Capítulo Tres

Lucy no podía creer lo que acababa de oír. No había pretendido escuchar la conversación de Bryan con su prima, pero cuando entró en la cocina después de ducharse no pudo evitar oír lo que estaba diciéndole. ¡Prácticamente le había dicho que era su novia!

Bryan, que acababa de colgar, se volvió, y al darse cuenta de que lo había oído, murmuró:

– Mm… sí, supongo que deberíamos hablar de esto. Lo siento, pero es que no se me ha ocurrido otra manera de explicarle por qué estás aquí, en mi casa. Mi familia no sabe que soy un agente secreto del gobierno, y no puedo dejar que se enteren. Tengo que mantener separadas esas dos facetas de mi vida por su bien. Lo comprendes, ¿verdad?

– Sí, pero…

– No te preocupes, Lucy; todo irá bien -la interrumpió Bryan-. A menos que esto te incomode, claro está.

¿Incomodarla? No, ése no era el problema.

– No me incomoda, pero… ¿quién va a creerse que soy tu novia?

– ¿Por qué no habrían de creerlo?

– Pues porque yo no soy más que la empleada sosa y apocada de un banco, y tú eres… tú eres…

– El dueño de un restaurante; eso es lo único que la gente sabe de mí.

El teléfono sonó en ese momento, y cuando Bryan se volvió para contestarlo, Lucy bajó la vista dolida. No había objetado nada respecto a la descripción que había hecho de sí misma. ¿Significaba eso que así era como la veía: una chica sosa y apocada?

– De acuerdo, gracias -dijo Bryan antes de colgar y volverse de nuevo hacia ella-. Nuestra cena está lista; vuelvo enseguida.

Cuando Bryan salió de la cocina, dejándola a solas, Lucy trató de hacerse a la idea de que no sólo se había convertido en la ficción en Lindsay Morgan, sino también en la novia de Bryan.

Tiempo atrás no le habría parecido imposible que un hombre como Bryan se fijase en ella, pero eso había sido sólo durante los meses que había durado su romance con Cruz Tabor, el batería de In Tight, y porque había sido tan tonta como para dejarse seducir por sus palabras lisonjeras.

Al principio, cuando la contrataron como contable, se había propuesto no comportarse como una adolescente deslumbrada por su fama, pero cuando Cruz empezó a flirtear con ella no fue capaz de resistirse. Le dijo que era preciosa, que era sexy, la llevó con ellos de gira, le compró caros regalos…

Sin embargo, luego había descubierto que esos halagos los usaba con todas las mujeres a las que quería llevarse a la cama. Había sido una ingenua al creerse especial porque se había fijado en ella.

Pero eso no tenía nada que ver con la situación actual, se dijo. Después de aquello había dejado de engañarse a sí misma; sabía que no era atractiva en absoluto, así que… ¿cómo iba a creerse nadie que era la novia de Bryan?

Lo mejor sería que intentase no pensar, decidió. Comenzó a poner la mesa, y unos minutos después apareció Bryan con un par de bolsas de las que salía un olor delicioso.

– ¿Qué traes ahí?

– Un salteado de gambas y verduras con salsa Polonaisse.

– ¿Un salteado con una salsa francesa?

– Sí, eso es lo que define a Une Nuit: nuestros platos son una fusión entre la cocina asiática y la francesa -le explicó dejando las bolsas en la encimera, antes de volverse y mirarla de arriba abajo.

Lucy se había puesto la camisa de uno de los pijamas que le había dado. Le quedaba muy larga, así que le cubría casi hasta las rodillas, y además hacía calor, así que no se había preocupado por ponerse la parte de abajo.

Sin embargo, en ese momento se sintió incómoda con él mirándola. Quizá sí debería haberse puesto los pantalones del pijama.

– Te sienta bien -le dijo Bryan con un guiño.

Lucy se puso roja, pero por suerte Bryan se había dado la vuelta para sacar la comida de las bolsas y no se dio cuenta.

«Oh, por amor de Dios, Lucy Miller, crece de una vez», se reprendió irritada. Lo más seguro era que Bryan hubiese visto a docenas de mujeres con mucha menos ropa.

– ¿Te gusta el vino? -le preguntó él, que acababa de sacar una botella del frigorífico.

– La verdad es que… Sí, sí que me gusta.

Había estado a punto de decirle que no bebía. El alcohol era una de las cosas que había dejado cuando se había propuesto cambiar, crecer y darle un giro a su vida en vez de seguir comportándose como una adolescente irresponsable.

Lo cierto era que no se había emborrachado jamás, pero en las fiestas de Cruz y su grupo el alcohol siempre había corrido a raudales, así que el día en que había dejado de trabajar para ellos había decidido que no volvería a beber.

Sin embargo, después del día que había tenido, quizá una copa no le vendría mal. Bryan le tendió una copa.

– Hagamos un brindis: por tu nueva vida como Lindsay Morgan.

– Por Lindsay -repitió ella levantando su copa antes de tomar un sorbo.

Se sentaron a la mesa, y empezaron a comer.

– Mmm… está buenísimo este salteado -le dijo a Bryan-. No me extraña que tu restaurante tenga tanto éxito. ¿Empezaste tú el negocio, o se lo compraste a alguien que lo traspasaba?

– Lo compré. Antes era un pequeño restaurante francés, y lo de mezclar la cocina francesa con la asiática comenzó siendo sólo una broma una noche que el gerente, el chef, y yo habíamos bebido unas cuantas copas de más -le explicó él-. Luego me dije: «¿y por qué no?». Empezamos a experimentar en la cocina, introduciendo platos nuevos en el menú, y resultó que a la gente le gustaban.

– Y salta a la vista por qué -murmuró ella entre bocado y bocado.

Cuando terminaron de cenar Lucy insistió en fregar, diciéndole a Bryan que no tenía sentido poner el lavavajillas por un par de platos, y en ese momento sonó el timbre del portero automático. Era Scarlett, que ya había llegado, así que éste bajó para recibirla y ayudarle a subir las cosas que llevaba.

Lucy sabía que no tenía por qué gustarle a la prima de Bryan, que no era su novia de verdad, pero estaba hecha un manojo de nervios.

Al poco oyó la puerta del ascensor abrirse, y unos segundos después Bryan entró de nuevo en la cocina, cargado con un montón de ropa v seguido de una de las mujeres más hermosas que Lucy había visto jamás. Era casi tan alta como él, esbelta y con una increíble melena pelirroja que le caía en suaves ondas sobre la espalda y los hombros.

– Aja, así que tú eres mi víctima -la saludó Scarlett con una sonrisa. Dejó sobre una silla un maletín de maquillaje y puso en el suelo una bolsa de plástico llena de lo que parecían utensilios de peluquería-. Soy Scarlett -le dijo tendiéndole la mano- supongo que tú serás Lindsay.

Le estrechó la mano y murmuró que se alegraba de conocerla, que Bryan le había hablado mucho de ella, aunque por dentro estaba temblando.

Bryan le había dicho que estaba convencido de que podría hacer aquello, pero ella no estaba tan segura. ¿Y si Scarlett o alguien de su familia se daba cuenta de que su supuesto noviazgo no era más que una pantomima?

– Deja que te vea bien -le dijo Scarlett, haciéndole dar una vuelta-; veamos cuál es la materia prima sobre la que vamos a trabajar.

Bryan, que parecía sentir curiosidad por la transformación que su prima iba a llevar a cabo con ella, se apoyó en la encimera y se cruzó de brazos. A Lucy se le subieron los colores a la cara. Aquello ya era bastante embarazoso como para que encima él se quedara allí a mirar, como si fuese un espectáculo.

Scarlett debió percatarse de su incomodidad, porque se volvió hacia él y le dijo:

– ¿No tienes nada que hacer por ahí?, ¿un restaurante del que ocuparte?

– Es que quiero ver qué vas a hacerle a Lindsay. A lo mejor puedo ayudar dándote mi opinión.

– No -insistió su prima con firmeza-; cuando hablamos por teléfono me dijiste que es ella la que quiere cambiar de imagen, así que tú aquí no tienes que opinar de nada. Y ahora vete y no vuelvas por lo menos hasta que sea medianoche.

Bryan farfulló algo incomprensible, pero finalmente se irguió y se apartó de la encimera.

Lucy creyó que se dirigiría directamente a la puerta, pero en vez de eso se acercó a ella.

– Pásalo bien, ¿de acuerdo? Nos vemos dentro de un rato -le dijo.

Y luego, sin previo aviso, se inclinó, la besó en los labios, y se marchó.

El beso apenas duró más de medio segundo, pero Lucy sintió como si una corriente eléctrica le recorriera la espalda.

Por suerte para ella, Scarlett estaba ocupada estudiando la textura de su cabello, todavía húmedo por la ducha, y no pareció advertir lo agitada que le había dejado el beso de Bryan.

– Tienes un pelo magnífico -dijo-; sano y fuerte. Supongo que querrás dejarlo con este largo, pero podríamos cortarlo un poco en capas y…

– No, quiero que sea un cambio radical. Lo quiero corto y también me gustaría otro color.

– ¿Otro color? Bueno, podríamos probar con unos reflejos rubios.

– Mejor rubio del todo -le dijo Lucy.

Scarlett sonrió.

– De acuerdo. Cuando acabe parecerás una de las modelos que salen en la portada de nuestra revista.

Lucy se rió vergonzosa.

– Ya me gustaría.

– Pues claro que sí, mujer, ya verás. Tu estructura ósea es excelente, tienes unos rasgos proporcionados, buenos dientes… Aunque tendremos que deshacernos de las gafas, eso sí.

– Sí, yo había pensado que me gustaría llevar lentes de contacto de color verde -dijo recordando lo que le había sugerido Bryan-. Con mi figura en cambio me temo que no podremos hacer demasiado.

– Bah, tonterías. La mayoría de las modelos que posan para nuestra revista tienen menos pecho que tú. Te sorprendería ver lo que puede cambiar la ropa adecuada a una persona. Además eres esbelta, así que vas a tener donde elegir. Vamos, ayúdame a llevar todo esto al dormitorio para que podamos empezar.

Lucy estuvo a punto de llevarla al cuarto de invitados, pero inmediatamente recordó que siendo como se suponía que era la novia de Bryan, Scarlett imaginaría que dormían juntos, así que la llevó allí.

– ¿Y qué ha sido de tu ropa? -le preguntó Scarlett curiosa, cuando hubieron puesto sobre la cama toda la que ella traía.

– Bueno, es que es una historia muy larga y… -murmuró Lucy, preguntándose qué podría decirle.

– Tranquila, mi hermana gemela va a casarse con un cantante de rock, así que no creo que nada de lo que puedas contarme me sorprenda.

– ¿En serio?, ¿qué cantante? -inquirió Lucy rogando por que no fuera nadie que ella conociese, nadie relacionado con In Tight.

– Zeke Woodlow.

Lucy respiró aliviada. Un momento, pensó, ¿Zeke Woodlow? Había leído en la revista The Buzz que Zeke Woodlow se había comprometido con una joven llamada…

– Oh, Dios mío… Tu hermana gemela es Summer Elliott, ¿verdad? Entonces., ¿sois de los Elliott de Elliott Publication Holdings?

Scarlett frunció el entrecejo, como contrariada.

– Sí; ¿no lo sabías?

Había metido la pata hasta el fondo. Claro que Bryan tampoco le había dicho su apellido.

– No, es que… bueno… no sabía que fueseis esos Elliott -balbució aturullada-. Bryan y yo no llevamos saliendo mucho tiempo -añadió-. Y respecto a mi ropa, pues… la quemé.

– ¿La quemaste? ¿Toda tu ropa? -repitió Scarlett, mirándola de hito en hito.

Estupendo; cada vez lo estaba liando más.

– Mm… sí. Quería romper con el pasado y empezar de cero. Crecí en Kansas, en una granja, y… en fin, toda la ropa que tenía me parecía demasiado pueblerina para venir aquí a Nueva York.

Eso al menos era sólo una mentira a medias. Era cierto que sus padres tenían una granja en Kansas.

– ¿Y qué estaba haciendo Bryan en Kansas? Creía que estaba en Europa.

– Oh, y lo estaba. Nos conocimos en París, pero luego yo volví a Kansas para decirles a mis padres que me venía a Nueva York con Bryan.

– Así que volviste a Kansas, quemaste toda tu ropa… ¿y te viniste a Nueva York desnuda?

Lucy sonrió, como si aquella historia no fuese completamente absurda e increíble.

– Exacto.

Scarlett, que debió pensar que estaba bromeando, se echó a reír.

– Lindsay, me gusta tu estilo.


Mientras bajaba al restaurante, Bryan iba pensando que tendría que resultar muy convincente para que su familia creyera que Lucy era de verdad su novia. Nunca había tenido una relación seria. Bueno, en un par de ocasiones lo había intentado, pero había descubierto que a las mujeres no les gustaba que desapareciera de repente durante varias semanas. No era justo hacerle aquello a ninguna mujer. Además, siempre cabía la posibilidad de que un día se fuera a una misión y no regresara. Si eso ocurriera, aquella pobre mujer probablemente nunca sabría qué le había pasado.

Pero no por eso llevaba una vida de celibato; salía de vez en cuando, pero sin comprometerse, y únicamente con mujeres que comprendían sus reglas y que tampoco querían una relación seria.

Sin embargo, muy pocas veces había llevado a ninguna mujer a su casa, y mucho menos había tenido allí a una conviviendo con él, así que para que su familia se tragase el cuento de que iba en serio con «Lindsay» tendría que fingir que estaba loco por ella. Tendría que interpretar el papel de un hombre muy enamorado, con muestras de afecto en público, miradas amorosas…

Debería haber preparado mejor a Lucy para aquello, haber acordado con ella lo que debía decir si Scarlett le preguntaba de dónde era, cómo se habían conocido…

No, no tenía por qué preocuparse; Lucy era una chica lista y sabría arreglárselas. Bastaría con que luego lo pusiese al corriente de los detalles que le había dado a su prima para que no contasen una historia distinta.

Respecto al beso, sin embargo… había sido una suerte que Scarlett no hubiese estado prestando mucha atención en ese momento, porque Lucy se había quedado mirándolo como un animalillo deslumbrado por los faros de un coche cuando había despegado sus labios de los de ella.

Era evidente que no se lo había esperado… igual que él tampoco había esperado que fuesen a sorprenderlo la suavidad y calidez de los labios de Lucy, y lo vulnerable que le había parecido de pronto.

Había sido un beso de lo más inocente; de hecho apenas se habían rozado sus labios, pero lo había sacudido por dentro como un terremoto. Jamás había experimentado nada semejante.

– ¡Eh, jefe, has vuelto! -lo saludó uno de los ayudantes del chef cuando entró en las cocinas.

– ¡Hombre, Bryan! -exclamó otro-. ¡Ni te imaginas lo que están gustando tus «rollitos de la Provenza»!

El chef, Kim Chin, nieto de emigrantes chinos, alzó la vista del salteado que estaba haciendo y gruñó:

– Ya era hora de que aparecieras.

Bryan esbozó una sonrisa culpable. Era verdad que últimamente había tenido algo desatendido el negocio, pero no era fácil llevar dos trabajos a la vez y el caso del banco Alliance Trust no le había dado un momento de descanso.

Mientras Lucy recopilaba información desde dentro para ellos, un par de agentes franceses y él habían estado siguiendo la pista a la gente que estaba recibiendo el dinero de los fondos de pensiones, para evitar que llegara a los terroristas en Irak.

– ¿Y Stash? -le preguntó a Kim.

– En el comedor, dorándole la píldora a los clientes, ¿dónde si no? Es lo único para lo que vale ese francés aburguesado.

Bryan sonrió para sus adentros. Kim solía meterse con Stash Martin, el gerente, cuando tenían mucho trabajo, pero en el fondo se llevaban bien, y todo el mundo sabía que Stash era quien mantenía la maquinaria bien engrasada en su ausencia, cuidando al máximo cada detalle.

Y hablando del rey de Roma…

– ¡Bryan, mon amie, has vuelto! -lo saludó Stash entrando en las cocinas en ese momento. Se acercó a él y fingió darle un par de besos en las mejillas-. Eres un desastre de dueño; pasas tanto tiempo fuera que un día de estos volverás y te encontrarás el restaurante convertido en una hamburguesería.

Bryan había estado inventando una larga historia para explicar su ausencia, pero dados los últimos acontecimientos lo abrevió con un «He conocido a alguien», y se preparó para las preguntas de Stash, que sin duda no serían pocas.


Cuando Lucy se miró en el espejo no podía creer lo que vieron sus ojos. Scarlett no se lo había permitido hasta ese momento, así que ver su nueva imagen fue una auténtica sorpresa. O más bien un auténtico shock. Ni su propia madre la reconocería… claro que ésa era la idea, al fin y al cabo.

Scarlett le había cortado el pelo, dejándoselo a la altura de la barbilla, y se lo había teñido de un rubio claro, y con un ligero toque de maquillaje hábilmente aplicado había logrado resaltar los rasgos más atractivos de su rostro.

Y el toque final lo daba la ropa. Después de que miraran juntas toda la ropa que Scarlett le había llevado, para decidir con qué conjuntos y prendas se iba a quedar, finalmente había optado por unos pantalones pirata negros, una camiseta de tirantes verde lima con el cuello en uve, que le quedaba pegada al cuerpo, y unas sandalias también negras de tacón.

Lo más sorprendente, sin embargo, era que de repente Lucy había descubierto que podía presumir de escote. Scarlett le había dado un sujetador que levantaba el pecho, y como por arte de magia sus senos parecían más grandes.

– Es alucinante -murmuró por tercera vez.

– Las modelos no tienen nada que no tengamos las demás -le dijo Scarlett-. Un estilista, maquillaje, una luz adecuada y un buen fotógrafo pueden convertir a una mujer del montón en una belleza.

A la vista estaba, pensó Lucy, mirándose de nuevo en el espejo. Sin embargo, no estaba segura de estar a la altura de su nuevo look. Las mujeres hermosas de verdad, como Scarlett, tenían confianza en sí mismas y eso se notaba en cómo caminaban, en cómo se expresaban… y eso era algo que ella no conseguiría aunque se pusiese el vestido más caro del mundo o la peinase el mejor peluquero de Nueva York.

– No sé, me temo que por mucho que quiera parecer una mujer de ciudad sigo siendo sólo una chica de Kansas.

– Deberías dejar de preocuparte por eso, Lindsay. Bryan me ha dicho que le gustas tal y como eres. Además, es la primera vez que va en serio con una mujer, y eso tiene que significar algo, ¿no crees? Estoy segura de que ha visto en ti algo muy especial.

Lucy suspiró en silencio. Lo que Scarlett no sabía era que en realidad no estaban saliendo juntos y que Bryan estaba cargando con ella porque era su deber, porque tenía que protegerla.

– ¿Os lleváis bien Bryan y tú? -le preguntó, curiosa por saber algo más sobre su supuesto novio.

– Sí, la verdad es que todos los primos nos llevamos muy bien. Todos trabajamos en la empresa familiar en un puesto u otro. A excepción de Bryan, claro; es el único que se ha librado.

– ¿Por qué crees que lo hizo? Escoger un camino distinto, quiero decir.

– Pues… supongo que porque desde niño fue distinto del resto de nosotros… por sus problemas de corazón, quiero decir.

¿Problemas de corazón? Bryan no se lo había mencionado, pero era obvio que Scarlett daba por hecho que sí, así que Lucy asintió y no dijo nada.

– No podía correr y jugar como nosotros, así que mi abuela lo entretenía enseñándole a hacer pasteles, galletas, y cosas así. Imagino que de entonces le viene su interés por la cocina. Después de la operación empezó a practicar varios deportes e incluso consiguió que lo admitieran en el equipo de atletismo en el instituto. Supongo que sentía la necesidad de recuperar el tiempo perdido. Empezó a estudiar Gestión de Empresas en la universidad con la idea de entrar a trabajar en la empresa de la familia, pero no terminó sus estudios y montó su propio negocio, el restaurante, ya sabes. Yo creo que fue el más listo de todos nosotros.

– ¿Por qué dices eso? -inquirió Lucy sorprendida-. Estoy segura de que muchísimas mujeres darían lo que fuera por trabajar en una revista como Charisma.

– Oh, no, entiéndeme, yo me siento muy orgullosa de formar parte del equipo de Charisma, pero con lo caldeados que están los ánimos ahora mismo… Bryan no te lo ha contado, ¿no?

– ¿Contarme qué? -inquirió Lucy intrigada.

– Nuestro abuelo Patrick ha decidido jubilarse a finales de este año, y quiere que le suceda como presidente de la compañía uno de sus cuatro hijos, cada uno de los cuales es director de una de las revistas más importantes de Elliott Publicación Holdings: Pulse, Snap, The Buzz, y Charisma -le explicó Scarlett-. La idea es que obtendrá el puesto aquél que mayores beneficios haya conseguido aportarle a la compañía al acabar el año.

– Vaya.

– Lo malo es que se han tomado esta competición tan en serio que el ambiente en la empresa se ha vuelto muy tenso -añadió Scarlett-. Mi tía Finola, que es mi jefa en Charisma, prácticamente vive en la redacción; no descansa un momento. Está obsesionada con ganar. Y mi tío Michael… en fin, su esposa está recuperándose de un cáncer de mama y debería estar más pendiente de ella que de esta estúpida competición, la verdad. Todavía no puedo creerme que a mi abuelo se le ocurriera algo así.

Lucy no sabía qué decir. Desde luego no debía ser nada agradable trabajar con toda esa presión.

– Perdona, no sé si Bryan querría que te contara estas cosas -se disculpó Scarlett.

– Tranquila; no le diré que me lo has contado -le dijo Lucy.

Le echó un vistazo a su reloj de pulsera y se sorprendió de ver que era casi la una de la madrugada.

– Vaya, qué tarde es.

Y Bryan aún no había vuelto. Se preguntó qué estaría haciendo.

– Sí, sí que lo es -asintió Scarlett-. Bueno, me marcho para que puedas descansar.

– Muchísimas gracias por todo, Scarlett. Me encanta mi nuevo look.

La prima de Bryan sonrió.

– No hay de qué. Me ha encantado conocerte.

Lucy le ayudó a guardar sus cosas y la acompañó al ascensor.

– Te echaría una mano para bajar todo esto, pero no sé cómo volver a subir.

– Tranquila. Bryan y su ridículo ascensor -murmuró Scarlett poniendo los ojos en blanco-. Es verdad que tiene algunos cuadros muy caros, pero me parece que se pasó un poco con tanta seguridad.

Se despidieron y, cuando Scarlett se hubo marchado, Lucy regresó al dormitorio de Bryan. Quería llevarse toda la ropa a su habitación antes de que volviera.

Sin embargo, justo cuando estaba bajando las escaleras cargada de ropa, lo oyó saliendo del ascensor.

– ¿Lucy? -la llamó entrando en ese momento en el salón-. Ah, estás… -se paró en seco y se quedó mirándola-. ¿Qué te has hecho en el pelo?

– ¿No… no te gusta? -musitó Lucy llevándose una mano a la cabeza.

Aunque Scarlett le había dicho que le parecía una pena cortarlo, y que a la mayoría de los hombres les gustaba el pelo largo, Lucy había insistido en que lo que quería corto porque la idea era conseguir un cambio radical; no agradar a Bryan, pero… ¿quizá se lo había dejado demasiado corto?

– Es que estás tan… Espera, suelta esas cosas; deja que te vea bien.

Lucy puso la ropa sobre el sofá y se volvió hacia él, aguardando nerviosa su veredicto mientras la miraba de arriba abajo.

Bryan se acercó y le quitó las gafas para estudiar su rostro.

– Scarlett me ha dado el nombre de un optometrista al que podría encargarle que me hiciera las lentes de contacto -le dijo Lucy-. Podríamos ir mañana.

– Bueno -contestó Bryan.

Para sorpresa de Lucy no le devolvió las gafas, sino que se las guardó en el bolsillo de la camisa.

– ¿Y bien? -le preguntó Lucy impaciente-. ¿Te parece que estoy distinta, o tengo un aspecto ridículo?

Una sonrisa se dibujó lentamente en el rostro de Bryan, que Lucy, sin las gafas, no podía distinguir demasiado bien.

– Ya lo creo que estás distinta; pareces una estrella de cine, Lucy. Estás increíble, de verdad.

– ¿No crees que sería mejor que me llamaras también Lindsay cuando estamos a solas, para acostumbrarte? -le sugirió ella, tratando de ignorar el calor que notaba de pronto en las mejillas-. Y si vas a besarme otra vez como hiciste antes, al menos podrías avisar.

– Pues se supone que estamos locos el uno por el otro, así que puedes esperar un beso en cualquier momento.

– ¿En cualquier… momento?

– ¿Te incomoda que te bese? -le preguntó Bryan, asiéndola por los hombros y mirándola a los ojos-. Si no te sientes capaz de hacer esto tendremos que pensar en otra cosa. No puedo dejar que mi familia sepa la verdad.

Lucy no quería ni imaginar que la llevase a otro lugar, que la dejase sola en un hotel y no pudiera salir de allí hasta que atrapasen a los implicados en aquel caso.

– No será necesario; estoy segura de que puedo hacerlo -se apresuró a contestar. Es sólo que… no sé, creo que deberíamos «ensayar» un poco… quiero decir por si tu familia me pregunta algo, para saber qué contestar y… -en ese momento se dio cuenta de que Bryan estaba mirando sus labios-. ¿Se me ha corrido el carmín?

Bryan negó con la cabeza.

– No, pero estaba pensando que no podemos arriesgarnos a que reacciones como un animalito asustadizo cada vez que te bese -murmuró-. Creo que tienes razón: deberíamos ensayar.

Y, tras pronunciar esas palabras, inclinó la cabeza y la besó como si fuese en serio.

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