Aquél era uno de los pocos encuentros cara a cara que Bryan había tenido con Siberia. Se reunieron en la terraza de una cafetería en Nueva York a la mañana siguiente de que dejara a Lucy en la cabaña.
– Vargov está en Francia -le dijo su jefe.
Era un hombre de unos cincuenta años, con sobrepeso, que no había hecho más que trabajos de coordinación de agentes desde hacía años por un accidente que lo había dejado ciego de un ojo.
– He enviado allí a Tarántula, y contamos con la colaboración de los servicios secretos franceses, pero creo que no estaría de más que fueras tú también.
Bryan vaciló. La idea de irse tan lejos de Lucy no le agradaba en absoluto; se sentiría todo el tiempo inquieto por ella.
– Creo que es más importante que permanezca aquí para proteger a nuestra testigo -dijo.
– Podría enviar a otro agente para que…
– No -lo cortó Bryan de inmediato-. No quiero que nadie más sepa dónde se encuentra.
– Está bien; como quieras.
– ¿Y qué hay de Orquídea? -inquirió Bryan-. Todavía no puedo creer que sea ella quien nos ha estado traicionando.
– Espero estar equivocado -dijo su jefe-. No lo sabremos con seguridad hasta que la encontremos. Respecto a Stungun… El departamento de homicidios está encargándose de la autopsia. Pronto sabremos más sobre cuándo y cómo murió exactamente.
– ¿Qué se sabe de su verdadera identidad? -inquirió Bryan-. Supongo que ahora que está muerto ya no importa que hablemos de eso.
Necesitaba darle un nombre a aquel hombre con el que tantas veces había trabajado, necesitaba saber si tenía una familia, hijos…
– Me temo que no demasiado -respondió Siberia-. He cursado una petición formal a mis superiores para que desclasifiquen su historial. Me gustaría poder decirle a su familia que murió defendiendo a su país… si es que fue así. Todavía no lo sabemos. Es posible que estuviese compinchado con los terroristas y que ellos lo matasen.
La sola idea hizo que Bryan se sintiera repugnado. ¿Era así como iba a ser el resto de su vida, sin poder confiar en nadie, ni siquiera en sus compañeros?
En ese momento Bryan fue consciente por primera vez de que quería dejarlo. Lo que hasta hacía unos meses le había parecido emocionante cada vez le atraía menos, porque en el otro lado de la balanza estaban las mentiras, el peligro, las traiciones, y aquella paranoia constante de no poder confiar en nadie.
Era culpa de Lucy, pensó sonriendo para sus adentros. Le había hecho darse cuenta de lo que faltaba en su vida, y de lo que verdaderamente quería.
Lucy no llevaba ni veinticuatro horas en la cabaña y ya estaba volviéndose loca de estar allí encerrada.
No había radio, ni televisión, ni un periódico… nada con lo que pudiera entretenerse.
Harta ya de estar allí dentro, salió a dar un paseo un par de horas después del almuerzo. Bryan le había dicho que no saliera, pero dudaba que estuviese menos segura fuera de la casa que dentro.
Los tipos que estaban buscándola no eran aficionados. Aunque mantuviese cerradas ventanas y puertas eso no les impediría entrar. Además, fuera al menos no podrían acorralarla.
Tomó el teléfono móvil y salió de la casa. Cerró con la llave, la guardó en el bolsillo, y echó a andar por la carretera, montaña arriba.
Una media hora después decidió regresar. Cuesta abajo el trayecto se le hizo mucho más corto, y pronto divisó la cabaña.
Justo en ese momento oyó el ruido de un motor. ¿Bryan? ¿Era posible que estuviese ya de vuelta? Entonces se dio cuenta de que el sonido no parecía del Peugeot de Stash. De hecho, sonaba como un vehículo con motor diesel.
Dejándose guiar por el instinto, que le decía que no se fiase, se adentró en el bosque, y encontró un lugar elevado tras un gran árbol desde donde podía ver la carretera.
Probablemente estaba viendo fantasmas donde nos los había; lo más seguro era que se tratase sólo de una familia que estaba de vacaciones por la zona.
Sin embargo, cuando vio que era un Mercedes de color azul oscuro lo reconoció de inmediato. Vargov…
El corazón le dio vuelco y un escalofrío le recorrió la espalda. ¿Qué estaba haciendo allí?, ¿cómo la había encontrado?
Se sacó el teléfono del bolsillo y marcó el número que le pondría en contacto con Bryan… si es que Bryan seguía con vida. Su mente empezó a imaginar las cosas más horribles. ¿Y si Vargov lo había capturado y lo había torturado para que le dijera dónde estaba?
El teléfono emitió una serie de pitidos, pero no daba tono. Volvió a marcar, pero el resultado fue el mismo.
Lucy maldijo entre dientes. ¿Por qué no funcionaba el maldito teléfono?
Tenía batería; parecía que había cobertura… ¿Por qué no funcionaba? Necesitaba que funcionase…
¿Y si Bryan estaba en esos momentos camino de allí? Detendría el coche frente a la cabaña, sin saber que Vargov estaba allí, y Vargov lo mataría. Tenía que bajar al último pueblo por el que habían pasado el día anterior antes de llegar allí, Icy Creek. Allí podría usar una cabina para telefonear a Bryan.
Sin embargo, tendría que pasar por delante de la cabaña, lo que implicaría abandonar su escondite, o atravesar el denso bosque, lo cual supondría un rodeo considerable.
No podía arriesgarse; tendría que ir por el bosque. Echó a andar, y cuando le pareció que estaba lo bastante lejos de la cabaña comenzó a descender por la ladera, manteniendo un trayecto más o menos paralelo a la carretera.
En ese momento oyó el motor de otro vehículo, y para su espanto se dio cuenta por el ruido de que era el Peugeot de Stash. Sin embargo, estaba demasiado lejos de la carretera como para llegar a tiempo y advertir a Bryan de que no siguiera.
Echó a correr sin preocuparse por las ramas que le azotaban el rostro y se le enganchaban al pelo y a la ropa.
Por un momento creyó que iba a lograrlo, pero antes de que pudiera llegar a la carretera el Peugeot estaba deteniéndose ya frente a la cabaña. Bryan apagó el motor y se bajó del coche.
Lucy salió a la carretera.
– ¡Bryan! -lo llamó. Él se paró en seco y se volvió-. ¡Es una trampa! -le gritó, haciéndole gestos para que volviera a meterse en el coche.
Sus advertencias llegaron demasiado tarde. Vargov había entrado en la casa y estaba disparando desde una de las ventanas del piso superior. Bryan se puso a cubierto tras el vehículo.
Lucy sabía que debería correr de nuevo a ponerse a salvo en el bosque, pero lo único en lo que podía pensar en ese momento era en que Bryan estaba en peligro.
Echó a correr hacia el coche. Los disparos impactaban en el asfalto, a sólo unos centímetros de sus pies. Esperaba que en cualquier momento una de esas balas le acertase, pero por algún milagro llegó hasta el coche de una pieza.
Bryan la agarró de la mano para que se agachase, y la hizo colocarse detrás de él.
– Lucy, ¿estás loca? ¡Podría haberte matado!
– Grítame luego -replicó ella sin aliento-. ¿Qué hacemos ahora?
– ¿Quién está en la casa?
– Vargov.
– Eso es imposible; Vargov está en Francia.
– ¿Crees que no reconozco al hombre para el que he estado trabajando durante dos años? -le espetó ella impaciente-. Quizá podamos huir sin que nos alcance. Tiene al menos veinte kilos de más y es tuerto, así que no creo que afine mucho con la puntería.
– Quizá, pero… ¿Qué has dicho? ¿Has dicho que es tuerto?, ¿y que está obeso?
– Sí, ¿por qué?
Bryan se había puesto pálido.
– Siberia es ciego de un ojo y tiene sobrepeso. Dios, Lucy… son la misma persona.
Lucy comprendió al instante lo que estaba intentando decirle. No era de extrañar que a Bryan le hubiese estado costando tanto resolver aquel caso. Su propio jefe era el traidor y había estado proporcionándole información falsa para confundirlo.
Bryan soltó una palabrota y sacó el móvil del bolsillo del pantalón para darse cuenta de que no funcionaba.
– El mío tampoco funciona -le dijo Lucy-. Estaba intentando llamarte, pero no pude.
– Vargov debe haber puesto en la cabaña un dispositivo que interfiera con la señal. Por eso nos envió aquí, para que no pudiéramos pedir ayuda.
– ¿Y qué vamos a hacer ahora?
Bryan se quedó callado, considerando cuáles eran las opciones que tenían.
– Nos quedaremos aquí hasta que anochezca. En la oscuridad tendremos una oportunidad de escapar sin que Vargov pueda vernos.
Sin embargo, en ese mismo momento Vargov empezó a disparar de nuevo. Bryan le respondió, rompiendo con unos cuantos balazos los cristales de las ventanas del piso de arriba.
Cuando cesó el fuego cruzado, se hizo el más absoluto de los silencios. Hasta los pájaros había dejado de cantar y la brisa había cesado.
– Quizá le has dado -siseó Lucy.
– No lo creo.
La voz de Bryan había sonado extraña, como si le costase trabajo hablar.
De pronto su arma cayó al asfalto.
– ¿Bryan?
Bryan se desplomó contra ella. Tenía una herida en el hombro, muy cerca del pecho, y estaba sangrando.
– ¡Bryan!
Presa del pánico, Lucy se olvidó por completo de Vargov. Tenía que conseguir atención médica para Bryan o moriría, pero para eso tendría que meterlo en el coche y conducir hasta el pueblo. Bryan estaba aún consciente, pero sólo apenas.
– ¿Qué… qué estás haciendo? -le preguntó cuando sintió que estaba intentando levantarlo.
– Tengo que subirte al coche.
– ¡Lucy, agáchate!
Sólo entonces se dio cuenta de que estaba prácticamente de pie y de que Vargov no había intentado dispararle.
Quizá Bryan sí le hubiese acertado después de todo… o quizá estuviese recargando la pistola… o se hubiese quedado sin balas.
No tenía tiempo para elucubraciones. Bryan sangraba cada vez más.
– Tienes que ayudarme, Bryan -le dijo-; pesas demasiado. No puedo subirte al coche yo sola.
De algún modo Bryan fue capaz de sacar fuerzas de flaqueza para levantarse y lanzó una mirada a la casa. Vargov seguía sin dar señales de vida.
Lucy recogió el arma de Bryan por si acaso y lo ayudó a meterse en el coche antes de rodear el vehículo corriendo para sentarse al volante.
Puso el motor en marcha y se alejaron de allí a toda prisa.
Sólo cuando estaban ya al menos a un kilómetro y medio de la cabaña respiró Lucy tranquila.
– Lo hemos conseguido -dijo entusiasmada-. ¿Bryan?
Bryan no le respondió; se había desplomado inconsciente en el asiento.