Capítulo Dos

En vez de tomar el camino más corto para salir de la ciudad, Bryan zigzagueó por varias calles para asegurarse de que no los estaban siguiendo, hasta que finalmente salieron a la autopista.

– ¿Estás bien? -le preguntó a Lucy.

Había esperado que lo acribillara a preguntas acerca de dónde iban y qué iban a hacer; preguntas para las que no tenía aún respuesta, pero la joven iba muy callada.

Lucy asintió.

– Siento haberte puesto en peligro.

Ella se encogió de hombros.

– Sabía a lo que me exponía cuando acepté colaborar con vosotros; tú me advertiste que habría riesgos.

Era verdad que le había advertido que aquello podría ser peligroso, pero Bryan nunca habría imaginado que alguien de la agencia pudiera estar implicado.

– Y nos has ayudado muchísimo; lástima que no hayas podido terminar el trabajo.

– Sí lo he hecho.

– .Perdón?

– Después de hablar contigo por el móvil supe que no podría volver a poner un pie en Alliance Trust, así que mandé todas las precauciones a paseo. Hasta ese momento siempre había tenido mucho cuidado de cubrir mis huellas cuando descargaba información, pero dado que no iba a volver, pensé que ya daba igual. Así que descargué prácticamente todo. Parece mentira la capacidad que tiene esa memoria USB que me disteis.

– ¿Has dicho prácticamente todo? -repitió él sin poder dar crédito a lo que estaba oyendo.

– Bueno, todo lo que podría sernos útil. Me llevará tiempo revisarlo todo, porque quien estaba malversando dinero de los fondos de pensiones es bastante escurridizo, pero descargué calendarios, listas de contactos, las horas de conexión y desconexión, contraseñas, las actas de reuniones… Como digo será lento, pero creo que por un proceso de eliminación puedo llegar a descubrir quién estaba apropiándose indebidamente de esos fondos.

– No será necesario que te ocupes tú -replicó Bryan-; nuestra agencia cuenta con algunas de las mentes más brillantes del país y… -se quedó callado al recordar que hasta que no supiera quién lo había traicionado no sería prudente compartir esa información con nadie. Con sólo apretar una tecla podrían borrar las pruebas por las que Lucy había arriesgado su vida.

– Pero estoy segura de que podría hacerlo -insistió la joven-. Puede que tu organización tenga expertos y equipos de alta tecnología, pero yo conozco a las personas que trabajan en el banco y sé cuál es el cometido de cada una de ellas. Sé que sería capaz de dar con las piezas de este rompecabezas y encajarlas.

Quizá tuviese razón.

– Está bien; ¿qué necesitarías?

– Sólo un ordenador lo bastante potente como para poder manejar toda esa información, y un lugar tranquilo donde trabajar.

Un plan estaba empezando a tomar cuerpo en la mente de Bryan. Era algo descabellado, pero no sabía de qué otro modo podría poner a Lucy a salvo. La agencia contaba con un buen número de pisos francos, pero ya no podía fiarse de su propia gente. Todos los que estaban tomando parte en aquella misión conocían también esos pisos: Tarántula, Stungun, Orquídea, y su supervisor más inmediato, Siberia.

Todavía no podía creerse que aquellas cuatro personas, a las que hasta hacía una hora les habría confiado su propia vida, se hubiesen convertido de pronto en sospechosos.

– De acuerdo; creo que podré proporcionarte las dos cosas -respondió finalmente.

– Bueno, ¿y adonde vamos?

– A Nueva York.

– Eres de allí, ¿no?

Bryan dio un ligero respingo. ¿Cómo podía saber eso?

– Es por tu acento -dijo ella como si le hubiera leído el pensamiento-. En mi instituto había un chico de Nueva York, de Long Island, y hablaba igual que tú.

Vaya, vaya, vaya… pues sí que era observadora. La mayoría de la gente no lo habría notado. Durante su adiestramiento en la agencia le habían enseñado a enmascarar su acento. Claro que eso también significaba que había bajado la guardia sin darse cuenta. Debía ser la presión; muchos agentes no la aguantaban y acababan dejándolo.

– ¿Trabajas para la CIA? -le preguntó Lucy.

Ya no, pero había trabajado con ellos. Lo habían reclutado en su época de universitario, cuando estudiaba Gestión de Empresas. Por aquel entonces sus planes habían sido entrar a trabajar en la empresa familiar, el grupo editorial Elliott Publication Holding, pero aquella oferta había hecho que su vida diese un vuelco. Había estado al servicio de la CIA durante varios años, tomando parte sobre todo en operaciones encubiertas, hasta que un día le habían propuesto entrar a formar parte de una nueva agencia del Departamento de Seguridad Nacional. Las investigaciones que llevaban a cabo eran tan secretas que la agencia no tenía nombre, no tenía unas oficinas centrales, no se mencionaba en los presupuestos generales del Estado… básicamente no existía.

Debido a su trabajo se había acostumbrado a mentir y no le costaba nada hacerlo de un modo convincente, pero no quería mentir a Lucy, así que decidió que una verdad a medias no sería tan mala como una mentira.

– No, trabajo directamente para el Departamento de Seguridad Nacional.

– ¿En serio? No sabía que el Departamento de Seguridad Nacional tuviese sus propios espías.

– Es algo relativamente reciente.

– ¿Y cómo se convierte uno en espía?

– ¿Por qué?, ¿te interesa unirte a nosotros?

– Tal vez; cualquier cosa es mejor que el trabajo tan aburrido que hacía en el banco.

– ¿Y por qué estabas trabajando allí si no te gustaba?

Lucy se encogió de hombros.

– Necesitaba un empleo estable, y pagaban bastante bien. Pero ya llevaba un tiempo pensando en buscar otra cosa.

Por lo que había averiguado de ella, Bryan sabía que Lucy pertenecía a una familia de granjeros de Kansas, había ido a la universidad, se había licenciado con buenas notas y que, aunque no tenía la preparación necesaria ni la experiencia, había conseguido aquel puesto en el banco gracias a un tío suyo.

El único misterio en la vida de la joven era un periodo de dos años después de su paso por la universidad sobre el cuál no había conseguido información alguna. Su pasaporte indicaba que había viajado al extranjero, y Bryan había averiguado que tenía un hermano en Holanda, así que quizá hubiese pasado una temporada con él.

– ¿Vais a darme protección? -le preguntó Lucy de pronto.

– Ya lo estamos haciendo.

– No, me refiero a una nueva identidad -matizó ella-. La verdad es que nunca me ha gustado mi nombre, así que no me importaría nada cambiarlo por otro, aunque sólo sea algo temporal.

– ¿Qué nombre te pondrías?

– Desde luego no uno tan tonto como «Casanova» -lo picó Lucy-, aunque viendo cómo engatusaste a mi vecina para que te ayudara, la verdad es que te va como anillo al dedo.

– No me lo puse yo. Y por cierto, puedes llamarme Bryan; ése es mi verdadero nombre.

De todos modos lo habría averiguado muy pronto.

– De acuerdo; pues entonces tú llámame… Lindsay; Lindsay Morgan.

– Suena muy sofisticado. ¿Tiene algún significado especial? ¿Conoces a alguien que se llame Lindsay? ¿O que se apellide Morgan?

– No, pero Lindsay Wagner es una de mis actrices preferidas. Y Morgan… pues no sé, se me acaba de ocurrir.

– Pues no se hable más; desde este momento te llamas Lindsay Morgan, así que ve acostumbrándote.


Oh, Dios, pensó Lucy. Aquello iba en serio. Le había dicho lo del cambio de nombre medio en broma, pero iba a conseguir una nueva identidad de verdad. Un nuevo trabajo, una vida nueva en una nueva ciudad…

Unos criminales vinculados con el terrorismo internacional habían entrado en su casa, instalado micrófonos ocultos, y era posible que estuviesen buscándola para matarla, pero no estaba aterrada, como cabría esperar en una situación así. Todo aquello era tan emocionante…

Claro que se sentía un poco mal por sus padres; se preocuparían cuando pasasen varios días sin que tuviesen noticias de ella. Habría querido preguntarle a Bryan si podría volver a verlos, pero probablemente no podría responderle a eso.

Viajaron durante casi cinco horas, pero estaban en el mes de julio, así que todavía era de día cuando llegaron a Nueva York.

– ¿Dónde voy a quedarme?, ¿en un hotel? -le preguntó a Bryan.

– No, no puedo llevarte a ningún sitio donde tengas que identificarte; no hasta que no tenga listos los documentos falsos que te acrediten como Lindsay Morgan.

– Pero vas a llevarme a un lugar seguro, ¿no?

– Al más seguro de todos -le contestó él con una breve sonrisa.

Era la primera vez que Lucy lo veía sonreír, y aquella sonrisa hizo que el corazón le palpitase con fuerza. No le extrañaba que la señora Pfluger, que por lo general era algo cascarrabias, se hubiese mostrado tan dispuesta a cooperar. Si Bryan se lo hubiese pedido, la anciana habría sido capaz de desnudarse. Y hablando de desnudarse… todavía no podía creerse que se hubiera quitado los vaqueros delante de él, delante de un perfecto extraño. Entonces había estado demasiado nerviosa como para andarse con remilgos, pero en ese momento, sólo de recordarlo, las mejillas se le tiñeron de rubor, y giró el rostro hacia la ventanilla antes de que Bryan pudiera darse cuenta.

Había olvidado lo mucho que le gustaba Nueva York, aun cuando no le traía recuerdos muy agradables. No le gustaba ahondar en aquello, y cada vez que se descubría reviviendo esa época de su vida se apresuraba a apartar esos pensamientos de su mente, pero esa vez no lo hizo. Para su sorpresa descubrió que recordar aquello ya no le resultaba tan doloroso; más que otra cosa sentía tristeza por lo estúpida que había sido.

Bajó un poco la ventanilla, y el olor a perrito caliente de un puesto le hizo recordar que aparte del medio sándwich que se había tomado a mediodía no había comido nada. Había estado demasiado nerviosa como para hacer un almuerzo en condiciones.

– Me muero de hambre -le dijo a Bryan-. ¿Habrá comida en el sitio al que me llevas?, ¿o podremos pedir al menos algo por teléfono?

– No te preocupes; eso no es problema.

Se estaban adentrando en el Upper West Side, donde se encontraban las tiendas de moda, los restaurantes más selectos, y donde estaban también las zonas residenciales de la gente rica de Nueva York.

– Oh, mira. Me suena haber leído hace poco sobre ese sitio en alguna revista -le comentó a Bryan cuando pasaron por delante de un restaurante llamado Une Nuit-. Quizá fuera en People, o en The Buzz. Creo que lo mencionaban porque algún famoso había celebrado aquí su cumpleaños.

– Sí, una de las hermanas Hilton.

– Vaya… ¿Así que estás al tanto de los cotilleos? ¿De dónde saca tiempo un espía para leer esa clase de prensa?

– En realidad no lo leí; estuve allí.

– ¿Lo dices en serio? ¿Conoces a las hermanas Hilton? -inquirió Lucy.

Siempre le había fascinado el mundo del espectáculo y los famosos, y desde el instituto había soñado con conocer a alguno de sus cantantes o actores favoritos.

Por desgracia había descubierto que en ese mundo no todo eran fiestas y glamour; lo había vivido bastante de cerca.

Bryan no contestó y, para su sorpresa, vio que se dirigían a un garaje a la vuelta de la esquina.

– Mmm… ¿no iremos a comer aquí, verdad? -le preguntó cuando Bryan bajó la ventanilla para introducir una tarjeta en la máquina que había a la entrada-. Me encantaría venir algún día, pero me parece que hoy no voy vestida de un modo muy adecuado -añadió bajando la vista a los pantalones de chándal de su vecina.

Bryan sonrió divertido.

– No, ahora mismo no vamos a entrar al restaurante, pero éste es el sitio al que venimos.

– Creía que sería un lugar más… aislado.

– Lo importante no es que esté o no aislado, sino que sea un sitio donde no se les ocurriría buscarte a quienes andan detrás de ti.

Tras dejar el vehículo aparcado, entraron por una puerta que tenía un letrero con el nombre del restaurante, pero al cruzarla accedieron a un pequeño vestíbulo donde había un ascensor v subieron en él.

Bryan apretó un botón, y una voz computerizada le pidió una contraseña.

– Enchilada -dijo Bryan, y nada más pronunciar aquella palabra el ascensor se puso en marcha.

– Un ascensor protegido por clave… Esto parece sacado de una película de James Bond -comentó Lucy anonadada.

– Además está programado para reconocer mi voz -le dijo él-. Nadie puede subir al piso de arriba a excepción de mí… y de mis huéspedes, por supuesto.

– ¿Quieres decir que vives aquí, en este sitio?

– Sí; soy el propietario del restaurante.

– ¿El restaurante es tuyo? -repitió Lucy anonadada-. ¿Y es normal que los espías lleven a su casa a testigos protegidos?

– No, pero éste es un caso especial.

– ¿Lo es?

Bryan no estaba seguro de qué debía contestarle, de cuánto podía contarle, pero finalmente optó por decirle la verdad.

– Tengo razones para creer que he sido traicionado por mi propia gente; por eso no puedo llevarte a uno de los pisos francos de la agencia. Éste es el único lugar donde estoy seguro de que nadie te buscaría.

– Entonces… la gente con la que trabajas… los otros espías… ¿no saben dónde vives?

– Ni siquiera saben cómo me llamo. Para los otros, e incluso para mi jefe, soy simplemente Casanova.

– Vaya.

Las puertas del ascensor se abrieron en ese momento, y Bryan le hizo un ademán a Lucy para que fuera delante.

Hacía un par de años había comprado el edificio entero. Había hecho algunos cambios en la planta baja para ampliar el comedor y modernizar las cocinas, había convertido la segunda planta en oficinas y cuartos de almacenamiento, y había hecho de las dos plantas superiores su vivienda particular.

No había reparado en gastos; sencillamente no había tenido necesidad de hacerlo. Su familia era rica, y él percibía un buen sueldo por su trabajo para el gobierno, pero aquellas reformas las había hecho gracias a los beneficios que había conseguido hasta entonces con el restaurante.

Nunca habría imaginado que aquel negocio que había abierto como una tapadera de su verdadero trabajo de cara a su familia y amigos habría acabado siendo tan lucrativo.

– ¿Cuánto tiempo tendré que estar aquí? -le pregunto Lucy-. No es que esté quejándome, pero quiero ir haciéndome a la idea, y también me gustaría saber si podré salir o voy a tener que permanecer aquí escondida todo el tiempo. Y si tendré que testificar en un juicio o algo así.

Bryan no pudo sino sonreír ante aquel aluvión de preguntas. Le gustaba la vivacidad de Lucy. En un primer momento no le había parecido más que una chica del montón, pero tenía una sonrisa contagiosa, y sus ojos, que eran de un azul muy claro, casi grises, tenían algo especial.

– Pues claro que no voy a tenerte aquí encerrada -le contestó-. Además no creo que vayas a encontrarte con nadie que conozcas.

En lo que respectaba a su familia, sin embargo, no había forma de que pudieran evitarlos, así que tendría que inventar algo para explicar la presencia de su joven invitada.

– Mm… yo no estoy tan segura de eso -dijo Lucy-. Hace unos años estuve viviendo aquí, en Nueva York.

– ¿Cómo?

Cuando había estado recabando información sobre ella no había encontrado nada que apuntase a que hubiese residido allí. Sin embargo, entonces recordó aquellos dos años sobre los que no había podido averiguar gran cosa.

– ¿Has oído alguna vez de un grupo de rock que se llama In Tight? -le dijo Lucy.

– Sí, claro que sí. Creo que este año van a hacer una gira por todo el país, ¿no?

Lucy asintió.

– Durante un tiempo estuve trabajando para ellos.

– ¿Tú? ¿Trabajaste para un grupo de rock?

– Contesté a un anuncio que habían puesto en Internet. Buscaban a alguien que se hiciera cargo de la contabilidad.

Bryan no podía imaginársela con un grupo de melenudos.

– No es que no te crea, Lucy, pero la agencia me pidió que te investigara cuando te pusiste en contacto con ella y se plantearon proponerte que colaboraras con nosotros. Es algo rutinario. En fin, lo que quiero decir es que no encontré nada sobre eso que estás contándome.

– Probablemente porque me pagaban con dinero negro. En aquella época no eran tan famosos como ahora -le explicó ella-. Sólo quería que supieras que sí es posible que me encuentre con alguien que me reconozca.

– En ese caso tendremos que asegurarnos de que eso no pase -contestó él. La miró de arriba abajo, preguntándose qué podría hacerse para que pareciese otra persona. Quizá un color de pelo distinto, otro peinado…-. ¿Qué te parecería un cambio de imagen?

Le preocupaba que Lucy se sintiera insultada, pero en vez de eso se le iluminó el rostro.

– Oh, me encantaría. ¿Podría teñirme de rubia? Si Lindsay Morgan existiera de verdad, sin duda sería rubia.

– Si es lo que quieres… -respondió él encogiéndose de hombros-. Mi prima Scarlett trabaja en la revista Charisma, y se encarga de supervisar las sesiones fotográficas con las modelos. Podría pedirle que nos echara una mano, que trajera algo de ropa, un maletín de maquillaje, lo que le haga falta para arreglarte el cabello… ¿Puedes pasar sin las gafas?

– Me temo que no. Si no las llevo no veo más allá de un metro y medio.

– Pues entonces te pondremos lentillas. Incluso podrían ser lentillas de colores; verdes, quizá, aunque será una pena tapar esos iris azules tan bonitos.

Lucy apartó la vista, como azorada.

– No me tomes el pelo; mis ojos son de lo más corrientes; son aburridos.

– A mí no me parece que sean aburridos en absoluto.

Lucy no lo creyó, pero no dijo nada, y Bryan la llevó al cuarto de invitados, que tenía su propio cuarto de baño.

– ¿Dónde duermes tú? -le preguntó.

– Mi habitación está arriba, y también tengo un estudio. Te lo enseñaré luego; allí es donde tengo mi ordenador. Y ahí es donde trabajarás si hablabas en serio cuando me dijiste que querías intentar sacar algo en claro de toda esa información que descargaste.

– Sí, claro que lo decía en serio.

Bryan asintió.

– Bueno, te dejo para que puedas darte una ducha y descansar -le dijo-; mientras me ocuparé de la cena.

– De acuerdo. ¿Tienes una bata o algo que pueda ponerme hasta que llegue tu prima? No quiero ponerme otra vez esto cuando me haya duchado -añadió señalando los pantalones de chándal de su vecina-. De hecho, de lo que tengo ganas es de quemarlos.

– Espera; te traeré algo.

Bryan no usaba bata, pero le llevó un par de pijamas que todavía estaban en su envoltorio. Se lo había regalado su abuela, y no los había estrenado. Cada año le regalaba uno, y todavía no se había atrevido a decirle que se acostaba desnudo.

Cuando regresó a la habitación de Lucy, ésta aún estaba en la ducha. Había dejado la puerta del baño entreabierta, y por un instante Bryan sintió la tentación de echar un vistazo para ver qué aspecto tenía sin ropa.

No lo hizo, pero no pudo reprimir una sonrisa. Tenía su gracia que le hubiese dado aquel repentino ataque de nobleza, acostumbrado como estaba por su trabajo a espiar a la gente.

Dejó los pijamas sobre la cama, y fue a hacer un par de llamadas: una al restaurante, para pedir algo de cena para los dos, y la otra a su prima Scarlett.

– Claro que no importa -le dijo ésta-. Además, John está fuera, por trabajo, así que no tengo planes para esta noche. Reuniré las cosas que necesito y estaré ahí dentro de hora u hora y media.

– ¿Vais a casaros?

– El año próximo; si no viajaras tanto lo sabrías. ¿De verdad no existen aquí esas especias que compras fuera?

Tal vez debiera buscarse una excusa más creíble. Cada vez que tenía que salir del país por alguna misión le decía a su familia que iba en busca de especias exóticas para el restaurante.

– Éste es un negocio muy competitivo -respondió.

– Ya. Bueno, ¿y dónde has conocido a esta chica?, ¿cuál es su historia? Ninguna de las novias que has tenido necesitaba ayuda con cómo vestirse o maquillarse.

– Es que Lindsay no es… -comenzó Bryan antes de quedarse callado. Sin saberlo, Scarlett le había dado la solución al problema de cómo justificar ante su familia el que Lucy estuviese viviendo con él-. Lindsay no es como las demás chicas con las que he salido; es especial. Es una chica de campo, muy natural, y a mí me gusta como es, pero ella insiste en que quiere un cambio de imagen para encajar mejor aquí. Dice que se siente fuera de lugar en Nueva York.

– No te preocupes; estaré encantada de ayudarla en todo cuanto pueda.

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