Capítulo 5

– La boda fue un éxito -comentó Athena-. Tenía que competir con todas esas esnobs con que se acompaña la princesa y sabía que no había un diseñador en la faz de la tierra que las impresionara, de modo que bajé a la Cuarenta Oeste y compré toneladas y toneladas de chifón de seda en distintos colores, y entonces…

«Quizá se hizo la liposucción y por accidente le succionaron el cerebro junto con la grasa». Carter forzó una sonrisa dedicada a la mujer que tenía sentada frente a él en Le Bernardin. Athena medía un metro ochenta y estaba aún más flaca que la última vez que la había visto, cuando había pesado unos cuarenta y cuatro kilos. La cena que no estaba tomando, le iba a costar, tranquilamente, unos doscientos cincuenta dólares.

– … Instituto de Moda, y la enrolló a mi alrededor como si fuera una toga -hizo una breve pausa-. Más o menos como una toga, porque las togas por lo general son blancas, ¿verdad? Pero esta no lo era… esta era de todos esos colores que yo había elegido, de modo…

«Gracias por aclarármelo». Trató de imaginar que mantenía una conversación de ese estilo con Mallory, pero no pudo. «Me pregunto con quién habrá salido. ¿Alguien a quien conoce desde hace tiempo? ¿Un amigo de la familia? ¿Un pariente?»

Era verdad que Mallory y él habían mantenido una conversación sobre calcetines. ¿Qué sentido había tenido toda esa escena? Se había acercado con aire remilgado para interferir en su compra de calcetines, como si supiera mejor que él los que iba a necesitar… y al tenerla allí de pie, bastante irritado con esa actitud de sabidilla, había experimentado el impulso extraño de besarla. Cuanto más cerca había estado, más fuerte el impulso. Había tenido que controlarse para no besarla en la tienda.

– Cuando esa anoréxica de Simonetta me vio, chilló. Luego se me acercó corriendo y me dijo: «¿Quién te hizo ese vestido tan divino?», pero lo dijo en italiano, y yo pensé que intentaba atacarme por haber subido la oferta por aquel apartamento que ella quería, así que me enfadé de verdad y estuve a punto de tirarle del pelo, pero Fernando se presento justo a tiempo y me tradujo al inglés lo que había dicho…

– ¿Postre? -preguntó, con la esperanza de no sonar tan desesperado como se sentía.

– En cuanto termine de contarte -respondió Athena-. De modo que le dije que había encontrado un diseñador nuevo del que no pensaba hablarle a nadie hasta estar segura de tener su más absoluta y total lealtad -frunció los labios brillantes y carnosos hasta formar una línea severa.

– Le robaste el apartamento -indicó Carter-. ¿No crees que le debes un diseñador de ropa? -santo cielo, me estoy metiendo en la conversación. Dentro de diez minutos le preguntaré si soy más un tipo de hombre Brioni o… ¿cómo se llamaba aquel tipo de los trajes cruzados amplios? Ambrose. Armand. Eso es, creo, Ar…»

Athena plantó los diez centímetros de tacón de aguja en el suelo debajo de la mesa. Fue lo bastante dramático como para sobresaltarlo.

– No había ningún diseñador -manifestó, con voz grave-. Era un estudiante del Instituto de Moda. Ahí estaba la gracia, que hice algo realmente creativo y dejé a Simonetta aturdida, y tú ni siquiera me escuchabas.

– Te escuchaba -protestó-. Te envolvió como en una toga. Quiero decir, las telas que compraste, las pasó a tu alrededor como en una toga de muchos colores -se sentía bastante avergonzado de sus modales. Cuando se salía tanto como él, tarde o temprano se vivía una de esas noches de aburrimiento, pero uno aprendía a comportarse con decencia lo que duraba la catástrofe, para luego no volver a llamar a la mujer.

Debía de haber disfrutado de su última cita con Athena, de lo contrario, no habría vuelto a llamarla. Lo gracioso era que no podía recordar cuándo había tenido lugar dicha cita.

– Estaba preciosa -la voz de Athena subió un poco-. Soy preciosa. Y tú no me estás prestando la más mínima atención -se puso de pie-. No tomaría tu postre ni aunque fuera el último postre que alguien fuera a ofrecerme. Voy a reunirme con Fernando en el bar Fressen. Él me presta atención -le lanzó una mirada de desaprobación-. Él -añadió como golpe final- se viste de Armani.

«Ese es el nombre. Armani». Sin lamentar nada salvo el hecho de haber sido grosero con Athena, llamó al camarero.

De vuelta al St. Regis, le pareció significativo no poder recordar la última cita con Athena. Pero una cosa era segura, no habría otra. Brie… Brie era una joven trabajadora y sensata, una vendedora de bonos en Wall Street.

Tomarían un chuletón y ella pediría el suyo medio hecho. La noche del día siguiente iría mejor.

Se preguntó cómo estaría yendo la noche de Mallory.


Después del discurso de Maybelle, Mallory seguía sintiéndose obstinada ante la insistencia de la mujer de que al día siguiente se pusiera la chaqueta roja de Carol. Había argüido que era demasiado sexy para un ambiente de trabajo. En uno o dos días compraría algo más luminoso.

Sin embargo, como le había dicho a Carter que esa noche iba a salir, era mejor que diera la impresión de que acababa de llegar ante la eventualidad de que se presentara de forma inesperada. De modo que se cambió los pantalones negros por la falda negra y la blusa negra por la blanca; volvió a ponerse la chaqueta. Se hallaba en el salón, trabajando y prestándole poca atención a una película en la televisión cuando oyó que la tarjeta era introducida en la cerradura y la puerta se abría. Sobresaltada, alzó la vista.

– Carter. Llegas pronto -el simple hecho de verlo hacía que el corazón le diera un vuelco.

– Tú has llegado antes -la miró furioso-. ¿Ha sido una buena cita?

– Fabulosa -repuso con una sonrisa que esperó que lo engañara-. Pero me puse a pensar en el caso.

– Yo también -sonaba gruñón-. Voy a llevar el material a mi habitación para trabajar un rato.

Ella se levantó de un salto.

– Puedes trabajar aquí. Yo iré a mi habitación. Pensé que irías…

– Pues no es así. He vuelto, ¿de acuerdo? Pero quédate donde estás.

– No, no, yo… -la miró con tanta impaciencia que calló, decidiendo dejar el tema. La puerta de él se cerró con fuerza y en la suite reinó el silencio.

Mallory volvió a bajar el volumen de la película y se puso a leer otra vez el informe de los primeros intentos de Sensuous de resolver el caso Verde con los demandantes. Aún consideraba que la oferta realizada por su empresa era extremadamente generosa. Sin embargo, la señorita Angell había visto una oportunidad y había convencido a los clientes que había agrupado de que estar verde podía representar millones.

Tal como Maybelle había dado a entender, la señorita Angell era la que ganaría millones. Abogados.

También ella era abogada. ¿Qué hacía criticando las costumbres de los miembros de su propia profesión? Pero ella jamás haría lo que estaba haciendo la señorita Angell, y estaba bastante segura de que tampoco lo haría Carter. Aunque en realidad, desconocía qué podía o no podía hacer Carter.

No había disfrutado lo suficiente de la cita con Athena como para pasar la noche con ella, y eso le encantaba. Y había mostrado curiosidad acerca de su cita. Eso era aún más emocionante.

Se miró. Quizá Maybelle tuviera razón. Costaría creer que había tenido un encuentro ardiente e intenso vestida con esa ropa. Sin embargo, la chaqueta roja era demasiado, demasiado…

– ¡Mallory! -un grito procedente de la habitación de Carter-. ¿Tienes una… -se abrió la puerta- copia de Lindon contra Hanson, ya sabes, aquel otro caso de tinte para el pelo…?

– Aquí -buscó la copia en su maletín. Con los calcetines, la camisa medio abierta, Carter parecía somnoliento y devastadoramente deseable. Sacó el documento y, con él, media docena de hojas cayó al suelo.

Él las recogió con una mano grande.

– Le pedí a Brenda que me pasara una copia al portátil, pero supongo que no lo hizo. O la archivó en algún sitio donde sólo ella podría encontrarla -gruñó-. No sé por qué ya nadie hace nada bien. Eh, ¿qué es esto?

Pudo ver lo que sostenía y se sintió profundamente abochornada, su intimidad violada.

– Mmmm, es mi, ah, lista para la maleta. Supongo que tú lo llamarías programa de guardarropa. Aquí tienes…

– De modo que es así como lo haces. «Martes: pantalones negros, chaqueta y camisa negras. Miércoles: falda negra, chaqueta, camisa blanca, pañuelo. Jueves, viernes, lunes… ¿qué haces los fines de semana? ¿Vas desnuda? -movió las cejas con exageración.

Ella apretó los dientes para ocultar el escalofrío que la recorrió.

– No en invierno. Me pongo los pantalones negros con un jersey. Dame eso.

La mantuvo a raya.

– Lunes: Chaqueta negra, falda negra, blusa beige. Sí que usas la chaqueta negra.

– Sólo necesitas una -lo miró con frialdad.

– ¿Y si le pasa algo?

– A una chaqueta negra de lana no le puede pasar nada que no se solucione con un poco de agua fría.

– ¿Nada?

– En ese caso, la mandas al tinte.

Él entrecerró los ojos.

– ¿Y si es algo que no se pueda solucionar en seguida? ¿Y si, por ejemplo, sucediera algo ahora mismo? ¿De verdad crees que el hotel te va a limpiar la chaqueta y devolvértela por la mañana?

– No, pero, ¿qué podría pasar? -lo vio buscar algo en el bolsillo de sus pantalones y, por algún motivo, eso la puso nerviosa.

– Oh, quizá algo así -con un gesto veloz, cortó la esquina de un pequeño envoltorio de plástico y apuntó la abertura en su dirección. Masas informes de color amarillo surcaron el aire y cayeron sobre su ropa. Dio un salto.

– ¡Carter! Esto es… esto es… ¡mostaza!

Le dedicó una sonrisa perversa.

– Así es. ¿Y ahora qué vas a hacer?

– Me voy a mi habitación -repuso con voz helada, y se marchó.

Allí observó la ruina de la chaqueta que había planeado ponerse todos los días. En la falda había algunos puntos de mostaza que, probablemente, podría solucionar ella misma, o podría volver a ponerse los pantalones negros, que apenas olían al café que se había derramado en la casa de Maybelle, pero aunque lograra eliminar la mostaza de la chaqueta, el día siguiente olería fatal.

Enterró la cara entre las manos. Después de todo, iba a tener que ponerse la chaqueta roja.


Carter abrió la puerta del dormitorio con cautela y vio que Mallory salía de su habitación como si esperara una emboscada. Se reunió con ella en el centro del salón, donde se observaron como las líneas opuestas de un partido de fútbol.

El equipo de Mallory era el de rojo. Carraspeó.

– Tenías otra cosa para ponerte.

– Por fortuna -exhibió la chaqueta negra manchada.

Era una bomba de rojo. Llevaba una chaqueta sorprendentemente ceñida y sexy que disparaba la imaginación… aunque no era lo único que disparaba.

– Dame eso -le tomó la chaqueta, la metió en la bolsa de plástico que proporcionaba el hotel y la colgó en el exterior de la puerta-. La recogerán, la mandarán al tinte y te la devolverán esta noche. Figurará en mi factura -añadió, y entonces se sintió más en control. Y cada vez más tonto mientras ella lo observaba en silencio.

– ¿En qué pensabas cuando lo hiciste? preguntó al final.

– No lo sé.

– ¿Por qué tenías mostaza en el bolsillo? ¿Llevaste a Athena a comer una hamburguesa?

– No, Athena y yo fuimos a comer pescado crudo muy caro. Luego yo fui a comer una hamburguesa.

– Oh -se pasó al hombro un bolso negro, recogió el maletín y se dirigió hacia la puerta. Lo miró brevemente.

Su papel era seguirla hacia los ascensores, lo que hizo, sintiéndose como un joven avergonzado. ¿Qué lo había impulsado a cometer un acto tan infantil como mancharla de mostaza? Ese extraño comportamiento debía tener algo que ver con el humor con el que había llegado a casa después de soportar dos horas de conversación vacía con Athena y encontrar a Mallory perfectamente arreglada y trabajando. Ese estado de ánimo, más el efecto que ella estaba ejerciendo en él, hacían que volviera a comportarse como un adolescente.

Mientras le miraba la espalda y tenía esos pensamientos realizó un descubrimiento importante. Tenía el trasero más bonito, redondeado y pequeño que cualquier hombre podía esperar encontrar en una mujer. De pronto, ella se volvió y Carter alzó con celeridad la vista, pero no antes de que ella lo sorprendiera mirándole el trasero.

«Un buen comienzo para conseguir que te respete». Lo único que había conseguido hasta el momento era hacer que Mallory pareciera un poco menos respetable con esa chaqueta roja. La chaqueta que le realzaba el trasero. «Para ya, Compton». Llegaron al vestíbulo y pudo oler huevos y beicon, oyó el sonido de los cubiertos. Pretendía tomar un desayuno opíparo.

Ayudaría que ella estuviera sentada. Si es que era capaz de mantener los ojos apartados del escote. Descendía entre sus pechos, que la chaqueta hacía sobresalir y a los que se pegaba.

El calor lo recorría en oleadas, y sólo era el desayuno. Debía mantener las manos lejos de ella. Si no lo hacía, el respeto que sentía por él alcanzaría el punto más bajo desde que se conocían. Era duro. Era fuerte. Podía hacerlo. No había problema.


– Señorita Angell -dijo Carter, y extendió la mano-. Carter Compton.

– Mallory Trent -se presentó Mallory y también alargó la mano-. Me alegro de conocerla en persona después de todas las conversaciones tele… -calló. El problema era que Phoebe Angell aún sostenía la mano de Carter y parecía estar derritiéndose delante de los dos.

Era tan alta como Mallory y ahí se terminaba el parecido. Phoebe Angell tenía el pelo negro y lo llevaba corto y en varias direcciones, penetrantes ojos negros, piel del color de un flan de almendras, los labios y las uñas de un gris metálico y una falda de piel negra lo bastante corta como para que en Illinois le quitaran la licencia para ejercer la abogacía. La lucía con una blusa blanca impecable. Zapatos rojos puntiagudos, a la moda, y tacones de diez centímetros. En una palabra, era impresionante.

Mallory supuso que podía vestirse de esa manera porque ejercía la abogacía con su padre. El bufete de Angell & Angell se hallaba situado en un prestigioso edificio del centro y en una planta alta. Estando sólo ellos dos, con un personal de apoyo compuesto de ayudantes y pasantes, no era un bufete grande, pero sí lujoso. Mallory se preguntó qué era lo que ambicionaba Phoebe Angell, por qué consideraba que ganar ese caso sería un punto crucial en su vida profesional.

Los tres se hallaban en la puerta abierta del despacho de Phoebe, donde ésta había salido a recibirlos. Un retrato enorme de Alphonse Angell dominaba la pared que había frente a su escritorio. Hombre de aspecto formidable, ni siquiera había esbozado una sonrisa para posar. Mallory se preguntó cómo conseguía Phoebe sacar adelante algún trabajo bajo el escrutinio vigilante de esos fríos ojos negros. Tembló.

Después de haber evaluado a la oposición con la mano aún colgando en el aire, Mallory miró de reojo al hombre que se suponía que estaba de su lado. Quizá fuera una fantasía proyectada por su propio cerebro, pero daba la impresión de querer recuperar la mano, y la sonrisa que exhibía era impersonal.

– Gracias, Phoebe -manifestó Mallory, abandonando la posibilidad de estrecharle la mano-, por ofrecernos su sala de conferencias para las declaraciones.

– ¿Mmmm? -comentó Phoebe como en un sueño-. Oh, sí -soltó la mano de Carter y recuperó su aplomó con admirable velocidad, conduciéndolos a la sala de conferencias en cuestión, situada a varias puertas de su despacho-. Parecía lo más sensato, ya que todos los demandantes viven cerca de aquí. El tinte verde estaba concentrado en el Lote Número 12867, expedido a Nueva jersey.

«Lo sabemos». No apartó los ojos de los de la otra abogada.

– Además -continuó Phoebe, sellando su destino con Mallory-, jamás he conocido a un habitante del medio oeste que no quisiera disfrutar de un viaje con gastos pagados a Nueva York. Y he de decir que no puedo culparla -puso los ojos en blanco, como descartando la ética de trabajo, los patrones y los valores del medio oeste.

Mallory no sabía por dónde empezar… «No es un viaje con gastos pagados», «Mantén las manos lejos de Carter» o «Nos vemos en la parte de atrás de tu bufete y veremos cómo cambiar esa actitud hacia el medio oeste».

El codo de Carter la contuvo. Estuvo segura de que fue algo fortuito que la rozara justo debajo del pecho. No obstante, la dejó sin aliento, de modo que no dijo ni hizo nada drástico, sólo se subió un poco la falda con sumo disimulo.

– ¿Su padre participará en el caso? -le preguntó a Phoebe.

– Mi padre está centrado en un caso importante en Minneapolis -respondió con brusquedad-. No estará en el bufete. Desde luego, hablaré del caso con él. Le interesa mucho -miró hacia su despacho, donde colgaba el cuadro.

– Esta mañana vamos a escuchar a Tammy Sue Teezer, ¿verdad? -preguntó Carter, comenzando a depositar sobre la mesa el contenido de su maletín.

– Sí -repuso Phoebe-. Llegará en unos minutos. Ya están aquí la estenógrafa del tribunal y también el cámara. He pedido café y pastas para la mañana, sándwiches y galletitas para la tarde. Si tienen tiempo para empezar con Kevin Knightson, estará disponible a la una. ¿Algo más?

– Eso es perfecto para nosotros -indicó Carter-. Nos prepararemos.

– Griten si necesitan algo más antes de que llegue Tammy Sue -indicó Phoebe.

– Viaje con gastos pagados -musitó Mallory.

– Es una Viuda Negra -susurró Carter-. Los demandantes debieron de ser masilla en sus manos.

– Limo -dijo Mallory-. Es verde.

– Buen chiste -dijo él sin atisbo alguno de diversión en la voz-. Voy a colocar a la testigo en la cabecera de la mesa y yo me sentaré a un lado. Tú siéntate a mi izquierda, la estenógrafa ha solicitado su propia mesa anexa, que está ahí -señaló-. El cámara estará en el otro extremo de la mesa con una visión directa de la testigo, y la Viuda Negra puede sentarse junto a su clienta. ¿Y esa falda? No puedo imaginarte yendo al trabajo con una falda así.

«Pues prepárate para una sorpresa, amiguito». El pensamiento pasó como una ráfaga salvaje por su mente. ¿De verdad estaba pensando en seguir el consejo de Maybelle para conseguir la atención de Carter?

Desde luego, esa mañana se había mostrado fascinado con su trasero.

Aunque reajustara su exterior, aún le quedaba mucho trabajo por hacer en su interior.

– La Tierra a Mallory.

– Oh, lo siento -dijo-. El acuerdo suena bien. Tammy Sue Teezer -añadió-. ¿Será su verdadero nombre?

– Esa pregunta figura en mi lista -indicó Carter.


– Estoy preparado -anunció el cámara.

Desde su posición en un extremo de la mesa, grabaría todos los interrogatorios. Si el caso iba a juicio, el jurado podría observar las cintas para ver a cada testigo en persona.

– ¿Señorita White? -le preguntó Carter a la estenógrafa del tribunal, una mujer de mediana edad sentada ante su máquina de taquigrafía.

– Preparada -respondió.

– Que pase la primera testigo -dijo Carter.

Phoebe apareció ante la puerta con una mujer que probablemente no era tan joven como parecía a primera vista. La falda negra de cuero era más corta que la de Phoebe y la cazadora de motera era mitad cuero y mitad cremalleras. Tenía el pelo corto, rizado y de una peculiar tonalidad de verde en los extremos. Podía justificarse porque el que le había crecido era casi blanco. El peróxido no había eliminado el verde, simplemente lo había atenuado un poco.

– Hola -saludó y posó para el cámara, luego se sentó y extendió unas uñas que eran rojas en el centro y verdes en los extremos. Causó toda una impresión.

– Buenos días, señorita Teezer -dijo Carter y se atragantó. Maldijo. Iba a reírse. Le lanzó una mirada desesperada a Mallory, quien le devolvió un gesto ceñudo y reprobador. Logró presentarlos a los dos, luego dijo-: Intente relajarse. Aquí no se encuentra en un juicio. Todos somos amigos y colegas profesionales que tratan de alcanzar una solución equitativa a un problema difícil.

Costaría imaginar a alguien más relajado que a Tammy Sue. Estaba reclinada en el sillón, con una bota apoyada en la rodilla y mascando chicle.

– Diga su nombre completo, por favor, para la estenógrafa del tribunal.

– Como he dicho, Tammy Sue Teezer.

– ¿Es el nombre que recibió al nacer?

– No -los labios rojos formaron un mohín.

– ¿Qué nombre recibió al nacer?

– Kimberly.

– ¿Kimberly…?

– Kimberly Johnson.

– Gracias. ¿A qué se dedica?

– ¿Puedo hacerle una pregunta a mi abogada?

– Desde luego.

Mientras escuchaba los murmullos del otro lado de la mesa, recogió la pluma y comenzó a moverla entre los dedos índice y anular. Se había prometido dejar de hacer eso. Se le daba mejor la otra promesa… apagar a las mujeres, no encenderlas. Había hecho lo que había podido con Phoebe Angell, pero percibía problemas en su futuro. No pensaba recurrir a la testosterona para alcanzar una solución en el caso, sin importar lo pragmática que pudiera parecer esa solución…

– Servicios -respondió Tammy Sue con dulzura-. Servicios personales.

– Ya conozco por sus respuestas a los interrogatorios que se dedica a servicios personales, Tammy Sue -expuso Carter-. Me gustaría que me dijera con exactitud qué servicios desempeña. ¿Comprende la pregunta?

Tammy Sue ladeó la cabeza en gesto reflexivo.

– Sí. Supongo que podría decir que ofrezco servicios de naturaleza personal -le sonrió al cámara.

– Necesita ser más específica -insistió, comenzando a frustrarse. ¿Por qué se mostraba tan evasiva?

– No, no lo necesita -contestó Phoebe por Tammy.

– Sí lo necesita -persistió Carter-. ¿Es usted enfermera, Tammy Sue? ¿Entrenadora personal? ¿Ama de llaves? ¿Manicura?

– Protesto por la pregunta -dijo Phoebe.

– Carter -intervino Mallory con suavidad-, quizá podamos referirnos a Tammy Sue como profesional de «servicios de acompañamiento» cuando le hablemos al jurado.

Se preguntó hasta dónde podía ser obtuso.

– Perfecto -aceptó. Carraspeó-. ¿Lugar de residencia? ¿O también deberíamos evitar esa pregunta?

– Vivo en el 455 de la Calle Dieciocho Oeste -respondió con orgullo, aunque la barbilla comenzó a temblarle-. Espero que pueda seguir viviendo allí. En marzo y abril tuve que recurrir a casi todos mis ahorros al no poder trabajar debido a mi pelo.

Si en algún momento se había preguntado por qué Phoebe Angell había elegido a una prostituta como una de sus testigos principales, había quedado claro. Dos horas más tarde, va no tenía ganas de reír. Había agotado su lista de preguntas neutrales. ¿Había seguido las indicaciones? Sí lo había hecho. Al pie de la letra. ¿Se había puesto guantes de goma? El tinte había penetrado en los guantes. ¿Había probado primero el tinte en unos pocos cabellos? No, porque llevaba usando esa tonalidad de Sensuous desde que había decidido pasar de rubia a pelirroja y siempre le había funcionado con anterioridad.

Había llegado la hora para la gran pregunta.

– ¿De modo que no pudo… solicitar… ningún cliente durante qué período de tiempo? ¿Y cuánto cobra por… mmm, servicio? ¿Y cuántos… servicios de esa clase hace al día?

Esperó parecer más ecuánime que como se sentía.

– Protesto con determinación a esa pregunta -intervino Phoebe.

– Señorita Angell, usted sabe tan bien como yo que los daños no se pueden evaluar a menos que sepamos cuántos ingresos se han perdido.

Phoebe miró a su cliente, luego a Carter.

– Ya le proporcionaremos esa información.

– De acuerdo. Me reservo el derecho para volver a interrogar a la testigo después de que nos haya dado la información. Tammy Sue -dijo al final-, creo que eso es todo por el momento. Gracias por su colaboración. El resto… -e incluyó a la estenógrafa y al cámara -… pararemos para un descanso -cuando Mallory y él volvieron a estar solos, añadió-: ¿No tienes mejor opinión de mí al no saber reconocer a una prostituta cuando hay una justo delante de mí?

Para su sorpresa, ella rió entre dientes. No supo si era una buena o mala señal.

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