Capítulo Cinco

Al día siguiente, cuando Lucy se levantó, se puso una camiseta de tirantes, unos pantalones cortos de algodón, y las zapatillas de deporte, y fue a la cocina, donde encontró a Bryan esperándola mientras preparaba café.

– ¿Lista? -le preguntó, sin molestarse en disimular que estaba mirándole las piernas.

Bueno, al menos no estaba mirándole el pecho, pensó Lucy. Claro que tampoco tenía motivos para hacerlo. Los sujetadores «mágicos» de Scarlett no eran prácticos para correr, así que se había puesto uno deportivo que había comprado el día anterior.

– Sí, aunque tengo que advertirte que estoy en muy baja forma.

– No pasa nada; nos lo tomaremos con calma.

Diez minutos después Lucy iba pensando que si aquello era lo que él entendía por «tomárselo con calma», no quería imaginar lo que sería «tomárselo en serio». Iba jadeante, y le dolían todos los músculos.

Bryan tuvo la gentileza de no hacer ningún comentario al respecto, y al cabo de un rato Lucy por fin pilló el ritmo y se sintió algo mejor.

– ¿Vas bien? -le preguntó Bryan.

Lucy asintió con la cabeza y se concentró en su respiración.

Bryan la había llevado a Central Park, y a cada pocos metros se cruzaban con personas que, como ellos, habían salido a correr esa mañana.

Lucy aminoró un poco el ritmo para poder correr detrás de Bryan y disfrutar de la vista de sus piernas fuertes y bronceadas y de esos firmes glúteos que le encantaría apretar entre las manos. Aquella imagen mental la hizo prorrumpir en una risa tonta, y casi se ahogó por la falta de oxígeno.

Se detuvo entre toses, y al instante Bryan se paró también y fue junto a ella.

– Quizá deberíamos volver -sugirió.

Lucy asintió.

– Para no estar en forma no lo has hecho nada mal -le dijo Bryan.

Lucy sonrió para agradecerle el cumplido, y él le devolvió la sonrisa. El corazón de Lucy palpitó con fuerza, y se encontró deseando que no fuese sólo una responsabilidad para él, alguien a quien debía proteger. Le habría gustado que se hubiesen conocido de otro modo.

Para cuando llegaron al edificio de Bryan, Lucy estaba toda sudorosa, pero para su sorpresa, en vez de subir directamente a su apartamento, Bryan la condujo al restaurante y entraron en las cocinas, donde le presentó a Stash, el gerente, que la miró con curiosidad y le dijo a su jefe:

– Así que es ésta, ¿eh?

– Ésta es -asintió Bryan con una sonrisa vergonzosa.

Lucy frunció el ceño, preguntándose qué querrían decir con eso, y por qué Bryan parecía algo azorado. Paseó la mirada por las enormes cocinas, fijándose en lo limpio que estaba todo. Tres hombres y una mujer con gorros de cocinero y delantales blancos estaban atareados, preparando ya los distintos platos del día mientras bromeaban y reían.

Parecía un lugar de trabajo agradable, pensó Lucy. En Alliance Trust los empleados apenas sonreían ni alzaban la voz. Sí, aquel banco era como un mausoleo, y no lo echaba de menos en absoluto.

– ¿Quieres ver el comedor? -le ofreció Bryan.

– Oh, sí, me encantaría.

Lucy se quedó prendada de la decoración del comedor. Era muy chic, moderna, y tenía un toque romántico, con sillas, banquetas, y sillones tapizados en cuero negro, mesas con la superficie de cobre y luces bajas en un tono rojizo.

– Me encanta -le dijo a Bryan-. ¿Podremos venir a comer o a cenar aquí algún día?

Daría lo que fuera por poder tener una cena romántica allí con él. Como estarían en público tendrían que actuar como si fuesen una pareja de verdad, y a ella no le costaría nada meterse en su papel.

– Puedes venir cuando quieras aunque yo no esté; Stash te atenderá.

Para Lucy, que ya estaba imaginándolos a los dos compartiendo un plato exótico y dándose de comer bocaditos el uno al otro con palillos chinos, su respuesta fue como un jarro de agua fría.

Eso no era lo que habría querido oír.

Bryan le mostró también la zona del bar, para aquellos clientes que sólo querían tomar una copa y un aperitivo o sentarse mientras esperaban a que les diesen una mesa, y también un comedor privado para comidas y cenas de empresa, celebraciones, y cosas así.

– En la planta superior tenemos las oficinas y los cuartos que utilizamos para almacenar los alimentos que no necesitan frío -le explicó cuando salieron del amplio y elegante comedor privado-. ¿Quieres que subamos?

Lucy miró su reloj de pulsera.

– Quizá otro día. Si queremos avanzar debería ponerme ya a revisar en tu ordenador toda esa información que descargué en el banco, ¿no crees?

Bryan asintió.

– Sí, tienes razón. En fin, en otra ocasión terminaremos esta visita guiada.


Horas después Lucy estaba en el estudio de Bryan, intentando sacar algo en claro de todos aquellos datos. Bryan le había dicho que había estado echándoles un vistazo conjuntamente con varios expertos de su agencia, pero no habían logrado averiguar quién estaba desviando el dinero de los fondos de pensiones, sin duda porque aquellas operaciones debían haber sido hábilmente camufladas como transacciones ordinarias.

Lucy llevaba ya casi tres horas revisando mensajes de correo electrónico. Se sentía fatal por estar invadiendo de ese modo la privacidad de sus compañeros de trabajo, pero Bryan le había asegurado que era legal y necesario. Quizá quien estaba malversando esos fondos no fuese tan estúpido como para dejar pruebas que pudieran incriminarlo, pero por algún sitio tenían que empezar.

En ese momento oyó pasos subiendo las escaleras y se dijo que debía ser Bryan, que había ido a ocuparse de algunos asuntos del restaurante y a hablar con otros agentes de su equipo, por si hubieran hecho algún progreso.

Se volvió sonriente en el asiento para saludarlo cuando la puerta se abrió detrás de ella, pero la sonrisa se borró de sus labios al ver lo serio que estaba Bryan.

– ¿Qué ha pasado?; ¿malas noticias?

– Uno de los agentes de mi equipo está desaparecido.

– Oh, no, eso es terrible.

– No se sabe nada de él desde hace tres días.

– ¿Y qué crees que haya podido ocurrirle? ¿Dónde estaba la última vez que tuvisteis noticias suyas?

– En Francia. Se había infiltrado en esa asociación benéfica falsa a la que han estado desviando los fondos. O bien lo han descubierto, o bien él es el traidor.

– ¿Y tú piensas que pueda serlo?

– No lo sé; me resulta difícil de creer. He trabajado con Stungun en otras dos misiones, y me pareció de confianza.

– ¿Stungun?, ¿así es como se llama?

– No, es su nombre en clave. Ninguno de nosotros sabe el nombre de los otros. Ni siquiera nuestro superior sabe cómo nos llamamos.

– ¿Y cuáles son los nombres en clave de los otros compañeros de tu equipo?

– Tarántula y Orquídea. Mi superior se llama Siberia.

– A lo mejor no debería habértelo preguntado si es algo secreto.

Bryan esbozó una leve sonrisa y acercó una silla para sentarse junto a ella.

– No pasa nada; cambiamos de nombre en clave cada cierto tiempo -le dijo-. ¿Has descubierto algo interesante?

– Nada en el correo electrónico. He empezado a comparar las horas de conexión y desconexión de distintos empleados a las horas a las que se hicieron las transacciones ilegales. Me llevará tiempo y es bastante pesado, pero creo que será un buen método para reducir el número de sospechosos.

– ¿Has podido eliminar a alguien de esa lista de sospechosos?

– A un par de personas, pero como te digo es complicado, porque la mayoría de la gente está conectada a Internet casi todo el día.

– Es un comienzo -dijo Bryan-. Si tienes hambre hay fiambre y fruta en la nevera.

Lucy miró el reloj y se sorprendió de ver que eran casi las dos de la tarde.

– Y me temo que tengo otra mala noticia -añadió Bryan.

Lucy levantó la cabeza preocupada.

– ¿No se tratará de mi familia, verdad? Espero que no hayan denunciado mi desaparición o algo así.

No, no podía ser eso. No tenía demasiado contacto con sus padres; sólo los llamaba cada dos semanas, así que no podían estar preocupados aún por ella.

– No, no es eso. Es que mis abuelos van a dar una cena esta noche, y nos han invitado.

– Oh -fue todo lo que acertó a decir Lucy.

Debía haber corrido entre los parientes de Bryan la noticia de que tenía una nueva novia y sin duda los patriarcas de la familia querrían conocerla para ver si era adecuada para su nieto.

– En fin, al menos estarán allí mis tíos y mis primos, y últimamente no hacen más que discutir unos con otros, así que la atención no se centrará sólo en ti. ¿Te sientes preparada para hacer esto?

– Claro… siempre y cuándo nadie me pregunté por qué vine a Nueva York desnuda.


Mientras esperaba en el salón a que Lucy acabara de prepararse para la cena en The Tides, la mansión de sus abuelos, Bryan se recordó que no tenía por qué estar nervioso. Lucy no era su novia de verdad, y además su familia no tenía por qué sospechar nada; todo iría bien.

Cuando oyó abrirse y cerrarse la puerta del cuarto de Lucy, se giró de inmediato hacia el rincón por el que aparecería, y de pronto se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento.

Claro que después de haberla visto con algunos de los conjuntos que le había dado Scarlett, estaba deseando ver cuál había escogido Lucy para esa ocasión.

No lo defraudó. Se había puesto un vestido de gasa de color violeta, sin mangas, y que se anudaba en el cuello. Le quedaba un poco por encima de las rodillas, y la parte baja estaba adornada con unos volantes, pero no por ello resultaba conservador, sino más bien sexy.

Además, bajo la fina tela se adivinaban las suaves curvas de su cuerpo y sobre los hombros le caía un chal también de gasa de color plateado.

– ¿Demasiado atrevido? -le preguntó Lucy insegura-. No quiero que tu familia piense que soy una chica fácil. Claro que después de que les hayamos contado que me he venido a vivir contigo a pesar de que sólo hace un par de semanas que nos conocemos, debe ser eso exactamente lo que piensen.

– A mí me parece que estás preciosa -le dijo Bryan.

Quería tocarla, deshacer el nudo que sostenía el vestido y bajárselo hasta la cintura. Quería besar esos jugosos labios, y estimular los pezones con sus dedos hasta que se endurecieran y…

– ¿Bryan?

– ¿Qué? -preguntó él sobresaltado.

– ¿No deberíamos irnos ya? No voy a darles muy buena impresión si llegamos tarde.

Bryan se obligó a pensar en aquella vez que el aeroplano en el que viajaba durante una misión se había estrellado en Groenlandia, en medio de una tormenta de nieve. Frío, había pasado mucho frío, un frío horrible.

Mejor; aquella imagen mental lo ayudó a calmarse un poco y recobrar la compostura.

– Sí, vámonos -le dijo ofreciéndole el brazo. Lucy se asió a él, y le sonrió vacilante-. No tienes por qué preocuparte, pareces una diosa.

– Oh, para ya, no es verdad.

– Pues claro que lo es. Y no es sólo por el vestido, ni por el corte de pelo que te hizo Scarlett; desde tu cambio de imagen incluso caminas de un modo distinto, más erguida.

– Debe ser la Lindsay que hay en mí -murmuró ella con sorna.

Sin embargo, a Bryan no le pasó desapercibida la sonrisa que afloró a sus labios.


De camino a la mansión, Lucy repasó mentalmente la historia que Bryan y ella habían preparado: se habían conocido en una cafetería de París donde Bryan estaba intercambiando recetas con el chef. Ella había ido a París porque estaba intentando escribir una novela y había pensado que allí encontraría la inspiración que buscaba. Estaba tratando de encontrarse a sí misma, y como había heredado una suma considerable de un tío abuelo suyo, no tenía prisa por conseguir un empleo.

Incluso habían inventado nombres falsos para sus padres y la pequeña ciudad de Kansas donde supuestamente había nacido.

– Puedes decir que hasta hace poco estuviste trabajando en un banco. Así podrás hablar de algo que conoces; pero di que fue en otro sitio que no sea Washington, claro.

– ¿Y qué digo si me preguntan qué he estudiado? ¿Puedo decir la verdad, que soy licenciada en Ciencias Económicas?

– De acuerdo, pero si te preguntan en qué universidad, di… no sé, en la universidad de Loyola, en Chicago. Nadie de mi familia conoce Chicago.

– Bien. De todos modos creo que intentaré desviar la conversación de mí en la medida de lo posible. Les haré preguntas sobre ti. Con Scarlett funcionó bastante bien.

– ¿De veras? ¿Y qué te contó de mí?

– Me dijo que eras el único de entre todos los primos que no ha querido trabajar en la empresa de la familia. ¿Por qué?

– Bueno, no es que no quisiera. En un principio de hecho estudié Gestión de Empresas con las idea de entrar a trabajar en Elliott Publication Holdings, pero el gobierno me «reclutó» antes de que acabara la carrera. Claro que no podía decirle a mi familia que estaba siendo adiestrado para ser un espía, así que compré el restaurante.

– ¿Y por qué un restaurante? No sé, ¿por qué no cualquier otro tipo de negocio?

– Conocí a Stash en el instituto. Dirigir un restaurante era su sueño, y a mí siempre me había gustado la cocina, así que compré el local y lo contraté a él como gerente.

– Cuéntame más cosas de tu familia -le pidió Lucy-. ¿Quién asistirá a la cena de esta noche?

– La verdad es que no lo sé. Antes, cuando mis abuelos organizaban una reunión familiar acudía todo el mundo, pero con lo tensas que están las cosas últimamente no estoy seguro de quién irá.

– ¿Y tu padre y tu madre?

– Mi madre no. Mi padre en cambio probablemente sí estará.

– Tus padres… ¿no se llevan bien? -inquirió Lucy.

Le entristecía pensar lo mal que debían haberlo pasado Bryan y su hermano por el divorcio de sus padres. Scarlett le había contado que eran muy niños cuando sus padres habían decidido que no podían seguir juntos.

– Oh, no, de hecho se llevan bastante bien. Es a mi abuelo a quien mi madre no soporta.

– ¿A tu abuelo?

Bryan asintió.

– Creo que no ha vuelto a dirigirle la palabra desde que mi padre y ella se divorciaron. La única persona de la familia con quien mantiene el contacto es con Karen, la esposa de mi tío Michael.

– Pero… ¿le hizo algo tu abuelo para que no quiera ni verlo?

– Creo que lo culpa de que su matrimonio no funcionara -respondió él encogiéndose de hombros-. Mi abuelo es un hombre muy controlador. De hecho, cuando yo era un crío… en fin, es una historia muy larga; no creo que quieras escucharla.

– No, claro que quiero oírla. A menos que tú no tengas ganas de hablar de ello.

Bryan vaciló un instante antes de continuar.

– Cuando yo era niño tuvieron que hacerme una operación de corazón, una operación que el seguro médico de mis padres se negaba a costear porque se consideraba algo experimental. Mi abuelo la pagó, y es algo por lo que siempre le estaré agradecido, pero parece que utilizó aquel favor para manejar a mis padres a su antojo, y creo que eso fue lo que provocó que acabaran divorciándose.

La honda tristeza en el rostro de Bryan hizo que Lucy alargara la mano y la posara en su brazo.

– ¿No te echarás la culpa de eso, verdad? Nadie puede culparte porque tuvieras un problema de salud.

Bryan giró la cabeza hacia ella y sonrió.

– Eres una mujer increíble, Lucy Miller -le dijo tomándole la mano y apretándosela suavemente.

Lucy sintió un cosquilleo delicioso en la palma que tardó en desvanecerse aun cuando Bryan le soltó la mano porque tenía que cambiar de marcha, y se preguntó cómo sería si la tocase en otra parte del cuerpo si con sólo tomarla de la mano la hacía sentirse así. Mejor no pensar en eso, se dijo, notando que estaba acalorándose de sólo imaginarlo.

Cuando llegaron a la mansión, que se alzaba en lo alto de un acantilado, Lucy se quedó boquiabierta. Nunca en su vida había visto nada igual.

Otros coches habían llegado ya. Bryan aparcó, se bajó, y rodeó el vehículo para abrirle la puerta a Lucy.

– Recuerda, estás loca por mí -le dijo en un siseo al tiempo que le ofrecía el brazo.

Si él supiera que no le haría falta siquiera fingirlo porque ya lo estaba…

La mansión resultó ser aún más impresionante por dentro que por fuera. Bryan la condujo al salón, donde la persona del servicio que les abrió les dijo que ya estaban los demás. Cuando entraron el murmullo de conversaciones se detuvo, y los familiares de Bryan se quedaron mirándolos expectantes.

– Ah, Bryan, ya estáis aquí -dijo un hombre de unos cuarenta años acercándose a ellos.

Parecía demasiado joven para ser su padre, pero por el parecido físico entre ambos no podían ser otra cosa más que padre e hijo.

– Tú debes ser Lindsay -le dijo a Lucy tendiéndole la mano-. Soy Daniel Elliott, el padre de Bryan.

Lucy le estrechó la mano.

– Encantada.

Bryan le fue presentando luego al resto de sus parientes allí congregados: su hermano Cullen y su esposa, Misty; John, el prometido de Scarlett; Summer, la hermana gemela de ésta y su prometido, Zeke Woodlow, y finalmente el abuelo y la abuela de Bryan, el patriarca y la matriarca del clan Elliott.

Lucy no había conocido jamás a un hombre que intimidara tanto como Patrick Elliott. Aunque ya debía tener bien cumplidos los setenta, se le veía fuerte y ágil, y era evidente que allí su palabra era ley.

– Así que tú eres la nueva novia de Bryan -murmuró mirándola con ojo crítico, como si fuera un caballo que hubiera comprado en una subasta.

Bryan los había presentado formalmente, pero su abuelo no le había tendido la mano, sino que la había saludado únicamente con un brusco asentimiento de cabeza.

– No te dejes impresionar por él -le dijo Maeve, la abuela de Bryan, cuando su marido se hubo alejado-. Es un viejo gruñón, pero en el fondo es un pedazo de pan. Bienvenida a nuestra casa, Lindsay.

La anciana la tomó de ambas manos y se las apretó con una sonrisa. Parecía una mujer encantadora.

Minutos después llegaron Shane, uno de los tíos de Bryan, su primo Teagan, y la prometida de éste, Renee, y al cabo de un rato, tras las presentaciones, se fueron formando pequeños grupos, aunque el tema de conversación era común: Elliott Publication Holdings y aquella competición entre las principales revistas de la que le había hablado Scarlett.

Se palpaba esa competitividad que le había mencionado, pero no todo era tensión; también habían risas y espontáneos abrazos entre unos y otros.

Lucy no estaba acostumbrada a esa clase de demostraciones públicas de afecto entre familiares. En el hogar en el que ella se había criado nunca se habían oído muchas risas, ni recordaba que sus padres la hubiesen abrazado jamás.

– Deja que te llene de nuevo la copa, Lindsay -le dijo el padre de Bryan acercándose a ella en ese momento-. ¿Qué vino estabas tomando?

– Um… ¿Tinto?

– No, me refería a si era el Borgoña o el Pinot Noir.

Lucy imaginaba que se suponía que debería saber distinguir entre ambos, pero sus padres no habían permitido que entrase alcohol jamás en su casa, y durante el tiempo que había estado trabajando para In Tight sólo había bebido cerveza o cosas más fuertes, como whisky o tequila.

El padre de Bryan, que debió advertir su confusión, la condujo a la mesa alargada donde estaban las bebidas y los aperitivos.

– Éste es el Borgoña -le explicó levantando una botella-. Es excelente, de Australia, y el Pinot Noir es éste otro. Es de Chile y tiene un toque ligeramente afrutado -añadió soltando la botella y tomando otra-. Finge que te interesa lo que te estoy contando aunque sea una aburrida disertación sobre vino -le dijo guiñándole un ojo-, no me hagas quedar mal.

Lucy se rió.

– Oh, no, me parece muy interesante. Lo que pasa es que no entiendo demasiado de vinos. Creo que el que me sirvieron fue el Borgoña.

El padre de Bryan le llenó de nuevo la copa y se la devolvió.

– En realidad es otro el motivo por el que te he traído hasta aquí, donde no puedan oírnos los demás -le dijo en voz baja-. Quería hablar en privado contigo.

«Oh-oh…», pensó Lucy. Debía haber metido la pata, sin darse cuenta probablemente había dicho alguna cosa que la había descubierto.

– Estoy muy preocupado por Bryan. Ha estado viajando tanto últimamente… Y cuando apareció en la boda de su hermano en mayo con el labio partido y cojeando… Dijo que había tenido un accidente con el coche, pero su coche no tenía ni un arañazo.

Bryan no le había contado nada de aquello, y debió reflejarse en su rostro, porque el padre de Bryan le dijo sorprendido:

– ¿No lo sabías?

– Mm… bueno, es que no llevamos saliendo mucho tiempo -respondió ella nerviosa-. Ha sido todo tan rápido. Aún hay muchas cosas que no sé de Bryan, pero la verdad es que no me ha mencionado nada de un accidente.

El señor Elliott sacudió la cabeza.

– No sé, es que a veces tengo la impresión de que está ocultándonos algo. Y no es que esté paranoico; su madre también está preocupada. Y Cullen. Todos tenemos la impresión de que hay algo que no nos ha contado.

Oh, Dios. ¿Qué se suponía que debía responder a eso? Habría querido decirle que no se preocupara, pero Bryan ponía su vida en peligro casi a diario por su trabajo.

– Bueno, supongo que Bryan es de esas personas que no habla mucho de su vida privada.

– Pero… ¿qué es lo que ha estado haciendo en Francia? No puedo creerme que se haya pasado dos semanas intercambiando recetas.

Lucy se sentía como un animal acorralado.

– No sé, a mí me dijo que estuvo reuniéndose con varias personas por motivos de su negocio.

– ¿Quieres decir con chefs y gerentes de restaurantes?

Y con espías y terroristas, añadió Lucy para sus adentros.

– Sí, eso es -respondió, asintiendo con la cabeza.

El señor Elliott frunció los labios, como si no estuviese aún muy convencido.

– En fin, supongo que si eso es lo que dice que estuvo haciendo, será verdad. Quizá ahora que te tiene a ti a su lado no viajará tanto. Cuida de él, Lindsay.

Lucy tomó un sorbo de su copa mientras lo veía alejarse. Dios, en su vida se había sentido tan mal ni había contado tantas mentiras.

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