«De modo que esto es el éxtasis». Derrumbada en sus brazos, hormigueando todavía por los espasmos que la habían sacudido minutos antes, quiso pellizcarse para asegurarse de que no se trataba de un sueño nacido de sus sueños más profundos. Nunca le había pasado algo así. Unas relaciones breves e insatisfactorias que habían terminado de mutuo acuerdo y con igual alivio, pero en ningún momento se había sentido de esa manera. Se había jurado sentir eso con Carter, y al fin sucedía. Debía de haberse estado reservando para él todos esos años.
Se acurrucó contra su hombro y le besó el cuello. Él le había estado mordisqueando el lóbulo de la oreja y en ese momento deslizó su boca hacia la mejilla de ella, para llenarla de besos hasta el mentón. Después de desnudarla, le besó los pechos y le mordisqueó los pezones. Se retorció contra él, sorprendida de sentir que el calor palpitante volvía a crecer. Había otra cosa que quería, algo con lo que había fantaseado. Seguro que a él no le importaría.
El cuerpo sudoroso se deslizó por el de él hasta que se situó a horcajadas y pudo sentir la deliciosa dureza presionando la parte más sensible de su cuerpo. Con un sonido bajo de sorpresa, Carter se acomodó debajo de ella, le coronó los glúteos con las manos y la movió con gentileza, bajándola más con cada oscilación de un modo que la iba a volver loca como no se moviera con fuerza y velocidad. Comenzó a mecerse contra él al tiempo que la palpitación crecía y se hacía más fuerte. Él se adaptó al ritmo y la instó a continuar, y cuando los espasmos volvieron a consumirla, Mallory gritó:
– ¡Dentro de mí! Te quiero dentro de mí ahora -sabía que era lo único que le hacía falta para sentirse completa.
– Sshhh -susurró él-. En un minuto, en un minuto…
– Oh, oh… -los temblores la recorrían como un terremoto, fragmentándola con su poder-. Ahora, por favor, ahora -gimió.
De algún modo, él estaba protegido y lo tuvo donde quería tenerlo, encima de ella, tomando el control, penetrándola. Jadeó ante el calor y la dureza de Carter y éste al principio la poseyó con suavidad. Luego, dominado por su propia necesidad, la embistió mientras ella se arqueaba a su encuentro, sintiendo la urgencia desesperada y suplicándole que compartiera su placer, hasta que al final, con un grito, la penetró una última vez y juntos se desplomaron en los profundos y palpitantes estremecimientos de la liberación.
Después, se aferró a ella, deslizándose a un costado, pero sin dejarla ir, sin dejar que se sintiera sola, y ella permaneció en sus brazos, jadeante en el aire fresco de la noche.
– ¿Lo lamentas? -susurró Mallory con voz extenuada.
– No -le mordisqueó el lóbulo de la oreja con suavidad-. ¿Y tú?
– Uh, uh. Ha sido agradable.
– Agradable. ¿Agradable?
Sintió la sonrisa de Carter contra su mejilla.
– Extremadamente agradable.
– Estoy seguro de que puedo mejorar eso -con las manos inició una lenta y enloquecedora exploración de su cuerpo. La noche no había hecho más que empezar.
Si eso era todo lo que podría tener de él, atesoraría esa única noche. Ella había provocado que tuviera lugar en un acto de atrevimiento del que nunca había soñado ser capaz, y lo mantendría para siempre en su corazón, aunque no pudiera tener a Carter para siempre en sus brazos.
– Vaya, prácticamente hemos destruido todo -Carter se sentó en la cama y contempló el caos del dormitorio con aparente satisfacción.
Todavía dormida a medias y tumbada boca abajo, Mallory pasó la mano por la alfombra y recogió varias piezas de celofán que él había tirado con descuido en dirección a la papelera. De hecho, algunas habían aterrizado dentro.
– Admiro tu aplomo -manifestó antes de bostezar-. Me refiero a que recordaras los preservativos cuando decidimos cambiar de dormitorio.
– Tú no eres la única que está preparada.
– No pienso entregarte la medalla de oro -indicó ella-, pero te subiré un poco la nota -aún tenía puesto el reloj y lo miró, sorprendida de que hubiera sobrevivido a las acrobacias de la noche-. Menos mal que es sábado.
– Sí. De lo contrario, estaríamos metidos en serios problemas -Mallory sintió que le pasaba los brazos por debajo del cuerpo y que le daba la vuelta-. Ha llegado el momento de la verdad -le recorrió el cuerpo con la vista.
– Ja -se burló, asombrada de lo descarada que se sentía-. Tú pierdes.
El le pasó los dedos por el vello púbico, que era de un rubio claro, e hizo que se moviera inquieta bajo las sábanas.
– Yo no lo llamaría perder -suspiró con pesar-. No estoy seguro de poder continuar hasta no haber desayunado y tomado una ducha.
– No pasa nada -aseguró ella-, aunque no era lo que había esperado de ti, pero… Carter, no te atrevas. Para ya. Sólo bromeaba. Necesitamos café. Ducharnos. Desayunar. Quiero cepillarme los dientes… Carter…
Su cita con Maybelle era a las cuatro de esa tarde, y ésta le había anunciado que tomarían el té en el Salón de Té de Lady Mendl, en Gramercy Park. Tomar el té en una tarde invernal sonaba maravilloso. Tenía que pensar en una razón plausible para separarse de Carter… y al fin la había encontrado.
– Esta tarde tengo una cita para que me arreglen las puntas del pelo -le dijo mientras almorzaban una sopa de pescado y quiche de cangrejo en la mesa redonda del salón-. Puede que esté ausente un par de horas. Necesito algunas cosas, pantys… -calló y se preguntó si era imaginación suya o por la cara de Carter había pasado una expresión de alivio. Tampoco podía culparlo. Ella misma se sentía exhausta. Y hambrienta. Rara vez tomaba más de una ensalada en las comidas, pero atacaba el cangrejo como si llevara días sin comer.
– A mí tampoco me vendría mal un corte de pelo, aparte de que me he quedado sin crema de afeitar.
– No me he dado cuenta -le dedicó una sonrisa íntima.
– Te habrías dado cuenta mañana.
De modo que aún no estaba aburrido. Eso era bueno.
– De acuerdo, entonces, podemos irnos a…
– Me gustaría irme a las dos y media -la interrumpió-. Puede que llegue al final del partido de fútbol si me voy pronto.
– Yo me quedaré un rato más y ordenaré mi ropa para la semana próxima. Volveré a eso de las cinco y media.
Lo miró y notó que él parecía mirarla de la misma manera, del modo en que las personas se observan cuando no han contado toda la verdad.
La mentira de ella, desde luego, era perfectamente inocente. Compraría unos pantys en Saks y, antes de ir a tomar el té, se metería en una de las innumerables peluquerías de Nueva York para que le retocaran las puntas. Lo único que hacía era no mencionar su cita con Maybelle, eso era todo. Tenía la impresión de que el plan de Carter no era tan inocente.
Quizá tenía que despedirse de alguien. Para siempre.
Quizá tenía que calmar a alguien hasta que se aburriera de ella.
Quizá necesitaba un corte de pelo y crema de afeitar, pero para ella su pelo estaba bien. Y allí donde su cara la había tocado, lo había sentido maravillosamente suave. Tembló.
– Lo que pienso, Jack -le dijo Maybelle-, es que te has enamorado de alguien y que te da miedo no ser lo bastante bueno para ella.
– No lo sé… enamorarse puede ser una palabra excesiva. O tal vez no. Desde luego, me ha obsesionado. En cuanto a lo de no ser demasiado bueno, no se, quizá sea lo bastante bueno, pero no lo bastante inteligente. O tal vez sí lo sea. Lo que pasa es que no consigo que nadie me vea de esa manera -se sentía aturdido de tanto desayuno, tanto almuerzo, tanta excitación, poco sueño e insuficiente información acerca de dónde diablos tenía que ir Mallory esa tarde. Había mostrado algo evasivo en el modo en que había mencionado su corte de pelo.
Por supuesto, tampoco él había dicho la verdad, pero sabía sobre qué mentía y era perfectamente inocente.
– Bueno, háblame de tu chica -pidió Maybelle-. De cómo os conocisteis. Quizá algo haga clic en mi cabeza.
– La conozco desde hace mucho tiempo. Fuimos juntos a la facultad de Derecho.
– ¿Los dos sois abogados?
– Sí.
– Es una coincidencia -musitó Maybelle, más para sí misma que para él.
– En realidad, no -indicó Carter-. La gente se conoce en la facultad. Es lo que nos pasó a nosotros. Estudiamos juntos.
– ¿Estudiasteis juntos? ¿Nada más?
– No.
– ¿No la considerabas bonita?
– Sí, me parecía muy bonita.
– Pero no era sexy.
– No se comportaba de forma, mmm, accesible -reconoció Carter.
– De acuerdo, os conocíais desde hacía tiempo, pero no había ocurrido nada y de pronto quieres hacer algo. ¿Qué ha cambiado?
– Ella -soltó-. Quiero decir, más o menos.
– ¿Qué cambió? ¿Su pelo? ¿Su ropa?
– Su pelo no -respondió con rapidez-. Más le vale no cambiarlo. Su pelo… -empezaba a excitarse con sólo pensar en su condenado pelo-. Es como maíz de seda, pero incluso de un tono más claro -concluyó.
La expresión de Maybelle cambió. Fue un cambio infinitesimal, pero Carter había pasado demasiado tiempo en los tribunales como para no notar los matices en las caras de las personas. La estudió con detenimiento.
– ¿Te han dicho alguna vez que tienes alma de poeta? -fue lo que dijo ella.
– No.
– De modo que ella no cambió su pelo. ¿Qué me dices de su ropa?
– Siempre tuvo un aspecto agradable -jugó con la pluma entre los dedos-. Lo que pasa es que su ropa no te hacía pensar que debajo había un cuerpo.
– ¿Y ahora sí?
Carter frunció el ceño.
– Bueno, después de que le ensuciara el traje negro… -Maybelle se sobresaltó de forma visible-. ¿Estás bien?
– Sólo una punzada de la artritis, cariño. Continúa. ¿Cómo le ensuciaste el traje?
– Le eché mostaza encima. Luego apareció con esa chaqueta roja… -calló porque Maybelle había tirado al aire su taza de café.
– Oh, diablos -dijo, sonando realmente nerviosa-. ¡Dickie! -chilló-. Ven y tráeme unas toallas de papel.
Sí, estaba loco. Se enfrentaba al momento más importante de su vida, y se ponía en manos de una chiflada declarada.
Ahí demostraba lo inteligente que era. ¡Recurriendo a alguien que había descubierto al recoger una tarjeta en el pasillo del hotel! Si Mallory lo supiera, podría despedirse de cualquier posibilidad de ganarse su respeto.
Maybelle jamás llegaba tarde, de modo que Mallory notó cuando esa vez lo hizo. Llegó como un viento huracanado, con un abrigo que parecía compuesto por trozos de arco iris.
– Lo siento, cariño -dijo mientras, prescindía de la encargada del guardarropa y usaba el respaldo de su sillón para dejar el abrigo, cuyas mangas alcanzaron el suelo- Qué día he tenido.
– Lamento oírlo. ¿Algún problema personal o se trata de uno de sus clientes? -la sorprendió ver que apretaba los labios.
– No voy a decir ni una palabra de ninguno de mis clientes. Dickie siempre comenta que tengo la lengua suelta. Pensaba que si no mencionaba nombres… quiero decir, no es mi intención causarle ningún perjuicio a nadie, pero son todos tan interesantes… Pero ya no, voy a ser recta -frunció el ceño para indicar que hablaba en serio, y su rostro se colapsó en un millón de arrugas finas.
– Percibo que ha sucedido algo que te ha hecho sentirte de esta manera -comentó Mallory.
– Aún no ha sucedido -afirmó Maybelle con tono sombrío-, pero podría. Y ahora, cariño, te toca a ti. ¿Funcionó anoche tu plan?
Mallory asintió.
– Avanzamos -fue lo único que dijo, ya que no pretendía hablar de su vida sexual con nadie. Además, su vida sexual había sido tan escasa, que ya había adquirido la costumbre.
– Bueno, eso está bien -Maybelle la estudió-. ¿Crees que todo se ha debido a la ropa y a los zapatos, a todo ese maquillaje?
– ¿Qué otra cosa podría haber sido? -contrarrestó, desconcertada por la pregunta.
– Podrías haber sido tú, que al fin has tenido la oportunidad de estar con el hombre que siempre has querido -comentó con nostalgia.
Mallory contuvo el aliento. Maybelle se había aproximado demasiado a la verdad.
– Y por el modo en que lo hiciste, finalmente te has desviado.
– Has estado leyendo el libro de mi madre.
– Todas y cada una de sus palabras.
– ¿Qué te ha parecido?
Maybelle suspiró.
– Tenías razón, cariño. Que lo leyera nos ha ahorrado un montón de tiempo. Tu madre y tu padre te hicieron tal como eres, una persona muy dulce, pero tienes mezcladas tus prioridades.
Mallory se sintió realmente aturdida.
– Mis prioridades no están mezcladas -protestó-. Lo primero era una vida ordenada. Es la única manera de mantener la cabeza centrada.
– Y tu corazón bajo llave, a la espera de que termines de limpiar la casa -indicó Maybelle en voz alta. Hurgó en un bolso que era un canguro con cremallera en la parte delantera, extrajo el libro de Ellen Trent y lo plantó de un golpe sobre la mesa. Todo el mundo en el elegante y pequeño salón de té alzó la vista-. Es un libro muy bueno -afirmó-, pero no es una vida buena salvo para tu santa madre, y disculpa mi franqueza.
– Señoras, ¿quieren tomar el té o han venido a romper el mobiliario? -un camarero arrogante las observó con marcado disgusto.
Después de que Maybelle le dedicara una mirada similar, abrió mucho los ojos.
– Wayne, ¿eres tú?
El hombre volvió a mirarla y el rostro se le iluminó.
– Maybelle, por todos los cielos. Desde luego que soy yo. ¿Y cómo estás tú?
– Muy bien -respondió Maybelle, luego añadió-: En cualquier caso, casi todos los días -el rostro volvió a despejársele y a irradiar luz-. ¡Y mírate tú! -musitó con tono de conspiración-. Impecable y trabajando en este lugar exquisito.
– Gracias a ti -le faltó hacer una genuflexión-. A propósito, Maybelle, ha pasado un año y aún no me has enviado una factura. Me preguntaba…
Maybelle realizó ese gesto con la mano llena de diamantes tan típico de ella.
– Sí, he de ponerme a ello uno de estos días. Pero ahora no podemos hablar de negocios. Estamos listas para tomar el té. Tráenos todo, y con bastante de esa nata de Devonshire.
Mallory alzó una mano para parar un taxi que la llevara de vuelta al St. Regis. Maybelle tenía la costumbre de dejarla con comentarios sueltos en lugar de consejos específicos. Y el comentario que no podía quitarse de la cabeza era «Es un libro muy bueno, pero no es una vida buena salvo para tu santa madre».
¿Acaso no le habían indicado lo mismo los sucesos de la última semana? Que el momento más feliz de su vida había sido despertar en pleno caos al lado de Carter esa mañana. Que el mejor árbol de navidad que jamás había tenido era el árbol diminuto de la suite. Que el mejor hombre que jamás había conocido era Carter Compton, quien en ese mismo momento la estaba esperando con sus posesiones diseminadas por todas las superficies planas. No sólo se había desviado, sino que había girado y pataleado y…
– ¡Taxi!
Encontró a Carter encorvado delante del televisor del salón, moviendo los hombros al ritmo del quarterback del Northwestern, gritando palabras de ánimo a su equipo. Llevaba unos vaqueros negros y un jersey negro de cuello vuelto y tenía un aspecto celestial. Diseminados a su alrededor se veían los cojines del sofá, un periódico, la lata de un refresco, una bolsa de palomitas de maíz para microondas, el mando a distancia, sus zapatos, la bufanda, los guantes, el abrigo…
Había cierta esperanza para él. Al parecer había llevado sólo un abrigo. Mallory sonrió.
– Eh -exclamó al verla-. Sólo perdemos por catorce puntos. ¡Es una victoria moral!
Se sentó en el sofá a su lado y dejó la bolsa de Saks en el suelo.
– Vamos, encanto, enciéndeme el árbol -cantó ella.
– Un momento, sólo un momento… ¡Defensa! -gritó, y casi la sacó volando fuera del sofá-. Lo siento -se disculpó de inmediato-. ¿Qué has dicho?
– Puede esperar -se acurrucó contra él y lamentó no saber ronronear.
Se había cortado el pelo. Había comprado crema de afeitar y luces para el árbol de navidad. Estaba enamorada.
Celebraron la victoria moral del Northwestern con una botella de champán. Hicieron el amor en el sofá, sentados, con Mallory a horcajadas sobre él, rodeándolo con las piernas… y en todo momento el cuerpo y el corazón de ella hormiguearon con deseo y amor y el anhelo abrumador de estar con él siempre.
Luego observó que su ropa se hallaba diseminada desde la cocina, donde habían empezado a hacer el amor, hasta la puerta de entrada, donde Carter había lanzado su nuevo sujetador rojo de encaje.
Mallory consideró que era una suerte magnífica que el cuarto de baño estuviera equipado con una bañera y una ducha separadas, al estilo europeo. Carter había ofrecido resistencia a la idea de darse un baño, insistiendo en que los hombres de verdad no tomaban baños de espuma, que él jamás había tomado un baño de espuma y que no iba a empezar en ese momento, pero en cuanto estuvo metida en la bañera, oculta por las burbujas y la espuma, cambió de parecer.
Le lavó el pelo a Mallory con el champán que quedaba. El baño los condujo inevitablemente de vuelta a la cama. Para cenar pidieron que les subieran paté, queso, pan italiano y fruta.
Se hallaban acurrucados en el sofá, Mallory con un camisón negro corto y Carter únicamente con unos boxers, cuando dijo:
– Como ibas diciendo…
Ella alzó la cabeza de su hombro.
– ¿Cuándo?
– Anoche, cuando te metiste en mi habitación. Dijiste que se te había ocurrido una idea que podría llegar a funcionar con Phoebe y sus demandantes.
Ella suspiró y se hundió contra su pecho.
– No puedo imaginar que alguna vez tuviera una idea. Oh, espera, ya vuelve.
Había sido una idea loca, de psicología barata, que se había inventado como excusa para seducir a Carter con su nuevo camisón y bata rosas, aunque no podía revelarle eso.
– Pensaba que todo el mundo anhela obtener algo. Por ejemplo, sabemos por su testimonio que Kevin Knightson quiere entrar en el mundo del espectáculo, y McGregor Ross quiere que su hija sea una modelo infantil.
– Debería pensar más en la educación que va a recibir la pequeña -comentó Carter.
– Lo sé, pero ella no quiere lo que querríamos tú y yo -calló, sintiéndose un poco avergonzada-. Me refiero a lo que tú querrías y a lo que yo querría.
– Te he entendido.
– Hubo un momento -continuó, aliviada de que él no hubiera captado nada posesivo en sus palabras- en que los afectados parecían satisfechos con volver a tener sus cuartos de baño bien y ellos recuperar la normalidad. Phoebe los convenció de que querían más.
– Dinero.
– Sí, y todo el mundo quiere dinero, pero lo que sugiero es que tratemos de averiguar qué quieren más que el dinero.
– Mmmm -musitó Carter.
Mallory insistió.
– Probablemente hay algo que tú quieras más que el dinero, ¿no?
«Sí, quiero solucionar el caso para oírte decir que soy un abogado brillante. Y que tú no quieras otra cosa que añadir un abogado brillante a tu vida. De acuerdo, sé que no soy brillante, pero soy más inteligente que lo que imagina la gente, y de verdad espero no volver a recibir jamás otra llamada como la que me hizo Bill Decker, porque quiero perder la imagen de donjuán y sentar la cabeza con…»
Una sacudida de electricidad recorrió el cuerpo de Carter, pero fue más como una alarma de seguridad que la electricidad que generaba Mallory en él. Esos eran pensamientos serios. Quizá demasiado serios para un hombre que había visto cambiar a una mujer de la antigua y conocida Mallory a su objeto de deseo en el transcurso de una semana extremadamente tensa.
– No es una mala idea decía ella-, pero no sé cómo ejecutarla. No podemos conseguirle a Kevin un papel en Broadway. Yo no conozco a ningún productor o director de Broadway. ¿Tú? -bostezó.
Él sonrió. Incluso sin el bostezo, habría sabido que empezaba a entrarle el sueño. Jamás hablaba tanto.
– Iremos paso a paso. Primero averiguaremos qué es lo que quieren -dijo Carter.
– ¿Cómo?
– Preguntándoselo.
– Qué gran idea -los ojos se le entrecerraron. Luego añadió-: Nuestro árbol necesita más adornos.
– Mañana compraremos algunos.
– Yo los compraré. Tú compraste la luz.
– ¿Crees que podremos cargarlos a nuestras cuentas de gastos?
– No.
– Me temía que dirías eso.
– Y tú también lo habrías dicho.
Tenía razón. Jamás engañaría en una cuenta de gastos. Pero, ¿cómo lo sabía ella?
– Deberíamos llamar a Bill antes de salir esta mañana -dijo Mallory el lunes. Llevaba puesta una de esas faldas largas con la chaqueta que hacía juego con sus ojos.
Carter se encendió al recordar el top revelador que había lucido debajo de esa chaqueta la semana anterior. Esa noche, cuando llegaran a casa, le quitaría la chaqueta con rapidez para explorarla debajo del top. Gruñó.
– ¿Qué te parece?
– Ah. Sí. Llamar a Bill. Podemos comentarle tu idea, ver si piensa que podemos hacer algo con ella.
Pero media hora más tarde, Mallory dijo:
– No sonó especialmente entusiasmado, ¿verdad?
– No tiene tu imaginación. Yo sigo añadiendo esa pregunta a mi interrogatorio… «¿Qué es lo que quiere de verdad?»
– Eres muy brillante interrogando a los testigos. Eres educado, pero no cedes un ápice. La verdad es que estoy impresionada.
– Gracias -aquel comentario le había sonado a música celestial-. Podemos ver si emerge algún patrón, algo con lo que podamos trabajar.
Lo que no podía decirle a Mallory era que Bill tenía su propia idea para solucionar el caso, a saber, que aceptara una de las no tan sutiles sugerencias de Phoebe de que fueran a cenar y vieran alguna película en la tele. En casa de ella.
Aquella segunda semana de interrogatorios, ella intensificó su persecución. Lo único que tenía que hacer Mallory era solicitar un descanso para ir al tocador entre sesiones con los testigos, y Phoebe reanudaba el caso de ambos en un abrir y cerrar de ojos.
– El que seamos oponentes profesionales -solía concluir- no significa que no podamos ser amigos personales.
Él aducía estar ocupado, tener concertada ya una cita o simple cansancio, lo que era verdad. Porque vivía para las noches, cuando Mallory y él podían olvidarse de sus fachadas distantes del día y entregarse al fuego devorador de sus actividades sexuales.
El viernes por la noche, después de otra semana larga de interrogar a los testigos, Mallory extrajo una copia de las transcripciones de la estenógrafa y sugirió que empezaran a repasarlas en busca de pistas sobre los deseos especiales de cada testigo.
Carter tenía otras ideas sobre cómo podían pasar el tiempo, que compartió libremente con ella.
– Podemos trabajar en la cama -sugirió Mallory con una caída de ojos.
– Oh, de acuerdo -cedió él.
Pero ella se centró exclusivamente en el trabajo. De forma metódica, leyeron las transcripciones y subrayaron las respuestas de los testigos que podrían indicar sus deseos más profundos. En el portátil, Mallory escribió los nombres de los testigos, la página en la que aparecía la respuesta y un breve resumen de ésta.
– ¿Tienes que ser tan organizada? -se quejó él.
– Sí -respondió.
– De acuerdo -se encogió de hombros. Fuera lo que fuere lo que necesitara ella para ser feliz, creía poder sobrellevarlo. Volvió al trabajo con su rotulador verde.
Una hora más tarde, ya habían reunido la siguiente información:
Kevin Knightson: Un buen papel en una producción, de teatro o de cine.
Tammy Sue Teezer: Quiero salir en un anuncio.y ganar toneladas de dinero y comprarme una casa en el campo y un perro grande.
McGregor Ross: Quiero que todo el mundo sepa que tengo el bebé más hermoso que jamás haya nacido.
Compton: (Inaudible)
Trent: (Inaudible)
– No tenías que copiar toda la conversación -volvió a quejarse él, porque en realidad ya tenía ganas de pasar a las Fases Dos, Tres, Cuatro y quizá Cinco de la noche.
– Era demasiado graciosa como para no hacerlo -Mallory frunció los bonitos labios rosados.
Trabajaron un rato más.
– Todos tienen en común el mundo del espectáculo, Carter -observó ella.
– Y es una suposición bastante lógica -indicó él-. La gente que se tiñe el pelo de color rojo zanahoria, o lo intenta -añadió con una mueca-, tiene un objetivo.
– Trata de llamar la atención -acordó Mallory.
– Haciendo algo tan diferente que capte la atención de los demás.
Ella suspiró.
– Me parece que vamos a tener que montar un espectáculo en el granero de papá.
– ¿De qué estás hablando?
– ¿Nunca has visto esas viejas películas en blanco y negro con Judy Garland y Mickey Rooney?
– ¿Esas en que Judy y Mickey montan un espectáculo para recaudar dinero para la escuela o la orquesta?
– Sí, las mismas.
– No, jamás las vi.
Ella le dio un golpe en el brazo. Pero Carter se adelantó, se la atrapó, se la abrió, se llevó el dedo índice a la boca y lo rodeó con la lengua.
– Consultémoslo con la almohada -indicó ella con voz somnolienta.
– O no -la miró fijamente-. Por favor, ¿quieres deshacerte de ese portátil?
– Encantada.