de interpretar la expresión de su rostro. Su padre sabía disimular demasiado bien sus emociones, aunque a Bryan no le había pasado desapercibido el hecho de que no le había quitado los ojos de encima ni un momento a su madre desde que había entrado en el salón.

En ese momento llegaron más entremeses, y luego les sirvieron una sopa y los tres tipos de ensalada que Lucy había escogido.

Bryan se sentía orgulloso del menú que ella había confeccionado, y aunque se dijo que era sólo porque quería que pareciese la mujer perfecta para él, en el fondo sabía que la razón era otra. Se estaba encariñando con ella y no podía permitírselo. Si todo iba bien aquel caso pronto habría terminado y tendrían que decirse adiós.


Cuando llegó la hora del postre, Stash reapareció al poco de que se hubieran retirado los camareros, y le susurró algo al oído a Bryan.

– De acuerdo -respondió éste-; subiré enseguida.

Se levantó y se excusó un momento con su familia, pero antes de abandonar el salón se detuvo junto a la silla de Lucy y le preguntó:

– ¿Te gustaría conocer a Britney Spears?

Lucy abrió los ojos como platos.

– ¿Está aquí?

– Arriba en el bar; tomando unas copas con unos amigos. ¿Quieres subir conmigo?

Lucy asintió entusiasmada, al tiempo que se ponía de pie, y Bryan sonrió. Era bonito que siguiese sintiendo esa fascinación por la gente del mundo del espectáculo, después de lo que le había ocurrido con el batería de In Tight.

Cuando llegaron donde estaba Britney Spears, Bryan se presentó, le dio la bienvenida al local, y luego le presentó a Lucy, que la saludó nerviosa, y le dijo que le encantaba su música.

Bryan le dijo al barman que sirviera a la cantante y a sus amigos otra ronda de lo que estaban tomando, y la invitó a que volviera a visitarlos.

Iba a tomar a Lucy de la cintura para volver abajo con ella cuando el flash de una cámara llamó su atención.

Lo primero que hizo Bryan fue ponerse delante de Lucy; no podía dejar que la fotografiaran.

Cuando se disparó un segundo flash pudo ver quién estaba haciendo esas fotos. Se trataba de un muchacho enclenque, con el cabello encrespado y gafas, que debía tener unos veinte años.

Bryan fue al instante hacia él y lo agarró por el brazo para impedirle que tomara más fotografías.

– Eso aquí no está permitido -le dijo llevándolo hacia la puerta.

– ¿Está echándome? -dijo el chico en un tono lo bastante alto como para llamar la atención de la gente que había alrededor.

– No, pero si quieres quedarte tendrás que darle la cámara a esta señorita para que te la guarde hasta que te marches -le dijo señalándole a Gina, la empleada que daba la bienvenida a los clientes a la entrada.

– Ni lo sueñes, tío -masculló el chico.

Y acto seguido se soltó y abandonó el local resoplando y maldiciendo entre dientes.

Bryan regresó donde había dejado a Lucy, le pidió disculpas por el incidente a la cantante, que le quitó toda importancia, y volvieron abajo.

– Gracias, Bryan. Ha sido genial -le dijo Lucy. Luego, sin embargo, esbozó una sonrisa vergonzosa-. Debes pensar que soy una tonta, entusiasmándome así con estas cosas.

– No -replicó Bryan, demasiado preocupado como para decir más.

¿Debería haber seguido a aquel chico y haberle quitado la cámara? No era un paparazzi, probablemente sólo un fan de la cantante, pero a veces los fans vendían sus fotos a la prensa sensacionalista.

En fin, ya no había nada que pudiera hacer.


A la mañana siguiente, cuando regresaban de su sesión matutina de deporte, Bryan se paró en un quiosco de prensa y compró el último número de Global News Roundup, un periódico sensacionalista de baja tirada.

En vez de publicar noticias escandalosas sobre famosos, como hacían otros periódicos de ese tipo, en la portada aparecía un fotomontaje del presidente con su hijo alienígena, un calamar gigante del tamaño del Queen Mary, y se reseñaban otras historias absurdas que se ampliaban en el interior.

– Nunca habría pensado que leías esa clase de cosas -comentó Lucy cuando Bryan hubo pagado al vendedor y se alejaron.

– Tengo mis razones para comprarlo.

Bryan no le explicó más hasta que llegaron a su casa. Se ducharon, desayunaron, y cuando hubieron recogido el desayuno, Bryan la llevó al salón y abrió un maletín que tenía allí. En su interior había ejemplares de otras semanas del Global News Roundup, que puso sobre la mesa, y a los que añadió el que acababa de comprar.

– Hoy tengo que salir también -le dijo a Lucy.

La joven emitió un gemido de protesta.

– Sé que tienes que hacer tu trabajo, pero estoy empezando a volverme loca, teniendo que estar encerrada aquí sola todo el día.

– Tienes que tener paciencia, Lucy. Tenemos vigilado a Vargov y por fin estamos empezando a conseguir resultados. Ayer se puso en contacto con un tipo que sabemos que es simpatizante de los terroristas y grabamos la conversación. Está encriptada, pero nuestra gente está intentando descifrarla. Creemos que podría conducirnos a Stungun, y, si es así, pronto tendremos las pruebas necesarias para empezar a arrestar a los implicados.

Lucy sabía que debería alegrarse de oír aquello, porque eso significaba que pronto estaría fuera de peligro, que podría volver a hacer vida normal, pero no quería separarse de Bryan.

– Así que… ¿se supone que esto es para que me entretenga mientras estás fuera? -le preguntó, señalando con un ademán despectivo el montón de periódicos.

Si creía que le divertían las historias de perros mutantes de tres cabezas y de colonias de monos en Marte es que no la conocía en absoluto.

– En cierto modo, sí. Se te da bien resolver enigmas, y tengo uno para ti.

Lucy se irguió curiosa.

– ¿Ah, sí?

– Tenemos motivos para sospechar que el editor de esta basura es un espía. Creemos que está proporcionándole información a… bueno, a gobiernos que no son precisamente amigos de nuestro país. Pensamos que las direcciones de los lugares de contacto las publican en el periódico, convenientemente cifradas, pero nuestros expertos aún no han conseguido nada.

A Lucy la idea la entusiasmó de inmediato.

– Pero si esos expertos de tu agencia no han podido descifrar aún esos códigos… ¿por qué crees que yo sí voy a poder hacerlo?

– No lo sé, pero me dejaste sorprendido con cómo conseguiste reducir la lista de sospechosos analizando esos datos que descargaste del sistema informático del banco, y tengo el presentimiento de que serás capaz de hacerlo.

Lucy no pudo sino sentirse halagada.

– De acuerdo; lo intentaré. Pero aun así te echaré de menos.

– Intentaré volver pronto -le dijo Bryan.

Se despidió de ella con un beso, y se marchó.

Lucy se sentó en el suelo y desplegó a su alrededor todos los periódicos, ocho en total, de las siete semanas anteriores y la semana en la que estaban.

Decidió que empezaría por intentar ver si aquellos ocho ejemplares tenían algo en común, como por ejemplo un tipo de historia concreta o distintas historias por un mismo reportero, donde ocultaran esos códigos cifrados.

Ninguna de sus ideas parecía conducir a nada, pero continuó intentándolo, leyendo cada hoja en busca de algo que le llamara la atención, y emborronando las hojas de un cuaderno con combinaciones de frases y palabras.

Al ver que no estaba obteniendo resultados se le ocurrió mirar los anuncios. Había uno de unas pastillas para perder peso que le pareció curioso. Aparecía en los ocho ejemplares, pero aunque la foto era la misma, el texto que la acompañaba era completamente distinto en cada uno. Además, al contrario de lo que era usual en esa clase de anuncios, no contenían el típico lenguaje pseudo científico con el que se trataba de engañar a la gente.

Decidió buscar aquel producto en Internet, y encontró una página web con un diseño pésimo, y un foro en el que mucha gente comentaba que cada vez que habían intentado hacer un pedido el producto estaba agotado.

¿Siempre estaba agotado y aun así seguían publicando los anuncios en el periódico? Mmm…

Segura de que había dado con algo, Lucy se puso a analizar los anuncios, y cuando Bryan regresó por la tarde tenía notas amarillas de Post-it pegadas por todas partes.

– ¡Bryan! -exclamó levantándose al verlo-. ¿Ya habéis arrestado a alguien?

– No, todavía no. Y, por desgracia, Vargov ha debido darse cuenta de que lo estábamos vigilando y se ha dado a la fuga.

– Oh, no.

– Tranquila; cree que nos ha despistado, pero sabemos dónde está. Estamos esperando a ver con quién contacta para pedir ayuda -le explicó Bryan-. ¿Qué has estado haciendo? -inquirió, mirando el desorden que había.

– Lo que tú me pediste.

– ¿Y has encontrado algo?

– Pues no te lo vas a creer, pero me parece que he resuelto el enigma.

– ¡Ja! Sabía que podías hacerlo.

Incapaz de contener su entusiasmo, Lucy le mostró a Bryan la página web, y luego los testimonios de personas que supuestamente habían comprado el producto que acompañaban a cada anuncio. De estos había extraído una serie de números y letras, que combinados formaban direcciones de edificios en distintos puntos de la ciudad.

– Lucy, me dejas sin aliento; eres brillante -le dijo Bryan atrayéndola hacia sí para besarla.

Lucy respondió al beso con entusiasmo, y pronto, en lo único en lo que podía pensar era en otra forma de dejar a Bryan sin aliento, una que implicaba mucha menos ropa de la que llevaban encima.

Bryan, al parecer, estaba pensando en lo mismo, y no llegaron siquiera al dormitorio. De hecho no salieron del salón, sino que acabaron rodando por la alfombra, y cuando terminaron de hacer el amor tenían papelitos amarillos pegados al pelo y por todo el cuerpo.


Unos días después, Bryan estaba de muy mal humor cuando regresó a casa. Era la primera vez que Lucy lo veía así, y el corazón le dio un vuelco al ver cómo la apartó de él cuando le rodeó el cuello con los brazos para darle un beso de bienvenida.

No le contó nada de cómo había ido su día, y Lucy tampoco le preguntó. Era obvio que no le había ido muy bien, y además sabía que, aunque fuese una testigo, había detalles de la operación que no podía compartir con ella.

– Scarlett ha conseguido entradas para un musical esta noche -le dijo, pensando que quizá lo que necesitase fuese una distracción-. Nos ha invitado a ir con John y con ella.

– Ve tú si quieres; yo estoy esperando una llamada.

Lucy sabía que aquello sólo era una excusa, pero no dijo nada. Podría llevarse el teléfono móvil con él; no tenía por qué quedarse en casa.

– Entonces yo me quedo también -respondió-. No me divertiré nada si tú no… Bryan, ¿qué ocurre? ¿Ha pasado algo? -inquirió preocupada al ver que no estaba escuchándola y que tenía la mirada perdida.

– Stungun está muerto. Han encontrado su cadáver flotando en el río Potomac.

– Oh, Dios mío, eso es terrible. ¿Cuándo…?

– Lleva muerto al menos una semana.

– Lo cual significa que no había desaparecido porque se hubiese dado a la fuga.

– Sí, alguien lo mató. Probablemente no esperaban que su cadáver fuera identificado. Querían hacerme creer que él era el traidor, y ahora que sé que no es él no sé quién puede ser, aunque la lista de sospechosos va disminuyendo.

No parecía que quisiese que lo consolasen, así que Lucy no hizo siquiera ademán de tocarlo.

– Lo siento mucho -le dijo-. ¿Erais amigos?

Bryan negó con la cabeza.

– En nuestro trabajo no se puede hacer amigos, pero era un buen hombre. Por eso no quería creer que él fuera el traidor. En parte me siento aliviado de que esto demuestre que no lo era, pero eso ya no sirve de mucho ahora que está muerto.

Lucy se preguntó si los padres de Stungun aún vivirían, o si tendría quizá mujer e hijos.

¿Llegarían a saber lo que le había ocurrido?

– ¿Qué pasaría si te ocurriera algo a ti? -le preguntó a Bryan en un tono quedo-. ¿Se lo explicaría el gobierno a tu familia?

– Tengo escrita una carta en un lugar seguro donde yo mismo se lo explico todo y que sólo se les entregará si me sucede algo.

Lucy bajó la vista.

– Creo que no quiero seguir hablando de esto. Es demasiado deprimente.

Hacía unos días le había parecido emocionante haber descifrado aquel código cifrado, el saber que había ayudado a evitar que aquel espía siguiera proporcionando información restringida a países enemigos, pero en ese momento se sentía fatal. Aquello no era un juego, era algo peligroso que podía acabar en tragedia, como en el caso del compañero de Bryan.

– Pues me temo que tengo otra mala noticia -le dijo Bryan-. Le hemos perdido la pista a Vargov.

Aquello debería haber hecho sentir mejor a Lucy, porque eso significaba que no tendría que separarse aún de Bryan, pero ésa no era manera de vivir, siempre escondida, sintiéndose intranquila en todo momento, sin un trabajo ni un hogar propio. Tenían que capturar a Vargov y a sus cómplices.

– ¿Y hay un plan B? -inquirió.

– Estamos trabajando en ello -respondió Bryan. Inspiró profundamente y miró a Lucy con una débil sonrisa-. Lo siento. No deberías tener que estar pasando por todo esto.

Lucy se encogió de hombros.

– ¿Tienes hambre? -le preguntó, ansiosa por cambiar de tema.

– Sí, la verdad es que no he comido nada desde el desayuno -respondió él-. ¿Te apetece que bajemos al restaurante? A esta hora no suele haber mucha gente.

Lucy no tenía apetito, pero Bryan necesitaba compañía después del día que había tenido.


Stash les dio una mesa en el rincón más privado del comedor, y Bryan pidió que le sirvieran estofado irlandés a pesar del calor que hacía, y Lucy sólo un café.

– ¿Eso está en el menú? -inquirió Lucy extrañada, pues no era un plato ni francés ni asiático.

– No, pero es mi plato favorito, y el que mi abuela solía hacerme cuando quería animarme -le explicó él.

Pobre Bryan. Nunca lo había visto tan alicaído. A los pocos minutos les sirvieron, y Lucy se limitó a tomar su café en silencio mientras Bryan comía. Le habría gustado poder decir algo que le subiera la moral, pero no sabía qué podría decirle. En cualquier caso, estaba allí para escucharle si Bryan tenía ganas de hablar.

Stash pasó por allí un rato después, y al ver que Bryan estaba acabando con el estofado le preguntó si le apetecía algo de postre.

– Esta mañana el chef Chin ha estado experimentando con unas galletas de la buena suerte con sabor a limón. Yo probé una y son magnifique.

– ¿Por qué no? -respondió Bryan en un tono distraído.

Stash se alejó, pero justo en ese momento le sonó el teléfono y se paró a contestarlo. Bryan lo observó y una sonrisa cansada se dibujó en sus labios.

– Conozco esa mirada -le dijo a Lucy-. Stash tiene una novia nueva. Seguramente ya se ha olvidado de las galletas.

– Iré yo a por ellas -dijo Lucy poniéndose de pie.

– No hace falta -replicó Bryan.

– No me importa, de verdad. Vuelvo enseguida.

Cuando llegó a la cocina, Lucy la encontró desierta. ¿Dónde se habría ido todo el mundo? Miró en derredor, preguntándose dónde habría podido guardar el chef Chin aquellas galletas. Se acercó a una estantería donde había varios envases de plástico, y encontró uno que contenía lo que parecían galletas.

Levantó la tapa y olisqueó el interior. Sí, parecían galletas de limón. Debían ser ésas.

Lo cerró, y estaba volviéndose con el envase en las manos cuando se chocó con un joven con uniforme de ayudante de camarero.

– Oh, perdona; no te…

No pudo terminar la frase. Alguien la había agarrado por detrás y le había tapado la boca con la mano.

Del susto, Lucy había dejado caer el envase al suelo, que se había abierto, haciendo que las galletas rodasen en todas direcciones.

– No hagas ningún ruido -le siseó el joven con el que se había chocado, sacando del bolsillo un rollo de cinta aislante-. Si cooperas no te haremos daño.

Lucy intentó revolverse pero fue inútil, y mientras uno la sujetaba el otro le tapó la boca con un trozo de la cinta y luego la ató de pies y manos.

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