Capítulo Siete

Bryan volvió a besar a Lucy, inhalando su aroma. Olía aún mejor que el chocolate.

– Deberíamos subir a mi dormitorio -murmuró.

– No. Estoy segura de que te echarás atrás si te doy la oportunidad.

Bryan deslizó las manos dentro de los pantalones de chándal de Lucy. Debajo llevaba un tanga, y se deleitó acariciando sus nalgas desnudas mientras continuaba besándola y frotando su pecho contra los pequeños pero perfectos senos de ella. Los pezones de Lucy se habían endurecido, y a cada roce se sentía como si estuviera marcándolo a fuego con un hierro candente.

Ella, entre tanto, no estaba ociosa. Había acabado de desabrocharle los botones de los vaqueros, y justo en ese momento introdujo ambas manos dentro de sus calzoncillos y asió su miembro erecto, dejándolo sin aliento.

– Lucy, Lucy… no tan rápido -murmuró él. Si no la detenía explotaría en menos de diez minutos. No recordaba cuándo había sido la última vez que había estado tan excitado.

Sin previo aviso le bajó los pantalones y con ellos también el tanga. Lucy emitió un gemido de sorpresa, pero más la sorprendió aún cuando la agarró por detrás de las rodillas y la levantó como si fuera un cavernícola.

– ¡Bryan! ¿Qué haces? Bájame.

Él se rió y le dio una palmada en las nalgas.

– Compórtate.

– ¡Ay! -protestó ella, riéndose también-. ¿Se puede saber que haces?

Bryan la llevó hasta la isleta de acero inoxidable, en medio de la cocina, y la sentó encima.

– ¿Crees que eres la única que tiene derecho a hacer cosas escandalosas?, ¿crees que eres la única que tiene derecho a seducirme?

– No pretendía seducirte; de verdad -dijo ella con voz inocente, atrayendo la cabeza de él hacia sus senos.

Bryan no se quejó; estaba en el cielo.

– En serio. Estaba preocupada por ti. Y si no te hubieras manchado la cara de nata nada de esto habría ocurrido.

– Pues ha ocurrido, señorita; tú lo has empezado y yo lo terminaré -le dijo Bryan.

Le bajó los pantalones y el tanga hasta los pies, le quitó de paso también las zapatillas, y le separó las rodillas.

Lucy se estremeció de excitación, y Bryan introdujo una mano entre sus piernas para comprobar si estaba ya dispuesta para él. La encontró más que húmeda, y Lucy aspiró hacia dentro cuando la tocó.

– Bryan, no me hagas esperar, por favor… te necesito…

Él, sin embargo, quería hacerla sufrir un poco más. Se inclinó, y abriéndole los pliegues con los dedos comenzó a dar suaves pasadas con la lengua.

Lucy jadeó.

– Bryan… por favor…

– Quizá a partir de ahora te lo pienses dos veces antes de hacer ese truco con el chocolate -la picó él, deteniéndose un instante.

Luego, sin darle tregua, la sujetó por las caderas y continuó explorándola, tomándose su tiempo.

Lucy, que estaba ya frenética, se inclinó hacia delante y lo agarró del cabello.

– ¡Bryan!

Bryan no se apiadó de ella, sino que esperó hasta que la notó a punto de llegar al límite. Entonces se irguió, se quitó el resto de la ropa, y tiró de las caderas de Lucy hasta el borde de la isleta para hundirse en su calor.

– ¡Oh! -exclamó Lucy-. Oh, Dios… Oh, Bryan…

Bryan empujó las caderas, llegando más adentro de ella, y con la tercera embestida se introdujo por completo en su interior. Comenzó a moverse rítmicamente, entrando y saliendo de ella, pero los dos estaban demasiado excitados, y al cabo de un rato sintió cómo Lucy se estremecía al alcanzar el orgasmo, y él la siguió poco después.

Lucy, unida aún a él, se irguió jadeante, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó con dulzura.

– Quédate dentro de mí, Bryan; me siento tan bien… No me dejes…

Bryan estuvo a punto de decirle que para los cocineros resultaría un tanto embarazoso si llegasen al día siguiente y los encontrasen de esa guisa, pero aquél no era momento para bromas.

Lucy trataba de hacerse la fuerte todo el tiempo, pero Bryan sabía lo frágil que era en realidad y estaba seguro de que no era la clase de mujer que sólo buscaba divertirse un rato.

Salió de ella con suavidad, la tomó por la cintura, y la bajó al suelo, pero la sostuvo un momento al ver que se tambaleaba un poco.

– ¿Estás bien?

– ¿Mm? Oh, sí. Es que hacía mucho tiempo que no…, en fin, ya sabes -respondió Lucy, riéndose vergonzosa.

Bryan sonrió pero no hizo ningún comentario.

– Bueno, ¿nos vamos?

– ¿No estarás diciéndome que nos vamos a marchar sin probar un poco de esa tarta tuya?

Curioso; se había olvidado por completo de la tarta.

– Nos llevaremos los platos; podemos comérnosla en la cama.

Lucy sonrió traviesa, y después de agacharse para recoger su ropa le dijo:

– ¡El que tarde más en vestirse tendrá que cubrir al otro entero con nata y quitársela con la lengua!

Bryan se rió y comenzó a vestirse, diciéndose que no le importaría nada perder… aunque si ganara tampoco estaría nada mal.


Minutos después, cuando subían a la habitación, cada uno con un plato en la mano, Lucy sintió que las mejillas le ardían al recordar lo desinhibida que había estado y cómo se había aferrado a Bryan, rogándole que no la dejase.

No había pretendido decir aquello, pero en ese momento aún no se habían disipado los coletazos de aquel increíble orgasmo que había tenido, y las palabras habían abandonado sus labios antes de que pudiera contenerlas.

Aquello era una secuela de su relación con Cruz. El batería de In Tight había puesto fin a lo suyo sin previo aviso, del modo más cruel, y había desarrollado una especie de fobia a que la abandonasen.

Sin embargo, la situación no podía ser más distinta. Bryan, al contrario que Cruz, le había dejado claro desde el principio que no podía haber nada entre ellos que no fuese algo temporal. No como aquel bastardo de Cruz, que le había hecho creer que estaba loco por ella y que se casarían algún día.

Mientras subían en el ascensor le echó una mirada de reojo a Bryan y se encontró con que estaba mirándola.

– ¿Qué? -inquirió, dejando escapar una risita nerviosa.

– Nada, es sólo que eres tan preciosa que no puedo dejar de mirarte.

– Oh, venga ya. Con esta ropa tan sexy, sin maquillaje, con el pelo hecho un desastre… Seguro.

– Estás preciosa te pongas o no esa ropa de firma que te trajo Scarlett, Lucy. Y tampoco necesitas maquillaje. No sé quién te habrá dicho que no eres guapa, pero fuera quien fuera era un idiota.

– No era un «él», era mi madre -replicó ella-. Siempre decía que iría de cabeza al infierno por desobediente, vaga, e irrespetuosa, pero que al menos no tenía que preocuparse de que algún chico me dejara embarazada porque era tan poco atractiva que ni siquiera me miraban.

Lucy siempre había tratado de ignorar las críticas de su madre, pero al decirlas en voz alta todavía seguían doliéndole esas palabras.

– Por Dios. ¿Cómo puede una madre decirle esas cosas a su hija? -murmuró él espantado cuando salieron del ascensor.

– Bueno, ella decía que lo hacía con buena intención, porque temía por mi alma. Lo malo es que al final sus temores resultaron ser fundados.

– ¿Qué quieres decir?

– Que sus peores temores se hicieron realidad -respondió Lucy en un tono críptico mientras subían las escaleras para ir al dormitorio de Bryan-. ¿Vamos a tomarnos la tarta en la cama de verdad? -le preguntó, obviamente ansiosa por cambiar de tema.

– Imagino que es algo que tu madre no aprobaría, ¿no? -contestó él con una media sonrisa.

– No, ya lo creo que no. Si supiera que me he teñido el pelo se llevaría las manos a la cabeza porque para ella eso es vanidad, y la vanidad es un pecado. Sólo con decirte eso puedes hacerte una idea de cómo es.

– Pues olvídate de ella y haz lo que quieras, Lucy; ya no eres una niña.

Lucy inspiró profundamente y asintió, dándose cuenta en ese momento de que por primera vez en su vida no se sentía culpable por estar divirtiéndose. Quizá estaba empezando a superar aquello.

– Claro que hay algunas reglas que tienes que seguir para comer tarta en la cama -dijo Bryan, fingiéndose muy serio cuando entraron en el dormitorio.

– ¿Cuáles? -inquirió ella riéndose.

– Tienes que hacerlo desnuda.

Lucy se echó a reír de nuevo.

– Por eso no hay problema.

Dejó su plato sobre la mesilla con una sonrisa traviesa y empezó a desvestirse.

En menos de un minuto estaban los dos en la cama, desnudos, dándose de comer tarta el uno al otro con la mano porque se habían olvidado de llevarse tenedores.

– Esta tarta es fabulosa -dijo Lucy-. ¿De verdad que la has inventado esta noche?

Bryan, que estaba muy ocupado limpiándole los dedos con la lengua, asintió con un «mmm».

– Y tú has sido mi inspiración -murmuró-. En realidad me había puesto a hacerlo porque necesitaba algo lo bastante «lujurioso» como para no pensar en ti. No imaginé que fuera a resultar tan bueno. Creo que lo pondré en el menú. Y lo llamaré… «La tarta de Lucy».

– Más bien «La tarta de Lindsay». Si le pones «La tarta de Lucy» todo el mundo se preguntará quién diablos es Lucy.

– Cierto, pero una vez capturemos a quien está malversando esos fondos le cambiaré el nombre porque entonces podrás volver a ser tú otra vez.

– Es verdad -asintió Lucy.

Y cuando llegase ese día ya no tendrían que seguir con aquella pantomima, ni habría ninguna razón para que permaneciese allí, en Nueva York.

Bryan puso su plato y el de ella en la mesita de noche, y atrajo a Lucy hacia sí.

– Ahora vamos a tener que quemar una cuentas calorías, ¿sabes?

– Estoy toda pegajosa. Quizá debería darme una ducha.

– Por mí no lo hagas; no me molesta en absoluto que estés pegajosa. Es más: me gusta -le dijo Bryan demostrándoselo con un apasionado beso, al tiempo que sus manos recorrían todo su cuerpo.

Lucy se preguntó si se habría dado cuenta de que la piel de su vientre no estaba tan tersa como debería en una mujer de su edad, o si habría visto sus estrías.

Quizá algún día le contaría a Bryan lo que le había ocurrido hacía unos años, aquello que la había marcado, se dijo, pero esa noche no. Esa noche era sólo de ellos dos.


Bryan se despertó antes de que amaneciera, y cuando abrió los ojos y vio a Lucy acurrucada a su lado se dibujó en sus labios una sonrisa.

Debería estar sintiéndose culpable por haber hecho el amor con Lucy. Al fin y al cabo era una testigo, una civil que estaba ayudándoles, pero no le parecía que se estuviera aprovechando de ella. Cierto que había sido él quien había empezado todo aquello dos días atrás, cuando la había besado, pero la «agresora» esa noche había sido ella.

Él se había quedado en el restaurante para evitar que ocurriera aquello, y en cambio Lucy había ido a buscarlo, y se había entregado a él sabiendo que no quería una relación seria.

Respecto a si lo que había pasado entre ellos esa noche podría interferir en el caso… No, no creía que aquello pudiese poner en peligro la misión.

Se suponía que Lucy era su novia, y nadie tenía por qué saber que habían llevado aquello un poco más allá de la ficción. Sería su secreto. Y hablando de secretos… parecía que Lucy también tenía uno o dos.

No creía que pudieran influir sobre el caso, y Lucy estaba en su derecho de guardárselos, pero quería que confiara en él.

– Lucy -la llamó en un susurro-, ¿estás despierta?

– Mmm -murmuró ella acurrucándose más contra su pecho.

– No tienes que contestarme si no quieres, pero… bueno, es sólo que siento curiosidad. Cuando estuve recabando información sobre ti no encontré nada sobre un novio en los dos últimos años.

– No, no he salido con nadie desde que me fui a Washington.

– ¿Y por qué el DIU entonces?

Ella vaciló un instante, como decidiendo qué debía contestar.

– ¿Porque soy optimista?

Bryan se puso serio.

– Lo que quiero decir es que… bueno, no entiendo que sin tener perspectivas de mantener relaciones sexuales te pusieras un dispositivo intrauterino.

Lucy dejó escapar un suspiro.

– Está bien, te lo explicaré. No es algo de lo que me sienta orgullosa; más bien todo lo contrario, pero es parte de mi pasado -dijo-. Verás, cuando comencé a trabajar para In Tight me sentía la persona con más suerte del mundo. Para el grupo era sólo esa chica de Kansas que se ocupaba de la contabilidad, pero un día Cruz, el batería del grupo, empezó a flirtear conmigo. Yo por aquel entonces era de lo más ingenua, y me hizo creer que era especial para él. Empezamos a… bueno, no creo que pueda decirse que empezamos a salir -murmuró bajando la vista-; más bien empezamos a acostarnos juntos.

Bryan no hizo comentario ni juicio alguno, y Lucy continuó.

– Al principio me trataba bastante bien. Cuando se iban de gira me dejaba ir con él en primera clase y cosas así -le explicó-, y todo iba bien… hasta que me quedé embarazada.

Bryan enarcó las cejas, sorprendido. ¿Había estado embarazada?

– Cruz me había dicho que me quería, y que quería que nos casáramos en cuanto el grupo empezase a afianzarse un poco, así que pensé que se alegraría cuando le dijese lo del bebé, pero en vez de eso se enfadó. Me acusó de no haber tenido más cuidado, y me dijo… me dijo que me… que me deshiciera de él.

La voz de Lucy se quebró y Bryan la estrechó contra sí sintiendo que la ira se apoderaba de él.

– Si algún día llego a conocer a ese bastardo le arrancaré la piel a tiras -masculló-. ¿No harías lo que te dijo? -inquirió vacilante.

Quizá sí lo hubiera hecho, añadió para sus adentros. Lucy no le había dicho que tuviese un hijo, ni había hallado nada a ese respecto cuando había estado recabando información sobre ella.

– No, no aborté. Le dije a Cruz que sería incapaz de hacer eso y que iba a tener el bebé. Me amenazó con que si iba a la prensa negaría que era suyo y diría que yo era una furcia y me acostaba con todos.

Bryan estaba tan furioso que la sangre le hervía en las venas.

– Una prueba de ADN habría bastado para demostrar que sí era el padre.

– Pero yo no tenía ningún interés en que reconociera a mi hijo después del modo en que se había comportado -replicó Lucy-. De todos modos él también lo sabía, no era estúpido, así que me ofreció dinero para que me alejara de él. Yo no lo acepté; simplemente me marché.

– ¿Adonde?

– Volví a la granja de mis padres. Se escandalizaron cuando se enteraron de lo que me había pasado, como podrás imaginar. Me llevaron a la iglesia, me hicieron confesarme… Pero después de todo era su hija, así que al final me perdonaron. Y luego… luego perdí al bebé.

– Oh, Lucy, cuánto lo siento.

– Lo curioso es que yo quería tener de verdad a ese bebé. Todo el mundo me dijo que había sido una bendición que lo perdiera, pero a mí no me lo pareció, y me sentía tan culpable… me sentía como si estuviese siendo castigada. Pensé que debería haber escuchado a mis padres, que no debería haberme comportado de un modo tan alocado. Además, el hacer cosas por las que no pudiera meterme en problemas era una cosa, pero cuando me quedé embarazada y perdí al bebé me di cuenta de que tenía que hacer algo para cambiar mi vida. Me prometí a mí misma que aquello jamás volvería a ocurrirme, y en un intento por enmendarme acepté el trabajo que mi tío me consiguió en el banco.

– ¿Y el DIU?

– Bueno, a pesar de mis buenas intenciones soy débil. Pensé que aunque yo no me buscara problemas tal vez sin querer podría verme envuelta en ellos, y quería estar preparada, sólo por si acaso. Y fíjate, anoche no pude resistir la tentación -concluyó con una media sonrisa.

– Tú no eres débil -replicó él-. Eres una de las mujeres más fuertes que conozco. El único error que cometiste fue enamorarte del hombre equivocado, y eso le pasa a montones de personas en todo el mundo; no eres una excepción.

– ¿Pero quién dice que no volverá a ocurrirme?

Bryan comprendía lo que quería decir. Al fin y al cabo él tampoco era el hombre que le convenía.

– Yo nunca me desentendería de mi propio hijo -murmuró.

– Lo sé; tú no te pareces en nada a Cruz. Era un inmaduro y un egoísta. Tú eres un hombre adulto y responsable.

Bryan la besó enternecido. Ella sí que era una persona responsable. Lucy había tenido que tomar en su vida algunas decisiones muy difíciles, y a pesar de sus errores se había responsabilizado de las consecuencias de sus actos.

Le habría gustado haber sido el hombre que necesitaba. Se merecía a alguien que le diera su amor incondicionalmente, alguien que estuviese a su lado pasara lo que pasara, que no desapareciera de repente durante semanas porque tenía una peligrosa misión que cumplir en el otro extremo del mundo.

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